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DISCIPLINA DEL ARCANO

EnciCato

(En latín, Disciplina Arcani; en alemán, Arcandisciplin).

Término teológico usado para expresar la costumbre que


prevaleció en las épocas primitivas de la Iglesia, por la cual el
conocimiento de los misterios más íntimos de la religión
cristiana se ocultaba cuidadosamente a los paganos e incluso a
aquellos que estaban recibiendo instrucción en la Fe. La
costumbre en sí misma está más allá de discusión, pero su nombre
es relativamente moderno, y no parece haber sido usado antes de
las controversias del Siglo XVII, cuando se publicaron
disertaciones específicas que llevaban el título “De disciplinâ
arcani” tanto por parte protestante como católica.

El origen de la costumbre debe buscarse en las palabras


registradas de Cristo: “No deis a los perros lo que es santo; no
echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las
pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen”
(Mt., 7, 6), mientras que la práctica está suficientemente
confirmada en los tiempos apostólicos por la afirmación de San
Pablo de que él alimentó a los corintios “como... niños en
Cristo” dándoles “leche para beber, no carne”, porque no eran
capaces de soportarlo (I Cor., 3, 1-2). Podemos comparar este
pasaje con Heb., 5, 12-14, donde se usa la misma ilustración, y se
declara que “el manjar sólido es de adultos; de aquellos que,
por la costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el
discernimiento del bien y del mal.” Aunque el origen de la
costumbre ha de buscarse así en los mismos comienzos del
Cristianismo, no parece haber sido tan general, o no haber sido
puesta en práctica con un carácter tan estricto en los primeros
siglos como lo fue inmediatamente después de que cesaran las
persecuciones. Esto puede deberse en parte a la ausencia de
información detallada respecto del periodo primitivo, pero es
bastante probable que la disciplina fuera haciéndose más estricta a
lo largo de los siglos II y III por causa de la presión de la
persecución, y que, cuando al final la persecución se mitigó, se
sintiera al principio que la necesidad de reserva, mientras la
Iglesia estaba aún rodeada por el paganismo hostil, debía
incrementarse más que disminuirse. Desde el Siglo V o VI,
cuando el Cristianismo estaba firmemente establecido y seguro,
no se sintió ya la necesidad de tal disciplina, y desapareció
rápidamente. La práctica de la reserva (oikonomia) se ejercía
principalmente en dos direcciones, al tratar con los catecúmenos,
y con los paganos. Será conveniente tratar de ellas separadamente,
en cuanto que las razones para la práctica, y el modo en que se
ejercitaba, difieren algo en los dos casos.

1. Catecúmenos

Era deseable conducir lentamente y por grados a los principiantes


al pleno conocimiento de la Fe. Un converso del paganismo no
podía asimilar provechosamente toda la religión católica de una
vez, sino que debía enseñársele gradualmente. Sería necesario
para él aprender primero la gran verdad de la unidad de Dios, y
hasta que ésta no hubiera penetrado profundamente en su corazón
no se le podía instruir con seguridad en lo relativo a la santísima
Trinidad. De otro modo el resultado inevitable habría sido el
triteísmo. Así también, en épocas de persecución, era necesario
ser muy cuidadoso sobre los que se presentaban a la instrucción, y
que podían ser espías deseando ser instruidos sólo para poder
traicionar. Las doctrinas a las que se aplicaba más especialmente
la reserva eran las de la Santísima Trinidad y el Sacramento de la
Sagrada Eucaristía. La Oración del Señor, también, era guardada
celosamente del conocimiento de todos los que no estaban
plenamente instruidos. Con respecto a la Sagrada Eucaristía y la
Oración del Señor sobreviven aún en la Iglesia algunos restos de
la práctica. La Misa de los catecúmenos, esa primera parte del
servicio eucarístico a la que se admitía a los principiantes y
neófitos, y que consistía en oraciones y lecturas de las Sagradas
Escrituras y a veces incluía un sermón, se distingue aún bastante,
aunque ya no subsiste la costumbre en la Liturgia Occidental,
como lo hace en la Oriental, de ordenar formalmente a los no
iniciados que salgan cuando va a empezar la parte más solemne
del servicio. Así también la costumbre de rezar en silencio la
Oración del Señor en todos los servicios públicos, excepto en la
última parte de la Misa, cuando los catecúmenos según el uso
antiguo ya no habrían estado presentes, debe su origen a esta
disciplina.

El primer testigo formal de la costumbre parece ser Tertuliano


(Apol. vii): Omnibus mysteriis silentii fides adhibetur. De nuevo,
hablando de los herejes, se queja amargamente de que su
disciplina es laxa a este respecto, y que se han seguido malos
resultados: “Entre ellos es dudoso quién sea un catecúmeno y
quién un creyente; todos entran del mismo modo; escuchan uno al
lado del otro y rezan juntos; incluso paganos, si tienen
oportunidad de entrar. Lo que es santo lo echan a los perros, y sus
perlas, aunque no son reales, las arrojan a los cerdos.” (Praescr.
Adv. Haer., xii). Otros pasajes de los Padres que pueden citarse
son de San Basilio (De Spir. Sanct., xxvii): “Estas cosas no deben
decirse a los no iniciados”; San Gregorio Nacianceno (Oratio xi,
in s. bapt.) donde habla de una diferencia de conocimiento entre
los que están fuera y los que están dentro, y San Cirilo de
Jerusalén cuyos “Discursos catequéticos” están enteramente
construidos sobre este principio y que en su primer discurso
advierte a su oyentes que no cuenten lo que han escuchado. “Si
pregunta un catecúmeno lo que han dicho los maestros, no se
cuente nada a un extraño; pues les entregamos un
misterio...guardaos de revelar nada, no porque lo que se dice no
sea digno de contar, sino porque el oído que oye no merece
recibirlo. Tú mismo fuiste una vez catecúmeno, y entonces no te
conté lo que iba a venir. Cuando hayas llegado a experimentar la
altura de lo que se enseña, sabrás que los catecúmenos no son
dignos de oírlo” (Cat., Lect. I, 12). San Agustín y San Juan
Crisóstomo de manera semejante se detienen bruscamente en sus
discursos públicos, y, tras una más o menos velada referencia a
los misterios, continúan con “Los iniciados entenderán lo que
quiero decir”.

La Oración del Señor se enseñaba en tiempos de San Agustín


ocho días antes del bautismo (Hom. xlii; cf. “Enchir.”, lxxii, y las
“Constituciones apostólicas”, VII, xliv; Chrys., Hom. cc, al. xix in
Matt.). El Credo se enseñaba de manera similar justo antes del
bautismo. Así San Ambrosio escribiendo a su hermana Marcelina
(Epist. xx, ed. Benedict) dice que el domingo, después de que los
catecúmenos habían sido despedidos, estaba enseñando el Credo
en el baptisterio de la basílica a los que estaban suficientemente
avanzados. (Cf. también S. Jerónimo, Epist. xxxviii, ed.
Pammach.) Enseñanzas más detalladas sobre la Santísima
Trinidad y los demás sacramentos se daban sólo después del
bautismo. Otros pasajes que se pueden consultar son: Chrys.,
“Hom.in Matt.”, xxiii, “Hom. xviii, in II Cor.”, Pseud. Agustín,
“Serm. ad Neoph”, i; San Ambrosio, “De his qui mysteriis
initiantur”; Gaudencio, “Ser. ii ad Neoph”; Const. Apost., III, v, y
VIII, xi. La regla de reticencia se aplicaba a todos los
sacramentos, y a ningún catecúmeno se le permitía nunca estar
presente en su celebración. San Basilio (De Spir. S. ad
Amphilochium, xxvii) hablando de los sacramentos dice: “No se
debe divulgar por escrito la doctrina de los sacramentos que a
nadie sino a los iniciados se le permite ver” Para el bautismo se
puede hacer referencia a Teodoreto (Epitom. Decret., xcviii), a
San Cirilo de Alejandría (Contr. Julian., i) y a San Gregorio
Nacianceno (Orat. xl, de bapt.).

La disciplina respecto de la Sagrada Eucaristía no exige por


supuesto prueba. Está implícita en el propio nombre de la Missa
Catechumenorum, y uno apenas puede acudir a algún pasaje de
los Padres que trate de este asunto en el que no se observe
reticencia si no es que expresamente se afirma. Nunca se hablaba
abiertamente de la confirmación. San Basilio, en el tratado ya
mencionado (De Spir. S., xxv, 11), dice que nadie se ha atrevido
nunca a hablar abiertamente por escrito del santo óleo de la
unción, e Inocencio I, escribiendo al obispo de Gubbio sobre la
“forma” sacramental de la comunión responde: “No me atrevo a
pronunciar las palabras, pues parecería más bien que traiciono una
confianza que que respondo a una petición de información”
(Epist. i, 3). De la misma forma, las órdenes sagradas nunca
fueron conferidas públicamente. El Concilio de Laodicea lo
prohibió claramente: al hablar de la práctica de rogar oraciones
por los que iban a ser ordenados, dice que los que entienden
cooperan con y asienten a lo que se hace. “Pues no es legítimo
revelar todo a los que aún no están iniciados. “ Así también San
Agustín (Tract. xi in Joann.): “Si dices a un catecúmeno, ¿crees
en Cristo?, responderá, creo, y se persignará haciendo el signo de
la Cruz...Preguntémosle, ¿comes la Carne del Hijo del Hombre y
bebes la Sangre del Hijo del Hombre? No sabrá que queremos
decir, pues Jesús no se lo ha confiado”

2. Los paganos

La prueba de la reserva de los autores cristianos al tratar de


cuestiones religiosas en libros que podían ser accesibles a los
paganos es, naturalmente, en gran medida de carácter negativo, y
por tanto difícil de aducir. Teodoreto (Quaest.xv in Num.)
establece el principio general en términos que son totalmente
claros e inequívocos: “Hablamos en términos oscuros de lo
referente a los Misterios divinos, por causa de los no iniciados;
pero cuando estos se han retirado enseñamos a los iniciados
claramente” Ese solo pasaje bastaría para refutar la alegación
frecuentemente hecha de que la Disciplina del Secreto era una
limitación del conocimiento introducida a imitación de los
“misterios” paganos. Por el contrario a todos los cristianos se les
enseñaba toda la verdad, no había doctrina esotérica, pero eran
conducidos lentamente al conocimiento pleno, y se tomaban
precauciones, como era muy necesario, para evitar que los
paganos aprendieran nada de lo que pudieran hacer un mal uso.
Un ejemplo muy chocante de la manera en que funcionaba la
disciplina puede encontrarse en los escritos de San Juan
Crisóstomo. Escribe al Papa Inocencio I para decir que en el curso
de unos disturbios en Constantinopla se había cometido un acto
de irreverencia, y “la sangre de Cristo había sido derramada por el
suelo” En una carta al papa no había razón para no hablar
claramente. Pero Palladius, su biógrafo, hablando del mismo
incidente en un libro de lectura general dice sólo, “volcaron los
símbolos” (Chrys. ad Inn., i, 3, en P-G., LII, 534; cf. Döllinger,
“Lehre der Eucharisitie”, 15). Es, sin duda, por esta causa que casi
todos los primeros apologistas, como Minucio Félix, Atenágoras,
Arnobio, Taciano, y Teófilo, no dicen absolutamente nada sobre
la Sagrada Eucaristía. Justino Mártir y, en menor grado,
Tertuliano son más francos. Se ha sugerido indebidamente que la
franqueza del primero prueba la inexistencia de esta institución en
la primera mitad del Siglo II. Así también, como ha observado el
cardenal Newman (Development, 87) tanto Minucio Félix como
Arnobio en discusión con los paganos niegan absolutamente que
los cristianos usaban altares en sus iglesias. El significado obvio
era que no usaban altares en el sentido pagano, y no debe tomarse
como una negación de la enseñanza de la Epístola a los Hebreos,
de que, en un sentido cristiano, “tenemos un altar”.

La importancia de la controversia en esta materia en tiempos más


recientes es, por supuesto, obvia. Los católicos respondían a la
acusación de los autores protestantes, de que sus doctrinas
específicas no se encontraban en los escritos de los primeros
Padres, demostrando la existencia de esta práctica de reserva.
Estaba prohibido hablar o escribir públicamente de estas
doctrinas; el silencio estaba completamente justificado. Así
también, si aquí y allí se usaban en los primeros escritos términos
que parecían aprobar la enseñanza protestante – como por
ejemplo hablar de la Sagrada Eucaristía como símbolo – era
siempre necesario examinar si estos términos se usaban o no
intencionadamente para ocultar la verdadera doctrina a los no
iniciados, y si los mismos autores no usaban, en otras
circunstancias, un lenguaje mucho más claro. Los controversistas
protestantes, por tanto, se esforzaron en primer lugar en negar que
la práctica hubiera existido realmente nunca, y luego cuando
fueron desalojados de esta posición, afirmaron que era
desconocida para los cristianos primitivos, como lo demuestra la
libertad con que Justino Mártir habla del asunto de la Sagrada
Eucaristía, y que fue el resultado de las persecuciones. Alegaban
por tanto que los católicos no podían utilizarla para justificar el
silencio de todo autor anterior a la parte final del Siglo II como
pronto. A esto los católicos respondían que, aunque sin duda la
práctica se pudo haber intensificado por las persecuciones, se
remonta a los mismos orígenes del Cristianismo, y a las propias
palabras de Cristo. Además puede demostrarse que haya estado en
vigor antes de la época de San Justino, y su acción debe
considerarse una excepción, hecha necesaria por la necesidad de
presentar ante el emperador un informe de la religión cristiana
que fuera verdadero y completo.

Los monumentos de los primeros siglos proporcionan interesantes


ejemplos del principio de la Disciplina del Secreto. Los
monumentos que podían ser vistos por todos sólo podían hablar
de los misterios de la religión bajo velados símbolos. Así en las
catacumbas apenas hay algún ejemplo de una pintura cuyo asunto
sea directamente cristiano. Aunque todos hablaban de la verdad
cristiana a los que estaban instruidos en su significado. Se elegían
normalmente motivos judíos típicos de verdades cristianas,
mientras que la representación de Cristo bajo el nombre y forma
de un pez hacía posible y clara la alusión a la doctrina de la
Sagrada Eucaristía. Hay, por ejemplo, la famosa inscripción de
Autun (ver PECTORIUS): “Toma el alimento, dulce como la
miel, del redentor de los santos, come y bebe teniendo en tus
manos el Pez”, palabras que todo cristiano comprendería
enseguida, pero que no decían nada a los no iniciados. La
inscripción de Abercio ofrece otro notable ejemplo. La necesidad
de esta reticencia se hizo menos apremiante después del Siglo V,
cuando Europa se cristianizó y la disciplina gradualmente
desapareció. Podemos, sin embargo, encontrar aún sus efectos en
el Siglo VII en las absurdas afirmaciones contenidas en el Corán
sobre la Santísima Trinidad y la Sagrada Eucaristía. Este, quizá,
sea casi el último ejemplo que podemos presentar. Una vez que
las doctrinas de la Iglesia se han expuesto públicamente, tal
disciplina se hacía imposible y era impracticable su retorno. Para
una refutación de la teoría de G. Anrich (Das Antike
Mysterienwesen, 1894), de que los cristianos primitivos tomaron
prestada esta práctica de los misterios de Mitra, ver Cumont, “The
Mysteries of Mythra” (Londres, 1903), 196-99.

Schelstrate, De Disciplinâ arcani (Amberes, 1678); Meier, De


reconditâ vet. Eccl. theol. (Helmstedt, 1670); Shollinger, Dissert.
de Disc. arc. (Venecia, 1756); Lienhardt, De. antiq. liturg. et de
disc. arc. (Estrasburgo, 1823); Toklot, De Disc. arc. (Colonia,
1836); Newman, Arians, i, 3. Entre las obras protestantes:
Fromann, De Disc. arc. in vet. Eccl., (Jena, 1833); Rothe, De disc.
arc. (Heidelberg, 1841); Credner en Jenaer Literaturzeitung
(1844); Bonwetsch, Ueber Wesen, Entstehung u. Fortgang d.
Arckanidisziplin in Zeitschr. für hist. hist. Theol. (1873), II, 203-
299; cf. también BINGHAM, Antiq. Eccl., y Haddan en Dict. of
Christ. Antiq., s.v. Las dudas suscitadas por el Abbé Batiffol en
Etudes d'Hist. et de Théologie positive (París, 1902), 1-42,
respecto a la antigüedad y opinión tradicional de la Disciplina
Arcani parecen haber sido satisfactoriamente despejadas por el
erudito tratado de Ignaz von Funk, Das Alter der Arkanidisziplin
en su Theologische Abhandlungen (Paderborn, 1907), III, 42-57;
MacDonald, The Discipline of the Secret en The Am. Eccl. Rev.
(Filadelfia, 1904), xxx.

ARTHUR S. BARNES
Transcrito por Hugh J.F. McDonald
Traducido por Francisco Vázquez

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