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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

MAESTRÍA EN PSICOLOGÍA CLÍNICA

ÉNFASIS PSICOANALÍTICO

CLÍNICA DE ADOLESCENTES

DIANA IDROBO SÁNCHEZ

UNA MIRADA SOBRE LA ADOLESCENCIA ACTUAL

ENSAYO

En la atención de los problemas de la adolescencia seguramente la dificultad fundamental


radica en que, la mirada que considera problemas algunos comportamientos o síntomas, es
la de los adultos, que miran con desconfianza el poco apego que los jóvenes parecen
mostrar por los valores fundamentales de la sociedad y por el universo que las generaciones
anteriores han conseguido construir con base en muchos esfuerzos. Hay una queja
permanente, que históricamente se repite en escenarios aparentemente distintos, relacionada
con la brecha generacional, que no es sino la distancia en percepciones sobre valores que
deben regir la vida y la conducta de las personas.

Permanentemente se manifiesta el afán de los adultos para que los adolescentes piensen y
actúen como ellos, generando una tensión a partir de que los jóvenes se encuentran en el
proceso de búsqueda de su propia identidad y por lo tanto de sus propios intereses. Las
consultas sobre comportamientos y problemas de los adolescentes muy frecuentemente se
refieren a las consideraciones de sus padres o maestros, relacionadas con la distancia que
media entre los comportamientos esperados y los registrados, que no coinciden con la
expectativa de los mayores.

En una reflexión sobre el interés hacia la adolescencia Winnicott (1963, p. 170) dice que
“..bien podemos preguntarnos a nosotros mismos si los adolescentes de uno y otro sexo
desean ser comprendidos. Creo que la respuesta es “NO”,” A los adolescentes no les
interesan los tratamientos que pretendan equilibrar su comportamiento con los modelos que
les han sido suministrados a partir de la vida en el hogar o en la escuela. No es que sean
conscientes de que deben buscar su camino por su propia cuenta, pero sí se pueden empeñar
en desarrollar este proceso y generar choques y conflictos con sus padres para hacer valer
su posición.

Muy frecuentemente se infunde en los jóvenes la percepción sobre lo malo y sobre lo


bueno, que está asociada a concepciones morales y que pueden generar niveles de angustia
que pueden afectar esta percepción, sobre todo si se ve implicado el concepto de culpa.
En una alusión a la formulación de Bion sobre el dolor mental y el placer mental, Meltzer
(1990, p. 26) plantea que se abre un panorama para la comprensión de la percepción de los
jóvenes sobre el interés y el deseo. Implica que el conflicto intrínseco, tanto de los vínculos
emocionales positivos como negativos, que rodean al deseo y al interés, está siempre
presente y que, por lo tanto, el placer y el dolor están unidos.

Por otra parte los jóvenes pueden ver la escuela, las normas y con mayor razón el
tratamiento al que se pretende someterlos como una imposición, por lo que será difícil
convencerlos de las bondades de una terapia que no hayan solicitado y de cuya naturaleza y
resultados dudan, o identifican que es un mecanismo para ajustar sus personalidades y
allanar sus pulsiones y búsquedas mediante mecanismos de fuerza.

De acuerdo con Meltzer, aunque es muy difícil lograrlo, es importante que sean los mismos
adolescentes quienes busquen la solución de sus problemas. Se supone que si esto ocurre el
adolescente se encuentra en un proceso muy positivo de reconocimiento de sus problemas.
El solicitar apoyo profesional implica la valoración de que en su casa no se encuentran las
herramientas necesarias para encontrar salidas adecuadas, pero sí la confianza en que el
mundo ha preparado soluciones a las que puede acceder. “Creo que en la vida de un
terapeuta las sesiones más placenteras son justamente aquellas con los adolescentes que
solicitan ser curados, y las más displacenteras, con los adolescentes que son remitidos por
otras personas, la escuela, la familia, etc.” Meltzer (1998, pp. 136 - 137)

Para un acercamiento a los puntos de vista que deberían tenerse en cuenta cuando tratamos
con adolescentes es importante considerar que los adolescentes, en una clasificación
planteada por Meltzer, (1998, pp. 131 - 135) se ubican y se mueven en cuatro comunidades:
en primer lugar los adolescentes que están en familia, jóvenes que se adaptan a una vida
aparentemente sana y generan unas excelentes relaciones con sus familias y especialmente
con sus padres; luego están los que luchan por entrar en el mundo de los adultos,
generalmente a raíz de una insatisfacción acerca de la familia, principalmente con el padre
del mismo sexo; en el tercer grupo se encuentran los adolescentes que se relacionan entre
sí, constituyendo comunidades en las que se comparten experiencias e incertidumbres, pero
donde se generan complicidades y liderazgos que pueden ser muy provechosos para el
desarrollo de autonomías por parte de los miembros de los grupos, los cuales tienen una
evolución que va de las asociaciones de personas de un mismo sexo hasta la que a partir de
su disolución, generalmente termina en agrupaciones heterosexuales; finalmente está el
adolescente aislado, el que a partir de la caída de la idealización de los padres y de la
ausencia de una alternativa se repliega sobre sí mismo y empieza a experimentar procesos
narcisistas en los que se identifica como un ser especial con una misión en el mundo que
justifica su existencia y la distancia que toma frente a la sociedad.

Según Meltzer los individuos se mueven durante el desarrollo de su adolescencia entre


estos grupos hasta encontrar la salida. No significa que recorran o habiten las cuatro
comunidades, pero tampoco que necesariamente experimenten una sola de ellas. Así,
vemos que un joven que se encontraba muy ligado a su vida familiar, por motivos muy
diversos puede convertirse en un solitario que busca su vocación de salvador o su propia
independencia, y así mismo puede encontrarse muchachos que durante su adolescencia
parecieran cambiar su personalidad.

La mayor parte de los adolescentes se encuentra en los grupos propios del giro natural en
sus actividades, por ejemplo, el colegio, los grupos deportivos, los clubes de actividades,
etc. de modo que generalmente se identifican con un espíritu de grupo y generan dinámicas
que fortalecen su evolución hacia estados de mayor autonomía, hasta que, por la generación
de nuevos y diferentes intereses, empiezan a apartarse de los grupos originales y
constituyen otros en los que nuevamente ponen su confianza.

Lo crucial en el acercamiento a un adolescente es considerar que se encuentra en una


transición en la que los cuestionamientos e incertidumbres son saludables, incluso el
sufrimiento que experimentan para superar dificultades es casi un requisito para la
maduración y el paso a otros estadios de la experiencia vital. Como plantea Winnicott
(1963, p. 170) “Sólo hay una cura real para la adolescencia: la maduración”.

Hay incertidumbres que se reviven y que tienen su origen en las frustraciones del infante
cuando no logra consolidar su imagen de monarca en el mundo que ha preparado todo para
él, especialmente una madre que lo provee de todo lo necesario para su supervivencia y
satisfacción, pero que lo somete a la confusión y la incertidumbre con sus persistentes
ausencias, que lo hacen dudar de su poder y exclusividad, porque no es capaz de
comprender la ausencia de la madre en todos los momentos en que él la necesita.

Esto constituye un conflicto que puede resumirse en términos del impacto producido por la
madre que está y debe estar siempre a disposición de las necesidades y de los sentidos, y
por otra parte, la madre ausente, que constituye la imagen negativa del mundo y de la
carencia. Aquí puede desarrollarse, a partir del análisis y la vivencia de ese interior
enigmático producido por la ausencia, la imaginación creativa.

En las consideraciones sobre los enfoques hacia los problemas de la adolescencia debemos
tener en cuenta que el mundo de los adultos incurre en contradicciones cuyas consecuencias
negativas recaen sobre los jóvenes. En efecto, ya nos advierten Meltzer y Harris (1990,
p,22) que, aunque es innegable que queremos preparar a nuestros hijos para el disfrute de
la belleza, incentivarlos para la creatividad, hacerlos crecer en el mundo de la libertad, la
angustia que el mundo moderno nos genera a través de sus sistemas de funcionamiento, el
manejo del tiempo y los requerimientos para la preparación para un mundo exigente, hacen
que prevalezca el temor sobre el juicio e invariablemente ponemos a los muchachos en
manos de un sistema educativo en el que se limitarán su capacidad de percepción de la
belleza y su creatividad.
Encerramos entonces a los jóvenes en esquemas de comportamiento en los que un
componente de alto peso es la docilidad a los requerimientos de la comunidad, el
amoldamiento a las expectativas del otro que comenzamos a sentir obligatorio. Entonces
luchamos por crear un espacio privado especial que sea sólo nuestro en el que podamos
disfrutar de nuestra autenticidad y nuestra herencia sin restricciones, pero a condición de
andar siempre con una armadura que solamente podemos quitarnos cuando entramos en la
intimidad, lejos de la mirada de los demás, es decir cuando estamos en casa y volver a
ponérnosla cada vez que salgamos.

Claro que es posible evitar la armadura, Meltzer y Harris (1990, p, 21) plantean que hay
muchos seres que lo hacen y no manejan el ámbito de este espacio de privacidad e
intimidad, se trata de los enfermos mentales y sociales, apartados de la intimidad por la
gravedad de sus ideas delirantes, bien a causa de sus groseras fallas en el desarrollo de la
personalidad, o por una perseverancia en modos infantiles de comportamiento y relación
que no puede manejarse par una persona adulta. En segundo lugar, está la clase conformada
por los artistas, cuya percepción traumatizante y angustiada de las rudezas del mundo forma
parte de su naturaleza y no les facilita los procesos de adaptación requeridos para las
vivencias propias de quienes no tienen estos atributos. Sin embargo en este caso el precio es
ver cómo se aprovechan de su trabajo, lo maltratan, lo ridiculizan e imitan, todo al mismo
tiempo.

Los jóvenes pueden encajar en estas categorías porque se encuentran en un terreno en el


que los procesos de domesticación son incipientes, no les agradan generalmente y están
dispuestos a luchar por que no se les impongan. No están enajenados como los enfermos
mentales ni tienen procesos de creatividad y productividad excepcionales como los artistas,
pero tocan los dos extremos a la vez, son suficientemente dislocados de los requerimientos
sociales y lo suficientemente creativos como para no conformarse con los esquemas
trazados previamente.

Por estas razones las programaciones de terapias para los jóvenes deben tener en cuenta
circunstancias específicas que hacen del proceso de consulta un delicado trabajo de
identificación de aspectos que encierra cada caso.

Finalmente cuando se trate de terapias programadas para púberes y adolescentes es


importante considerar el tiempo que se prevé para los tratamientos, teniendo en cuenta
especialmente que la pubertad es un período relativamente breve y puede terminar antes
que las terapias y se corre entonces el riesgo de estar tratando con una persona que ha
madurado, que ha cambiado por su propia cuenta y por las circunstancias de su simple
crecimiento, y que está ya en estadios en que los problemas son otros. Como nos señala
Winnicott (1963, p. 182), “Con el tiempo, descubrimos que ese muchacho o esa chica ha
salido de esa fase de desaliento malhumorado y ya es capaz de identificarse con sus
progenitores, con grupos más amplios y con la sociedad, sin sentirse amenazado de muerte,
sin temor a desaparecer como individuo.”
REFERENCIAS

Winnicott, D. Deprivación y delincuencia. Editorial Paidós. Buenos Aires, Argentina.


1963.

Meltzer, D. Adolescentes. Spatia Editorial. Buenos Aires. Argentina. 1998.

Meltzer, D. Harris, M. La aprehensión de la belleza. Spatia Editorial. Buenos aires,


Argentina. 1990.

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