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Elizabeth Vásquez
Pero, sin perjuicio de todo lo anterior, lo que creo que no debería pasar inadvertido es
que la reducción lingüística que implica la creación de nuevas categorías,
como cis, siempre tiene sus riesgos; o, al menos, su costo. La eterna paradoja del
lenguaje es que simplifica la realidad a cambio de la posibilidad de nombrarla, aún si
imperfectamente. Y, usualmente, esa simplificación opera en binario. Lo que resulta
aún más paradójico en este caso es que el binario creado, cis/trans, aparece en un
contexto político que, más que nunca, está cuestionando precisamente los binarios de
género en todas sus formas. Demasiadas veces, categorías (en este caso, de género)
que nacieron "emancipadoras" se vuelven funcionales al poder (en este caso,
patriarcal) en la medida en que el significado condensado, más manipulable que el
significado no condensado, termina siendo manipulado hacia la normalización. Y la
normalización de lo trans - esa contra la que luchan iniciativas como la campaña
mundial Stop Trans Pathologization ( y Prevent Trans Pathologization en su versión
ecuatoriana) – pasa por la ratificación de que las personas trans
son hombres y mujeres (que equivale a decir, sonnormales), cuya única diferencia con
los otros hombres y las otras mujeres es que no son cis. De ahí a pensar que las
personas podemos ser cis o podemos ser trans, y sólo esas dos cosas, hay un paso. Y
de ahí a que nos encontremos tarjando "trans" o "cis" en un formulario de entrada a
los EEUU, cortesía de las autoridades migratorias de tan ordenado país, tal vez hay
sólo un par de pasos más.
Otra crítica transfeminista que la palabra cis merece encajar es una que, a la inversa,
también alcanza a la palabra trans. En cis y en trans, pero sobretodo en la
instauración de una dicotomía cis-trans, hay cierta connotación esencialista que
parecería indicar que vivir género femenino habiendo nacido en canon corporal
hémbrico, o vivir género masculino habiendo nacido en canon corporal machil, son por
definición actos de estatismo: de "no moverse" o de "quedarse aquí". Y, a la inversa,
parecería que vivir género femenino habiendo nacido en canon corporal machil, o vivir
género masculino habiendo nacido en canon corporal hémbrico, son por definición
actos de "cruce al otro lado".
Y valga subrayar que ni siquiera las androginias - que por definición parecerían
ambivalentes y por tanto no-binarias - necesariamente implican "cruce" o "vivencia
trans" en sí mismas. Como toda expresión genérica, algunas androginias son
reproducciones críticas del género y otras no. Conozco, por ejemplo, a personas
intersex que son muy andróginas desde el punto de vista estético por la sencilla razón
de que su cuerpo produce esa androginia, y que sin embargo son muy cis en la
medida en que no han cruzado, políticamente, ni a la esquina.
Hoy por hoy, cis no hace parte de mi vocabulario cotidiano. No voy a decir que de esa
agua no beberé y que descarto a priori el latinismo que el mundo anglosajón otra vez
nos regala. Creo, como dije más arriba, que la validez de un término se juega en el
ejercicio ético-político del lenguaje, que es un ejercicio concreto y contextual. Por eso,
quién sabe si, incluso, en determinado momento, me sorprenda valiéndome de la
palabra cis para nombrar determinadas tiranías del sistema patriarcal,
convencionalismos sexo-genéricos y relaciones de poder imaginadas y reales - para
nombrar el cisexismo, por ejemplo - tal como me he valido de la palabra trans para
hablar de transfeminismo. Sin embargo, constatadas las trampas eternas del lenguaje,
lo que sí tengo claro es que serán más las veces en que prefiera no condensar
significado, sino, ahondar, en la medida de mis posibilidades, en análisis más
complejos de la experiencia política de la diversidad sexo-genérica.
*Así lo expresamos en "Lo trans se escribe con @", en "Cuerpos Distintos: Ocho Años de
Activismo Transfeminista en Ecuador, Quito, 2010, p. 2.