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SEPARATA DE APOYO
PRIMERA UNIDAD DE FORMACION ACADEMICA
ASIGNATURA: LITERATURA Y SOCIEDAD EN CONTEXTOS DIVERSOS.
CARRERA: COMUNICACIÓN
CICLO: III CICLO – SEMESTRE II
DOCENTE RESPONSABLE: MANUEL REATEGUI RENGIFO (COMPILADOR).
FECHA: PUCALLPA 23 DE AGOSTO 2021.
Literatura
INTRODUCCION:
Desde el punto de vista Etimológico, el termino literatura deriva del latín Littera,
que significa “letra” o “lo escrito”. Por su etimología, pues, la literatura está
ligada a la cultura, como manifestación de belleza a través de la palabra escrita,
pero esta definición deja fuera la literatura de transmisión oral, que es la primera
manifestación literaria conocida, por lo que es mejor hablar, siguiendo a
Aristóteles, de “el arte de la palabra”: la literatura es un arte, y, por tanto, se
relaciona con otras artes, y tiene una finalidad estética.
LA LITERATURA Y LA HISTORIA
De acuerdo al manual de Proyecto Argos (2016) podemos hablar de la historia de la
literatura universal, que necesariamente había de tener un enfoque comparatista. Sin
embargo, los precarios conocimientos de las diversas culturas y los modestos bagajes
filológicos de que se disponía lastraron aquel noble intento que, por otra parte, partía
de una idea de la literatura no solo artística, sino que englobaba las diferentes ramas
del saber. Aun cuando la literatura universal implica una actitud comparatista, que
conecta las diferentes realidades culturales y territoriales, sin embargo, la
consideración del pasado (diacrónica, vertical) termina imponiéndose a la
consideración estrictamente comparatista (sincrónica, horizontal). Y ello porque el
pasado no es una realidad estática, sino que resulta reconstruido y de manera
diferente por cada época posterior. Así, la Grecia clásica fue reconstruida en espíritu
por la Roma imperial; luego por los humanistas del Renacimiento; después, y con
rasgos distintos, por los arqueólogos de la Ilustración (Winckelmann, Piranesi), y más
imaginativamente por sus literatos y poetas (J. J. Barthélemy, más adelante Hölderlin).
Del goticismo y en general de la Edad Media podríamos establecer otras recreaciones;
las que han anclado en nuestro imaginario proceden fundamentalmente del
Romanticismo (Walter Scott). Y así en otros casos. En el estudio de cualquier tiempo
pasado proyectamos las luces del presente. Como alguna vez se ha dicho, nadie ha
vivido nunca en la Edad Media: mientras existimos, todos lo hacemos en la Edad
Contemporánea. Antes se ha apuntado que nuestra visión de la literatura es
eurocéntrica. Sin embargo, las primeras manifestaciones literarias están muy alejadas
de nuestro centro. No es fácil fechar dichas manifestaciones, porque no nacen
irruptivamente, sino que van haciéndose a veces a lo largo de siglos, incluso de
milenios, durante los que se componen, modulan, rehacen a partir de fragmentos
conservados..., hasta su fijación escrita (o una de sus fijaciones escritas). Es lo que
sucede, por ejemplo, con el ciclo épico de Gilgamesh, que no es tanto una obra
Poema de Gilgamesh como una progresiva constitución legendaria que recorre en
varias lenguas diversos estadios de la cultura mesopotámica. Algo semejante sucede
con el Libro de los muertos egipcio. Uno y otro presentan parecidos problemas: el
recorrido desde el tercer milenio al primero de la era precristiana, la precariedad de
sus escrituras (la babilónica de Gilgamesh, cuneiforme en tablillas de barro; la egipcia,
jeroglífica e hierática primero sobre paredes y luego en papiro) y, lo más importante, la
sustitución de nuestro concepto de obra constituida o terminada por el de proceso
constituyente. Y añádase que los desplazamientos de civilizaciones facilitan la
circulación de mitos y leyendas (por ejemplo, entre el Gilgamesh y el Génesis bíblico a
propósito del diluvio mesopotámico), y también de los temas (los dos ejemplos citados
están presididos por las ideas contrapuestas de muerte e inmortalidad). Con distintas
variantes, los problemas son semejantes en otras literaturas antiguas; también en las
del Extremo Oriente. Para la formación de un canon literario occidental, es
fundamental la Antigüedad grecolatina, a partir de los poemas homéricos sobre
leyendas micénicas. Entre las epopeyas del ciclo troyano –Ilíada y Odisea– y la Eneida
de Virgilio se establece un arco que une ocho siglos (o incluso más, pues las leyendas
provienen del Bronce tardío). Pero ya la Eneida latina (s. i a. C.) no es un poema como
los dos precedentes, formados por disposición orgánica de textos en torno a mitos
colectivos, sino encargado por un emperador (Augusto) a un escritor cortesano
(Virgilio), para que vinculara su linaje familiar a Eneas y los héroes del ciclo troyano,
dotando así a su tarea política de una proyección providencial. Ese es ya el umbral de
un mundo, en alguna medida, moderno. A ello contribuye también la presentación de
la literatura como agon (‘lucha’) entre el ser humano y el muro de lo inexorable contra
el que termina destruyéndose: en ello consiste básicamente la tragedia, una de las
más altas contribuciones de la cultura griega a la humanidad. El colapso de la
civilización grecolatina en el siglo v supuso el desmembramiento de los territorios del
Imperio romano y su descomposición lingüística y cultural. No obstante, en estos
territorios fragmentados el cristianismo tuvo la función cohesionadora de la antigua
latinidad: a la Roma de los césares sucedía la Roma de los papas. Los monjes
copistas preservaron la literatura clásica en esos siglos oscuros. Más allá de Europa, y
a medida que iba extendiéndose por Asia y África a partir del siglo VII, el islamismo
cumplió esa misma tarea, especialmente con la literatura griega de carácter científico.
El Renacimiento trató de conciliar el clasicismo grecolatino con el cristianismo
construido a lo largo del Medievo, y supuso una propuesta moral de perfeccionamiento
que repensó la idea de hombre. La secularización de la cultura, iniciada siglos atrás
con las primeras universidades, se potenció con la imprenta de tipos móviles a
mediados del xv. La nueva cultura, de rasgos supranacionales, utilizó habitualmente el
latín como vehículo de comunicación científica, al tiempo que las lenguas vulgares se
sacudían su complejo de inferioridad. El hallazgo de Colón significó una ampliación del
universo conocido. La posterior conquista americana (que cobra empuje en torno a
1520, a partir de la aventura azteca de Cortés) suscitó el problema del indio, a raíz de
los abusos cometidos por los encomenderos españoles. Por su parte, los viajes de
circunnavegación dieron un notabilísimo empuje a ciencias como la cartografía, la
astronomía o la historia natural. Junto al desarrollo de la lírica, que difundió el modelo
petrarquista a partir de una reactualización del pensamiento platónico, Shakespeare
lleva el teatro –que en el Medievo había “vuelto a nacer” desvinculado de los
precedentes grecolatinos– a una plenitud de honduras sofocleas, aunque con mayor
abanico de temas y de tonos. Un mundo nuevo como el que apunta en el
Renacimiento se plasma en un género también nuevo: la novela, esa epopeya
destronada que encuentra su primera gran manifestación en el Quijote cervantino.
Frente a los antiguos relatos que acumulaban aventuras de las que el personaje era
solo su hilo conductor (narración en sarta), la novela moderna narra el proceso de
formación de ese personaje según va interiorizando las enseñanzas derivadas de su
experiencia existencial. Esta cultura humanística se mantuvo, con diversas
derivaciones manieristas y barrocas provocadas por la anquilosis del sistema
expresivo, hasta finales del siglo xvii. La centuria siguiente constituye el Siglo de las
Luces, en el que se impuso un régimen clasicista que privilegiaba una idea de
imitación de la Antigüedad, e implicó el sometimiento del genio individual al sistema
normativo. Pero la llama de la Ilustración alimentaba el afán de desprenderse de los
dogmas heredados: esa es la chispa que hacia 1800 originó la insurgencia romántica,
que primero se instaló en Alemania e Inglaterra y luego lo haría de manera
generalizada, aunque con distintos ritmos, en toda Europa y en América. El
Romanticismo literario, primer estallido de las revoluciones contemporáneas,
comporta el antinormativismo, el predominio del genio individual y del yo personal
frente a pretensiones generalizadoras, y alienta el alma de las naciones el Volksgeist o
espíritu nacional. Ello supuso un cierto regreso a los temas medievales, al entenderse
la Edad Media como el amplio periodo de constitución de las modernas naciones. A
partir de ahí, se inician las grandes revueltas de la contemporaneidad, que surcan la
segunda mitad del Ochocientos y terminan derivando en las vanguardias del siglo xx:
un rompeolas donde la idea de cultura se fragmenta en mil pedazos.