Uno de los temas que más deben preocupar actualmente en Dere-
cho Penal y en toda Política legislativa en la materia ha de ser el de la delincuencia habitual. Su realidad cotidiana, especialmente en las gran- des ciudades, y el quebranto que para la seguridad pública representa la existencia de un grupo numeroso de individuos que hacen del de- lito una actividad que está incorporada radicalmente a su modo de conscientes de las vinculaciones existentes entre ambos conceptos, es si se quiere poner remedio a tan palpitante problema. Para afrontar el asunto no cabe remitirse totalmente al tema de la peligrosidad que está en la relación de género a especie, pues aun conscientes de las viuculaciones existentes entre ambos conceptos, es de notar que pueden darse distintos niveles de gravedad en la habi- tualidad y, por tanto, la peligrosidad ser de diferente intensidad, se- gún los casos, En el delincuente habitual la inmoralidad impregna sustancialmen- te su vivir. Algo que de suyo es anormal, como acontece en todo de- lito, se convierte subjetivamente en regla de conducta. Si las poten- cias o facultades humanas convergen tendencialmente hacia la injusto es porque hay una carga criminosa que se proyecta hacia el mal y que varía según la intensidad de aquélla. Esa peligrosidad predisponen- te, más que nacer muchas veces de una debilidad de la voluntad para oponerse al hábito, surge de una firmeza de la decisión que, con el tiempo, llega a quedar alineada en el cauce que el hábito crea, mer- mando la libertad como sucede en la rigidez suscitada por la aparición de una persistente en el propósito de hacer un daño a otro, lo cual es resultado de los actos nacidos de un endurecida entraña que se moviliza hacia él mal. "Eso se comprueba en el número, sucesión y frecuencia de los delitos cometidos. El autor, al ser presa de sus propios extravíos, tiene menguadas las alternativas que, en principio, la libertad proporciona. Consiguientemente la opción por el bien que- da menoscabada. Para enervar los efectos de este fenómeno social de la delincuen- cia habitual la réplica jurídica habrá de tener el vigor suficiente y así contrarrestar la negativa incidencial social o la alarma provocada por la diaria proliferación de tantos delitos perpetrados por quienes son delincuentes habituales, los cuales para rectificar su desviada conducta deben reconvertirse y retornar a la senda de la que nunca debieron apartarse. Núm. 1.253 4
El enjuiciamiento aislado de cada caso y la apreciación contenida
en un pronunciamiento condenatorio estimando la agravante de rein- cidencia o multirreincidencia no remedia el problema. La estimativa de la habitualidad conlleva una visión de conjunto y obliga a observar el historial que precede al momento en que se trata de emitir un juicio. De ahí que no sea un aspecto cuantitativo el cual sólo es consecuencia de otro cualitativo, ya que hay que co- nocer al individuo para luego encararse ante una clasificación que atiende a la genuina fisonomía de cada tipo de autor. Al percatarse de la profunda deformación moral que entraña la configuración psicológica del delincuente habitual hay que entresacar las peculiaridades individuales de cada uno significando la gravedad, periodicidad, así como el número de infracciones y si éstas responden incluso a una profesionalidad que específicamente singulariza el au- tor con el cultivo de unas mismas costumbres. Todo vicio es un producto de una inclinación personal y cuando su incremento llega hasta el extremo de perder el individuo la con- ciencia moral, ésta se insensibiliza degenerando en una relajación de costumbres, lo cual se puede plantear a nivel individual o colec- tivo. El conflicto íntimo entre las tendencias hacia el bien o el mal entonces desaparece a causa de la perversión de valores, dificultán- dose sobremanera las posibilidades de regeneración. Así como el delincuente ocasional merece una comprensión, e ins- tituciones como la condena condicional responden a ese espíritu, no acontece lo mismo con el reincidente, porque el sucesivo encadena- miento de delitos es expresivo de su prolongada tendencia antisocial. La recaída es simple consecuencia de la contumacia de la voluntad inadaptada al estar empujada por un hábito que hace más difícil la enmienda a fin de sobreponerse al abismo moral en <me ha caído. Su alma queda bloqueada con un aislamiento espiritual, pues al per- petuar sus malas acciones está prisionero del hábito, por él mismo creado, haciéndose más difícil la operatividad del influjo regenerador habida cuenta de la impermeabilidad del espíritu sin disposición para el cambio. Lo fuerte de la inclinación depende, como es lógico, del grado de peligrosidad pero también trascienden otros factores como lo es el entorno que sostiene y favorece la delincuencia en ciertos ambientes. En la misma automarginación con degradación se refuerzan las ten- dencias naturales de los malos instintos. En sus comienzos el joven delincuente suele mostrar una rebeldía que puede ser resultado del descontento causado por frustraciones, abandono familiar, necesidades, marginación social o la postración unida a la desmoralización. El examen criminológico revelará las cau- sas, pero lo que aquí importa subrayar es que el momento de la ini- ciación en la delincuencia es tan crítico como el de toda encrucijada por cuanto depende del tratamiento penitenciario, o de las medidas de seguridad que se adopten, el que persista en sus recaídas o, por el contrario, se rehabilite totalmente para la vida en sociedad. Núm. 1.253 De seguir o no operando los factores que lo llevaron a delinquir dependerá la recuperación del incipiente delincuente que, a veces, busca y no encuentra una salida honrada con el fin de corregir su desviación. : Es la sucesión continuada de delitos, sean de la misma o distinta naturaleza, lo que hace que se termine en ese descenso desembocando en la constitución de un fondo residual de carácter amoral, pues tras el encallecimiento de la conciencia queda la fuerza inherente a la reptición de quien se va hundiendo en el delito progresivamente. .. A veces, algo que de suyo es objetivamente anormal se convierte, subjetivamente, en norma, como en la práctica acontece, a veces, con delitos permanentes. Así ocurre en el abandono de familia cuando, en realidad, estamos en presencia de meras situaciones de hecho a las que su prolongación y frecuencia infundadamente es base para otor- gar justificación que, en principio, repugna. Para una buena formación el valor de la orientación primera que imprime sentido a la conducta es capital, pues el deslizamiento por el camino fácil de la delincuencia puede derivar en una habitualidad, sobre todo, si a la falta de reeducación se unen factores ambientales propicios como sucede con el influjo de la acción de un grupo o la pandilla juvenil que, aún siendo de criminalidad incipiente, ya denota inadaptación e inmoralidad. Se precisa una disciplina impuesta cuando voluntariamente falta el autocontrol propio de una autodisciplina. El temor a la sanción muchas veces coarta y evita la comisión de innumerables delitos, pero el ímpetu de una voluntad dispuesta a enfrentarse en una serie suce- siva de obstáculos erizados, a veces, de dificultades da idea de la tenacidad criminal, por lo que resulta ardua la empresa de reconducir hacia el bien, nunca elegido espontáneamente, aunque es posible sea aceptado gracias al rigor disciplinario que se impone por la total ausencia de un voluntario acatamiento de la norma jurídica. La falta de sentimientos religiosos y morales es subsidiariamente cubierto por el Derecho que asegura, en todo caso, el castigo de los actos que atenían contra el mismo. La historia de un pasado repro- bable condiciona el devenir futuro del individuo por el lastre que acarrea el cúmulo de delitos cometidos, lo cual hace más difícil el esfuerzo tendente a emerger de tal situación borrando la huella de la degradación que induce a proseguir el. mismo camino por el paso precedente de varios delitos. El grado de malicia difiere sensiblemente según los casos. La posi- bilidad de regeneración da idea de la intensidad de la maldad. Para la-recuperación hay que valorar el índice de peligrosidad, que se mide por la gravedad de los delitos y el número de éstos. La presencia en las prisiones de individuos que son delincuentes por convicción y cabeza de grupo contrasta con los débiles de volun- tad, fácilmente influenciables, ante la presión a que se ven sometidos, por quienes les han conducido hacia el delito. El robustecimiento de la voluntad en los primeros, muchas veces incorregibles, se debe con- mm. 1.253 — 6— traponer con los segundos, de más fácil readaptación social con tal de conseguir liberarlos de la nefasta influencia a que han estado so- metidos. Una habitualidad por imitación o seguimiento reclama distinto tratamiento de aquéllos que son promotores o toman las iniciativas en las organizaciones delincuentes. La estimación de la diversa gravedad de los diferentes hechos es un claro índice de lo imperioso que resulta una clasificación de los delincuentes habituales al ser distinta la potencialidad criminal en unos y otros. Por tal motivo también será diferente la represión apro- piada para cada uno atendiendo al grado de malicia. Una pérdida del sentimiento de la dignidad personal puede ir unida a tendencias antisociales a causa del trato recibido, quizá recíproca- mente, de la sociedad con anterioridad, lo cual explica que, subjeti- vamente, el delincuente albergue en su ánimo una autojustificación. Una procedencia de los bajos fondos sociales hace que esa inferior extracción social explique, en su origen, la rebeldía contenida en su antisocialidad fomentada por el influjo desfavorable de un entorno social pertubador, a veces, continuado a lo largo de su vida. Extirpar ese tumor es condición previa para la disminución de la delincuencia y de la rehabilitación de quienes están ya inmersos en aquélla. La desaparición de las condiciones de las cuales depende la habitualidad constituye el medio preciso para lograr la readaptación social de los reincidentes. Hay que notar también que un hábito ma- ligno sólo se puede contrarrestar con otro hábito de signo contrario, por cuanto una tendencia perniciosa muy arraigada sólo podrá ener- varse mediante un influjo permanente que encamine hacia el bien a un determinado sujeto especialmente con un método y trabajo orga- nizado para sobreponerse a sí mismo, con la necesaria ayuda, saliendo de ese estado y remontando la pendiente por la que descendió. Mejor que establecer una distinción, como hace algún autor, entre habitualidad natural y la adquirida, pensamos que es preferible dife- renciar entre la adquirida prematuramente y la fomentada con poste- rioridad hasta la corrupción. Cuando se habla de los influjos perni- ciosos de ciertos ambientes hay que distinguir entre los que operaron en su origen y los subsecuentes a la niñez y la juventud. Los primeros pueden dejar una huella indeleble, pues en los primeros años, en que el alma humana es extraordinariamente sensible, podrá la misma des- graciadamente experimentar un traumatismo psíquico que deje el poso del resentimiento calando hasta profundos estratos del alma humana. Caso distinto es el de la habitualidad criminal que tiene su naci- miento en el vicio, reforzado con la energía y osadía de una voluntad potente, que contrasta, como dicen algunos penalistas, con aquéllos que tienen una voluntad débil, que por no contener sus impulsos no resisten sus tentaciones. Supuestos a los que cabría añadir el de quie- nes, por ser fácilmente sugestionables, no se oponen apartándose de los influjos nefastos. Núm. 1.253 _ 7 —
No es indiferente saber cuál es la plataforma psicológica en la que
está inmerso y desde la cual actúa el infractor. La agresividad, el re- sentimiento, el odio, el afán de poder y de tener, la soberbia con el desprecio ajeno o el ocio, son, entre otros, unos ejemplos que pueden contribuir a averiguar la etiología del delito. A veces concurren una pluralidad de factores diversos. El gran problema de la reincidencia estriba en que el delito se ha convertido en máxima de conducta que tiene en la más mínima opor- tunidad su ocasión de reproducirse con nuevas manifestaciones anti- sociales, dado el endurecimiento de la conciencia o la pérdida del sentimiento de probidad. El peligro social que representa el delincuente habitual es alar- mante, pues si se exceptúa a los jóvenes que se inician en la delin- cuencia, las estadísticas demuestran que en los delitos dolosos la in- mensa mayoría de los hechos delictivos que son cometidos en nuestra sociedad, son obra de quienes tienen ya antecedentes penales por los mismos u otros delitos. De ahí la necesidad de aplicar medios de seguridad en los cuales la duración no tiene el alcance y significado propio de las penas. Aquí importa la regeneración del delincuente ha- bitual. La misma calificación de. delincuente incorregible puede no cumplirse en la práctica, pues consiguiendo previamente diagnosticar el' mal y aplicar el tratamiento que lo sensibiliza para poder erradicar la tendencia contenida en el sujeto se opera una incidencia subjetiva de una medida de seguridad individualizadora. ••• El misterio de la personalidad criminal puede quedar desvelado acertando con la fibra sensible que moviliza el sentido moral o hace ver la conveniencia de apartarse del delito. La reacción puede anular- las tendencias antisociales hasta alinear la conducta en otro sentido que lo desvíe del delito. Aunque sea elevada y vigorosa la peligrosidad no hay que excluir la posibilidad de que el individuo sea asequible a la acción reeduca- dora, ya que, en principio, no se considerará como rígidamente re- fractario a toda reforma, debiendo eliminarse la continuidad de las influencias perniciosas que lo apartaron de una alternativa de vida, recta y" honrada. Puede haberse perdido el temor a la sanción, pero si gracias a las medidas se canaliza la conducta combinando la impo- sición con la persuasión, puede el interno terminar aceptando volun- tariamente el plan originariamente impuesto para la regeneración y vida de trabajo subsanando, de este modo, la falta de asistencia social padecida.en un principio. La dificultad de la rehabilitación depende de la resistencia que opone al tratamiento quien está sometido a las medidas, lo cual es a su vez elocuente e indicativo del modo de ser de cada delincuente. La corrupción existente en algunas prisiones, donde prevalece so- terrada la inadvertida prepotencia de unos grupos de delincuentes o la hostilidad del ambiente social de quienes ya se encuentran en li- bertad, constituyen dificultades que obstaculizan el tratamiento reha- bilitador, el cual requiere establecimientos especializados, previa cla- NíSm. 1.253 — 8—
sificación de los delincuentes. Sólo así se logrará una reinserción
social impidiendo la operatividad y actuante permanencia de las cau- sas precedentes, cuya acción desembocó en la corrupción. La habi- tualidad en el delito implica un distanciamiento tal de la vida normal que, más que de actos, haya que hablar de una actitud, lo cual es algo más profundo y de la que es de temer surja en cualquier momento un ataque a bienes jurídicamente protegidos. De la sagacidad e inteligencia del delincuente se puede sacar pro- vecho en un tratamiento resocializador, de manera que llegue el in- terno a ver, por sí mismo, las ventajas que reporta la buena conducta, para lo cual se moverá, en ese sentido, si un acicate lo impulsa, per- catándose, al mismo tiempo, de lo inconveniente que resultan sus reacciones antisociales. Al imprimir esta recta orientación a los com- portamientos se promoverá la regeneración si es positivo el valor del «jemplo circundante, aún conscientes de que es muy difícil borrar totalmente el poso que deja en el alma la vida anterior de quien ha sido delincuente por sistema. Una auténtica individualización tendrá en cuenta la habitualidad de quien siempre estuvo abandonado, sin encontrar asistencia, frente al que espontánea y caprichosamente se colocó al margen de la ley, vulnerando sus preceptos. La voluntariedad manifiesta y particular malicia de este último contrasta con las adversas circunstancias so- ciales que rodearon al primero. El rigor disciplinario en consecuencia debería ser distinto por merecer mayor comprensión aquél. A veces la aplicación de una pena deja comprimido el resorte de las tendencias, pero tan pronto cesa aquélla, de nuevo recobra toda su virulencia la manifestación delincuente. La adaptación a la vida carcelaria es otro aspecto que plantea la delincuencia habitual. Puede suceder que pierda toda su eficacia inti- midativa la privación de libertad, no sintiendo el recluido incluso la fuerza aflictiva si en libertad está carente de medios y asistencia. Aquí el problema estriba en la deformación personal a que ha llegado el individuo. Por otro lado, estamos en presencia de un problema social necesitado^ de solución mediante la promoción individual de todos y cada uno de los implicados. El ejercicio continuado de una reprochable actividad crea una tendencia sobreañadida que es el hábito, el cual puede advertirse también en la ya expresada adaptación a la vida carcelaria. Sumido en el mundo del hampa, tanto en el interior de la prisión, como tam- bién al ser excarcelado, si actúan las mismas constantes, el delincuente habitual adolece de una degradación moral que reclama un específico tratamiento. Para la desaparición de ese negativo estado de peligro- sidad, más que la adopción de unas medidas tendentes a enervarla con la búsqueda de una postura de inhibición, cuenta la positiva pro- moción moral, profesional y económico-social del individuo, porque es así solamente como se puede borrar la situación del habituado en delinquir. No basta con pretender una conducta que se abstenga de toda infracción porque esto sólo puede.lograrse por vía de superación, Núm. 1,253 — 9 —
orientando y alentando el espíritu del individuo. Para neutralizar la
delincuencia habitual no hay que buscar la pasividad que en algunas prisiones vive el recluso, pues la inercia está muy próxima a la ocio- sidad dentro de la cual, en seguida, surgen las pasiones y apetitos malsanos que encaminan hacia el abuso y la extralimitación. La autodisciplina se logrará con una exquisita combinación de la corrección y la convicción imbuida. La dosis o proporción en que deben conjugarse ambos elementos depende de lo arraigado de la malicia y, correlativamente, de la receptividad dispensada en cada uno para in- corporar y hacer suyas las convicciones infundidas tanto racional como sentimentalmente. Hay que imprimir otra dirección al vivir del delincuente, para lo cual la orientación ofrecida necesita la fuerza del impulso que propor- ciona un nuevo sentido al rumbo de su vida, facilitando, para ello, el esfuerzo que personalmente tiene luego que desplegar el interesado. El trasplante en el ambiente vivido elimina la atmósfera contami- nante y permite cultivar el espíritu a fondo en un nuevo campo y sobre unas nuevas bases. Con todo, el jurista no debe incurrir en ingenuidad, pues es tan impresionante la peligrosidad de algunos delincuentes y éstos tan numerosos hoy día, que en las medidas de seguridad la duración y rigor disciplinario debe estar acorde con el riesgo- social que aquéllos representan. En. la consideración de la rehabilitación algunos pena- listas, parece que enfrascados en sus teorías, no han visto de cerca la realidad cotidiana de una delincuencia creciente y de profunda antisocialidad que requiere una enérgica defensa social. Si se quiere que la sociedad no quedé desarmada hay que arbitrar medios pro- porcionados al ataque que aquélla experimenta continuadamente por quienes desprecian los valores que la Ley protege. Mas el problema adquiere todavía caracteres más alarmantes cuan- do el conjunto de delincuentes, afincados en las grandes urbes, es tal que la seguridad ciudadana peligra ante la imposibilidad de capturar a todos los autores que encuentran más fácil refugio en la masa hu- mana que constituye el gran núcleo urbano. La incidencia de esta delincuencia puede llegar desde la inseguridad general hasta el caos, estando el foco del mal especialmente en zonas periféricas de las ciudades, como sucede en los suburbios. Inseguridad que, por otra parte, se fomenta fácilmente con el efecto multiplicador de las publi- caciones diarias, que dan carácter de noticia a cuanto de trágico acontece en el país, pues al hacerse eco de todo lo desgraciado aumenta la resonancia y el temor se hace generalizado. La criminalidad habitual supone un fenómeno de contradicción social por el enfrentamiento que implica ante los estados de normali- dad. Ese contrate, al constituir excepción de las situaciones de paz, hace que el delincuente conserve una conciencia social de los actos antijurídicos que comete, pues la conciencia moral, como decíamos, está anulada y es muy difícil infundirla cuando la perversión es pro- funda. Núm. 1.253 — 10 —
La habitualidad criminal no es una situación constante, pues tam-
bién estos delincuentes .sienten miedo ante la posible aplicación de la Ley. La vivencia de la maldad no es permanente. En un ser humano, ñor malvado que sea, hay dudas, vacilaciones, temores y suspicacias; incluso, conflictos íntimos en las tendencias entre el bien el mal. En Ja habitualidad hav periodicidad en las conductas antijurídicas v lógi- camente la colocación al margen de la Ley ñor parte del individuo no es ininterrnrnuida aunque la frecuencia de los delitos pueda ser mavor en muchos casos. Como la conciencia moral en el delincuente habitual está anulada su actuación se conecta en relación con las posibilidades de sustraerse a la. acción de la Justicia, a la cual, por lo general, temen. De ahí crae sea en ellos característica la habilidad en la consumación de los de- litos y sean aauéllos los más sagaces conocedores de las formas co- mis'ivas que menor compromiso pueden suponerles, a fin de eludir el riesgo de ser detenidos una vez comprobada su efectiva participación. Muchas veces la conducta responde a un plan premeditado v su Rxperiencia anterior les lleva a preparar el crimen, asegurando, en lo nosible, la impunidad, para lo cual cuidan el modo de eludir la vigi- lancia a que pueden estar sometidos y venciendo, otras veces, la re- sistencia qué encuentran a su paso, desplegando las acciones con una audacia y energía poco comunes, favorecidas por la escasa reacción que eventualmente podrá oponer la víctima. Siendo elevado el grado de malicia existente en el delincuente habitual serán las circunstancias de cada caso las que lo lleven a delinquir o no. El crimen, unas veces, es el resultado de la actuación del pruno al que se asocia el sujeto; otras, la crisis o dificultad económica que el mismo atraviesa: en ocasiones, abre paso al delito la facilidad de oportunidades, como acontece con él descuido v falta de precauciones de la presunta víctima. Es, en definitiva, la variable conjunción del factor constante y el eventual, lo que explica la aparición del delito. Causas internas o subjetivas, y externas o sociales, se combinan en diferente grado. En todo caso se une a la intensa peligrosidad la eventualidad de unas circunstancias concurrentes, lo que hace que se convierta en acto de potenciaildad criminal con anterioridad exis- tente. Prima, sin embargo, como causa prevalente la malicia de los proscritos, que pueden llegar al extremo de sentir complacencia en el daño ocasionado a otros, gozando en la sensación del sufrimiento ajeno, independientemente del provecho propio procurado al perpe- trar el delito. En muchos individuos el modo de vida está marcado por el vicio, la indigencia, el desorden, la crisis o el desarraigo familiar; la bús- queda de los ambientes donde la inmoralidad es predominante, el desaliño, la falta de organización en la forma de vida, lo incivil de ciertas costumbres, la vida nocturna, la indiferencia o el enfrenta- miento con todo lo que suponga orden y método. Aspectos todos ellos a tener en cuenta en cualquier proyecto que aspire a la rehabilitación Núm. 1.253 — 11 — de este tipo de delincuentes. La ineficacia de las penas anteriormente aplicadas es algo que quedó patente tras la reincidencia apreciada en la sentencia. Inoperancia tanto más destacada cuanto mayor es la radicalización de la tendencia al mal en un alma emponzoñada. Una reorganización se impone en el modo de vivir, borrando, en lo posible, las huellas de un pasado calamitoso, sin olvidar que pa- sados lo& años es extraordinariamente difícil enderezar la conducta. La repetición de los delitos es un hecho sintomático; por eso, tras el cumplimiento de las penas impuestas, es menester formular un diag- nóstico, observando que la reincidencia y reiteración como agravantes, son el efecto de una causa cuyo estudio nos ocupa. El freno que se autoimpone el individuo podrá provenir de un sentimiento de probidad o de la racional ponderación de los incon- venientes anejos a un desgobierno de la conducta. Las expansiones incontroladas de un libertinaje ilimitado, con un radical enfrenta- miento a la Ley, hallan, a veces, en la falta de resistencia social ante el delito, por indiferencia o cobardía de las gentes, una facilidad para llevar a término los deseos criminales. En otras ocasiones, es la sub- versión de valores que se padece, lo que motiva que la repudiación generalizada del delito o de algunas infracciones en particular no sea todo lo enérgica e indubitada que debiera ser, pues no siempre pre- dominan las tendencias más deseables. Si la anarquía y los desmanes no son contenidos, los extravíos de una voluntad que se mueve a capricho encontrará una cómoda culmi- nación de sus realizaciones si no se oponen los obstáculos legales que impiden la satisfacción del propósito criminal que rechaza la disci- plia. La. dificultad en imponerla es un dato expresivo a efectos de calificar el arraigo criminal y, sobre esta base, procurar luego la readaptación social con un retorno a los buenos principios. La gravedad, variedad y número de los delitos revelará también la intensidad criminosa que descubre el individuo. Otro aspecto del tema examinado es el de la especialización cri- minal de algunos delincuentes habituales, hasta el punto de que la inteligencia, en cada uno, está puesta al servicio de un tipo de delitos muy distintos unos de otros, como también difieren los modos comi- sivos que la policía conoce especialmente. El descuidero, el estafador el atracador, el terrorista, mediante acciones aisladas o en grupo, entre otros, corresponden a tipos de autor diferentes, lo que hace que se deba hablar mejor de delincuentes habituales que de delincuencia habitual, dada la heterogeneidad de supuestos que se encierran bajo un mismo título. Además, la peligrosidad difiere isensiblemente, según los casos como se deduce de los ejemplos antes citados. Por tanto, las medidas de seguridad habrán de ser también de un rigor gradual, atendidas las circunstancias personales y la gravedad del delito, cometido. Como fruto la reconversión de la deficiente trayectoria vital podrá ser, por auténtica convicción moral, o gracias al desengaño que acarrea la Núm. 1.253 —12 —
Marcha desencaminada de una serie continuada de malandanzas qué,
asimismo, reconducen a la rectificación. No es preciso un análisis muy prolongado para advertir el conven- cionalismo que se encierra en la estimativa de la agravante de rein- cidencia. Que es una posición legalista artificiosa lo demuestra la necesidad de que a la salida de la prisión, después de haber quedado cumplida la pena privativa de libertad, se impone como imperativo el diagnosticar la eficacia del tratamiento aplicado, examinando cual es la disposición del penado, a fin de comprobar su capacidad para una reinserción social y si se ha operado o no una efectiva reforma, y así adoptar, en su caso, medidas postcarcelarias. Diferenciar el recluso que en su ánimo alberga un arrepentimien- to sincero, frente a aquel otro en el que la osadía, audacia e insolencia, e incluso la corrupción, se conservan todavía a la salida del estable- cimiento penitenciario, es algo fundamental; porque en la citada dis- posición anímica está el germen de posibles recaídas, sobre todo, si regresa al ambiente familiar o social que anteriormente lo llevaron a delinquir. Esto demuestra que no se ha logrado aún su redención auténtica. El ataque a los bienes jurídicos de otras personas que el delin- cuente habitual lesiona supone, en todo caso, una subversión de va- lores de que adolece en su intimidad quien es responsable penalmente, Sin embargo, en un tipo de autores predominará la indiferencia y la desmoralización, estando rutinariamente encaminados hacia el delito. En otros, por el contrario, es muy marcada la antisocialidad por la fuerte inclinación delictiva y la extraordinaria gravedad de los críme- nes cometidos, lo que hace que haya que poner en tela de juicio la posibilidad de la reforma social y, por supuesto, moral de tales delin- cuentes, los cuales necesitan de medidas de seguridad, entendidas éstas, en su sentido más literal. Preservar a la sociedad de nuevos crímenes que ponen en peligro la integridad del cuerpo social, obliga a imponer medidas de defensa que aseguren su salvaguardia.