Está en la página 1de 10

COLABORACIONES

El delincuente habitual

Por CARLOS ONECHA SANTAMARÍA


Magistrado

Uno de los temas que más deben preocupar actualmente en Dere-


cho Penal y en toda Política legislativa en la materia ha de ser el de la
delincuencia habitual. Su realidad cotidiana, especialmente en las gran-
des ciudades, y el quebranto que para la seguridad pública representa
la existencia de un grupo numeroso de individuos que hacen del de-
lito una actividad que está incorporada radicalmente a su modo de
conscientes de las vinculaciones existentes entre ambos conceptos, es
si se quiere poner remedio a tan palpitante problema.
Para afrontar el asunto no cabe remitirse totalmente al tema de la
peligrosidad que está en la relación de género a especie, pues aun
conscientes de las viuculaciones existentes entre ambos conceptos, es
de notar que pueden darse distintos niveles de gravedad en la habi-
tualidad y, por tanto, la peligrosidad ser de diferente intensidad, se-
gún los casos,
En el delincuente habitual la inmoralidad impregna sustancialmen-
te su vivir. Algo que de suyo es anormal, como acontece en todo de-
lito, se convierte subjetivamente en regla de conducta. Si las poten-
cias o facultades humanas convergen tendencialmente hacia la injusto
es porque hay una carga criminosa que se proyecta hacia el mal y
que varía según la intensidad de aquélla. Esa peligrosidad predisponen-
te, más que nacer muchas veces de una debilidad de la voluntad para
oponerse al hábito, surge de una firmeza de la decisión que, con el
tiempo, llega a quedar alineada en el cauce que el hábito crea, mer-
mando la libertad como sucede en la rigidez suscitada por la aparición
de una persistente en el propósito de hacer un daño a otro, lo cual
es resultado de los actos nacidos de un endurecida entraña que se
moviliza hacia él mal. "Eso se comprueba en el número, sucesión y
frecuencia de los delitos cometidos. El autor, al ser presa de sus
propios extravíos, tiene menguadas las alternativas que, en principio,
la libertad proporciona. Consiguientemente la opción por el bien que-
da menoscabada.
Para enervar los efectos de este fenómeno social de la delincuen-
cia habitual la réplica jurídica habrá de tener el vigor suficiente y
así contrarrestar la negativa incidencial social o la alarma provocada
por la diaria proliferación de tantos delitos perpetrados por quienes
son delincuentes habituales, los cuales para rectificar su desviada
conducta deben reconvertirse y retornar a la senda de la que nunca
debieron apartarse.
Núm. 1.253
4

El enjuiciamiento aislado de cada caso y la apreciación contenida


en un pronunciamiento condenatorio estimando la agravante de rein-
cidencia o multirreincidencia no remedia el problema.
La estimativa de la habitualidad conlleva una visión de conjunto
y obliga a observar el historial que precede al momento en que se
trata de emitir un juicio. De ahí que no sea un aspecto cuantitativo
el cual sólo es consecuencia de otro cualitativo, ya que hay que co-
nocer al individuo para luego encararse ante una clasificación que
atiende a la genuina fisonomía de cada tipo de autor.
Al percatarse de la profunda deformación moral que entraña la
configuración psicológica del delincuente habitual hay que entresacar
las peculiaridades individuales de cada uno significando la gravedad,
periodicidad, así como el número de infracciones y si éstas responden
incluso a una profesionalidad que específicamente singulariza el au-
tor con el cultivo de unas mismas costumbres.
Todo vicio es un producto de una inclinación personal y cuando
su incremento llega hasta el extremo de perder el individuo la con-
ciencia moral, ésta se insensibiliza degenerando en una relajación
de costumbres, lo cual se puede plantear a nivel individual o colec-
tivo. El conflicto íntimo entre las tendencias hacia el bien o el mal
entonces desaparece a causa de la perversión de valores, dificultán-
dose sobremanera las posibilidades de regeneración.
Así como el delincuente ocasional merece una comprensión, e ins-
tituciones como la condena condicional responden a ese espíritu, no
acontece lo mismo con el reincidente, porque el sucesivo encadena-
miento de delitos es expresivo de su prolongada tendencia antisocial.
La recaída es simple consecuencia de la contumacia de la voluntad
inadaptada al estar empujada por un hábito que hace más difícil la
enmienda a fin de sobreponerse al abismo moral en <me ha caído.
Su alma queda bloqueada con un aislamiento espiritual, pues al per-
petuar sus malas acciones está prisionero del hábito, por él mismo
creado, haciéndose más difícil la operatividad del influjo regenerador
habida cuenta de la impermeabilidad del espíritu sin disposición para
el cambio.
Lo fuerte de la inclinación depende, como es lógico, del grado de
peligrosidad pero también trascienden otros factores como lo es el
entorno que sostiene y favorece la delincuencia en ciertos ambientes.
En la misma automarginación con degradación se refuerzan las ten-
dencias naturales de los malos instintos.
En sus comienzos el joven delincuente suele mostrar una rebeldía
que puede ser resultado del descontento causado por frustraciones,
abandono familiar, necesidades, marginación social o la postración
unida a la desmoralización. El examen criminológico revelará las cau-
sas, pero lo que aquí importa subrayar es que el momento de la ini-
ciación en la delincuencia es tan crítico como el de toda encrucijada
por cuanto depende del tratamiento penitenciario, o de las medidas
de seguridad que se adopten, el que persista en sus recaídas o, por
el contrario, se rehabilite totalmente para la vida en sociedad.
Núm. 1.253
De seguir o no operando los factores que lo llevaron a delinquir
dependerá la recuperación del incipiente delincuente que, a veces,
busca y no encuentra una salida honrada con el fin de corregir su
desviación.
: Es la sucesión continuada de delitos, sean de la misma o distinta
naturaleza, lo que hace que se termine en ese descenso desembocando
en la constitución de un fondo residual de carácter amoral, pues tras
el encallecimiento de la conciencia queda la fuerza inherente a la
reptición de quien se va hundiendo en el delito progresivamente.
.. A veces, algo que de suyo es objetivamente anormal se convierte,
subjetivamente, en norma, como en la práctica acontece, a veces, con
delitos permanentes. Así ocurre en el abandono de familia cuando, en
realidad, estamos en presencia de meras situaciones de hecho a las
que su prolongación y frecuencia infundadamente es base para otor-
gar justificación que, en principio, repugna.
Para una buena formación el valor de la orientación primera que
imprime sentido a la conducta es capital, pues el deslizamiento por
el camino fácil de la delincuencia puede derivar en una habitualidad,
sobre todo, si a la falta de reeducación se unen factores ambientales
propicios como sucede con el influjo de la acción de un grupo o la
pandilla juvenil que, aún siendo de criminalidad incipiente, ya denota
inadaptación e inmoralidad.
Se precisa una disciplina impuesta cuando voluntariamente falta
el autocontrol propio de una autodisciplina. El temor a la sanción
muchas veces coarta y evita la comisión de innumerables delitos, pero
el ímpetu de una voluntad dispuesta a enfrentarse en una serie suce-
siva de obstáculos erizados, a veces, de dificultades da idea de la
tenacidad criminal, por lo que resulta ardua la empresa de reconducir
hacia el bien, nunca elegido espontáneamente, aunque es posible sea
aceptado gracias al rigor disciplinario que se impone por la total
ausencia de un voluntario acatamiento de la norma jurídica.
La falta de sentimientos religiosos y morales es subsidiariamente
cubierto por el Derecho que asegura, en todo caso, el castigo de los
actos que atenían contra el mismo. La historia de un pasado repro-
bable condiciona el devenir futuro del individuo por el lastre que
acarrea el cúmulo de delitos cometidos, lo cual hace más difícil el
esfuerzo tendente a emerger de tal situación borrando la huella de la
degradación que induce a proseguir el. mismo camino por el paso
precedente de varios delitos.
El grado de malicia difiere sensiblemente según los casos. La posi-
bilidad de regeneración da idea de la intensidad de la maldad. Para
la-recuperación hay que valorar el índice de peligrosidad, que se mide
por la gravedad de los delitos y el número de éstos.
La presencia en las prisiones de individuos que son delincuentes
por convicción y cabeza de grupo contrasta con los débiles de volun-
tad, fácilmente influenciables, ante la presión a que se ven sometidos,
por quienes les han conducido hacia el delito. El robustecimiento de
la voluntad en los primeros, muchas veces incorregibles, se debe con-
mm. 1.253
— 6—
traponer con los segundos, de más fácil readaptación social con tal
de conseguir liberarlos de la nefasta influencia a que han estado so-
metidos.
Una habitualidad por imitación o seguimiento reclama distinto
tratamiento de aquéllos que son promotores o toman las iniciativas
en las organizaciones delincuentes.
La estimación de la diversa gravedad de los diferentes hechos es
un claro índice de lo imperioso que resulta una clasificación de los
delincuentes habituales al ser distinta la potencialidad criminal en
unos y otros. Por tal motivo también será diferente la represión apro-
piada para cada uno atendiendo al grado de malicia.
Una pérdida del sentimiento de la dignidad personal puede ir unida
a tendencias antisociales a causa del trato recibido, quizá recíproca-
mente, de la sociedad con anterioridad, lo cual explica que, subjeti-
vamente, el delincuente albergue en su ánimo una autojustificación.
Una procedencia de los bajos fondos sociales hace que esa inferior
extracción social explique, en su origen, la rebeldía contenida en su
antisocialidad fomentada por el influjo desfavorable de un entorno
social pertubador, a veces, continuado a lo largo de su vida.
Extirpar ese tumor es condición previa para la disminución de la
delincuencia y de la rehabilitación de quienes están ya inmersos en
aquélla. La desaparición de las condiciones de las cuales depende la
habitualidad constituye el medio preciso para lograr la readaptación
social de los reincidentes. Hay que notar también que un hábito ma-
ligno sólo se puede contrarrestar con otro hábito de signo contrario,
por cuanto una tendencia perniciosa muy arraigada sólo podrá ener-
varse mediante un influjo permanente que encamine hacia el bien a
un determinado sujeto especialmente con un método y trabajo orga-
nizado para sobreponerse a sí mismo, con la necesaria ayuda, saliendo
de ese estado y remontando la pendiente por la que descendió.
Mejor que establecer una distinción, como hace algún autor, entre
habitualidad natural y la adquirida, pensamos que es preferible dife-
renciar entre la adquirida prematuramente y la fomentada con poste-
rioridad hasta la corrupción. Cuando se habla de los influjos perni-
ciosos de ciertos ambientes hay que distinguir entre los que operaron
en su origen y los subsecuentes a la niñez y la juventud. Los primeros
pueden dejar una huella indeleble, pues en los primeros años, en que
el alma humana es extraordinariamente sensible, podrá la misma des-
graciadamente experimentar un traumatismo psíquico que deje el poso
del resentimiento calando hasta profundos estratos del alma humana.
Caso distinto es el de la habitualidad criminal que tiene su naci-
miento en el vicio, reforzado con la energía y osadía de una voluntad
potente, que contrasta, como dicen algunos penalistas, con aquéllos
que tienen una voluntad débil, que por no contener sus impulsos no
resisten sus tentaciones. Supuestos a los que cabría añadir el de quie-
nes, por ser fácilmente sugestionables, no se oponen apartándose de
los influjos nefastos.
Núm. 1.253
_ 7 —

No es indiferente saber cuál es la plataforma psicológica en la que


está inmerso y desde la cual actúa el infractor. La agresividad, el re-
sentimiento, el odio, el afán de poder y de tener, la soberbia con el
desprecio ajeno o el ocio, son, entre otros, unos ejemplos que pueden
contribuir a averiguar la etiología del delito. A veces concurren una
pluralidad de factores diversos.
El gran problema de la reincidencia estriba en que el delito se ha
convertido en máxima de conducta que tiene en la más mínima opor-
tunidad su ocasión de reproducirse con nuevas manifestaciones anti-
sociales, dado el endurecimiento de la conciencia o la pérdida del
sentimiento de probidad.
El peligro social que representa el delincuente habitual es alar-
mante, pues si se exceptúa a los jóvenes que se inician en la delin-
cuencia, las estadísticas demuestran que en los delitos dolosos la in-
mensa mayoría de los hechos delictivos que son cometidos en nuestra
sociedad, son obra de quienes tienen ya antecedentes penales por los
mismos u otros delitos. De ahí la necesidad de aplicar medios de
seguridad en los cuales la duración no tiene el alcance y significado
propio de las penas. Aquí importa la regeneración del delincuente ha-
bitual. La misma calificación de. delincuente incorregible puede no
cumplirse en la práctica, pues consiguiendo previamente diagnosticar
el' mal y aplicar el tratamiento que lo sensibiliza para poder erradicar
la tendencia contenida en el sujeto se opera una incidencia subjetiva
de una medida de seguridad individualizadora.
••• El misterio de la personalidad criminal puede quedar desvelado
acertando con la fibra sensible que moviliza el sentido moral o hace
ver la conveniencia de apartarse del delito. La reacción puede anular-
las tendencias antisociales hasta alinear la conducta en otro sentido
que lo desvíe del delito.
Aunque sea elevada y vigorosa la peligrosidad no hay que excluir
la posibilidad de que el individuo sea asequible a la acción reeduca-
dora, ya que, en principio, no se considerará como rígidamente re-
fractario a toda reforma, debiendo eliminarse la continuidad de las
influencias perniciosas que lo apartaron de una alternativa de vida,
recta y" honrada. Puede haberse perdido el temor a la sanción, pero
si gracias a las medidas se canaliza la conducta combinando la impo-
sición con la persuasión, puede el interno terminar aceptando volun-
tariamente el plan originariamente impuesto para la regeneración y
vida de trabajo subsanando, de este modo, la falta de asistencia social
padecida.en un principio. La dificultad de la rehabilitación depende
de la resistencia que opone al tratamiento quien está sometido a las
medidas, lo cual es a su vez elocuente e indicativo del modo de ser
de cada delincuente.
La corrupción existente en algunas prisiones, donde prevalece so-
terrada la inadvertida prepotencia de unos grupos de delincuentes o
la hostilidad del ambiente social de quienes ya se encuentran en li-
bertad, constituyen dificultades que obstaculizan el tratamiento reha-
bilitador, el cual requiere establecimientos especializados, previa cla-
NíSm. 1.253
— 8—

sificación de los delincuentes. Sólo así se logrará una reinserción


social impidiendo la operatividad y actuante permanencia de las cau-
sas precedentes, cuya acción desembocó en la corrupción. La habi-
tualidad en el delito implica un distanciamiento tal de la vida normal
que, más que de actos, haya que hablar de una actitud, lo cual es algo
más profundo y de la que es de temer surja en cualquier momento un
ataque a bienes jurídicamente protegidos.
De la sagacidad e inteligencia del delincuente se puede sacar pro-
vecho en un tratamiento resocializador, de manera que llegue el in-
terno a ver, por sí mismo, las ventajas que reporta la buena conducta,
para lo cual se moverá, en ese sentido, si un acicate lo impulsa, per-
catándose, al mismo tiempo, de lo inconveniente que resultan sus
reacciones antisociales. Al imprimir esta recta orientación a los com-
portamientos se promoverá la regeneración si es positivo el valor del
«jemplo circundante, aún conscientes de que es muy difícil borrar
totalmente el poso que deja en el alma la vida anterior de quien ha
sido delincuente por sistema.
Una auténtica individualización tendrá en cuenta la habitualidad
de quien siempre estuvo abandonado, sin encontrar asistencia, frente
al que espontánea y caprichosamente se colocó al margen de la ley,
vulnerando sus preceptos. La voluntariedad manifiesta y particular
malicia de este último contrasta con las adversas circunstancias so-
ciales que rodearon al primero. El rigor disciplinario en consecuencia
debería ser distinto por merecer mayor comprensión aquél.
A veces la aplicación de una pena deja comprimido el resorte de
las tendencias, pero tan pronto cesa aquélla, de nuevo recobra toda
su virulencia la manifestación delincuente.
La adaptación a la vida carcelaria es otro aspecto que plantea la
delincuencia habitual. Puede suceder que pierda toda su eficacia inti-
midativa la privación de libertad, no sintiendo el recluido incluso la
fuerza aflictiva si en libertad está carente de medios y asistencia.
Aquí el problema estriba en la deformación personal a que ha llegado
el individuo. Por otro lado, estamos en presencia de un problema
social necesitado^ de solución mediante la promoción individual de
todos y cada uno de los implicados.
El ejercicio continuado de una reprochable actividad crea una
tendencia sobreañadida que es el hábito, el cual puede advertirse
también en la ya expresada adaptación a la vida carcelaria. Sumido
en el mundo del hampa, tanto en el interior de la prisión, como tam-
bién al ser excarcelado, si actúan las mismas constantes, el delincuente
habitual adolece de una degradación moral que reclama un específico
tratamiento. Para la desaparición de ese negativo estado de peligro-
sidad, más que la adopción de unas medidas tendentes a enervarla
con la búsqueda de una postura de inhibición, cuenta la positiva pro-
moción moral, profesional y económico-social del individuo, porque
es así solamente como se puede borrar la situación del habituado en
delinquir. No basta con pretender una conducta que se abstenga de
toda infracción porque esto sólo puede.lograrse por vía de superación,
Núm. 1,253
— 9 —

orientando y alentando el espíritu del individuo. Para neutralizar la


delincuencia habitual no hay que buscar la pasividad que en algunas
prisiones vive el recluso, pues la inercia está muy próxima a la ocio-
sidad dentro de la cual, en seguida, surgen las pasiones y apetitos
malsanos que encaminan hacia el abuso y la extralimitación.
La autodisciplina se logrará con una exquisita combinación de la
corrección y la convicción imbuida. La dosis o proporción en que deben
conjugarse ambos elementos depende de lo arraigado de la malicia y,
correlativamente, de la receptividad dispensada en cada uno para in-
corporar y hacer suyas las convicciones infundidas tanto racional
como sentimentalmente.
Hay que imprimir otra dirección al vivir del delincuente, para lo
cual la orientación ofrecida necesita la fuerza del impulso que propor-
ciona un nuevo sentido al rumbo de su vida, facilitando, para ello,
el esfuerzo que personalmente tiene luego que desplegar el interesado.
El trasplante en el ambiente vivido elimina la atmósfera contami-
nante y permite cultivar el espíritu a fondo en un nuevo campo y
sobre unas nuevas bases.
Con todo, el jurista no debe incurrir en ingenuidad, pues es tan
impresionante la peligrosidad de algunos delincuentes y éstos tan
numerosos hoy día, que en las medidas de seguridad la duración y
rigor disciplinario debe estar acorde con el riesgo- social que aquéllos
representan. En. la consideración de la rehabilitación algunos pena-
listas, parece que enfrascados en sus teorías, no han visto de cerca
la realidad cotidiana de una delincuencia creciente y de profunda
antisocialidad que requiere una enérgica defensa social. Si se quiere
que la sociedad no quedé desarmada hay que arbitrar medios pro-
porcionados al ataque que aquélla experimenta continuadamente por
quienes desprecian los valores que la Ley protege.
Mas el problema adquiere todavía caracteres más alarmantes cuan-
do el conjunto de delincuentes, afincados en las grandes urbes, es tal
que la seguridad ciudadana peligra ante la imposibilidad de capturar
a todos los autores que encuentran más fácil refugio en la masa hu-
mana que constituye el gran núcleo urbano. La incidencia de esta
delincuencia puede llegar desde la inseguridad general hasta el caos,
estando el foco del mal especialmente en zonas periféricas de las
ciudades, como sucede en los suburbios. Inseguridad que, por otra
parte, se fomenta fácilmente con el efecto multiplicador de las publi-
caciones diarias, que dan carácter de noticia a cuanto de trágico
acontece en el país, pues al hacerse eco de todo lo desgraciado aumenta
la resonancia y el temor se hace generalizado.
La criminalidad habitual supone un fenómeno de contradicción
social por el enfrentamiento que implica ante los estados de normali-
dad. Ese contrate, al constituir excepción de las situaciones de paz,
hace que el delincuente conserve una conciencia social de los actos
antijurídicos que comete, pues la conciencia moral, como decíamos,
está anulada y es muy difícil infundirla cuando la perversión es pro-
funda.
Núm. 1.253
— 10 —

La habitualidad criminal no es una situación constante, pues tam-


bién estos delincuentes .sienten miedo ante la posible aplicación de la
Ley. La vivencia de la maldad no es permanente. En un ser humano,
ñor malvado que sea, hay dudas, vacilaciones, temores y suspicacias;
incluso, conflictos íntimos en las tendencias entre el bien el mal. En
Ja habitualidad hav periodicidad en las conductas antijurídicas v lógi-
camente la colocación al margen de la Ley ñor parte del individuo
no es ininterrnrnuida aunque la frecuencia de los delitos pueda ser
mavor en muchos casos.
Como la conciencia moral en el delincuente habitual está anulada
su actuación se conecta en relación con las posibilidades de sustraerse
a la. acción de la Justicia, a la cual, por lo general, temen. De ahí crae
sea en ellos característica la habilidad en la consumación de los de-
litos y sean aauéllos los más sagaces conocedores de las formas co-
mis'ivas que menor compromiso pueden suponerles, a fin de eludir el
riesgo de ser detenidos una vez comprobada su efectiva participación.
Muchas veces la conducta responde a un plan premeditado v su
Rxperiencia anterior les lleva a preparar el crimen, asegurando, en lo
nosible, la impunidad, para lo cual cuidan el modo de eludir la vigi-
lancia a que pueden estar sometidos y venciendo, otras veces, la re-
sistencia qué encuentran a su paso, desplegando las acciones con una
audacia y energía poco comunes, favorecidas por la escasa reacción
que eventualmente podrá oponer la víctima.
Siendo elevado el grado de malicia existente en el delincuente
habitual serán las circunstancias de cada caso las que lo lleven a
delinquir o no.
El crimen, unas veces, es el resultado de la actuación del pruno
al que se asocia el sujeto; otras, la crisis o dificultad económica que
el mismo atraviesa: en ocasiones, abre paso al delito la facilidad de
oportunidades, como acontece con él descuido v falta de precauciones
de la presunta víctima. Es, en definitiva, la variable conjunción del
factor constante y el eventual, lo que explica la aparición del delito.
Causas internas o subjetivas, y externas o sociales, se combinan en
diferente grado. En todo caso se une a la intensa peligrosidad la
eventualidad de unas circunstancias concurrentes, lo que hace que se
convierta en acto de potenciaildad criminal con anterioridad exis-
tente. Prima, sin embargo, como causa prevalente la malicia de los
proscritos, que pueden llegar al extremo de sentir complacencia en
el daño ocasionado a otros, gozando en la sensación del sufrimiento
ajeno, independientemente del provecho propio procurado al perpe-
trar el delito.
En muchos individuos el modo de vida está marcado por el vicio,
la indigencia, el desorden, la crisis o el desarraigo familiar; la bús-
queda de los ambientes donde la inmoralidad es predominante, el
desaliño, la falta de organización en la forma de vida, lo incivil de
ciertas costumbres, la vida nocturna, la indiferencia o el enfrenta-
miento con todo lo que suponga orden y método. Aspectos todos ellos
a tener en cuenta en cualquier proyecto que aspire a la rehabilitación
Núm. 1.253
— 11 —
de este tipo de delincuentes. La ineficacia de las penas anteriormente
aplicadas es algo que quedó patente tras la reincidencia apreciada en
la sentencia. Inoperancia tanto más destacada cuanto mayor es la
radicalización de la tendencia al mal en un alma emponzoñada.
Una reorganización se impone en el modo de vivir, borrando, en
lo posible, las huellas de un pasado calamitoso, sin olvidar que pa-
sados lo& años es extraordinariamente difícil enderezar la conducta.
La repetición de los delitos es un hecho sintomático; por eso, tras el
cumplimiento de las penas impuestas, es menester formular un diag-
nóstico, observando que la reincidencia y reiteración como agravantes,
son el efecto de una causa cuyo estudio nos ocupa.
El freno que se autoimpone el individuo podrá provenir de un
sentimiento de probidad o de la racional ponderación de los incon-
venientes anejos a un desgobierno de la conducta. Las expansiones
incontroladas de un libertinaje ilimitado, con un radical enfrenta-
miento a la Ley, hallan, a veces, en la falta de resistencia social ante
el delito, por indiferencia o cobardía de las gentes, una facilidad para
llevar a término los deseos criminales. En otras ocasiones, es la sub-
versión de valores que se padece, lo que motiva que la repudiación
generalizada del delito o de algunas infracciones en particular no sea
todo lo enérgica e indubitada que debiera ser, pues no siempre pre-
dominan las tendencias más deseables.
Si la anarquía y los desmanes no son contenidos, los extravíos de
una voluntad que se mueve a capricho encontrará una cómoda culmi-
nación de sus realizaciones si no se oponen los obstáculos legales que
impiden la satisfacción del propósito criminal que rechaza la disci-
plia. La. dificultad en imponerla es un dato expresivo a efectos de
calificar el arraigo criminal y, sobre esta base, procurar luego la
readaptación social con un retorno a los buenos principios.
La gravedad, variedad y número de los delitos revelará también
la intensidad criminosa que descubre el individuo.
Otro aspecto del tema examinado es el de la especialización cri-
minal de algunos delincuentes habituales, hasta el punto de que la
inteligencia, en cada uno, está puesta al servicio de un tipo de delitos
muy distintos unos de otros, como también difieren los modos comi-
sivos que la policía conoce especialmente. El descuidero, el estafador
el atracador, el terrorista, mediante acciones aisladas o en grupo, entre
otros, corresponden a tipos de autor diferentes, lo que hace que se
deba hablar mejor de delincuentes habituales que de delincuencia
habitual, dada la heterogeneidad de supuestos que se encierran bajo
un mismo título.
Además, la peligrosidad difiere isensiblemente, según los casos
como se deduce de los ejemplos antes citados. Por tanto, las medidas
de seguridad habrán de ser también de un rigor gradual, atendidas
las circunstancias personales y la gravedad del delito, cometido. Como
fruto la reconversión de la deficiente trayectoria vital podrá ser, por
auténtica convicción moral, o gracias al desengaño que acarrea la
Núm. 1.253
—12 —

Marcha desencaminada de una serie continuada de malandanzas qué,


asimismo, reconducen a la rectificación.
No es preciso un análisis muy prolongado para advertir el conven-
cionalismo que se encierra en la estimativa de la agravante de rein-
cidencia. Que es una posición legalista artificiosa lo demuestra la
necesidad de que a la salida de la prisión, después de haber quedado
cumplida la pena privativa de libertad, se impone como imperativo el
diagnosticar la eficacia del tratamiento aplicado, examinando cual es
la disposición del penado, a fin de comprobar su capacidad para una
reinserción social y si se ha operado o no una efectiva reforma, y así
adoptar, en su caso, medidas postcarcelarias.
Diferenciar el recluso que en su ánimo alberga un arrepentimien-
to sincero, frente a aquel otro en el que la osadía, audacia e insolencia,
e incluso la corrupción, se conservan todavía a la salida del estable-
cimiento penitenciario, es algo fundamental; porque en la citada dis-
posición anímica está el germen de posibles recaídas, sobre todo, si
regresa al ambiente familiar o social que anteriormente lo llevaron a
delinquir. Esto demuestra que no se ha logrado aún su redención
auténtica.
El ataque a los bienes jurídicos de otras personas que el delin-
cuente habitual lesiona supone, en todo caso, una subversión de va-
lores de que adolece en su intimidad quien es responsable penalmente,
Sin embargo, en un tipo de autores predominará la indiferencia y la
desmoralización, estando rutinariamente encaminados hacia el delito.
En otros, por el contrario, es muy marcada la antisocialidad por la
fuerte inclinación delictiva y la extraordinaria gravedad de los críme-
nes cometidos, lo que hace que haya que poner en tela de juicio la
posibilidad de la reforma social y, por supuesto, moral de tales delin-
cuentes, los cuales necesitan de medidas de seguridad, entendidas
éstas, en su sentido más literal. Preservar a la sociedad de nuevos
crímenes que ponen en peligro la integridad del cuerpo social, obliga
a imponer medidas de defensa que aseguren su salvaguardia.

Núm. 1.253

También podría gustarte