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Un nuevo sistema de terror

Los yihadistas se sirven de los medios para ampliar el impacto de sus acciones armadas

Loretta Napoleoni​ ​11 ENE 2015

Lo primero que llama la atención del atentado parisino es la profesionalidad con la que se ha llevado a cabo,
haciendo gala de una frialdad y organización propias de organizaciones mafiosas; en definitiva, nos hallamos
a miles de kilómetros de distancia de los fallidos ataques de los terroristas diletantes de la primera década del
siglo o del ejército de desharrapados talibanes. También estamos muy lejos de las bombas suicidas de la
estación de Atocha en Madrid, así que es posible que la alta profesionalidad adquirida por los yihadistas de
hoy les permita sobrevivir y, por tanto, repetir sus acciones. Al igual que ha cambiado mucho el modelo
financiero del terrorismo islámico —hemos podido darnos cuenta de ello con el auge del Estado Islámico, la
primera organización armada transmutada en Estado—, lo mismo ha ocurrido con la mecánica de los
atentados en Occidente. Ambos fenómenos van de la mano.
Nos enfrentamos a un nuevo sistema de terror que ha perfeccionado algunos rasgos del pasado, como la
compartimentación, tan apreciada por las Brigadas Rojas y ETA, y ha desarrollado otros nuevos, como los
llamados “miniataques”, intervenciones armadas de precisión quirúrgica, a menudo cargadas de simbolismo,
como la perpetrada contra la revista satírica ​Charlie Hebdo, que los transeúntes filman con sus teléfonos
móviles y se difunden en Internet. Y ese es el vínculo que une el asalto de Ottawa y los atentados de
Australia con los de Francia de diciembre y con este último, tan trágico, ocurrido en París.
El moderno terrorismo islámico ha transformado los medios de masas en una poderosa arma que le permite
ampliar el impacto mediático de sus acciones armadas. Una intuición que nace de un atento análisis del 11 de
septiembre, el primer ataque filmado y distribuido en tiempo real a través de los medios de comunicación.
Por supuesto, aquella fue una acción espectacular desde todo punto de vista, con un mayor número de
víctimas; pero hoy en día resulta imposible de reproducir por una serie de razones, entre las que destacan el
elevado número de militantes involucrados, que alertaría a los servicios antiterroristas. La estrategia del
terrorismo moderno apunta, en efecto, a prevenir la infiltración policial, dado que ese ha sido siempre el
recurso triunfante del Estado. Todas las organizaciones armadas del pasado, incluyendo a Al Qaeda, han sido
derrotadas gracias a la infiltración de las fuerzas del orden y a los testimonios de los militantes detenidos. Y
ello explica por qué Al Baghdadi, el nuevo califa y líder indiscutible del Estado Islámico, incita a sus
seguidores en el mundo a llevar a cabo miniataques ejecutados por minicélulas, compuestas por una o dos
personas.
De modo que los cambios constatables en el sistema del terrorismo islámico son el resultado de una profunda
reflexión acerca de los errores y aciertos del pasado. Hasta aquí, el proceso resulta fácil de entender. Más
difícil de comprender es cómo algunas de estas minicélulas que se están activando en Occidente han podido
adquirir la profesionalidad necesaria para realizar esos miniataques de tan gran impacto mediático. En el
pasado, esta se ganaba a través de periodos más o menos largos de adiestramiento, como por ejemplo durante
la yihad contra el Ejército soviético en Afganistán. Y, de hecho, fueron los veteranos de estas guerras los que,
a su regreso a sus países de origen, alimentaron la actividad terrorista. Hoy, sin embargo, ya no es así, y la
lucha antiterrorista debería cobrar conciencia de ello lo antes posible, puesto que seguir focalizando nuestros
temores en el regreso de los veteranos de las guerras de Siria o Irak es una estrategia equivocada. Los futuros
terroristas europeos están ya entre nosotros.
Los yihadistas de estos miniataques son a menudo autodidactas, en esto parece haber un acuerdo general. Se
trata de individuos que con toda probabilidad han sido captados por los radicales a través de Internet, que no
interactúan con una verdadera red de militantes, como ocurría en tiempos del IRA o de ETA, sino que, al
contrario, mantienen a menudo oculta su ideología. Sin embargo, y este es sin duda el caso de los autores del
atentado de París, tienen acceso a las armas y saben cómo utilizarlas de manera profesional. Este es un punto
crucial. Es muy difícil hacerse con armas y explosivos en Europa sin alertar a los servicios secretos y a la
lucha antiterrorista, a menos que no se tengan contactos con el crimen organizado. La única hipótesis posible
es, por tanto, la siguiente: los yihadistas provienen de los círculos de la delincuencia organizada o los
frecuentan. Ello explicaría también su profesionalidad.
En el pasado, todas las organizaciones armadas trabaron relaciones con el crimen organizado, que sin
embargo mantenían a la debida distancia. Hoy en día es posible que tal distancia se haya reducido. De
manera que es en este mundo en el que la lucha antiterrorista debe comenzar a moverse, porque es posible
que, con maquiavélico cinismo, el yihadismo contemporáneo explote los recursos del crimen organizado
como palanca para desatar el terror en Europa. A juzgar por el pragmatismo del que el Estado Islámico ha
dado sobradas pruebas en la creación de un califato, uno de los lemas favoritos de Al Baghdadi es sin duda el
del ilustre italiano: “El fin justifica los medios”.

Loretta Napoleoni​ es economista.


Traducción de Carlos Gumpert.
Napoleoni, L. (2015, Enero 11). Un nuevo sistema de terror. ​El País [en línea]​. Accedido el 20 de enero de
2015: ​http://elpais.com/elpais/2015/01/08/opinion/1420732249_987366.html
Cómo responder al atentado de París

Han atacado una vez más las libertades que son el alma de nuestra civilización

Ayaan Hirsi Ali​ ​9 ENE 2015 - 20:41 CET

Después de la horrenda masacre del miércoles en el semanario satírico francés ​Charlie Hebdo,​ tal vez
Occidente renuncie por fin a la abundante retórica inútil con la que intenta negar la relación entre la violencia
y el islam radical.
No fue el ataque de un pistolero perturbado que actuaba como un lobo solitario. No fue una agresión “no
islámica” perpetrada por un puñado de matones: se pudo oír cómo los criminales gritaban que estaban
vengando al profeta Mahoma. Tampoco fue una acción espontánea. Había sido planeada para causar el
mayor daño posible durante una reunión del equipo, con armas automáticas y con un plan de huida. Fue
diseñada para sembrar el terror, y en ese sentido, ha funcionado.
Occidente está horrorizado, como corresponde. Pero no debería estar sorprendido.
Si se puede extraer alguna lección de un episodio tan espeluznante es que lo que nosotros creamos del islam
en realidad no importa. Este tipo de violencia, la yihad (o la guerra santa) es lo que ellos, los islamistas,
creen.
 Cuanto más conciliamos, nos autocensuramos, y más audaz se vuelve el enemigo
El Corán contiene numerosos llamamientos a la yihad violenta. Pero el Corán no es ni mucho menos el único
caso. En una parte del islam demasiado grande, la guerra santa es un concepto absolutamente actual. La
biblia de la yihad del siglo XX, y una obra que hoy día anima a numerosos grupos islamistas, es ​The Quranic
Concept of War​ (​El concepto coránico de la guerra​), un libro escrito a mediados de la década de 1970 por el
general pakistaní S. K. Malik. Este sostiene que, puesto que el propio Dios, Alá, fue el autor de todas y cada
una de las palabras del Corán, las leyes de la guerra contenidas en él tienen una importancia superior a las
elaboradas por los simples mortales.
En el análisis que hace Malik de la estrategia coránica, el centro del conflicto no es un campo de batalla
físico, sino el alma humana. La clave para la victoria, como enseñó Alá mediante las campañas militares del
profeta Mahoma, es golpear el alma de tu enemigo. Y la mejor manera de hacerlo es a través del terror. El
terror, escribe Malik, es “el punto en el que convergen los medios y el fin”. El terror, añade, “no es un medio
de imponer decisiones al enemigo; es la decisión que queremos imponer”.
Los responsables de la matanza de París, exactamente igual que el hombre que asesinó al cineasta holandés
Theo van Gogh en 2004, pretenden imponer el terror. Y cada vez que nos rendimos a su idea de la violencia
religiosa justificada, les estamos dando exactamente lo que quieren.
En el islam es un grave pecado representar visualmente o injuriar de cualquier modo al profeta Mahoma. Los
musulmanes son libres de creerlo, pero ¿por qué se debería imponer esa prohibición a los no creyentes? En
Estados Unidos, los mormones no pretenden imponer la pena de muerte a los que escribieron y produjeron
The Book of Mormon​ (​El libro del mormón)​ , una parodia satírica de Broadway sobre su fe. El islam, con
1.400 años de historia y unos 1.600 millones de adeptos, debería ser capaz de resistir unas cuantas viñetas de
una revista de humor francesa. Pero, por supuesto, las reacciones mortíferas a caricaturas de Mahoma no son
nada nuevo en la era de la yihad.
Es más, a pesar lo que pueda enseñar el Corán, no todos los pecados se pueden considerar iguales. Occidente
debe insistir en que los musulmanes, en particular los miembros de la diáspora musulmana, respondan a la
siguiente pregunta: ¿qué es más ofensivo para un creyente, el asesinato, la tortura, la esclavitud y los actos de
guerra y de terrorismo que se cometen hoy día en nombre de Mahoma, o la producción de dibujos, películas
y libros que pretenden ridiculizar a los extremistas y su visión de lo que Mahoma representa?
Respondiendo al difunto general Malik, en Occidente, nuestra alma reside en nuestra creencia en la libertad
de pensamiento y de expresión. La libertad de expresar nuestras preocupaciones, la libertad de venerar a
quien queramos, o de no venerar en absoluto; esas libertades son el alma de nuestra civilización. Y allí es
precisamente donde los islamistas nos han atacado. Una vez más.
La manera en que respondamos a este ataque tiene importantes consecuencias. Si adoptamos la postura de
que nos estamos enfrentando a un puñado de criminales homicidas sin conexión con lo que proclaman tan
ruidosamente, no les estaremos respondiendo. Tenemos que reconocer que, en la actualidad, los islamistas
actúan movidos por una ideología política, una ideología que es parte integrante de los textos fundacionales
del islam. No podemos seguir pretendiendo que es posible separar las acciones de los ideales que las inspiran.
Esto supondría una novedad para Occidente, que en demasiadas ocasiones ha dado respuestas conciliadoras a
la violencia yihadista. Aplacamos los ánimos de los jefes de Gobierno musulmanes que nos presionan para
que censuremos nuestra prensa, nuestras universidades, nuestros libros de historia, nuestros programas
académicos. Ellos reclaman y nosotros les complacemos. Aplacamos a los líderes de las organizaciones
musulmanas de nuestras sociedades. Nos piden que no vinculemos los actos de violencia a la religión
islámica porque nos dicen que la suya es una religión pacífica, y nosotros les complacemos.
¿Y qué recibimos a cambio? Kaláshnikovs en el corazón de París. Cuanto más nos plegamos, más nos
autocensuramos, más conciliamos, más audaz se vuelve el enemigo.
Solo puede haber una respuesta a este abominable acto yihadista contra el equipo de ​Charlie Hebdo​, y es la
obligación de los medios de comunicación y de los líderes occidentales, religiosos y laicos, de proteger los
derechos más básicos de libertad de expresión, ya sea mediante la sátira o en cualquier otra forma. Occidente
no debe aplacar, no debe ser silenciado. Debemos enviar un mensaje colectivo a los terroristas: vuestra
violencia no puede destruir nuestra alma.
Ayaan Hirsi Alí​ es miembro de la Escuela Kennedy de Harvard y autora de ​Infiel y de Heretic: The Case for
a Muslim Reformation​ (​Herético: defensa de una reforma del islam)​ , de próxima aparición.
Traducción de News Clips.
© GLOBAL VIEWPOINT
Hirsi A., A. (2015, Enero 9). Cómo responder al atentado de París. ​El País [En línea]​. Accedido el 20 de enero de
2015: ​http://internacional.elpais.com/internacional/2015/01/09/actualidad/1420832504_200277.html
El 11-S francés
En París cunde la sensación de que el objetivo es la propia civilización occidental
Dominique Moisi​ ​12 ENE 2015 - 00:00 CET

Los franceses tenemos que enfrentarnos a este atentado terrorista del mismo modo que los estadounidenses
al del 11-S: con firmeza y claridad

Inmediatamente después de ​la masacre cometida en la revista satírica​ ​Charlie Hebdo,​ s​ e ha propagado por
toda Francia la comparación con el atentado cometido por Al Qaeda en 2001 en Estados Unidos. En realidad,
el del 7 de enero ha sido el más letal registrado en Francia desde el final de la guerra de Argelia en 1962.
Pero ¿hasta qué punto es certera la analogía?
A primera vista, la comparación resulta artificial y rebuscada. En París han muerto 12 personas, mientras que
en los atentados ocurridos en Nueva York y Washington DC murieron casi 3.000. Aquí los terroristas han
utilizado kaláshnikovs, no aviones secuestrados. Además, al contrario que en el 11-S, eran todos ciudadanos
del país contra el que atentaban. Por eso el atentado de París de 2015 parece más una combinación de otros
dos: el cometido en el metro londinense en 2005 (quienes colocaron las bombas eran todos británicos) y el
perpetrado en Bombay en 2008 (los atacantes utilizaron armas de mano y fueron a por sus víctimas una por
una).
Con todo, a pesar de las grandes diferencias, los atentados de París y Nueva York son en esencia lo mismo.
Las dos ciudades encarnan un sueño universal parecido. Las dos son metáforas de la luz y la libertad. Las dos
pertenecen al mundo, no solo a sus respectivos países.
Además, en ambos casos los objetivos elegidos por los terroristas eran enormemente simbólicos. En Nueva
York, las Torres Gemelas simbolizaban la ambición y el éxito capitalistas. En París, ​Charlie Hebdo​ ha
conformado el espíritu de la libertad democrática: la capacidad para escribir, dibujar y publicar de todo,
aunque sean provocaciones extremas (y a veces vulgares). En París, al igual que ocurrió en Nueva York,
cunde la sensación de que en realidad el objetivo era la propia civilización occidental.
Como la mayoría de los franceses, yo digo, movido por la repugnancia ante el atentado e identificándome
con las víctimas, ​Je suis Charlie:​ una frase que recuerda a la declaración que hizo el diario ​Le Monde
inmediatamente después del 11-S: ​Nous sommes tous Américains.
Pero tengo que reconocer que no siempre fue esa mi sensación. En 2005 tuve reservas ante la decisión que tomó el
periódico danés ​Jyllands-Posten​ de publicar una serie de caricaturas sobre el profeta Mahoma, y también sobre el
hecho de que, al año siguiente, ​Charlie Hebdo​ decidiera reproducirlas. En esa época yo pensaba que esa era una
provocación peligrosa e innecesaria, y por tanto políticamente irresponsable. No hay que jugar con cerillas cerca de un
gasoducto o de un paquete de dinamita.

En la actualidad, y ante la naturaleza de este atentado, dejo atrás esas reservas, aunque, en contra de lo que muchos
franceses están haciendo, me resisto a caer en la tentación de sacralizar el recuerdo de las víctimas. En Francia, la
laïcité,​ mal traducida al inglés como “secularismo”, equivale a una religión: la de la República. Para los dibujantes de
Charlie Hebdo​ la religión no era más que otra ideología y en su punto de mira estaban todos los monoteísmos (aunque
quizá hicieran más énfasis en el islam, probablemente porque su rostro fundamentalista es más visible).

Hasta el momento, en Francia, al igual que en Estados Unidos inmediatamente después del 11-S, se está
imponiendo un clima de unidad nacional. Y así debe ser, porque la unidad es crucial para contrarrestar el
terrorismo, cuya prioridad es fomentar la división, atizar el enfrentamiento y marginar a los moderados. En
realidad, hasta Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional, previno inicialmente contra los
peligros de una virulenta reacción antimusulmana, declarando que unos pocos jóvenes perdidos en modo
alguno representaban a la mayoría de los musulmanes franceses.
Pero ¿cuánto tiempo se mantendrá la unidad nacional? En Francia, las cicatrices del colonialismo están más
recientes que en ningún otro lugar de Europa, el país tiene la minoría musulmana más nutrida del continente
y, con unos moderados que parecen especialmente débiles y divididos, la extrema derecha encabeza los
sondeos.
Esos ingredientes podrían ser una receta para el desastre. Y ya Le Pen parece volver por donde solía. “La
unidad nacional es una ridícula maniobra política”, ha lamentado después de no ser invitada a una
concentración celebrada el día posterior al atentado. Sin embargo, con los líderes adecuados al mando, los
sucesos del 7 de enero podrían avivar la aparición de una renovada causa común y un renacimiento político.
Los franceses tenemos que enfrentarnos a este atentado terrorista del mismo modo que los estadounidenses al
del 11-S: con firmeza y claridad, pero también con responsabilidad. Eso significa, sobre todo, que debemos
evitar ser como Estados Unidos en 2003, cuando el presidente George W. Bush llevó a Irak la “guerra
mundial contra el terror”. Ahora, lo que Francia tiene que hacer es defender los valores que la han convertido
en objetivo terrorista.
Dominique Moisi,​ profesor en L’Institut d’Études Politiques de París (Sciences Po), es asesor principal del
Institut Français des Relations Internationales (IFRI) y profesor visitante en el King’s College de Londres.
© Project Syndicate, 2014.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
Moisi, D. (2015, Enero 12). El 11 - S Francés. ​El País [En línea].​ Accedido el 20 de enero de 2015:
http://elpais.com/elpais/2015/01/09/opinion/1420827832_909824.html

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