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[p 1]
[p 2]
A menos que se indique lo contrario, todas las citas
bíblicas están tomadas de la versión Reina-Valera,
Revisión 1960
© 1997 por
Ediciones Las Américas, A.C.
Prohibida la reproducción
parcial o total.
ISBN 968-6002-67-7
EX LIBRIS ELTROPICAL
4
[p 3]
CONTENIDO
1. Llamados a ser santos
Levítico 1:1–7:38
2. Siervos del Dios Santo
Levítico 8:1–9:24
3. Dios es fuego consumidor
Levítico 10:1–20
4. La importancia de la pureza
Levítico 11:1–47
5. Una vida limpia
Levítico 12:1–15:33
6. Un espíritu limpio
Levítico 16:1–34
7. Llamados a ser diferentes
Levítico 17:1–22:33; 24:1–9
8. ¡Bendecid el nombre de Dios!
Levítico 24:10–23
9. Una vida ordenada
Levítico 25:1–55; 27:1–34
10. Las fiestas solemnes
Levítico 23:1–44
11. El camino correcto
Levítico 26:1–13
12. El camino peligroso
Levítico 26:14–46
Esquema del tabernáculo
Glosario
5
[p 4]
EN LA RELACIÓN CON DIOS “UN REINO DE EN EL DIARIO ANDAR “GENTE SANTA” 11:1–27:34
SACERDOTES” 1:1–10:20
Introducción 1:1 Ordenación del Leyes Leyes acerca del Introducción 23:1–4 Introducción 26:1–2
sacerdocio 8:1–36 dietéticas 11:1–47 tabernáculo 17:1–
De El sábado 23:3 Bendiciones por la
9
consagración 1:2– Preparación 8:1–4 Animales puros e Fiestas de obediencia 26:3–13
2:6 Investidura 8:5–9, impuros 11:1–23 Prohibición de primavera 23:5–22 Maldiciones por la
comer
Holocausto 1:2– 13 Instrucciones para Pascua 23:5 desobediencia 26:14–
sangre 17:10–16
17 (6:8–13) Ungimiento 8:10– purificarse 11:24– 39
40 Leyes de santidad y Panes sin
Oblación 2:1–16 12 levadura 23:6–8 El arrepentimiento
justicia 18:1–
(6:14–23) Sacrificios de Base de las leyes futuro 26:40–45
dietéticas 11:41– 20:27 Primicias 23:9–14
De consagración 8:14– Epílogo 26:46
47 Leyes para los Pentecostés 23:15–
comunión 3:1–17 36
sacerdotes 21:1– 22
Leyes acerca del
Ofrenda de Sacrificios por el 22:33; 24:1–9
pario 12:1–8 Fiestas de
paz 3:1–17 sacerdocio y el
Castigos para el otoño 23:23–44
(7:11–38) pueblo 9:1–22 Leyes acerca de la
infractor 24:10–
lepra 13:1–14:57 Trompetas 23:23–25
De expiación 4:1– La gloria de 23
5:13 Jehová 9:23–24 Leyes acerca de la Día de
Leyes acerca de años
Ofrenda por el Un caso de perversión pureza sexual cap. sabáticos 25:1–55 expiación 23:26–32
15
pecado 4:1–5:13 del Tabernáculos 23:33–
Leyes de lo dedicado
(6:24–30) sacerdocio 10:1–20 El ritual del día de 44
a Dios 27:1–34
expiación cap. 16
Ofrenda por la
culpa 5:14–6:7
(7:1–30)
6
[p 5]
1
Llamados a ser santos
Levítico 1:1–7:38
Intentar leer una partitura de música clásica puede ser frustrante para muchas personas,
especialmente para quienes desconocen el lenguaje de la música. Sin embargo, cuando la interpreta un
conocedor y la toca con un instrumento apropiado, las hermosas notas que contiene se convierten en un
deleite para el oído.
Algo semejante sucede con el libro de Levítico. Una lectura superficial puede no comunicarnos mucho.
Pero cuando interpretamos y entendemos correctamente su significado, llega a ser una fuente de lecciones
espirituales para la vida cristiana. Así que debemos leer Levítico con sumo cuidado y con los anteojos
apropiados, para captar su riqueza y pertinencia, que son esenciales para los miembros de la iglesia de
Cristo.
Todo el libro contiene un llamado a la santidad, finalidad principal del pueblo elegido —Israel— y del
pueblo cristiano también y es el Dios santo quien nos llama desde su santuario o tabernáculo (1:1).
Levítico contiene las instrucciones divinas para alcanzar ese objetivo. Es un compendio de leyes específicas
para que el pueblo (su siervo) las cumpliera y normara su vida por ellas.
La meta del creyente debe ser llevar una vida consagrada al Señor (Colosenses 1:28–29). Ahora bien,
¿por [p 6] qué deben los cristianos vivir consagrados al Padre celestial? Porque esta es la única manera en
que podemos lograr la plena realización de nuestro ser, tanto en esta vida como en la venidera (1 Timoteo
4:7–8).
Por ser un detallado instructivo acerca de cómo vivir una vida dedicada al Señor, este libro bien puede
considerarse como un código de santidad y como un manual de discipulado. También contiene valiosas
lecciones acerca de la mayordomía, o sea, la administración eficaz de la vida y las cosas que el Padre
celestial nos ha encomendado.
LEVÍTICO ES UN MANUAL DE DISCIPULADO
PORQUE ENSEÑA CÓMO VIVIR UNA VIDA
CONSAGRADA A DIOS
Levítico forma parte de la ley o Pentateuco, que es el primer “tomo” de la Escritura. Por cientos de
generaciones, ha sido base de la enseñanza y formación del pueblo de Dios. Asimismo, este tercer libro de
Moisés es una colección de lecciones sumamente prácticas y objetivas que promueven el crecimiento
espiritual de los creyentes, así como el avance en el proceso de santificación en que todos los cristianos
estamos comprometidos.
A pesar de lo anterior, algunos creyentes se han formado una pobre impresión de este libro, como si se
tratase de algo caduco, abstruso y rutinario, o peor aún, como una lista interminable de leyes cuyo único
fin es reglamentar en forma esclavizante la vida (aunque ésta vida debe regirse por las normas divinas,
porque son para nuestro bien) o volver moralista a una persona. Pero nada está más lejos de la verdad.
Es cierto que algunos aspectos ceremoniales del libro que nos ocupa se cumplieron en la persona y
obra de [p 7] Cristo (interpretación conocida como tipológica [que sin embargo no agota el significado del
libro] Hebreos 8:5; 10:1). Pero no por eso quedaron obsoletas las grandes verdades que contiene. Por el
contrario, siguen brillando con luz propia y haríamos bien en estudiarlas con cuidado y firme resolución
de aplicarlas a nuestra vida.
Levítico debe leerse con el Nuevo Testamento abierto. Especialmente la carta a los Hebreos, porque con
ésta es con la que guarda más correspondencia. El fin es comprobar la asombrosa y fiel concordancia y
continuidad de los temas que se refieren a la fe y a la piedad en toda la Escritura.
7
El tercer libro de la Biblia, se cree, fue destinado a los levitas. Estos eran los encargados de ejercer el
ministerio sacerdotal, atender el tabernáculo y los múltiples detalles del culto israelita, así como enseñar la
ley a toda la nación (Levítico 10:11; Deuteronomio 17:9, 10; 24:8; 33:8–11). La gran cantidad de detalles
que contiene acerca del culto y las ordenanzas del Señor a su pueblo escogido respaldan este hecho. No
obstante, su mensaje estaba dirigido a todo el pueblo.
Debido a lo anterior, la Septuaginta, primera traducción del Antiguo Testamento al idioma griego (s.
III–II a.C.), le puso el nombre por su asociación con dicha casta sacerdotal. Como de ella se inspiraron la
mayoría de las versiones y traducciones posteriores de la Biblia, éstas dan el mismo nombre al tercer libro
de Moisés y a los que forman el canon veterotestamentario que hoy usamos.
Sin embargo, estrictamente hablando, ese no era el título original del libro. Los autores israelitas
acostumbraban llamar a sus escritos según las palabras con las que iniciaban. Así, el poco conocido
nombre hebreo del libro wayyiqrā˒, que significa “y llamó”, marca el propósito que le quisieron dar tanto
Dios, el autor divino, y Moisés, el autor humano.
[p 8] LEVÍTICO ES UN LLAMADO
A LA SANTIDAD PARA TODOS LOS
CREYENTES EN CRISTO
Según la enseñanza de la ley mosaica (y de toda la Escritura), la santidad que Dios exige debe
extenderse a todas las áreas de la vida. En otras palabras, el Señor procuraba instaurar un orden sagrado,
que es la finalidad de la mayordomía, para su gente, mismo que le permitiera avanzar hacia el
cumplimiento del mandato y promesa de Éxodo 19:6: vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente
santa y a ser fieles al pacto que Dios había establecido con ellos en Sinaí (Éxodo 19:1–24:18). Por
consiguiente, tanto Israel como la iglesia, son intermediarios entre el mundo y Dios. El propósito de esto es
reflejar la santidad del Señor e impactar a la humanidad con el mensaje de salvación en Cristo.
Jehová es el rey soberano e Israel su siervo. Este es el plan y orden perfectos para la vida cristiana
también. Por ser hijos de Dios, los creyentes nos debemos en cuerpo y alma al Señor. Por ello, la santidad
del pueblo (y de la iglesia) debe expresarse en forma práctica, a través de los varios aspectos que encierra
el tema:
1) Separación. El pueblo de Dios debe ser distinto a las demás naciones porque vive los valores
bíblicos. Debe apartarse de la forma de ser y la corriente del mundo. Por lo tanto, tiene que alejarse del
pecado y todo tipo de inmundicia. Sin embargo, el cristiano no debe ser diferente nada más porque sí. La
base de esa distinción y separación del mundo debe ser la obediencia a la palabra santa.
Ser diferente no quiere decir tampoco que el pueblo de Dios debe ser exclusivista y abstraerse del
mundo como las órdenes monásticas. Su testimonio y proclamación de [p 9] la palabra divina deben atraer
a los inconversos al Dios vivo para que crean y se conviertan de todo corazón, realizando así su labor
misionera.
2) Consagración. Los redimidos deben dedicar sus vidas y talentos enteramente al servicio del Señor.
Dios no acepta ofrendas parciales o defectuosas, hay que darle a él lo mejor. También debemos darle todo,
aun nuestra propia vida.
3) Comunión. Los creyentes deben mantenerse unidos a Dios a través de una relación espiritual que se
extienda y exprese en todas las áreas de la vida.
Lo anterior se logra mediante dos vías: apartando la vida para el servicio exclusivo de Dios que es
santo y manteniendo una entrega constante y cotidiana al cometido de cumplir su voluntad.
4) Purificación. Esta verdad también encierra dos aspectos: los creyentes han sido limpiados por la
sangre del Cordero (que se prefigura en Levítico y se cumple en el Nuevo Testamento). Pero debemos
mantenernos limpios en nuestro andar diario, porque siempre existe el riesgo de que el pecado ensucie la
obra del Padre celestial. Si esto ocurre, el creyente tiene la oportunidad de acercarse en arrepentimiento a
Dios que es misericordioso y perdonador para que limpie su vida y testimonio.
SIETE TEMAS FUNDAMENTALES DE LEVÍTICO
8
1. Enseña a cumplir el mandato/promesa de Éxodo 19:6: “me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”.
2. Instaura un orden sagrado en el pueblo de Dios que debe extenderse y regular todas las áreas de su vida.
[p 10] 3. Exhibe la importancia de la separación del pecado y del mundo para servir a Dios sin obstáculo.
4. Enseña la consagración de la vida a Dios. El discípulo fiel y verdadero es aquel que vive dedicado a su
Señor.
5. Afirma que el creyente debe mantener la comunión con Dios, que es santo.
6. Señala el tema de la purificación de los pecados como requisito esencial para acercarse a Dios.
7. Su enseñanza es el evangelio ilustrado, porque contiene los principales aspectos del plan de salvación.
Los creyentes debemos leer el libro de Levítico para aprender el tema de la santidad como proyecto de
vida y como una meta hacia la que debemos avanzar lo más posible mientras estemos en este mundo.
Nuestra vida debe conformarse a la imagen del Hijo de Dios (Romanos 8:29). Conforme vayamos
consolidando la santidad en nosotros (algo que será cien por ciento posible cuando estemos en la
presencia de Dios), notaremos que nuestras vidas crecen, se fortalecen y experimentan la abundancia
espiritual de que habla Jesús (Juan 10:10; Apocalipsis 2:7).
Levítico es una muy adecuada ilustración del evangelio de Cristo porque contiene sus elementos
principales: a) el pecado; b) derramamiento de sangre; c) limpieza y perdón de pecados; d) fe en la
palabra de Dios y e) redención (Levítico 16:1–34 y 17:11). Esto nos demuestra que la enseñanza de la ley
no es en ningún modo contraria al evangelio.
[p 11] Es cierto que la observancia de las obras y ritos de la ley no salva al pecador (Gálatas 2:16–21
compárese con Romanos 7:12 donde Pablo afirma que la ley es santa, justa y buena). Pero también es
verdad que el principal propósito de la ley es proporcionar un conocimiento completo de Dios. Ese
conocimiento es salvífico (véase el comentario de Levítico 16:1–34 y 17:11), porque nos enseña cómo
acercarnos a Dios (quien da la vida, la salvación y la santificación) y separarnos del pecado (que produce
la muerte y condenación). Además, es en la ley donde Pablo basa principalmente su discurso para explicar
la forma en que Abraham recibió la salvación. Éste es el padre de todos los creyentes de todas las épocas
(Génesis 15:6; Romanos 4:1–12, 16; compárese con Santiago 2:20–26 donde se enseña que la fe de
Abraham fue demostrada o confirmada por sus obras). La ley bien entendida nos lleva a Cristo como dice
Romanos 10:4 “porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. La ley mal entendida
nos lleva al legalismo y al falso moralismo.
De manera que Levítico y toda la literatura legal (el Pentateuco) deben ser interpretados tomando en
cuenta los principios establecidos anteriormente.
CINCO PRINCIPIOS O PAUTAS PARA INTERPRETAR LEVÍTICO Y EL PENTATEUCO:
1. SU PROPÓSITO CENTRAL ES PROVEERNOS UN COMPLETO CONOCIMIENTO DE DIOS.
2. LOS MANDATOS LEVÍTICOS, ANTES QUE LEYES RITUALES, SON LECCIONES OBJETIVAS PARA CONOCER
EL CÁRACTER DE DIOS Y LA MANERA DE ESTAR EN CORRECTA RELACIÓN CON ÉL.
3. [p 12] DICHO CONOCIMIENTO DE DIOS ES SALVÍFICO (LEVÍTICO 16:1–34 Y 17:11).
4. EN LA LEY SE PRESENTA EL EJEMPLO DE LA SALVACIÓN DE ABRAHAM, QUE ES LA NORMA PARA TODOS
LOS CREYENTES (GÉNESIS 15:6; ROMANOS 4:2).
5. SEGÚN EL NUEVO TESTAMENTO, EL FIN DE LA LEY ES CRISTO, GUIARNOS AL SALVADOR (ROMANOS
10:4).
¡PENSEMOS!
ASUNTOS INTRODUCTORIOS
El autor
El mismo libro sugiere que Moisés fue quien lo escribió (4:1; 6:1; 8:1; 11:1; 12:1). Asimismo, el Señor
Jesucristo avaló la autoría mosaica del documento (Marcos 1:44 compárese con Levítico 13–14).
Los receptores
Moisés escribió al pueblo de Israel para orientarlo tocante a las prescripciones e instrucciones para
celebrar correctamente el culto que Dios exigía. Pero también para enseñar a los israelitas a vivir delante
de él. Por ser [p 13] parte de la literatura legal de la Biblia, este libro contiene disposiciones para regular la
vida de los individuos y de la nación hebrea de acuerdo con el pacto mosaico establecido entre Dios y su
pueblo.
La época
El libro del Éxodo culmina con la descripción del establecimiento del tabernáculo en el desierto
mientras Israel avanzaba hacia la tierra prometida. Por su lado, Levítico contiene instrucciones acerca del
uso del santuario, los deberes del pueblo hacia Dios y mandamientos relacionados con la vida y misión de
la recién formada nación.
EL TABERNÁCULO DE REUNIÓN
(Ver esquema del tabernáculo pág. 144)
[p 14] Por lo tanto, Levítico tuvo que ser escrito aproximadamente por la misma época de Éxodo. La
fecha más probable es 1440 a.C.; es muy posible que haya sido redactado durante los cincuenta días que
transcurrieron entre el establecimiento del tabernáculo (Éxodo 40:17) y la salida del pueblo de Sinaí hacia
Cades Barnea (Números 10:11–12).
Tema y propósito
10
La finalidad principal de Levítico es enseñarnos cómo es el carácter de Dios y para aprender a estar en
correcta relación con él. Es decir, la buena relación con el Señor se deriva directamente del conocimiento
de su persona.
El lenguaje cúltico se usa profusamente en el libro, la palabra “sacrificio” aparece 52 veces,
“sacerdote” 169, “sangre” aparece unas 67 veces, “santo, santidad o santificar” 80, y “expiación” 87. El
Nuevo Testamento hace casi un centenar de referencias a esta obra.
Como ya se dijo, el tema clave de Levítico es la santidad en que deben vivir los creyentes delante de
Dios. Textualmente se pueden reconocer dos partes o secciones en las que el libro expone el tema
principal. Dicha división encaja bien con el propósito de Dios para su pueblo expresado en Éxodo 19:6
“Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”:
1. La primera sección del libro se enfoca principalmente en dar instrucciones acerca de cómo presentar un
culto santo a Dios, cumpliendo de esta manera con la función de ser un reino de sacerdotes (caps. 1–10).
2. La segunda parte se concentra en explicar cómo andar en santidad delante de Dios; cómo vivir y aplicar
las disposiciones divinas en lo que se refiere a lo que el Señor considera que es una vida consagrada, para
que los israelitas (y los creyentes de [p 15] todos los tiempos) llegasen a ser gente santa (caps. 11–27).
Pero no se puede hacer una distinción tajante entre estos dos aspectos del tema principal porque
ambos pueden aparecer en cada una de las secciones principales arriba descritas.
El versículo central del libro es 19:2 (11:44–45; 20:26) que pone énfasis en la exigencia fundamental
de Dios para su pueblo. Dios quiere que su gente entienda el significado de la santidad y disponga de todos
los instrumentos educativos, jurídicos, morales, dietéticos, médicos, religiosos y espirituales para
alcanzarla.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pedro también estimó necesario exhortar a los cristianos del primer
siglo y de todos los tiempos. En su epístola, nos hace un llamado a la santidad (1 Pedro 1:15).
El tema del amor está también presente en Levítico. Cuando Cristo preguntó al intérprete de la ley cuál
era el gran mandamiento de la Escritura, citó Deuteronomio 6:5 para referirse al amor a Dios y Levítico
19:18 para hacer lo propio con relación al prójimo. El amor y la ley no son antagónicos. El cumplimiento
de la ley es el amor (Romanos 13:9–10; Gálatas 5:14; Santiago 2:8). Esto significa que quien ama de
verdad cumple en su vida todas las exigencias del Señor. El amor genuino es una evidencia segura de que
una persona ha consagrado su vida a Dios.
UNA EVIDENCIA SEGURA DE LA SANTIDAD
DEL CRISTIANO ES QUE PRACTICA EL AMOR
HACIA DIOS Y EL PRÓJIMO.
Por otro lado, Levítico sirve para “encarnar” en tareas objetivas y prácticas el espíritu y normatividad
de los [p 16] diez mandamientos. Las ordenanzas que contiene este libro “aterrizan” y dan sentido
práctico al decálogo y lo expresan en minuciosas instrucciones y responsabilidades que, al ser cumplidas
por los miembros del pueblo de Dios, exhiben la inherente bondad de la ley divina (Romanos 7:12–16) y
el carácter santo de Dios.
En la estructura del libro aparecen dos secciones narrativas (10:1–20 y 24:10–23); el lenguaje usado
en ellas es diferente al resto del documento. Describen dos episodios históricos que son fundamentales
para entender el mensaje de Levítico, ya que son dos reportes o estudios de casos que dan la pauta para
interpretar el libro. El contenido de ellas expone y resume todo el mensaje de esta obra (y quizá de toda la
literatura legal de la Biblia). También da a conocer cuál es la finalidad práctica de la enseñanza del libro.
Es decir, lo que Dios quería lograr en los lectores al revelarse en Levítico.
Para más detalles sobre la importancia de las secciones narrativas y su mensaje, véase los caps. 3 y 8 de
esta guía de estudio.
LEYES SOBRE LOS SACRIFICIOS Y OFRENDAS 1:1–7:38
11
La Biblia establece que por fe llegamos a Dios y conocemos a Jesucristo como nuestro Salvador. Pero
también dice que todo aquél que ya es salvo debe acercarse continuamente a él para poder avanzar en su
crecimiento y promover la santidad en su vida. Dios nos instruye a través de su palabra en cuanto a cómo
realizar este acercamiento. La enseñanza del libro de Levítico es fundamental para tener el cuadro
completo de lo que el Señor quiere decirnos sobre el particular.
El israelita que se acercaba a Dios tenía que presentar algo, pagar un costo: “…ninguno se presentará
ante mí con las manos vacías” (Éxodo 23:15). Esta es la indicación [p 17] que el Altísimo dio a Moisés
poco antes de iniciar la construcción y puesta en funcionamiento del tabernáculo. Lo mismo es cierto con
respecto al cristiano. Tenemos que acercarnos a Dios con algo. Nuestras vidas deben estar dedicadas a
ofrecer un fruto cada vez mejor al Señor.
El Todopoderoso se agrada cuando le entregamos primero nuestras vidas en sacrificio y después, lo
mejor que tenemos. Esta entrega debe partir del reconocimiento de que todo lo que somos y poseemos es
de Dios; así, el sistema sacrificial fue el medio práctico por el cual enseñó a su pueblo cómo debía
acercarse a él. Las disposiciones específicas para llevar a cabo los sacrificios que era menester presentar
nos ayudan a entender el minucioso cuidado con que Jehová quería y siempre ha querido que los suyos
hagan lo que él exige.
También se ve en estas leyes que el Señor es comprensivo y condescendiente con el ser humano,
porque permitía que se le ofrecieran diversos tipos de sacrificios de acuerdo a la capacidad económica de
los ofrendantes (5:7, 11; 12:8; 25:28). A nadie se le vedaba presentar algo a Dios, no importaba cuán
pobre fuera.
¡NADIE ES TAN POBRE
QUE NO PUEDA DAS ALGO A DIOS!
Además, el sistema sacrificial era una forma de aprender la mayordomía, porque se debía ofrecer al
Señor lo mejor que se tenía. Dios pedía ni más ni menos que lo mejor.
Cada animal o bien sacrificado debía ser perfecto y sin defecto (22:20–22). El mismo siervo de Dios
debía ser sin defecto (21:17–21). El israelita debía esmerarse almáximo para ofrecerle a Dios sacrificios
aceptables (1:4; 19:5; [p 18] 22:19). Igual responsabilidad tenemos los cristianos (Hebreos 13:15–16; 1
Pedro 2:4–5; Salmos 51:17–19).
Otro aspecto de la buena mayordomía es que la vida misma debía organizarse alrededor de la ley de
Dios. El tiempo, los dones, las posesiones, el trabajo, la vida familiar, social, sexual y, por supuesto, la
relación con el Señor debían ser reguladas por los preceptos revelados en la legislación mosaica.
Los sacrificios pueden clasificarse por su propósito en tres tipos que, a su vez, abarcan cinco diferentes
clases de ofrendas:
SACRIFICIOS EN LEVÍTICO
La ofrenda de paz 3:1–17; 7:11–34. Sacrificio de convivencia entre Dios y el hombre. Se califica como
de olor grato a Jehová (3:16), es decir, que le complacía. Era la única ofrenda en la que el ofrendante
participaba al comer una porción del sacrificio (7:15; 19:5–6). La grosura [p 21] conformada por los
riñones, el hígado y las membranas de la cavidad abdominal eran quemadas y ofrecidas enteramente al
Señor.
La sangre de la víctima se salpicaba o rociaba “sobre el altar alrededor” (3:8). Ni la grosura ni la
sangre se podían comer, porque eran exclusivamente para Jehová (3:17; 17:11, 12).
Este rito ilustraba la comunión entre Dios y el hombre con base en el sacrificio y derramamiento de
sangre. La única forma en que el individuo puede iniciar una relación y comunión con Dios es por medio
de la sangre derramada por Cristo en la cruz. Mediante su sacrificio, podemos tener paz con el Señor, y
participar de todos los beneficios que él tiene para los que son suyos.
De expiación
Había dos tipos de ofrenda: por el pecado y por la culpa. La distinción entre ellas no es clara. Lo que sí
se sabe es que ambas eran un canal para perdonar el pecado y que el ofrendante pudiera quedar limpio de
sus transgresiones.
Parece que la primera tenía que ver principalmente con los pecados cometidos sin intención. Por su
parte, la ofrenda por la culpa trataba con los pecados consumados con o sin intención y además, exigía
una restitución del transgresor.
Ofrenda por el pecado 4:1–5:13; 6:24–30. Esta ofrenda era la provisión, como se dijo, por pecados
cometidos en forma involuntaria y que transgredían alguno de los mandamientos divinos (5:2). Con este
sacrificio uno de los beneficiados (además del pueblo), podía ser el sacerdote que hubiera pecado en el
ejercicio de su labor o en su vida personal. Al presentar la víctima, el ofrendante debía realizar el
simbolismo de poner la mano sobre la cabeza del animal, cuyo significado se explicó ya en 1:4 (8:22;
16:21).
[p 22] El procedimiento de este sacrificio es diferente al de los demás. El sacerdote debía mojar su dedo
con la sangre del animal para rociar siete veces el velo del santuario y poner algo de ella sobre los cuernos
del altar del holocausto. El resto, tenía que verterlo bajo el altar. Acto seguido, en el mismo lugar quemaba
la grosura. Lo que restaba, la cabeza, carne, piernas, intestinos y estiércol, los sacaba del campamento
(4:11–12; compárese con 4:21) para quemarlos en su totalidad en el lugar donde se echaban las cenizas.
El sacrificio por un pecado cometido por todo el pueblo tenía que hacerse de manera similar al
anterior, con la diferencia de que tenían que estar presentes los ancianos o jefes de la nación. Esto se pedía
con el fin de realizar el acto simbólico de poner sus manos sobre la víctima en representación de todo el
pueblo (4:15).
Se estipularon instrucciones semejantes para el pecado cometido por un jefe o líder de la nación, de un
determinado clan o tribu (4:22), o por algún miembro del pueblo (4:27). En tales casos, no aparece la
indicación de llevar fuera del campamento los restos de la víctima, ni rociar parte de la sangre en el
interior del tabernáculo.
Ciertos actos malos no comprobables como ocultar evidencia ante las autoridades (5:1), contaminarse
con algo inmundo inconscientemente (5:2-3), o hacer juramentos a la ligera (5:4), requerían la
presentación de la ofrenda por el pecado. El sujeto que cayere en alguna de estas situaciones debía
confesar su pecado (pues en este caso era imprescindible hacerlo) debido a que afectaba directamente a
terceras personas o a la obra de Dios.
El ofrendante tenía la opción, en tal caso, de presentar una cordera, una cabra (5:6) o, en su defecto,
dos tórtolas o dos palominos (5:7, privilegio de los pobres). En este último caso, uno era ofrecido en
holocausto y otro en expiación (5:7). Si no fuera posible por su pobreza ofrecer tales víctimas, la persona
tenía la opción de presentar [p 23] una ofrenda vegetal (5:11, compárese con la oblación del cap. 2).
Ofrenda por la culpa 5:14–6:7; 7:1–6. En este caso se señalan los requerimientos para presentar
sacrificios por pecados voluntarios o involuntarios en los que el transgresor debía restituir algo a quien
resultase afectado. No se dan instrucciones muy detalladas sobre el procedimiento de la ofrenda. Pero sí se
explican con bastante detalle los delitos que quedaban comprendidos en esta categoría.
14
1. Fraude contra las cosas santas de Dios. En este caso, tenía que restituir lo defraudado más una quinta
parte (el 20% o doble diezmo) de su valor (5:15–16). Este “impuesto” agregado al valor de las cosas es
importante en la enseñanza de otras secciones del libro (véase por ejemplo Levítico 25 y 27).
2. No devolver algo encomendado a su cuidado (6:2a).
3. Robo o hurto simple (6:2b).
4. La calumnia. Este pecado es diferente a los otros cuatro porque no se considera la pérdida o despojo de
alguna posesión material. Su significado es especial: robar o minar la buena reputación del prójimo (6:2c).
5. No devolver algo encontrado (6:3). Algo que obviamente podría reconocer al dueño original, pero en
lugar de eso, el delincuente se lo quedaba jurando que era suyo.
¡PENSEMOS!
[p 24] Hasta ahora, hemos visto la importancia que tenían los sacrificios para el culto y la fe israelitas.
Sin embargo, muchos otros aspectos de la vida cristiana están relacionados con este tema. He aquí
algunos:
1. El amor genuino es de tipo sacrificial, Juan 3:16; 15:13; Romanos 5:8; 1 Juan 3:16. Dios no escatimó ni a
su propio Hijo para darnos la salvación. Jesús se dio a sí mismo por amor.
2. La amistad genuina es de tipo sacrificial, Juan 15:13.
3. La ofrenda en la iglesia debe ser sacrificial, 2 Corintios 8:1–5. Los creyentes de Macedonia hicieron dos
ofrendas, se dieron primero a sí mismos y dieron de sus bienes más allá de sus fuerzas.
4. El testimonio ante otros creyentes es de tipo sacrificial, 1 Corintios 8:13. Debemos abstenernos de hacer
cualquier cosa que ofenda a nuestro hermano.
5. El testimonio al mundo muchas veces nos demanda algún sacrificio, Hechos 5:40–42; Hebreos 11:32–
39. Es honroso sufrir afrentas y aun la muerte por causa del nombre de Jesús.
6. La obediencia genuina llega al sacrificio. Debemos privarnos de cualquier cosa con tal de agradar a Dios,
1 Corintios 9:25. Si el Señor lo quisiera, debemos estar dispuestos a imitar la obediencia de Cristo
(“obediente hasta la muerte”, Filipenses 2:8).
7. El ministerio pastoral es de tipo sacrificial, Juan 10:11; Filipenses 2:17; 2 Timoteo 2:3; 4:5–6. El buen
pastor da su vida por el rebaño.
8. El servicio es de tipo sacrificial Marcos 10:45; Hebreos 13:16. Estamos para servir y no para ser servidos.
9. El discipulado es de tipo sacrificial Lucas 9:23; 57–62; 14:26. Hay que estar dispuesto a renunciar a todo
lo que compone nuestra vida: posición, posesiones, [p 25] intereses, proyectos y aún relaciones familiares
por seguir al Señor.
10. La adoración a Dios es sacrificial, Apocalipsis 4:9–12. Los veinticuatro ancianos que adoran a Dios se
despojan de sus coronas y las echan delante del trono así como haremos nosotros cuando estemos ante
nuestro Padre celestial. Los cristianos debemos despojarnos de lo mejor que tenemos para adorar a Dios.
Debemos adorar a nuestro Señor no sólo de labios, sino con la entrega sacrificial de nuestras vidas y
posesiones. Algún día, en la corte celestial, tendremos el privilegio de adorar al Cordero.
LA VIDA CRISTIANA NORMAL
ES DE TIPO SACRIFICIAL
15
¡PENSEMOS!
[p 27]
2
Siervos del Dios Santo
Levítico 8:1–9:24
Una de las experiencias que más ha impactado mi vida y ministerio fue la que tuve en un lugar de la
agreste geografía guatemalteca llamado San Pedro Yepocapa, Chimaltenango; el año, 1993. Tuve el
privilegio de ser el conferencista invitado en la transmisión de mando de la sociedad infantil de la Iglesia
Centroamericana de ese lugar. Confieso que al principio, en mí, y en otros de los que supieron de la
invitación, hubo la actitud de subestimar el hecho.
Me preparé bien para el compromiso y llegado el día, me dirigí al sitio referido. Al llegar al lugar,
pronto me di cuenta de la insensata reacción que tuve cuando recibí la invitación. Jamás había visto tanta
formalidad y seriedad como la que presencié en la investidura de los pequeños que recibieron el
ministerio de parte de la directiva saliente para dirigir la sociedad infantil “Joyas de Cristo”.
Para darle el adecuado realce al evento, hubo una cuidadosa preparación, así como una excelente
asesoría por parte de la familia pastoral en todo lo que se hizo. Los chicos prepararon y dirigieron todo el
programa. Ningún adulto participó, excepto como espectador. La música y el ambiente fueron
inmejorables. Todo se hizo puntualmente y con precisión militar.
[p 28] Presenciar el momento de la transmisión de mando revistió una emoción que movía a las
lágrimas, y causó tal impacto en mí, que me hizo evaluar mi dedicación al Señor. Cuando se les tomó la
protesta de prestar su mejor servicio, se veía en los rostros de los chiquillos, que iban vestidos con sus
mejores galas, la convicción firme de que estaban recibiendo un encargo muy importante de parte del
Señor.
Hubo un breve discurso del presidente saliente y otro del entrante. Luego, un traspaso de banderas,
Biblias y otras prendas llenas de significado; todo culminó con un solemne voto de consagración a Dios y
una oración. Fue una gran lección de cómo transmitir la autoridad y el ministerio recibido del Señor. Fue
una experiencia inolvidable.
Algo parecido vemos en esta sección de Levítico, en que Aarón y sus hijos fueron investidos y
recibieron autoridad para ejercer el ministerio sacerdotal. En la comunidad israelita, pertenecer al linaje
sacerdotal representaba un enorme privilegio y responsabilidad. No cualquiera podía ser sacerdote; los
candidatos debían cumplir muchos requisitos, como provenir de la tribu de Leví y ser de una cierta familia
dentro de esa casta. Debían ser físicamente perfectos (Levítico 21:17–23) y moralmente intachables
(Levítico 10; 21; 22); el privilegio era hereditario y vitalicio. Su preparación debía llevarse a cabo con
esmero y dedicación. Después de todo, eran responsables de servir al único y soberano Dios, al Santo de
Israel. Los sacerdotes debían ser un modelo en las áreas de santidad, mayordomía y consagración a Dios.
Muchos de los principios que se consideraban para la ordenación de los oficiales del culto israelita se
relacionan con el sacerdocio universal del creyente y el servicio que todos los hijos de Dios debemos
cumplir como mayordomos: trabajar fielmente en el ministerio que hemos recibido (1 Corintios 4:1–2);
usar bien la autoridad que [p 29] senos ha delegado (1 Pedro 5:2); cuidar y dar el mejor uso a todo lo que
se encarga a nuestro cuidado (Mateo 25:14–29). Por lo anterior, haremos bien en observar con cuidado
estas enseñanzas.
SE REQUIERE DE LOS ADMINISTRADORES,
QUE CADA UNO SEA HALLADO FIEL
(1 CORINTIOS 4:2).
En la era de la iglesia nos ha tocado a todos los creyentes el privilegio de ser sacerdotes del Dios Santo
(1 Pedro 2:4–5; Apocalipsis 5:9–10). Como tales, tenemos la doble función de servir de intermediarios
17
entre Dios y los hombres. De parte de Dios, para enseñar y encarnar su verdad al mundo incrédulo y al
cuerpo de Cristo. De parte de los hombres, para interceder ante el Señor por sus necesidades y ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios como por ejemplo, entonar alabanzas, hacer el bien y ayudar a
otros (Hebreos 13:15–16; Salmos 51:17–19).
Jesús es el gran sumo sacerdote que intercede por nosotros y socorre cuando somos tentados (Hebreos
4:14–16). Además, nos anima a acercarnos confiadamente a la presencia de Dios una vez que él ha
limpiado nuestra vida de todo mal para servirlo a él y su iglesia (Hebreos 10:19–25).
TODOS LOS CREYENTES EN CRISTO
TENEMOS EL PRIVILEGIO DE
SER SACERDOTES DEL DIOS ALTÍSIMO
[p 30] ORDENACIÓN DEL SACERDOCIO 8:1–9:24
Preparación 8:1–4
El mediador principal de esta preparación fue Moisés, que fielmente edificó la casa de Dios para que
cumpliera su función (Hebreos 3:1–6). En este caso, tuvo el privilegio de preparar al personal de la casa.
¡Estaba preparando a la tripulación principal que dirigiría el viaje por el desierto hacia la tierra
prometida!
Previo a la investidura de los ministros, Moisés, como buen maestro, reunió a la congregación para
enseñarle una importante lección visual de lo que Dios espera de sus siervos. Esto lo hizo con la autoridad
conferida por la palabra de Dios: “esto es lo que Jehová ha mandado hacer” (8:5).
Las anteriores palabras sirvieron para preparar a la audiencia para que presenciara y aprendiera las
lecciones espirituales de este maravilloso evento. Una vez reunidos todos los elementos para efectuar los
ritos del sacrificio, indispensables para acercarse a Dios (8:2), inició el acto solemne en el lugar indicado,
el tabernáculo, sitio donde Dios se manifestaba a su pueblo. Era también residencia temporal de la
santidad divina.
¡PENSEMOS!
Investidura: 8:5–9, 13
Después de preparar el escenario perfecto y a la audiencia, Moisés procedió con el ritual para investir
del oficio sagrado a Aarón y su hijos. Se destaca lo siguiente:
El lavamiento: El baño o lavado con agua representaba la pureza necesaria para servir a Dios. Nada
impuro o vil debe presentarse en el servicio al Señor.
Las vestiduras sacerdotales: Acto seguido, Moisés procedió a poner a Aarón los elementos de las
vestiduras oficiales de sacerdote (8:7–9). La túnica y un primer cinto (probablemente una faja) se
colocaron ceñidos a su cuerpo. Luego el manto y encima el efod (quizá una especie de chaleco o corsé
decorativo, Éxodo 28:4) ceñido con otro cinto. Un pectoral cubría el plexo solar y dentro de éste estaban
18
los Urim y Tumim (que se cree eran amuletos en forma de piedrecillas o palitos que se utilizaban para
consultar a Dios, Éxodo 28:30; Números 27:21; 1 Samuel 28:6).
La cabeza se cubría con una mitra (turbante) que se ceñía con una diadema y lámina de oro que tenía
la inscripción “Santidad a Jehová” (Éxodo 28:35–37). Todos estos detalles no se presentan por accidente.
El cumplimiento detallado de su voluntad es lo que agrada a Dios. Además, cada elemento tenía una
función específica.
En el caso de las vestiduras sacerdotales y debido al constante trabajo físico que realizaba en el
santuario, el levita requería de mucha energía. Cada elemento del vestido era necesario, los cintos para
amortiguar el esfuerzo físico, el pectoral para proteger las partes vitales del sacerdote y los adornos, para
honrar y distinguir su oficio y posición.
[p 32] ¡PENSEMOS!
Ungimiento: 8:10–12
En Israel, el acto de ungir a personas, profetas, reyes (Éxodo 28:41; 1 Samuel 9:16; 16:12–13) u
objetos (Éxodo 30:26–29) servía para consagrarlos y apartarlos para el servicio de Dios o para alguna
tarea específica
En este pasaje se dice que ungiendo los objetos de culto, Moisés los “santificó” (vv. 10–11) esto
significa que fueron apartados para el servicio a Dios. Primero “ungió el tabernáculo y todas las cosas que
estaban en él” (v. 10) y luego roció siete veces el altar del holocausto y sus periféricos (“todos sus
utensilios, y la fuente y su base” v. 11). El número siete significa lo perfecto o completo en la Biblia.
El acto de ungir el altar del holocausto significaba que la consagración era perfecta o completa.
Después ungió también a Aarón para apartarlo al servicio del culto (v. 12) y sus hijos recibieron la
investidura sacerdotal (v. 13). Dios también nos ha santificado o apartado a los cristianos para su servicio,
habiéndonos ungido con su Espíritu (1 Juan 2:20–27).
[p 33] PERO VOSOTROS TENÉIS LA UNCIÓN DEL
SANTO, Y CONOCÉIS TODAS LAS COSAS
(1 JUAN 2:20).
Sacrificios de consagración 8:14–36
Estos sacrificios tenían el propósito de expiar los pecados de Aarón y sus hijos. Esta es una parte
esencial de la consagración. Nadie puede servir a Dios a menos que esté limpio de pecado. Cristo expió
con su propia sangre nuestras culpas para salvarnos y hacernos aptos para servir a Dios (Hebreos 9:11–
14). A continuación, se repitió el acto simbólico por el que, colocando sus manos sobre la víctima
inmolada, los ofrendantes (en este caso Aarón y sus hijos), expresaban su fe en la eficacia sustitutoria de
ese sacrificio para purificarlos de sus pecados (v. 14; véase también 1:4 y 16:21).
La sangre como elemento esencial para purificar prácticamente todo (Hebreos 9:22) es usada por
Moisés para consagrar el altar del holocausto. Este era el altar que se encontraba en el atrio, entre el
santuario y la cortina que lo delimitaba (véase pág. 144).
19
Dicho altar era el lugar donde se ofrecían la mayoría de los sacrificios (a excepción del sacrificio del
día de la expiación, Levítico 16 que se culminaba en el propiciatorio dentro del tabernáculo). Hizo esto
para que cumpliera su función primordial: “reconciliar sobre él” (v. 15). Por ello se dice que servía para
reconciliar sobre él al ofrendante con Dios.
El altar tenía unas salientes en forma de cuernos donde se asían los que querían ser tratados con
misericordia por haber cometido algún homicidio involuntario o falta grave en contra de alguien (Éxodo
21:13–14; compárese con 1 Reyes 1:50–51).
[p 34] Otros sacrificios como el holocausto (en el que la víctima era totalmente quemada) se ofrece
aquí como un simbolismo de la entrega voluntaria y absoluta del ofrendante a Dios (vv. 18–21). El
sacrificio llamado “el carnero de las consagraciones” (v. 22), corresponde bastante al sacrificio de paz
(3:6–11; 7:28–34).
Es interesante que se pone énfasis en el acto de untar un poco de sangre de la víctima sobre el lóbulo
de la oreja derecha, así como sobre los dedos pulgares de la mano y pie derechos de Aarón y sus hijos (vv.
23–24). Esto quizá es un simbolismo que señala la función de esos órganos: los oídos para oir la voz de
Dios, la mano para realizar las obras de Dios y los pies para dirigirse a cumplir los encargos del Señor.
Se culmina este ritual preparando una serie de ofrendas vegetales, que junto con las partes utilizables
del carnero de las consagraciones, fueron mecidas delante de Dios (v. 27).
Habiendo culminado estos sacrificios, se procedió a celebrar una comida para cerrar el ritual de
consagración (v. 31). También debían guardar provisiones para cumplir el encargo final de permanecer
“día y noche por siete días” (vv. 33–36). Ese tiempo guarda relación con la idea de lo completo o perfecto
que conlleva el número siete. También era un tiempo de retiro antes de iniciar las labores sacerdotales. La
violación de este mandato implicaría la muerte para el infractor (v. 35).
Sacrificios por el pueblo 9:1–22
Otra vez se presenta una detallada descripción del ritual que tenía dos propósitos:
1. Ofrecer sacrificios por el pueblo en preparación para la manifestación de la gloria de Jehová.
2. Inaugurar el sistema sacrificial israelita.
Habiendo puesto los fundamentos de las formas y elementos necesarios para acercarse a Dios por
medio de [p 35] los sacrificios (caps. 1–7) y habiendo consagrado a los responsables de llevar a cabo esa
tarea (cap. 8), se inicia oficialmente el culto en Israel. Aarón, investido como sumo sacerdote, ofreció tres
sacrificios por él mismo y por el pueblo (v. 7):
1. Sacrificio de expiación, (vv. 8–11, 15)
2. Holocausto, (vv. 12–14, 16)
3. Sacrificio de paz, (vv. 17–21)
Acto seguido, “alzó Aarón sus manos hacia el pueblo y lo bendijo” (v. 22). Esta bendición era más que
un acto litúrgico; representaba fielmente la experiencia que Dios iba a producir en su pueblo por realizar
bien su función sacerdotal y por cumplir los mandamientos divinos. El hacer la voluntad de Dios iba a
traer una experiencia de bendición a toda la nación. También a los cristianos, el Señor aprueba y
recompensa el trabajo y dedicación que manifestamos cuando llevamos a cabo nuestro servicio sacerdotal
y cumplimos fielmente con cada detalle de su voluntad.
La gloria de Jehová, 9:23–24
La máxima prueba de la bendición divina para el pueblo era la manifestación de la gloria de Dios (v.
23), la cual fue confirmada por el fuego que provino de Jehová (v. 24 probablemente del cielo) para
consumir el holocausto (compárese con 1 Reyes 18:38–39). Este acto era una aprobación divina del
sacrificio presentado y la investidura de los sacerdotes. Si todos ellos (el pueblo y su sacerdocio) cumplían
cabalmente su responsabilidad de acercarse a Dios a través de los sacrificios, si andaban en conformidad
con el pacto con Jehová y si enseñaban la verdad y la aplicaban a sus vidas, entonces la gloriosa presencia
de Dios para bendición iba a permanecer sobre ellos.
20
[p 36] Ante tan extraordinaria experiencia, los israelitas no pudieron más que reconocer su necesidad
de postrarse ante Dios en señal de adoración y lo alabaron (v. 24).
¡PENSEMOS!
[p 37]
3
Dios es fuego consumidor
Levítico 10:1–20
Hay ciertas cosas en la vida que si no manejamos con el debido cuidado pueden causarnos más mal
que bien. El fuego es una de ellas. Bien empleado, tiene miles de usos útiles. Pero, cuando no se toman las
precauciones del caso, sus efectos pueden ser dañosos y, a veces, irreversibles.
Lo mismo es cierto con respecto a la vida espiritual. Para disfrutarla al máximo y recibir sus múltiples
beneficios, tenemos que conducirnos en ella de la manera que el Señor lo indica. No hacerlo puede
causarnos muchas frustraciones, pérdida y derrota espiritual. Jugar con Dios puede ser más peligroso que
jugar con fuego.
El vínculo de este pasaje (10:1-20) con el anterior (8:1–9:24) está dado por la palabra “fuego” (vv. 1–
2). Cuando Aarón como jefe de la casta sacerdotal presentó todos los sacrificios por él mismo, su familia y
el pueblo, como Jehová lo había mandado, la presencia de Dios para bendición se manifestó a través del
fuego que consumió enteramente la ofrenda del altar (9:24). Mediante el anterior hecho, quedó
demostrada la aprobación que el Señor estaba dando a la ofrenda de Aarón. Este es un ejemplo también
del tipo de ofrenda que Dios acepta.
[p 38] No obstante, sus dos hijos mayores Nadab y Abiú, vinieron a la presencia de Dios ofreciendo un
“fuego extraño, que él nunca les mandó” (v. 1). Una llama venida del cielo consumió la ofrenda, pero
también la vida de los dos hijos mayores de Aarón cuyo proceder Dios reprobó clara y definitivamente.
LA OFRENDA DE AARÓN
FUE APROBADA (9:24)
LA OFRENDA DE NADAB Y ABIÚ
FUE REPROBADA (10:2).
¡PENSEMOS!
Lo que hicieron Nadab y Abiú fue algo que el Señor nunca pidió. Dejaron de hacer lo que Dios mandó
por hacer lo que ellos querían. Este es un problema que los cristianos también afrontamos con frecuencia.
A menudo, nuestro problema no es que ignoramos la voluntad de [p 39] Dios, sino que no queremos
hacerla. Pretendemos que el Rey de gloria se humille y sujete a nuestros caprichos y deseos egoístas.
22
Hay quienes creen que lo que hicieron Nadab y Abiú fue por ignorancia. Pero eso es imposible por la
detallada preparación a la que fueron expuestos durante su consagración como sacerdotes (caps. 8–9).
Más parece que su actuación fue totalmente premeditada, voluntaria e intencional.
Lo que es cierto es que lo que hicieron era algo que Dios, por su carácter santo, no podía aceptar. Este
hecho nos enseña varias lecciones positivas y negativas fundamentales acerca de la santidad de Dios y la
vida cristiana.
APRENDEMOS CUÁNTO VALE PARA DIOS LA SANTIDAD DE SU MORADA
Como una manera de enseñar al pueblo la importancia de conocer su carácter santo, el Señor mantuvo
intacta la santidad de su tabernáculo. El santuario era el lugar específico en donde se manifestaba la
presencia de Dios (si bien lo trascendía por mucho, pues el Creador no limita su presencia a un solo lugar,
Hechos 17:24) en forma de nube o resplandor. Por lo tanto, era una falta grave tratar de introducir y
mucho menos presentar, cualquier cosa que no hubiere sido previamente purificada o presentada de
acuerdo con sus instrucciones precisas.
Nuestro Salvador también defendió la santidad del templo cuando echó del santuario a todos los que
habían desvirtuado su función original (Juan 2:13–25; Mateo 21:12–13; Marcos 11:15–18; Lucas 19:45–
46) de servir como casa de oración y adoración a Dios. También condenó la falta de limpieza de los líderes
(Juan 2:15–16) y del pueblo (Juan 2:23–25). Sin embargo, con su muerte [p 40] (Juan 2:19), llevó a cabo
una limpieza total de pecados en todos aquellos que creen en él (Juan 1:12, 29).
De igual manera, el creyente debe cuidar que no entre nada impuro en el santuario de Dios (su propio
cuerpo, 1 Corintios 6:19 y la iglesia, entendida como el cuerpo de Cristo, Efesios 2:20–22). Ni presentar
ningún tipo de ofrenda o sacrificio sabiendo que su corazón no está limpio delante de Dios (Mateo 5:23–
24).
¿O IGNORÁIS QUE VUESTRO CUERPO
ES TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO…
Y QUE NO SOIS VUESTROS?…
GLORIFICAD, PUES, A DIOS
EN VUESTRO CUERPO
Y EN VUESTRO ESPÍRITU…
(1 CORINTIOS 6:19–20).
APRENDEMOS QUE LA FINALIDAD DE LAS LEYES SOBRE LOS SACRIFICIOS Y LA
CONSAGRACIÓN DEL SACERDOCIO (CAPS. 1–10) ES CONOCER LA SANTIDAD DE DIOS.
La primera sección principal del libro (caps. 1–10) tiene la finalidad de enseñar al pueblo la santidad
de Dios. Todos debían vivir a la luz de este concepto, cumpliendo con las ordenanzas y sacrificios
estipulados y cuidarse de hacer algo que estuviera en contra del carácter inherentemente santo del Señor.
El Altísimo realmente no necesitaba los sacrificios (compárese con Amós 5:21–24; Hechos 17:24–25),
ni le hacían falta. Dios no tiene en absoluto vacíos o carencias. Los paganos creían que “saciaban” el
apetito de sus dioses con la sangre y la carne de las víctimas, especialmente si éstas eran humanas. En la
actualidad existe una creencia similar en la iglesia católica romana. [p 41] También se manifiesta esta
creencia en la fiesta que conmemora el día de muertos.
Eran los israelitas (y nosotros) los que necesitaban conocer bien la santidad de Dios para que, a través
de las lecciones objetivas (acerca de la santidad del Señor) que proveían los sacrificios, pudieran acercarse
confiadamente y sin temor a Dios. Si osaren llegarse a Dios sin discernir su santidad, podían sufrir la
experiencia de Nadab y Abiú.
Cuando Dios afirmó en el v. 3 “me santificaré”, se presenta un significado especial de éste término.
Generalmente, el concepto de la santidad de Dios se considera en su forma pasiva, pero no siempre es así.
23
También él se santifica cuando activamente paga a los hombres el salario de sus malas obras (Ezequiel
28:22).
Se aprecia que Nadab y Abiú no captaron este tema, lo tomaron a la ligera, o no lo entendieron en su
cabal significado. Por eso, Dios afirma que: “en los que se acercan a mí me santificaré” (v. 3). Era muy
seria la enseñanza y los deberes encomendados a los israelitas (y también a los cristianos), porque
mediante ellos, el Señor demostraba su carácter santo y la exigencia básica de que las personas fueran
como él (11:44–45; 19:2; 20:26; 1 Pedro 1:16).
Si los individuos no cumplían su mandato (como sucedió aquí), de cualquier modo Dios mantendría
intacto su carácter santo. Esta es una lección muy pertinente para los cristianos también. Recordemos que
somos responsables de dar cuenta de todos nuestros actos al Padre. Y que hoy, igual que siempre, él quiere
que celosamente vivamos de acuerdo a su carácter. De no hacerlo, podemos llegar a lamentarlo. No
podemos ir en contra de la santidad de Dios sin sufrir las consecuencias.
[p 42] ¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
EN SUS CORAZONES.
No obstante, debe entenderse que para el israelita los sacrificios eran sólo un medio conducente hacia
el fin principal, que es conocer la santidad de Dios. Muchas veces, los cristianos llegamos a creer que los
ritos o costumbres son el fin de la vida espiritual, pero debemos darnos cuenta de que solamente son
caminos alternos para llegar a la finalidad principal de nuestras vidas: ser agradables a Dios.
El error de Nadab y Abiú resultó trágico en sus vidas. A pesar de que ellos eran responsables de
enseñar la ley al pueblo (v. 11; Deuteronomio 33:8–11) y de dar ejemplo vivo de obediencia a la nación,
habían fallado. Por eso, Dios los juzgó. ¿Qué podemos esperar los cristianos si no damos un ejemplo
diáfano de obediencia a nuestro Padre celestial?
El mensaje para el pueblo era delicado, pero muy claro, Dios había castigado a dos de sus siervos por
no cumplir sus ordenanzas. El pueblo también era responsable de agradar a Dios observando sus
mandamientos por su propio bien. De no hacerlo, sufriría las mismas consecuencias que Nadab y Abiú.
Este tema de saber distinguir entre lo santo y lo profano, entre lo que agrada y lo que no agrada a Dios, es
la diferencia entre vivir [p 49] una vida de santidad y felicidad o quedar expuesto a las dañosas
consecuencias del pecado.
¡PENSEMOS!
[p 50]
(pag. en blanco)
27
4 [p 51]
La importancia de la pureza
Levítico 11:1–47
El Señor bendijo nuestro matrimonio con cuatro hijos. Podemos decir sin vanagloria que en Cristo
hemos formado un hogar feliz. Una de las cosas que más nos ha preocupado es no dejar al azar, o como
algunos hacen, a la competencia exclusiva de la escuela, la formación de nuestros hijos. Desde pequeños
Berna, Irene, Juan Luis e Ismael han aprendido la importancia de cuidar muchos aspectos de su pureza
personal.
Aunque hemos tenido diferente responsabilidad con cada uno de ellos, hemos seguido un mismo
patrón, comenzando con la formación de las reglas elementales de higiene como: lavarse las manos, los
dientes, mantener una apariencia pulcra, comer alimentos nutritivos, comportarse correctamente dentro y
fuera de casa, respetar a sus mayores, observar horarios estrictos de descanso, juego y trabajo, etc.; hasta
llegar a los temas más complejos de su vida moral y espiritual. La disciplina física (vara de corrección)
también forma parte de esta preparación.
Y cuando creíamos haber terminado la dura tarea, nos encontramos con que los tenemos que formar
en el tema más complicado pero necesario: mantener la pureza moral y espiritual. Sobre esto no podemos
tener todo el [p 52] control sobre sus vidas, pero con la enseñanza de la palabra de Dios les hemos
orientado para que hagan su mejor decisión: amar a Dios por sobre todas las cosas y honrarlo con su
conducta.
Aunque muchas veces encontramos oposición en nuestros hijos para que cumplan con las reglas del
hogar, no nos rendimos. Gradualmente encontramos la manera de fijar en ellos la convicción de que
dichas normas no fueron establecidas a capricho de nadie, sino para bien de ellos.
Dios nos instruye de similar forma en Levítico 11–16. Primero, nos enseña la importancia de la pureza
en aspectos prácticos de la vida como la alimentación, la higiene del cuerpo, la obediencia a las normas
establecidas, la conducta irreprochable, etc. Luego, y en forma progresiva, llega al punto más importante,
a saber, cómo conseguir la pureza espiritual que se enseña en forma diáfana en la descripción del día de
expiación (cap. 16).
De hecho, la base de la enseñanza de toda la segunda sección principal del libro (caps. 11–27) se
presenta en 10:10–11 (compárese con 11:46–47; 20:24–25): “para poder discernir entre lo santo y lo
profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos lo estatutos que Jehová
les ha dicho por medio de Moisés”.
Una aclaración es necesaria. Lo que se considera limpio o puro es todo aquello que se puede acercar y
ofrecer a Dios; lo que cumple los requisitos para ser presentado a él. Lo inmundo es todo aquello que no
reune los requisitos para traerlo ante el Señor, y lo que nos aleja de él.
ES PURO TODO AQUELLO
QUE NOS ACERCA A DIOS E INMUNDO TODO
LO QUE NOS ALEJA DE ÉL.
[p 53] Discernir entre lo inmundo y lo limpio es una responsabilidad que también tiene el pueblo
cristiano. Debemos conocer la ley de Dios para saber la diferencia que hay entre lo que le agrada y lo que
no (Efesios 5:3–12; 1 Tesalonicenses 3:13; 4:3). En Romanos 7:12, 14, 16 el apóstol Pablo afirma: “De
manera que la ley a la verdad es santa… es espiritual… es buena”, dando a entender que no lo es sólo en
su naturaleza, sino que la ley sigue vigente en su aspecto ético para la iglesia de nuestros días (a excepción
de los rituales que fueron cumplidos por Cristo).
Las detalladas instrucciones que contienen los caps. 11–16 de Levítico abarcan temas importantes de
la vida. Van desde las leyes dietéticas hasta las instrucciones precisas para la purificación espiritual que se
28
llevaba a cabo en el día de la expiación. Todo lo que Dios enseñó por medio de Moisés en la ley, era parte
del entrenamiento (discipulado) que debía recibir el pueblo israelita. El fin era que conocieran el carácter
santo del Señor y que aprendieran a llevar una vida de santidad consagrada en cuerpo y alma a su Rey
soberano.
EL SEÑOR NOS ENSEÑA A VIVIR EN
SANTIDAD PROGRESIVAMENTE;
VA DESDE LOS TEMAS BÁSICOS DE LA VIDA
HASTA LOS MÁS COMPLEJOS,
AQUELLOS QUE INFLUYEN
EN NUESTRA VIDA ESPIRITUAL.
LEYES DIETÉTICAS 11:1–47
Dios, en su infinita sabiduría, orientó a su pueblo para cuidar hasta de los más mínimos detalles de la
[p 54] vida. En este pasaje, les instruye para que supieran qué tipo de alimentos debían consumir y cuáles
no. También hay enseñanza en cuanto a cómo debían comerlos.
El Señor quería enseñar al pueblo cuatro cosas:
1. Lo que convenía a la santidad de Dios y lo que no.
2. Lo que avanzaría la santificación de los miembros del pueblo de Dios y lo que no.
3. Lo que necesitaban saber para mantenerse separados de las prácticas idolátricas e insalubres de los
paganos.
4. Cómo podían cuidar su salud física y espiritual.
Aunque estas leyes son de carácter ceremonial, sirven al propósito de que el pueblo conozca el
carácter santo de Dios y que viva conforme al mismo. No constituían un fin en sí mismas, sino que eran
un medio para que conocieran la santidad de Dios. Un segundo mensaje puede estar presente, y es el de
cuidar la salud de los israelitas, privándolos de comer animales que pudieran ser nocivos para la salud.
Lo que para Israel era una ley, para la iglesia es un principio de mayordomía personal. Un aspecto de
ésta es cuidar escrupulosamente de nuestra salud y hábitos alimenticios. No debemos comer en exceso ni
en forma indiscriminada; tampoco por mero placer. Tenemos que vigilar lo que entra en nuestro cuerpo;
los alimentos deben ser sanos y de comprobada nutrición.
La lista de animales prohibidos se divide en cuadrúpedos, acuáticos, aves, insectos y “animales que se
mueven sobre la tierra”. La descripción que se hace de ellos era para que los israelitas identificaran las
especies que no se debían comer y cuidaran el habitat, evitando matarlas por placer. También incluye la
instrucción divina para que no imitaran las costumbres de otras naciones paganas que comían toda clase
de animales inmundos, especialmente el cerdo.
[p 55] Animales puros e impuros 11:1–23
Animales inmundos. La clasificación incluye a los cuadrúpedos que rumian (mascan sus alimentos
varias veces) pero no tienen pezuña hendida como el camello, el conejo y la liebre, además de los que
tienen pezuña hendida pero que no rumian como el cerdo (11:4-7). También se incluye en esta lista a
todos los que andan sobre sus garras (11:27).
De los animales acuáticos se prohibe comer aquellos que no tienen ni aletas ni escamas, entre los que
se cuentan la anguila, el cangrejo, la ostra, el pulpo, la langosta, el delfín etc. (11:10-11).
De las aves se proscriben las especies rapaces (que comen carne o carroña) como el águila, el
quebrantahuesos, el azor, el gallinazo, el milano, el cuervo, la lechuza, el gavilán, el búho y el buitre
(quizá debido a que algunas de esas especies se alimentan de carne putrefacta, podían transmitir
enfermedades a las personas que las comieran). Asimismo, las aves zancudas como el avestruz, el ibis, el
calamón, la cigüeña y la garza; ciertas aves acuáticas como la gaviota, el somormujo y el pelícano. Otras
29
que se alimentan de insectos como la abubilla y el murciélago (que estrictamente no es un ave, pero que se
comporta como tal, 11:13–19).
Por lo que hace a los insectos, están prohibidos todos aquellos que son alados y que andan sobre cuatro
o más patas (11:20-23).
Una variedad de animales que se distinguen únicamente porque “se mueven sobre la tierra” incluye a
la comadreja, el ratón, la rana, el erizo, el cocodrilo, el lagarto, la lagartija y el camaleón (11:29-30). La
lista termina con los reptiles, que andan sobre su pecho, que se arrastran sobre la tierra y los que tienen
cuatro o más patas (11:41-42).
Animales limpios. De acuerdo con la información de Levítico 11 y Deuteronomio 14:13–21, se podía
comer el [p 56] buey, la oveja, el ciervo, la gacela, el corzo, la cabra montés, el íbice, el antílope y el
carnero montés (Deuteronomio 14:4–5). Los animales de pezuña hendida y que rumian se incluyen en
esta lista (Levítico 11:3; Deuteronomio 14:6).
De la fauna marina, eran permitidos todos aquellos que tienen aleta y escama (Levítico 11:9; 14:9). Así
como toda ave limpia, excepto la lista de 20 (11:13–19) que aparece en la categoría de aves inmundas
(Deuteronomio 14:11). Y: “todo insecto alado que anda sobre cuatro patas, que tuviere piernas… para
saltar” como la langosta (véase la dieta de Juan el Bautista [Mateo 3:4]), el langostín, el argol y el hagab
(Levítico 11:21–22).
La ciencia ha descubierto que la proteína de estos animales es más adecuada para el metabolismo
humano y la conservación de la salud. También se sabe que poseen menor porcentaje de grasas saturadas
y toxinas causantes de muchos trastornos, especialmente las enfermedades del corazón.
¡PENSEMOS!
La lista de instrucciones incluye qué hacer con los depósitos de agua, semillas, hornillos y otros
enseres. La fuente y la cisterna donde se depositara agua no se contaminarían, porque se entiende que el
suministro constante de agua dulce las mantendría limpias.
Era posible que una persona se contaminara por tocar el cadáver de un animal de los considerados
limpios; que había muerto por enfermedad o accidente o por sacrificarlos en manera inadecuada (11:39).
Aún así, debía purificarse.
[p 58] MANTENGA SU CUERPO LIMPIO
DE TODA CONTAMINACIÓN,
PERO SOBRE TODO, SU ESPÍRITU.
¡PENSEMOS!
[p 60] ¡PENSEMOS!
[p 61]
5
Una vida limpia
Levítico 12:1–15:33
Según la enseñanza de Levítico, algunas formas en que se incurría en impureza no eran
necesariamente pecaminosas. En los caps. 12–15, tenemos varios ejemplos de esto. El parto no es en
ninguna forma algo pecaminoso. No obstante, Dios exigía que la mujer se purificara, pues mientras no lo
hiciera, no podría participar en el culto israelita, ni acercarse al tabernáculo (cap. 12). La misma
restricción se aplicaba a todo tipo de impurezas (15:31), así como a ciertas enfermedades contraídas
involuntariamente, como la lepra (caps. 13–14) u otros trastornos físicos (cap. 15). Todos estos ejemplos
nos dan una idea más clara y justa de lo que Dios considera puro o impuro.
PURIFICACIÓN POSNATAL DE HIJO 12:1–4
Según esta ley, después de dar a luz, la mujer quedaba impura por siete días (12:2). No se explica en
qué consistía la impureza. Hay quienes creen que era un recordatorio de la transmisión del pecado al
recién nacido. Otros, que el organismo de la mujer necesita cierto tiempo para desechar los restos de flujo,
sangre o placenta que, alojados en el cuerpo, son impuros. Ambas cosas pueden ser ciertas, ya que la ley
mosaica da mucha [p 62] importancia a la pureza e integridad del cuerpo humano. Por eso, el creyente
debe mantenerse puro.
Al octavo día después del período de impureza, el niño debía ser circuncidado. La circuncisión era la
señal del pacto abrahámico (Génesis 17:1–2, 10–15) y la identificación de que un individuo pertenecía a
la descendencia de Abraham y al pueblo escogido de Dios. Otros treinta y tres días debían transcurrir para
completar la purificación. Durante ese tiempo, la mujer debía abstenerse de tocar toda cosa santa y de ir al
santuario (12:4).
Hay que entender que todo el período de purificación de la mujer servía también como una especie de
dieta o cuarentena para que convaleciera y se recuperara del parto. Es conveniente que la mujer guarde
un período de reposo para ayudarla a restablecer su cuerpo y sus funciones normales antes de
reintegrarse al trabajo.
Se advierte en toda esta enseñanza acerca del cuidado y purificación de la madre y su prole, el interés
que Dios, en su infinita sabiduría, tiene de la salud reproductiva de la mujer. En estos días en que la
maternidad se subestima tanto, ¡es maravilloso saber que el Señor diseñó todo esto para proteger a la
madre! Dios es el experto más grande en el tema de la descendencia.
En tiempos antiguos, tener hijos era la realización máxima de la mujer y de toda la familia. El parto era
visto como un acontecimiento feliz. Lo contrario, el no tener descendencia (Oseas 9:14) o ser estéril
(Génesis 30:2), se consideraba señal segura de maldición divina. Obviamente esto no siempre fue así,
porque algunas mujeres piadosas como Sara (Romanos 4:18–19), Ana (1 Samuel 1:2; 2:5), y Elisabet
(Lucas 1:7) fueron estériles por largo tiempo. Con frecuencia, las promesas de bendición divina estaban
relacionadas con la descendencia (Génesis 17:6–8; Oseas 1:10; Deuteronomio 30:9).
[p 63] EL SEÑOR SE GOZA DE LA DESCENDENCIA
DE TODAS LAS FAMILIAS DE LA TIERRA,
ESPECIALMENTE LA
DE HOMBRES Y MUJERES PIADOSOS,
LIMPIOS DE CORAZÓN.
PURIFICACIÓN POSNATAL DE HIJA 12:5
33
Cuando la mujer paría una niña, el tiempo de impureza y de purificación era exactamente el doble,
catorce y sesentaiseis días respectivamente. No se explica en el pasaje por qué era así. Pero todas las
provisiones de Dios son perfectas y para el bien de la persona.
INSTRUCCIONES PARA PURIFICARSE 12:6–8
Los sacrificios requeridos para la purificación de la mujer eran el holocausto y la expiación (que era
una ofrenda por el pecado). Este último no se exigía porque se considerase el parto pecado, sino porque
era un sacrificio convencional de los pecados para todo el que se acercara al tabernáculo, incluso para los
sacerdotes. Era menester ofrecer sacrificios expiatorios a menudo y el sacrificio expiatorio por excelencia
que se hacía cada año se describe en Levítico 16.
Cuando la familia era pobre, podía presentar su ofrenda acogiéndose al privilegio de los que tenían
recursos limitados (12:8). En tal situación se podían presentar dos tórtolas. Este fue el caso de María, la
madre del Señor Jesús (Lucas 2:24).
¡PENSEMOS!
Una situación muy penosa para el enfermo de lepra era que tenía que pregonar su padecimiento para
que nadie lo tocara e impedir que se contaminara. También se advierte que no podía mantenerse dentro
del campamento, tenía que salir todo el tiempo que durara su enfermedad. Esta situación, desagradable
pero necesaria, hacía del leproso el tipo de persona de menor estima en Israel. En la Biblia se relata que
ciertas personas fueron curadas de lepra (2 Reyes 5:10–14; Lucas 17:11–19) y que también
experimentaron una transformación espiritual.
Como la lepra, el pecado en cierta manera vuelve inmundo al cristiano. La Escritura nos exhorta a no
mancharnos con el pecado (2 Corintios 6:17) y limpiarnos de la malicia y todo aquello que afecte nuestra
vida espiritual (1 Corintios 5:7–8).
¿QUIÉN SUBIRÁ AL MONTE DE JEHOVÁ?
¿Y QUIÉN ESTARÁ EN SU LUGAR SANTO?
EL LIMPIO DE MANOS Y PURO DE CORAZÓN…
(SALMOS 24:3–4)
[p 66] LIMPIEZA DE LA LEPRA 14:1–57
En esta sección vemos tres propósitos:
1. Aprender a identificar a una persona inmunda debido a la lepra.
2. Explicar cómo se purifica alguien que ha sanado de lepra.
3. Enseñar al pueblo la diferencia entre lo inmundo y lo limpio. Este es el propósito de esta sección de
Levítico (caps. 11–16; compárese con 10:10 y 11:47).
El ritual para purificarse era muy minucioso. Requería dos aves, una de las cuales se inmolaba como
símbolo de la purificación y la otra se soltaba como símbolo de la nueva libertad que experimentaba la
persona que había quedado limpia de la lepra (vv. 4–7); después, debía afeitarse y lavarse (vv. 8–9).
Finalmente, era responsable de presentar una ofrenda expiatoria por la culpa, un holocausto y una
oblación (vv. 12–13, 21, 31).
Un aspecto interesante de la enseñanza de este pasaje es que se podía diagnosticar lepra en una casa
(algo parecido a una plaga v. 35; también en 13:47–59 se hace referencia a lepra en la ropa). En tal caso,
el sacerdote podía mandar retirar las piedras o raspar las paredes interiores de la casa infectada (vv. 40–
41) o hasta derribarla (vv. 43–45) si era necesario.
Lo anterior nos enseña cuán importante es para Dios la pureza e higiene de su pueblo, ya que tomaba
en cuenta incluso el mantenimiento de las propiedades. ¡Cuánto más importante será para los cristianos
mantener la pureza en nuestra vida física y espiritual!
Cualquier persona que entrare en alguna casa con lepra o que tuviere contacto con ella, quedaría
inmundo y debía purificarse (vv. 46–49). La mayordomía del cristiano debe guiarle a mantener limpio su
espíritu, su cuerpo, su casa y todo lo que Dios ha encomendado a su cuidado.
[p 67] TEN PIEDAD DE MÍ, OH DIOS
CONFORME A TU MISERICORDIA;
CONFORME A LA MULTITUD
DE TUS PIEDADES
BORRA MIS REBELIONES.
LÁVAME MÁS Y MÁS DE MI
MALDAD, Y LÍMPIAME DE MI PECADO
(SALMOS 51:1–2).
35
Sin embargo, no todo terminaba allí, también era necesario ofrecer sacrificios por la purificación de la
casa, pues no podía ser habitada a menos que estuviera limpia (vv. 49–53). Al leer estas líneas, no nos
debe quedar la menor duda del interés que Dios tiene en su pueblo y de su exigencia de que éste ande en
pureza.
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
[p 71]
6
Un espíritu limpio
Levítico 16:1–34
No hay experiencia más impactante en la vida que tener un acercamiento con el Señor. Cuando Isaías
tuvo la visión en que estuvo frente al Dios tres veces santo (Isaías 6:1–4), sabiendo que era un pecador vil
e indigno (“hombre inmundo de labios” Isaías 6:5b), el profeta sintió en principio que no saldría vivo de
esa experiencia (“¡Ay de mí!” es el grito de alguien que agoniza, Isaías 6:5a). Después de ese momento, su
vida ya no fue la misma. Y es que entre más se acerca a Dios, el ser humano aprecia mejor su condición
pecaminosa y su necesidad de ser purificado de todo mal (Isaías 6:6–7).
Lo que le pasó a Isaías nos enseña dos cosas: que para acercarse a Dios hay que tener una clara
convicción de pecado y que tenemos que acogernos a la solución divina para resolver el problema del
pecado. Sólo así podemos tener una relación correcta con el Padre celestial.
La cumbre de la enseñanza levítica acerca de la necesidad de purificarse para entablar una buena
relación con Dios es el ritual del día de la expiación. Ese día era tan importante en la vida judía, que los
rabinos lo llamaban “el gran día” o simplemente “el día” porque conmemoraba el momento en que se
hacía la expiación [p 72] (limpieza) de los pecados (vv. 16, 21, 30, 33; Números 29:7–11) del pueblo.
Los israelitas tenían que guardar el descanso sabático y ayunar desde la tarde del día nueve, hasta la
puesta del sol del décimo día del mes séptimo del calendario judío. La limpieza de pecados no se podía
hacer sin el derramamiento de sangre (Hebreos 9:22). De allí que cada detalle del ritual tuviera un
significado especial.
El día de la expiación ilustra en forma objetiva los elementos más importantes del evangelio, así como
la manera en que el Señor Jesús consiguió la salvación para todos los que confían en él. Se puede decir
libremente que esa fecha presenta el evangelio ilustrado, ya que toca los temas del pecado, el
derramamiento de sangre, la redención, la limpieza, el perdón de pecados y la fe en Dios. Cristo, como
Cordero de Dios, se ofreció en sacrificio para limpiarnos de todo pecado (Juan 1:29). Con su propia
sangre efectuó nuestra purificación y redención eternas (Hebreos 9:11–14).
Dos preguntas que frecuentemente se hacen muchos cristianos sinceros al leer la ley de Dios es: ¿era
diferente la manera de salvarse en el Antiguo Testamento con respecto a la era de la iglesia? En el tiempo
de la ley, ¿la salvación era por obras, y en la actual era de la gracia, es por fe? La respuesta para ambas
preguntas es un rotundo no.
Tanto en el tiempo que fue dada la ley como en todas las épocas, incluyendo la nuestra, las personas se
salvan de la misma manera, por fe, como expresan las sabias palabras del Dr. Pablo Lowery, profesor del
Seminario Teológico Centroamericano: “la salvación se recibe por la fe en lo que Dios dijo acerca de la
sangre derramada”; la fe que salva no se deposita en la sangre en sí, sino en lo que Dios dijo que la sangre
puede hacer.
La ley enseña que la limpieza de pecados se lograba por la fe en el derramamiento de la sangre de un
cordero [p 73] (compárese Levítico 17:11 con Hebreos 9:22) y el Nuevo Testamento dice lo mismo, que la
fe en la sangre derramada por Cristo, el Cordero de Dios, es eficaz para salvarnos y limpiarnos de todo
pecado (Apocalipsis 1:5b–6; Hebreos 9:26). Cuando creemos de todo corazón en el mensaje del evangelio
(cuyo centro es la obra sacrificial de Cristo), entonces recibimos la salvación. Dios no cambia; es
consistente en todo lo que hace y ha provisto la salvación del género humano siempre de la misma forma;
él siempre ha dicho que el perdón y limpieza de pecados se reciben por la fe.
En la época del Antiguo Testamento, la gente se salvaba por la fe (no por obras) igual que hoy y
siempre y ésta se basaba en la palabra de Dios, como en nuestro tiempo. No hay diferencia alguna. Lo
único que es distinto es que hoy contamos con el canon completo de las Escrituras, que contiene la
explicación detallada de nuestra salvación por medio de Jesucristo.
38
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
[p 80]
pag. en blanco
42
[p 81]
7
Llamados a ser diferentes
Levítico 17:1–22:33; 24:1–9
De joven —ella misma contaba— aprendió la disciplina de la vida sirviendo en la marina
estadounidense. Después, el Señor la llevó a prepararse en la escuela bíblica de Biola, en California y con
el grupo de los Navegantes. Agradecida, consagró toda su juventud al servicio del Señor, primero en
Centroamérica y luego en México.
Minnie era inconfundible, única y diferente por varias razones. Había en ella un constante afán de
servir, combinado con una generosidad deslumbrante de sus dones, posesiones, tiempo y dedicación a la
obra como pocas personas lo han hecho. Físicamente era grande, mas no infundía miedo. Interiormente
era tierna y siempre estaba dispuesta a prodigar amor al necesitado y orientar al extraviado por los
caminos del pecado. Recuerdo muy bien sus sabios consejos para que cuidara siempre de mi pureza física
y espiritual.
Su testimonio era inspirador. Nada en la vida le importaba más que honrar a Dios: testificando,
aconsejando, enseñando y dando siempre un ejemplo diáfano e irreprochable de santidad. Su estilo de
vida era muy sencillo. Sus manos producían constantemente bienes para la iglesia. Sus pies la llevaban
incansable por largas [p 82] distancias y apartados poblados, sin expresar nunca una palabra de
cansancio. No daba oportunidad a las tentaciones de dominarla. Todo lo que hacía, hablaba de
consagración y obediencia a Dios, cualidades que siempre distinguieron su vida. La inolvidable Minnie, y
sólo ella, siempre ha sido mi modelo y constante desafío para vivir una vida enteramente dedicada al
Señor.
La sección de Levítico que nos toca estudiar habla de la santidad que Dios espera que practiquen sus
hijos. No son instrucciones y mandatos inconexos, sino que más bien establecen un modelo de vida a
seguir y los valores que los israelitas debían obedecer fielmente para agradar al Señor y llevar una vida
diferente a la corriente del mundo, apartada del pecado y sus tentaciones y consagrada al Señor. De la
misma manera, el cristiano debe distinguirse del mundo no simplemente por apartarse de él, como hacen
los monjes y ermitaños, sino por su obediencia a Aquél por quien todas las cosas existen.
¡PENSEMOS!
¿Es su vida una copia al carbón de la forma de ser del mundo?
¿Refleja las mismas pautas de pensar, sentir y actuar de los
incrédulos con un barniz de religiosidad? ¿Cree que Dios está
satisfecho con su nivel de espiritualidad? A menudo la vida y la
corriente de este siglo nos condicionan tanto, que terminamos
cediendo en los valores que una vez fueron el apoyo de nuestra
santidad. La Escritura dice que los cristianos tenemos que ser
diferentes. Tenemos a Cristo, el modelo perfecto que debemos
imitar y obedecer (1 Corintios 11:1; Efesios 4:32; 5:25–29;
Filipenses 2:5–11; 2 Timoteo 2:8–9; Hebreos 12:1–3; Santiago
5:11). Debemos reprender y alejarnos de las obras infructuosas
de las tinieblas (Efesios 5:3–7, 11–12) [p 83] y andar como lo
que somos: hijos de luz (Efesios 5:1–2, 8–10).
CRUCIAL,
COTIDIANA Y
CONCIENZUDA
DECISIÓN DE RECHAZAR LO MALO
Y ESCOGER LO BUENO
LEYES ACERCA DEL TABERNÁCULO 17:1–9
El propósito de las leyes de los caps. 17–27 es promover en el pueblo de Dios una vida santa, distinta,
apartada de las prácticas abominables y muchas veces inhumanas, que practicaban otras religiones o
naciones (17:7; 18:26–27; 19:19; 20:23, 26). Los israelitas (y los cristianos también) debían vivir una
vida que no se confundiera y mucho menos que se asimilara con la corriente del mundo.
El tabernáculo debía ser el lugar único donde se presentaran todas las ofrendas (vv. 1–5;
Deuteronomio 12:1–14). Cualquiera que sacrificare un animal, debía presentarlo en el santuario y dar su
parte correspondiente al sacerdocio.
Esta ley que exigía presentar todo sacrificio en el santuario central era con el fin de evitar la
proliferación de lugares altos y santuarios domésticos (26:30), ya que en dichos santuarios se ofrecían
sacrificios a demonios (v. 7). Es interesante notar que detrás de todas las prácticas religiosas corruptas y la
adoración de ídolos e imágenes, [p 84] está la multiplicación de santuarios locales (Jueces 17:1–5; 18:13–
20, 24; 1 Reyes 12:26–33).
En todas las épocas, en las costumbres idolátricas de muchos pueblos y religiones, se ve la proliferación
de santuarios, vírgenes y santos milagrosos. Esto era lo que esta ley quería evitar (Éxodo 20:4–5; 34:17;
Deuteronomio 4:15–18; 5:7–9).
PROHIBICIÓN DE COMER SANGRE 17:10–16
Aunque en Levítico 11 se incluían algunas leyes dietéticas, el tema de no comer sangre revestía
especial importancia (19:26; Hechos 15:20) porque se consideraba abominable por varias razones
1. Por su valor inherente en la conservación de la vida: “Porque la vida de toda carne es su sangre” (vv. 11,
14).
2. Para evitar la crueldad innecesaria hacia los seres vivos. Mucha gente cazaba ciertos animales con el
único fin de comer su sangre o usarla en ritos religiosos paganos. En lugar de eso, quien cazare un animal
debía derramar su sangre en la tierra (v. 13; Deuteronomio 12:16).
3. Por la importancia de la sangre en el culto y su papel fundamental en la salvación de todos los que se
acercan al Señor. Dios quería que su pueblo comprendiera la singular función de la sangre en la remisión
de los pecados (v. 11; Hebreos 9:22).
LEYES DE SANTIDAD Y JUSTICIA 18:1–20:27
Este pasaje contiene varias leyes tocante a la conducta de las personas que se relacionan con una
variedad de temas y amplían los diez mandamientos. Los creyentes [p 85] deben cuidarse mucho de vivir
en santidad en las áreas que aquí se destacan. También se marca el propósito de que el pueblo de Dios
fuera diferente en su conducta de las demás naciones (como los cananeos) que practicaban como algo
natural todo lo que se prohibe aquí.
NO OS CONFORMÉIS A ESTE SIGLO,
SINO TRANSFORMAOS…
(ROMANOS 12:2).
Leyes referentes a la relación con Dios
44
El día de reposo. El Señor exige que se le dedique enteramente ese día (19:3b, 30). Los israelitas debían
cesar de trabajar cada sábado para concentrarse totalmente en su comunión espiritual con Dios.
Adoración exclusiva. Dios no toleró ni tolerará jamás que se le robe la honra que le pertenece. Por eso
está prohibido hacerse otros dioses (19:4) o adorarlos (20:2–5).
Sacrificios aceptables. Además de que debían ofrecer todo sacrificio de acuerdo al estricto ritual de los
caps. 1–7, los israelitas no debían comer o presentar ningún animal al tercer día de muerto (19:5–8).
No jurar en vano. Dios aborrece que su nombre sea utilizado para jurar falsamente (19:12). La
palabra de la persona debe bastar para cumplir o hacer cumplir lo que se promete o mejor debe
abstenerse de jurar (Mateo 5:33–37).
No consultar a agoreros y adivinos. Una de las prácticas que Dios más abomina es que se abandone su
palabra para consultar la “sabiduría” de agoreros, adivinos, mentalistas, astrólogos, síquicos y todos
aquellos que pretendan tener poderes especiales o conocimiento del futuro, cosas sobre las que sólo Dios
tiene potestad (19:26b, 31; 20:1–6).
[p 86] Leyes referentes al trato con los demás
Familiares. El trato a los padres debe ser honroso (19:3a; Efesios 6:1–3), especialmente si están
necesitados de ayuda (1 Timoteo 5:8). Maldecir al padre o a la madre era causa suficiente para aplicar la
pena capital (20:9).
Empleados. No se debe explotar a las personas que empleamos, o retenerles su salario ni siquiera por
una noche (19:13). Esto es aplicable a las deudas o todo tipo de compromiso que tengamos que cumplir
con otros.
Personas discapacitadas. Es muy cobarde aprovecharse de quienes han perdido el uso de alguna
facultad (sordo, ciego); más bien hay que ayudarlos (19:14).
Personas mayores. El anciano es digno de respeto y honor (19:32). Una de las personas que más
violencia sufre hoy en día es el que ha llegado a la tercera edad. El trato que le demos demuestra la calidad
de nuestra espiritualidad.
Extranjeros. El trato a los extranjeros debe ser justo. Aunque Dios advierte que no se imiten las
costumbres abominables de otras naciones, eso no quita que se trate bien a un extranjero (19:33-34).
Al prójimo. El creyente sabio debe abstenerse de murmurar y perjudicar a terceros (19:16). Tampoco
se debe guardar rencor hacia nadie o atentar contra su vida (19:17–18a). En lugar de eso, las relaciones
que todo hijo de Dios tiene deben estar revestidas de amor (19:18b; Mateo 5:43; Romanos 13:9; Gálatas
5:14; Santiago 2:8). ¡El amor es la esencia y resumen de la ley!
Leyes de equidad
En los tribunales. El trato a las personas debe depender de si su causa es justa y procede según las
leyes. Sean pobres o ricos, todos tienen derecho a un juicio justo (19:15).
Medidas justas. Todo lo que ofrecemos o adquirimos debe estar bien pesado, medido y pagado (19:35-
36).
[p 87] Leyes referentes al cuidado del cuerpo
Otra vez se prohiben ciertas cosas que entre los paganos eran comunes, como hacerse tonsura
(cortarse el pelo de la coronilla), afeitarse la punta de la barba (v. 27) y marcarse o tatuarse el cuerpo
(19:28).
Leyes domésticas
Tan importante y delicado era el mandato divino de no mezclarse con los paganos ni imitar su
conducta, que se prohibe ayuntar ganado de distinta especie, mezclar semillas diferentes en la siembra e
hilos en la fabricación de vestidos (19:19)
Leyes referentes a actos inmorales
45
Ofrecer sacrificios humanos. Esto se refiere al culto al abominable dios Moloc, que según la
superstición popular, se saciaba de la sangre de niños que eran quemados vivos (18:21; 20:1–5;
Deuteronomio 12:31; 2 Reyes 17:17).
Relaciones sexuales ilícitas. Entre los actos que los paganos practicaban como cosa normal y que Dios
prohibe a su pueblo están: la fornicación (19:29); el adulterio (20:10 ambos hombre y mujer debían
morir); diversas formas de relaciones con parientes cercanos (20:12; 14; 17; 19–21); homosexualismo
(20:13); bestialismo (20:15–16); y tener sexo con “mujer menstruosa” (15:24; 18:19; 20:18; a este
respecto, recuérdese la singular importancia de la sangre en la doctrina de Levítico). En ese tipo de
pecados la sanción que Dios exigía era la pena de muerte.
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
[p 93]
8
¡Bendecid el nombre de Dios!
Levítico 24:10–23
El nombre de Dios representa la suma de sus atributos y excelencias, que se manifiestan en portentosas
obras. Por toda la Escritura se invita a los creyentes a exaltar y publicar el nombre de Dios, bendecirlo y
darle la gloria que merece (Éxodo 9:16; 33:19; 2 Crónicas 6:33; 16:29; Salmos 8:1, 9; 23:3; 34:3; 103:1;
Isaías 43:7; Hechos 4:12; Apocalipsis 2:3, 13). El cristiano que vive en comunión con él, comprende lo que
significa su nombre y las implicaciones que tiene para su vida.
En el caso de Israel, Dios les dio a conocer su nombre a través de la ley. Las normas levíticas fueron
dadas al pueblo escogido para hacer posible el acercamiento del hombre con Dios y enseñarle cómo podía
vivir en santidad. En el caso del pueblo hebreo, cada uno de sus integrantes era responsable de alcanzar
estos objetivos.
Los seres humanos frecuentemente nos rebelamos contra la clara enseñanza de la palabra de Dios a
pesar de saber que es para nuestro bien. En ella se advierte que el conocimiento de Dios no es un ejercicio
religioso o contemplativo y nada más. Es más bien el resultado de la obediencia. Conocer a Dios, por lo
tanto es una experiencia y un saber vivencial y práctico.
[p 94] Un claro ejemplo de lo anterior es el relato que aparece en este pasaje de Levítico. Desde el cap.
10 no se había presentado otro relato histórico. En aquel caso se usó para dar un ejemplo de cómo, a pesar
de contar con una muy detallada enseñanza sobre el sistema sacrificial y la preparación de los siervos de
Dios (caps. 1–9), dos hijos de Aarón (ministros oficiales) quebrantaron la ley ofreciendo fuego extraño
(10:1).
De igual forma, a pesar de contar con las leyes de santidad (caps. 11–27) tenemos un ejemplo de un
joven (civil) que quebrantó la ley blasfemando (el significado de “blasfemó” está definido por la palabra
que sigue: “maldijo”, v. 11) el Nombre (de Dios). Esta era una falta grave. Por lo tanto, el joven también
murió (como los hijos de Aarón), pero esta vez por lapidación a manos del pueblo (v. 23).
Al igual que en Levítico 10, esta historia es una advertencia para enseñarnos la importancia de
cumplir la palabra de Dios o atenernos a las consecuencias por no hacerlo. Asimismo, nos presenta un
ejemplo de obediencia. Al castigar al culpable en esa ocasión, Israel sí supo discernir bien la preeminencia
que tiene ésta sobre la religiosidad (1 Samuel 15:22; Oseas 6:6; Mateo 12:7). La vida y testimonio del
cristiano también deben caracterizarse por acatar incondicionalmente los mandamientos de Dios.
Por otro lado, este pasaje define la base legal que determinaba el castigo a los infractores de la ley de
santidad (24:17–22): se les aplicaba la ley del talión.
CASTIGOS PARA EL INFRACTOR 24:1–23
El joven blasfemo 24:10–16, 23
De este relato aprendemos las siguientes lecciones, tanto positivas como negativas:
[p 95] Inconveniencia de los matrimonios mixtos. Este tipo de matrimonios por lo regular tienen
graves problemas y terminan desintegrándose. No en vano se dan detalles sobre el hogar del joven
blasfemo (v. 10a), quien provenía de la unión (quizá sus padres no estaban realmente casados, sino que
vivían en amasiato por la descripción del v. 10) de un egipcio y Selomit, una israelita.
Es explicable que habiendo estado en Egipto, los israelitas emparentaran con paganos, pero esto no era
aprobado delante de Dios. La frase “era hijo de un egipcio” parece dar a entender que su padre ya no vivía
en el conflictivo hogar. Aunque no se dice la edad del blasfemo, es posible que fuera muy joven, pues se le
asocia directamente con el hogar materno.
49
La palabra de Dios es muy clara en cuanto al peligro de unirse con inconversos (Deuteronomio 7:1–4;
2 Corintios 6:14–18) porque ese tipo de relación frecuentemente provoca que el creyente se aleje de Dios
y abandone su fe. A pesar de ello, es alarmante la cantidad de creyentes que caen en la trampa y terminan
destruyendo su futuro y vida espiritual por no reflexionar en las implicaciones de esto antes de tomar las
decisiones trascendentales de su vida.
El joven de esta historia refleja el carácter conflictivo de su hogar cuando riñó con un israelita (v.
10b). No se sabe por qué lo hizo ni el objeto o razón de la disputa. Sólo sabemos que en algún momento
del conflicto reveló el torcido concepto de Dios que dominaba su vida porque al blasfemar contra el Señor,
puso de manifiesto la formación que había recibido en su hogar y los efectos de una muy distante, si no es
que inexistente (v. 11), relación con el Altísimo. Su vida y conducta (en especial su forma de hablar) eran
asimismo la negación de toda la enseñanza de la ley y, por ende, del conocimiento de Dios y su verdad.
[p 96] Es interesante que siempre se cumple el principio de que “de la abundancia del corazón habla
la boca” (Mateo 12:34). Aunque corría sangre israelita por sus venas y seguramente había recibido
alguna enseñanza de las Escrituras, el corazón del blasfemo estaba todavía espiritualmente en Egipto,
dominado por las fuerzas de las tinieblas y cautivo del pecado.
¡PENSEMOS!
Ahora bien, aunque el blasfemo era responsable de sus actos (porque la ley de Dios remarca
fuertemente la responsabilidad individual, véase 24:15), su conducta era una consecuencia muy común
en los hogares mixtos. Todos los ejemplos de los problemas que hay en los matrimonios mixtos deben ser
suficientes para convencernos de lo inconvenientes que son.
[p 97] ¡PENSEMOS!
[p 99] ¡PENSEMOS!
Así como la finalidad de los mandatos del sistema de sacrificios (Levítico 1–10) era conocer la santidad
de Dios (véase el cap. 3 de esta obra), el objetivo de la ley de santidad (caps. 11–27) era conocer el
Nombre. Es por eso que los únicos dos pasajes narrativos del libro son importantes, porque representan
una transición entre las dos secciones principales de Levítico y dan un ejemplo de cuál era la finalidad de
la enseñanza de cada una de ellas.
51
En cada uno de los dos ejemplos (10:1–20 y 24:10–23) hay algo negativo y algo positivo. Lo negativo
es lo que hicieron tanto Nadab y Abiú (que ofrecieron fuego extraño) y el joven (que blasfemó el Nombre).
En el registro de ambos casos el problema básico que se da es de tipo espiritual. Lo positivo está
representado por lo que hizo Dios (al vindicar su santidad) y lo que hizo el pueblo con el joven blasfemo
(cumplir la ley de santidad y vindicar el Nombre). También se ve algo del trasfondo familiar en ambos
casos. Uno de ellos era un hogar dedicado al ministerio y el otro, un matrimonio o unión entre creyente e
inconverso.
Para entender esto gráficamente, vea el siguiente cuadro:
10:1–20 24:10–23
Problema (lo Nadad y Abiú ofrecieron fuego El joven blasfemó (maldijo) el Nombre contraviniendo
negativo) extraño contraviniendo la santidad de la ley de santidad.
Dios expresada en el sistema
sacrificial.
La solución (Lo Dios castigó (“se santificó”) en Nadad El pueblo castigó al blasfemo en cumplimiento de la
positivo) y Abiú “en preséncia (para la ley de santidad (“hicieron según Jehová había
enseñanza) de todo el pueblo” (10:3). mandado a Moisés”, 24:23). De esta forma, vindicó el
De esta manera él mismo vindicó su Nombre.
santidad.
Las consecuencias que pueden acarrear nuestros actos y palabras. Resulta obvio que al blasfemar el
Nombre (v. 11a), el muchacho no sólo expresó algo mal dicho, sino que reveló lo que había en su corazón
(Mateo 15:19; Lucas 6:45). Por eso fue llamado a rendir cuentas (v. 11b). La palabra de Dios afirma que
de toda palabra y [p 101] obra hemos de dar cuenta (Mateo 12:36; 2 Corintios 5:10). Por eso, es muy
importante tener un control estricto sobre nuestras acciones y palabras.
El joven fue puesto en la cárcel (v. 12) hasta que Dios revelara qué hacer con él. No hay enseñanza en
la ley mosaica sobre la necesidad de las cárceles, porque los castigos al infractor debían ser inmediatos. Sin
embargo, aquí y en Números 15:34 se menciona que sí existía algún tipo de privación de libertad. En este
caso, quizá se esperaba que el joven recapacitara y se arrepintiera, pero no fue así
La sentencia para el blasfemo era la muerte (vv. 15–16). Según las costumbres del mundo antiguo,
incluso los mismos familiares debían participar en la lapidación. No sabemos si este fue el caso. Una cosa
de verdad difícil para los padres es sufrir la muerte de un hijo porque duele más que si les sucediera a
ellos mismos.
La necesidad de la disciplina en el pueblo de Dios. Muchos cristianos se engañan creyendo que a Dios
no le importa que pequen o que no los va a disciplinar aunque lo hagan. Otros ven la disciplina como algo
desagradable; hasta llegan a considerar que es una injusticia o que Dios la aplica para mal. Sin embargo,
él usa la disciplina con varios propósitos y todos ellos para nuestro bien:
1. Mediante ella, el Padre celestial confirma nuestra filiación de hijos suyos (Hebreos 12:6–7).
52
¡PENSEMOS!
de que, de acuerdo a nuestra dedicación y esfuerzo de cultivar el crecimiento en todas las áreas de la vida
y sobre todo en la espiritual (siembra), así obtendremos resultados (siega).
Aunque no exista la ley del talión en las leyes del mundo (debido a que el conocimiento del Nombre se
ha atrofiado), ésta sí funciona actualmente. Dios lleva el [p 104] control de nuestros actos y muchas veces
permite que cosechemos las consecuencias de éstos. Cuando no es así, es porque el Señor prolonga su
misericordia sobre nuestra vida. Pero la paciencia del Señor debe servirnos para modificar nuestra
conducta (pensamientos, palabras y acciones) y fortalecer nuestro compromiso con él.
Los cristianos debemos reforzar el aprendizaje de las reglas (de Dios, civiles, de urbanidad, escolares)
en nuestros hijos y no solapar sus actos, o detener el castigo por sus malos actos. No debemos pensar que
le hacemos un bien a nuestros hijos cuando les privamos del dolor o de padecer las consecuencias de sus
errores (Proverbios 13:24; 19:18). La conducta ejemplar del individuo se debe basar en la observancia de
leyes y, cuando transgreda éstas, también de la aplicación de castigos ejemplares.
¡PENSEMOS!
[p 105]
9
Una vida ordenada
Levítico 25:1–55; 27:1–34
Es inconcebible que haya orden y progreso sin la existencia de las leyes. Mediante éstas se explica y
define la libertad, así como los derechos y obligaciones de todos. Si esto es cierto en los asuntos humanos,
cuánto más en los espirituales. Dios no nos ha revelado sus leyes con el fin de esclavizarnos, privarnos de
nuestra libertad o reglamentar excesivamente nuestra vida, sino para que podamos disfrutar plenamente
de nuestra libertad en Cristo y para que nuestra vida se organice y progrese en todo sentido.
Así pues, los cristianos necesitamos conocer y practicar todos los mandamientos de Dios para que haya
orden y crecimiento en nuestra vida. Para que seamos buenos mayordomos de todo lo que somos y
tenemos, debemos andar en obediencia.
La Biblia afirma que la ley de Dios es perfecta (Salmos 19:7) santa, buena y espiritual (Romanos 7:12–
16). No es exactamente cierto que los cristianos ya no vivimos bajo la ley sino bajo la gracia. El Señor nos
ha dado su ley a los cristianos también (1 Corintios 9:21) para conocer y cumplir nuestros privilegios y
deberes. La gracia también se expresa en exigencias para que andemos como es digno del Señor (Tito
2:11–12).
[p 106]
PORQUE LA GRACIA DE DIOS
SE HA MANIFESTADO…
ENSEÑÁNDONOS QUE, RENUNCIANDO
A LA IMPIEDAD Y A LOS DESEOS MUNDANOS,
VIVAMOS EN ESTE SIGLO SOBRIA,
JUSTA Y PIADOSAMENTE
(TITO 2:11–12).
La ley de Dios tenía la finalidad de reglamentar todos los aspectos de la vida del pueblo escogido. Por
medio de ella, el Señor quería establecer un orden sagrado en el que él tuviera control sobre todo y para
que su gente recibiera los máximos beneficios de la obediencia a sus mandatos.
Cuando los creyentes nos dejamos guiar por y cumplimos en verdad los mandamientos del Señor,
entonces él tiene el control completo de nuestra vida. Por consecuencia, ese hecho redunda en numerosas
y hermosas bendiciones de lo alto.
Israel debía comprobar su obediencia y buena mayordomía en cada una de las leyes que Dios le había
revelado. En el pasaje que a continuación estudiaremos, están las que tienen que ver con el año sabático o
jubileo. Parte de la legislación mosaica se refería a la tenencia y uso de la tierra, el diezmo y las
propiedades, así como el procedimiento para dar libertad a los cautivos. El Señor, como dueño de la tierra
y de las personas, dio instrucciones a su pueblo para hacer el mejor uso de sus propiedades y vivir
dedicados a él. Haciendo esto, la bendición de Dios estaba asegurada.
[p 107] LEYES ACERCA DE LOS AÑOS SABÁTICOS 25:1–55
El reposo de la tierra 25:1–7, 19–22
Cada siete años, la tierra debía tener un descanso sabático. Durante él, no debía labrarse ni recogerse
nada. Dios ordenó esto para cumplir varios propósitos:
55
1. Prolongar la fertilidad de la tierra. Está demostrado que la sobreexplotación del suelo lo hace estéril. De
la tierra viene todo lo necesario para la vida humana, por eso hay que cuidarla. En la Escritura siempre ha
habido una preocupación por el medio ambiente. En la Biblia encontramos a un Dios ecológico.
2. Que el ser humano aprendiera a confiar en el Señor para suplir todas sus necesidades (v. 6). Además, era
una prueba de la mayordomía de los bienes. Si éstos eran bien administrados durante seis años, no había
razón para padecer necesidad en el séptimo. En ese año (y aún más, v. 21), a las familias debía bastarles lo
que hubieran cosechado en el sexto año (vv. 19–21).
3. Dar a los más necesitados la oportunidad de beneficiarse de lo que “de suyo naciere en tu tierra” (v. 5,
compárese con 19:10; 23:22; Deuteronomio 24:19–22 y Rut 2:2). Era también un mandato permanente
dejar algo de la producción agrícola de todos los años para el sustento de los menesterosos. En el plan de
Dios, no debía haber pobres en Israel, porque la bondad de algunos debía compensar las necesidades de
otros (Deuteronomio 15:4). Este es un principio vigente para la iglesia (2 Corintios 8:13–15; Gálatas 6:10;
2 Tesalonicenses 3:13), aunque no todos los necesitados merecen siempre que se les ayude (2
Tesalonicenses 3:10–12).
4. Que fuera un tiempo dedicado a la instrucción especial en la ley de Dios (Deuteronomio 31:10–13).
Siempre que se ordenaba un descanso sabático se suspendía [p 108] todo trabajo para concentrarse
exclusivamente en las actividades espirituales.
5. Perdonar las deudas y liberar a los cautivos (Deuteronomio 15).
Las leyes del año sabático servían para probar la mayordomía y la fe de los israelitas, como ya se
mencionó líneas arriba. La pregunta de algunos (que todo israelita haría, pero quizá más los niños,
esposas y personas dependientes) “¿Qué comeremos el séptimo año?” era más que una interrogante
(compárese con Deuteronomio 6:20). Era una magnífica oportunidad para enseñar mayordomía a las
personas (el buen uso de los bienes, el ahorro, la previsión, etc.) y la fe en Dios y su provisión (que
satisfaría fielmente las necesidades de su pueblo obediente).
BIENAVENTURADO EL QUE PIENSA
EN EL POBRE; EN EL DÍA MALO
LO LIBRARÁ JEHOVÁ
(SALMOS 41:1).
El año de jubileo: el rescate de la tierra 25:8–18, 23–34
Cada cincuenta años (siete semanas de años) era tiempo de jubileo en Israel. Durante ese año, no debía
haber siega ni siembra (v. 11). Además debía darse oportunidad de que la tierra fuera restituida a los
propietarios originales (v. 13). Por supuesto que quien quisiere redimir la tierra debía pagar un precio a
cambio de ella. Dicho precio se calculaba de acuerdo al período que el vendedor la hubiere usado
tomando como punto de referencia el tiempo que faltaba por transcurrir hasta el año de jubileo (vv. 14–
16).
[p 109] Las transacciones de tierras debían hacerse honestamente (v. 17). Esto significa que no debían
engañarse ni el comprador ni el vendedor, imponiendo condiciones excesivamente ventajosas (por
ejemplo, la usura).
Un aspecto interesante de esta legislación es que la tierra no se podía vender a perpetuidad (v. 23a). Se
tenía que dar la oportunidad a otros de poseerla mediante la rotación de dueños que ordenaba esta
legislación. La razón de esta instrucción es lo que Dios mismo afirma: “porque la tierra mía es; pues
vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (v. 23b).
Siendo Dios el dueño de todo, tiene derechos absolutos sobre la tierra y a él le corresponde indicar
cómo se debe usar. Tenemos un ejemplo conmovedor de esta verdad en Bernabé, que por cierto demuestra
que el jubileo es un principio vigente para la iglesia, (Hechos 4:36–37) al poner todos sub bienes al
servicio de la obra.
La tierra era dada en cierta forma en arrendamiento a las familias israelitas. El propietario ejercía una
mayordomía de ella y sus frutos. El diezmo de la producción agrícola y de todas las propiedades debía ser
56
entregado a Jehová. La fidelidad en la entrega del diezmo atraería abundantes bendiciones de parte de
Dios (Malaquías 3:10). Por lo tanto, cada familia tenía que darle el mejor uso (el indicado por Dios) a todo
cuanto poseía. De eso dependía su bienestar y su futuro.
¡PENSEMOS!
LA SUMA DE LA INMADUREZ
EN EL SER HUMANO
ES LA INSACIABLE SED DE POSEER.
UN SIGNO DE MADUREZ
ES EL CONTENTAMIENTO.
Una persona que habiéndose visto obligada a vender su tierra por necesidad (por haber empobrecido)
y quisiera rescatarla, podía hacerlo comprándola en un precio estimado según el tiempo que faltaba hasta
el año de jubileo. También podía pedir a un pariente cercano que lo hiciera (en el hebreo goel o redentor,
Rut 3:2, 9). Obviamente tenía que ser alguien con recursos económicos.
En la anterior legislación había sólo dos excepciones:
1. Las propiedades dentro de ciudades amuralladas debían rescatarse dentro del término de un año. De lo
contrario, no podían ser redimidas ni siquiera en año de jubileo (vv. 29–30).
2. Aunque los levitas no poseían territorio como las once tribus restantes, sí podían tener ciudades y casas.
Estas últimas podían redimirlas en cualquier tiempo (v. 32). Sin embargo, la “tierra del ejido de sus
ciudades” (v. 34) no podía venderse jamás.
[p 111] El año de jubileo: Libertad a los cautivos 25:35–55
Aunque a un hebreo le estaba prohibido esclavizar a un hermano de raza (vv. 39b; 46b); si un israelita
empobrecía podía pagar sus deudas vendiéndose a su acreedor y sirviéndole a manera de esclavo (v. 39a).
Debe aclararse que en Israel no había esclavos en el sentido normal que tenía el concepto entre las
naciones paganas del mundo antiguo. En cambio, los israelitas sí podían comprar esclavos extranjeros (vv.
44–46a). Sin embargo, el trato al extranjero debía ser humanitario (19:33–34). En esto, los israelitas
debían ser diferentes a los paganos.
En el año de jubileo (y en el séptimo año también según Deuternomio 15:12) quien estuviera al
servicio de otro israelita podía obtener completa libertad (vv. 40–41). El amo debía despedirlo con
provisiones (Deuteronomio 15:14). Esto era una especie de indemnización o compensación por su tiempo
de servicio. La base de este trato es el hecho de que los israelitas fueron esclavos en Egipto y Dios los
rescató (Deuteronomio 15:15). Por ello no debían imitar el trato opresivo que sufrieron en Egipto
maltratando a otros.
57
Era posible que un israelita decidiera voluntariamente servir a su amo para siempre. En tal caso, se
horadaba la oreja del siervo con una lezna, como señal permanente de su elección (Denteronomio 15:16–
17). Cristo voluntariamente se hizo esclavo (el sentido exacto de la palabra “siervo” en Filipenses 2:7)
para servirnos. Pablo también dijo: “me he hecho siervo (esclavo) de todos para ganar a mayor número”
(1 Corintios 9:19). Los cristianos debemos imitar el ejemplo de ambos (1 Corintios 11:1).
¡PENSEMOS!
Si un hebreo se hubiere vendido a un forastero, podía ser redimido por un pariento cercano que
tuviera esa capacidad. También podía esperar al año jubileo cuando obtendría su libertad de manera
automática. A ese pariente cercano se le llamaba goel. Esta enseñanza es una de las más hermosas de toda
la Biblia por su noble propósito.
Todo el libro de Rut se basa en las acciones del goel Booz que redimió la propiedad de Elimelec, suegro
de Rut. De esta manera Booz restauró no sólo el patrimonio, sino también la posteridad de la familia de
donde vino nuestro gran Redentor.
JESÚS ES NUESTRO GOEL
Leyes de lo dedicado a Dios 27:1–34
Hacer votes era un aspecto importante de la vida israelita. Un voto era un compromiso mediante el
cual se dedicaban a Dios personas (vv. 2–8), animales (vv. 9–13) o propiedades (vv. 16–25). Ahora bien,
para recuperar a la persona o propiedad dada, se debían seguir ciertos pasos.
En el caso de personas, el precio del rescate se basaba en lo que cada una de ellas valía de acuerdo con
su fuerza de trabajo y la posibilidad económica de quien [p 113] hubiere hecho el voto (vv. 3–8). De esta
forma, el precio más alto era el que se pagaba por el varón y la mujer de 5 a 20 años (vv. 3–4).
Por lo que hace a los animales, si fueren de la lista de aquellos considerados limpios (Levítico 11;
Deuteronomio 14:1–21) no podían ser redimidos, eran sólo de Jehová (v. 9). En cambio, si fuere un
animal inmundo (que obviamente no se podía comer ni ofrecer en sacrificio) se podía redimir añadiendo
un veinte por ciento (doble diezmo) a su valor (vv. 11–13). Las propiedades como las casas podían
redimirse añadiendo el consabido veinte por ciento.
Redimir la tierra era más complicado. La persona que hubiere hecho el voto podía recuperarla
pagando el valor más otro veinte por ciento de acuerdo con el tiempo que faltaba para el año de jubileo
(vv. 18–19, 22–24).
Si una persona dejaba de redimir la tierra o la vendía después de haberla dedicado a Jehová (cosa no
permitida), entonces perdía toda posibilidad de recuperarla, al año de jubileo pasaba a ser propiedad del
sacerdote (vv. 20–21).
PORQUE ¿QUIÉN SOY YO, Y QUIÉN ES MI
PUEBLO, PARA QUE PUDIÉRAMOS OFRECER
VOLUNTARIAMENTE COSAS SEMEJANTES?
PUES TODO ES TUYO Y DE LO RECIBIDO
58
DE TU MANO TE DAMOS
(1 CRÓNICAS 29:14).
Las excepciones a las anteriores reglas eran las siguientes: No se podían rescatar los animales limpios
como ya se dijo (v. 9), ni los primogénitos (v. 26), ni nada consagrado a Dios para su uso (v. 28) o para
anatema (personas, animales o cosas que debían destruirse por [p 114] mandato divino, v. 29 compárese
con Josué 7:15). El diezmo de la tierra y de los animales no podía ser recuperado (vv. 30, 33). Sólo era
posible recuperar parte del diezmo de otras propiedades añadiendo el veinte por ciento (v. 31).
¡PENSEMOS!
[p 115]
10
Las fiestas solemnes
Levítico 23:1–44
Ocho fiestas solemnes se celebraban al principio de la historia de Israel. Luego más tarde, en algún
timpo, fueron añadidas las fiestas de purim (“suertes”) para conmemorar la emancipación judía de
tiempos de Ester (Ester 9:26–27; 2 Macabeos 15:36 [Biblia de Jerusalén]); hanuca (o “de las luces”), que
celebraba la liberación macabea durante el período intertestamentario, y rosh hashaná, o el año nuevo
judío.
Las fiestas eran parte de la ley de santidad, conmemoraban fechas especiales y marcaban el ritmo de
avance del calendario judío. Se presentan en esta obra en un capítulo aparte para destacar su importancia.
Por lo que hace a su significado, las fiestas señalaban el pasado, hacia los actos salvíficos de Dios a
favor de su pueblo en cierto momento de su historia. Algunas apuntaban al futuro: a la entrada de la
nación a la tierra prometida y, por extensión, al reino mesiánico. En la historia de Israel, las tres
principales fiestas de la lista que aparece en Levítico 23 son: la de la pascua, la de los tabernáculos y el día
de expiación. Las restantes, aunque también son muy celebradas, se consideran un poco menos
importantes.
[p 116] ¡PENSEMOS!
INTRODUCCIÓN 23:1–2
Estas fiestas eran “santas convocaciones” (v. 2) es decir, reuniones con el fin de concentrarse en la
comunión del pueblo con Dios. En todas debía observarse un descanso sabático.
Las fiestas eran una forma de mayordomía del tiempo (“cada cosa en su tiempo”, 23:37) y de todo
cuanto un israelita había recibido de Dios. Nadie se podía ausentar de ellas ni tenerlas en poco, porque en
algunos casos, esto se castigaba con la muerte (23:29). Además las fiestas eran una oportunidad para
adorar a Dios, darle gracias por los favores recibidos de su mano y gozar de un tiempo de alegre
convivencia espiritual y familiar. Las fiestas judías eran solemnes, pero también muy gozosas.
Cada una de esas fiestas tenía significado especial para el pueblo de Dios. También prefiguraban
hechos futuros relacionados con la salvación y el ministerio de Cristo y de la iglesia.
SÁBADO 23:3
Es el único día que tiene nombre en la semana judía. Era la fiesta más conocida y la que se celebraba
con mayor frecuencia por ser semanal. Era superada en importancia sólo por la pascua, los tabernáculos y
el día de expiación, que eran fiestas anuales. El sábado era una [p 117] conmemoración de la creación que
Dios hizo en seis días (Génesis 2:2). Celebraba también el orden perfecto con el que Dios había terminado
su creación.
En ese día no se debía realizar ningún trabajo (Éxodo 20:8–11). La prohibición de trabajar tenía el fin
de que el israelita descansara del trajín de los seis días anteriores, pero también para que retomara otros
menesteres: los relacionados con Dios y su vida espiritual.
60
Para la iglesia, el sábado quedó cancelado en su aspecto ceremonial. Es decir, no estamos obligados a
guardar el séptimo día a la manera en que lo hacían los israelitas. Sin embargo, sigue vigente el principio
de dedicar al menos un día de la semana al Señor. El sábado que también se le llamaba “día de reposo” es
un concepto importante en Hebreos 3:7–4:12. En ese pasaje, el tema del reposo es expuesto como la meta
o finalidad del creyente que anda en obediencia.
¡PENSEMOS!
¡PENSEMOS!
con levadura—, junto con un holocausto, una libación y un sacrificio de expiación. La presencia de la
levadura simboliza la formación y notorio crecimiento de la iglesia en el día de Pentecostés (Hechos 2). La
levadura hace crecer todo aquello que leuda (Mateo 13:33).
Los cristianos convertidos en Hechos 2 representan la cosecha que la semilla del evangelio produjo y
sigue produciendo en el mundo.
PENTECOSTÉS ES TIEMPO DE COSECHA,
SEMBREMOS LA SEMILLA DEL EVANGELIO
Y COSECHEMOS EL FRUTO EN ALMAS
CONVERTIDAS PARA GLORIA DEL SEÑOR.
FIESTAS DE OTOÑO 23:23–44
El segundo gran período festivo del pueblo de Israel incluía tres fiestas: la de las trompetas, la del día
de expiación y la de los tabernáculos. Las tres se celebraban en el mes de tisrí (septiembre-octubre) que
era el primero del calendario civil israelita. El otro calendario, el religioso, comenzaba con el mes de nisán
(marzo-abril).
Las trompetas 23:23–25. Al inicio de cada mes se tocaban trompetas en Israel (Números 10:1, 10). En
el día primero de tisrí se tocaba la trompeta que señalaba el comienzo del año nuevo judío rosh hashaná
(Números 29:1–6). Quizá la finalidad de esta fiesta era anunciar la [p 122] proximidad del día de
expiación, el evento más importante de todo el calendario festivo israelita.
Como en todas las fiestas, en ésta se ordenaba un descanso sabático. También se llamaba a una santa
convocación y presentaban ofrendas a Dios.
Día de expiación 23:26–32. Los detalles de la celebración del día de expiación aparecen en Levítico 16
(véase el cap. 6 de esta obra; compárese con Números 29:7–11). Era la más importante de la fiestas,
porque en ella se hacía provisión para la purificación espiritual del pueblo (16:21). La finalidad del día de
expiación era recibir el perdón y limpieza de pecados. Dicha expiación se lograba gracias a la acción
purificante de la sangre (17:11).
El mensaje de Levítico remarca la importancia de que el creyente se acerque a Dios en santidad (libre
de toda inmundicia física o espiritual). Esta condición (santidad) debe ser la norma en las relaciones y
trato con sus semejantes. En este pasaje se añade la advertencia de que cualquiera que dejase de observar
el día de expiación sería “cortado (muerto) de su pueblo” (23:29).
Los tabernáculos 23:34–43. Esta era la última de las fiestas solemnes. Duraba siete días y concluía con
una santa convocación (v. 36). Josefo la llamaba “la gran fiesta” (Antigüedades de los Judíos 8. 4. 1).
Durante ese tiempo, todos los israelitas habitaban en cabañas o chozas hechas de ramas (compárese con
Nehemías 8:14–18). De esta manera, conmemoraban la liberación de Egipto y la peregrinación en la cual
Dios los guió por el desierto y los hizo habitar en cabañas (v. 43).
A lo largo de esta fiesta se inmolaban 189 animales (Números 29:12–38). También se celebraba la
cosecha otoñal de frutos y olivas (compárese con Éxodo 23:16). Según Zacarías 14:16, esta fiesta se
celebrará en el reino milenial.
Los judíos consideraban que esa fiesta sería la primera que se celebraría en el milenio. Por esta razón,
en la [p 123] transfiguración de Jesús (Mateo 17:1–13), los discípulos que lo acompañaban (Pedro, Jacobo
y Juan) hicieron enramadas o tabernáculos (Mateo 17:4), porque cuando vieron el aspecto glorioso del
Señor, Moisés y Elías, creyeron que el reino milenial había llegado.
Jesús participó en la fiesta de tabernáculos (Juan 7:2, 8, 10, 37–39). Juan reporta que en el último día
de la celebración se vertía agua (a manera de libación) sobre el altar del templo. Esta agua era traída del
estanque de Siloé mientras se cantaban estrofas del Gran Hallel (Salmos 118:24–29). Fue allí cuando
Cristo invitó a los oyentes a que creyeran en él para saciar su sed espiritual y prometió que “de su interior
correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37–38).
63
La Biblia nos enseña que mientras no creemos en Cristo somos peregrinos errantes en los caminos del
pecado (Hebreos 3:10). Pero si nuestra fe está en Cristo, él nos guía por caminos de vida y de victoria,
porque vive en nosotros (Colosenses 1:27; 3:3, 11; Romanos 8:37).
CRISTO HA HECHO SU MORADA
EN NUESTROS CORAZONES.
¡PENSEMOS!
[p 124]
pag. en blanco
64
[p 125]
11
El camino correcto
Levítico 26:1–13
Se cuenta que una vez, siendo Jorge Washington presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, se
organizó una cena para dar la bienvenida a los embajadores de diversas naciones. Uno de los invitados, el
embajador de Francia, quedó muy impresionado por la sencillez, buen trato y don de servicio del
presidente. El diplomático galo, estando sentado al lado de la madre de Washington, le preguntó: “¿Cómo
le hizo para tener un hijo tan espléndido?” La señora Washington, sin titubear un instante, le contestó:
“simplemente le enseñé a obedecer”.
De la misma forma, las leyes levíticas eran exigencias que tenían una doble función: exponían el
carácter de un Dios santo y definían la manera en que el creyente debía responder a él: viviendo en
obediencia a su palabra. En una frase: eran para enseñar al pueblo a obedecer.
El factor clave del discipulado y la buena mayordomía en el cristiano es la obediencia a la palabra de
Dios. Por tanto, el creyente debe también aprender a obedecer.
¡PENSEMOS!
LA OBEDIENCIA ES LA ASIGNATURA
MÁS IMPORTANTE EN LA ESCUELA DE DIOS.
En esta sección (26:1–46) se presentan las consecuencias que se manifiestan en la vida cuando
andamos con Dios, obedeciéndole en todo (26:1–13), así como las maldiciones (26:14–46) que caen sobre
los que son rebeldes a la voluntad del Señor. Pasajes similares son Éxodo 23:22–23; Deuteronomio 28 y
Josué 1:8; 24:20. En este capítulo nos referiremos al primer aspecto: la bendición que acompaña a la vida
de obediencia del creyente.
LA OBEDIENCIA ES EL SECRETO
DE LA FUERZA QUE TIENEN LOS SIERVOS DE
DIOS:
“VOSOTROS SUS ÁNGELES,
PODEROSOS EN FORTALEZA
QUE EJECUTÁIS SU PALABRA
OBEDECIENDO A LA VOZ DE SU PRECEPTO”
65
(SALMOS 103:20).
[p 127] ES TAMBIÉN LA PRUEBA CONTUNDENTE
DE LA FE DEL CREYENTE:
“POR LA FE ABRAHAM,
SIENDO LLAMADO, OBEDECIÓ…”
(HEBREOS 11:8)
CONSECUENCIAS DE LA OBEDIENCIA 26:1–13
Introducción 26:1–2
Esta sección expone tres requisitos básicos que todo israelita debía cumplir. Tales exigencias se basan
en la obligación del pueblo de cumplir su parte en la relación pactada con el Todopoderoso. Se advierte
fuertemente que no caigan en el error de la idolatría, la cual es la máxima expresión de infidelidad al
pacto establecido. Las bendiciones y maldiciones (que se comentan en el último capítulo de esta guía) se
basan en la fidelidad de la nación al pacto.
El lenguaje utilizado en esta sección es el que se usaba en los pactos que se concertaban en el antiguo
cercano oriente. Las palabras claves: “Si anduviereis…”, “si guardareis…” son de tipo condicional y
expresan la idea de que Israel debía cumplir su parte en el pacto si quería ser bendecido por Dios
(compárese con Deuteronomio 28:1 “si oyeres…”). Si no lo hacía, el pacto estipulaba diversas maldiciones
que en su caso recibiría el pueblo por su deslealtad (26:14–46).
1. No practicar la idolatría (v. 1). Según Éxodo 20:4, uno de los mandamientos del decálogo prohibía
absolutamente hacer imágenes de la deidad e inclinarse ante ellas. La idolatría es un intento de manipular
al Señor. Esto es así, porque el que fabrica una imagen supone que por haberla hecho e inclinarse ante
ella, [p 128] Dios está obligado a responder sus peticiones y deseos. Podemos notar también que en la
historia de muchos pueblos, la idolatría ha sido usada para manipular a la gente y hacerle creer en
doctrinas antibíblicas.
2. Guardar los días de reposo. Como se dijo en el capítulo anterior de esta obra, el día de reposo era una
celebración periódica que conmemoraba la creación que Dios hizo en seis días. Guardar el sábado
implicaba reconocer que Jehová y no otro Dios, era el hacedor y dueño de todo lo creado y el único digno
de adoración (compárese con 19:30; 23:3; Génesis 2:2; Éxodo 20:8–11; Deuteronomio 5:12–15).
3. Tener en reverencia su santuario. En un mundo lleno de creencias y mitos religiosos, abundaban los
santuarios y lugares altos (v. 30). La exclusividad del tabernáculo entre los israelitas aseguraría que la
nación estuviera siempre expuesta a oir la verdad y no la mentira de la idolatría (compárese con 17:1–9;
Deuteronomio 12).
¡PENSEMOS!
Bendiciones 26:3–13
La relación de la nación con Dios y los frutos derivados de ella dependían del apego que los israelitas
tuvieran en cumplir la voluntad divina. Como ya se mencionó, la bendición de lo alto estaba condicionada
a la obediencia [p 129] de Israel. El pueblo no recibiría estas promesas de balde (v. 3). Era indispensable
que cumpliera su parte.
66
Prosperidad. Cuando los israelitas estuvieron en Egipto, el sustento de agua que racibían provenía de la
inundación del río Nilo. Por las condiciones del suelo árido de todo el territorio egipcio tenía que ser así,
ya que las lluvias eran poco frecuentes. Además, siendo esclavos, tenían que cultivar y cosechar los
productos del campo que en su mayor parte iban a parar a las mesas de sus opresores.
Sin embargo, estando ya libres por la mano de Dios y con la oportunidad de decidir su destino, los
hebreos podían cambiar por completo esa situación de su pasado. La obediencia a la ley divina traería
resultados extraordinarios para todo Israel y además, ellos mismos podrían constatarlo. La lluvia oportuna
sería una prueba fehaciente de bendición divina. La tierra y los árboles darían su fruto a su tiempo (v. 4;
Ezequiel 34:26–27).
NO HAY DICHA MÁS GRANDE
PARA EL CRISTIANO QUE COSECHAR
LOS FRUTOS DE SU OBEDIENCIA AL SEÑOR.
Los tiempos de siembra y de cosecha en la tierra de Canaán se traslaparían. De manera que no faltaría
el sustento diario en toda la nación. La abundancia y el abasto constante de bienes de todo tipo llegaría a
ser un anhelo cumplido para el pueblo (v. 5a; compárese con las promesas mesiánicas de Amós 9:13–15).
Habría tal abundancia, que comerían de lo añejo y lo nuevo (v. 10). Las alacenas siempre estarían llenas
de provisiones (Deuteronomio 11:15; Joel 2:19, 26).
Seguridad. La prosperidad enviada por Dios produciría seguridad en la población. Al tener
garantizadas sus [p 130] necesidades básicas, no debían tener temor del futuro ni de muchos de los
problemas comunes de la vida (v 5b). Tampoco debían buscar en otras fuentes su seguridad. En tiempos
antiguos, la idolatría tenía el atractivo de dar prosperidad a quien la practicara. La mayoría de los ritos
paganos se asociaban con la prosperidad agrícola, obtención de riquezas, etc.
Al contar con la bendición divina, los israelitas debían volver su rostro a Dios en agradecimiento y
dedicar sus vidas a aprender de él, servirlo, adorarlo y nada más (Salmos 34:8; 119). Los cristianos
debemos tener fincada la seguridad de nuestra vida en la relación y comunión diaria con el Salvador
(Romanos 8:38–39; Filipenses 1:21; 4:13; Colosenses 3:3).
¡PENSEMOS!
Paz. Otro resultado sería la paz (v. 6; Isaías 45:7; Salmos 29:11). En tiempos antiguos eran muy
comunes en Israel las guerras con otras naciones o los asaltos de bandas armadas. Por eso, muchas
ciudades edificaban murallas para resguardarse y defenderse de esas invasiones. Dios promete a su pueblo
eliminar los peligros naturales “malas bestias”, así como los provocados por el [p 131] hombre “la
espada” (v. 6). La paz sería una condición esencial para el progreso y desarrollo de la nación. La guerra,
en cambio, lo destruiría todo.
EN CRISTO DISFRUTAMOS LA PRESENCIA
DEL DIOS DE PAZ
Y TENEMOS TAMBIÉN LA PAZ DE DIOS.
67
(FILIPENSES 4:6–9)
Victoria sobre los enemigos. Israel iba a vivir rodeado de enemigos cuando entrara en la tierra
prometida. Los pueblos cananeos entre los que habitaría eran muy fuertes y muchos de ellos tenían
superioridad numérica y militar. Sin embargo, esto no debía preocupar a los hebreos ni tenían que
organizar una gran maquinaria militar, acumular armamento, o formar alianzas con otras naciones para
hacer frente al enemigo. Su principal enemigo era la incredulidad en el Señor de los ejércitos.
CRISTO DERROTÓ A SATANÁS A TRAVÉS
DE SU OBEDIENCIA A LA PALABRA
(VÉASE MATEO 4:1–11).
NOSOTROS TAMBIÉN PODEMOS
VENCER EL ENEMIGO
ESPIRITUAL SI HACEMOS LO MISMO.
La fuerza del pueblo residía en su obediencia. Si fueren fieles a Dios, él los libraría de todo mal (Isaías
37; Zacarías 4:6). De esta manera, ninguna nación podría dominar al pueblo de Dios si éste se mantenía
fiel y obediente a su Señor (vv. 7–8). Esta promesa llenaría una [p 132] necesidad fundamental en una
época en la que Israel iba a tener muchos conflictos armados por la posesión de la tierra, como se ve
claramente en los libros de Josué y Jueces.
Crecimiento de la nación. El crecimiento de la población a menudo es figura de la bendición y favor
divinos hacia el pueblo de Dios (v. 9; véase también Génesis 17:5–6; Oseas 1:10). El crecimiento quizá
puede referirse también al poder y predominio que podría adquirir Israel entre las naciones
(Deuteronomio 28:9–10, 12b–13). Lo contrario, la disminución y cautiverio de la población por conflictos
con otras naciones sería señal segura de la remoción de la bendición divina.
La presencia de Dios. Aunque el Todopoderoso estaba siempre entre su pueblo, en alguna manera su
presencia sería muy especial cuando el pueblo anduviere con él. Si la nación fuere obediente, el Señor
promete: “y andaré entre vosotros” (v. 12).
La figura de Dios caminando entre su pueblo tiene el significado de aprobación de la relación que hay
entre ambos. La implicación es clara: el Padre Celestial reacciona de similar forma a la respuesta que su
pueblo da a su santa palabra (vv. 11–13). La obediencia de la nación al pacto era la base de la respuesta
divina y de todas las bendiciones que recibirían del Altísimo.
Los creyentes debemos vivir de tal modo que la presencia de Cristo (que es una realidad permanente)
se manifieste de manera especial en nosotros (Efesios 3:17). Cuando logremos esto, seremos capaces de
comprender y dar a manos llenas el amor de Dios; podremos experimentar a plenitud el poder del Espíritu
Santo en nuestra vida y todo esto redundará en bendiciones para la iglesia y nosotros mismos (Efesios
3:18–21; 5:18–6:9; 1 Timoteo 4:12–16).
[p 133] ¡PENSEMOS!
EL SABER OBEDECER
ES LA MÁS PERFECTA CIENCIA
Tirso de Molina
12 [p 134] [p 135]
El camino peligroso
Levítico 26:14–46
Por contradictorio que parezca, el hombre gusta de experimentar el peligro en muchas de sus formas.
Es más, a veces deja lo que es bueno y seguro para su vida, a cambio de cosas que le darán placeres nuevos
y fascinantes. Por ejemplo, la velocidad. A pesar de las numerosas advertencias y estadísticas de accidentes
y tragedias automovilísticas, muchos conductores disfrutan de correr a velocidades inmoderadas en
carretera y peor aún, en áreas urbanas. Muchos ni siquiera reparan en el hecho de que un choque frontal
a tan sólo 50 kilómetros por hora puede ser mortal.
Algo parecido sucede con el pecado. Los seres humanos a menudo actuamos para ver hasta dónde
podemos llegar haciendo lo que queremos sin lastimarnos. Pensamos que podemos ofender a Dios y que
nada nos va a ocurrir. Craso error. Imprudente forma de conducir la vida.
Como se ha mencionado antes, la obediencia es la base de la madurez cristiana; el impulso necesario
para crecer en el discipulado y evidencia de la buena mayordomía en el creyente. La vida de obediencia al
Señor no se deja dominar de ningún afán, deseo o pasión desenfrenada. El cristiano responsable sabe
cuándo y cómo [p 136] controlar sus impulsos y toma decisiones calculando bien los posibles efectos de
sus actos.
La vida que tenemos en Cristo es una gran bendición y a la vez una enorme responsabilidad. Por una
parte, Dios nos da de su gracia a manos llenas. Sin embargo, él también nos prueba en las áreas de nuestra
conducta y servicio. Él quiere que desarrollemos los valores y el estilo de vida que hacen a un discípulo fiel
y verdadero y a un mayordomo sabio.
El pacto de Dios con su pueblo tenía también este doble aspecto. Por un lado, si la gente obedecía,
habría bendición, crecimiento, paz y seguridad de parte de Dios. No obstante, la nación israelita también
estaba expuesta a experimentar el otro aspecto: el castigo y la disciplina por el incumplimiento de su parte
en el pacto. Siendo justo, el Señor no puede premiar la desobediencia. Su plan perfecto tiene el propósito
de formar nuestras vidas para que sean obedientes a su voluntad y reflejen su carácter santo.
CONSECUENCIAS DE LA DESOBEDIENCIA 26:14–39
Las promesas de retribución que se basan en la ley del talión (véase 24:17–22) serían seguramente
llevadas a cabo si el pueblo no cumplía su responsabilidad de obedecer los mandamientos de la ley de
Dios. De nueva cuenta se advierte que el pacto es la base y garantía de todo lo que pasaría a la nación de
acuerdo con su respuesta de obediencia o desobediencia a la voluntad divina. A pesar de todo, ni la
desobediencia ni el juicio de Dios invalidarían las provisiones y promesas contenidas en el pacto. Todas
ellas se van a cumplir en el futuro.
La expresión “si no oyéreis…” (y otras similares) caracteriza al pasaje que nos ocupa (vv. 14, 18, 21,
23, 27), y va seguida de promesas de retribución divina en [p 137] caso de incumplir los mandamientos
de Dios (vv. 16, 18, 21, 24, 28). Los efectos negativos de la desobediencia para el pueblo de Israel serían:
Terror y enfermedades: Los trastornos físicos en la población provocados por la mano de Dios, iban a
producir miedo y desconcierto en todos (v. 16a). La prolongada y evidente falta de salud (“calentura”),
agotaría la fuerza física de las personas (“extenuación”). Sin el goce de perfecta salud, no podrían hacer
nada bien, quedarían expuestos a cualquier clase de peligro.
Campo improductivo: En una sociedad eminentemente agrícola, la falta de lluvias y cosechas o la
aparición de plagas son un desastre mayúsculo. Israel, al tomar posesión de la tierra prometida, iba a dejar
69
de ser un pueblo nómada para ser agrícola y sedentario. La maldición de Dios se mostraría en la sequía e
infructuosa siembra. Esto es lo que significa la expresión “haré vuestro cielo como hierro, y vuestra tierra
como bronce” (v. 19b; Deuteronomio 28:23).
Un motivo de este castigo se expresa en el v. 19 “quebrantaré la soberbia de vuestro orgullo”. Esto
quiere decir que Dios retira su bendición de aquellos que dependen únicamente de sí mismos (de su
capacidad, inteligencia y poder o sentido de autosuficiencia) y no se acercan a Dios en humildad y
dependencia para recibir lo que necesitan de él (Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5; Miqueas 6:8).
Las cuantiosas inversiones de los agricultores en sus terrenos les redituarían cero ganancia (v. 20;
Deuteronomio 28:18). Lo poco que pudiera brotar de la tierra sería aprovechado por los enemigos del
pueblo “sembraréis en vano vuestra semilla, porque vuestros enemigos la comerán” (v. 16b;
Deuteronomio 28:33).
[p 138] ¡PENSEMOS!
Peligros naturales: Dios promete enviar toda clase de calamidades naturales sobre la población (vv.
21–22). El lenguaje de estos versículos recuerda los desastres producidos por las plagas que Dios dejó caer
sobre Egipto cuando faraón se resistía a obedecer la palabra de Moisés. Las palabras “plagas” y “bestias
fieras” (Deuteronomio 32:24) incluyen todas las calamidades que vendrían por agentes naturales y que
experimentaría Israel por ser rebelde a la voluntad de Dios.
La razón por la presencia de las plagas naturales se expone en el v. 21: “si anduviereis conmigo en
oposición”. [p 139] Oponerse a Dios es algo muy grave. Cuando esto sucede, aun la misma naturaleza se
vuelve en contra nuestra.
Derrota por los enemigos: La descripción más larga de este pasaje (vv. 17, 23–36) se refiere a las
maldiciones que alcanzarían a la nación por medio de agentes humanos. El castigo divino sería justo y
legitimado por su pacto “espada vengadora” (v. 25a). Esto es lo que quiere decir la frase “en vindicación
del pacto” (v. 25).
La derrota militar sería para los hebreos una de las consecuencias de no ser fieles a Dios. El Señor
fortalecería a las naciones enemigas contra el pueblo escogido. La desobediencia al pacto debilitaría a la
nación hebrea al punto de ser vulnerable a cualquier ataque de sus rivales. Los habitantes de Israel no
encontrarían un refugio seguro, ni podrían evitar el ser entregados a sus enemigos (v. 25b; Deuteronomio
28:25; Jueces 2:14; Jeremías 19:7).
LA DESOBEDIENCIA A DIOS
ES LO QUE DEBILITA Y VULNERA
70
¡PENSEMOS!
[p 142]
CUANDO UN PECADOR SE VUELVE
A DIOS CON HUMILDE CELO,
SE HACEN FIESTAS EN EL CIELO
Miguel de Cervantes Saavedra
(en “El Rufián Dichoso”)
La base del perdón divino será el pacto de Dios con su pueblo (vv. 43–45). “El pacto antiguo” es la
forma que se le llama aquí al pacto mosaico. Los compromisos de Dios con su pueblo nada los puede
invalidar (Oseas 11:8; Jeremías 31:10; Romanos 8:35–39; 11:29) porque se basan en su carácter
(Números 23:19; Hebreos 13:8). Aunque el Señor suspendió a Israel temporalmente los beneficios de un
pueblo pactado, algún día todos ellos le serán devueltos (Romanos 11:25–27). Será entonces cuando
regresen a su tierra y se reencuentren con su antigua y bendecida relación con su Creador.
EPÍLOGO 26:46
Levítico empezó con un llamado de Dios a su pueblo para que consagrara su vida a él y aprendiera a
vivir en santidad. La obediencia a ese llamado atraería la bendición de lo alto y una vida tanto individual
como colectivamente de completa armonía en todos los integrantes de la nación escogida. Se demostró
también que el llamado era no sólo para Israel, sino también para la iglesia, que debe vivir a la luz de su
vigencia y pertinencia. El pueblo cristiano debe alcanzar los mismos objetivos y cumplir la misión de ser
“un reino de sacerdotes y gente santa”.
A lo largo de sus páginas, Levítico nos mostró las condiciones y requisitos para lograr estas metas.
Finalmente nos pone ante el Dios del universo, quien nos creó [p 143] y definió un plan para nuestra vida
expresado en su palabra. Sus mandamientos son la tarea específica para que ese plan se cumpla. Y el
Señor quiere contar con nuestra fidelidad y respuesta positiva a cada uno de sus estatutos.
Como desde el primer día que se reveló a Moisés en el monte Sinaí, así espera Dios de nosotros una
respuesta de obediencia y que tengamos un crecimiento visible y evidente como corresponde a un
discípulo fiel del Señor. Él anhela bendecirnos y mantener una relación vital con cada uno de los que
somos sus hijos. ¡Caminemos, pues, por la senda correcta y no nos extraviemos por caminos peligrosos!
¡PENSEMOS!
[p 145] GLOSARIO
Azazel. Nombre de la suerte por la que uno de los dos machos cabríos era escogido para “llevar” los
pecados del pueblo fuera del campamento en el día de expiación (Levítico 16:7–8, 20–22).
Efod. Corsé o chaleco que formaba parte de la indumentaria del sumo sacerdote (Levítico 8:7).
Holocausto. Ofrenda totalmente quemada que simbolizaba la entrega completa o consagración del
ofrendante a Dios (Levítico 1:3; 6:10).
Jubileo. Cada cincuenta años se dejaba descansar la tierra (Levítico 25:8–55); sus anteriores propietarios
podían recuperarla y los esclavos eran liberados. También era un tiempo de instrucción especial en la ley
de Dios.
Libación. Vino u ofrenda de vino que se vertía sobre ciertos sacrificios (Levítico 23:13, 18).
Mitra. Una especie de turbante, parte de la indumentaria del sumo sacerdote (Levítico 8:9).
Oblación. Ofrenda vegetal (Levítico 2:1).
Ofrenda mecida. Parte de una ofrenda que era levantada y mecida ante Dios como símbolo de entrega,
para luego regresarla al ofrendante, que de esta forma recibía los beneficios divinos (Levítico 7:30; 23:17).
Rebusco. Parte inferior de la cosecha que queda después de la vendimia (Levítico 19:10).
Sacrificio de paz. Sacrificio de comunión. El ofrendante podía comer de la ofrenda (Levítico 3:1; 7:15).
Vendimia. Parte abundante de la cosecha agrícola (25:5; 26:5).
Urim y Tumim. Probablemente eran objetos empleados como medios para consultar a Dios sobre
cuestiones específicas (Éxodo 28:30; Levítico 8:8; Números 27:21; 1 Samuel 28:6).
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Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (145). Puebla, Pue., México:
Ediciones Las Américas, A. C.