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62 FILOSOFÍA
Temario 1993
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INTRODUCCIÓN
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El proceso de industrialización marcó un profundo cambio en la vida social del siglo XIX y fue uno
de los factores desencadenantes del clima de optimismo impulsor del pensamiento positivista y sus
teorías sobre el progreso social.
A partir de 1840 comienza a ser cada vez más evidente la conexión entre los descubrimientos cien-
tíficos y el avance de los medios de producción, por lo que los nuevos inventos son vistos como
impulsores del progreso y la riqueza de las naciones, y la ciencia comienza a ser valorada no sólo
por sus aportaciones a la esfera del conocimiento sino fundamentalmente por sus aplicaciones a la
industria.
Ese giro supuso fijar la atención de las sociedades en la dimensión técnica o aplicada del conoci-
miento científico, en sus posibles usos y ventajas para el progreso humano, que había llegado a su
máximo apogeo gracias a la industrialización.
El crecimiento de las ciudades, los avances en la medicina que permitieron curar enfermedades in-
fecciosas que hasta el momento habían sido una de las grandes amenazas, o la ampliación de la red
de intercambios comerciales fueron algunos factores que también afectaron a las nuevas relaciones
establecidas entre ciencia, sociedad y pensamiento, las cuales fueron haciéndose más complejas a
medida que fue avanzando el siglo y se empezaron a notar las consecuencias negativas de la nueva
organización social.
Comenzó así una percepción instrumental y acumulativa del conocimiento que pasaría a ser una
de las piezas claves de la tradición positivista. Los desarrollos tecnológicos serán considerados como
productos del avance científico, estableciendo una continuidad entre saber y técnica que con el
tiempo resultará problemática para aquellos positivistas que traten de defender la neutralidad axio-
lógica del conocimiento frente a una tecnología que a lo largo del siglo XX se demostrará cargada
de valores y consecuencias para el desarrollo de las sociedades.
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La característica más notable de la matemática del siglo XIX es el aumento del rigor en lo referente
a los procedimientos de prueba y fundamentación de las teorías matemáticas, abandonando el
recurso a la evidencia como justificación de las verdades matemáticas.
Algunos de los resultados más notables que se lograron en esta época son los obtenidos por Weiers-
trass, Cantor y Dedekind dentro de la teoría de los números reales, demostrando que los reales y
todo constructo matemático obtenido a partir de ellos procede del concepto y las propiedades de
los números naturales.
Así empezó a extenderse la convicción de que el fundamento último de la matemática eran los
números naturales, lo que serviría de punto de partida para numerosas investigaciones sobre el
problema de la fundamentación de la aritmética, donde más tarde destacarían el programa logicista
de Frege, que trataba de asentar la matemática sobre fundamentos lógicos, y la propuesta de Cantor
en la que se trataba de reducir la aritmética a la teoría de conjuntos.
A su vez, en el álgebra se realizaron enormes progresos que llevaron a la formulación del álgebra
abstracta gracias al esfuerzo de matemáticos entre los que destacaron, entre otros, Evariste Galois,
George Peacock y William R. Hamilton.
Por su parte George Boole en su obra Análisis matemático de la lógica (1847) mostró que era posible
traducir la lógica tradicional, en concreto la silogística, a una teoría de ecuaciones, dando así un
tratamiento algebraico a entidades tales como las proposiciones y las clases. Se transforma de ese
modo la lógica tradicional en lógica simbólica, que se desarrollará como una rama de la matemática
dedicada al estudio de los procedimientos que permiten de forma rigurosa y correcta construir las
demostraciones matemáticas.
En el mismo período que se realizaron los avances que acabamos de mencionar nacen las llamadas
geometrías no euclídeas, lo que traerá cambios sustanciales no sólo dentro de la matemática sino
también dentro de la filosofía, puesto que las nuevas geometrías vendrán a poner en evidencia el
poder de la intuición como fuente de un conocimiento verdadero independiente de toda funda-
mentación y procedimiento de prueba.
Aunque ya desde la Antigüedad se observó que el quinto postulado de Euclides no era igual de
evidente que los otros cuatro, no fue hasta el siglo XIX que se logró construir un sistema axiomáti-
co en el que tal postulado no apareciese entre las verdades del sistema. Karl Friedrich Gauss fue el
primero en ver que el quinto postulado no era demostrable a partir de los otros cuatro y que era
posible construir otros sistemas distintos del euclidiano, aunque no llegó a publicar sus resultados
por miedo al rechazo de sus resultados por parte de la comunidad matemática.
Por ello corresponde a Janos Bolyai y a Nicolai Ivanovich Lobachevski el mérito de haber construido,
de manera independiente el uno del otro, una geometría en la que se sustituye el quinto postulado
por su negación. Esta geometría es conocida como geometría hiperbólica y se caracteriza por afir-
mar la existencia de varias paralelas a una recta que pasan por un mismo punto.
De esta forma desapareció la idea de que los axiomas eran verdades indudables y autoevidentes, su-
poniendo esto un duro golpe para una concepción del conocimiento sustentada sobre la intuición.
Pasaron así a ser los axiomas simplemente el punto de partida de las demostraciones, sin referencia
alguna a su verdad o falsedad, nociones que ahora están relacionadas con los procedimientos de
prueba y no con la fundamentación de las proposiciones en la evidencia o la intuición.
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Del problema de la verdad de los axiomas de la geometría surgen dos nuevos problemas que reci-
birán respuestas muy diferentes: por un lado estará el problema de la verdad matemática y, por otro,
la verdad empírica de las teorías matemáticas.
El problema de la verdad matemática llevará a consideraciones acerca de la consecuencia lógica
como única forma de probar la verdad de una proposición, lo que conllevará grandes problemas,
puesto que si ahora los axiomas no son más que convenciones, necesitamos que el conjunto de
axiomas no nos lleve a contradicciones, lo que traerá consigo el problema de demostrar la consis-
tencia de un conjunto de proposiciones para garantizar que estamos realizando deducciones váli-
das. Junto al problema de la consistencia se plantearán el de la completud de un sistema axiomático,
y el de la independencia de los axiomas entre sí. La investigación en lógica durante el siguiente
siglo trataría de dar respuesta a estas preguntas, como se puede observar en el programa de David
Hilbert, aunque muchas de sus esperanzas se verían truncadas por los resultados obtenidos por Kurt
Gödel.
Otro de los campos en los que hubo importantes progresos durante el siglo XIX fue en las llamadas
ciencias de la vida. Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) publicó en 1809 su Filosofía zoológica, en la
que sentaba las bases de las nuevas teorías evolucionistas que explicaban el origen de las diferen-
tes especies como un proceso gradual en el que los seres han ido aumentando en complejidad y
perfección.
La diferencia sustancial frente a las teorías fijistas de autores como Linneo estaba en la afirmación de
la existencia de cambios dentro de la creación divina que dan lugar a nuevas especies, por lo que
la obra divina no ha permanecido inmutable desde el principio de los tiempos sino que ha estado
sujeta a cambios que han creado la gran diversidad que observamos en la actualidad.
Además del aumento progresivo de la complejidad en la organización de los organismos y de la
procedencia de los organismos más perfectos de aquellos más simples e imperfectos, las tesis evolu-
cionistas de Lamarck atribuían el motor del cambio en las especies a la necesidad de los organismos
de adaptarse al medio, siendo por tanto la estructura de los seres vivos el producto de las necesida-
des impuestas por el ambiente a los organismos que han tenido que cambiar para adaptarse a su
entorno y cuyas modificaciones son heredadas por las generaciones posteriores.
Las dos leyes que formula Lamarck para caracterizar el progreso evolutivo de las especies son la «ley
del uso y desuso de los órganos» y la «ley de la herencia de los caracteres adquiridos». La primera
de ellas afirma que los cambios que se producen en la estructura morfológica de los seres vivos se
producen como respuesta a las necesidades del medio en el que viven que hace que para que los
individuos puedan estar mejor adaptados su morfología vaya variando para dar respuesta a los cam-
bios que se produzcan en el ecosistema.
La segunda ley plantea que los cambios sufridos por un individuo como consecuencia de su adap-
tación a las necesidades del medio son transmitidas a su descendencia, produciéndose así la evolu-
ción gradual de las especies hacia una mayor perfección y complejidad.
Para no entrar en materias desarrolladas en otras partes del temario, simplemente mencionar que las
tesis evolucionistas tendrán una influencia directa en la visión del progreso de algunos positivistas
como Spencer, convirtiéndose la evolución de las especies en un modelo aplicable al progreso de
la sociedad y de las ciencias.
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Junto con la invención de A. Volta de la pila en 1800 y los experimentos de Th. Young en óptica sobre
la interferencia y difracción de rayos luminosos, uno de los acontecimientos de mayor trascendencia
durante ese siglo fue el papel central ocupado por la mecánica clásica, no sólo dentro de la física,
sino en las ciencias en general.
Una creencia compartida por la comunidad científica de la época era que todos los fenómenos
naturales podían ser explicados a partir de las leyes de la mecánica newtoniana lo que, debido a
la naturaleza de determinista de tales leyes, marcó todas las esferas de la cultura con un profundo
carácter determinista. Entre los pensadores que más reflexionaron sobre ese determinismo causal
que regía el mundo físico destacó, por su entusiasta defensa, el francés Laplace.
El programa mecanicista guió gran parte de la investigación en física y consiguió notables éxitos en
algunas ramas como la acústica o la termología, a pesar de que según fue avanzando el siglo la me-
cánica clásica se encontró con algunos obstáculos que llevarían a que a finales de siglo el paradigma
newtoniano entrase en un período de crisis. Serán las investigaciones sobre el electromagnetismo
las que planteen el primer desafío al que la mecánica no podrá dar respuesta y que hará que las
teorías de J.C. Maxwell junto con los experimentos de H. Hertz sirviesen para que la naturaleza on-
dulatoria de la luz fuese ampliamente aceptada en detrimento de las teorías corpusculares.
Desde el punto de vista epistemológico será Ernst Mach quien haga una dura crítica a la mecánica
newtoniana y rechace todo intento de formular un modelo teórico unitario de la naturaleza, no
sólo los intentos mecanicistas, y proponga tratar el conocimiento humano sobre el mundo como la
simple conexión de sensaciones.
Los experimentos de Michelson y Morley serán uno de los últimos avances del siglo que ayudarán a
la crisis del paradigma mecanicista, sin contar los descubrimientos que se llevarían a cabo en los úl-
timos años del siglo sobre la naturaleza del átomo, aunque habrá que esperar hasta el siglo XX para
que todos estos hallazgos comiencen a tomar forma y den lugar a nuevas teorías que cambiaran
radicalmente la imagen de la realidad física que se venía aceptando desde Newton.
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En muchas ocasiones esto ha ido unido a aspiraciones reduccionistas que han tratado de explicar
todos los fenómenos a partir de las leyes y principios de una sola ciencia, que usualmente a sido
la física, de forma que la realidad última sería la estudiada por la física, y el resto del conocimiento
podría ser reducido a ella.
La concepción filosófica que irá unida a los inicios del pensamiento positivista considerará los mé-
todos de la filosofía como una continuación de los de las ciencias, siendo la tarea principal de la
filosofía encontrar los principios generales comunes a todo conocimiento y organizar la sociedad
en consonancia con tales principios. Como veremos a continuación, para los primeros positivistas
había una clara relación entre progresos social y aumento del conocimiento, idea que con el paso
del tiempo se irá matizando y moderando.
Entre las influencias que destacan en la obra de Comte están los enciclopedistas franceses, con su
énfasis en la ciencia, el progreso de la humanidad y las preocupaciones sociales que se remontaban
al pensamiento ilustrado. Pero sin duda la figura que ejerció mayor influencia en su pensamiento fue
Saint-Simon y sus tesis sociales. Saint-Simon se ocupó especialmente de cuestiones socio-políticas,
en cuyo estudio sería necesario seguir rigurosamente el método científico y alejarse de toda influen-
cia metafísica.
La sociedad era concebida por Saint-Simon como un gran organismo que a lo largo de la historia
se va desarrollando según ciertas leyes que deben ser descubiertas. Dicho desarrollo consistiría, a
groso modo, en la alternancia entre épocas orgánicas en las que se da un perfecto equilibrio social y
épocas críticas en las que se darían enfrentamientos en el plano especulativo y el social.
En la sociedad industrial Saint-Simon pensaba que la organización social debía girar alrededor de
las capacidades productivas, respondiendo a las necesidades del nuevo sistema de producción. En
el nuevo orden social, los científicos y las personas a cargo de la industria serían los que mayor peso
tendrían el gobierno, pues una vez superadas las etapas en las que la sociedad se organizaba según
normas morales o religiosas, para el objetivo actual de administrar las fuerzas productivas se nece-
sitarían nuevas personas a cargo del gobierno que supiesen dar respuesta a las necesidades de la
nueva sociedad industrial.
Aunque Comte se alejaría en algunos puntos de su maestro, su influencia es patente en la concep-
ción comtiana de la historia y las etapas por las que ésta ha pasado.
En el desarrollo del espíritu humano a lo largo de la historia, Comte encuentra que, invariablemente,
cualquier producto del saber humano pasa por ciertas etapas en su evolución, más exactamente
tres. Esta ley que rige el decurso histórico de cualquier campo del saber, y más en general de la
historia de la humanidad en su conjunto, es la denominada «ley de los tres estados» según la cual
toda rama de la ciencia, como fenómeno sociológico que es, pasa por tres fases fundamentales:
primero, la fase teológica o ficticia; segundo, la etapa metafísica o abstracta; tercero, la fase científica
o positiva.
La primera etapa se caracterizaría por ser la forma más arcaica de vida social, paso necesario para
la construcción de todo saber, que comienza preguntándose por la naturaleza oculta de las cosas,
interrogantes a los que da respuesta creando divinidades que le permiten explicar el mundo. Los
prejuicios, la superstición y el resto de rasgos de esta fase teológica son por tanto un paso necesario
para la construcción de la ciencia, y de ningún modo debe verse en ellos un obstáculo para el saber.
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Como la esfera del conocimiento esta íntimamente interconectada con la organización social, el
paso del fetichismo al politeísmo y de éste al monoteísmo, siendo este el nivel más alto del estado
teológico, se logra gracias al sistema militar que se expande por todo occidente.
La fase metafísica o abstracta por su parte estaría definida por la búsqueda de un conocimiento que
explique la naturaleza de las cosas sin recurrir a entidades ajenas a la propia naturaleza, buscando
las causas de los fenómenos en ciertas propiedades, cualidades y fuerzas que no se nos dan direc-
tamente en la experiencia pero sobre las que podemos ejercer cierto control y gracias a las cuales
podemos explicar lo que observamos.
Por último tendríamos la etapa científica o positiva en la que los fenómenos son explicados gracias
al descubrimiento de las leyes universales que rigen el universo, sin necesidad de apelar a causas
metafísicas que caen fuera de nuestro campo de experiencia, siendo por tanto la experiencia la
fuente de todo conocimiento.
Comte ofrece varias observaciones empíricas como pruebas del cumplimiento de esta ley funda-
mental del desarrollo histórico de la humanidad y de todos los productos del saber humano: la
primera observación sería la que señala cómo la evolución de las ciencias humanas ha pasado de lo
teológico a lo metafísico y posteriormente a lo positivo.
La segunda prueba vendría de la observación del desarrollo de la inteligencia en los seres humanos
desde la niñez a la edad adulta, pasando a nivel individual todos por una fase teológica en la niñez,
una metafísica en la juventud, y una positiva o científica en la madurez.
Además del apoyo que Comte encuentra en dichas observaciones, habría también una causa o
razón de naturaleza a priori que sería la que nos permitiría ver de esa forma la evolución del cono-
cimiento humano y que serviría para organizar la historia de la humanidad según criterios lógicos,
históricos y pedagógicos.
De esta forma las ciencias se pueden ordenar según dos dimensiones, la histórica y la lógica, que
confluyen para darnos una única valoración de las aportaciones de un campo del saber al desarrollo
del espíritu en un momento concreto de la historia, lo que llevó a Comte a rechazar los avances en
campos como la biología, al considerar que se alejaban del camino que debía seguir todo área de
conocimiento para llegar a la etapa positiva.
Según la lógica las ciencias se podría ordenar en función de la complejidad de su objeto, empezan-
do por el pensamiento metafísico como aquel que se ocupa de asuntos más simples, hasta llegar a
la sociología cuyo objeto de estudio sería el más complejo.
El orden de las ciencias sería el mismo si se considera la dimensión histórica, pues a medida que las
sociedades han ido progresando, los científicos se han ocupado de materias más complejas. Es por
ello que a la hora de enseñar la historia del saber humano la mejor forma es hacerlo siguiendo el
orden lógico e histórico de las mismas, que conduce a las ciencias hacia la etapa positiva.
El progreso de las sociedades está por tanto íntimamente unido a la evolución del pensamiento
humano, y en el siglo XIX la materialización más elevada del espíritu humano es la ciencia.
De esa manera la ciencia es considerada el motor de la historia que permitirá que las sociedades
lleguen a un periodo orgánico y positivo en el que el conocimiento haya llegado al grado máximo
de perfección y complejidad, y en el que la sociedad, gracias a los avances de la ciencia, ha llegado
a una organización estable.
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En su clasificación de las ciencias la sociología, a la que Comte denominaba física social, ocupa el lugar
más destacado al ser la base sobre la que se construirán todas las reformas sociales, pues para que
haya progreso social es necesario previamente conocer las leyes que guían los cambios sociales.
La sociología como conocimiento científico de las leyes que gobiernan los hechos sociales es el
último de los avances dentro de la ciencia por llegar a un saber positivo, y es la que se ocupa de dar
sentido al saber humano en su conjunto.
Es también una herramienta fundamental para solucionar la crisis de la sociedad, pues es para ello
necesario conocer las leyes que gobiernan la dinámica social. La sociología sería así el pilar sobre el
que se levantaría la política positiva que buscaría afianzar la convivencia social a través de la previ-
sión racional del futuro y de una organización eficiente de los recursos productivos.
El propio Comte se atribuye el papel del Galileo de las ciencias sociales por el giro que supone esta
nueva forma de concebir la realidad de los hechos sociales, que dejan de ser vistos como el resulta-
do de acciones individuales, como ocurría en las teorías del contrato social, para otorgar el mismo
estatus originario a los fenómenos sociales, que aunque dependientes en parte de la realidad bioló-
gica de los individuos, se rigen por leyes autónomas que los dotan de una identidad propia.
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Para Mill todo nuestro conocimiento sobre el mundo es de carácter empírico, incluso las verdades
de las ciencias formales como la geometría no son más que generalizaciones a partir de los datos
obtenidos mediante la observación. Las proposiciones generales son por tanto simplemente pro-
posiciones útiles que permiten organizar el conocimiento sobre hechos particulares de manera más
efectiva, pero la verdad que expresan la obtienen únicamente de su los casos particulares de los que
tenemos experiencia.
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Al ser la lógica la ciencia de la prueba, las únicas pruebas válidas que justificaran la inferencia de unas
proposiciones a otras será el que en ellas se recoja el conocimiento obtenido a través de la observa-
ción de hechos particulares. De esta forma Mill considera que el silogismo aunque sea una clase de
argumentación válida no aumenta nuestro conocimiento y por tanto no representa la forma en la
que obtenemos nuestro conocimiento. Surge así el problema de la inducción, al que Mill como otros
muchos pensadores tratará de dar respuesta.
La forma en la que resolverá el problema de cómo pasar legítimamente de proposiciones particu-
lares a otras de naturaleza universal será postulando el llamado principio de inducción, también
conocido como principio de causalidad o de uniformidad de la naturaleza.
Tal principio será la premisa mayor de todas las inducciones, y no habrá más forma que aceptar su
corrección que recurriendo al conocimiento que obtenemos de la experiencia, que será quien nos
dicte cuando deberemos partir de esta premisa y cuando no.
Aunque muchos han acusado a Mill de recurrir a una argumentación circular, su propuesta podría
verse como una forma de sustentar todo conocimiento a partir de la experiencia, tanto de hechos
concretos como de ciertas uniformidades en la naturaleza que nos permitirían afirmar, con el mismo
grado de seguridad que afirmamos proposiciones sobre hechos concretos, proposiciones generales
que también obtendrían su apoyo de la experiencia.
Mill propondrá cuatro métodos por los que podremos llevar a cabo razonamientos inductivos: el
método de la concordancia, el método de la diferencia, el de las variaciones concomitantes y el mé-
todo de los residuos. Todos ellos tendrán un gran peso en las investigaciones empíricas, por lo que
los trabajos de Mill sobre la inducción están entre los más avanzados de su época y supusieron un
gran avance respecto a anteriores caracterizaciones del método científico.
El pensamiento ético y político de Mill se enmarca dentro de la corriente utilitarista iniciada por
Bentham, que a su vez es heredera del pensamiento ilustrado. Descansan ambas sobre el supuesto
de que los conflictos morales y sociales tienen como punto de origen la falta de conocimiento y que
por tanto la educación es la herramienta fundamental para instaurar un orden social en el que los
conflictos puedan ser resueltos de manera racional, haciendo uso para ello de un sistema jurídico
capaz de armonizar los intereses de los individuos y las necesidades de la sociedad.
Que la felicidad es el fin último de toda acción humana es para Mill algo que puede verificarse a tra-
vés de una intuición inmediata y universal, que se nos muestra a todos al observar como de hecho
las personas persiguen siempre la felicidad a través de las acciones que realizan día a día.
Lo que no hay que perder de vista es el carácter colectivo de esa felicidad y por consiguiente de las
medidas de utilidad con las que tratamos de medirla. Esas normas o criterios que sirven para evaluar
moralmente nuestras acciones buscan una situación óptima para el mayor número de personas
afectadas por la acción, de forma que no importan los valores de las personas que emprenden la
acción sino las consecuencias que se siguen de tales acciones, pues son ellas las que afectan a la
consecución de la felicidad, la cual es independiente de las motivaciones que llevan a los sujetos a
actuar de esa forma.
Podemos resumir las tesis utilitaristas en las siguientes afirmaciones:
1. No son los valores morales los que constituyen el objeto a tener en cuenta al hacer juicios mo-
rales sobre un determinado comportamiento, sino que lo que interesa es juzgar la utilidad de la
acción en términos de sus consecuencias o de sus aportaciones a la felicidad del conjunto de
seres humanos.
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2. Es posible comparar todos los bienes humanos según una escala de medida mediante la cual se
podría medir de manera homogénea la utilidad de las acciones que se están evaluando.
3. Dicha escala de medida o regla moral que nos permite evaluar la utilidad de las conductas huma-
nas se asienta sobre la existencia de una intuición universal acerca de la tendencia a la felicidad
de todo ser humano.
Las posiciones utilitaristas serían rechazadas por los partidarios de la ética kantiana por su rechazo de
la primera de las afirmaciones que hemos presentado, pues para los defensores de dicha ética esa
forma de juzgar las acciones sencillamente dejaba fuera lo esencial, puesto que los valores morales
que mueven a la acción son para los kantianos lo que estamos valorando, siendo las consecuencias
algo ajeno al juicio moral.
Dejando de lado las controversias entre deontologismo y consecuencialismo, por lo que más desta-
ca la obra de Mill es por su enérgica defensa de la libertad individual. Tanto es su activismo político
como en su obra filosófica los individuos aparecen como los sujetos morales por excelencia, y la
defensa de los límites de la libertad individual se muestra como la mejor forma de salvaguardar los
intereses y la organización racional de la sociedad. Aparece así el ser humano como sujeto capaz de
mantener un amplio grado de individualidad en su vida privada sin que ello entre en conflicto con
los intereses y objetivos de la colectividad. Este optimismo a la hora de juzgar a las personas sólo era
posible en la Inglaterra de la época, heredera de las concepciones ilustradas del ser humano, que
seguían confiando en la racionalidad como la única arma, junto a la educación, capaz de solucionar
todos los problemas sociales.
Esta visión antiromántica del mundo en la que lo racional equivale al bien y en la que casi todo
puede ser sometido a medida se mantendrá relativamente inalterable a lo largo de toda la tradición
positivista, pudiendo considerarlo uno de sus rasgos más sobresalientes.
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Aunque alejado del pensamiento comtiano, Spencer compartía con el padre del positivismo la aspi-
ración de fundar una sociología científica y el tener una visión orgánica de la sociedad.
Spencer introduce el término «evolución» dentro del lenguaje filosófico en el año 1857 en un ar-
tículo que versaba sobre el progreso. Dos años más tarde Darwin hará un uso más restringido del
término al referirse con él únicamente a los cambios producidos en las especies, y no ya para hablar
del progreso del universo de manera abstracta.
Aunque Spencer también se ocuparía de especificar las implicaciones del evolucionismo para los
seres vivos, su concepción es ante todo una postura metafísica sobre todo lo existente, establecien-
do una relación de continuidad entre lo biológico y lo social que hace de la evolución un proceso
de alcance universal.
Entendida de esa manera abstracta, la evolución tiene las siguientes características:
1. Coherencia: el universo evoluciona de formas poco coherentes u ordenados a otros con una
mayor coherencia u organización.
2. Homogéneo: la evolución de todo lo real es siempre un paso de lo homogéneo e indefinido a lo
heterogéneo y de mayor complejidad, como en el caso del desarrollo de plantas y animales.
3. Indefinido: en el universo las cosas pasan de una organización difusa o indefinida a otras más
definidas en las que las funciones y tareas se reparten de manera coordinada. Para Spencer esto
se puede observar en el contraste entre los pueblos salvajes y las sociedades civilizadas.
Según las tesis del autor, la realidad última que las ciencias y la filosofía pretenden aprehender es
incognoscible, por mucho que ambas intenten ir avanzando mediante un conocimiento tentativo y
parcial sobre la naturaleza última del universo.
Esto hace que ciencia y religión sean conciliables, pues ambas, cada una a su manera, reconocen
la imposibilidad de llegar a conocer lo absoluto e incondicionado, quedándose ambas con una
imagen parcialmente verdadera acerca de la naturaleza del mundo. Siguiendo con esa concepción
metafísica del universo, Spencer asigna a la religión la tarea de mantener vivo el sentido del misterio
que encierra de manera sustancial el mundo que nos rodea, mientras que la ciencia debe ocuparse
de ampliar de manera progresiva nuestro conocimiento sobre la realidad, a pesar de reconocer que
nunca llegaremos a poseer la verdad absoluta.
Dentro del sistema de pensamiento que estamos bosquejando, la filosofía ocupa el papel de ciencia
de los primeros principios, pues lo que caracteriza a la filosofía es su aspiración al mayor grado de
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generalidad en la comprensión del universo. Sería entonces la filosofía el intento de unificar todo el
conocimiento ofrecido por las ciencias particulares, de manera que lleguemos a construir un sistema
que contenga todas aquellas verdades universales a las que hemos llegado partiendo de la simple
observación y que, aunque incapaces de abarcar la esencia de la realidad, nos la presentan de ma-
nera unificada y a partir de los principios más generales a los que la mente humana pueda llegar en
ese momento histórico concreto.
Spencer señala tres principios a partir de los cuales el conocimiento filosófico unificaría el contenido
de las ciencias particulares, estos son: la indestructibilidad de la materia, la continuidad del movi-
miento y la persistencia de la fuerza.
La ley de la evolución que rige el devenir del mundo consiste en ese cambio perpetuo y generaliza-
do, que como ya señalamos antes supondría un progreso continuo en todas las dimensiones de la
realidad, ya sea al nivel de los individuos, de las sociedades, o del universo.
Para Spencer la evolución es un proceso necesario, continuo e imparable que comienza a partir de
una situación de inestabilidad y que va avanzando hacia una situación de equilibrio que, aunque
puede no tener una duración muy larga, siempre supone un paso más hacia la perfección y por
tanto todo cambio es una paso más en el proceso de mejora al que está sujeto todo lo existente.
De aquí se desprende el optimismo que permea todo su pensamiento y que, como no podía ser de
otra forma, se extiende a su concepción de la sociedad.
A diferencia de Comte, la sociología de Spencer da prioridad al individuo, buscando defender la
libertad individual y el poder de acción de los sujetos particulares para hacer avanzar la sociedad,
manteniendo una posición liberal, crítica con el excesivo poder otorgado al parlamento en la toma
de decisiones políticas en la época, recelando siempre de la intervención del Estado como forma de
promover los cambios sociales.
En sus planteamientos éticos, la evolución sigue teniendo el papel protagonista puesto que Spencer
otorga un valor adaptativo a los principios morales, de forma que las normas y principios morales
van cambiando a medida que avanza la historia para permitir una mayor adecuación entre el ser hu-
mano y las condiciones sociales en las que ha de vivir. Según esta concepción, al igual que pasa con
el resto de comportamientos humanos, las obligaciones morales al ir produciéndose el progreso
inherente al devenir histórico se irán convirtiendo en comportamientos asumidos dentro de las con-
ductas humanas cotidianas, avanzando así los principios morales a otros más elevados que lleven a
los sujetos a desarrollar conductas nuevas que respondan a las nuevas exigencias morales.
Es por tanto una moral que va adaptándose a los tiempos y que a su vez va evolucionando, avanzan-
do de forma imparable hacia una mayor perfección de la conducta moral hasta que esta es asimilada
en la conducta cotidiana del ser humano, para desde ahí volver a avanzar mediante nuevas obliga-
ciones de naturaleza más elevada.
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Junto a la capacidad de los seres vivos de adaptarse al medio y la criba ejercida por la selección natu-
ral, un tercer factor que influye en la evolución de las especies es la transmisión y acumulación de los
cambios sufridos por los organismos, dándose por tanto un progreso en las especies hacia formas
más complejas y mejor adaptadas al medio.
Aplicados a la realidad social, ya hemos mencionado que para Spencer las leyes que guían la evo-
lución son las mismas independientemente de la parte del mundo en la que centremos nuestra
atención.
De esta forma se inicia lo que posteriormente se conocerá como darwinismo social, cuya concep-
ción del progreso social estará íntimamente unida a la explicación dada por Darwin de la evolución
natural y cuyas leyes se aplicarían a las sociedades humanas de manera análoga a la forma en la que
gobiernan la naturaleza.
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CONCLUSIÓN
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BIBLIOGRAFÍA
Fuentes primarias
Fuentes secundarias
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MASON, S. F. (1984-1986): Historia de las ciencias. Madrid: Alianza.
PACHO GARCÍA, J. (2005): Positivismo y darwinismo. Tres Cantos (Madrid): Akal.
Webgrafía
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RESUMEN
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La defensa de los límites de la libertad individual se muestra El problema de la verificabilidad como criterio de significado.
como la mejor forma de salvaguardar los intereses y la organi- La inducción como método de justificación y reconstrucción
zación racional de la sociedad. Mill logra llegar a un equilibrio racional del conocimiento científico.
entre la tradición utilitarista de la que proviene y el individua-
lismo.
4. El positivismo evolucionista:
Herbert Spencer
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AUTOEVALUACIÓN
3. Una ley que caracteriza el progreso evolutivo de las especies según Lamarck es:
a. La ley de la progresión hacia una mayor simplicidad estructural.
b. La ley de los principios opuestos.
c. La ley de los tipos múltiples.
d. La ley de la herencia de los caracteres adquiridos.
4. Para un positivista, aquello que va más allá de toda experiencia posible es:
a. Aquello de lo que habla la filosofía.
b. El fundamento de todo.
c. Algo ajeno al conocimiento humano.
d. La verdad última sobre el mundo.
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filosofía
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