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LA TRAMPA DE SATANAS

Base bíblica: 2ª Corintios 2:11 para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues
no ignoramos sus maquinaciones.”

INTRODUCCION: Cualquier persona que ha cazado animales utilizando trampas sabe que, para
funcionar bien, una trampa debe cumplir dos requisitos. Primero, debe estar escondida, de modo
que el animal que desea atrapar tropiece con ella, y debe tener una carnada, a fin de atraer al
animal a su mortal engaño.

Satanás, el enemigo de nuestras almas, incorpora ambas estrategias, preparando las trampas
más engañosas y mortales, bien ocultas y con su carnada lista.

Satanás y sus huestes no son tan fáciles de distinguir como muchos creen. El diablo es sutil y se
deleita en el engaño. Es astuto, hábil y mañoso en su forma de operar. No olvidemos que puede
disfrazarse de ángel de luz. Si no estamos preparados por medio de la Palabra de Dios para
distinguir el bien del mal, no reconoceremos sus trampas como tales.

Imposible es que no vengan tropiezos. —Lucas 17:1

En el transcurso de mi vida cristiana, he podido observar una de las más mortales y engañosas
trampas del enemigo. Es una trampa que atrapa a una innumerable cantidad de cristianos, corta
las relaciones y abre aun más las brechas que ya existen entre nosotros. Es la trampa de la
ofensa.

Muchas personas no logran cumplir de forma efectiva su llamado debido a las heridas y los
dolores que las ofensas han causado en su vida. Ese obstáculo los incapacita para funcionar
según la plenitud de su potencial. La mayoría de las veces es otro creyente quien los ha
ofendido, y esto hace que la persona que sufre la ofensa la viva como una traición. En el Salmo
55:12-14, David se lamenta: “Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se
alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al
parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos,
y andábamos en amistad en la casa de Dios”.

Estas son las personas con las que nos sentamos y con quienes cantamos, o quizá sea el que
está predicando desde el púlpito. Pasamos momentos juntos, asistimos a las mismas reuniones
sociales y compartimos la misma oficina. O quizá sea alguien aun más cercano. Crecemos con
ellos, les confiamos nuestros secretos...dormimos con ellos. Mientras más estrecha es la
relación, más grave será la ofensa. El odio más intenso se encuentra entre las personas que
alguna vez estuvieron más unidas.

Los abogados pueden hablar de los peores casos que han manejado, y en su mayoría son los
juicios de divorcio. Los medios nos informan continuamente sobre asesinatos cometidos por
personas de una misma familia que han llegado a la desesperación.
El hogar, que supuestamente debe ser un refugio lleno de protección, provisión y crecimiento,
donde aprendamos a dar y recibir amor, muchas veces es la raíz misma de nuestro dolor. La
historia nos demuestra que las guerras más sangrientas son las guerras civiles.
Hermano contra hermano. Hijo contra padre. Padre contra hijo.

El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán


contra los padres, y los harán morir. y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre;  mas
el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Mateo 10:21-22
En nuestra sociedad reina el egoísmo. Hombres y mujeres buscan hoy sólo lo que desean,
desatendiendo e hiriendo así a quienes los rodean. Esto no debe sorprendernos. La Biblia dice
claramente que en los últimos días los hombres serán “amadores de sí mismos” (2 Timoteo
3:2).
Es de esperar que los no creyentes sean así, pero Pablo aquí no está refiriéndose a los que están
fuera de la iglesia... sino a quienes forman parte de ella. Muchos están heridos, lastimados,
amargados. ¡Se sienten ofendidos! Sin embargo, no comprenden que han caído en la trampa de
Satanás.

¿Es nuestra la culpa? Jesús dijo muy claramente que es imposible vivir en este mundo sin que
exista la posibilidad de ser ofendidos. Con todo, la mayoría de los creyentes se sienten
conmocionados, asombrados y atónitos cuando esto sucede. Creemos que somos los únicos a los
que les ha sucedido. Esta actitud nos hace vulnerables a que crezca en nosotros una raíz de
amargura. Por lo tanto, debemos estar preparados y armados para enfrentar las ofensas, porque
la forma en que respondamos a ellas determinará cómo será nuestro futuro.

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