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Hoy en día, innovar en el sector público no es una opción, sino un imperativo. Nuestro
país no es ajeno a estos apremios. En el Perú aún persisten problemas públicos
estructurales, relacionados con la falta de acceso a servicios básicos que aún afecta a
un número importante de la población, principalmente en las zonas rurales, donde las
dificultades para acercar servicios, como educación o salud, requiere esquemas
creativos de alternativas de solución. En este contexto, uno de los intrumentos que
cobra mayor relevancia para atender problemas atípicos o de compleja solución, son
los laboratorios de innovación pública que se han implementado en nuestro país, con
un enfoque de innovación en los productos y servicios, mediante la creación de
nuevos productos o servicios públicos para atender problemas sociales concretos.
Las actuales circunstancias que presentan una serie de restricciones inéditas, nos
coloca frente al desafío de darle continuidad a los servicios públicos que presta el
Estado, pero adecuándolos a este nuevo contexto. Así, si bien ya se presenta una
aceleración natural de los cambios, derivados de la nueva ola de innovación
tecnológica (Criado J. I. 2016), la coyuntura actual obliga a acelerar, repensar e
innovar estos procesos a una velocidad vertiginosa, en todos los niveles e instancias
públicas.
Este desafío es aún mayor cuando se trata de servicios que se han venido prestando
de manera presencial (in situ) por la especial naturaleza de su objetivo misional, como
es el caso de la fiscalización laboral, que es realizada a través de inspecciones en las
instalaciones de la empresa, con la finalidad de evitar la vulneración de derechos
reconocidos constitucionalmente, como el derecho a la seguridad y salud de los
trabajadores.
Sumado a los aspectos que ya han sido descritos por diversos autores (Gil García R.
Et al 2017), tales como la desafección, las inercias burocráticas, y las resistencias
internas, en el Perú existen adicionalmente otros desafíos relacionados con la
existencia de una importante brecha digital, esto es, de desigualdad en el acceso y
uso de las tecnologías de información y comunicación, particularmente de los servicios
de internet, lo que se agudiza en las zonas rurales, en donde la penetración de internet
es en promedio un 10%, frente a un promedio nacional de 67%, según cifras del
Osiptel, y al examinar la brecha por regiones, entre el 75% y 90% de los hogares de
ocho departamentos no cuenta con acceso a internet (P. Yamakawa, 2019).
Ello, sumado al alto costo de acceso a tecnologías, la mala calidad de las conexiones,
sobre todo en regiones de la amazonía, la falta de electricidad, el analfabetismo digital
y las diferencias de género, impide que productos y servicios que se vienen
desarrollando en el sector público con uso intensivo de tecnología, lleguen
masivamente a toda la población, lo que acrecienta la brecha social.