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LA CIUDAD QUE FALLA / Apuntes sobre Graffiti en 

Bogotá
Publicado el diciembre 22, 2014 de stinkfish
LA CIUDAD QUE FALLA
Apuntes sobre Graffiti en Bogotá
Por: {-} y Stinkfish //
En 2013 se firmó el decreto 075 del distrito de Bogotá “Por el cual se
promueve la práctica artística y responsable del grafiti en la ciudad y se
dictan otras disposiciones”. Su objeto es “reglamentar los lugares no
autorizados para la práctica de grafiti, establecer las estrategias pedagógicas
y de fomento en la materia y aclarar las medidas correctivas aplicables a la
realización indebida de grafiti en la ciudad”. Como parte de los acuerdos se
establecen estrategias pedagógicas y de fomento de la práctica que
“incluirán acciones orientadas al estímulo de la práctica adecuada del grafiti
como forma de expresión artística y cultural”.
El texto a continuación  se ha construido desde el diálogo entre dos personas,
una que hace graffiti y otra que no, buscando entender desde fuera de los
medios, los intermediarios y las instituciones, las implicaciones de la
legislación en las calles de Bogotá. Han sido un par de años leyendo,
conversando y estudiando, construyendo un espacio mutuo.  En principio se
pretendía que ésta fuera la introducción de un texto más amplio, una historia
del Stencil Graffiti en Bogotá, pero por motivos de la coyuntura, de la
necesidad de decir algo en el momento en que importa, hemos decidido
circularlo como una invitación a abrir la discusión, en contravía a lo que se
estila con los edictos que fijan e imponen realidades.
***
[Caminando por las calles sin saber a donde voy / sin angustias ni
problemas / libre del sistema soy / (Dinero / Pestes / Banda sonora Rodrigo
D. No futuro / 1988)]. Bogotá caminando, caminando una y otra vez las
mismas calles, una y otra vez mirando los mismos andenes, los mismos
postes, los mismos semáforos, los mismos techos, las mismas paredes.
Caminando, mirando de cuando en cuando por encima del hombro para ver
quien viene atrás, al otro lado de la calle para ver quien anda por ahí, porque
nunca se sabe. Caminando, mirando una vez más carteles, firmas, letras,
stickers, stencils, los mismos, nuevos, los rastros de los que ya no están, los
desgastados, medio cubiertos, tachados; ese edificio es nuevo, ahí había una
casa que siempre se pintaba, esa señal de pare no estaba así toda doblada
como si la hubieran estrellado la semana pasada, la punkera dejó de pedir
dinero ofreciendo fotocopias de poemas, ahora vende incienso. Bogotá
caminando, con una cámara fotográfica en el bolsillo o en la maleta, o
colgada al cuello bajo el buzo o la chaqueta. Caminando y tomando fotos.
Fotos de lo que está por ahí, de los que andan por ahí, en su vida, en sus
cosas. Fotos de la calle, tomadas desde el nivel del ojo de quienes la caminan,
la habitan, la viven,  y una que otra vez de algún techo rayoneado y carteles
pegados en segundos pisos.
Empaques doblados entre grietas y huecos, chicles pegados bajo las mesas o
embarrados en el suelo, rasguños en la pintura de pasamanos, barandales,
semáforos, charcos de vómito, salpicaduras de sangre, recibos de cajero
automático arrugados y rotos en varios pedazos, pisadas sobre cemento
fresco, ladrillos raspados, agujereados, pulverizados, cambuches de cartón y
mantas de carteles, ventanales rotos, zapatos colgados y cometas enredadas
en los cables de luz. Esquinas orinadas malolientes, bolsas plásticas rasgadas,
basura desperdigada, graffiti. Memoria rechazada, ilegítima, sucia,
impertinente, barata, desechable, memoria próxima de quienes transitan la
calle y la habitan, de vendedores de periódicos, volanteros, aviseros,
voceadores, prostitutas, emboladores, vendedores ambulantes, taxistas,
policías, vigilantes, recicladores. Memoria en constante conflicto y que
obedece a la necesidad de la economía del tiempo, del espacio y el dinero,
memoria tangible y contundente que para muchos es mejor no tocar, no
rastrear, no documentar, no pensar, por sucia, pero sobre todo por sincera.
Rebelde y transgresor, el graffiti es una manera de sublevarse frente a las
formas comunes de entender la vida, la sociedad, la calle, pero no es esa
rebeldía que se vende, que es aceptada, comercializada e institucionalizada,
subvalorada, disfrazada de adolescente y juvenil, enmarcada en una etapa
generacional en la que supuestamente hay un derecho otorgado para hacer
travesuras, ser irreverente, salirse de los límites.
Porque claro, eres adolescente y tienes que disfrutarlo, ya no eres un niño
pero tampoco eres un adulto, disfruta mientras puedas pues ya nadie te
controla, pero ten presente que pronto tendrás que asumir un montón de
responsabilidades que te volverán a controlar: trabajo, hijos, deudas, jefes,
maridos, esposas, enfermedades, arrugas, calvicie. Disfruta mientras puedas
y en el camino de esta falsa libertad consume tanto cuanto puedas una vida
de adrenalina y experiencias excitantes de todos los precios, colores y
sabores artificiales.
El graffiti destruye el ideal de ciudades en bonitos colores planos, destruye
fachadas, paredes, portones, ventanales, salpica, chorrea, invade la
propiedad privada y la supuesta propiedad pública, que se supone de todos
pero en realidad es de unos pocos. Destruye maneras de pensar y actuar de
larga tradición en un sistema que no funcionó, de una realidad en
decadencia. Si, la muralla es el papel de los canallas, de canallas conscientes y
orgullosos de sus actos, de canallas de momento o de oficio, que fingen bajar
la cabeza y saben de memoria su número de cédula, pero que  por ahí, por la
calles, sin saber a donde van, en momentos libres de problemas y de
angustias, libres del sistema marcan sus recorridos, rayando lo que quieren,
como quieren y a la hora que quieren.
 
{La superficie rayada de una pared cualquiera es evidencia de la fragilidad del
sistema, de su vulnerabilidad.}
 
Destruye, vandaliza, atropella, invade, engaña, sin un nombre, sin un rostro,
sin un número de cédula, el graffiti quiebra desde adentro la lógica de vida 
en la que se debe poner la otra mejilla, obedecer, respetar, dar la cara y
rendir cuentas a unos pocos, esa en la que se debe transitar por aquí y por
allá no, donde la imagen lo es todo, donde existir para muchos es bajar la
cabeza. [Desde la cuna, hasta tu tumba / tienen elegido tu camino / al
colegio, al ejército, al trabajo / cásate, procréate y muere. / Vive tu vida /
déjate ya de servilismos (x4) / Los primeros dueños son tus padres / luego la
patria  y el gobierno / le debes todo a tu familia / y a tu dios, que estás
creyendo. / Vive tu vida / déjate ya de servilismos (x4) / Basta de ser más
engañado / basta de ser manipulado/ reacciona, se tú mismo / deja de vivir
esa mentira. / Vive tu vida / déjate ya de servilismos / (Vive tu vida / La
Pestilencia /La muerte un compromiso de todos / 1989)]
Las etiquetas “adolescente” y “juvenil” funcionan dentro de las lógicas de
control institucional y comercial que subdividen y encasillan, rompiendo los
canales de comunicación y colaboración entre personas con saberes y
experiencias de diferentes generaciones. Así es como aparecen los atuendos
y músicas juveniles, los artistas jóvenes, sitios y comida de moda, las
convocatorias y espacios para jóvenes, y todo lo que termina en la basura o
guardado en un cajón cuando se asume que terminó la juventud. Pero no
sólo la juventud se empaqueta y vende, también la infancia tiene su marca
registrada, la adultez, la vejez, el género, el color de piel, las religiones, la
comida, todo lo que pueda generar lucro y control. [Si eres calvo / subversivo
/ y un mechudo / eres un ladrón / si eres punky y mal vestido / drogadicto /
te dicen cabrón. / Si te gusta caminar / nunca olvides tus papeles / pues en
esta puta ciudad / solo eres un número más / (Policía de mierda / Polikarpa y
sus viciosas / Libertad y desorden / 1999)]
Una de las maneras en las que se intenta controlar, domesticar y vender el
graffiti es ubicándolo en esa etapa generacional de aparente libertad y
frescura: eres joven, es normal que un buen día decidas salir y rayar unas
cuantas paredes con una lata de pintura en aerosol, no tiene mayor
importancia y ya se te pasará, será un gracioso recuerdo de esa época en la
que eras joven y nada te importaba. Bajo esa simple y pobre lógica funciona
la idea de graffiti inserta en varias de las maneras en que hemos crecido
entendiendo la vida: etapas que se superan y se convierten en anécdotas. Sin
embargo, el graffiti no encaja en esta lógica porque temprano en la mañana,
cuando ya se tiene trabajo y hay que dejar antes a los niños en el jardín,
abres la puerta y la fachada de la casa está rayada una vez más y el graffiti ya
no resulta tan fresco y divertido, nunca lo fue y nunca lo será, así le diseñen
el más bonito empaque con acabado brillante. A pesar de  la búsqueda por
estandarizarlo para venderlo como propio de la juventud, en las calles son
muchas las personas de diferentes edades, géneros, afiliaciones políticas,
religiosas, gustos musicales, situaciones económicas, que hicieron graffiti, lo
hacen y lo seguirán haciendo, sin importar como se vea o entienda en esta
sociedad de etiquetas, poniendo en crisis los rótulos que pretenden
explicarlo, definirlo y fijarlo.
 
{Es usual explicar el graffiti como la necesidad de los seres humanos de
representar su realidad. Para explicarlo se rastrea hasta las cavernas:
bisontes, manos rojas, cacerías. Esta manera de comprenderlo lo convierte en
un fenómeno de larga duración inherente a la humanidad: la expresión
creativa, el origen de las artes. Pero el vínculo con la historia es más evidente
en sociedades urbanas, complejas, de distribución inequitativa, donde gente
molesta, aburrida, agotada, ha usado los espacios públicos visibles y
disponibles de la calle para mostrar su descontento divergente, alterando la
inercia, dejando huellas, marcando propia la ciudad. Paredes con mensajes
rápidos hechos con pedazos de carbón. Escribir contra el rey tiene sentido si
se hace en la pared de la casa de gobierno, contra la iglesia en las puertas de
la catedral, pegar quejas con puntillas, mensajes sencillos, directos. Dibujos
rápidos, ofensivos, burlescos, indignados, caricaturas de la autoridad,
consignas políticas como un desafío, como una manera de hacer visible la
incapacidad del sistema de controlarlo todo. La fisura.}
 
La estrategia es clara, si no se puede arrancar de tajo, se apropia, se
expropia, se le abren espacios, oportunidades, se ofrece dinero en forma de
convocatorias, se define, encasilla y condiciona para convertirse en un
producto más para ofrecer de esta hermosa ciudad llena de jóvenes
emprendedores, proactivos y creativos, que hacen murales en zonas donde
se les permite hacerlo, acogiéndose a  temáticas políticamente correctas,
decorando las calles, llenando de color los muros grises.
El graffiti, junto con muchos otros oficios de calle, encuentra una y otra vez
dinámicas para seguir existiendo ante la recuperación del espacio público
que trata de erradicar, perseguir y reubicar. Si un día no se puede poner un
plástico en el suelo para vender almanaques Bristol por la Séptima, mañana
los venden por La 19 y pasado mañana por La Jiménez, o los cargan entre un
maletín y se ofrecen y venden mientras caminan, se venden en buses o
semáforos, como y donde se pueda. Por más policías, vigilantes, cámaras de
seguridad, rejas, cerramientos, pintura anti-graffiti, leyes, el graffiti seguirá
existiendo y cada día serán más las personas que lo hagan, no hay marcha
atrás.
 
¿Cómo vender una ciudad con las paredes llenas de rayones?
 
El asesinato de un menor de edad el 19 de agosto de 2011 a manos de un
policía que le disparó por la espalda mientras emprendía la huida al ser
sorprendido pintando sin permiso una pared, aceleró los planes de la alcaldía
y otras instituciones locales en busca de generar estrategias y espacios de
control sobre el creciente movimiento de graffiti en Bogotá. Este asesinato,
más allá del inmenso despliegue mediático que produjo y los procesos y
condenas que recayeron sobre los policías implicados, finalmente permitió
construir un escenario ideal para tratar “el problema del graffiti” en Bogotá y
darle una “solución”. Lo que hasta ese momento era algo lejano y
aparentemente inofensivo para la mayoría de bogotanos, se convirtió en
tema recurrente de conversación y opinión.
El “graffiti” y los “graffiteros” aparecieron. Vándalos, desocupados,
drogadictos, hampones, artistas, creativos, jóvenes, murales, obras de arte,
manchones, sucios, etc. La desinformación típica de un caso como éste
condujo a la polarización de las opiniones: mientras para unos los graffiteros
son jóvenes artistas, creativos y en busca de espacios, para otros son
vándalos drogadictos. Mientras para algunos el policía que mató al “joven
graffitiero” es un héroe nacional, para otros es un asesino desalmado.
Con toda la atención mediática posible comenzó la estrategia que finalmente
dio como resultado el Decreto No.075 de 22 de febrero de 2013: “Por el cual
se promueve la práctica artística y responsable del grafiti en la ciudad y se
dictan otras disposiciones.” Una batalla más ganada por la institución, una
batalla ganada a la suciedad, al vandalismo, a la destrucción. Firmado el
decreto: de ahora en adelante el graffiti es arte, es pedagogía, es
microempresa.
 
{El capitalismo para permanecer debe mantener la dinámica de la
acumulación. Una de las estrategias para hacerlo en el mundo
contemporáneo es la mercantilización de espacios sociales, de prácticas
humanas antes cerradas al mercado. La música, las artes populares, la
comida, la sexualidad, el graffiti, lo que han venido a llamar patrimonio
cultural, son ámbitos privilegiados de esa expansión. Instituciones y
empresas, previo estudio de factibilidad, diseñan estrategias para usurpar lo
que es de la gente. Se define e higieniza la práctica social, se instrumentaliza
según un conjunto de nuevas reglas. Acumulación por desposesión. La
estrategia sobre el graffiti en Bogotá pasa por discursos que buscan validar la
práctica atribuyéndole función pedagógica, resaltando lo lúdico, funcional y
estético, haciéndola operativa mediante subsidios que condicionan los
contenidos.}
 
Nada más falso, nada más irreal, el graffiti no es una práctica artística y la
manera más responsable de hacerlo es lejos de las instituciones, de los
decretos, de los patrocinios, premios y convocatorias.
Notas de prensa, reportajes especiales en noticieros, entrevistas, artículos.
¡Atención!, ¡la alcaldía lo logró! Si: logró convocar a “los graffiteros”,
reunirlos en una “mesa de graffiti”, hacer el primer “decreto sobre graffiti”, y
si, logró reducirlo a los espacios adecuados para hacerlo: de lo mínimo a lo
colosal: de pequeñas macetas alineadas a la misma distancia, una tras otra,
en la emblemática Carrera Séptima; a gigantescos muros alineados uno tras
otro, sobre la Avenida El Dorado, vía que orgullosamente conduce a locales y
extranjeros del aeropuerto al renovado Centro de la ciudad, inmensos y
coloridos murales que abordan temas amenos realizados por los ganadores
de una convocatoria abierta para todos  esos artistas del graffiti que merecen
espacios dignos y legales para su trabajo. Visto desde los titulares de prensa y
las caminatas turísticas parecería funcionar: el graffiti ahora es muralismo y
los vándalos, artistas.
 
 Materas y muros alienados
 
Pero cuando acaba el tour por la Bogotá Humana el graffiti sigue existiendo
en el margen, fuera de los espacios de concertación y control, sin etiquetas ni
patrocinios. Sigue existiendo graffiti que no funciona para la “ciudad de
postal” que se viene diseñando desde políticas públicas y consorcios
urbanísticos y cementeros por más de 10 años.
Las fotos del “Paisaje Bogotano” ya se tomaron, se siguen tomando: las
panorámicas, las de atardeceres, esas que muestran una ciudad limpia (en
todo el sentido de la limpieza), ordenada, de catálogo, de guía turística, de
almanaque, para tenerla colgada en la cocina y ver una Bogotá desde arriba:
desde los 2600 metros más cerca de las estrellas. [A medida que se aproxima
a Bogotá podrá ver los suburbios de la ciudad que se extienden en todas las
direcciones, y a distancia, al pie de las montañas, un Manhattan en miniatura
de rascacielos. […] La ciudad brinda a cada momento múltiples sorpresas: un
burro, una vaca discordante, o un caballo abandonado, abriéndose paso a
través de carros veloces, y los buses Diesel atestados eructando negras nubes
de vapor hacia la atmósfera enrarecida. El espectáculo es permanente, los
contrastes omnipresentes, el placer interminable. (Guía Dorada de Bogotá /
Editada por la Asociación Británica de Caridades / 1976)]
Abajo, a ras del suelo es diferente, es la realidad a 2600 metros y las estrellas
siguen estando muy lejanas, una ciudad como cualquier otra, ni amable ni
bonita a la fuerza, de encuentros y desencuentros, con recorridos densos y
tediosos por necesidad, personas que vagan, porque les toca o porque les
gusta, porque no hay nada que hacer con el tiempo y estar parchado es
sospechoso y, se supone, poco provechoso.
 
{El ritmo, el pulso de la ciudad. Velocidad constante, vehículos, carros, buses,
bicicletas, rápido. Muévete que no te alcance nadie, llegar rápido, no
detenerse hasta estar dentro de la casa, el trabajo, el negocio. El espacio
público como un lugar de tránsito, irrelevante, ajeno, despojado de huellas,
de memoria, inapropiado, peligroso. Que te muevas todo el tiempo para
sobrevivir al caos. Que corra la línea de producción de objetos, de servicios,
de personas. Uno tras otro, la masa alineada. El acto de detenerse, ese
incomprensible acto de voluntad humana de no hacer lo que se espera que
hagas, es el colapso del sistema.}
 
Los buses rojos largos nunca fueron verdaderos amigos y tampoco cambiaron
nuestras vidas, seguimos andando, cruzándonos, esquivando, buscando,
evitando, estrellándonos unos contra otros, dejando marcas en nuestros
recorridos. [Esto no es un sueño, es una pesadilla, / la gente saliendo por la
alcantarilla. / Chocando los hombros, peleando entre si. / En eterna queja,
tratando de vivir, / con el yugo a cuestas queriendo entender, / ¿Quién es el
verdugo que lo hace mover? / Su único enemigo, un loco con poder, / que
observa desde arriba, desde su guarida / (Gente / Tijuana NO / Contra
Revolución Avenue / 1998)]
Bogotá de catálogo se compra y tiene fecha de vencimiento, como una bolsa
de leche, pasteurizada y etiquetada. Bogotá diaria huele mal y huele bien, se
desgasta y se remienda una y otra vez, es una sumatoria de permanencias
que para muchos se ocultan tras la idea de una ciudad renovada, amable,
incluyente, de todas y todos, turística. En esta ciudad, como cualquier otra y
a su manera, excluyen, burlan, discriminan, ofenden, exilian, matan,
desaparecen, engañan, engañamos; si, una y otra vez, conscientes,
inconscientes, por disgusto, por diversión, porque así funciona lo que nunca a
funcionado, porque la lógica de las cartillas escolares no resultó del todo
verdadera, las mamás no siempre miman, a veces también pegan: hay papás
que fuman pipa, pero no siempre fuman tabaco, sino también bazuco:
muchos no tuvieron cartilla, a veces no hay papá, a veces no hay mamá, a
veces no hay ninguno, pero sigue existiendo un hogar, sin sala-comedor y
agua caliente. Se vive en la calle, sin seguridad, porque no son suficientes las
rejas, los vigilantes y las cámaras de seguridad, se vive sin diplomas colgados
en la pared, sin los triunfos de marca registrada, obtenidos uno tras otro, tal
como sale en la televisión con y sin subtítulos, en todos los canales,
nacionales y pague por ver.
A pesar de las lecciones, las planas, los regaños, los castigos, a pesar de ser
excluidos de la memoria familiar y oficial seguimos tomando atajos, se siguen
aprovechando los descuidos y las imperfecciones de un sistema que nunca
será perfecto, las paredes se siguen pintando, rayando y rasguñando sin
permiso.
Aparentemente diseccionado e identificado en cada una de sus partes,
catalogado, cuantificado, puesto en letra muerta (Diagnóstico Graffiti Bogotá
2012), parcialmente organizado en mesas y reuniones, empaquetado en
talleres, vocero inofensivo de la juventud: El graffiti se desmarca, una y otra
vez, en cada manera de hacerlo, en cada manera de entenderlo, no se puede
rastrear en lo profundo, en lo importante, ahí donde se reivindican las
maneras de existir de libre elección. Como de costumbre, las opciones para
entender y hacer parecen reducirse a los dos caminos en los que la mayoría
crecimos sin elección: el buen camino y el mal camino. El graffiti circula por
ambos, a veces en un solo sentido, a veces en dos, a veces en contravía, salta
constantemente de uno a otro, choca,  permite entender que no solo existen
dos sino muchos caminos, atajos, desvíos, conexiones, permite entender que
todo el tiempo aparecen y desaparecen caminos, y en particular, permite
entender la posibilidad de construir, elegir y validar caminos y atajos propios.
El graffiti no se puede rastrear, estudiar o entender en su totalidad, no
pueden existir voceros ni representantes, no se aprende en talleres ni se
entiende en exposiciones o conferencias, no es posible que existan espacios
destinados para hacer graffiti porque existe en la medida en que no existen
espacios aceptados para hacerlo, existe en la medida en que reivindica las
maneras propias de hacer, de pensar, reivindica el vandalismo, el anonimato,
la libertad.
El graffiti no puede erradicarse del mapa porque lo desborda. No hay manera
de detenerlo porque crece exponencialmente, cambia constantemente, se
adapta a las nuevas circunstancias. [Pueden detener a este individuo, pero no
podrán detenernos a todos… después de todo, todos somos iguales. (La
conciencia de un hacker / Manifiesto Hacker / The Mentor / 1986)]

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