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V an regresando los dos jin etes,

el unicornio su elta su som bra


p a ra no ser to c ad o por la p alm era
del diablo, los otros duerm en
70 y com ienzan a a rd e r con le n titu d sigilosa,
vigilando las langostas
que v u e lan sobre sus huesos.
M uerden sus ancas, qué ra b ia
p a ra el unicornio cuando se siente
75 igulado con las ran as.
E l unicornio, con m ariposas en la oreja y en el tren zad o
rabo alfileres de p la ta m a rtilla d a ,
regresa con el príncipe.
¿Q uién es? ¿Cómo desaparece?
80 Lo otro es la m u e rte y la in m o rtalid ad .
Si la m u e rte es u n a som bra,
la in m o rtalid ad es u n a som bra
que b ro ta in c esa n tem en te del cuerpo.
A quél que m ensura el aire
85 puede v iv ir en la m u erte y m orir en la in m o rtalid ad .
«¿A qué pues m e haréis sem ejan te,
dice Isaías, o seré asim ilado?»
E l espejo con su silencioso rem olino
c en tral de agua m a n o te a d a
90 une de nuevo las im ágenes con sus cuerpos.
Es la p rim era re sp u esta tem blorosa.
¿De dónde vino el espejo,
ese aerolito lan zad o por el hom bre?
¿Cómo el cristal que in te rru m p e el aire
95 sin m ancillarlo, se oscureció en su fondo
deteniendo la im agen?
Allí, av an zan d o , n a d a se detiene,
sólo la n a d a se m ece fijam ente.

Así, los fragm entos oscuros


100 b uscan su incandescencia, esperando
la llegada espiraloide de u n a fuerza
que los rem ach a como u n a stro en el espacio.
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