Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
(DE KANT A
TOMÁS DE AQUINO)*.
por Lorenzo Vicente Burgoa
(Universidad de Murcia)
Abstract.
El autor viene ocupándose desde hace tiempo acerca de la crítica del pensamiento
abstracto. Constata que, a pesar de ser un hecho psicológico habitual, antes que una mera teoría, el
tema ha sido muy poco desarrollado y más frecuentemente malentendido, incluso por los
aristotélicos; y ha sido relegado totalmente al olvido en el pensamiento filosófico posnominalista por
influencia de Guillermo de Ockham.
En Kant se da la paradoja de un rechazo explícito de la actividad abstractiva, mientras que
se reencuentra el modo característico de la abstracción formal escolástica; y ello, tanto a la hora de
demostrar su tesis fundamental de un a priori puro, como al tratar acerca de los esquemas del
entendimiento.
INTRODUCCIÓN.
Si hay algún tipo de pensamiento, que sea habitual y corriente, tanto entre
los pensadores como en la vida ordinaria, es el pensamiento abstracto. Ello se
percibe claramente en el uso constante de nombres abstractos en el lenguaje, sin los
cuales apenas podemos comunicarnos. Y, sin embargo, por una ironía extraña,
ninguna forma de pensamiento menos conocida e investigada que el conocimiento
abstracto. A pesar de que han sido muchos los que hablan de pasada de dicho
pensamiento; y a pesar incluso de la cantidad de obras monográficas, dedicadas a
tratarlo. Pero en la mayoría de dichas obras no se hace otra cosa que hacer
referencia a dicho pensamiento o repetir simplemente lo que ya estaba dicho; a
veces, tergiversándolo o malentendiéndolo. Desde el oscurantismo carvernícola de
Platón – literalmente “oscurantismo cavernícola”: que declara incognoscible el
mundo en sí, mientras estamos atados dentro de la caverna de nuestro cuerpo –
hasta la negación de la cosa en sí por Kant, hay una postura patética en un sector de
la filosofía, que declara, por un lado, la existencia de ese mundo en sí, mientras que,
por otro, enseña convencidamente que no podemos conocerlo. En Kant se hace más
claro ese patetismo, que en el fondo no es más que la imposibilidad teórica de
combinar razón y experiencia, pensamiento abstracto y pensamiento concreto 1. Y
ello por negarse pertinazmente a aceptar el funcionamiento de nuestra mente como
actividad de liberación progresiva respecto de lo material concreto y singularizado,
para elevarse a la progresiva contemplación de la forma universal.
Lo anterior no rezaría, al parecer, con los aristotélicos, que son los únicos
filósofos que han tratado acerca del conocimiento abstracto, como esa forma de
actividad propia y normal de la mente racional humana. Pero es preciso confesar
que entre los aristotélicos se ha avanzado muy poco sobre lo que ya investigaron el
mismo Aristóteles y sus epígonos medievales. Así nos encontramos actualmente
con que todavía nos falta tanto una fenomenología completa sobre el
funcionamiento del pensamiento abstracto, como una teoría crítica igualmente seria
y completa sobre dicho pensamiento en sus diversas formas.
La culpa, en gran parte, de estas deficiencias hay que buscarla en el
abandono teórico del conocimiento abstracto, sustituido por la intuición, a la que
desde Guillermo de Ockham se la concede, no sólo la prioridad y la primacía
1
*Publicado en Pensamiento, 2002(58)55-89.
1
noética, sino la cobertura total del campo cognitivo: todo es ya intuición y con ella
podemos conocer absolutamente todo; incluso lo no existente... Y si no, para eso
está la omnipotencia divina, que puede suplir la deficiencia humana...Tal es, en
resumen, la doctrina de Ockham al contraponer la “notitia intuitiva” a la “notitia
abstractiva”2.
Sin embargo, y a pesar de este descuido de los filósofos, el hombre corriente
y el científico, de modo particular los matemáticos, han usado y siguen usando los
conceptos abstractos de la manera más natural. Sólo que de modo igualmente
irreflexivo, no crítico; pues no corresponde a estos saberes hacer la reflexión crítica
sobre sí mismos: ello los llevaría a cambiar totalmente el objeto de su competencia y
de su intención.
Por lo que hace a Kant, es bastante bien conocido el proceso kantiano para
llegar a una fundamentación, lógica y críticamente válida, del conocimiento
científico en general. Y ello, con vistas a establecer la validez científica (o, en su
caso, la imposibilidad o las limitaciones) del conocimiento metafísico, que era lo que
propiamente le interesaba a Kant. La Crítica de la Razón pura no es más que el
ingente esfuerzo por salvar la validez del conocimiento teórico, tanto frente a la
vaciedad del racionalismo, como especialmente frente al escepticismo, al que el
empirismo de Hume condenaba irremediablemente a la razón humana. No es,
pues, sorprendente que en la obra kantiana nos encontremos a cada paso con
críticas aceradas, tanto del racionalismo puro, como del puro empirismo; así como
con aceptaciones de elementos de ambas posturas. Que haya o no logrado una
síntesis superior eficaz de ambos extremos, es algo que se dice y se discute desde
hace tiempo.
En cualquier caso, sorprende que Kant haya llegado a unas posiciones muy
similares en el fondo a las que habían llegado los aristotélicos, aunque el lenguaje
pueda traicionar la comprensión de esa similitud. Y ello, justamente tratando de
solucionar problemas semejantes, como el del realismo y objetividad del
conocimiento universal, así como el del innatismo o no innatismo de los conceptos
generales y de los juicios universales.
2
mismo camino y buscan las mismas soluciones. Pero ¿llegan a los mismos
resultados?. Aparentemente no; sobre todo, si se atiende superficialmente a la
diversidad de lenguaje. Pero si se profundiza, por detrás de las expresiones y
superando algunas divergencias importantes de principio, no parece difícil advertir
que consiguen soluciones similares. Más artificiosa, sin duda, la de Kant; más
natural y más concorde con la psicología, la de los aristotélicos. Pero, a mi modo de
ver, con una coincidencia sorprendente en el fondo. Lo intentaremos ver a través
del tema enunciado.
Ello es, por el momento, una hipótesis de trabajo, más que una propuesta
definitiva. En ello nos pueden ayudar, sin duda, los excelentes conocedores de la
filosofía kantiana, que hay actualmente entre nosotros. Sólo una observación previa:
que para conocer el pensamiento de un autor profundo y no resbalar sobre sus
expresiones, no hay mejor camino que la de sumergirse personalmente e intentar la
solución de los mismos problemas. Esto tendrá por resultado quizás que no
coincidamos milimétricamente con ningún pensador anterior; pero a cambio
conseguiremos una mayor comprensión del problema y seremos capaces incluso de
detectar las deficiencias de unos y otros.
3
En lo siguiente, trataremos ante todo de recoger lo que Kant expresamente
ha afirmado acerca del conocimiento abstracto, al menos en los textos que parecen
más explícitos al respecto. Y anotemos que, aunque Kant habla siempre de pasada,
para referirse a la abstracción, y ello en el sentido negativo de “abstraer de todo
contenido” como dice de la Lógica formal 4; sin embargo, en algún otro texto expresa
su opinión explícita acerca de este tipo de conocimiento.
b) Está, por otro lado, la abstracción universal o total (“abstractio totius”), que
se contrapone a la composición de todo/partes. Y también aquí ha habido
melentendidos: no significa abstraer “de todo” (lo que sería una insensatez), sino
abstraer “el todo”(totum) respecto de las partes. ¿De qué todo se trata y de qué tipo
de partes?.
No se trata del todo integral, ya que éste depende de sus partes integrantes,
sin las cuales no se puede entender (así no podemos “abstraer” una palabra de sus
sílabas, ya que depende de ellas constitutivamente, o la idea de casa de sus
materiales componentes, etc.). Se trata del “totum” lógico o subjetivo: es el todo
14
[La esencia] “...se denomina también forma, en cuanto que, como dice Avicena [Metaphys II, 2], por la forma se
quiere significar lo permanente de cada cosa...”.(Tomás de Aquino: De ente et essentia, c. 1).
15
En efecto, no sólo son abstractos los que muy frecuentemente se forman en las diversas lenguas mediante un índice
de referencia semántica. Así p.e. en latín: “albedo”, “infirmitas”, “humanitas”, “qualitas”, “vita”, “magnitudo”, etc.;
en alemán es frecuente encontrarlos con la terminación —keit, o —heit, como “Wirklichtkeit”, “Wesenheit”,
“Weisheit”, “Gesundheit”, etc., etc. Estos nombres expresan cualidades absolutas, puras, abstractas en una palabra.
7
predicativo, en cuanto predicado posible de muchos sujetos. Este todo subjetivo común
(universal) que incluye potencialmente a sus sujetos, ya sean individuales, ya sean
universales, específicos o genéricos (como “hombre”, “animal”, “substancia”, etc...)
sí puede ser abstraído (o sea, pensado abstractamente) respecto de sus partes, que
son los sujetos de los que se predica. Y ello, porque el concepto de tales predicados
no incluye necesariamente a tales sujetos potenciales. Así podemos entender el
predicado “hombre”, sin entender a ningún individuo singular humano, o el
predicado “blanco”, sin pensar en ningún sujeto individual. Es, pues, la abstracción
del universal, ya que se trata de predicados universales, aplicables universalmente a
especies o géneros de realidades. Tiene, pues, un sentido extensional y
cuantificacional, pues implica, al menos en potencia, una pluralidad de sujetos
predicativos; a diferencia de la anterior, que es de tipo cualitativo e intensional y
puede captarse en un único sujeto.
no hayamos prescindido de ella. Así, desde hombre a humanidad, desde verdadero a verdad, etc. Pero no podemos
pasar desde una idea universal de cuerpo a una forma geométrica determinada, ya que de ella hemos prescindido ya al
pensar en una naturaleza o cantidad universal y potencial. Así, desde la idea universal de naranja no podemos pasar a
un número determinado, ni a una forma determinada. En otras palabras, las formas abstractas de la matemática no se
pueden obtener a partir de una idea universal de lo extenso, ya que tal idea de “corporeidad” no implica ninguna forma
o número determinados, ni consiguientemente relaciones entre ellos. Se han de intuir previamente en lo concreto, en el
mundo de entes extensos físicos y de ellos abstraer la forma o el número, a base de prescindir de las cualidades físicas
(geometría) o de la cantidad concreta(aritmética).
A la inversa, desde la abstracción formal podemos pasar a la universal, bajo ciertas condiciones. En principio, la
forma pura de algo, se obtiene por precisión de todo sujeto. Por lo que el abstracto no puede aplicarse a nada concreto:
No se dice “el hombre es humanidad.”. (De modo impropio decimos “esto es verdad”; pues lo propio sería decir “esto
es verdadero”).Y es lógico, ya que en la abstracción formal se ha cortado la conexión (epojé) con todo sujeto, sea
singular sea universal.
Sin embargo, es claro que los abstractos se usan ya como sujetos oracionales (“la verdad es deseable”) ya como
complementos (“el justo posee la bondad”). Y sobre todo, a partir de la captación de la forma o de lo característico y
esencial (abstracción formal) podemos pasar a la generalización no arbitraria de la cualidad implicada en tal
abstracción: pues como dijimos antes, la atribución de una cualidad a un sujeto, como de algo de suyo (per se) y
característico de dicho sujeto, no como individuo, sino como especie, permite la universalización o aplicación legítima
de dicho predicado a todos y cada uno de los sujetos de la misma especie o género.
23
No deja de llamar la atención el que, siendo la teoría del a priori un fundamento esencial de la crítica kantiana del
conocimiento, necesite una demostración y no sea algo muy evidente para cualquiera. Pues lo que necesita ser
demostrado en sentido propio, presupone unos principios que no caerían bajo la crítica. Con todo, pudiera decirse
que el proceso kantiano que sigue, más que una demostración en sentido propio, es una mostración .Y esto puede
defenderse viendo que Kant apela, como se verá, más bien a ejemplos o casos en los que entiende se halla tal a
10
Así pues, el a priori se caracteriza por su independencia o anterioridad
(prioridad) respecto de cualquier experiencia. Su contrario es lo que se obtiene
mediante alguna experiencia posible, a posteriori. Aunque aquí no se dice cómo se
entiende la experiencia, ésta parece entenderse ahora como la percepción sensible o
lo que llamará luego intuición empírica.
Consiguientemente, el conocimiento a priori es más amplio que el a priori
puro. Es el que, siendo a priori, no recibe ninguna adición empírica, se mantiene en
su puridad apriórica; mientras que puede haber conocimientos a priori, a los que se
añade algo empírico (sintéticamente, como dirá luego), y que ya no son “puros”.
El a priori puro, tiene, pues el carácter de “forma”, esto es, de estructura o
condición posibilitante del conocimiento. En sí mismo no es propiamente un
“objeto”, ya que no es “materia”; no es, pues, término directo de un acto de
conocimiento —de aquí la dificultad para detectarlo—, sino condición o “medio”
(un quo, no un quod, en la jerga escolástica). Y pertenece a la condición del objeto
conocido, en cuanto conocido; no en cuanto pueda ser algo real en el mundo. Por ello,
se habrá de detectar mediante una acción reflexiva de la mente, que vuelve sobre
sus actos y sobre los contenidos de dichos actos y la estructura de tales contenidos.
Hechas estas definiciones25, se pasa a la demostración de que efectivamente
se hallan en nosotros determinados conocimientos puros a priori. Y para ello,
primero se establece el criterio de distinción o de detección; luego se hace la
demostración.
28
p.e. en B 65. “...¿De qué clase de intuición se trata: pura o empírica?. Si fuera empírica, jamás podría derivar de
ella una proposición que tuviera validez universal y, mucho menos, que fuese apodíctica, ya que la experiencia nunca
puede proporcionar tales proposiciones...”(Ib.)
29
Cf. KrV. A175, B217ss
30
Es obvio que no podemos entrar ahora en este tema, sino de paso. Baste tener en cuenta la insatisfacción creada en
el campo del empirismo y del neopositivismo, tras múltiples discusiones, para afirmar que no se ha conseguido una
solución aceptable teóricamente; en otras palabras, que el llamado “problema de Hume” subsiste con toda su fuerza.
Nuestra opinión es que no se trata de que no se haya llegado todavía a una solución satisfactoria; es que , desde las
bases teóricas del empirismo es imposible llegar a una solución teórica aceptable. Quede eso indicado, dejando para
otra ocasión un tratamiento más detallado de esta cuestión.
31
Es lo que dice Kant en este texto: “La estricta universalidad de la regla no es tampoco una propiedad de las reglas
empíricas. Estas no pueden adquirir por inducción sino una universalidad comparativa, es decir, una extensa
aplicabilidad”(B 124) 12
similar cabe decir de las experiencias que permiten generalizar p.e. el
comportamiento o reacción entre cuerpos químicos...
Hay además otro presupuesto implícito: es separar drásticamente la
experiencia como simple percepción de casos contingentes, de la experiencia
“formada” o madura, que formula ya leyes o juicios universales. Esta drástica
separación se basa en un presupuesto implícito: el dualismo razón—experiencia,
consecuencia del dualismo antropológico alma—cuerpo 32. Estos dualismos
irreductibles hacen imposible teóricamente una relación interna entre el plano de la
experiencia como percepción sensible y el plano de la experiencia “formada”, que
implica ya alguna intervención de la razón.
Aparte de esto, Kant presupone también que la experiencia perceptiva
sensible (intuición empírica, sensación) capta sus objetos (fenómenos) como
múltiples y enteramente amorfos, carentes de todo orden o forma. Por ello requiere
la imposición de una forma a priori, a fin de que esas intuiciones empíricas, que de
suyo son ciegas, se vuelvan “pensables” o comprensibles por medio de la forma a
priori.. Esto es más que discutible, pues los objetos que nos presenta la percepción
empírica no carecen totalmente de orden o de estructura o de forma, como es obvio.
Por lo que ya en ese nivel de percepción sensible podemos captar siquiera
oscuramente alguna forma o estructura. Piénsese , p.e. en el orden de los elementos
químicos, en las diversas formas de cristalización de los minerales; o el orden
dinámico en el sistema circulatorio de los animales, etc 33. Pero esto equivale a decir
justamente que la “forma” del objeto conocido no depende enteramente del sujeto,
sino también del mismo objeto real34.
Es decir, que la descripción kantiana del criterio para descubrir el a priori
puro presupone ya unos supuestos sistemáticos no fácilmente asumibles. Pero
sigamos a Kant en su segunda parte, en la que trata de demostrar la existencia
efectiva de tal a priori puro.
32
“...existen dos troncos de conocimiento humano, los cuales proceden acaso de una raíz común, pero desconocida
para nosotros: la sensibilidad y el entendimiento. A través de la primera se nos dan los objetos. A través de la
segunda los pensamos”(KrV. B 29). Cf. A 271, etc.
33
Decir que para percibir esas formas es preciso que las poseamos antes a priori es una petición de principio; pues
igualmente se puede afirmar que para tenerlas a priori es preciso haberlas percibido por la experiencia, como objetan
los empiristas. En el fondo subyace una confusión entre capacidad de percibir las formas y posesión en acto de las
mismas. Sin duda, la capacidad radical de percepción ha de estar ya en el percipiente; y para ello basta la plasticidad
o capacidad acomodaticia de las facultades. Mas no se requiere tener ya en acto dichas formas: de lo contrario la
experiencia es básicamente inútil; aparte de que está demostrado —contra cualquier tipo de innatismo— que no
tenemos forma alguna de objetos de que no hayamos tenido ninguna experiencia. Las mismas “formas de creación”
son combinaciones de formas experimentadas de alguna manera.
34 13
(B 4). Ejemplos los suministran las matemáticas e incluso el uso ordinario del
entendimiento.
Kant pone como primer ejemplo el famoso principio de causalidad: “Todo
cambio ha de tener una causa”. Este principio no puede derivarse, como simple
costumbre de pensar, según pretendió Hume, de una repetida asociación entre lo
que ocurre y lo que precede. La necesidad que implica no puede derivarse de
hechos contingentes, ni de la suma de los mismos, por repetida que sea. Kant
entiende que “el concepto mismo de causa encierra con evidencia el concepto de
necesidad de conexión con un efecto y el de estricta universalidad de la regla” (B
5)36. Por ello no puede, en su opinión, provenir de la experiencia; sino que es
condición de la experiencia formada o madura.
Observación. Sin entrar ahora en el fondo del problema acerca del valor o
evidencia del principio de causalidad bajo esa formulación, que estimamos correcta
y la única correcta, Kant parece derivar la conexión necesaria presupuesta entre
cambio y causa de la noción misma de causa, que incluye en su concepto de modo
necesario la producción de algo. Se trataría, pues, de una mera definición nominal o
semántica de causa, en la cual hay que implicar la producción del efecto: pues una
“causa” se ha de definir por relación a lo causado, al efecto: “el concepto mismo de
causa encierra con tal evidencia el concepto de necesidad de conexión con un efecto
y el de estricta universalidad de la regla, que dicho concepto desaparecería....” 37.
Sería, pues, un juicio analítico puro, ya que para eso no necesitamos de la
experiencia, sino simplemente de un diccionario de conceptos.
Es decir, aunque Kant lo formula correctamente, parece entenderlo en el
sentido de que “toda causa tiene un efecto” 38. Desgraciadamente eso es justamente
una mala formulación del principio: el valor del mismo no consiste en que la idea
de causa implique la idea de efecto, sino en que la idea de efecto o cambio implica la
necesidad de causa del mismo.
36
Ver KrV. A 189 ss.— En Prolegómenos a toda metafísica...indica Kant: “La cuestión no era si la noción de causa
es justa, útil e indispensable en relación a todo el conocimiento natural, pues, esto jamás se le había ocurrido dudarlo
a Hume, sino si ha sido concebida por la razón a priori y, en cierto modo, como una verdad interior independiente de
toda experiencia...”. Un poco después indica: "confieso que la indicación de David Hume fue sencillamente la que,
muchos años antes, interrumpió mi adormecimiento dogmático y dio a mis investigaciones en el campo de la
filosofía especulativa una dirección completamente distinta...Estas nociones, de las cuales estaba yo ahora seguro, no
se derivaban de la experiencia, como Hume hab’a recelado, sino que brotan de la razón pura”.(Prefacio. Trad. de
Besteiro. Aguilar, Madrid, 1954, p. 42—44).
37
“..ja in dem letzteren enthält selbst der Begriff einer Ursache so offenbar den begriff einer Notwendigkeit der
Verknüpfung mit einer Wirkung und einer strengen Allgemenkeit der Regel, dass er gänzlich verloren gehen würde,
wen man, wie Hume tat, von einer öftern Beigesellung dessen was geschieht, mit dem was worhergeht, und einer
daraus entspringenden Gewohnheit (mithin bloss subjektiven Notwendigkeit), Vosrtellungen zu verknüpfen, ableiten
wolte”(B 5).
38
Así p.e. dice: “El concepto de causa, por ejemplo, que expresa la necesidad de que algo se produzca, una vez
supuesta una condición, sería falso si se basara simplemente en una arbitraria y subjetiva necesidad —implantada por
nosotros — de enlazar determinadas representaciones emp’ricas según tal norma de relación...”(B 168). Según esto, la
causa se entiende como la “necesidad de que algo se produzca”; o según la formulación mecanicista “puesta la causa
se sigue el efecto”. En cambio, la necesidad que debe atribuirse en el principio de causalidad no consiste en que la
causa actúe necesariamente, sino en que si se da el efecto, hay que presuponer necesariamente una causa. La
formulación kantiana es inconsistente y fue criticada ya por Aristóteles y los aristotélicos, pues no siempre puesta una
causa se sigue necesariamente el efecto. En cambio, puesto el efecto, debe preexistir la causa proporcionada del
mismo.
En otro texto leemos: “El supuesto principio “Todo lo contingente tiene una causa” se presenta con un marcado aire
solemne, como si tuviera en sí mismo su propia dignidad. Pero yo os pregunto: ¿qué se entiende por “contingente”?.
Me respondéis que es aquello cuyo no—ser es posible. Entonces me gustaría saber cómo conocéis esa posibilidad de
no ser, si no os representáis una sucesión, una existencia que sigue al no—ser (o al revés), es decir, si no os
representáis una modificación. En efecto, que el no—ser de una cosa no se contradiga a sí mismo es apelar
pobremente a una condición que, si bien es necesaria para el concepto, dista mucho de ser suficiente para la
posibilidad real.... La ilusión de sustituir la posibilidad lógica del concepto (según la cual no se contradice a sí
mismo) por la posibilidad trascendental (real) de las cosas (según la cual un objeto corresponde al concepto) sólo
puede engañar y dejar satisfecho a un inexperto”(B 301—302) En la ed. B añadió Kant esta nota: “Si prescindimos
14
Lo que se nos da en la experiencia es propiamente el cambio; lo que se ha de
presuponer o derivar es la noción de una causa de ese cambio. Y ello, no porque de
hecho así lo vemos en todos los casos conocidos, esto es, que en la base del cambio
se halle una causa anterior; sino porque el cambiar es una modificación o tránsito a
la posesión de algo que no tenía lo que cambia (sea cualidad, estado o lo que sea);
por tanto ha de venirle dado desde “fuera”, desde otro, a lo que llamamos “causa”.
Ahora bien, este razonamiento ¿es algo completamente al margen de la
experiencia o se basa en ella?. En la percepción de la causalidad no sólo es necesario
percibir empíricamente el hecho del cambio o de lo que cambia, sino también se ha
de percibir la relación de necesaria dependencia respecto de “otro” o respecto de
una potencia activa en otro ser. Esta relación, como tal, no se percibe
empíricamente, ni es cuestión de mera costumbre variable; se percibe
racionalmente. Es el principio de “razón suficiente” lo que se halla implicado: dado
un efecto es preciso suponer una causa, que sea como la razón suficiente del efecto.
Es esto lo que Kant advierte que falta en la crítica humeana de la causalidad. Ahora
bien, ¿es esto suficiente para afirmar que el principio es puro a priori?. Así parece
entenderlo Kant. En otras palabras, lo que Kant prueba es que la necesidad causal o
el enlace causa—efecto no es totalmente derivable de la experiencia; hay en ello algo
que deriva de la razón reflexiva. Pero lo que Kant concluye es que el principio de
causalidad es totalmente independiente de la experiencia. Se pasa de no ser totalmente
empírico, que es lo que se demuestra, a ser totalmente independiente de lo empírico
o ser puramente a priori39.
De aquí que esta primera “mostración” del a priori puro por parte de Kant
no parece muy consistente y presenta dificultades insuperables.
39
Otro texto significativo: “Si uno quisiera eludir estas fatigosas investigaciones diciendo que la experiencia ofrece
ejemplos incesantes de semejante regularidad de los fenómenos, ejemplos que bastan para suscitar la abstracción del
concepto de causa y, a la vez, confirmar la validez objetiva de tal concepto, entonces no se advertiría que es
absolutamente imposible que surja así el concepto de causa. Este o bien debe fundarse enteramente a priori en el
pensamiento, o bien debe ser abandonado por completo como pura fantasmagoría. En efecto, este concepto exige
inapelablemente que algo, A, sea de tal índole, que otra cosa, B, le siga necesariamente y según una regla
absolutamente universal...”(B123—124). La verdad es que Kant no habla del concepto de “causa”, sino de concepto
de “causa necesaria”, pues si no es necesaria no tiene por qué implicar que algo B “siga necesariamente y según una
regla absolutamente universal”.
40
“Auch könnte man ohne dergleichen Beispiele zum Beweise der Wirklichkeit reiner Grünzdsätse a priori in
unserem Erkenntnisse zu bedürfen, dieser ihre Unentberhrlichkeit zur Möglichckeit der Erfahrung selbst, mithin a
15
que se adquiere con el tiempo y el ejercicio ciertamente de la razón. Es decir, si las
reglas de uso de la experiencia formada pueden derivarse (formarse) de alguna
manera a partir de la experiencia no formada completamente, pero en contacto con
lo real y con ayuda de la razón.
Mas justamente eso último es lo que los aristotélicos han pensado siempre.
Y la elaboración de tales reglas generales no es otra que el proceso de la abstracción
formal o cualitativa. La constancia de la conexión entre dos fenómenos – sea entre
estructura esencial y propiedades, sea entre efecto y causa – incluso cuando se
varían las circunstancias singulares, implicaría que no se trata de una conexión
fortuita y accidental (per accidens), sino esencial y, por tanto, necesaria. Se trata,
pues, de liberar por abstracción la forma o estructura esencial del hecho en cuestión,
para poder predicar tal propiedad de tal sujeto per se, o para poder afirmar que
dado tal efecto debe tener una causa proporcionada. Se trata, pues, de buscar la
necesidad desde la realidad objetiva, en lugar de apelar a una estructura subjetiva,
que, como mínimo, resultaría poco justificada y más bien arbitraria.
49
Y conste que no nos dejamos llevar de un prurito de concordancia a toda costa, del que suele acusarse, creo que
injustamente, a JOSEPH MARECHAL en su imponente obra: El punto de partida de la metafísica, 5 vol. (Madrid, Ed.
Gredos, 1959) Obra no suficientemente estudiada, a mi modo de ver, ni por los estudiosos de Kant, ni por los
escolásticos modernos. Lo que no significa que estemos totalmente de acuerdo con todas sus opiniones.
Pues bien, encontramos en J. Marechal una observación y una promesa: “Mas tarde mostraremos hasta qué punto
exactamente la ideogénesis escolástica, por su teoría de la abstracción conceptual y por sus indicaciones sobre el
papel de la finalidad en la intelección, coincide con la doctrina kantiana del esquematismo” (MARECHAL, J.: El punto
de partida...III.; ed. cit., p. 202). Hemos buscado en la obra la relación entre la teoría de la abstracción y la doctrina
kantiana del esquematismo y sólo hemos encontrado una alusión a la relación entre la abstracción total y el “a priori”
sintético: “No es que nos sujetemos de un modo particular a la designación “síntesis a priori”, pero debemos hacer
constar que es la única que, en lenguaje de los filósofos modernos, traduce bastante exactamente el proceso, a la vez
lógico y psicológico, llamado por los tomistas “abstractio totalis”. Por lo demás, incluso la expresión de “abstracción
total”, a pesar de la perfecta precisión de su sentido técnico, tampoco escapa al riesgo de ser mal comprendida; tanto
menos cuanto que designa por homonimia tres grados solidarios, pero heterogéneos, de la actividad objetiva de
nuestro espíritu” (Ob. cit., V, ed. cit., p. 467). Y se remite a su exposición de “Los tres grados de abstracción”, Ib.
p.252 ss.—Estas referencias en realidad nos ponen ante la vista lo mal comprendida que ha sido la doctrina de la
abstracción por los mismos tomistas contemporáneos, incluido el propio Maréchal. Los clásicos no hablan de
19
Pues bien, en los escolásticos puede hallarse algo similar para enlazar o
para pasar desde los datos de la experiencia a las ideas abstractas. Es una necesidad
psicológica, más que lógica. La Lógica formal puede prescindir y prescinde de esta
necesidad, por cuanto prescinde de contenidos concretos. Pero una teoría crítica
(llámese Filosofía trascendental o Crítica del conocimiento) no puede prescindir de
las condiciones psicológicas, que posibilitan y hacen válido, objetivo, el
conocimiento. La diferencia entre Kant y los escolásticos es que Kant accede a este
elemento mediador, que llama “esquema”, como desde arriba, desde la categoría;
mientras que los aristotélicos llegan a vislumbrar la misma necesidad desde abajo,
es decir, desde el análisis del proceso abstractivo, que va desde la experiencia de lo
concreto a la forma abstracta50.
Los aristotélicos, siguiendo a su maestro, han apelado a un sentido interno,
al que denominan Fantasía o Imaginación, como mediador 51 y especialmente a otro
sentido denominado “estimativa” o “cogitativa”, cuya misión es la de relacionar lo
particular con lo universal, tanto en sentido ascendente (cognoscitivo, inducción),
como descendente (práctico)52
El correlato más moderno de esta doctrina, lo encontraríamos, por parte de
los psicólogos, en la doctrina de J. Piaget acerca de las etapas del período sensorio—
motor, desde los reflejos no condicionados, y sus progresivas liberaciones, hasta el
nacimiento de la inteligencia simbólica (sexta etapa) 53, que forma los símbolos
imaginarios y lingüísticos, como representaciones esquemáticas de los objetos.
Entre los filósofos, encontramos la doctrina de X. Zubiri acerca de la inteligencia
sentiente54.
59
Como es sabido, Kant critica “la fisiología espiritual del ilustre Locke” (A 86—87) por cuanto el punto de vista
psicológico y genético del conocimiento no puede validar críticamente al mismo. Con todo, nos parece que Kant ha
despreciado excesivamente el punto de vista psicológico, ya que aunque no sea decisivo para la validez, es
necesariamente previo e imprescindible para llegar a un juicio correcto y acertado sobre la validez del conocimiento.
60
Este modo de proceder “desde abajo” no es aquí la única vez que lo emplea. Ya anteriormente, en la deducción
trascendental de las categorías había dicho : “Comenzado por abajo (von unten auf), es decir por lo empírico,
23
su origen a partir de la experiencia; es decir, por medio de una acción abstractiva de
formas62.
Ulteriormente hay que notar que “si bien son los esquemas de la
sensibilidad los que realizan las categorías, son también ellos los que las restringen,
es decir, las limitan a unas condiciones que residen fuera del entendimiento (a
saber, en la sensibilidad)” (A 146; B 186). Esta limitación es una determinación de
las categorías mismas; lo que equivale implícitamente a admitir que la fuente de las
determinaciones del objeto no se halla únicamente a priori, en el sujeto, sino
también existen condiciones y determinaciones a posteriori. Me temo que Kant no
ha sacado todas las consecuencias y correcciones que van implícitas en lo anterior.
Conclusión.
25