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Los velos de la poderosa realidad sutil

Las cosas maravillosas de este mundo, que nos convienen y nos benefician, suelen ir envueltas en nubes
de dificultad que nos hacen sentir incómodos y confusos, hasta hacernos huir de ellas. Por el contrario, lo
nefasto e irreal; la realidad limitada a lo mundano se nos hermosea y nos atrae hasta hacernos sucumbir.
Y por las dudas, se nos facilita de tal modo, que se nos aparece como la única posibilidad, inevitable,
cómoda.

Es por eso, que nuestro criterio no siempre actúa a favor de la razón ni de nuestros propios intereses. Y es
por lo que, cuando queremos hacer justicia nos excedemos o nos desviamos de la vía a la que aspiramos.
Ya dijo alguien: "Conoces tu camino cuando lo encuentras".

¿Por qué entonces, no somos capaces de permanecer en él, habiéndolo descubierto? ¿Por qué
soportamos otro tipo de situaciones, que poco tienen que ver con nuestras auténticas y prioritarias
necesidades; sacrificando en cambio lo que esencialmente nos mantiene vivos y nos pertenece por
derecho?

Simplemente, hay una "tranquilidad" en dejarse arrastrar por las circunstancias poderosas, que tiene más
resistencia a nuestra indecisión e ignorancia, a nuestros miedos y cambios; que no logra en nuestra mente
la poderosa realidad sutil. Porque con ésta, nuestro cuerpo y espíritu permanecen en tensión mientras
perciben su fuerza y aún siendo conscientes —en los momentos de lucidez— de la naturaleza superior de
esos momentos y de la capacidad de transformación que tienen en nosotros, sus efectos son a otro nivel.
Menos evidentes, más velados, facilitando nuestra dispersión u olvido. Otra de las trampas en las que
caemos es la de recibir con gratitud esa parte que nos llega de esos mundos fugazmente, como una señal
que transmite un mensaje que siempre es bienvenido; pero al cual no nos abrimos definitivamente por la
sensación de desnudez que nos da al principio. El abrigo de lo conocido, que nos crea vínculos afectivos y
cotidianos que se adhieren a nuestra identidad como si formaran parte de nosotros mismos y se aferran a
nuestra vida como si no tuviera sentido sin ellos, es una prueba de fuego cuando se pretende salir de la
prisión de las pertenencias para vivir la realidad que está más allá de las fronteras artificiales que
construimos en torno a nuestro "yo".

Lo que nos distrae o dispersa —la gafla— tiene que ver con los velos. Pero la âmana (protección)
también. Unos esconden la realidad que buscamos con afán; mientras otros disfrazan la mentira. Se dice
que los mejores tesoros siempre son los más ocultos. Como ya decía Mawlana Rumi: "En todo lugar en
que se utiliza un grueso cerrojo se oculta algo precioso y de gran valor. Y cuanto más espeso es el velo,
más preciosa es la joya. Como la serpiente que se encuentra encima del tesoro: no mires la serpiente;
considera más bien las cosas preciosas que hay en el tesoro".

Nuestras miserias y mal carácter velan la esencia y aunque la luz proviene del sol, al mirarlo fijamente nos
deslumbra; no podemos soportar su visión sin protección. Por lo que la Presencia puede resultar
irresistible. El miedo que se produce en el corazón cuando nos sentimos débiles y precarios nos empuja a
buscar consuelo. La necesidad nos anima a relacionarnos de forma más íntima y sincera con aquello que
nos produce temblor y estremecimiento. La humildad del que se refugia de lo que lo sobrecoge le hace
correr hacia cualquiera de los instrumentos de que dispone Al-lâh, sin recordar que no es el medio el que
actúa por sí mismo sino la mano que lo gobierna.

La imaginación es un velo y la realidad también está velada. Algunos velos hermosean falsamente lo que
hay detrás de ellos y nos atraen como un imán. Son como la tela de una araña bordada de oro y piedras
preciosas que nos hace ir hacia ella; o se nos aparece como la casa donde reposar asustados después de
gustar el vértigo que produce el viaje para el acercamiento a Al-lâh. Pero la araña ha tejido su hermosa
tela con el fin de atraparnos en ella y se hace muy difícil escapar del velo de las tinieblas.

Los velos luminosos no se ofrecen accesibles rápidamente y deparan algunas pruebas insorteables para
algunos, pues se suele abandonar el esfuerzo antes de lograr la certeza y; a pesar de que los signos se
manifiesten y se intuya en el fondo que se está cerca de lo que nos haría avanzar en un sentido
ascendente, se produce un bloqueo y no se llega. Puede ser la falta de perseverancia, la duda o incluso,
la ya citada anteriormente, poderosa realidad sutil. Porque ésta, en nuestro mundo fragmentado y
diseccionado en parcelas individuales, donde nos desarrollamos como seres traumáticamente
desestructurados, se nos muestra con el velo de no formar parte del mundo familiar y conocido; de venir
del mundo del malakut —dimensión que nos había permanecido oculta hasta descubrir que yacía en
nuestro "yo" dormido— que despierta vigoroso y con ánimo suficiente para derrocar las pasiones a las que
nos habíamos aferrado con fervor hasta entonces, como única posibilidad de existencia.

¿Cómo afrontar la llegada de una poderosa "sutileza", capaz de destrozar compromisos fuertemente
establecidos con anterioridad y pactos a los que se debe fidelidad? El otro tipo de velo que se interpone
entre la "vida" terrenal en la que nos enraizamos cuanto podemos y la "otra vida" que establece lazos
celestes a la que aspiramos elevarnos algún día, es el que se manifiesta como un reflejo opuesto a su
esencia: siendo luminoso, nos parece tenebroso pues provoca la ceguera con su irradiación. En este
estado, la incertidumbre y la estupefacción actúan muy por encima del entendimiento humano, haciendo
imposible la claridad y el discernimiento. Nadie en ese momento es capaz de captar la clave que resuelve
el enigma: No hay que morir para vivir los dos mundos. El camino del islam nos indica: "Morid antes de
morir"— dice Muhammad (s.a.s).

Y es en esta realización, proyectándonos en todas las dimensiones humanas alcanzables que evoluciona
nuestra condición y se cumplen nuestros pactos más fundamentales: el pacto primordial de fitra por un
lado, volviendo a nuestra auténtica naturaleza latente; y el pacto de califato, ejerciendo nuestra
responsabilidad con la consciencia que se precisa. Así cumplimos con cualquier otro juramento que
merezca ser respetado, pues la sinceridad en la intención y la aplicación sin tabúes del conocimiento de
nuestra propia realidad y de nosotros mismos a nuestras acciones, nos reafirman en honestidad y
nobleza; y nos acercan hasta la unión a la ineludible Esencia.
El hubb de Al-lâh que es aplicado como acción (amar, querer, desear), es para los que cumplen algunos
determinados atributos que Le causan satisfacción. Al mismo tiempo, el término "habba" usado como
nombre describe una semilla. Del mismo modo, Al-lâh no ama a los que actúan de una forma también
especificada en sus aleyas. De este modo práctico se expresa en el Corán el "Amor divino". Como la
naturaleza nos enseña: de lo que se siembra se recoge. Cuando se nos muestra la aya: "Al-lâh os amará
y os perdonará", se está relacionando íntimamente amor con perdón. Dice Rumi: "El perdón es la
absolución, signo de amistad. El error del que amas no te parece error ni su defecto te parece defecto.
Ese es el secreto de la absolución".

Los mu’minun desean juntar su placer efímero al placer que no muere. Y esto es rida (la satisfacción) en
baqa (la permanencia). Así nos lo confirma el profesor Abderrahmán Mohamed Maanán en su comentario
a la sura al-bayina (La Prueba evidente), la aya: radi al-lâhu anhú wa radu anh significa que, Al-lâh está
satisfecho de vosotros y vosotros lo estáis de él. Según él, eso es la wilaya (intimidad con Al-lâh).

No hay estados de mortificación o sacrificio en nuestro din y nada que esté por encima de este gozo y
sería absurdo por nuestra parte, esforzarnos en algún tipo de método que nos conduzca a algo que no sea
este grado espiritual —teniendo en cuenta y sin olvidar— que se puede disfrutar de él en este mundo. Y
nada que nos arrastre por otro camino que no lleve después al amor tiene sentido. Pues es por ese amor y
por el deseo de Al-lâh de ser conocido que se ha dispuesto como tal el Orden que rige el universo y se
manifiesta en las cosas creadas. Por todo ello deducimos que el deseo de felicidad bien canalizado nos
enfrenta a ciertas dificultades (velos) que sólo podemos superar con voluntad y valentía. Que los velos de
la vida que divide y fractura los mundos del ser humano, sólo le facilitan la huida hacia su abismo interior,
haciéndole caer en la desgracia de un pozo obscuro donde atormentarse en solitario. La retribución de la
comunidad de Muhammad es el placer del amoroso abrazo que se extiende hasta alcanzar, como mínimo,
el espacio que abarca la sombra que da el árbol de Tuba en al-ÿanna.

Pero Al-lâh sabe más.

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