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Acerca de la homosexualidad

Eduardo Dayen

FUNDACIÓN LUIS CHIOZZA


28 de noviembre de 2014

1
¿Qué significa el término “homosexualidad”?

Lo más difícil de este mundo es hablar y pensar


sobre eso de lo que todos hablan sin pensar

Alain1

En Onanismo y homosexualidad, Stekel (1922) cita a Goethe cuando sostiene que


«La pederastia es tan vieja como la humanidad, por lo que podría decirse que per-
tenece a la naturaleza aunque sea contraria a ella» (pág. 373).

Si buscando iluminar el sentido de las palabras de Goethe exploramos el significa-


do del término “pederastia” vamos a encontrar que María Moliner consigna que
“pederasta” quiere decir “hombre que comete abuso deshonesto con un niño”.
Agrega, sin embargo, que también significa “homosexual masculino”. La Real
Academia Española (DRAE) (1950), por su parte, escribe que por “pederastia” se
entiende “abuso sexual cometido con niños” y también “sodomía”. Claro que, se-
gún el mismo diccionario, utilizamos la palabra “sodomía” para referirnos a la
“práctica del coito anal”.

En fin, valga como un ejemplo escueto para mostrar, desde un principio, que nos
acercamos a uno de esos temas que se caracterizan por las imprecisiones, la am-
bigüedad y, no pocas veces, las descripciones contradictorias.

Naturalmente, también nosotros –más allá de darnos cuenta, o no– solemos que-
dar enredados en la confusión. Lo más habitual es que puestos a conversar sobre
el tema de la homosexualidad nos parezca que sabemos muy bien de qué esta-
mos hablando; y mantenemos esa impresión siempre que no surja la necesidad de
precisar los términos. Aristóteles sostenía que “una definición es una frase que
significa la esencia de una cosa”. Basta con ponerse un poco estricto para darse
cuenta de que ese tipo de “frase” a la que se refiere Aristóteles brilla por su au-
sencia en los trabajos que se refieren al punto del que nos ocupamos ahora. En su
lugar nos encontramos con un galimatías que más bien parece expresar el propó-
sito de mantener ocultos los desacuerdos en los que estamos envueltos.

Entre quienes sostienen que el término “homosexual” no parece adecuado porque


induce una enorme cantidad de malentendidos se encuentra Jacobson (1980).
Opina que «el público lego, incluyendo la mayoría de nuestros pacientes, cree que
sí lo es y le atribuye a menudo lo que para ellos son horrendas asociaciones, co-
mo extrema femineidad, pederastia, persecución, enjuiciamiento, esterilidad y soli-
taria vejez. Muchos homosexuales quieren una etiqueta o una excusa que los pro-
teja de tener que competir de lleno en la lucha heterosexual. Pero es lamentable

1
Alain, pseudónimo de Émile Auguste Chartier. Fue un filósofo, periodista y profesor francés, naci-
do en 1868 y fallecido en 1951.

2
que el término haya adquirido tanta sobredimensión emocional. Muchos jóvenes y
adolescentes que están pasando momentos difíciles en el proceso de separación
de mamá, y que han descubierto tal vez una leve falta de confianza en sus novias,
comienzan a torturarse con temores por la homosexualidad» (pág. 98).

A pesar de la ambigüedad del término, el 17 de mayo de 1990, la Organización


Mundial de la Salud (OMS) excluyó la “homosexualidad” de la Clasificación Esta-
dística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud. El gobierno
del Reino Unido hizo lo propio en 1994, seguido por el Ministerio de Salud de
la Federación Rusa en 1999 y la Sociedad China de Psiquiatría en 2001.

Los dirigentes de la Asociación Norteamericana de Psiquiatría (APA), ya en 1973


habían votado, de manera unánime, retirar la categoría “homosexualidad” de la
sección Desviaciones sexuales de la segunda edición del Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (el DSM-II). Esta decisión la confirmó ofi-
cialmente una mayoría simple (58%) de los miembros generales de la APA en
1974. Tales miembros decidieron sustituir ese diagnóstico por la categoría, que
entendían como más suave, de “perturbaciones en la orientación sexual”. Di-
cha categoría fue sustituida más tarde, en la tercera edición (el DSM-III), por el
término “homosexualidad egodistónica”. Finalmente, en 1986, se resolvió elimi-
nar ese término de la revisión de esa misma edición (DSM-III-R).

Actualmente, la prestigiosa institución norteamericana, la APA, clasifica el intenso


y persistente malestar sobre la orientación sexual propia como uno de los “tras-
tornos sexuales no especificados”. Hay quienes critican firmemente esta deci-
sión asegurando que fue el resultado de la presión política de grupos activis-
tas LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales), y no el resultado de una
investigación científica. Los activistas LGBT, a su vez, esgrimen como fundamento
de su posición los estudios empíricos de Alfred Kinsey2 y Evelyn Hooker, entre
otros. Estos estudios coinciden con la noción de que la profesión psiquiátrica ha-
bía aceptado sin pruebas las presunciones acerca de una conexión entre la homo-
sexualidad y ciertas formas de desajuste psicológico, o el presupuesto de que la
homosexualidad era, necesariamente, un “síntoma” de patología mental.

En la actualidad, otras muchas organizaciones internacionales3 han dejado de


considerar la homosexualidad como una enfermedad, coincidiendo con la decisión
que en 1973 tomó la APA.

2
Refiriéndose a Alfred Kinsey, el Dr. Joseph Nicolosi comentó en su conferencia que uno de “los
cuatro mitos gay promovidos en nuestra cultura” sostiene que el 10% de la población es homose-
xual. Nicolosi afirma que ese mito fue promovido por Kinsey en la década de 1950 y que ha sido
repetido como una mentira por más de 60 años. Agrega que «Kinsey era homosexual, de hecho
era un homosexual masoquista. En una reciente biografía habla de cómo recibía placer sexual al
sentir dolor. Y este era el gran “experto” en los 50’s enseñando a América acerca de la sexuali-
dad». (http://www.youtube.com/watch?v=yY0jZ2Tql8U)
3
Organizaciones tales como la Asociación Médica Norteamericana (American Medical Associa-
tion), la Asociación Norteamericana de Consejería (American Counseling Association), la Asocia-
ción Nacional de Trabajadores Sociales (National Association of Social Workers), la Academia

3
Y esto no es todo. A lo actuado, últimamente se agregó que diversas organizacio-
nes profesionales, entre ellas la Asociación Psicológica Norteamericana, ha deci-
dido considerar que los intentos de modificar las conductas homosexuales no
son procedimientos profesionalmente éticos. Estiman que tales intentos no
han producido resultados clínicos satisfactorios, y que, según esgrimen, el concep-
to de funcionalidad conductual4 se ha desarrollado a favor de las personas fren-
te a la coerción social.5

No cabe duda de que nos encontramos frente a una encarnizada lucha de opinio-
nes en la que tanto el rechazo como la adhesión, extremos y ofuscados, interfieren
la posibilidad de un diálogo. Por el momento, tampoco resulta fácil esclarecer los
motivos de la discrepancia y qué es lo que la atiza.

Un punto de partida

En un trabajo que presenté hace años (DAYEN, E., 2006), expresaba una postura
que por ahora me sigue convenciendo. Creo que vale la pena abordar el tema de
la homosexualidad porque, en principio, entiendo que se trata de una cuestión que
revela una cierta inhibición en el desarrollo de un individuo y no, como solemos
escuchar, una elección surgida de gustos personales. Esta última manera de con-
cebir las cosas, a mi modo de ver, no sólo está descaminada sino que muchas
veces agrava la situación al dejar sin la posibilidad de un tratamiento al homose-
xual que soporta dificultades y padecimientos inútiles; dificultades y padecimientos
que termina atribuyendo a otros motivos.

Chiozza y colaboradores (1996c [1995]), apuntando a explicar el por qué de la


permisividad que encuentra en el consenso la idea de la “elección surgida de gus-
tos personales”, nos dicen que «la “libertad” sexual actual no es el producto de
una elaboración adecuada, es más bien el reverso del mismo conflicto que en otra
época condujo a la represión patológica. Así, el ámbito familiar se ve inundado de
un clima egoísta y posesivo que conduce a la sexualidad sin ternura, a la promis-

Norteamericana de Pediatría (American Academy of Pediatrics), la Asociación Nacional de Psicó-


logos Escolares (National Association of School Psychologists), la Academia Norteamericana de
Asistencia Médica (American Academy of Physician Assistants), la Organización Mundial de la
Salud (OMS) y otras muchas.
4
Podemos leer en Internet que el concepto de conducta funcional y disfuncional ha suscitado
una gran controversia en torno al rol de la psicoterapia, acerca de la libertad y de la digni-
dad humana, del concepto de salud y del objetivo de intervenciones que buscan cam-
bios conductuales en las personas. Históricamente, para algunos teóricos conductistas, una con-
ducta se consideraba apropiada o funcional tanto si le servía al paciente como si le servía a la so-
ciedad. Algunos de los llamados "conductistas radicales" afirmaban que una conducta que la so-
ciedad no considerara aceptable no podría ser exitosa dado que no generaría el reforzamiento
social positivo. Esta concepción dio lugar a protestas en torno al control social y a
los derechos de mujeres y minorías como los homosexuales. Hoy día, el criterio del ajuste a
la norma social aislado del bienestar de la persona, no se considera un criterio ético apropiado.
5
En http://es.wikipedia.org/wiki/Homosexualidad#Punto_de_vista_neurobiol.C3.B3gico.

4
cuidad, a las pseudolibertades, a la guerra de los sexos que niega la diferencia de
roles. Los movimientos en defensa de la homosexualidad, por su parte, apelan al
derecho de la “libre elección”, mientras se reafirman en un consenso que, como
hemos dicho, exalta reactivamente la tolerancia como alternativa ante la crisis de
valores» (pág. 238).

No cabe duda de que es así. Claro que no conviene pasar por alto el hecho de
que, paradójicamente, la “permisividad consensual” también ejerce coerción sobre
las personas. Y la cuestión no pasa por hacer desaparecer la coerción social. La
libertad no implica ausencia de coerción. Se trata de procurar que la moral desde
la que se ejerce la coerción sea –parafraseando a Chiozza– más tolerante, menos
cruel, que disminuya su carácter punitivo o arbitrariamente prohibitivo y que au-
mente su capacidad de proteger a las personas.

Al reflexionar acerca de la permisividad irresponsable y de la natural influencia que


en las ideas de todo individuo ejercen las ideas consensuales, Chiozza y colabo-
radores (1991e [1990]) citan a Montaner y Simón cuando, refiriéndose al tema de
la solidaridad, dicen que «la educación, las tradiciones, el medio social en que nos
movemos como atmósfera de la cual nos nutrimos... los ejemplos que hemos reci-
bido, en suma, todo el lastre y sedimento de las costumbres públicas y de la opi-
nión determinan hábitos... que representan una fuerza extraordinaria que gravita
sobre el agente personal y ejerce en ocasiones una especie de coacción moral»
(pág. 31).

Hasta acá me limito, entonces, a comenzar planteando sólo la idea de que la in-
versión pone de manifiesto un cierto estorbo en el desarrollo encaminado hacia la
heterosexualidad.

Lo cierto es que por el momento me siento apenas husmeando en el tema. Hoy


presento algunos recortes de lo que voy estudiando; unos recortes que prefiguran
un recorrido. Además, traigo algunas notas que sólo se proponen bosquejar la
cuestión. Intento ordenar lo que esté a mi alcance; y todo con la expectativa de
que, trabajo y tiempo mediante, pueda ir configurando algún tipo de aporte al es-
clarecimiento del sentido de la homosexualidad.

La presencia de la corriente homosexual es normal en una etapa del desarrollo


tánato-libidinoso, por lo cual lo primero que preciso decir es que voy a referirme a
quienes en un momento de la vida en el que ya se espera que el ejercicio de su
genitalidad alcance la heterosexualidad, y sin impedimentos para hacerlo, conti-
núan aferrados a llevarla a cabo con individuos del mismo sexo. Digo “sin impedi-
mentos para hacerlo” porque tengo en consideración la existencia de la llamada
“homosexualidad ocasional”, es decir la que llega a darse en las cárceles o, por
ejemplo, entre varones confinados en altamar.

Volviendo sobre la idea de “una cierta inhibición en el desarrollo”, tal vez valga la
pena aclarar de que no hay duda de que cualquiera que padezca un trastorno tie-
5
ne derecho a ser respetado y ayudado en la medida de lo posible. Pero creo que
también conviene subrayar que considerar al comportamiento homosexual como
normal no quiere decir que respetemos a quien lo ejerce, ni que le estemos brin-
dando la ayuda que necesita. Cuando disimulamos un vicio, contribuimos a con-
vertirlo en una moda que más tarde será costumbre.

Cuando el DSM-III dividía a los homosexuales en egosintónicos, o sea conformes


consigo mismos, y egodistónicos, doloridos por su condición, argumentaba que
sólo estos últimos debían considerarse con alguna anormalidad. Pero hay que
aceptar que si adoptáramos siempre el mismo criterio, nada impediría considerar
como hábitos normales, por ejemplo, el voyerismo, el exhibicionismo, el sadismo o
el masoquismo; hábitos normales, mientras quienes proceden así no los sientan
como anormales sino como algo que sólo mantienen en secreto porque no en-
cuentran en su entorno la comprensión esperada.

Alice Bailey, desde un modelo de pensamiento francamente distinto del nuestro,


expresa ideas que, en sustancia, parecen convenir con lo que vamos pensando.
Opinando acerca del término “homosexualidad” dice que se aplica «a cierto tipo de
perversión mental y a una distorsionada actitud de la mente, la cual frecuentemen-
te da por resultado reacciones y prácticas físicas que son –en su manifestación–
tan antiguas que por su misma antigüedad refutan la idea de que tal actitud indica
un paso adelante en el sendero del progreso. Lo que en realidad indica es un pun-
to de retroceso, un retornar a un antiguo ritmo y reasumir antiguas prácticas.

Dichas perversiones aparecen cada vez que se desmorona una civilización y el


antiguo orden es reemplazado por el nuevo. ¿Por qué sucede esto? Porque los
nuevos impulsos afluyen sobre lo antiguo y el impacto de las nuevas fuerzas sobre
la humanidad despierta en el hombre el deseo de aquello que para él es un nuevo
e inexperimentado campo de expresión, y lo que es poco común y frecuentemente
anormal. Por eso las mentes débiles sucumben al impulso, y las almas fuertes e
investigadoras son víctimas de su propia naturaleza inferior y se dedican a investi-
gaciones ilícitas. Debido a estas nuevas energías tenemos un progreso definido
hacia nuevos e inexplorados reinos espirituales, pero al mismo tiempo se hacen
experimentos en el reino del deseo físico, que no es la línea de progreso que co-
rresponde a la humanidad».6

Chiozza (2013), por su parte, cita a Margulis y Sagan haciéndonos conocer que
esos autores «han llegado a sostener que algunas de las características que im-
pregnan a la sexualidad humana en nuestra época –tales como el aumento de la
promiscuidad y la homosexualidad, o la disminución del deseo genital y del tiempo
dedicado al cortejo– pueden interpretarse como productos de una tendencia hacia
la disminución de la natalidad frente al aumento de una población humana que
amenaza el equilibrio del ecosistema. Su planteo sugiere que en el futuro la hu-
manidad tal vez ejercerá la actividad genital con una motivación mucho menos
intensa, o que quizá la evolución conduzca a que, como ocurre con las hormigas y

6
Teósofa seguidora de Djwhal Khul, Maestro Tibetano: El sexo (www.librosdeltibetano.8m.com)

6
las abejas, no todos los seres humanos conserven su actividad reproductiva»
(pág. 92).

Concurriendo a tratar el mismo tema, Guillermo C. Perez7 aporta su punto de vista


sosteniendo que «la aparición de la homosexualidad ha estado siempre ligada, en
todas las civilizaciones que ha habido en la historia, a una época de decadencia;
ha estado siempre ligada a las sociedades corrompidas por la pérdida de valores.
Efectivamente, como los valores son la infraestructura que sustenta todo lo de-
más, cuando éstos comienzan a decaer –ya sé que no es necesario que recuerde
ahora que ésta es una de esas épocas–, entonces decae también todo lo demás
(la cultura, la ética e incluso algo tan bajo como la economía). Es de sobra conoci-
do que cuando sucede esto, la mayoría de la gente empieza a apartarse de la
Verdad y a llevar una vida alejada de ella, porque el ser humano llega a tal punto
de degradación que ya no se preocupa por los demás y ha perdido la voluntad y la
conciencia. Es en estos casos cuando la mayor parte de la gente, en vez de resis-
tir valientemente como una roca, entierra su voluntad y cierra los ojos ante la Ver-
dad que tuvo la oportunidad de ver, dejándose engañar y llegando incluso a caer
tan bajo que, para no molestarse, llega hasta a afirmar que es normal la vida de-
pravada, materialista.

Como puede comprobar cualquiera de los lectores, si se molesta en investigar y


no tragarse sistemáticamente todo lo que oye por ahí o ve en televisión, esa en-
fermedad mental degenerativa conocida como homosexualidad, en sus diferentes
variantes, aparecía, hasta los años sesenta, en la lista de enfermedades de la
O.M.S. (Organización Mundial de la Salud), organismo integrado en la O.N.U., y
de la cual fue retirada por las presiones, no por ningún descubrimiento científico
que apoyase la homosexualidad».

Armando Roa (2007) también pertenece a la abundante nómina de autores que


ofrecen su opinión respecto de la inversión. Parte de la idea de que «en el homo-
sexual masculino o femenino hay sólo atracción o atracción fuertemente predomi-
nante por el goce sexual con seres del mismo sexo. Aquí la parte procreadora del
acto desaparece y sólo queda reducida a un medio de placer» (pág. 26). Luego
argumenta que «el sexo normal cumple dos funciones: permite la procreación y el
placer más refinado en el orden de los placeres materiales. Ninguna puede faltar
sin caer en la anormalidad, lo cual no significa que a una o ambas no quepa sus-
penderlas transitoria o permanentemente, sin que sea anormal, siempre que sea a
voluntad. Un placer es normal si sigue una cierta dirección, un objetivo a servir.
[…] El placer sexual rompe el enclaustramiento corporal propio y trasciende hacia
la fusión íntima con el cuerpo y el alma del otro sexo, porque la palabra sexo
apunta por definición a una bipolaridad, al milagro de dos seres de idéntica espe-
cie diferenciados a fondo entre sí y destinados a buscarse el uno al otro para res-
tablecer la unidad de la persona completa en cuanto representante total de la es-
pecie. […] En el acto homosexual no se realiza ese asombroso trascender hacia lo

7
En: http://www.arbil.org/arbil127.htm

7
disímil para unirlo, sino que el ser encerrado en sí, sólo une lo mismo con lo mis-
mo, incapacitado de saltar a lo diverso» (págs. 26-27).

Repasemos ahora el esclarecimiento que Chiozza (2013) nos aporta en Intimidad,


sexo y dinero. «En el mundo canibalístico y promiscuo de la vida microscópica, las
bacterias procariotas (móneras) y las células eucariotas (protistas) deben recurrir
frecuentemente al intercambio de ADN (genético) a los fines de obtener el modelo
necesario cuando sus dos cadenas resultan dañadas por la radiación; un aconte-
cimiento (semejante al “copiar y pegar” de los programas de computadora) espe-
cialmente frecuente cuando, en los albores anaeróbicos de la biósfera, no había
suficiente oxígeno como para que se constituyera la capa de ozono que protege
de la luz ultravioleta. Podemos pensar, entonces, que la evolución de la vida no
depende tanto de mutaciones azarosas como de la recombinación genética que
constituye la esencia de la sexualidad. La verdadera y primigenia función del sexo
no consiste pues en la reproducción (que puede cumplirse mediante una división
asexual, y a cuyo servicio el sexo se presta posteriormente), sino en el intercambio
genético que surge de una fusión entre dos seres vivos o de la inclusión que ocu-
rre en uno de ellos de restos de ADN que, como en el caso de los virus, han per-
dido su propia capacidad autopoiética» (págs. 85-86).

Más adelante Chiozza concluye que si reflexionamos «sobre las características


que adquieren la actividad genital y la sexualidad en el contexto entero de una vi-
da humana, llegamos rápidamente a concluir en que ambas integran la fuente sub-
terránea del significado que alimenta la trayectoria de esa vida, pero es necesario
aclarar que una parte muy importante de la genitalidad –y de la sexualidad que la
motiva– no se dirige hacia su satisfacción directa, sino que, por el contrario, coar-
tará sus fines o los substituirá por otros que alcanzará en la forma que llamamos
sublimada.

Hemos sostenido repetidamente que la vida de uno es demasiado poco como para
que uno le dedique –a esa vida que es de uno– su vida por entero, y cuando nos
contemplamos desde el ángulo constituido por la sexualidad, ese pensamiento se
refuerza. También allí nos encontramos con que, si el sentido que la sexualidad
otorga a la vida sólo fuera el que proviene de su satisfacción directa, sería un mo-
tivo insuficiente y pobre. Porque en la red –rica y compleja– que nos mantiene vi-
vos, vivimos “cableados” con las personas que son “copropietarias” del entorno
afectivo que consideramos nuestro» (págs. 93-94).

8
De la bisexualidad a la promiscuidad

Retomando la cuestión de cómo considerar al comportamiento homosexual, en-


contramos que Stekel (1922) cita a Havelock Ellis y Albert Moll cuando se pregun-
ta si la homosexualidad es normal: «¿Qué pruebas tenemos de que los homose-
xuales sean completamente sanos, aunque nos basásemos en un canon de la
salud que no existe? Sólo contamos con sus propias revelaciones.

Todos se presentan a sí mismos como sanos. ¡Con cuanta frecuencia oímos decir
eso mismo a psicópatas graves! No tienen conciencia de su enfermedad, hecho
característico de los homosexuales. Desean considerar su estado como normal.
Quieren ser sanos, y sólo en muy raros casos anhelan cambiar, y en general recu-
rren al médico sólo cuando la ley del castigo los pone en conflicto y se encuentran
en peligro. […] Aquellos que luchan contra sus impulsos, que menosprecian su
situación o sólo tienen dudas, constituyen una pequeña minoría, inferior al 20%.

Naturalmente, la gran cantidad de médicos homosexuales que existe ha tratado de


convencer a los observadores, de su completa normalidad y de que no se diferen-
cian en nada de los demás hombres».

Más adelante Stekel agrega: «he examinado y llegado a conocer profundamente a


innumerables homosexuales. Jamás he encontrado un solo homosexual que no
haya sido un neurótico. […] Debe serlo así como el heterosexual, que debe domi-
nar y reprimir un fuerte contenido homosexual» (págs. 184-185).

Páginas después, desplegando el concepto de “bisexualidad”, subraya que «todos


los individuos son bisexuales. […] Originariamente el instinto del homosexual no
se dirige exclusivamente hacia el mismo sexo. El homosexual, en un principio,
también es bisexual. Pero luego reprime su heterosexualidad, así como el hetero-
sexual debe reprimir su homosexualidad» (págs. 188-189).

El modo en que Chiozza (1963-1970) afronta la noción de “bisexualidad original”


nos ayuda a formar un criterio. Nos recuerda que «Freud, a través del estudio de
las fantasías inconcientes, llega en repetidas ocasiones a replantear la hipótesis,
conocida ya desde los tiempos de Platón, acerca del carácter bisexual del orga-
nismo biológico primitivo. Así, por ejemplo, en 1908, afirma: “En los psicoanálisis
de los sujetos psiconeuróticos se transparenta con especial claridad la supuesta
bisexualidad original del individuo”.

Otros autores se han ocupado de este mismo tema, entre los cuales podemos
destacar a Rado, quien discurre acerca de la existencia real en el hombre de las
características constitucionales hermafroditas repetidamente señaladas.

Sin entrar en consideraciones biológicas acerca de la realidad de esta supuesta


organización bisexual primitiva en el ser humano, nos interesa el hecho clínico de
su existencia en la fantasía, y nos interesa también comprender el contenido laten-

9
te que se manifiesta en las fantasías bisexuales o hermafroditas. Podemos suscri-
bir aquí las palabras de Nunberg (1931): “Suceda lo que suceda, en la fantasía el
hombre es un ser bisexual”» (pág. 152).

Stekel (1922) vuelve sobre la cuestión para remarcar que «originariamente el ins-
tinto del homosexual no se dirige exclusivamente hacia el mismo sexo. El homo-
sexual, en un principio, también es bisexual. Pero, luego reprime su heterosexuali-
dad, así como el heterosexual debe reprimir su homosexualidad […]. La monose-
xualidad no es lo normal. La naturaleza nos ha hecho bisexuales y exige que pro-
cedamos como tales. El heterosexual puro es siempre, en cierto sentido un neuró-
tico, es decir que la represión del componente homosexual origina una predisposi-
ción a la neurosis, es ya una partícula de neurosis, que no falta en ningún sujeto
normal. La psicología de la paranoia, cuya exploración debemos agradecer al ge-
nio de Freud, nos muestra el punto extremo del mecanismo de represión en un
sentido, tal como lo revela el homosexual en el sentido contrario.

Tampoco existe un homosexual que no sea un neurótico, cuya neurosis es moti-


vada por represión de la heterosexualidad. Esta represión es un fenómeno psíqui-
co puro, y no tiene nada que ver con la degeneración. La homosexualidad no es
un producto de la degeneración8 en el sentido corriente. Es una neurosis, y revela
la etiología de dicha neurosis» (pág. 189).

Así como me resulta convincente la idea de que no existe un homosexual que no


sea neurótico, me parece por lo menos discutible el hecho de que su neurosis sólo
sea motivada por la represión de la heterosexualidad. Lo que por el momento llego
a comprender, me inclina a pensar que el impedimento para acceder a la hetero-
sexualidad parece ser el desenlace de un conflicto que se motiva en una cuestión
que, ya hace un tiempo, Chiozza propuso y ahora quiero volver a considerar.

En Las cosas de la vida (2005a) nos explica la idea que más lo convence acerca
de la historia que se oculta en la homosexualidad manifiesta. Dice que «podemos
comprender que el incremento de las tendencias homosexuales surja muchas ve-
ces con la fuerza de un silogismo irrefutable. Si un niño, sintiéndose excluido de la
pareja que forman sus padres, siente la necesidad de separarlos para establecer
un vínculo exclusivo con uno de los dos, cuando tema predominantemente ser
derrotado por el progenitor del mismo sexo sentirá la tentación de unirse con él,
rivalizando con el otro, heterosexual, que teme menos» (pág. 24).

Más tarde, durante la presentación de la película La ventana de enfrente9, Chiozza


volvió sobre el tema agregando que el ejercicio de la actividad homosexual “habla-

8
Según el DRAE (1950), el término “degenerado” se le aplica a la persona «de condición mental y
moral anormal o depravada, acompañada por lo común de peculiares estigmas físicos».
9
Presentación realizada en el marco del ciclo “Cine y psicoanálisis”, el día 5 de mayo de 2006 en
la Fundación Luis Chiozza. La introducción estuvo a cargo de la Lic. Mirta F. de Dayen.

10
ría” del esfuerzo para evitar un sentimiento de exclusión. 10 Si por ejemplo pensa-
mos en el invertido masculino, el individuo pasa a unirse con el hombre (padre) y
quien resulta excluida es la mujer (madre). Se interpone para romper una pareja
pero no se dirige luego a formar otra que implique una mezcla y abra la posibilidad
de fructificar en un hijo.11

Creo que una primera conclusión que podemos extraer del recorrido hecho hasta
aquí es que la inversión no es una conducta que pueda considerarse, lisa y llana-
mente, como normal. Podemos pensar, en principio, que se trata de una conducta
que, nacida de un sentimiento de exclusión, rechaza la mezcla y sólo aspira a que
la genitalidad –y la sexualidad que la motiva– tenga como finalidad, insuficiente y
pobre, su satisfacción directa, es decir esa satisfacción que caracterizamos sólo
por el orgasmo y en la que no interviene todo lo desarrollado para alcanzar la ma-
durez genital.

En ese sentido, en Intimidad, sexo y dinero, Chiozza (2013), además de insistir en


que la verdadera y primigenia función del sexo no consiste en la reproducción sino
en el intercambio genético, en la mezcla que surge de una fusión entre dos seres
vivos, esclarece el porqué de la condena y la defensa de la “promiscuidad”. Dice
que «con la palabra “promiscuidad” se suele designar a una actitud que se carac-
teriza por establecer contactos íntimos o estrechos, que son múltiples, “superficia-
les” e indiscriminados. De más está decir que la palabra se usa especialmente
para referirse a esas características en las relaciones genitales. La Organización
Mundial de la Salud, atrapada tal vez en un afán taxonómico, llega a sostener que
una persona es promiscua cuando ha tenido dos parejas sexuales en menos de
seis meses.

Cabe subrayar que algunas de las características en las que suele incurrir la pro-
miscuidad, tales como la ausencia de cortejo y la búsqueda de relaciones cortas y
fáciles (que exentas de responsabilidad y de cuidado prefieren ignorar los datos

10
Mientras que a través de la alteración de su actividad genital el invertido procura evitar el senti-
miento de exclusión, sin querer, vuelve a caer en él. Socialmente se siente excluido y reclama,
siempre infructuosamente, su inclusión.
11
Una cuestión que invita a que, más adelante, agreguemos a nuestra exploración el tema de la
masturbación. «La masturbación se llama también onanismo debido a una interpretación errónea
ocurrida en el siglo XVIII de la historia del "pecado de Onán", narrada en la Biblia. Onán fue un
personaje bíblico cuyo hermano murió sin dejar descendencia. En esa época, la ley mosaica esta-
blecía que el hermano sobreviviente debía casarse con la viuda para darle hijos. Onán cumplió con
la ley sólo formalmente: se casó con la viuda, pero como no quería tener hijos, practicaba el coitus
interruptus, esto es, eyaculaba fuera de la vagina de su mujer, por lo que Dios lo castigó con la
muerte: "[...] si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descenden-
cia a su hermano. Pareció mal a Yahvéh lo que hacía y le hizo morir también a él" (Gén 38, 9-10).
En 1710, un médico inglés de apellido Becker decidió apoyar la prédica eclesiástica contra las acti-
vidades sexuales no dirigidas a la reproducción, como la masturbación, y publicó un libro titulado
Onania y el pecado atroz de la autocomplacencia. Medio siglo más tarde, el médico suizo Tissot
publicó un tratado sobre los supuestos trastornos causados por la masturbación, bajo el nombre de
El onanismo, en el que afirmaba que este hábito era “la más mortífera y siniestra de las prácticas
sexuales”. A partir de entonces la masturbación llevaría, injustificadamente, el nombre de Onán,
cuyo pecado había sido otro». (http://www.elcastellano.org/)

11
personales), nos permiten condenarla en la medida en que constituye una conduc-
ta proclive a deteriorar la genitalidad.

El deterioro llega a manifestarse a veces en patologías de diversa índole, como la


frigidez, la impotencia, la perversión en sus distintas variantes, o el contagio de
enfermedades venéreas. Otras veces, en cambio, se traduce, de manera encu-
bierta, en la imposibilidad de disfrutar de las cosas que la vida ofrece. La investi-
gación que hace unos años realizamos, acerca de los significados inconscientes
del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), nos permitió, por ejemplo,
comprobar la importancia, no siempre consciente, del compromiso afectivo. Por-
que el contagio, que suele vincularse con la promiscuidad, ocurre en personas que
se experimentan a sí mismas como “parias” que deambulan por el mundo sin po-
der inscribirse en una pertenencia acogedora.

Los desenlaces negativos hacia los cuales la promiscuidad, entendida como con-
tactos íntimos múltiples, “superficiales” e indiscriminados, conduce, no deben ha-
cernos olvidar que, en rigor de verdad, la palabra “pro-miscuo” es, en sus oríge-
nes, un cultismo que designa a lo que tiende (es proclive o se inclina) a la mezcla
o al intercambio mutuo. Reparemos en que […] esa es precisamente la función
esencial que, más allá de la reproducción, define al sexo. Es forzoso concluir, en-
tonces, en que, junto a una promiscuidad destructiva, que empobrece y deteriora
la vida, debe existir otra que la enriquece determinando que evolucione hacia sus
formas más complejas. Necesitamos, pues, poder discernir entre una y otra»
(págs. 115-116).

La llamada “homosexualidad” no es una entidad única

No son necesarias descripciones puntillosas, ni es preciso entrar en disquisiciones


enmarañadas para reconocer diferencias muy marcadas entre las distintas con-
ductas observables que, a pesar de las diferencias, denominamos con el mismo
nombre de “homosexualidad”.

Ramón Florenzano (2007), por ejemplo, al encarar la cuestión sugiere pensar que
«no hay una homosexualidad, sino homosexualidades. Lo anterior no implica que
la conducta homosexual no pueda ser estudiada y medida, que no se puedan es-
tablecer sus antecedentes, sean biológico-genéticos o propios de la crianza y
desarrollo infantiles, ni sus consecuencias para la salud individual o para el cuerpo
social. Lo anterior tampoco implica que como condiciones humanas no puedan ser
cambiadas, o sea, cerrarse a la tratabilidad de algunas formas de homosexuali-
dad» (pág. 137).

Ahora, si nos disponemos a revisar las diferencias, la primera que salta a la vista
es la que puede establecerse entre la homosexualidad masculina y la femenina.
Una segunda diferencia se presenta, por ejemplo, en que una mujer lesbiana

12
asuma el rol pasivo o el activo en los contactos homosexuales que mantiene. Y lo
mismo en el caso de los varones homosexuales.

Otra diferencia significativa la encontramos en la homosexualidad que se presenta


como egodistónica respecto de la que resulta egosintónica. Lo mismo ocurre
con la diferencia que muestra la homosexualidad exclusiva con la que se presen-
ta formando parte de lo que es llamado vulgarmente “bisexualidad”12. Y no po-
demos dejar de considerar la desigualdad enorme que presenta el transexual13
con el homosexual que no cuestiona del mismo modo su identificación con el lla-
mado “sexo biológico” con que asomó a la vida.

Existe también, por ejemplo, una marcada diferencia entre el tipo que se suele
calificar como “promiscuo” (que hace que el varón de actividad pasiva se asemeje
a la prostituta femenina) y el tipo “conservador”, que limita su vida homosexual a
mantener relaciones con una sola pareja o a tener contactos homosexuales dis-
cretos y limitados.

De todos modos, más adelante volveremos sobre el tema para preguntarnos cuál
es el significado de eso que manifestaciones de inversión tan disímiles parecen
tener en común; cuál es el sentido inconciente de eso que, más allá de los
desacuerdos, nos haya llevado a denominarlas con una misma palabra. Mi expec-
tativa (… y espero que no sea ilusoria) es tratar de comprender ese significado
para abocarme, después, a investigar el sentido de cada una de las distintas con-
ductas que observamos en la actividad homosexual.

12
La bisexualidad es una orientación sexual que se caracteriza por la atracción sexual, afectiva y
emocional hacia individuos de ambos sexos. Dentro de la tradición occidental, los primeros regis-
tros de naturaleza bisexual se remontan a la antigua Grecia pues, según dichos testimonios, este
tipo de relación se practicó incluyendo a la alta sociedad, como reyes o gobernadores de Grecia.
Aunque se haya observado gran variedad de formas en todas las sociedades humanas de las que
quedó registro escrito, parece que la bisexualidad sólo ha sido objeto de estudio serio desde la
segunda mitad del siglo XX.
El 23 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Bisexualidad que tiene por objetivo la
visibilidad de la comunidad bisexual, así como evitar la bifobia. Es una fecha poco conocida, inclu-
so dentro de la comunidad LGTB. (http://es.wikipedia.org/wiki/Bisexualidad)
13
Transexualidad es una situación que define la convicción por la cual una persona se identifica
con el sexo opuesto a su sexo biológico, por lo que desea tener un cuerpo acorde con su identidad
y vivir y ser aceptado como una persona del sexo al que siente pertenecer. La transexualidad es
característica por presentar una discordancia entre la identidad de género y el sexo biológico. En
el DSM V, publicado por la Asociación Psiquiátrica Americana, está definida como “disforia de gé-
nero” y no como trastorno de identidad de género. Una persona transexual es aquella que encuen-
tra que su identidad sexual está en conflicto con su sexo biológico y genético. El deseo de modifi-
car las características sexuales externas que no se corresponden con el género con el que se sien-
ten identificadas lleva a estas personas a pasar por un proceso llamado de transición para adaptar
su cuerpo al género al cual se sienten pertenecientes. A esto se le suele denominar operación de
"cambio de sexo" pero lo que se modifica no es el sexo sino la apariencia de sus genitales sexua-
les externos mediante una cirugía de reconstrucción genital y sus caracteres sexuales secundarios
mediante una terapia de reemplazo hormonal. (http://es.wikipedia.org/wiki/Transexualidad)

13
Pero, volviendo sobre las diferencias, podemos recordar también las distintas for-
mas en las que reparó Freud. Acerca de la conducta de los invertidos, es en Tres
ensayos de teoría sexual que decía (1905d) que se comportan de maneras total-
mente diferentes:

«a. Pueden ser invertidos absolutos, vale decir, su objeto, sexual tiene que ser
de su mismo sexo, mientras que el sexo opuesto nunca es para ellos objeto de
añoranza sexual, sino que los deja fríos y hasta les provoca repugnancia. Si se
trata de hombres, esta repugnancia los incapacita para ejecutar el acto sexual
normal, o no extraen ningún goce al ejecutarlo.

b. Pueden ser invertidos anfígenos (hermafroditas psicosexuales), vale decir, su


objeto sexual puede pertenecer tanto a su mismo sexo como al otro; la inversión
no tiene entonces el carácter de la exclusividad.

c. Pueden ser invertidos ocasionales, vale decir, bajo ciertas condiciones exte-
riores, entre las que descuellan la inaccesibilidad del objeto sexual normal y la imi-
tación, pueden tomar como objeto sexual a una persona del mismo sexo y sentir
satisfacción en el acto sexual con ella.

Los invertidos muestran, además, una conducta diversa en su juicio acerca de la


particularidad de su pulsión sexual. Algunos toman la inversión como algo natural,
tal como el normal considera la orientación de su libido, y defienden con energía
su igualdad de derechos respecto de los normales; otros se sublevan contra el
hecho de su inversión y la sienten como una compulsión patológica.

Otras variaciones atañen a las relaciones temporales. El rasgo de la inversión data


en el individuo desde siempre, hasta donde llega su recuerdo, o se le hizo notable
sólo en determinada época, antes o después de la pubertad. Este carácter puede
conservarse durante toda la vida, o bien desaparecer en algún momento, o bien
representar un episodio en la vía hacia el desarrollo normal; y aun puede exteriori-
zarse sólo más tarde en la vida, trascurrido un largo período de actividad sexual
normal. También se ha observado una fluctuación periódica entre el objeto normal
y el invertido. Particular interés presentan los casos en que la libido se altera en el
sentido de la inversión después que se tuvo una experiencia penosa con el objeto
sexual normal.

En general, estas diversas series de variaciones coexisten con independencia


unas de otras. En el caso de la forma más extrema tal vez pueda suponerse regu-
larmente que la inversión existió desde una época muy temprana y que la persona
se siente conforme con su peculiaridad» (págs. 124-125).

Finalmente, y tal como expresa, Freud estaba convencido de que «muchos auto-
res se negarían a reunir en una unidad los casos aquí enumerados y preferirían
destacar las diferencias entre estos grupos en vez de sus rasgos comunes, lo cual
guarda relación estrecha con la manera en que prefieren apreciar la inversión.
Ahora bien, por justificadas que estén las separaciones, no puede desconocerse
14
que se descubren en número abundante todos los grados intermedios, de suerte
que el establecimiento de series se impone en cierto modo por sí solo» (pág. 125).

Tras sus aclaraciones, Freud arribó a la conclusión de que sólo dos ideas queda-
ban en pie: «en la inversión interviene de algún modo una disposición bisexual,
sólo que no sabemos en qué consiste más allá de la conformación anatómica;
además, intervienen perturbaciones que afectan a la pulsión sexual en su desarro-
llo» (pág. 131).

En fin. Dos ideas que no allanan el camino mucho más allá del punto en que nos
encontrábamos en principio cuando expresábamos la impresión de que la inver-
sión pone de manifiesto un cierto estorbo en el desarrollo que apunta hacia la he-
terosexualidad. Todo hace pensar que tendremos que seguir profundizando si in-
tentamos circunscribir otros rasgos comunes que nos permitan esclarecer el signi-
ficado de la homosexualidad, el sentido de la inversión.

El deseo sexual y el objeto del sexo complementario

Años después, tratando el tema de la vida sexual de los seres humanos, Freud
(1916-17 [1915-17]) agrega que «cuidadosas indagaciones […] nos han hecho
conocer a grupos de individuos cuya “vida sexual” se aparta, de la manera más
llamativa, de la que es habitual en el promedio. Una parte de estos “perversos”
han borrado de su programa, por así decir, la diferencia entre los sexos. Sólo los
de su mismo sexo pueden excitar sus deseos sexuales; los otros, y sobre todo sus
partes sexuales, no constituyen para ellos objeto sexual alguno y, en los casos
extremos, les provocan repugnancia. Desde luego, han renunciado así a participar
en la reproducción. A estas personas las llamamos homosexuales o invertidos.
Muchas veces –no siempre– son hombres y mujeres por lo demás intachables, de
elevado desarrollo intelectual y ético, y aquejados sólo de esta fatal desviación»
(pág. 278).

Algo podemos agregar nosotros acerca de esta cuestión, y es que, dado que “la
anatomía es el destino”14, los invertidos no sólo han dejado de participar en la re-
producción sino que todo lleva a pensar que algo en ellos "pretende ignorar" la
función del órgano que les ha tocado en suerte; algo en ellos "pretende ignorar"
para qué sirven.

En la misma conferencia, y en un intento de sistematización frente a la compleji-


dad de la cuestión, Freud (1916-17 [1915-17]) continúa con su desarrollo sobre los
invertidos cuando dice que «estos perversos hacen con su objeto sexual más o
menos lo mismo que los normales con el suyo».

14
En “El sepultamiento del complejo de Edipo”, Freud (1924d) parafrasea una frase de Napoleón
(quien en conversación con Goethe expresó: “la política es destino) (pág. 185).

15
Este punto me mueve a expresar la opinión de que, si bien es cierto que la expre-
sión “más o menos” amplía el margen de semejanzas, en principio no parece que
las cosas sean así en todos aquellos individuos que mantienen un contacto homo-
sexual. Me parece que podría decirse que las cosas son más o menos así cuando,
se trata del varón que en el contacto homosexual asume el papel activo, o de la
mujer lesbiana que suele desempeñar el rol pasivo.

«Los invertidos –continúa diciendo Freud– pertenecen al grupo de perversos en


quienes se ha mudado el objeto sexual y no al de aquellos en quienes principal-
mente se alteró la meta sexual». Los homosexuales han renunciado «a la unión de
los dos genitales y en el acto sexual los sustituyen, con un compañero, por otra
parte o región del cuerpo; al hacerlo se sobreponen a la falta del dispositivo orgá-
nico y al impedimento del asco (Boca, ano en lugar de la vagina)» (págs. 278-
279).

Volviendo sobre la premisa de que “la anatomía es destino” nos preguntamos aho-
ra: ¿Cómo es que se despierta el deseo del contacto genital en la homosexuali-
dad? Si las cosas discurren de manera normal, para que se excite el deseo se ne-
cesita al objeto del sexo complementario, y sobre todo sus partes sexuales... esas
que pueden llegar a despertar repugnancia en el homosexual. ¿Es que ha sucedi-
do que, cómo dice Freud, "el homosexual ha renunciado a la unión de los dos ge-
nitales"?

Revisemos lo que piensan otros autores. Según Marmor «la definición de homo-
sexualidad tendría que involucrar la capacidad de excitación fuerte y espontánea
con un miembro del propio sexo, así como la heterosexualidad implica una capa-
cidad análoga respecto de los miembros del sexo opuesto. Por consiguiente –dice
Marmor– prefiero definir como homosexual clínico al sujeto que en su vida adulta
se siente motivado por una atracción erótica definida y preferencial hacia miem-
bros del mismo sexo, y que de modo habitual (pero no necesariamente) tiene rela-
ciones sexuales abiertas con ellos» (pág. 12).

Acerca del carácter definido y preferencial de la atracción erótica hacia personas


del mismo sexo también podemos recordar que Jacobson (1980) opina que «es en
extremo importante hacer notar que, principalmente, no estamos en realidad tra-
tando tanto las preferencias sexuales del paciente como la fijación de esas prefe-
rencias, la indelebilidad de sus primeros aprendizajes sexuales o su capacidad de
adaptación. […] Es esta fijación e incapacidad de readaptación lo que convierte la
conducta homosexual en homosexualidad.» (pág. 97)

Al tratamiento de esta cuestión Weizsaecker (2005 [1956]) aporta la afirmación de


que «en la naturaleza existe sólo una única forma de sexualidad. Esta concepción
se obtuvo especialmente de la observación en el tratamiento de los hombres ho-
mosexuales. Ya Freud había encontrado que todos los hombres viven en la infan-
cia y antes de la maduración de la sexualidad genital, o sea, en la pubertad, un
estado en el que son “perversos polimorfos”, es decir que no domina una prefe-
rencia decidida por el otro sexo. Luego la así llamada homosexualidad posterior
16
sólo es una fijación muy fuerte al mismo sexo, que persiste como infantilismo par-
cial o como regresión y que representa sólo una reliquia unilateralmente exagera-
da de un aspecto de ese primer tiempo primordial polimorfo. Este hecho se con-
firma siempre» (pág. 243).

Desde una posición de reclamo crítico, Sonia Soriano Rubio (1999) cita a Byne y
Parsons cuando proponen que «el interés de los científicos debiera ser llegar a
determinar el origen de la orientación sexual humana. Puesto que en todos los
casos es desconocido, continúan demostrando una preocupación mucho mayor
por el de la homosexualidad».

Sin embargo, creo que se puede proponer que, si partimos de conceptualizar que
“la anatomía es destino”, ya disponemos de una primera respuesta –tal vez, no del
todo completa– para el origen de la orientación sexual, y no solamente de la hu-
mana. Digo “no del todo completa” porque me parece que la propuesta deja toda-
vía interrogantes abiertos a la hora de comprender el por qué, el sentido, de la
orientación en el caso de la homosexualidad.

Si volvemos sobre la cita de Weizsaecker encontramos que, además de lo dicho,


plantea una cuestión que parece de la mayor importancia. Weizsaecker escribe
sobre lo que da en llamar “una reliquia unilateralmente exagerada”. Reafirma que
«algunas personas […] llaman la atención por su sexualización exagerada. Ya sea
que se trate de heterosexual u homosexual, del acento genital o erotizado en al-
guna parte del cuerpo de modo agenital, muestra positiva o negativamente una
hipersexualización. Ésa es entonces la disociación en sexo y Eros […] en donde
Eros evidentemente sale perdiendo» (pág. 243). Y en este punto parece interesan-
te reparar en unas palabras de Nietzsche: “el cristianismo dio a beber veneno a
Eros; no murió por ello, pero degeneró en vicio”.

Llegados hasta aquí creo que podríamos empezar a considerar, en principio, la


idea de que la inversión se presentaría cuando la corriente homosexual en lugar
de apartarse de la meta se exagera. Si fuera así, y tal como suele suceder con
toda exageración, se estaría poniendo en práctica el desplazamiento de una im-
portancia. Sería un desplazamiento defensivo, es decir un desplazamiento que
opera para evitar que una determinada importancia alcance la conciencia.

En ese supuesto caso, el desplazamiento de la importancia que recae sobre la


corriente homosexual coincidiría con el bloqueo del acceso a la satisfacción que
es dado experimentar en el contacto heterosexual; satisfacción que sólo se puede
ir alcanzando en la medida que se puedan ir superando las resistencias que en-
torpecen la prosecución del desarrollo normal.

Stekel (1922), refiriéndose a que una exageración puede comprenderse como el


encubrimiento de un conflicto que, a la vez que se vive como insoluble no se re-
signa, plantea que –tal como le ocurre a Don Juan, el hombre disipado, y a la me-

17
salina15–, «en su huida de la homosexualidad, el sujeto se arroja en una exagera-
da heterosexualidad […], pero que rara vez le proporciona una completa satisfac-
ción. El hombre disipado es siempre aquel que no ha podido hallar su verdadero
placer. Quien lo haya encontrado ha conocido también los valles de la libido, los
períodos de calma que brinda la sexualidad satisfecha. El que sólo lo ha hallado
en apariencias, pronto volverá a ser aguijoneado por los instintos insatisfechos, a
seguir buscándolo. Así como el acto involuntario del neurótico no puede tranquili-
zarlo definitivamente, por no ser más que un símbolo y un substituto de otro acto,
tampoco puede apaciguarlo por medio de un exceso heterosexual la homosexuali-
dad no resuelta que la heterosexualidad contiene» (págs. 224-225).

Más adelante el autor sugiere que, al revés, «los homosexuales muestran una lo-
cura amorosa mucho mayor que la de los heterosexuales. Rara vez se comprueba
en los heterosexuales el grado de frenesí amoroso que muestran los homosexua-
les. Es una huida hacia la homosexualidad, un sumergirse en aquella dirección
que debe interpretarse como intento de la psiquis para aniquilar todas las demás
posiciones en el torbellino de la gran pasión» (pág. 329).

¿La homosexualidad es, o no, una enfermedad?

El Dr. Joseph Nicolosi contó en una conferencia


que uno de sus pacientes homosexuales en
cierta oportunidad le había dicho: “Finalmente
me di cuenta. La buena noticia es que no tengo
un problema sexual, la mala noticia es que ten-
go problema con todo lo demás”16

Weizsaecker (2009 [1956]) también reflexiona acerca del hecho de que ni la tran-
quilidad de conciencia del médico, ni sus cargos de conciencia están predetermi-
nados en algún lugar. No se pueden deducir ni del código penal, ni de los dere-
chos humanos, ni tampoco de los diez mandamientos. Junto con el autor, nos pa-
rece acertado pensar que «cuando un médico tiene que decidir si debe interrumpir
un embarazo, si debe declarar insano a un delincuente, si debe exculpar a un ho-
mosexual, no habrá mandamiento expreso, ni código escrito, como tampoco leyes
de derecho humano reconocidas por todo el mundo, ni filosofía moral aceptada
por él mismo hasta el momento, que puedan dictarle la decisión final, relevándolo
de la plena responsabilidad en cuanto a la decisión que pretenda tomar» (pág.
274).

15
Mesalina llegó a ser la tercera esposa del emperador Claudio, a quien dio un hijo y una hi-
ja: Británico y Claudia Octavia. Fue célebre por su belleza y las constantes infidelidades a su espo-
so, el emperador, con miembros de la nobleza romana, así como con soldados, acto-
res, gladiadores y otros, como el orador Marco Vinicio, cónyuge de Julia Livia. Stekel sugiere que
es la homosexualidad latente lo que convierte a las mujeres en prostitutas.
16
http://www.youtube.com/watch?v=yY0jZ2Tql8U

18
Cuando uno va recorriendo la literatura que se ocupa del tema, rápidamente se
convence de que la principal controversia se presenta entorno de si la homosexua-
lidad es, o no, una enfermedad.

Como un ejemplo de esto, podemos leer en Sobre la homosexualidad (2007) que


los autores sostienen que «la pregunta tópica acerca de si la homosexualidad es
una enfermedad […] debe contestarse negativamente, porque primero las enfer-
medades en sí no existen (no tienen esencia ni sustancia, para decirlo en termino-
logía escolástica) y porque la homosexualidad consiste en un conjunto diverso de
conductas que se expresan en diversos individuos» (pág. 137). Mientras tanto,
una edición de la revista científica Archives of Sexual Behavior publicó el estudio
realizado por uno de los expertos en epidemiología psiquiátrica más reconocidos,
Robert L. Spitzer, «que a través de numerosos casos médicos demuestra que la
homosexualidad es una enfermedad y puede curarse. El estudio fue presenta-
do hace dos años en el Congreso de la Asociación Psiquiátrica Americana, luego
de que Spitzer se retractara de la postura que lo hizo impulsar en 1973 el retiro
de la homosexualidad de la lista de desórdenes psiquiátricos».17

Entre nosotros coincidimos, y nos parece fuera de toda discusión, que tanto la
homosexualidad coartada en su fin como la sublimada son normales. Y en cuanto
al impulso homosexual que se descarga de manera directa, ¿es siempre una en-
fermedad?

En lugar de empezar a reunir argumentos y arremangarse para entrar en la discu-


sión, prefiero optar por tratar de profundizar en los términos sobre los que se dis-
cute.

La Organización Mundial de la Salud define al vocablo “salud” expresando que es


«el estado de completo bienestar físico, mental y social; y no solamente la ausen-
cia de enfermedad». Sobre la palabra “enfermedad” dice que es la «alteración es-
tructural o funcional que afecta negativamente al estado de bienestar».

Para no ingresar en un nuevo galimatías sobre el que se debate sin un acuerdo


previo acerca de lo que se está hablando, citemos ahora sólo la opinión del DRAE
(1950) acerca del significado de la palabra “enfermedad”. Proviene del latín infir-
mĭtas, -ātis y quiere decir: 1 - Alteración más o menos grave de la salud; 2 - Pasión
dañosa o alteración en lo moral o espiritual; 3 - Anormalidad dañosa en el funcio-
namiento de una institución, colectividad, etc.18

17
https://www.aciprensa.com/noticias/estudio-demuestra-que-homosexualidad-es-enfermedad-y-
puede-curarse/
18
Vinculando, tal como también lo hace Chiozza entre nosotros, lo que llamamos “salud” y lo que
llamamos “moral”, Weizsaecker (2009 [1956]) opina que «pensar que la mayoría de los seres hu-
manos somos sanos la mayor parte de nuestra vida y que sólo nos enfermamos de vez en cuando
es una idea, por desgracia, por completo desacertada. Resulta tan falsa como lo sería creer que la
mayor parte de la vida social y política se desarrolla de un modo impecable en lo que respecta al
aspecto moral y jurídico, y que sólo de vez en cuando hay injusticias, que luego, nuevamente en la
mayoría de los casos, se perciben, se analizan y se sancionan con posterioridad». Más adelante

19
Dado que, como sabemos, la presencia de la corriente homosexual es normal en
una etapa del desarrollo tánato-libidinoso –corriente que luego, a la hora de des-
cargarse en la actividad genital, se espera que se transmute en heterosexual– se
me ocurrió que, dada su permanencia indebida y persistente, convendría exami-
nar, también, el término “vicio”.

En principio Corominas (1983) nos remite a la expresión «“avezar”, ‘acostumbrar’,


derivada del antiguo bezo, ‘costumbre’, y este del latín vĭtĭum, ‘defecto’, ‘falta’, ‘vi-
cio’». El DRAE (1950), por su parte, consigna que la palabra “vicio” significa, entre
otras acepciones: 1 - Falta de rectitud o defecto moral en las acciones’; 2 - Hábito
de obrar mal; 3 - Defecto o exceso que como propiedad o costumbre tienen algu-
nas personas, o que es común a una colectividad; 4 - Gusto especial o demasiado
apetito de algo, que incita a usarlo frecuentemente y con exceso; 5 - Licencia o
libertad excesiva en la crianza.

A partir de lo que venimos desarrollando, creo que tanto la idea de “hábito de


obrar mal” como la de “exceso” nos habilitan, en principio, para una cierta hipóte-
sis. Si imaginamos a los términos “enfermedad” y “vicio” como si fueran dos círcu-
los que comparten sólo una pequeña porción de su área al tiempo que se diferen-
cian en el resto de su superficie, me parece que la palabra “vicio” nos prestaría un
mejor servicio para la investigación del tema que nos ocupa. Y me parece eso
porque entiendo que facilitaría las cosas conceptualizar a la homosexualidad como
un hábito que debiendo resignarse en una determinada etapa de la vida, sustituir-
se por el de la heterosexualidad, se mantiene parcial o totalmente inmodificado a
la vez que exacerbado.

Si entendemos que las cosas ocurren de ese modo, podemos decir que, dado que
se trata de un hábito que ha dejado de encaminar una acción que resulte en una
eficacia suficiente, la homosexualidad no es más que la insistencia pertinaz en una
manera de obrar anacrónica que, más allá de una cuota de placer efímero, termina
dejando un remanente importante de insatisfacción; remanente que suele mante-
nerse inconciente: se trataría de un repetir para no recordar.

Como ya sabemos, Freud (1914g) sostiene «que el analizado no recuerda, en ge-


neral, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como
recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace.

Por ejemplo: El analizado no refiere acordarse de haber sido desafiante e incrédu-


lo frente a la autoridad de los padres; en cambio, se comporta de esa manera fren-
te al médico. No recuerda haberse quedado atascado, presa de desconcierto y
desamparo, en su investigación sexual infantil, pero presenta una acumulación de
sueños confusos, se lamenta de que nada le sale bien y, proclama, es su destino
no acabar nunca ninguna empresa» (pág. 152). Agrega más adelante que «por

agrega que la enfermedad es «un concepto que de ningún modo se puede definir, sino que, a tra-
vés del cual, más bien se hacen posibles algunas definiciones» (pág. 19).

20
eso tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compul-
sión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la rela-
ción personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simul-
táneos de su vida» (pág. 153).

Finalmente, Freud concluye que «el analizado repite en vez de recordar, y repite
bajo las condiciones de la resistencia; ahora estamos autorizados a preguntar:
¿Qué repite o actúa, en verdad? He aquí la respuesta: Repite todo cuanto desde
las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus in-
hibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter» (pág. 153).

También Chiozza (1995O) se refiere al punto cuando dice que «el yo se constituye
como un conjunto de juicios preformados, heredados y adquiridos, que funcionan
como procedimientos efectivos (algoritmos) inconcientes, a los cuales solemos
llamar hábitos o automatismos inconcientes» (pág. 213). Ya antes había afirmado
(Chiozza, L., 1995I [1994]) que «la resistencia del ello, la compulsión a la repeti-
ción, equivale a lo que, desde otro punto de vista, llamamos “hábito” y, cuando es
perjudicial, “vicio” o, también, “adicción”. Las adicciones no sólo ocurren con algu-
nas sustancias tóxicas, pueden ocurrir con los fármacos, con la comida, con los
amigos, con los lugares en donde vivimos, ya que, en realidad, constituyen mani-
festaciones de la compulsión a la repetición y, más allá de cuáles sean sus últimas
consecuencias, producen placer» (pág. 212).

El vicio es un hábito extraviado. Y esto creo que nos ayudaría a comprender, al


menos en cierto modo, a la inversión como un hábito inoportuno y desubicado,
como uno de los vicios de un individuo, un modo de ser que no está en función de
su destino.

Aristóteles (s/f) afirmaba que «algunos hábitos son virtudes, otros vicios […]: la
virtud es una cierta perfección (porque de lo que adquiere su propia virtud decimos
que es perfecto en cada caso, en el sentido de que es máximamente conforme a
su propia naturaleza, por ejemplo hablamos de un círculo perfecto cuando es má-
ximamente círculo, cuando es óptimo), mientras que el vicio es una destrucción y
un extravío».

Para esclarecer las palabras de Aristóteles que siguen, su traductor aclara que, en
su interpretación, el término areté significa “virtud” y la palabra héxis, “disposición”.
«Sea como fuera, –dice Aristóteles– la idea de aretê supone una visión teleológica
de las cosas, según la cual algo (o alguien) tiene una héxis «virtuosa» si está
constituido de tal manera que su modo de ser es estar en función de su fin propio.
Se habla entonces no sólo de areté del hombre, sino también de la de los anima-
les, las plantas, y hasta de los utensilios y medicamentos. En cuanto a la aretê
como te-leíôsis, es perfección, acabamiento, compleción. El vicio, en cambio, es
éxtasis, un salirse de, un alejarse de propio fin, un extravío» (pág. 252).

Podría argumentarse que si pensáramos que la homosexualidad es un tipo de


perversión, y sostuviéramos el criterio de que toda perversión es una enfermedad,
21
inevitablemente llegaríamos a concluir que la homosexualidad es una enfermedad.
Sin embargo, al referirse a la utilización abusiva que a veces se hace del término
“perversión”19, Freud (1905d) nos dice que «si las circunstancias lo favorecen,
también la persona normal puede remplazar durante todo un período la meta se-
xual normal por una perversión de esta clase o hacerle un sitio junto a aquella. En
ninguna persona sana faltará algún complemento de la meta sexual normal que
podría llamarse perverso, y esta universalidad basta por sí sola para mostrar cuán
inadecuado es usar reprobatoriamente el nombre de perversión. En el campo de la
vida sexual, justamente, se tropieza con dificultades particulares, en verdad inso-
lubles por ahora, si se pretende trazar un límite tajante entre lo que es mera varia-
ción dentro de la amplitud fisiológica y los síntomas patológicos» (pág. 146).

Más adelante, cuando procura establecer mayores precisiones acerca del concep-
to de “perversión”, Freud agrega que «en la mayoría de los casos podemos encon-
trar en la perversión un carácter patológico, no por el contenido de la nueva meta
sexual, sino por su proporción respecto de lo normal. Si la perversión no se pre-
senta junto a lo normal (meta sexual y objeto) cuando circunstancias favorables la
promueven y otras desfavorables impiden lo normal, sino que suplanta y sustituye
a lo normal en todas las circunstancias, consideramos legítimo casi siempre juz-
garla como un síntoma patológico; vemos este último, por tanto, en la exclusividad
y en la fijación de la perversión» (pág. 146).

Volviendo sobre lo que decíamos páginas atrás, echando mano de la metáfora de


los dos círculos, “no todo vicio puede ser considerado como una enfermedad”. De
todos modos, vale la pena tener en cuenta que es el grado en que cada uno de los
vicios que forman parte de nuestro carácter y comprometen nuestra vida lo que
determina el grado de deterioro que vamos a terminar sufriendo. Si las virtudes
predisponen bien para las dificultades naturales de la vida, los vicios suelen dejar-
nos mal parados frente a las desventuras.

Con esto quiero decir que, aunque utilicemos la palabra “homosexualidad” para
referirnos a muy distintas manifestaciones de la inversión, no podemos poner en
una misma caja a todos los cuadros con que se presenta, ni pensar que el grado
de deterioro en todos los casos habrá de ser el mismo. Seguramente ni el grado
de deterioro, ni la gravedad, ni las posibilidades terapéuticas habrán de ser las
mismas en cada uno de los cuadros.

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Creo que es interesante reparar en que acerca de la palabra “perversión” Corominas (1983)
explica que está formada por la raíz “verter” (derramar o vaciar líquidos, y también cosas menu-
das, como sal, harina, etc.) y el prefijo “per-”, que según el DRAE denota “intensidad o totalidad”,
como en “pertinaz, pervivir, perfecto”, y también a veces significa “mal”, como en “perjurar, perver-
tir”. Claro que, como es fácil comprender, aunque parezca que excesivo y nocivo apuntan aquí a
dos sentidos distintos, en realidad ocurre que todo funciona de manera saludable y adecuada
cuando transcurre en su justa mesura. Habitualmente los excesos terminan produciendo daños.

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Síntesis
Dado que la presencia de la corriente homosexual es normal en una etapa del
desarrollo tánato-libidinoso, en el trabajo me ocupo de quienes en un momento de
la vida en el que ya se espera que el ejercicio de su genitalidad alcance la hetero-
sexualidad, y sin impedimentos para hacerlo, continúan aferrados a llevarla a cabo
con individuos del mismo sexo.

Entiendo que el ejercicio activo de la homosexualidad revela una cierta inhibición


en el desarrollo de un individuo, un cierto estorbo en el desarrollo encaminado ha-
cia la heterosexualidad, y no, como solemos escuchar, una elección surgida de
gustos personales; una idea que, además de equivocada, colabora en agravar la
situación porque impide al homosexual acceder a un tratamiento.

Hay quienes sostienen que las perversiones proliferan cuando se desmorona una
civilización y mientras ocurre el reemplazo del antiguo orden por el nuevo. Se cree
que en tales ocasiones se incrementa en el hombre el deseo por lo nuevo y des-
conocido, por lo que es poco común y frecuentemente anormal.

Me parece discutible que el motivo de la neurosis del homosexual sea la represión


de la heterosexualidad. Me inclino a pensar que el impedimento para acceder a la
heterosexualidad está enraizado en un conflicto neurótico en el que, a su vez, se
apuntalaría la misma neurosis del homosexual. La hipótesis plausible a seguir ex-
plorando es la de que la actividad homosexual “hablaría” de un esfuerzo para evi-
tar el sentimiento de exclusión.

Apoyado en la afirmación de Chiozza acerca de que la verdadera y primigenia


función del sexo no consiste en la reproducción sino en el intercambio genético
que surge de una fusión entre dos seres vivos, pienso que la inversión no es una
conducta que pueda considerarse, lisa y llanamente, como normal. Creo que se
trata de una conducta que, en principio, rechaza la mezcla y sólo aspira a que la
genitalidad –y la sexualidad que la motiva– tenga como finalidad su satisfacción
directa. Un motivo insuficiente que suele impedir el despliegue de algunas de las
posibilidades que ofrece cada vida.

Me pregunto cómo es que se despierta el deseo del contacto genital en la homo-


sexualidad. ¿Es que ha sucedido que, como dice Freud, "el homosexual ha renun-
ciado a la unión de los dos genitales"? Dado que “la anatomía es el destino”, los
invertidos no sólo dejan de participar en la reproducción sino que todo lleva a pen-
sar que algo en ellos "pretende ignorar" la función del órgano que les "ha tocado"
en suerte; algo en ellos "pretende ignorar" para qué sirven.

A partir del punto importante que nos acerca Freud cuando habla de que algunas
personas llaman la atención por su sexualización exagerada, planteo la idea de
que toda inversión habría de presentarse cuando la corriente homosexual en lugar
de apartarse de la meta se exagera. Claro que, como suele suceder con toda exa-
geración, se estaría poniendo en práctica el desplazamiento de una importancia.
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Sería un desplazamiento defensivo, es decir un desplazamiento que opera para
evitar que una determinada importancia alcance la conciencia. En el caso al que
nos referimos, el desplazamiento de la importancia que recae sobre la corriente
homosexual coincidiría con el bloqueo del acceso a la satisfacción en el contacto
heterosexual, satisfacción que sólo se puede ir alcanzando en la medida que se
van superando las resistencias que dificultan la prosecución del desarrollo normal.

Creo que a la hipótesis de exageración y desplazamiento podemos agregarle la


idea de que, para la investigación del tema que nos ocupa, el calificativo de “vicio”
se adecua mejor que el de “enfermedad”. Entiendo que se puede conceptualizar a
la homosexualidad como un hábito que debiendo resignarse en una determinada
etapa de la vida, sustituirse por el de la heterosexualidad, se mantiene parcial o
totalmente inmodificado. Si las cosas ocurrieran así podemos decir que, dado que
se trata de un hábito que ha dejado de encaminar una acción que resulte en una
eficacia suficiente, la homosexualidad no es más que la insistencia pertinaz en una
manera de obrar anacrónica que, más allá de una cuota de placer efímero, termina
dejando un remanente importante de insatisfacción; remanente que suele mante-
nerse inconciente: Un repetir para no recordar.

El vicio es un hábito extraviado. Y esto creo que nos ayudaría a comprender, en


cierto modo al menos, a la inversión como un hábito inoportuno y desubicado, co-
mo un modo de ser que no está en función de su destino.

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