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Acerca de La Homosexualidad - 28.11.14
Acerca de La Homosexualidad - 28.11.14
Eduardo Dayen
1
¿Qué significa el término “homosexualidad”?
Alain1
En fin, valga como un ejemplo escueto para mostrar, desde un principio, que nos
acercamos a uno de esos temas que se caracterizan por las imprecisiones, la am-
bigüedad y, no pocas veces, las descripciones contradictorias.
Naturalmente, también nosotros –más allá de darnos cuenta, o no– solemos que-
dar enredados en la confusión. Lo más habitual es que puestos a conversar sobre
el tema de la homosexualidad nos parezca que sabemos muy bien de qué esta-
mos hablando; y mantenemos esa impresión siempre que no surja la necesidad de
precisar los términos. Aristóteles sostenía que “una definición es una frase que
significa la esencia de una cosa”. Basta con ponerse un poco estricto para darse
cuenta de que ese tipo de “frase” a la que se refiere Aristóteles brilla por su au-
sencia en los trabajos que se refieren al punto del que nos ocupamos ahora. En su
lugar nos encontramos con un galimatías que más bien parece expresar el propó-
sito de mantener ocultos los desacuerdos en los que estamos envueltos.
1
Alain, pseudónimo de Émile Auguste Chartier. Fue un filósofo, periodista y profesor francés, naci-
do en 1868 y fallecido en 1951.
2
que el término haya adquirido tanta sobredimensión emocional. Muchos jóvenes y
adolescentes que están pasando momentos difíciles en el proceso de separación
de mamá, y que han descubierto tal vez una leve falta de confianza en sus novias,
comienzan a torturarse con temores por la homosexualidad» (pág. 98).
2
Refiriéndose a Alfred Kinsey, el Dr. Joseph Nicolosi comentó en su conferencia que uno de “los
cuatro mitos gay promovidos en nuestra cultura” sostiene que el 10% de la población es homose-
xual. Nicolosi afirma que ese mito fue promovido por Kinsey en la década de 1950 y que ha sido
repetido como una mentira por más de 60 años. Agrega que «Kinsey era homosexual, de hecho
era un homosexual masoquista. En una reciente biografía habla de cómo recibía placer sexual al
sentir dolor. Y este era el gran “experto” en los 50’s enseñando a América acerca de la sexuali-
dad». (http://www.youtube.com/watch?v=yY0jZ2Tql8U)
3
Organizaciones tales como la Asociación Médica Norteamericana (American Medical Associa-
tion), la Asociación Norteamericana de Consejería (American Counseling Association), la Asocia-
ción Nacional de Trabajadores Sociales (National Association of Social Workers), la Academia
3
Y esto no es todo. A lo actuado, últimamente se agregó que diversas organizacio-
nes profesionales, entre ellas la Asociación Psicológica Norteamericana, ha deci-
dido considerar que los intentos de modificar las conductas homosexuales no
son procedimientos profesionalmente éticos. Estiman que tales intentos no
han producido resultados clínicos satisfactorios, y que, según esgrimen, el concep-
to de funcionalidad conductual4 se ha desarrollado a favor de las personas fren-
te a la coerción social.5
No cabe duda de que nos encontramos frente a una encarnizada lucha de opinio-
nes en la que tanto el rechazo como la adhesión, extremos y ofuscados, interfieren
la posibilidad de un diálogo. Por el momento, tampoco resulta fácil esclarecer los
motivos de la discrepancia y qué es lo que la atiza.
Un punto de partida
En un trabajo que presenté hace años (DAYEN, E., 2006), expresaba una postura
que por ahora me sigue convenciendo. Creo que vale la pena abordar el tema de
la homosexualidad porque, en principio, entiendo que se trata de una cuestión que
revela una cierta inhibición en el desarrollo de un individuo y no, como solemos
escuchar, una elección surgida de gustos personales. Esta última manera de con-
cebir las cosas, a mi modo de ver, no sólo está descaminada sino que muchas
veces agrava la situación al dejar sin la posibilidad de un tratamiento al homose-
xual que soporta dificultades y padecimientos inútiles; dificultades y padecimientos
que termina atribuyendo a otros motivos.
4
cuidad, a las pseudolibertades, a la guerra de los sexos que niega la diferencia de
roles. Los movimientos en defensa de la homosexualidad, por su parte, apelan al
derecho de la “libre elección”, mientras se reafirman en un consenso que, como
hemos dicho, exalta reactivamente la tolerancia como alternativa ante la crisis de
valores» (pág. 238).
No cabe duda de que es así. Claro que no conviene pasar por alto el hecho de
que, paradójicamente, la “permisividad consensual” también ejerce coerción sobre
las personas. Y la cuestión no pasa por hacer desaparecer la coerción social. La
libertad no implica ausencia de coerción. Se trata de procurar que la moral desde
la que se ejerce la coerción sea –parafraseando a Chiozza– más tolerante, menos
cruel, que disminuya su carácter punitivo o arbitrariamente prohibitivo y que au-
mente su capacidad de proteger a las personas.
Hasta acá me limito, entonces, a comenzar planteando sólo la idea de que la in-
versión pone de manifiesto un cierto estorbo en el desarrollo encaminado hacia la
heterosexualidad.
Volviendo sobre la idea de “una cierta inhibición en el desarrollo”, tal vez valga la
pena aclarar de que no hay duda de que cualquiera que padezca un trastorno tie-
5
ne derecho a ser respetado y ayudado en la medida de lo posible. Pero creo que
también conviene subrayar que considerar al comportamiento homosexual como
normal no quiere decir que respetemos a quien lo ejerce, ni que le estemos brin-
dando la ayuda que necesita. Cuando disimulamos un vicio, contribuimos a con-
vertirlo en una moda que más tarde será costumbre.
Chiozza (2013), por su parte, cita a Margulis y Sagan haciéndonos conocer que
esos autores «han llegado a sostener que algunas de las características que im-
pregnan a la sexualidad humana en nuestra época –tales como el aumento de la
promiscuidad y la homosexualidad, o la disminución del deseo genital y del tiempo
dedicado al cortejo– pueden interpretarse como productos de una tendencia hacia
la disminución de la natalidad frente al aumento de una población humana que
amenaza el equilibrio del ecosistema. Su planteo sugiere que en el futuro la hu-
manidad tal vez ejercerá la actividad genital con una motivación mucho menos
intensa, o que quizá la evolución conduzca a que, como ocurre con las hormigas y
6
Teósofa seguidora de Djwhal Khul, Maestro Tibetano: El sexo (www.librosdeltibetano.8m.com)
6
las abejas, no todos los seres humanos conserven su actividad reproductiva»
(pág. 92).
7
En: http://www.arbil.org/arbil127.htm
7
disímil para unirlo, sino que el ser encerrado en sí, sólo une lo mismo con lo mis-
mo, incapacitado de saltar a lo diverso» (págs. 26-27).
Hemos sostenido repetidamente que la vida de uno es demasiado poco como para
que uno le dedique –a esa vida que es de uno– su vida por entero, y cuando nos
contemplamos desde el ángulo constituido por la sexualidad, ese pensamiento se
refuerza. También allí nos encontramos con que, si el sentido que la sexualidad
otorga a la vida sólo fuera el que proviene de su satisfacción directa, sería un mo-
tivo insuficiente y pobre. Porque en la red –rica y compleja– que nos mantiene vi-
vos, vivimos “cableados” con las personas que son “copropietarias” del entorno
afectivo que consideramos nuestro» (págs. 93-94).
8
De la bisexualidad a la promiscuidad
Todos se presentan a sí mismos como sanos. ¡Con cuanta frecuencia oímos decir
eso mismo a psicópatas graves! No tienen conciencia de su enfermedad, hecho
característico de los homosexuales. Desean considerar su estado como normal.
Quieren ser sanos, y sólo en muy raros casos anhelan cambiar, y en general recu-
rren al médico sólo cuando la ley del castigo los pone en conflicto y se encuentran
en peligro. […] Aquellos que luchan contra sus impulsos, que menosprecian su
situación o sólo tienen dudas, constituyen una pequeña minoría, inferior al 20%.
Otros autores se han ocupado de este mismo tema, entre los cuales podemos
destacar a Rado, quien discurre acerca de la existencia real en el hombre de las
características constitucionales hermafroditas repetidamente señaladas.
9
te que se manifiesta en las fantasías bisexuales o hermafroditas. Podemos suscri-
bir aquí las palabras de Nunberg (1931): “Suceda lo que suceda, en la fantasía el
hombre es un ser bisexual”» (pág. 152).
Stekel (1922) vuelve sobre la cuestión para remarcar que «originariamente el ins-
tinto del homosexual no se dirige exclusivamente hacia el mismo sexo. El homo-
sexual, en un principio, también es bisexual. Pero, luego reprime su heterosexuali-
dad, así como el heterosexual debe reprimir su homosexualidad […]. La monose-
xualidad no es lo normal. La naturaleza nos ha hecho bisexuales y exige que pro-
cedamos como tales. El heterosexual puro es siempre, en cierto sentido un neuró-
tico, es decir que la represión del componente homosexual origina una predisposi-
ción a la neurosis, es ya una partícula de neurosis, que no falta en ningún sujeto
normal. La psicología de la paranoia, cuya exploración debemos agradecer al ge-
nio de Freud, nos muestra el punto extremo del mecanismo de represión en un
sentido, tal como lo revela el homosexual en el sentido contrario.
En Las cosas de la vida (2005a) nos explica la idea que más lo convence acerca
de la historia que se oculta en la homosexualidad manifiesta. Dice que «podemos
comprender que el incremento de las tendencias homosexuales surja muchas ve-
ces con la fuerza de un silogismo irrefutable. Si un niño, sintiéndose excluido de la
pareja que forman sus padres, siente la necesidad de separarlos para establecer
un vínculo exclusivo con uno de los dos, cuando tema predominantemente ser
derrotado por el progenitor del mismo sexo sentirá la tentación de unirse con él,
rivalizando con el otro, heterosexual, que teme menos» (pág. 24).
8
Según el DRAE (1950), el término “degenerado” se le aplica a la persona «de condición mental y
moral anormal o depravada, acompañada por lo común de peculiares estigmas físicos».
9
Presentación realizada en el marco del ciclo “Cine y psicoanálisis”, el día 5 de mayo de 2006 en
la Fundación Luis Chiozza. La introducción estuvo a cargo de la Lic. Mirta F. de Dayen.
10
ría” del esfuerzo para evitar un sentimiento de exclusión. 10 Si por ejemplo pensa-
mos en el invertido masculino, el individuo pasa a unirse con el hombre (padre) y
quien resulta excluida es la mujer (madre). Se interpone para romper una pareja
pero no se dirige luego a formar otra que implique una mezcla y abra la posibilidad
de fructificar en un hijo.11
Creo que una primera conclusión que podemos extraer del recorrido hecho hasta
aquí es que la inversión no es una conducta que pueda considerarse, lisa y llana-
mente, como normal. Podemos pensar, en principio, que se trata de una conducta
que, nacida de un sentimiento de exclusión, rechaza la mezcla y sólo aspira a que
la genitalidad –y la sexualidad que la motiva– tenga como finalidad, insuficiente y
pobre, su satisfacción directa, es decir esa satisfacción que caracterizamos sólo
por el orgasmo y en la que no interviene todo lo desarrollado para alcanzar la ma-
durez genital.
Cabe subrayar que algunas de las características en las que suele incurrir la pro-
miscuidad, tales como la ausencia de cortejo y la búsqueda de relaciones cortas y
fáciles (que exentas de responsabilidad y de cuidado prefieren ignorar los datos
10
Mientras que a través de la alteración de su actividad genital el invertido procura evitar el senti-
miento de exclusión, sin querer, vuelve a caer en él. Socialmente se siente excluido y reclama,
siempre infructuosamente, su inclusión.
11
Una cuestión que invita a que, más adelante, agreguemos a nuestra exploración el tema de la
masturbación. «La masturbación se llama también onanismo debido a una interpretación errónea
ocurrida en el siglo XVIII de la historia del "pecado de Onán", narrada en la Biblia. Onán fue un
personaje bíblico cuyo hermano murió sin dejar descendencia. En esa época, la ley mosaica esta-
blecía que el hermano sobreviviente debía casarse con la viuda para darle hijos. Onán cumplió con
la ley sólo formalmente: se casó con la viuda, pero como no quería tener hijos, practicaba el coitus
interruptus, esto es, eyaculaba fuera de la vagina de su mujer, por lo que Dios lo castigó con la
muerte: "[...] si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descenden-
cia a su hermano. Pareció mal a Yahvéh lo que hacía y le hizo morir también a él" (Gén 38, 9-10).
En 1710, un médico inglés de apellido Becker decidió apoyar la prédica eclesiástica contra las acti-
vidades sexuales no dirigidas a la reproducción, como la masturbación, y publicó un libro titulado
Onania y el pecado atroz de la autocomplacencia. Medio siglo más tarde, el médico suizo Tissot
publicó un tratado sobre los supuestos trastornos causados por la masturbación, bajo el nombre de
El onanismo, en el que afirmaba que este hábito era “la más mortífera y siniestra de las prácticas
sexuales”. A partir de entonces la masturbación llevaría, injustificadamente, el nombre de Onán,
cuyo pecado había sido otro». (http://www.elcastellano.org/)
11
personales), nos permiten condenarla en la medida en que constituye una conduc-
ta proclive a deteriorar la genitalidad.
Los desenlaces negativos hacia los cuales la promiscuidad, entendida como con-
tactos íntimos múltiples, “superficiales” e indiscriminados, conduce, no deben ha-
cernos olvidar que, en rigor de verdad, la palabra “pro-miscuo” es, en sus oríge-
nes, un cultismo que designa a lo que tiende (es proclive o se inclina) a la mezcla
o al intercambio mutuo. Reparemos en que […] esa es precisamente la función
esencial que, más allá de la reproducción, define al sexo. Es forzoso concluir, en-
tonces, en que, junto a una promiscuidad destructiva, que empobrece y deteriora
la vida, debe existir otra que la enriquece determinando que evolucione hacia sus
formas más complejas. Necesitamos, pues, poder discernir entre una y otra»
(págs. 115-116).
Ramón Florenzano (2007), por ejemplo, al encarar la cuestión sugiere pensar que
«no hay una homosexualidad, sino homosexualidades. Lo anterior no implica que
la conducta homosexual no pueda ser estudiada y medida, que no se puedan es-
tablecer sus antecedentes, sean biológico-genéticos o propios de la crianza y
desarrollo infantiles, ni sus consecuencias para la salud individual o para el cuerpo
social. Lo anterior tampoco implica que como condiciones humanas no puedan ser
cambiadas, o sea, cerrarse a la tratabilidad de algunas formas de homosexuali-
dad» (pág. 137).
Ahora, si nos disponemos a revisar las diferencias, la primera que salta a la vista
es la que puede establecerse entre la homosexualidad masculina y la femenina.
Una segunda diferencia se presenta, por ejemplo, en que una mujer lesbiana
12
asuma el rol pasivo o el activo en los contactos homosexuales que mantiene. Y lo
mismo en el caso de los varones homosexuales.
Existe también, por ejemplo, una marcada diferencia entre el tipo que se suele
calificar como “promiscuo” (que hace que el varón de actividad pasiva se asemeje
a la prostituta femenina) y el tipo “conservador”, que limita su vida homosexual a
mantener relaciones con una sola pareja o a tener contactos homosexuales dis-
cretos y limitados.
De todos modos, más adelante volveremos sobre el tema para preguntarnos cuál
es el significado de eso que manifestaciones de inversión tan disímiles parecen
tener en común; cuál es el sentido inconciente de eso que, más allá de los
desacuerdos, nos haya llevado a denominarlas con una misma palabra. Mi expec-
tativa (… y espero que no sea ilusoria) es tratar de comprender ese significado
para abocarme, después, a investigar el sentido de cada una de las distintas con-
ductas que observamos en la actividad homosexual.
12
La bisexualidad es una orientación sexual que se caracteriza por la atracción sexual, afectiva y
emocional hacia individuos de ambos sexos. Dentro de la tradición occidental, los primeros regis-
tros de naturaleza bisexual se remontan a la antigua Grecia pues, según dichos testimonios, este
tipo de relación se practicó incluyendo a la alta sociedad, como reyes o gobernadores de Grecia.
Aunque se haya observado gran variedad de formas en todas las sociedades humanas de las que
quedó registro escrito, parece que la bisexualidad sólo ha sido objeto de estudio serio desde la
segunda mitad del siglo XX.
El 23 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Bisexualidad que tiene por objetivo la
visibilidad de la comunidad bisexual, así como evitar la bifobia. Es una fecha poco conocida, inclu-
so dentro de la comunidad LGTB. (http://es.wikipedia.org/wiki/Bisexualidad)
13
Transexualidad es una situación que define la convicción por la cual una persona se identifica
con el sexo opuesto a su sexo biológico, por lo que desea tener un cuerpo acorde con su identidad
y vivir y ser aceptado como una persona del sexo al que siente pertenecer. La transexualidad es
característica por presentar una discordancia entre la identidad de género y el sexo biológico. En
el DSM V, publicado por la Asociación Psiquiátrica Americana, está definida como “disforia de gé-
nero” y no como trastorno de identidad de género. Una persona transexual es aquella que encuen-
tra que su identidad sexual está en conflicto con su sexo biológico y genético. El deseo de modifi-
car las características sexuales externas que no se corresponden con el género con el que se sien-
ten identificadas lleva a estas personas a pasar por un proceso llamado de transición para adaptar
su cuerpo al género al cual se sienten pertenecientes. A esto se le suele denominar operación de
"cambio de sexo" pero lo que se modifica no es el sexo sino la apariencia de sus genitales sexua-
les externos mediante una cirugía de reconstrucción genital y sus caracteres sexuales secundarios
mediante una terapia de reemplazo hormonal. (http://es.wikipedia.org/wiki/Transexualidad)
13
Pero, volviendo sobre las diferencias, podemos recordar también las distintas for-
mas en las que reparó Freud. Acerca de la conducta de los invertidos, es en Tres
ensayos de teoría sexual que decía (1905d) que se comportan de maneras total-
mente diferentes:
«a. Pueden ser invertidos absolutos, vale decir, su objeto, sexual tiene que ser
de su mismo sexo, mientras que el sexo opuesto nunca es para ellos objeto de
añoranza sexual, sino que los deja fríos y hasta les provoca repugnancia. Si se
trata de hombres, esta repugnancia los incapacita para ejecutar el acto sexual
normal, o no extraen ningún goce al ejecutarlo.
c. Pueden ser invertidos ocasionales, vale decir, bajo ciertas condiciones exte-
riores, entre las que descuellan la inaccesibilidad del objeto sexual normal y la imi-
tación, pueden tomar como objeto sexual a una persona del mismo sexo y sentir
satisfacción en el acto sexual con ella.
Finalmente, y tal como expresa, Freud estaba convencido de que «muchos auto-
res se negarían a reunir en una unidad los casos aquí enumerados y preferirían
destacar las diferencias entre estos grupos en vez de sus rasgos comunes, lo cual
guarda relación estrecha con la manera en que prefieren apreciar la inversión.
Ahora bien, por justificadas que estén las separaciones, no puede desconocerse
14
que se descubren en número abundante todos los grados intermedios, de suerte
que el establecimiento de series se impone en cierto modo por sí solo» (pág. 125).
Tras sus aclaraciones, Freud arribó a la conclusión de que sólo dos ideas queda-
ban en pie: «en la inversión interviene de algún modo una disposición bisexual,
sólo que no sabemos en qué consiste más allá de la conformación anatómica;
además, intervienen perturbaciones que afectan a la pulsión sexual en su desarro-
llo» (pág. 131).
En fin. Dos ideas que no allanan el camino mucho más allá del punto en que nos
encontrábamos en principio cuando expresábamos la impresión de que la inver-
sión pone de manifiesto un cierto estorbo en el desarrollo que apunta hacia la he-
terosexualidad. Todo hace pensar que tendremos que seguir profundizando si in-
tentamos circunscribir otros rasgos comunes que nos permitan esclarecer el signi-
ficado de la homosexualidad, el sentido de la inversión.
Años después, tratando el tema de la vida sexual de los seres humanos, Freud
(1916-17 [1915-17]) agrega que «cuidadosas indagaciones […] nos han hecho
conocer a grupos de individuos cuya “vida sexual” se aparta, de la manera más
llamativa, de la que es habitual en el promedio. Una parte de estos “perversos”
han borrado de su programa, por así decir, la diferencia entre los sexos. Sólo los
de su mismo sexo pueden excitar sus deseos sexuales; los otros, y sobre todo sus
partes sexuales, no constituyen para ellos objeto sexual alguno y, en los casos
extremos, les provocan repugnancia. Desde luego, han renunciado así a participar
en la reproducción. A estas personas las llamamos homosexuales o invertidos.
Muchas veces –no siempre– son hombres y mujeres por lo demás intachables, de
elevado desarrollo intelectual y ético, y aquejados sólo de esta fatal desviación»
(pág. 278).
Algo podemos agregar nosotros acerca de esta cuestión, y es que, dado que “la
anatomía es el destino”14, los invertidos no sólo han dejado de participar en la re-
producción sino que todo lleva a pensar que algo en ellos "pretende ignorar" la
función del órgano que les ha tocado en suerte; algo en ellos "pretende ignorar"
para qué sirven.
14
En “El sepultamiento del complejo de Edipo”, Freud (1924d) parafrasea una frase de Napoleón
(quien en conversación con Goethe expresó: “la política es destino) (pág. 185).
15
Este punto me mueve a expresar la opinión de que, si bien es cierto que la expre-
sión “más o menos” amplía el margen de semejanzas, en principio no parece que
las cosas sean así en todos aquellos individuos que mantienen un contacto homo-
sexual. Me parece que podría decirse que las cosas son más o menos así cuando,
se trata del varón que en el contacto homosexual asume el papel activo, o de la
mujer lesbiana que suele desempeñar el rol pasivo.
Volviendo sobre la premisa de que “la anatomía es destino” nos preguntamos aho-
ra: ¿Cómo es que se despierta el deseo del contacto genital en la homosexuali-
dad? Si las cosas discurren de manera normal, para que se excite el deseo se ne-
cesita al objeto del sexo complementario, y sobre todo sus partes sexuales... esas
que pueden llegar a despertar repugnancia en el homosexual. ¿Es que ha sucedi-
do que, cómo dice Freud, "el homosexual ha renunciado a la unión de los dos ge-
nitales"?
Revisemos lo que piensan otros autores. Según Marmor «la definición de homo-
sexualidad tendría que involucrar la capacidad de excitación fuerte y espontánea
con un miembro del propio sexo, así como la heterosexualidad implica una capa-
cidad análoga respecto de los miembros del sexo opuesto. Por consiguiente –dice
Marmor– prefiero definir como homosexual clínico al sujeto que en su vida adulta
se siente motivado por una atracción erótica definida y preferencial hacia miem-
bros del mismo sexo, y que de modo habitual (pero no necesariamente) tiene rela-
ciones sexuales abiertas con ellos» (pág. 12).
Desde una posición de reclamo crítico, Sonia Soriano Rubio (1999) cita a Byne y
Parsons cuando proponen que «el interés de los científicos debiera ser llegar a
determinar el origen de la orientación sexual humana. Puesto que en todos los
casos es desconocido, continúan demostrando una preocupación mucho mayor
por el de la homosexualidad».
Sin embargo, creo que se puede proponer que, si partimos de conceptualizar que
“la anatomía es destino”, ya disponemos de una primera respuesta –tal vez, no del
todo completa– para el origen de la orientación sexual, y no solamente de la hu-
mana. Digo “no del todo completa” porque me parece que la propuesta deja toda-
vía interrogantes abiertos a la hora de comprender el por qué, el sentido, de la
orientación en el caso de la homosexualidad.
17
salina15–, «en su huida de la homosexualidad, el sujeto se arroja en una exagera-
da heterosexualidad […], pero que rara vez le proporciona una completa satisfac-
ción. El hombre disipado es siempre aquel que no ha podido hallar su verdadero
placer. Quien lo haya encontrado ha conocido también los valles de la libido, los
períodos de calma que brinda la sexualidad satisfecha. El que sólo lo ha hallado
en apariencias, pronto volverá a ser aguijoneado por los instintos insatisfechos, a
seguir buscándolo. Así como el acto involuntario del neurótico no puede tranquili-
zarlo definitivamente, por no ser más que un símbolo y un substituto de otro acto,
tampoco puede apaciguarlo por medio de un exceso heterosexual la homosexuali-
dad no resuelta que la heterosexualidad contiene» (págs. 224-225).
Más adelante el autor sugiere que, al revés, «los homosexuales muestran una lo-
cura amorosa mucho mayor que la de los heterosexuales. Rara vez se comprueba
en los heterosexuales el grado de frenesí amoroso que muestran los homosexua-
les. Es una huida hacia la homosexualidad, un sumergirse en aquella dirección
que debe interpretarse como intento de la psiquis para aniquilar todas las demás
posiciones en el torbellino de la gran pasión» (pág. 329).
Weizsaecker (2009 [1956]) también reflexiona acerca del hecho de que ni la tran-
quilidad de conciencia del médico, ni sus cargos de conciencia están predetermi-
nados en algún lugar. No se pueden deducir ni del código penal, ni de los dere-
chos humanos, ni tampoco de los diez mandamientos. Junto con el autor, nos pa-
rece acertado pensar que «cuando un médico tiene que decidir si debe interrumpir
un embarazo, si debe declarar insano a un delincuente, si debe exculpar a un ho-
mosexual, no habrá mandamiento expreso, ni código escrito, como tampoco leyes
de derecho humano reconocidas por todo el mundo, ni filosofía moral aceptada
por él mismo hasta el momento, que puedan dictarle la decisión final, relevándolo
de la plena responsabilidad en cuanto a la decisión que pretenda tomar» (pág.
274).
15
Mesalina llegó a ser la tercera esposa del emperador Claudio, a quien dio un hijo y una hi-
ja: Británico y Claudia Octavia. Fue célebre por su belleza y las constantes infidelidades a su espo-
so, el emperador, con miembros de la nobleza romana, así como con soldados, acto-
res, gladiadores y otros, como el orador Marco Vinicio, cónyuge de Julia Livia. Stekel sugiere que
es la homosexualidad latente lo que convierte a las mujeres en prostitutas.
16
http://www.youtube.com/watch?v=yY0jZ2Tql8U
18
Cuando uno va recorriendo la literatura que se ocupa del tema, rápidamente se
convence de que la principal controversia se presenta entorno de si la homosexua-
lidad es, o no, una enfermedad.
Entre nosotros coincidimos, y nos parece fuera de toda discusión, que tanto la
homosexualidad coartada en su fin como la sublimada son normales. Y en cuanto
al impulso homosexual que se descarga de manera directa, ¿es siempre una en-
fermedad?
17
https://www.aciprensa.com/noticias/estudio-demuestra-que-homosexualidad-es-enfermedad-y-
puede-curarse/
18
Vinculando, tal como también lo hace Chiozza entre nosotros, lo que llamamos “salud” y lo que
llamamos “moral”, Weizsaecker (2009 [1956]) opina que «pensar que la mayoría de los seres hu-
manos somos sanos la mayor parte de nuestra vida y que sólo nos enfermamos de vez en cuando
es una idea, por desgracia, por completo desacertada. Resulta tan falsa como lo sería creer que la
mayor parte de la vida social y política se desarrolla de un modo impecable en lo que respecta al
aspecto moral y jurídico, y que sólo de vez en cuando hay injusticias, que luego, nuevamente en la
mayoría de los casos, se perciben, se analizan y se sancionan con posterioridad». Más adelante
19
Dado que, como sabemos, la presencia de la corriente homosexual es normal en
una etapa del desarrollo tánato-libidinoso –corriente que luego, a la hora de des-
cargarse en la actividad genital, se espera que se transmute en heterosexual– se
me ocurrió que, dada su permanencia indebida y persistente, convendría exami-
nar, también, el término “vicio”.
Si entendemos que las cosas ocurren de ese modo, podemos decir que, dado que
se trata de un hábito que ha dejado de encaminar una acción que resulte en una
eficacia suficiente, la homosexualidad no es más que la insistencia pertinaz en una
manera de obrar anacrónica que, más allá de una cuota de placer efímero, termina
dejando un remanente importante de insatisfacción; remanente que suele mante-
nerse inconciente: se trataría de un repetir para no recordar.
agrega que la enfermedad es «un concepto que de ningún modo se puede definir, sino que, a tra-
vés del cual, más bien se hacen posibles algunas definiciones» (pág. 19).
20
eso tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compul-
sión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la rela-
ción personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simul-
táneos de su vida» (pág. 153).
Finalmente, Freud concluye que «el analizado repite en vez de recordar, y repite
bajo las condiciones de la resistencia; ahora estamos autorizados a preguntar:
¿Qué repite o actúa, en verdad? He aquí la respuesta: Repite todo cuanto desde
las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus in-
hibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter» (pág. 153).
También Chiozza (1995O) se refiere al punto cuando dice que «el yo se constituye
como un conjunto de juicios preformados, heredados y adquiridos, que funcionan
como procedimientos efectivos (algoritmos) inconcientes, a los cuales solemos
llamar hábitos o automatismos inconcientes» (pág. 213). Ya antes había afirmado
(Chiozza, L., 1995I [1994]) que «la resistencia del ello, la compulsión a la repeti-
ción, equivale a lo que, desde otro punto de vista, llamamos “hábito” y, cuando es
perjudicial, “vicio” o, también, “adicción”. Las adicciones no sólo ocurren con algu-
nas sustancias tóxicas, pueden ocurrir con los fármacos, con la comida, con los
amigos, con los lugares en donde vivimos, ya que, en realidad, constituyen mani-
festaciones de la compulsión a la repetición y, más allá de cuáles sean sus últimas
consecuencias, producen placer» (pág. 212).
Aristóteles (s/f) afirmaba que «algunos hábitos son virtudes, otros vicios […]: la
virtud es una cierta perfección (porque de lo que adquiere su propia virtud decimos
que es perfecto en cada caso, en el sentido de que es máximamente conforme a
su propia naturaleza, por ejemplo hablamos de un círculo perfecto cuando es má-
ximamente círculo, cuando es óptimo), mientras que el vicio es una destrucción y
un extravío».
Para esclarecer las palabras de Aristóteles que siguen, su traductor aclara que, en
su interpretación, el término areté significa “virtud” y la palabra héxis, “disposición”.
«Sea como fuera, –dice Aristóteles– la idea de aretê supone una visión teleológica
de las cosas, según la cual algo (o alguien) tiene una héxis «virtuosa» si está
constituido de tal manera que su modo de ser es estar en función de su fin propio.
Se habla entonces no sólo de areté del hombre, sino también de la de los anima-
les, las plantas, y hasta de los utensilios y medicamentos. En cuanto a la aretê
como te-leíôsis, es perfección, acabamiento, compleción. El vicio, en cambio, es
éxtasis, un salirse de, un alejarse de propio fin, un extravío» (pág. 252).
Más adelante, cuando procura establecer mayores precisiones acerca del concep-
to de “perversión”, Freud agrega que «en la mayoría de los casos podemos encon-
trar en la perversión un carácter patológico, no por el contenido de la nueva meta
sexual, sino por su proporción respecto de lo normal. Si la perversión no se pre-
senta junto a lo normal (meta sexual y objeto) cuando circunstancias favorables la
promueven y otras desfavorables impiden lo normal, sino que suplanta y sustituye
a lo normal en todas las circunstancias, consideramos legítimo casi siempre juz-
garla como un síntoma patológico; vemos este último, por tanto, en la exclusividad
y en la fijación de la perversión» (pág. 146).
Con esto quiero decir que, aunque utilicemos la palabra “homosexualidad” para
referirnos a muy distintas manifestaciones de la inversión, no podemos poner en
una misma caja a todos los cuadros con que se presenta, ni pensar que el grado
de deterioro en todos los casos habrá de ser el mismo. Seguramente ni el grado
de deterioro, ni la gravedad, ni las posibilidades terapéuticas habrán de ser las
mismas en cada uno de los cuadros.
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Creo que es interesante reparar en que acerca de la palabra “perversión” Corominas (1983)
explica que está formada por la raíz “verter” (derramar o vaciar líquidos, y también cosas menu-
das, como sal, harina, etc.) y el prefijo “per-”, que según el DRAE denota “intensidad o totalidad”,
como en “pertinaz, pervivir, perfecto”, y también a veces significa “mal”, como en “perjurar, perver-
tir”. Claro que, como es fácil comprender, aunque parezca que excesivo y nocivo apuntan aquí a
dos sentidos distintos, en realidad ocurre que todo funciona de manera saludable y adecuada
cuando transcurre en su justa mesura. Habitualmente los excesos terminan produciendo daños.
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Síntesis
Dado que la presencia de la corriente homosexual es normal en una etapa del
desarrollo tánato-libidinoso, en el trabajo me ocupo de quienes en un momento de
la vida en el que ya se espera que el ejercicio de su genitalidad alcance la hetero-
sexualidad, y sin impedimentos para hacerlo, continúan aferrados a llevarla a cabo
con individuos del mismo sexo.
Hay quienes sostienen que las perversiones proliferan cuando se desmorona una
civilización y mientras ocurre el reemplazo del antiguo orden por el nuevo. Se cree
que en tales ocasiones se incrementa en el hombre el deseo por lo nuevo y des-
conocido, por lo que es poco común y frecuentemente anormal.
A partir del punto importante que nos acerca Freud cuando habla de que algunas
personas llaman la atención por su sexualización exagerada, planteo la idea de
que toda inversión habría de presentarse cuando la corriente homosexual en lugar
de apartarse de la meta se exagera. Claro que, como suele suceder con toda exa-
geración, se estaría poniendo en práctica el desplazamiento de una importancia.
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Sería un desplazamiento defensivo, es decir un desplazamiento que opera para
evitar que una determinada importancia alcance la conciencia. En el caso al que
nos referimos, el desplazamiento de la importancia que recae sobre la corriente
homosexual coincidiría con el bloqueo del acceso a la satisfacción en el contacto
heterosexual, satisfacción que sólo se puede ir alcanzando en la medida que se
van superando las resistencias que dificultan la prosecución del desarrollo normal.
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Bibliografía
ARISTÓTELES (s/f)
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– 20° conferencia – La vida sexual de los seres humanos, en Obras Completas, Amorrortu
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Referencias bibliográficas
DAYEN, Eduardo (2006)
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Chiozza, 14 de julio de 2006.
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