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Despedidas Elegantes Compress
Despedidas Elegantes Compress
La Liebre de Marzo
Título original
Graceful exits: how great beings die
Primera edición
Junio 2003
© De la traducción
Fernando Pardo
Diseño gráfico
Mauro Bianco
Imagen portada
Mario R. Barbero
Impresión y encuadernación
Torres & Associats, S.L.
Impreso en España
Depósito Legal
B-35177-2003
ISBN
84-87403-67-0
Introducción
7
Despedidas elegantes
27
Postfacio
145
Maestros y fuentes
152
Créditos de fotos
161
A Bhagawan Nityananda, Baba Muktananda
y Gurumayi Chidvilasananda,
la viva encarnación del linaje Siddha.
INTRODUCCIÓN
Dos mil años después, las personas siguen eludiendo la realidad
de su propia muerte. En un reciente artículo del New York Times,
el doctor Jack B. Weissman, especialista en enfermedades conta-
giosas, señalaba: «Lo que me sorprende de nuestro sistema es que
la mayoría de la gente teme más cómo morirá que el hecho mismo
de que morirá.» Cuando pensamos en el hecho de morir, a menu-
do nos preocupamos más por cómo eludir el dolor y el sufri-
miento que puedan acompañar nuestra muerte que por hacer
frente realmente al significado de la muerte y al modo de acer-
carnos a ella. Necesitamos modelos, gente que nos enseñe a em-
prender de un modo elegante el acto de abandonar este mundo,
así como a situar la muerte en su propio contexto. Para ello, es
natural dirigirse a quienes son los más expertos en afrontar la
muerte (y la vida): los maestros espirituales.
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El budismo tibetano, el budismo zen y las tradiciones hindúes
o yóguicas que constituyen el núcleo de este libro están profun-
damente vinculadas entre sí. Uno de sus vínculos es la importan-
cia extraordinaria que dan al acto de morir. Para comprender el
porqué, necesitamos ir más allá de los principios del karma y de
la reencarnación, que en Oriente han estado intrínsecamente
entrelazadas en el tejido de la vida desde la antigüedad.
Karma y renacimiento
Según la ley del karma, todos los seres experimentan las conse-
cuencias de sus actos, tanto mentales como físicos. La miríada de
deseos y miedos de cada vida nos impele a regresar a la vida terre-
na para experimentar los frutos de nuestros actos anteriores, ya
sean dulces o amargos. Del mismo modo que llevamos las impresiones
desde nuestra vida despierta a nuestros sueños, las impresiones resi-
duales de nuestros actos en esta vida nos acompañarán en la pró-
xima. El tipo de vida al que regresamos está determinado, en gran
parte, por el modo en que vivimos nuestra vida presente. Los
maestros orientales mantienen que para vivir rectamente, por no
hablar de morir bien, debemos actuar sin ningún apego personal
a nuestras acciones. Para liberarnos del miedo a la muerte y de la
seguridad del renacimiento, debemos actuar sin deseo, sin un pro-
grama personal y sin apego a los resultados.
Los hindúes sostienen que hasta que el alma individual (jiva) se
una con el Absoluto, el Ser de todas las cosas, continúa renacien-
do. Buda también aceptaba el punto de vista tradicional indio
según el cual los humanos están atrapados en un ciclo infinito de
vidas, conocido como samsara, caracterizado por dukka o sufri-
miento. Según dichas enseñanzas, no existe una huida fácil a este
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destino, puesto que nuestro karma –las consecuencias de nuestros
actos– sobrevive a la muerte del cuerpo para condicionar una
existencia física nueva. Buda no enseñaba que el individuo es el
que renace; insistía en que todas las cosas están sujetas a la ley de
la mutabilidad o transitoriedad (conocida en el budismo como
anicca) y que no existe algo así como una identidad personal o
alma. Se trata de una doctrina conocida como anatta o «no-ser.»
Sin embargo, el karma –que puede entenderse como un paquete
de energía que contiene tanto cargas positivas como negativas– es
transferible de una vida a la siguiente.
La creencia en la reencarnación y el ciclo del renacimiento no per-
tenece sólo a los budistas e hinduistas. Por ejemplo, un fragmento de un
antiguo texto hermético egipcio afirma que «el alma pasa de forma
a forma y las mansiones de sus peregrinaciones son múltiples.»
Existe por lo menos un pasaje en la Biblia que sugiere que Jesús
podría haber creído en la reencarnación. En Mateo 17:13, Cristo
revela su forma divina a sus tres discípulos más cercanos, y luego
les dice que su precursor, Juan el Bautista, es en realidad una reen-
carnación del profeta Elías. Orígenes, un destacado patriarca de
la iglesia cristiana temprana, describe el renacimiento en su De
Principiis:
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suprimido por el Concilio de Constantinopla de Justiniano, en el
año 538 d.C. En la tradición mística judía de la Edad Media, la
noción de un alma preexistente evolucionó a lo largo del tiempo
en la idea de reencarnación. Según David Chidester, en su libro
Patterns of Transcendence, el concepto cabalístico de gilgul
(metempsicosis) poseía el significado de un proceso en el que el
alma renacía constantemente hasta que –mediante la meditación,
la oración y la observancia ritual consciente– se purificaba de
todo pecado y, finalmente, revivía en Dios.
Acontecimientos documentados recientemente también apuntan
hacia la autenticidad de la reencarnación: niños que regresan a ciu-
dades en las que vivían en vidas anteriores e identifican a miembros
de la familia; la selección de tulkus (lamas reencarnados) a partir de
una lista escrita de atributos dejada por la anterior reencarnación;
y las experiencias espontáneas de regresión a vidas pasadas de
muchos pacientes bajo hipnosis a cargo de médicos, como las que
el Dr. Brian Weiss explica en su libro Many Lives, Many Masters.
Dichos datos están erosionando las objeciones de los escépticos
más contumaces, llevándonos a modificar nuestra comprensión de
quiénes somos. Como Stephen Levine expresa de un modo tan
maravilloso en su libro Who Dies?, ha llegado el momento de per-
cibirnos «como seres espirituales con experiencias físicas más que
como seres físicos con experiencias espirituales.» Éste es el modo en
que los grandes seres se perciben a sí mismos y el modo en que,
para nuestra gran suerte, nos perciben también a nosotros.
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Los practicantes budistas lo han llamado «substrato psicoespiri-
tual» o «un río de existencia-energía,» mientras que los hindúes
o seguidores del yoga lo conocen como atman o alma. Sin embar-
go, coinciden en un punto crucial: que la meta de la vida de cada
mujer y cada hombre es la liberación, sin dejar ningún tipo de
impresión residual.
La liberación del ciclo del nacimiento y de la muerte puede
parecernos un concepto algo abstruso que no nos toca de inme-
diato. Pero, en realidad, evadirse del nacimiento y de la muerte es
el objetivo final de la vida humana. En el zen se le conoce como
el problema supremo, el más acuciante de los problemas. La cús-
pide de la vida humana es morir y no renacer. A este fin tan subli-
me y notable se le conoce como autorealización, liberación final
o nirvana (un termino que sugiere la extinción del fuego de las
pasiones). Y, en lo que a veces se conoce como el secreto mejor
guardado de Oriente, aprendemos que no tenemos que esperar hasta
morir para alcanzar esta meta final. Es posible romper ahora ciclo
del nacimiento y de la muerte. El nirvana, o autorealización,
puede ser alcanzado en el término de esta vida.
Cuando al filósofo taoísta Chuang-tzu se le preguntó por qué
el Maestro Wang Tai era tan extraordinario, contestó: «La vida
y la muerte son reverenciadas como grandes momentos de cam-
bio, pero para él no son cambios. El cielo y la tierra pueden que-
brarse y colapsarse a su alrededor, pero él permanecerá imperté-
rrito. Su mente es pura e intachable, por lo que no comparte el
mismo destino que las cosas que le rodean.» Cuando alguien
conoce su verdadera naturaleza, la muerte del cuerpo físico se
torna algo sin importancia; la muerte deja de ser real. Los maes-
tros nos aseguran que este proceso de auto-realización o nirvana
no constituye una aniquilación ni algo a lo que haya que temer.
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Comparan la fase final a la unión de una gota de lluvia con el océano;
la existencia permanece, pero nuestras limitaciones y nuestra sen-
sación de separación se disuelven.
Una vez que alguien ha llegado a esta fase final, la reencarna-
ción deja de ser necesaria. Ningún factor de continuidad, que vin-
cule una encarnación con otra, permanece. Ello no significa que
un ser liberado nunca regrese. Algunos lo hacen, llenos de com-
pasión por la humanidad. La tradición hindú habla de reencarna-
ción voluntaria, llamada vyutthana, por parte de maestros plena-
mente iluminados que regresan a la vida terrenal incluso cuando
maya (la ilusión) y el funcionamiento del karma han cesado de
atarlos. De modo semejante, los budistas creen que los bodhisatt-
vas –los «seres iluminados» que constituyen la encarnación de la
compasión– retrasan su propia liberación final volviendo para
ayudar a todos los seres sensibles en su lucha hacia la realización.
Aunque a la mayoría de nosotros se nos ha enseñado a vivir
correctamente ahora a causa de las consecuencias –las recompen-
sas del cielo, por ejemplo– los maestros nos enseñan que debemos
trascender totalmente esta «zanahoria». Los grandes maestros viven
bien no por anticipar logros personales sino por el amor de Dios.
Sus vidas están llenas de servicio desinteresado, puesto que com-
prenden que todos somos uno.
Buda declaró que todos los hombres podían probar por sí mis-
mos esta senda del no-apego. Aunque muchos de nosotros actual-
mente contemplamos esta meta, aspiramos a ella e incluso la per-
seguimos de un modo activo, en el fondo de nuestros corazones
dudamos de que esté a nuestro alcance. Los maestros de este libro
nos muestran –con su propio ejemplo– que es así. Algunos de
ellos alcanzaron la realización en vida; otros alcanzaron el estado
final al morir. Son nuestros modelos, en la vida y en la muerte.
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Extrayendo su sutil presencia de estos relatos y saboreándola, podre-
mos renovar a diario nuestro compromiso con la meta. Sólo necesita-
remos detenernos un poco y sumergirnos en el río sin fin de su gracia.
Dejar el cuerpo
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esta vida, o que está totalmente enfocada en dicha dirección de
modo que alcanzará este estado después de la muerte, pasa por
una estrecha apertura situada en la coronilla, conocida como
brahmarandhra o vidriti. El Katha Upanishad afirma: «Al ascen-
der por ella, uno se convierte en inmortal.» El salir por dicha
apertura se ha comparado a intentar pasar un hilo por una aguja
finísima; únicamente que una fibra de deseo sobresalga, el hilo se
atasca. Para completar esta tarea, nuestra atención debe sintoni-
zarse mediante una práctica constante a fin de que tenga una sola
dirección.
El alma de una persona virtuosa puede salir por cualquier otro
orificio de la cabeza: los ojos, la nariz o la boca. Entonces, viaja
a lo largo de un camino de luz hasta alcanzar un plano sutil de
existencia como el cielo o el ámbito de los antepasados, donde se
instala para gozar de los frutos de los buenos actos, o karma. Pero
las escrituras budistas e hinduistas, junto a algunos escritos grie-
gos y egipcios, nos dicen que se trata de ámbitos temporales en los
que somos bienvenidos a quedarnos hasta que se agoten nuestros
méritos positivos y llegue el momento de que el alma renazca en
la tierra. Aquellos cuyos actos en la tierra han carecido de virtu-
des, abandonan el cuerpo a través de las aberturas inferiores y
viajan por un camino de oscuridad, para experimentar los frutos
de los malos actos, hasta que se inicie el nuevo ciclo. Prácticamente
todas las religiones describen estos planos sutiles del cielo y del
infierno en términos semejantes.
En el Brihadaranyaka Upanishad, el sabio Yajnavalkya nos
dice que, cuando nos acostamos, llevamos con nosotros el mate-
rial de este mundo y creamos un estado de sueño que se percibe
mediante nuestro propio «brillo». Se trata de la misma luz de la
consciencia, nos dice, que está presente en la muerte:
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Cuando este ser se vuelve demasiado débil, demasiado
confuso, tal como sucede, entonces el aliento se concen-
tra a su alrededor. Acoge estas partículas de luz y des-
ciende hasta el corazón… El punto de su corazón se ilu-
mina y, a través de esta luz, el ser parte, ya sea por el
ojo, a través de la cabeza u otras aberturas del cuerpo.
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En la tradición india, se dice que a los aspirantes que tienen fe y sienten
devoción por su maestro, éste les asegura la salvación en el momento de la
muerte. Al penetrar, en la muerte, en un estado de meditación profunda,
mantienen una consciencia de lo que está ocurriendo y se liberan del temor.
En el zen, la muerte en posición sentada o de pie es considerada
digna de una persona iluminada. Algunos maestros zen abandonan
voluntariamente la vida; lo que también es cierto en otras tradicio-
nes. Sin embargo, es el estado mental del moribundo, más que la
habilidad para controlar el modo de morir, lo que tiene mayor impor-
tancia entre las tres tradiciones que estamos examinando.
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Tal vez, los últimos pensamientos más recordados sean los del
gran ser Mahatma Gandhi. Cuando le alcanzó la bala de su ase-
sino, Gandhi invocó de inmediato a su querida deidad con la
exclamación: «¡Sri Ram, Sri Ram, Sri Ram!»
En el Bhagavad Gita, Krishna le reveló a Arjuna que podíamos
liberarnos de renacer concentrándonos completamente, mante-
niendo unidas la mente y el corazón, entregándonos profunda-
mente al Señor y pronunciando el mantra Om en el momento de
morir. Pero, como nos sugieren los relatos de este libro, incluso la
primera de las tareas es imposible si no nos comprometemos con
alguna clase de práctica espiritual mientras estamos vivos.
A menudo, las últimas palabras de los grandes maestros toman
la forma de bendiciones, enseñanzas o instrucciones. En la tradi-
ción japonesa, los maestros budistas y muchos laicos en el filo de
la muerte ofrecen sus últimas palabras en la forma del llamado
poema de muerte o jisei. En dichos poemas, se rompen todas las
normas convencionales o la educación propias de la vida; ello
simboliza la ruptura de las represiones mundanas. Los poemas de
muerte constituyen el núcleo del legado espiritual japonés. En
éstos, la idea de la transitoriedad se expresa a menudo por medio
de imágenes de las cambiantes estaciones, con la caída de los péta-
los de las flores, por ejemplo, como símbolo de la muerte.
En su fascinante obra Japanese Death Poems, Yoel Hoffmann
nos dice que, aunque la noción de salvación individual no ocupa
mucho lugar en la visión japonesa de la muerte, para el budismo
zen la solución del enigma de la vida debemos hallarla en nuestra
propia mente. Hoffmann describe acertadamente la postura zen:
debemos purificar nuestra consciencia y ver la realidad tal cual es,
en su «talidad.» Y la pura realidad, tal como la ve una mente ilu-
minada, no admite polaridades como «vida» y «muerte». En la
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tradición zen, la iluminación se identifica con un estado de sim-
plicidad natural que se extiende hasta el instante de morir.
Como veremos en las historias y poemas de muerte que vienen
a continuación, la mayoría de los maestros zen deja este mundo
con una indiferencia casual que nosotros, en Occidente, difícil-
mente podemos imaginar. Quienes siguen el «Camino de en medio»
del budismo, creen que la salvación del mundo de la pena y del
dolor no se alcanza pasando de un estado inferior del ser a uno
superior, sino eliminando todo pensamiento dualista y permane-
ciendo en este estado de trascendencia de toda dualidad. El que
muere anhelando la vida en este mundo o la salvación en el pró-
ximo no está iluminado.
En la tradición zen, morir no es nada especial. En su prefacio
a Zen in America, de Helen Tworkov, Natalie Goldberg nos cuen-
ta una historia maravillosa, que ejemplifica la actitud serena de
un gran maestro zen en el momento de afrontar la inminente con-
tingencia de la muerte:
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Una docena de poemas de muerte están esparcidos a lo largo del
libro para que el lector los contemple y reflexione sobre ellos;
pueden encontrarse algunos más en los relatos.
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El libro tibetano de los muertos traza las experiencias básicas
que se tienen en el momento de morir y señala los mojones que
conducen a los distintos ámbitos. En el momento de la muerte,
como en los sueños, habitamos un mundo compuesto de imáge-
nes mentales. Es importantísimo comprender que dichos ámbitos
son creaciones de la mente. Aquellos cuyos espíritus han adquiri-
do la agilidad del desapasionamiento, son capaces de reconocer
distintas experiencias del estado de muerte como aspectos de su
propia consciencia y, por lo tanto, son capaces de navegar ele-
gantemente a través de las distintas situaciones a medida que se
manifiestan.
En su obra maestra contemporánea, The Tibetan Book of
Living and Dying, Sogyal Rinpoche nos dice que en el momento
de la muerte «la mente ordinaria y sus ilusiones mueren, y en el
hueco se revela la naturaleza infinita semejante al cielo de nuestras
mentes. Esta naturaleza esencial de la mente constituye el trasfondo
del conjunto de la vida y de la muerte, como el cielo, que abarca
a todo el universo.» Tal como veremos en algunas de las historias
que siguen, las muertes de los maestros tibetanos son a menudo
acompañadas por señales milagrosas y portentosos augurios,
como arco iris, fragancias o música divina, flores que caen del
cielo y terremotos.
Muerte en vida
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Una vez que hayamos tenido esta experiencia, dejamos
de temer a la muerte. Por lo tanto, cuando llegue el
momento de morir en meditación, debemos morir com-
pletamente. En este caso, regresaremos a la vida de tal
modo que nunca volveremos a morir.
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El budismo también nos enseña que el mejor modo de prepa-
rar la propia muerte es anticipar la experiencia de la muerte en
vida. Buda apremiaba a sus discípulos a meditar en este misterio
sagrado. Según el Mahaparinirvana Sutra, cuando estaba cerca de
su propia muerte, Buda dijo:
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fuego con las ramas que hay por el suelo.» Así lo hizo,
y encendió el fuego. Entonces, Buda dijo: «Ahora, écha-
le más ramas.» Lo hizo, y Buda le preguntó: «¿Qué
pasa?» Vacchagotta respondió: «Hay un buen fuego.»
Buda dijo. «Ahora deja de echarle ramas.» Pasado un
rato, el fuego se extinguió. Buda le preguntó: «¿Qué ha
pasado con el fuego?» «El fuego se ha extinguido,
Señor» Buda dijo: «Bien, ¿a dónde ha ido? ¿Hacia
delante? ¿Atrás? ¿A la derecha? ¿A la izquierda? ¿Abajo
o arriba?» El peregrino contestó: «No, simplemente se
ha extinguido.» Buda dijo: «Exacto. Esto es lo que
pasará con el Iluminado tras la muerte.»
Los maestros espirituales descritos en este libro pertenecen a dis-
tintas creencias. Entre los maestros indios, algunos son bhaktas,
o amantes de Dios; algunos son jnanis, devotos de la sabiduría;
algunos son yoguis karma, habiendo logrado su estatus mediante
el servicio altruista; y algunos nacieron como maestros autoreali-
zados. En la tradición japonesa y china del budismo zen, están
representados maestros ya sea de la secta Rinzai, la vía que apoya
la realización instantánea, que de la secta Soto, la vía de la reali-
zación gradual. En el seno de la tradición tibetana, algunos maes-
tros son lamas y rinpoches bien conocidos, mientras que otros son
personas aparentemente corrientes cuyo estado elevado fue reco-
nocido por los demás sólo en los últimos instantes finales.
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Como suele suceder casi siempre con las hagiografías, estas his-
torias se han explicado una y otra vez, algunas de ellas durante
siglos. Aunque unas cuantas de ellas poseen la cualidad de una
leyenda, mi interés ha sido presentar experiencias reales de muerte.
La lista de maestros presentados no intenta ser exhaustiva, sino
más bien mostrar una sección transversal de estas tres tradiciones.
Unos pocos relatos de la muerte de maestros de las tradicio-
nes taoístas, islámicas y budistas tempranas se han abierto cami-
no de un modo irresistible en el texto. Una selección de relatos de
muerte de la tradición judeocristiana, así como de otras tradicio-
nes que no están representadas en esta obra, sería una secuela fas-
cinante a este libro.
A medida que leamos los relatos, tal vez queramos saborear las
sensaciones o actitudes que encarnan estos grandes maestros
mientras mueren. Sentémonos y contemplemos una de las cuali-
dades subyacentes –tales como el gozo, el valor, la falta de temor,
la humildad o la simplicidad– y reflexionemos en cómo podemos
adquirir dicha cualidad en nuestra propia vida. Otra práctica
fructífera consiste en mantener a diario la realidad de nuestra pro-
pia muerte frente a nosotros. Esto a menudo agrega una perspec-
tiva más clara y aguda, y nuestras prioridades se reorganizan a sí
mismas de un modo natural, haciéndonos pasar un tiempo más
satisfactorio y rico en este planeta.
Todos los grandes maestros nos desean una sola cosa: que sea-
mos capaces de identificarnos con la parte real de nuestro ser
–nuestra esencia, nuestro ser interior, nuestra alma– antes de que
abandonemos el cuerpo físico. La muerte es algo natural e inelu-
dible. Pero, desde el punto de vista del misticismo oriental, no es
real. Únicamente la unión con el Absoluto, la inmersión en el
Vacío, es real. Al compilar estos relatos, he penetrado más a fondo
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en mi comprensión de la muerte y borrado muchos miedos aso-
ciados a ella. Espero que vosotros, lectores, tengáis una experien-
cia similar.
Este libro está escrito para aquellos que se encuentran, o aspi-
ran a encontrarse, en la vía espiritual. Está escrito para buscado-
res. Este término, tal como lo uso, es muy amplio. Incluye a todos
aquellos que consideran lo que no es visible de la vida como su
verdadera fuente de alimento, sostén y gozo.
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La conversión de los nombres asiáticos es problemática a causa
de los muchos sistemas de romanización en uso; este libro sigue
las distintas convenciones empleadas en las fuentes originales.
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DESPEDIDAS
ELEGANTES
Cuando un veterano maestro budista preguntó a un grupo de
meditadores: «¿Qué sobrevive cuando muere un ser iluminado?»
un miembro del grupo respondió: «Cuando muere un ser ilumi-
nado, no queda nada.»
El maestro sonrió y, para sorpresa de los reunidos, dijo: «No.
Queda la verdad.»
Cuando estuvo claro que estaba a punto de morir, a Matsuo
Basho, el mayor de los poetas haiku, sus amigos le pidieron un
poema de muerte, pero él se negó. Proclamó que, en cierto senti-
do, cada poema que había escrito en la década anterior –con
mucho, su periodo más productivo y de profundo compromiso
con el zen– se había redactado como si fuera un poema de muer-
te. Pero, a la mañana siguiente, el poeta convocó a sus amigos
junto a su lecho de muerte y les comentó que por la noche había
tenido un sueño y que, al despertar, se le había ocurrido un
poema. Recitó entonces este conocido poema:
Enfermo, de viaje,
Pero sobre los marchitos campos
Deambulan los sueños.
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Viniendo, todo está claro,
no hay duda.
Marchando, todo está claro,
No hay duda.
Por lo tanto ¿qué es todo?
–Hosshin
monje zen del S.XIII
Shunryu Suzuki
Yamaoka Tesshu
Poco antes de morir, Mahatma Gandhi le dijo a Manubehn, un
seguidor muy cercano: «Desearía poder enfrentarme a las balas
de mis asesinos reclinado en tu regazo y repitiendo el nombre de
Rama con una sonrisa en el rostro.» Mientras se desplazaba entre una
muchedumbre a la que tenía que hablar, una mañana de enero de
1948, un hombre empujó bruscamente a Manubehn y disparó
tres veces al Mahatma. «¡Sri Ram! ¡Sri Ram!» exclamó Gandhi,
mientras caía al suelo.
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