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LA MUERTE EN
LA PREHISTORIA IBÉRICA
CASOS DE ESTUDIO
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ISBN: 978–84–8448–775-3
Presentación.............................................................................................................................................................................. 9
Testimonios de violencia a finales del Neolítico. El abrigo de San Juan ante Portam Latinam
JOSÉ IGNACIO VEGAS ARAMBURU ................................................................................................................................................ 77
PRESENTACIÓN
Sin embargo, no será hasta los años 70 del siglo pasado, gracias a los nuevos
enfoques en la disciplina arqueológica de la mano de la denominada “Nueva Ar-
queología” o “Arqueología Procesual” (o más correctamente, “Arqueología Proce-
sal”) con investigadores como Binford, Saxe o Brown, cuando se analicen los
contextos funerarios desde una perspectiva social en busca de elementos que refle-
jen cuestiones de rango y estatus. Comienzan a observarse diferencias en el trata-
miento de los cadáveres derivadas de la edad, género o posición social de los
fallecidos, que encontrarán su reflejo en la monumentalidad, riqueza e inversión de
trabajo en la construcción de los sepulcros, su tipología, orientación y disposición de
los restos, y naturaleza de las piezas de ajuar. Es entonces cuando se elabora una
base teórica, una metodología específica y unos procedimientos analíticos que da-
rán entidad a la Arqueología de la Muerte.
Posteriormente, gracias al influjo de la Arqueología Postprocesual (o Posproce-
sal) comienzan a recibir una mayor atención los aspectos cognitivos y simbólicos,
no sólo desde el punto de vista del ritual y las concepciones religiosas de las socie-
dades prehistóricas con relación a la muerte, sino de la realidad social que se escon-
de en el registro arqueológico. Así, se aprecian estrategias de manipulación de la
cultura material como medio de transmitir determinados mensajes al resto de la
comunidad. En el caso de los contextos sepulcrales, los enfoques postprocesuales
afirman que las prácticas funerarias son un medio recurrente para mostrar, escon-
der o transformar las relaciones de poder en un grupo, de manera que no siempre
expresan la verdadera posición social que el difunto ocupó en vida. De este modo,
aspectos tales como la monumentalidad o la riqueza de tumbas y ajuares pueden, en
realidad, ser intentos por emular a los grupos dominantes a los que apelan ciertos
individuos para manipular los mensajes sociales. Se deduce, por tanto, que las tum-
bas no siempre traducen fielmente la organización social de los vivos.
Las nuevas técnicas analíticas han supuesto un cambio de rumbo en el campo
de la Arqueología de la Muerte, y están permitiendo salvar esa aparente incapacidad
de leer correctamente el registro funerario. Gracias a los avances en la Arqueome-
tría y en la Paleoantropología, podemos obtener información acerca del patrón
alimenticio, las actividades profesionales o las paleopatologías y niveles de salud de
las sociedades del pasado, incluso es posible estudiar el ADN de las poblaciones de la
Prehistoria. Por tanto, a través del estudio de las tumbas, los restos humanos y las
piezas de ajuar podemos, en definitiva, acercarnos no sólo a los ritos funerarios sino
al mundo de los vivos: la muerte ilumina la vida.
Con objeto de aproximarnos a las sociedades prehistóricas de la Península Ibé-
rica a través del estudio de sus prácticas funerarias, en otoño de 2010 organizamos
un ciclo de conferencias bajo el título Arqueología de la Muerte: Casos de estudio en la
Prehistoria ibérica, patrocinadas por la Universidad de Valladolid. Las páginas que
siguen son fruto de aquella reunión aunque diversas circunstancias han impedido
que todas las ponencias presentadas entonces, se hayan incorporado a este volu-
12 ELISA GUERRA DOCE Y JULIO FERNÁNDEZ MANZANO
men. A falta de algunas de ellas, nos hemos permitido incluir otros trabajos que
estudian interesantes aspectos no abordados en aquellas charlas, por lo que el resul-
tado final se ha visto enriquecido desde el punto de vista temático.
¿Cuándo surgió el sentido de la trascendencia? ¿En qué momento del largo
proceso de la evolución humana se comenzó a manipular de forma diferenciada los
cadáveres de los congéneres desarrollándose así un comportamiento simbólico y
pautado ante la muerte? De estas interesantes cuestiones se ocupa Fernando Diez,
en cuyo discurso la Sima de los Huesos de Atapuerca se alza como una referencia
ineludible. Nuestro país, asimismo, ofrece unas condiciones excepcionales para el
estudio de las prácticas funerarias de las poblaciones del Tardiglaciar/inicios del
Holoceno gracias al elevado número de documentos en comparación con otros paí-
ses europeo, que serán analizados por Pablo Arias. El abrigo de San Juan Ante Por-
tam Latinam, presentado por José Ignacio Vegas, ilustrará sobre la violencia
intergrupal en la Prehistoria Reciente. La complejidad de las prácticas funerarias de
las sociedades del III milenio cal AC y el paulatino tránsito de tumbas colectivas a
sepulturas individuales son examinados por Concepción Blasco y Patricia Ríos. Uno
de nosotros (EGD) reflexionará sobre el papel que desempeñaron las bebidas al-
cohólicas y las drogas vegetales en el transcurso de las ceremonias funerarias de las
Prehistoria. Igualmente el capítulo firmado por Vicente Lull, Rafael Micó, Cristina
Rihuete y Roberto Risch demuestra que estos eventos no se limitaban a la deposi-
ción de los restos humanos en el espacio sepulcral sino que comprendían toda una
serie de complejos rituales que, en el caso de la menorquina cueva de Càrritx se
centraron en la cabellera de los inhumados. Bibiana Agustí abandona el ritual de
inhumación, el más recurrente a lo largo de la Prehistoria, para abordar el de inci-
neración que se difundirá a partir del Bronce Final para consolidarse a lo largo de la
Edad del Hierro. Por último, Javier Velasco será el encargado de explicar los plan-
teamientos teóricos y metodológicos que deben tenerse en cuenta a la hora de estu-
diar cualquier depósito con restos humanos.
Como coordinadores de aquella reunión y editores de esta obra, desearíamos
expresar nuestro agradecimiento a todas las personas que la han hecho posible.
Quede constancia también de nuestra gratitud hacia la Universidad de Valladolid,
por su apoyo primero a la celebración del curso y su respaldo a la hora de publicar
unos trabajos que servirán para ilustrar cuestiones de gran trascendencia sobre la
actitud ante la muerte de nuestros antepasados más remotos.
1. Introducción
Uno de los yacimientos de fósiles humanos más importantes del mundo se
encuentra en el complejo arqueológico de la Sierra de Atapuerca, en Burgos. La Si-
ma de los Huesos, un pequeño pozo que se abre en una de las galerías de la Cueva
Mayor, alberga una abultada acumulación de restos óseos de Homo heidelbergensis
entre los que se han podido cuantificar una treintena de individuos. Por el momen-
to, la única herramienta que se ha encontrado allí es un bifaz trabajado en cuarcita
roja, al que los investigadores que estudian el yacimiento han dado el nombre de
Excalibur. Para ellos, nos encontraríamos ante una de las primeras evidencias de
comportamiento simbólico en la especie humana al interpretar el conjunto de fósi-
les como un depósito funerario, y el instrumento lítico como un presente a los di-
funtos allá por el 400.000 a.C. (Carbonell et al. 2003).
En efecto, a lo largo de la Prehistoria, sobre todo a partir del Paleolítico Supe-
rior, la deposición de ofrendas en las tumbas será una constante, con independencia
de la localización geográfica, el ámbito cultural y el tipo de ritual funerario. Consi-
derando su ubicación en los espacios sepulcrales y su grado de proximidad a los
restos humanos es posible interpretar su función, siendo varias las posibles opcio-
nes (Chambon y Augereau 2009):
- objetos portados por los difuntos (adornos o partes de su vestimenta)
- pertenencias de los difuntos depositadas por sus allegados
- ofrendas realizadas por los asistentes a las exequias
- elementos utilizados durante las ceremonias fúnebres
- ofrendas realizadas durante los ritos conmemorativos
- intrusiones posteriores
126 ELISA GUERRA DOCE
las paredes de algunas vasijas cerámicas (Guasch-Jané 2011; Guasch-Jané et al. 2006;
McGovern 2009). Si bien no hay que descartar que se realizaran libaciones en honor
de los ancestros o que las bebidas se depositaran en las tumbas como provisiones
para el difunto en la otra vida, parece que el consumo de alcohol por parte de los
congregados durante las exequias fue parte importante del ritual. De hecho, otros
psicoactivos también estuvieron presentes en estas ceremonias funerarias. Se trata
de drogas vegetales empleadas en estas reuniones con el fin de modificar transito-
riamente el estado de consciencia de los participantes, de las que queda constancia
en un buen número de tumbas de la Europa prehistórica (Guerra 2006a).
propiedades narcóticas del opio, lo que pudo llevarles a depositar cápsulas de ador-
midera junto a los cadáveres como ofrenda y símbolo del sueño (Góngora 1868). De
hecho en el Neolítico peninsular tenemos constancia del empleo del látex de esta
planta y de ahí las trazas de opiáceos detectadas en un par de esqueletos de sendos
varones inhumados en las minas de variscita de Gavá, en Barcelona (Juan-Tresserras
y Villalba 1999). Pero lo cierto es que por el momento no sabemos si esta droga se
consumió durante los ritos de deposición de los cadáveres.
Más evidente resulta la función de las semillas de marihuana carbonizadas,
halladas en algunos kurganes de la Europa oriental del III milenio AC (Sherratt
1991). Para valorar correctamente este dato hay que recordar que el Cannabis es una
especie dioica, es decir, que se desarrolla en plantas unisexuales siendo los ejempla-
res hembra los que cuentan con propiedades psicoactivas (Schultes y Hofmann
1980). De este modo, el hecho de que se quemaran plantas con semilla –ejemplares
hembra, por tanto– revela que estas gentes eran conocedoras de esta circunstancia,
y que deliberadamente habrían recurrido a la marihuana con el fin de embriagarse
en el transcurso del ritual funerario (Guerra 2006a: 218). Miles de años después,
Herodoto (IV, 73-75) describirá esta misma costumbre entre los escitas, relato que
encuentra su refrendo arqueológico en uno de los túmulos siberianos de Pazyryk,
fechado en el siglo IV a.C. (Rudenko 1970).
La comparecencia de bebidas alcohólicas como residuos adheridos a las pare-
des internas de recipientes colocados junto a los difuntos ofrece una lectura menos
problemática que la de los vegetales psicoactivos, si bien es cierto que la interpreta-
ción de sus indicadores bioquímicos no es sencilla. De hecho, se han alzado voces
críticas a la equiparación de ciertos marcadores detectados en cerámicas prehistóri-
cas peninsulares con posos de cerveza, debido a que pueden ser el resultado tanto
de una fermentación alcohólica intencionada, como de procesos naturales de alte-
ración de los almidones contenidos en los cereales (Aceituno y López Sáez 2012).
Parece que la producción de bebidas fermentadas en suelo peninsular pudo
iniciarse en el Neolítico Antiguo, como sugieren los indicadores de hidromiel (¿o
simplemente miel?) localizados en una cerámica de los niveles infratumulares del
dolmen de Azután, en Toledo (Bueno et al. 2005a) o las trazas de cerveza detectadas
en una vasija del horizonte postcardial de la Cova de Can Sadurní, en Barcelona
(Blasco et al. 2008). Sin embargo, la inclusión de bebidas alcohólicas en el ritual fune-
rario no se produjo de manera generalizada hasta momentos más avanzados.
Será a partir del Calcolítico, hacia mediados del III milenio cal AC, cuando el
alcohol ocupe un lugar destacado en las ceremonias mortuorias de las comunidades
prehistóricas de Europa. Múltiples ejemplos acreditan esta práctica. Trazas de po-
ciones embriagantes se han documentado en enterramientos colectivos donde se
asocia a materiales campaniformes, caso del hidromiel detectado en un vaso globu-
lar de una de las cuevas de la necrópolis toledana de Valle de Higueras (Bueno et al.
2005b) o del preparado de cebada (¿quizás cerveza?) hallado en vasijas lisas deposi-
ALCOHOL Y DROGAS EN LAS CEREMONIAS FUNERARIAS DE LA PREHISTORIA 129
adormidera, al igual que el pithos 111, la urna funeraria de una joven aristocrática
(Ibidem).
Todos estos documentos revelan la fuerza con la que los psicoactivos, funda-
mentalmente el alcohol, arraigan en las ceremonias mortuorias de las comunidades
prehistóricas, de tal forma que tanto las propias sustancias como la vajilla destinada
a su escanciado y consumo se convertirán en indispensables en la Protohistoria o, al
menos, en las tumbas de las élites sociales. El enorme caldero de la tumba principes-
ca de Hochdorf , en Alemania, con sus 350 litros de hidromiel (Körber-Grohne 1985)
es, quizás, el ejemplo más representativo, aunque existen otros (Koch 2003). Parece,
por tanto, que alcanzar un estado de éxtasis inducido por el consumo de sustancias
psicoactivas se convirtió en un requerimiento para los participantes en los rituales
funerarios de la Prehistoria Reciente.
adelante. En apoyo a esta idea conviene recordar que la cerámica, necesaria para la
producción de alcohol a cierta escala y vehículo para su consumo2, no siempre
comparece en las tumbas del Neolítico Antiguo –como es el caso del enterramiento
masculino en fosa de la Cueva de Chaves, en Huesca (Utrilla et al. 2008) o la inhuma-
ción de una mujer desprovista de ajuar en la fosa de la Plaza Villa de Madrid, en
Barcelona (Molist y Clop 2010)–, menudea en la fase de implantación del Megalitis-
mo en gran parte del territorio peninsular (Delibes 2010: 33-36) y está excluida de la
ritualidad funeraria neolítica en suelo asturiano (Blas Cortina 2011: 209). Pero ade-
más, en Galicia, donde se ha hecho un estudio diacrónico de análisis de residuos en
vasijas de toda la Prehistoria Reciente, el alcohol no hace acto de presencia hasta el
Bronce Antiguo regional, asociándose a materiales campaniformes (Prieto et al.
2005).
Por el momento tampoco hay evidencias directas del empleo de drogas vegeta-
les en el ritual megalítico3, por más que determinadas piezas (los quemaperfumes
chassenses, los ídolos-espátula San Martín-El Miradero o las agujas óseas de cabeza
de adormidera) pudieran estar sugiriendo su uso (Guerra 2006a), o que los motivos
que decoran algunos ortostatos se hayan interpretado como fosfenos, asociándolos
a estados de trance (Bradley 1989, Dronfield 1995a, 1995b; Patton 1990).
No parece casual, por tanto, que las sustancias psicoactivas cobren un mayor
protagonismo a partir del Calcolítico, un período que en lo funerario supone la tran-
sición de las tumbas colectivas a las individuales como reflejo de esa, cada vez más
ambigua, complejidad social (Chapman 1991; 2010). Los efectos de estas sustancias
habrían resultado ventajosos en un momento en el que el poder político está en
proceso de formación, al servir como vehículos de acceso al conocimiento esotérico
y permitir la comunicación con otras realidades (Sherratt 1995: 16). De este modo,
las minorías hegemónicas se fueron haciendo con su control, bien imponiendo ta-
búes al uso de ciertas plantas o bien regulando la producción y distribución de las
bebidas alcohólicas, caso del vino que hasta la romanización del territorio europeo
fue un producto inalcanzable para el grueso de la población (Guerra 2006a).
Los documentos ilustrativos de esta costumbre se multiplican a lo largo de la
Prehistoria Reciente pero es en el I milenio AC cuando resultan incontestables. Ya
2
La poción alcohólica del túmulo danés de Egtved fue depositada en un recipiente hecho en corteza de
abedul (Thomsen 1929). Si bien es lógico pensar que la utilización de vasijas en materias orgánicas
(madera, cuero) debió de ser habitual en la Prehistoria, este tipo de contenedores resultan
prácticamente invisibles en el registro arqueológico.
3
Quizás en el hogar de la cámara principal del sepulcro de corredor galés de Barclodiad y Gawres, donde
se encontraron huesos de sapos, ranas, serpientes y ratones, entre otras especies (Powell y Daniel 1956:
15) se preparara una poción con efectos psicotrópicos –similar a la de las brujas de Macbeth– que pudo
inspirar la decoración grabada en las paredes del megalito. En auxilio a nuestra propuesta es preciso
señalar que el veneno que exudan ciertas ranas y sapos cuenta con propiedades alucinógenas (Guerra
2006a).
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