En toda crisis, existe un primer momento, de quiebre, doloroso, hasta que
se logra incorporar las novedades que emergen. No es conveniente amortiguarla y menos, apagarla ya que es la señal de los nuevos y necesarios equilibrios. En relación a la Iglesia Chilena, creo que nos disponemos recién, a caminar por renovados senderos, en profundidad y verdad. El nuevo Administrador de la Iglesia de Santiago, da cierta esperanza. Sin embargo, todavía vendrán los vientos impetuosos de los que se atreven a denunciar, para dejarnos conducir hacia las renovadas y creativas decisiones, y sobre todo compensaciones que urgentemente se necesitan, aunque no alcancen a mitigar tanto sufrimiento. Tenemos que escuchar y estar alertas a todo lo que sucede. Muchos ya se han ido, como lo vemos en los templos semi-vacíos, al menos en Santiago. Quedamos los porfiados que visualizamos que este temporal tiene un profundo sentido, en fidelidad al misterio de Dios, que nos hace vivir en este tiempo, aunque se necesiten, probablemente una o dos generaciones. Se requieren cambios de mentalidad y nuevos paradigmas de comprensión de lo que sucede, desde dentro y desde afuera de la iglesia. Tarea de alcance global, que tiene la audacia del Espíritu, que hace nacer todo de nuevo. Ignacio de Loyola, decía que no solo es importante despejar lo que sucede, sino especialmente, qué hacemos, con lo que sucede. Dos movimientos: darnos cuenta y tomar las acciones debidas. Estamos en el primer momento, por muchos planes que se hayan elaborado, hasta ahora. Un caso más de abusos, destroza lo pensado, y se tiene que rehacer todo, incorporando esa oscuridad. En estos tiempos, complejos, en sus distintos niveles, tenemos que disponernos, más que nunca, a atrevernos a soñar nuevos caminos para reconstruir otra iglesia. Un camino lento pero necesario, con batallas perdidas y retrocesos, pero con vocación de éxodo. Tenemos que construir “relato” de estos tiempos, como la tierra que fecunda las semillas que se rompen para dar vida, ya que en los tiempos venideros, las nuevas generaciones, sostendrán nuestros aciertos y errores. Una característica de Monseñor Romero, era su sentido de experiencia de Dios en medio de los conflictos y dificultades que le tocó vivir. Logró escuchar la voz del Señor en medio de los apremios y tropiezos. Aclaró y afrontó, a través del evangelio, como leemos en sus prédicas. Ayudó a mirar “más allá” para que las sombras no se quedaran pegadas en el alma. Don, tan valioso para este tiempo. Abrirse al discernimiento es vital, en tiempos de crisis. El día emerge del momento más oscuro.