Al terminar un año y comenzar otro, agradecemos al misterio de Dios por su
compañía y fidelidad, en estos tiempos revueltos que como país hemos estamos viviendo. Sentimos a un Dios que nos acompaña inaugurando siempre realidades nuevas, cuajadas de esperanza, en los éxodos que vivimos. Mirando la realidad, surge con más fuerza que nunca, el deseo de contribuir a desde un cambio espiritual de fondo, no solo desde posturas sociales exteriores. Nuestra alma y nuestro cuerpo ya no resisten más odio, miedo y violencia. Estamos hechos para amar y por eso, todo nuestro ser e instituciones se resienten y enferman. Necesitamos restablecer lo relacional y lo comunitario, que es tan cristiano, por lo demás. Urgimos sentir el calor de la amistad y el consuelo de nuestros dolores. El desafío es restablecer los puentes necesarios para re-encontrarnos todos y todas. No olvidemos que nuestra vocación es ser pueblo. Ser comunidad de bautizados, aunque el sistema actual nos lleve al individualismo. Por lo tanto, tenemos que tener presente que todo cambio real, estará basado en la interioridad y en la espiritualidad que nos llevará a crecer en lo relacional y en un mayor entendimiento personal. No seremos víctimas de los impulsos del momento y construiremos novedades desde la roca firme que significa conocerme y relacionarme adecuadamente. Nuestro urgente “pacto social” necesita un “pacto personal” primero sino, viviremos solo de los vaivenes de la apremiante realidad. En la “plaza dignidad” deben habitar los hombres y mujeres conscientes (y responsables) de sus luces y de sus sombras. Quizá, hubo un primer momento para destruir, ahora se trata de “construirme” para acompañar lucidamente a cambios integrales. Estamos viviendo un cambio de paradigma a todo nivel, el desafío es ser protagonistas o simples testigos, medios perdidos en la revoltura del momento. Es una coyuntura hermosa y desafiante que se abre para este año, que obviamente no es solo político o económico, sino de una nueva construcción de persona. De ahí la importancia, de estar alerta a “un intelecto utilitario”, que solo se queda en la superficialidad económica, política o tecnológica, como lo plantea Gastón Soublette. Profundizar la mirada a lo que somos hoy desde la compasión, es un ladrillo importante de una espiritualidad del cambio. Es poner al día nuestra persona, desde todo lo que va aconteciendo. El verdadero cambio social (y global) parte primero de un transformación personal. Un nuevo año, implica comprometerse por erradicar hábitos y actitudes que han llevado a la crisis actual que vivimos. Querer siempre tener la razón en todo, la falta de respeto con la naturaleza, la exclusión, así como la falta de solidaridad con los empobrecidos, nos han cobrado la cuenta. Es ocasión para mirar con el corazón a los sufrientes de hoy, incentivando creativamente la solidaridad, otro profundo rasgo cristiano. Un cambio se inaugura cuando somos capaces de desprendernos de cosas que fueron buenas y de ideas que en su día fueron luminosas pero que hoy han sido superadas y que son incapaces de inspirar nuevos caminos al futuro. La crisis actual necesita de respuestas audaces y nuevas. Volver a empezar y estar siempre abiertos a escuchar, a aprender y revisar. Esto es lo bueno y el desafío al comenzar un nuevo año. Acabamos el año “maltrecho y desesperanzado, como ovejas sin pastor”. Sin embargo, es ahora, cuando tenemos que preguntarnos cuanto estamos dispuestos para rejuvenecer, confrontándonos valientemente con las crisis y buscando nuevos caminos para el encuentro y la relación. Nos unimos a la energía divina que siempre nos acompaña y mueve a la vida a todo el universo. Ella nos habita, nos anima, nos desafía y confiere siempre nuevos sentidos a lo que estamos viviendo. Maltratados pero confiados, seguimos construyendo el Reino. ¡Bienvenido 2020! Juan Carlos Bussenius R.