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“Un Psiquiatra”

Alan Robinson – Martín Ortiz

Personaje.
Facundo Valle, médico psiquiatra.
Colgando de tansas 5 marcos sin títulos ni diplomas. Un escritorio blanco de nivel con una
computadora portátil. Dos sillas. En una de las sillas un muñeco tejido a mano sobre una
almohadita hecha a su medida. Una repisa al costado derecho del público, con piezas en exhibición
a modo de altar.

FACUNDO - (Intenta recordar dónde está. Revisa sus bolsillos buscando pistas, y saca un
prospecto de Valcote – Divalproato de Sodio)
¿Valcote? ¿Divalproato de sodio? (Lee) Se han identificado casos fatales, luego del consumo de
divalproato. En estudios de postmarketing se registraron mareos, perdida de conocimiento y atrofia
cerebral. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Cómo llegué acá?...
Ah, si. Este es mi espacio y el de los pacientes. Sus historias, la mía, mis recuerdos...
(Dibuja con tiza en el piso una línea circular que lo encierra entre sus cosas.)
Acá todo es de una forma. Todo es así. El teatro (señala afuera del círculo) y la vida. La ficción
(señala afuera del círculo) y la realidad. La locura (señala afuera del círculo) y la cordura. Y es
bueno que separemos esto. De ahí no puedo pasar. (Amaga, bromeando a cruzar la linea) No. Sería
un caos.
Cuando empecé a trabajar acá, eran pocos pacientes, tres pacientes que había conocido en el
hospital y querían seguir tratándose conmigo. Todos los pacientes se comportan igual. Entran y se
sientan. Les pido que me cuenten por qué vinieron. Una formalidad porque yo sé que lo que dicen
es lo que ellos creen, pero no es la verdad verdadera. Los escucho mientras me hago preguntas.
Crisis personales, de pareja, profesionales, miedos. Algunos, muy pocos, para tranquilizar a sus
familiares. Y esperan que les hable. Pagan para consultarme y me dan poder para decidir sobre su
pasado, su presente y su futuro.
Pero, ¿Por qué cuando les hablo no me miran a mi y miran mi sombra? ¿Por qué observan mi
consultorio con tanto detalle? ¿Están viendo algo de mi que yo no veo y buscan las pruebas?
En la universidad me enseñaron a prestarles atención y a tratarlos. Pero no me enseñaron nada sobre
las miradas de los pacientes. Deberían agregar dos materias: mirada del paciente uno y mirada del
paciente dos.
Algunos pacientes, de pronto en medio de la consulta, interrumpen su discurso, se disculpan
compulsivamente y van al baño.

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¿Porque se van al baño? ¿Se asustan? ¿Huyen de lo que están a punto de revelarse y revelarme?
Qué hacen ahí.
Se fijan la marca del papel higiénico. Incluso lo prueban. Tiran la cadena. Ven correr el agua. Se
lavan la cara. Abren el botiquín, inspeccionan para ver que hay adentro, a ver si no yo no tomo
alguna cosa como ellos. Y vuelven.
Una vez un paciente pidió mate. Mate, en el consultorio, pero no prendí el fuego. No me gusta el
fuego en el consultorio. ¿Está mal? Me da miedo. No sé por qué. Tendrías que hablarlo en
supervisión, Valle. Si, pero ¿Cuándo? Con tantos pacientes es imposible, tendría. Es una cuestión
matemática. No tengo 25 horas, tengo 24.
Este no es mi consultorio.
El alquiler siempre fue alto porque el consultorio queda en un barrio paquete.
Otro gasto importante! El seguro de mala praxis de médicos municipales. Todo el mundo tiene
seguro de mala praxis. Hasta los pacientes lo saben. De esa forma todos nos quedamos tranquilos.
Ellos y nosotros. Lo necesitamos. Los psiquiatras estamos muy expuestos porque hoy cualquiera
opina. Cualquiera sabe lo que tiene que tomar, cuando tomar, cada cuánto tomar. Hasta los pacientes
opinan! Te hablan de derechos humanos! Todos critican “que los psiquiatras son esto, que los
psiquiatras son aquello”
Nos castiga la sociedad. Nosotros somos personas. ¿Que quieren de nosotros? Somos médicos.
Como los pediatras. Pero no, los pediatras parecen ser las personas más buenas y pacientes del
mundo. Te dan un caramelito, un chupetín, medicación con sabor a vainilla. Te esperan con el poster
del ratón Mickey y el del perro Pluto! Son santos, en cambio nosotros monstruos, demonios.
Antipsiquiatría hay, antipediatría no.
La papelería. ¡Eso! Los pacientes leen lo que dice la receta, y asi como interrumpen la consulta para
ver la marca del Papel Higiénico, pasan de leer la medicación a evaluar el gramaje del papel de la
receta, los créditos académicos y el diseño gráfico. Creo que deciden continuar o abandonar el
tratamiento luego de evaluar la calidad de la receta.
Yo ya se lo que va a pasar cuando doy una receta, se que va a generar adicción o rechazo. Me hago
muchas preguntas antes de dar una receta. Pero una vez firmada el tratamiento no tiene vuelta atrás
y yo lo tengo que defender a muerte. A veces algunas dudas me dan vuelta la cabeza y las tengo que
escribir para concentrarme (Escribe)
(Acusa) Ellos aprietan la receta en su mano, hacen que la leen y con el rabillo del ojo “escanean” las
paredes en búsqueda de evidencias, de fotos familiares, de signos, de síntomas. Eso. Estoy seguro
que buscan síntomas. -¿Quién es este tipo?- se preguntan.
(Describe) Puse mis títulos para que confíen. (Se defiende) Miran todo. Hasta la biblioteca miran.
¿Quieren saber que leo? ¿Porque no me lo preguntan? ¿Que soy un perro que los voy a morder?
¿Por qué tienen que descifrarme, interpretarme?

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Me miran la ropa y mi aspecto general. Si estoy prolijo, desprolijo. Un zapato sucio. Un reloj
demasiado caro. (Pausa)
El nuestro es un trabajo que requiere una profunda formación. Una profunda formación y mucho
entrenamiento.
Yo no puedo pedirles que se recuesten en un diván. Los tengo que mirar a los ojos para decirles lo
que tienen que escuchar. El diagnóstico y el tratamiento. Por ejemplo: “Tenés un trastorno crónico
llamado esquizofrenia y vas a tener que tomar medicación toda tu vida”
(A Público) No es fácil decirle eso a una persona. Pónganse en mi lugar.
Pero ya estoy acostumbrado. Perdí la cuenta de los diagnósticos que di.
Los pacientes fueron llegando por las derivaciones apadrinadas pero sobre todo, como en el teatro,
por el boca en boca.
La buena prensa es importante. Por supuesto, soy un buen profesional pero creo que lo que me ha
hecho más creíble, a los ojos de los pacientes, son mi título, mi posgrado, los congresos y todo lo
que hice. Eso te da prestigio. Deben pensar: “ahh, estuvo en Ginebra, es grosso”
Entonces, ahí van y te recomiendan.
Pero ya no voy más a los congresos. La última experiencia fue traumática, Valle. Estaba en
Alemania, en un hotel cinco estrellas. Era la hora de la siesta, después del almuerzo. Había salido a
ver si había nuevos medicamentos con menos efectos secundarios. Estaba en un pasillo del Hotel,
había stands de laboratorios y de instituciones internacionales. Ahí lo vi venir a Fernandez, un
psiquiatra mexicano.
“Valle, quiero invitarte a una fiesta con unas mariquitas, muy tiernas. Tranquilo Valle, todo pago por
mi laboratorio.”
¡Que fiesta! Dejame tranquilo. Me empecé a sentir mal y me fui al baño. Cerré la puerta me puse
los dedos y quise vomitar. No pude. Sentía nauseas.
Y ahí entendí todo.
Dejé de aceptar las invitaciones. No le iba a hacer el juego a los grandes laboratorios y las
corporaciones. ¡Que se caguen! Yo soy médico. Soy un psiquiatra. Y no puedo dejar solos a mis
pacientes por 7 días. Me necesitan
Ese día, decidí dedicar cada segundo de mi vida a mis pacientes y el dinero se volvió el consuelo
para tanta exigencia. No una gran suma pero la necesaria para pagar los gastos fijos, vivir y darme
algunos gustos.
Poco a poco fui teniendo más y más pacientes: ¡un sueño hecho realidad! Yo me había preparado
para eso. Empecé a tener amigos nuevos, nuevos conocidos. Concentré mi vida en el consultorio y
amplié mi mundo, ¿paradójico, no?
Marcelo, el encargado. Raul, mi vecino. Las chicas del bar de la esquina, que me hacían alguna
broma picante cuando me ven de delantal blanco.

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Y un problema. La aspiradora de todos los días a las 11 de la mañana del departamento de arriba
que ponía en juego mi concentración. Mi nuevo mundo.
Pasó el tren y me subí. El que no sube, no viaja. Arriba del tren llegaron más, y más, y más, y más
pacientes y así fui dejando de lado a esos nuevos conocidos.
Mi familia se fue diluyendo, como una siesta a media tarde. Y ya sabemos que la familia nunca
entiende tu vida, Valle. Dejé de ir a almorzar los Domingos a casa de mis padres.
(Pausa) Los primeros días en el consultorio perdía casi dos horas en comer y no me podía permitir
eso. Además, después del almuerzo me agarraba una pesadez.
Confesalo, Valle. Una vez te dormiste en una consulta. Si, pero el paciente no se dio cuenta. Me
dormí así. (Se pone en una posición en la que no se le ve la cara ni parece estar durmiendo. Pausa
y silencio total)
- ¿Usted qué opina doctor?
- Lo importante, acá, es lo que usted opina.
- Creo que tengo que seguir tomando la medicación.
Justo cuando se la iba a sacar.
- Por supuesto, lo mejor es continuar con el tratamiento.
Ese día, por respeto a mis pacientes, empecé a comer livianito y en pocos minutos. Cruzaba a
comprar comida a la dietetica de enfrente. Una vez me crucé con un visitador médico. Gente rara
los visitadores
- Valle. Te está dando mal la auditoría. Te aviso porque vos estas entre los capos, y a los capos hay
que avisarles.
El estaba haciendo su trabajo. Era cierto que yo ya no recetaba como antes las drogas que su
laboratorio me indicaba.
- Para salir del paso te dejo esto.
¿Plata?
- Regularizá tu situación. Son 10 recetas nada mas que te faltan y listo. No me ves mas.
Desaparezco
Y se fue. ¿Cómo se atreve? ¿Cuándo le di esa confianza? Con el dinero en la mano volví al
consultorio. En ese momento decidí ya no salir mas. Tenía ropa, tenía trabajo y tenía el telefono del
delivery para llamar. Entonces, transformé al consultorio en mi refugio. No. Mi búnker. Y desarrollé
una estrategia.
Al poco tiempo ya atendía de 8 a 21 hs, con pequeñas pausas de diez minutos entre paciente y
paciente.
El vigor físico y mental de las primeras horas es reemplazado por un cansancio enormemente

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funcional que favorece la visión clínica y permite mayor capacidad asociativa. Las indicaciones son
enunciadas con una profunda convicción. Para que los pacientes cumplan el tratamiento es
importantísimo la forma en que les damos las indicaciones. No se puede mostrar la mas mínima
duda. El objetivo es que cumplan el tratamiento y todas las indicaciones. En psiquiatría educamos a
los pacientes para que sean buenos pacientes.
Porque los pacientes se dan cuenta de esa falta de convicción. Son excelentes terapeutas de sus
analistas. Tienen como un sexto sentido.
Por eso hay que mantener la atención.
Y los diez minutos entre paciente y paciente se volvieron fundamentales. Tanto que terminaron
siendo mi vida. Los últimos años los viví en fragmentos de 10 minutos. Dos horas diez minutos de
vida por día en fragmentos. Luego la cena, el sueño, el desayuno y de nuevo a los fragmentos.
Lo que está en juego en este oficio es la cabeza y el cuerpo del que se expone.
Aunque el paciente crea que viene a abrir su mundo, a explicar lo inexplicable, a enfrentar el
misterio de sus locuras, el que se expone no es él. El que se expone, soy yo.
Una vez, un paciente bipolar, brillante por cierto, de mi edad mas o menos, me acusó: “tu
tratamiento psiquiátrico es la forma mas eficaz de evitar una revolución. Y yo soy un líder
revolucionario”.
Pero que se creyó ¿Montoneros? ¿Chiapas? ¿La liberación Palestina? Que paciencia que tenemos
que tener.
Otra vez, una esquizofrénica:
“Yo soy judía y vos ordenaste que me internen en un campo de exterminio nazi”
Tu familia me había pedido, desesperadamente, que te internara, porque la convivencia en tu casa
era un infierno y podía terminar en una tragedia. Se lo expliqué mirándola a los ojos, con todo el
amor del mundo.
“Vos no sos Valle sos Menguele”
Y se fue. Yo no tenía otra opción que firmar la internación. ¿Qué podía hacer? No hablo más con los
familiares. Yo me preparé para tratar enfermedades mentales, no familiares.
Los familiares nos exigen “curas rápidas”, nos reclaman soluciones definitivas.
Pero después si aplicamos un tratamiento rápidito, como un electroshok, nos tiran a matar como si
fuésemos demonios.
Es muy complicado el lugar que nos toca.
Los pacientes se van y nosotros nos quedamos con los pacientes en la cabeza. No en la historia
clínica. La realidad me empujó a concentrar mi vida en el Consultorio. Entonces, los pacientes
pasaron a ser mi conexión con el mundo.
Algunos me ponían al tanto de las novedades en cine, teatro, literatura.

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Con otros discutíamos de política, y me enteraba los temas de actualidad. Una señora mayor,
siempre me traía algo dulce. Una vez me trajo una torta de chocolate.
Pero ¿Donde estoy? ¿Como llegué acá?
Un día sonó el teléfono. Hacía años que no sonaba. Eran mis colegas del Hospital que me invitaron
a un re encuentro de residentes por las “viejas glorias” de la Institución. Quise negarme, pero no me
dejaron. Es muy fuerte lo que se vive en una residencia. Estás decidiendo todo el tiempo entre la
vida y la muerte.
Era todo un evento. Mis padres también fueron invitados. Mandaron un auto a buscarme con ellos.
No me acuerdo si era un auto, o una camioneta. Una traffic blanca creo que era.
Cuando bajé me encontré con dos ancianos extraños, que me besaron, me abrazaron. Llorando de la
emoción. Hacía años que no los veía. Fuimos del centro hasta el barrio donde quedaba el hospital.
Bajamos, entramos y en el hall me estaban esperando todos mis colegas. Parecía una fiesta sólo para
mi, más que un re encuentro por las “viejas glorias”.
Hubieron breves discursos de los jefes de residencia que no escuché. Brindis, con charlas que no me
interesaron.
Pero hubo una sorpresa. El Director, anunció
- La Institución se enorgullece de inaugurar un innovador dispositivo terapéutico, que esperamos
sea revolucionario para toda América. En este acto, inauguramos el primer consultorio permanente
a cargo del Doctor Valle, insigne profesional que ha llevado el buen nombre y la buena reputación
de nuestro querido Hospital, por el mundo.

Ahí entendí, perfectamente, que no me haría falta volver a mi consultorio, porque tendría uno
nuevo, en un hospital público, sólo para mi. Y no tenía que pagar mas el alquiler.

Llegué a la puerta acompañado por todos. Me dieron la mano. Mis padres me besaron llorando.
Entré. Y cerraron la puerta. (Pausa y silencio). Había un espejo ahí. Chiquito.

¿Quién es ese?

¿Los documentos? ¿Mi billetera? ¿Las llaves?

Esta luz confunde hasta al sujeto más lucido, al mas equilibrado. (Pausa. Se evade) Debe estar por
llegar algún paciente. Algo hacen los pacientes en el baño. Por algo interrumpen la consulta.

Tendría que suspender. No estoy en condiciones de trabajar. Estoy agotado. Lento. Casi no siento
nada. Podría ir al parque del hospital a dar una vuelta a tomar aire. Caminar entre los árboles y
escuchar los pajaritos.

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Me haría bien detenerme. Diez minutos. No puedo suspender. Tengo que seguir. Tengo que seguir.
Son mis pacientes. No se puede abandonar.
¿Que es este lugar? Espero que no sea el fin de semana, creo que incluso sería peor. Acá el tiempo
libre me fastidia. No. El tiempo libre me tortura.
¿Dónde estoy? Estoy en todos mis pacientes y en todas sus relaciones. Estoy en un padre que le
recuerda tomar la medicación a un hijo. Estoy en una pareja que discute sobre un tratamiento. Estoy
en las familias.
Estoy en las ciudades, en los pueblos y en las rutas.
Algunos camioneros de larga distancia experimentan, después de muchas horas de manejar de
noche, “el sueño blanco”. Parecen despiertos, con los ojos abiertos y las pupilas abiertas, intactas.
Pero en realidad están profundamente dormidos, llegando sin saberlo, a su destino trágico.
(saca un frasco de su bolsillo)
¿Que es esto? Valcote, divalproato de sodio. Esto no es mio, es de ustedes. Uno a la mañana, uno a
la tarde, y uno a la noche. Antes de soñar.

Telón.

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