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La Conversión de Pablo
La Conversión de Pablo
Hay tres versiones distintas sobre su conversión (Quizá se pueden elegir tres
voluntarios para leerlos):
1. Hch 9, 1-19ª
2. Hch 22,4-16
3. Hch 26,12.18
“Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó
al Sumo Sacerdote
y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los
seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres”
Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo
envolvió de improviso con su resplandor.
Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».
El preguntó: «¿Quién eres tú Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió
la voz.
Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer».
Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a
nadie.
Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron
de la mano y lo llevaron a Damasco.
Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.
En el camino una luz lo envolvió y a causa del esplendor cae en tierra: “Saulo Saulo”. A
Lucas le gusta repetir en momentos importantes dos veces el nombre (Simón Simón,
Jerusalén, Jerusalén; Marta Marta).
Hay algo importante que tenes que cambiar y algo grande a lo que te llamo, nos dice
Jesús.
Pablo se levanto de la tierra y no veía absolutamente nada. Estuvo tres días sin comer,
sin beber, sin nada. La luz que enceguece y derriba, la voz que pregunta y revela y pide
levantarse y necesitando ayuda de los que estaban con él entra en la muerte: sin ver,
sin comer, sin beber: signo de la pascua de Jesús. En Pablo se ve una soberbia que
viene persiguiendo que se tiene que dejar conducir a la muerte. En Pablo hay algo
que tiene que morir para empezar su gran misión. Este es el gran encuentro con
Cristo, un gran encuentro que le cambio la vida completamente.
Tenemos que saber que, si quiero responder al llamado, en algún momento voy a
tener que dar una opción final, en donde quizá tenga que morir a algunas cosas, tenga
que pasar tres días sin beber, sin comer, sin ver. Pero para después dar fruto y darlo en
abundancia.
Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una
visión: «¡Ananías!». El respondió: «Aquí estoy, Señor».
El Señor le dijo: «Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo de
Tarso.
El está orando y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le
imponía las manos para devolverle la vista».
Ananías respondió: «Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus
santos en Jerusalén.
Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar presos a
todos los que invocan tu Nombre».
El Señor le respondió: «Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para
llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel.
Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre».
Ananías que sabe quién es el Señor, resiste: “Escuche cosas malas persigue a los
demás” ¿por qué tengo que ir a buscar al violento, autoritario que nos persigue? ¿A
ese querés que vaya? ¿No tenes a otro para elegir? Ananías le habla como si Jesús no
conociera a Pablo. ¡Las elecciones de Dios son complicadas, elige a quién quiere, pero
por algo! Cuántas veces nosotros mismos nos encerramos en el pensamiento “Soy así,
ya está” Es mentira, Si Dios llama ya esta, solo hay que querer. Y este es el gran
problema “No hago el bien que quiero sino el mal que no quiero” Pero sin embargo se
puede ir más allá.
Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, el Señor
Jesús –el mismo que se te apareció en el camino– me envió a ti para que recobres la
vista y quedes lleno del Espíritu Santo».
En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se
levantó y fue bautizado.
Este fue el gran llamado de Pablo, la conversión. Muchos dicen que no hay que
llamarlo conversión sino vocación, porque Pablo nunca renegó de ser judío. Sino que
se encontró con Jesús resucitado, se dio cuenta que Jesús es el culmen de su judaísmo,
la plenitud de la revelación, lo que todo judío esperaba. Y por eso sale a darlo a
conocer. Es una vocación.
Texto de Descalzo
Cuando yo era muchacho oí predicar muchas veces que el hombre debía convertirse y
que para ello tenía que «agere contra», trabajar contra sus propias tendencias, ir
contra corriente de su alma, cambiarse como un guante, al que se da la vuelta. Así, si
eras orgulloso e impetuoso, tenías que volverte humilde y un poco apocado; si eras
tímido, tenías que convertirte en atrevido; si eras lento, en rápido; si nervioso, en
tranquilo; si impulsivo, en sereno.
El paso de los tiempos fue convenciéndome de que este planteamiento no podía ser
correcto. En primer lugar, porque era sencillamente imposible de realizar; los años me
mostraban que el tímido, tímido seguía; que el impetuoso podía cambiar la dirección
de su ímpetu, pero no domeñarlo. Como dice el refrán: «Al cabo de los años md,
vuelven las aguas por do solían ir».
Pero, además, yo pensaba: ¿Es posible que Dios se haya equivocado tanto al hacer a
los hombres? Si quería que el tímido fuera atrevido ¿por qué no empezó por ahí? ¿Es
que a Dios le encanta ver a los hombres peleándose con su naturaleza?
El ejemplo de San Pablo fue claramente dominador para mí. El apóstol de Tarso era un
violento, un fariseo militante y exacerbado, brioso como un caballo pura sangre,
enamorado de la lucha por lo que él creía el bien, tan peligroso como un león en celo.
Perseguía a los cristianos porque creía que era su deber y porque le salía de los riñones.
Y un día Dios le tiró del caballo y le explicó que toda esa violencia era agua desbocada.
Pero no le convirtió en un muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de
fuego por otra de mantequilla. Su amor a la ley se transmutó en amor a otra Ley, a la
que serviría en el futuro con el mismo apasionamiento con el que antes sirviera a la
primera. Se entregó a luchar por Cristo como antes lo hacía contra El y sus seguidores.
Efectivamente, había cambiado de camino, pero no de alma.
Este es el cambio que se espera de los hombres: que luchemos por el espíritu como
hasta ahora hemos peleado por el poder; que nos empeñemos en ayudar a los demás
como hasta ahora nos empeñábamos en que todos nos sirvieran a nosotros. No que
apaguemos nuestros fuegos. No que le echemos agua al vino de nuestro espíritu, sino
que se convierta en un vino que conforte y no emborrache.
Pasarse la vida luchando «contra» los propios defectos es la más de las veces tiempo
perdido. Porque hay muchos defectos que sólo se cortan «por dentro».
Voy a explicarme. Si yo digo: «Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar», lo
más posible es que me pase la vida entera tratando de no ser egoísta y no empiece a
amar nunca. Si, en cambio, me digo. «Voy a empezar a amar, porque cuando empiece
a amar dejaré de ser egoísta», entonces tengo todos los boletos para ganar en esta
lotería. Porque el amor irá pulverizando «por dentro» el egoísmo.
Lo mismo ocurre en muchos terrenos. Si me digo: <,. Cuando me des-pegue de las cosas
de este mundo, podré preocuparme de las espirituales», lo más posible es que me pase
la vida entera y siga amando al dinero y obsesionándome por el poder o por el
prestigio. Pero sí, en cambio, digo: «mañana voy a empezar a preocuparme por las
cosas de n-ú alma», lo más probable es que mañana mismo empiece a descubrir qué
poco importantes e interesantes eran el dinero, el poder o el prestigio.
Sí, la única manera de borrar los defectos es quemarlos por dentro. Porque, en
realidad, no es que tengamos muchos defectos, sino que tenemos pocas virtudes, que
el horno interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a
multiplicarse la hojarasca. Si San Pablo, al caer del caballo, no se hubiera enamorado
de Cristo, al cabo de seis meses, aparte de haberse convertido en un tío aburrido que
ya no sabía ni siquiera ser malo, habría acabado siendo un buen burgués mediocre
montado en un burro.
Fue tan fuerte el encuentro con Jesús crucificado que empapo toda su vida: su
condición de judío, sus modos griegos, y su identidad política en el Imperio Romano.
No se transforma solo para algunos, para algún grupo únicamente, sino para toda su
vida por completo.
Pablo recibe el encargo por tener esta condición de anunciar la salvación a los
paganos, es decir Cristo es para todos. El Plan comenzó con un Pueblo, pero ya no. En
las cartas aparecen los famosos “opositores”, gente que no es mala, pero que no
termina de entender el mensaje de Cristo y la vida comunitaria. Cuántas personas
quizá no entiendan el anuncio, los sueños que tenemos, la fe que tenemos, cuántos
incluso la tiran abajo. Pablo nos muestra que hay que seguir igual, hacia adelante. Tres
viajes misioneros fundando comunidades de por medio. ¿Y nosotros?