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©Isabel Acuña.
Registro de la obra: 1-2016-64590
Oficina de Registro de Autor.
Ministerio de Justicia. Colombia.
ISBN-13: 978-1537611716
ISBN-10: 1537611712
Le enterneció el brillo en su
mirada, se sintió amada. Sin conocer
Colombia, ya se sentía enamorada por
todo lo que le contaba.
Al concluir la cena y salir del
restaurante, la invitó a un sitio famoso
en la colonia colombiana, localizado a
pocas cuadras de Times Square. Un son
latino los recibió en cuanto entraron al
local. Se ubicaron en una las mesas,
mientras observaban a una pareja
bailando salsa con maestría.
—¿Sabes bailar?
—Claro que sí —dijo ella—, me
encantan la salsa y la cumbia.
—Quien lo diría, Sofía
Marinelli, experta en salsa, no te creo.
—Pruébame —dijo ella
mientras, bebía de su vaso de licor.
Él levantó una comisura de sus
labios y con ojos como dagas, le
acarició los hombros.
—Lo haré y de todas las formas
posibles.
Un rubor se extendió por el
rostro de Sofía. Él se levantó y la tomó
de la mano. Un tema de Eddie Santiago
vibraba por el lugar. El ritmo lo llevaba
Álvaro, que la pegó a su cuerpo y con
soltura se deslizaron por la pista. El
movimiento de Sofía estaba enfocado en
las caderas, de no haberla conocido,
hubiera jurado que era latinoamericana.
—Lo haces muy bien.
—Clases de baile.
Ambos estaban en las nubes
después de la pedida de mano de
Álvaro. Sofía no era mujer de
discotecas, no le gustaba el ruido, ni el
humo de cigarrillo y los olores
enviciados, pero con Álvaro fue una
experiencia distinta. No quería
separarse, Álvaro bajó las manos y las
posó en la curvatura de sus nalgas.
—¡Vaya, vaya, señor
Trespalacios! Estamos muy osados hoy.
—No digas nada, mi amor, estoy
en los preliminares.
Sofía cerró los ojos mientras se
balanceaba al ritmo de la música, él le
acariciaba la espalda y luego descendía
de nuevo con la mano. Era como hacer
el amor, pero no de la manera voraz y
tórrida que los asaltaba cada que
compartían la cama. Era algo dulce,
íntimo, que disfrutaban con cada acorde.
Álvaro se deleitaba en la
expresión cambiante de sus ojos y su
sonrisa, que le atravesaban el alma. Una
delicada y hermosa pintora de ancestros
italianos le había robado el corazón y la
cordura. Nunca había sido tan feliz
como desde que estaba con Sofía.
—Me encantan los preliminares
—repitió ella, mientras le besaba la
garganta.
Lo miró fijamente, le gustaba ver
la expresión de la felicidad en su
semblante, deseaba ese gesto todos los
días de su vida. Él pareció adivinar algo
de sus pensamientos.
—Lo lograremos —dijo solemne
—. Nada ni nadie nos lo va a impedir.
—Lo sé.
—Esto que tenemos es real y
absoluto, es inevitable, es el destino.
A Álvaro se le entrecortó la
respiración y la atmósfera se volvió
pesada mientras miraba sus labios de
manera ardiente.
—No sabes cuánto te deseo.
Ella dejó de bailar, pero se negó
a separarse de él, lo abrazó con mucha
más fuerza, percibió el cuerpo de
Álvaro rígido contra el suyo.
—Vámonos de aquí —dijo,
tomándolo de la mano, atraída a un nivel
primitivo e insondable.
Capítulo 11
Álvaro soltó una carcajada y la
siguió. En el auto no lo dejó en paz, lo
tocaba, lo besaba, lo volvía loco. Lo
acarició por encima del pantalón.
—Sofía, mi amor…
En cuanto llegaron al
parqueadero de los dormitorios, la besó
con destemplanza. Un beso apasionado,
enamorado, desesperado, con sabor a
dulce, a vino, a amor. Ella arqueó la
espalda cuando él empezó a acariciar
sus pechos.
—Vamos o tendremos problemas
con la policía —dijo él en un susurro
ronco, después de un suspiro.
Tomados de la mano y casi
corriendo llegaron hasta el
departamento. La besó de nuevo antes de
entrar. Ni siquiera se molestaron en
encender la luz.
—¿Y Greg? —preguntó Sofía.
Tampoco se trataba de dar un
espectáculo ante el joven.
—Estará fuera esta noche y
mañana.
—Vaya, vaya, lo tenías todo
fríamente calculado.
Álvaro le regaló una de sus
matadoras sonrisas.
—Sí.
La ayudó a desvestirse, solo le
dejó el tanga y las medias, jadeaba y
respiraba rápido, mientras se quitaba la
chaqueta, la camisa y la corbata.
—Quiero follarte duro, mi amor.
Sacó su miembro, ya erecto, del
pantalón.
—He estado así toda la jodida
noche por culpa de esas medias.
Contempló largamente las
piernas envueltas en las medias de seda.
Tocó la vena delgada. Sofía soltó la
carcajada, pero se puso seria de repente
cuando Álvaro llevó los dedos a su sexo
por entre la tanga y empezó a acariciarla
fuerte.
—¿Te gusta?
—Sí.
Dejó de acariciarla.
—No te escucho.
—Álvaro, por favor…
El hombre volvió a acariciarla
con fuerza y ritmo. Sofía estaba
derretida de deseo y amor.
—Lo que mi mujer quiera yo se
lo daré.
Le bajó la ropa interior dejando
su sexo expuesto.
—Joder —dijo en español—.
Eres lo más hermoso que he visto en mi
vida.
Le buscó los labios con
desesperación, enredó su lengua en la de
ella como si nunca más la fuera a
saborear y se fundió en su aliento para
sentirla suya, solo suya. La jaló hasta
ponerla en la orilla de la cama donde le
dobló las piernas, la aferró de las nalgas
y la penetró.
Sofía respondió con un gemido
de satisfacción. Él empezó a embestir
con violencia dentro de ella. El cuarto
se llenó de gemidos, palabras sucias y
respiraciones aceleradas. Sus cuerpos
cubiertos de sudor resbalaban uno sobre
otro. Cada movimiento lo empujaba más
profundo.
—No voy a tener bastante de
esto nunca.
Estaba cerca y necesitaba
aguantar. Iba a estar lejos de ella más de
una semana y la iba a extrañar, Sofía lo
había marcado a fuego y sin ningún
remordimiento. Los gritos y suspiros de
la mujer subieron de intensidad, estaba
muy caliente y húmeda, lo aferró con las
piernas, la sintió tensarse.
Sofía se arqueó contra el pecho
de él. Empezó a respirar de forma
entrecortada mientras la piel se le
ruborizaba, signos de que en segundos
llegaría la culminación. Tras sus
párpados cerrados, una luz multicolor
iba y venía al vaivén de sus
movimientos. Álvaro movió las caderas
con golpes largos hasta que ella se
corrió.
—Te quiero así todos los días
de mi vida, mi amor. Así, en el suelo, en
la mesa, quiero que me la chupes —
recitó en español, con tono de voz ronco
y afilado.
—Me excita que me hables así.
Me gusta, aunque no entendí mucho.
Bajó sobre ella otra vez,
riéndose contra su cuello .
—Quiero saber qué dijiste —
insistió ella.
Los empujes disminuyeron,
Álvaro le aferró el rostro con las manos,
el cabello parecía una manta oscura
sobre la almohada. Le repitió las
palabras en inglés para que las
entendiera.
—Quiero complacerte —dijo
ella, resuelta.
—Ya lo haces, mi amor.
—Quiero chuparte, así como tú
haces conmigo.
Salió de debajo de él al ver la
acogida por parte de Álvaro a su
propuesta. Se besaron con exceso, luego
él se puso de pie, ella se arrodilló y sin
dejar de admirarlo, lo tomó en su boca,
sabía a sexo, a colonia y a su aroma
inconfundible. Él cerró los ojos y gimió
mientras agarraba su cabello y empujaba
más dentro de sus labios. Escuchó sus
gemidos, levantó la mirada, él estudiaba
su expresión con gesto ardiente.
La experiencia de Sofía en esas
lides era poca, pero su amor, entusiasmo
y la respuesta de Álvaro le dieron la
confianza necesaria para brindarle un
momento memorable. Después de
tragarse su orgasmo, en medio de
gruñidos bruscos y palabras en español
que Sofía no entendió, se acomodaron en
la cama.
—Fue bestial —dijo él, mientras
la aferraba por la cintura y se
acomodaba contra su espalda. Le
acarició los pechos—. Estos pechos
alimentarán mis hijos.
Había acabado de tener uno de
los orgasmos más intensos de su vida y
aún seguía listo para continuar. Nada ni
nadie lo había hecho sentirse tan bien,
nadie le había hecho perder el control, o
volverse loco posesivo como ella, su
Sofía.
—¿Cuántos hijos quieres?
—No sé, no le he pensado, pero
dos o tres estaría bien.
—Buenos números —dijo ella,
acariciándole el brazo, soñolienta.
—Te amo, Sofía, quiero todo
contigo, caminar, reírnos, ir de compras.
—Ella sonrió, era alérgica a las
compras—. Y abrazados, siempre
abrazados, poderte mirar mientras
pintas.
Lo sintió tenso y excitado otra
vez, se dio la vuelta para besarlo, le
acarició el contorno de la barbilla, el
anillo brilló en medio de la oscuridad.
—Yo solo quiero que estemos
juntos siempre, amore mio.
Manuel García, un
administrativo de la oficina de puertos
de Newark, conocía muy bien al dueño
de la empresa Sonostía Maritime
Transport, era el mismo hombre que por
medio de testaferros poseía media
docena de empresas más, un par de ellas
en la mira del FBI. El hombre con rostro
de granito le inspiraba miedo. Había
hablado en un par de ocasiones con él y
sabía que estaba ante una persona a la
que no le temblaría la mano al
descerrajarle un tiro si algo salía mal
con este cargamento mixto en particular.
Aunque su cuenta había aumentado
varios miles de dólares en ese tiempo,
la adrenalina le había ocasionado una
úlcera estomacal del tamaño de un
cráter. Pero tenía que hacerlo, al fin y al
cabo sostener a un hijo en la universidad
y a una amante mucho más joven no
resultaba barato.
El Agustine tocaría puerto esa
misma noche, ya el barco estaba
fondeado, y esperaba su turno para la
inspección y la emisión de los permisos
para entrar al país, por la suma de
dinero que había recibido sabía que
estaba ante un cargamento de los
grandes, armas, y hasta el maldito polvo
blanco que tanto había jodido a ese país.
Ya había untado las manos que tenía que
untar, solo restaba esperar.
Lo que no iba con él era lo que
había visto la última vez y que lo tuvo
vomitando un buen rato. Personas
hacinadas como ratones en una caja.
Entes transfigurados, pálidos y ojerosos,
que hacían parte de la trata mundial de
personas. Sabía que por más que se
confesara estaba condenado.
Al día siguiente de la
videoconferencia llegaron los esposos
Preciado bajo fuertes medidas de
seguridad. Un equipo de escoltas había
llegado a la hacienda el día anterior y
andaban con armas escondidas y
aparatos de comunicación en los oídos.
La casa relucía, para orgullo de Sofía.
No era que hubiera hecho mucho, solo
andar detrás de las mujeres revisando
que todo estuviera perfecto.
—¿Estás nerviosa?
—No —contestó ella—. Tengo
curiosidad por todo lo que me has
hablado de ellos.
—Melisa es muy especial.
Tendrás una nueva amiga.
—Ya tengo a Zoila y a Miriam.
—Es diferente.
—Eres un snob, señor
Trespalacios.
—No lo dije por eso.
—Pues sonó así exactamente.
—Mil disculpas.
Se había puesto un vestido
veraniego de flores de colores suaves.
Estaba ligeramente maquillada.
Deshaciéndose de su momentánea
incertidumbre, se situó junto a Álvaro y
este le pasó el brazo por los hombros en
cuanto una camioneta se situó frente a
ellos. Dos vehículos más frenaron uno
adelante y otro atrás, un grupo de
hombres bajó antes de que la familia se
apeara. Álvaro le había contado la
historia de su amigo. Parpadeó en cuanto
vio a al hombre bajar del vehículo: ¡era
guapísimo!
Álvaro se le acercó con ella
abrazada.
—Mi amor, te presento a mi
amigo Gabriel Preciado.
Gabriel dio un paso al frente con
una sonrisa enorme que se extendía a sus
ojos verdes.
—Me alegro mucho de
conocerte, Sofía. —Le dio un beso en la
mejilla—. No sabes cuánto lo esperaba.
—Igualmente —contestó Sofía,
al ver que una preciosa chiquilla igual a
su padre se lanzaba a los brazos de
Álvaro.
—Tío, tío, mi papá me dijo que
podía montar en un caballo.
—Claro, bienvenida a mi casa,
alteza.
Sofía observaba a la hermosa
mujer, de enormes ojos azules, que se
acercaba con un bebé en brazos.
—Es un placer conocerte, por
fin.
—El placer es mío. He oído
hablar mucho de ustedes. Son muy
importantes para Álvaro. Me encanta
conocerlos.
Se acercó a observar al bebé,
que se había quedado dormido en el
hombro de su madre.
—Es hermoso.
Melisa miró a su hijo con vivo
orgullo.
—Lo es, mil gracias.
La mujer tenía una piel
espectacular, y era de trato suave.
—Bienvenidos —dijo Sofía y
subieron los escalones que los llevaban
al zaguán.
—Me gusta mucho este lugar, me
recuerda la hacienda de Miguel.
La niñera se acercó y trató de
recibir el bebé de los brazos de Melisa,
pero ella se negó.
—Ve a instalarte y organizar las
cosas de los niños, yo me encargo de
Sebastián.
La joven se alejó con Miriam.
Ellos se sentaron en las sillas
mecedoras del zaguán.
—A propósito ¿cómo está
Miguel? —preguntó Álvaro.
—Muy bien, ya llegó el bebé, es
un niño, él y Olivia están muy contentos.
Sofía se moría de curiosidad por
conocer a Melisa ahora que la tenía
enfrente. Tenía que ser muy especial
para lograr esa mirada con la que su
marido la agasajaba.
—¡Papi! Mira un pajarito de
color... —Se llevó el dedo a la boca
tratando de recordar—. ¿Verde?
—Mi amor, es un petirrojo y su
color es el rojo. Aquí aprenderás los
colores. —señaló Melisa.
—Nunca había visto uno así.
—Solo viven en esta zona —
contestó Gabriel.
—Yo quiero llevarme uno para
la casa.
—No preciosa, ellos deben vivir
en libertad.
La niñera se acercó y Melisa le
pidió que llevara a la niña a lavarse las
manos.
—¿Cómo te ha tratado
Colombia? —preguntó Gabriel a Sofía.
—Muy bien, estoy enamorada de
todo lo que he conocido.
—Eso tiene nuestro país —
intervino Melisa—. Te roba el corazón,
muchos extranjeros se radican aquí a
pesar de la mala prensa y de nuestros
problemas, ellos insisten en que somos
muy alegres.
—Me he dado cuenta de que
gozan de muy buen humor.
—Ese humor es algo con lo que
Dios premió a mi doliente tierra.
Si lo decía Melisa, así era. No
solo Sofía había pasado por cosas
terribles, ellos habían vivido un
secuestro que pudo acabar con la vida
de ambos y allí estaban, realizados y
felices. Álvaro le había relatado la
historia. Estaban recién casados cuando
ocurrió el hecho. Viéndolos felices y
con sus preciosos hijos, nadie adivinaba
todo lo que tuvieron que pasar.
—Álvaro dice que eres una
artista de gran talento. —Gabriel la
miraba con viva curiosidad.
Ella miró a Álvaro, le sonrió y
lo tomó de la mano. Él le besó el dorso.
—Solo trata de ser amable.
—No lo creo, tuvo mucha
educación al respecto y confío en su
criterio —insistió Gabriel.
—Estoy en una nueva fase y
creando mucho, veremos qué sale de
ello.
—También nos dijo que eres
perfumista —señaló Melisa, que se
mecía en la silla y le besaba la coronilla
al bebé.
—Sí, estudié en París, trabajé en
una perfumería hasta hace poco.
—¿Es difícil hacer perfumes?
—No, para nada, si deseas te
enseño, me llegaron unas esencias que
encargué, voy a enseñarles a Zoila y a
Miriam.
—Me encantaría.
Zoila llegó con jugos de lulo
para todos, en cuanto volvió Valentina,
Melisa le pasó el bebé a Gabriel, tomó
de la mano a la niña y bajaron la
escalera para enseñarle las flores e ir
reforzando el aprendizaje de los
colores. Hasta Sofía llegaban las voces
de madre e hija mientras los hombres
charlaban de conocidos de Bogotá.
Se sentaron a la mesa después de
que Melisa alimentó a Sebastián, lo
bañaron para refrescarlo y quedó
haciendo siesta. Mientras tanto, Gabriel
y Álvaro habían llevado a Valentina a
dar un paseo a caballo.