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La subversión de una
Princesa Montonera
Escribir como lo hace Mariana Pérez es un atrevimiento, una subversión.
La narradora no teme revelar también las verdades que muestran a ese mundo,
su mundo, como un espacio humano, contradictorio, lleno de relieves. Ella puede
hablar de “el temita”, refiriéndose a los derechos humanos, porque es el tema de
una vida al que accede con humor negro y sin duda con dolor.
Tamara Vidaurrázaga*
(Dra. en Estudios Latinoamericanos)
Pero al mismo tiempo su diario revela un ethos conocido por todos los “hijis”
pero enigmático para quienes desde fuera son ignorantes de los códigos que implica
no sólo haber sido hijo o hija de militantes resistentes contra la dictadura, sino
también haber dedicado su propia vida a recuperar la memoria de esos padres y a la
lucha por la verdad y la justicia, el ethos del ghetto del mundo derechohumanístico.
Para ser parte de ese ghetto, no basta con ser hijo de o hiji, hay un protocolo
al que ajustarse que –aunque no escrito– se revela en el libro con lujo de detalles
y debe respetarse y repetirse al modo de los rituales religiosos: el gesto de la V de
victoria con la mano, el grito del que no salta es militar, la camiseta de juicio y
castigo que a Mariana le parece sexista porque “a quienes no tenemos suficientes
lolas nos queda mal”.
Y no sólo se ríe de sí misma y del rol impuesto que deben cumplir los
buenos “hijis”, sino que también deja al descubierto aquellas sombras que
cuestionan la limpidez del mundo de los derechos humanos, la que siendo noble
no carece de grises que comúnmente no son revelados al público general para
no afectar su blancura, blancura que parece necesaria para continuar evocando
respeto. Mariana cuestiona ese respeto basado en la limpidez y propone otro, un
respeto nacido desde el conocimiento profundo, desde la revelación no sólo de
las proezas sino también de las bajezas del mundo de los derechos humanos y sus
avatares: Un jefe, el “Nene” -compañero de sus progenitores/héroes- que no sólo
la despide, sino que la cuestiona y la maltrata, un hermano devuelto a la familia
con quien el vínculo no es color rosa, un ex de la madre desaparecida que resulta
retorcido. En las historias de la Princesa no son claras las diferencias entre los
buenos y los malos:
Y la Princesa devela toda esa oscuridad en este otrora niño soñado por
la abuela, y en sueños su inconsciente se revela, imaginando que en verdad él no
es su hermano porque hubo un error. Gustavo no es el ideal de hermano que
se quiere recuperar, no es aquello por lo que la Princesa luchó, y sin embargo
es su hermano de sangre, el hijo de ese padre y madre desaparecidos, y en él se
revela el horror más profundo de la apropiación, ese que no se termina con el
reencuentro, y entonces le escribe con rabia: