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Reseña

La subversión de una
Princesa Montonera
Escribir como lo hace Mariana Pérez es un atrevimiento, una subversión.
La narradora no teme revelar también las verdades que muestran a ese mundo,
su mundo, como un espacio humano, contradictorio, lleno de relieves. Ella puede
hablar de “el temita”, refiriéndose a los derechos humanos, porque es el tema de
una vida al que accede con humor negro y sin duda con dolor.

Tamara Vidaurrázaga*
(Dra. en Estudios Latinoamericanos)

* Desde Chile. Desde la espesura más honda de la izquierda y enarbolando la bandera de


los derechos humanos, se erige la Princesa Montonera, una narradora mordaz que
–primero en su blog, luego en su libro– relata con acidez y crudeza lo que significa
ser, en el día a día, la hija de héroes desaparecidos en la dictadura Argentina.

No es el relato de una hija heroica luchando por la verdad y la justicia.


No la historia de una víctima que nunca podrá ser completamente feliz. Aunque
también hay de eso. Y ahí se encuentra la genialidad del Diario de una princesa
montonera. 110% verdad de Mariana Eva Perez, un libro que deja al descubierto
no sólo aquello que imaginamos sobre la vida de “los hijos de” o “hijis” como los
llama Mariana; sino también aquello innombrable, esos momentos de humanidad
total que tienen estos príncipes y princesas de la izquierda, aquello que los saca del
protocolo acostumbrado y esperable y los vuelve un hombre o una mujer más con
sus grandezas y bajezas.

El relato está diseñado en forma de pequeñas narraciones, al estilo del


blog de Mariana Eva, formato en el que va relatando el devenir de la vida de una
“hiji”, con todas las responsabilidades que esto significa si es que se quiere cumplir

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con el deber ser de una descendiente que merezca tener progenitores heroicos,
porque ser “hiji”, una buena “hiji” implica siempre una responsabilidad, ese deber
de memoria que niega Todorov, pero que para los “hijis” es una demanda:

“La Princesa Montonera cumplió con todo lo que indica el


protocolo./En la niñez reverenció de palabra a sus nobles padres
ausentes, mientras íntimamente y con culpa temía su regreso./En
la adolescencia lloró su suerte desdichada y odió a los milicos. A
los veinte, se abocó a la búsqueda de compañeros de militancia, de
cautiverio, amigos, ex novios. Se encontró con los que estaban en
Buenos Aires y se carteó con los exiliados”.

La historia de Mariana se parece a la de muchos: piensa en sus padres y


los recuerda siempre jóvenes, como pares más que como protectores, como héroes
eternos que nunca podrán traicionar sus principios, no por perfectos, sino porque
el tiempo no les dio la oportunidad de transformarse en algo menos elogiable, a
diferencia de algunos personajes que Mariana pone en su libro-diario, como el
“Nene” o Martín:

“Pienso en el Nene, el Nene hoy, con su tos de fumador,


su hábito de beber en horas de trabajo y su puesto encumbrado
en ***, y casi me alegro de que José tenga eternamente veinticinco

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años. Que no haya devenido triste fotocopia del militante político,
un operador profesional, un canalla que aparatea hasta los
velorios. Siempre un montonero guapo, joven y mártir y nunca un
claudicante ni un traidor”

Pero al mismo tiempo su diario revela un ethos conocido por todos los “hijis”
pero enigmático para quienes desde fuera son ignorantes de los códigos que implica
no sólo haber sido hijo o hija de militantes resistentes contra la dictadura, sino
también haber dedicado su propia vida a recuperar la memoria de esos padres y a la
lucha por la verdad y la justicia, el ethos del ghetto del mundo derechohumanístico.

Para ser parte de ese ghetto, no basta con ser hijo de o hiji, hay un protocolo
al que ajustarse que –aunque no escrito– se revela en el libro con lujo de detalles
y debe respetarse y repetirse al modo de los rituales religiosos: el gesto de la V de
victoria con la mano, el grito del que no salta es militar, la camiseta de juicio y
castigo que a Mariana le parece sexista porque “a quienes no tenemos suficientes
lolas nos queda mal”.

Pero la Princesa Montonera narrada por Mariana está en la frontera. Se


debate –y evidencia abiertamente esta confrontación en su libro– entre ser la “hiji”
perfecta, dando todo lo que de ella se espera desde el guetto derechohumanístico;
y adoptar una postura crítica, una postura que la hacer ver a los otros y a sí misma
como una “militonta” cada vez que repite los mismos gritos, hace las mismas
señas y realiza las mismas y predecibles acciones. El libro es un juego constante
entre una y otra: por un lado actúa como se espera de ella desde el guetto, por

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otro se ríe de sus acciones utilizando palabras como “el temita” para referirse a
las violaciones a los derechos humanos, pero en el fondo vuelve a reconocer que
también le gusta ese rol de Princesa que maneja con gusto y precisión. Entre la
mordacidad y el acatamiento del deber ser, la Princesa Montonera se erige como
un personaje conflictuado y complejo, que devela cómo es pertenecer de verdad a
un guetto del que no se elige ser:

“UNA SEMANA CON LA PRINCESA MONTONERA.


Ganá y acompañala durante siete días en el programa que cambió
el verano: ¡El Show del Temita! El reality de todos y todas. Humor,
compromiso y sensualidad de la mano de nuestra anfitriona, que
no se priva de nada a la hora de luchar por la Memoria, la Verdad
y la Justicia. Cada día un acontecimiento único e irrepetible
relacionado con El Temita: audiencias orales, homenajes, muestras
de sangre, proyectos de ley, atención a familiares de la tercera
edad y militontismos en general. Una vida 100% atravesada por el
terrorismo de Estado. ¡Viví vos también esta vuelta a 1998. Mandá
TEMITA al 2020 y cumplí tu fantasía.”

La Princesa habla desde su más honda verdad, no aquella que la convierte


en una protagonista ideal, sino aquella que la muestra como humana en medio de
una tragedia con la que es posible vincularse mediante el humor ácido. Confiesa
por ejemplo que aun sin conocer a todos los hijis, los quiere; que puede dormir
con otro hiji, pero tener una relación amorosa le parece casi un incesto; que para
hablar del “temita” necesita un porro que la ayude, o que cada vez que asiste a un
acto piensa con detención la ropa que usará. Así pasa –como en la vida misma–
de las honduras del dolor a la trivialidad misma de lo cotidiano, riéndose de su
propio hogar, el ghetto, por ejemplo pidiendo una “fashion emergency” para la
izquierda, que todavía usa camisetas poco sentadoras.

Y no sólo se ríe de sí misma y del rol impuesto que deben cumplir los
buenos “hijis”, sino que también deja al descubierto aquellas sombras que
cuestionan la limpidez del mundo de los derechos humanos, la que siendo noble
no carece de grises que comúnmente no son revelados al público general para
no afectar su blancura, blancura que parece necesaria para continuar evocando
respeto. Mariana cuestiona ese respeto basado en la limpidez y propone otro, un
respeto nacido desde el conocimiento profundo, desde la revelación no sólo de
las proezas sino también de las bajezas del mundo de los derechos humanos y sus
avatares: Un jefe, el “Nene” -compañero de sus progenitores/héroes- que no sólo
la despide, sino que la cuestiona y la maltrata, un hermano devuelto a la familia
con quien el vínculo no es color rosa, un ex de la madre desaparecida que resulta
retorcido. En las historias de la Princesa no son claras las diferencias entre los
buenos y los malos:

“¿Entendés, Martín?/ella te dejó lo dice muy clarito en


las cartas/no estamos más juntos dice/ no te quiso más/antes de
tu caída/no es una historia de amor trunca por el terrorismo de

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Estado/yo soy la hija que tuvo con OTRO/y me parezco más a él
que a ella/y aun así me querés coger/sos perversito”

Son aquellas zonas grises de un mundo que parece incorrompible, pero


que no lo es, precisamente porque está conformado por humanos, llenos de
grises y sinsabores. Y la narradora no teme revelar también esas verdades que
muestran a ese mundo –su mundo– como un espacio humano, contradictorio,
lleno de relieves.

Ejemplo de lo grisáceo es la relación de la Princesa Montonera con su


hermano Gustavo, apropiado y recuperado por la familia, lo que sin embargo no
significa un final de cuento de hadas como podría imaginarse desde fuera. Gustavo
no es el hermano con el que la Princesa –alter ego de Mariana- soñó: aunque se
reconoce hijo de detenidos desaparecidos no rompe el vínculo con su madre postiza,
esa que se lo apropió, a la que la Princesa llama “Dora la multiprocesapropiadora”.
Quiere una parte de la indemnización de la Princesa y no está conforme con el trato
que ella le ofrece, quiere más, y entonces a ella le embargan la casa que se compró
con ese dinero. No se preocupa de la abuela Argentina, pero recibe las condolencias
en el funeral como el mejor de los nietos.

Y la Princesa devela toda esa oscuridad en este otrora niño soñado por
la abuela, y en sueños su inconsciente se revela, imaginando que en verdad él no
es su hermano porque hubo un error. Gustavo no es el ideal de hermano que
se quiere recuperar, no es aquello por lo que la Princesa luchó, y sin embargo
es su hermano de sangre, el hijo de ese padre y madre desaparecidos, y en él se
revela el horror más profundo de la apropiación, ese que no se termina con el
reencuentro, y entonces le escribe con rabia:

“Minga que te vas a llevar sus cenizas a tu casa. Nunca vas a


festejarle el día de la madre a su urna, loco de mierda, mientras Site
espera tu llamado, mientras es Dora la que almuerza en tu casa y a
la que le decís feliz día, mientras tu hijo también la saluda y la llama
abuela, mientras Dora le hace burla a lo que queda de Argentina,
tomá, tomá te lo robé, te lo robé entonces y para siempre, porque
tendrá la cara de tu hijo, pero es igualito a mí. Minga”

Sin duda escribir como lo hace Mariana, utilizando al seudo personaje de


la Princesa Montonera, es un atrevimiento, una subversión. Pero este desparpajo
solo es loable porque se origina en el centro mismo de los protagonistas de un
dolor con el que Mariana se atreve a juguetear ácidamente. Sus mismas palabras
serían sin duda una falta de respeto y un abuso total en la boca de otro que no
fuera “hiji”, que no tuviera la experiencia de vida de Mariana. La princesa puede
decir hiji y no hija porque lo es, puede hablar de ser una “militonta” porque ella
misma ha sido una militante implacable de los derechos humanos, pude decir “el
temita” porque es el tema de su vida, y para referirse a éste con el humor negro
que la caracteriza ha recorrido un largo camino de dolor y crítica a sí misma.
Porque cuando se ríe de la izquierda se ríe también de sí misma.

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