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En palabras de Juan Pablo II, la disciplina penal debe considerarse como “un
instrumento de comunión”. Su objetivo no es otro que “reparar el escándalo,
restablecer la justicia y conseguir la enmienda del reo” (c. 1314).
Aunque se dice que el Derecho penal es la parte del Derecho que menor
influencia tiene sobre la vida de la Iglesia, no obstante ésta no puede renunciar a
garantizar su orden esencial en caso de extrema necesidad, incluso con medidas
penales (sanciones).
Ahora bien, el recurso al Derecho penal sólo deberá tener lugar cuando la
corrección fraterna, la reprensión u otros medios de la solicitud pastoral no bastan.
En resumen, deberá ser siempre el último recurso al que acudir.
Además, ni siquiera las penas más graves que prevé la Iglesia por los delitos
mayores son irreversibles, ya que con su carácter medicinal se dirigen a suscitar el
arrepentimiento en el pecador, para que pueda ser perdonado y volver a la
comunidad.
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Asimismo, deben tenerse presentes las normas procesales penales,
reguladas en el Libro VII (“De los procesos”), Parte IV (“Del proceso penal”), así
como otras normas especiales (como las “Normas sobre delitos más graves”).
Quien tiene potestad judicial, puede imponer las penas establecidas o ejercer
las facultades discrecionales concedidas por el Derecho (c. 1341 y cc. 1717-1731).
En todo lo que los religiosos dependan del Ordinario del lugar, puede
castigarles con penas (c. 1320).
Ahora bien, para proveer al bien de los institutos y a las necesidades del
apostolado, el Sumo Pontífice, en virtud de su primado sobre toda la Iglesia y en
atención a la unidad común, puede eximir a los institutos de vida consagrada del
régimen de los Ordinarios del lugar, haciendo que estén sometidos exclusivamente
a sí mismo o a otra autoridad eclesiástica (c. 591). Por consiguiente, en estos
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casos, los religiosos no pueden ser obligados con penas por los Ordinarios del
lugar.
En todo caso, los Obispos diocesanos deben cuidar que, cuando han de
establecer leyes penales, en la medida de lo posible éstas sean uniformes para un
mismo Estado o región (c. 1316).
Las leyes que establecen alguna pena, coartan el libre ejercicio de los
derechos, o contienen una excepción a la ley, deben interpretarse estrictamente (c.
18).