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ÍRES

a>-

Una canción para el


desesperado

Á*rrn el teatro sobre Flatbush nos parecía un


tesoro, estaba en " un estado deplorable. Gastamos más de
$250.000 en arreglos antes de poder mudarnos allí, en ene-
ro de 1979. Fue entonces que se inició un verdadero despe-
gue espiritual.
Sólo habíamos estado en el edificio de Flatbush menos
de un año cuando alguien que tenía contactos con un estu-
dio de grabación de Manhattan se nos acercó y sugirió que
el coro hiciera lo que se denomina uncustotn albunt' (álbum
de encargo): una producción de bajo presupuesto para uso
propio. Hicimos eso en 1980, y Carol compuso tres o cuatro
de las diez obras.
De algún modo llegaron copias a Nashville, y varias
compañías de música empezaron a ponerse en contacto
con nosotros. Word Music hizo una nueva presentación
del primer álbum y la puso a la venta en todo el país. Pron-
to nos pidieron que hiciéramos dos más. EI coro terminó
grabando con una amplia gama de músicos gue iban desde
Larnelle Harris á Babbie Mason a Wayne Watson a los
Talley a Morris Chapman, el principal conductor de ala-
banza y adoración de la costa oeste.
Los domingos no era extraño que el coro cantara y testi-
ñcara con una unción tal que descendía sobre los presentes
Fuego vivo, viento frcsco

un espíritu de alabanza, cambiando completamente eI


rumbo de Ia reunión. Una vez eI coro tenía programado
cantar tres canciones. Como introducción a Ia segunda can-
ción, un muchacho previamente adicto.üo su testimonio.
Había un sentir tan poderoso del amor de Dios que no pude
evitar acercarme cuando la canción estaba terminando, ro-
dear con mi brazo al muchacho y extender una invitación
allí mismo para que las personas recibieran a Cristo. La
respuesta fue inmediata y fuerte.
El coro nunca llegó a cantar la tercera canción, pero al
fin al cabo, ¿por qué quedarnos aferrados a un predeter-
y
minado orden del culto si las personas tienen disposición
de entregarse a Cristo? Dios podía usar af coro, o a cual-
quier otro, para hacer que todo el servicio se convirtiera en
una reunión de oración si así lo deseaba.
UOLU'Ó DE LA']IIITERTE'
Entre las muchas personas que fueron tocadas por eI Señor
en esos días inicialmente a través del coro pero también
-
por meüo de la reunión de oración del martes por la no-
che una que se destaca es una joven delgada y pelinoja
- Roberta Langella. Su historia es tan asombrosa
llamada
que dejaré que sea ella quien la cuente:

a>-
Nací en Brooklyn, la cuarta de seis hijos y fui criada en la
isla de Staten. Mi padre era un estibador que proporciona-
ba un buen pasar y una educación católica para todos noso-
tros. Me producía felicidad ser parte de lo que yo pensaba
era un hogar estable y afectuoso.
Pero después, cuando sólo tenía once años, todo se de-
rrumbó. De repente, nos estábamos mudando a Florida
para estar cerca de los padres de mi madre. El único pro-
blema era que papá no nos acompañaba. No me había dado
cuenta de la tensión que se había levantado entre mis pa-
dres que estaba destruyendo su matrimonio.
No me era posible creer lo que estaba sucediendo.
Nuestra famiüa siempre se había mantenido unida. Si no
Una canción para el desesperado

era posible confiar en que los adultos harían lo correcto, [de


qué se trataba la vida? Quedé hecha añicos.
Al cabo de un año o dos, empecé a manifestar mi desdi-
cha al dedicarme a Ia bebida y a fumar marihuana. Mi ma-
dre se volvió a casar, lo cual sólo logró empeorar las cosas
en lo que a mí respecta. Siempre peleábamos. A la edad de
üeciséis años regresé a Nueva York para vivir con mi papá
durante un año. Eso no resultó ser mejor; abandoné la es-
cuela y fui a recorrer eI país por mi cuenta.
Un año después estaba nuevamente en Nueva York vi
viendo con un hombre que me doblaba en edad. Sólo quería
que alguien cualquiera me amara y me cuidara. Desa-
- este tipo- era adicto a drogas inyectadas
fortunadamente,
por vía endovenosa. En poco tiempo, ambos estábamos
dándonos cocaína y heroína. Acabé dándome una sobredo-
sis varias veces.
Una noche terrible de 1980 me inyecté tantas drogás
que Ia gente dijo que mi corazón en realidad había dejado
de latir. Mi novio salió corriendo, porque temía que me ha-
bía muerto y que él se encontraría en la obligación de res-
ponder a preguntas comprometedoras. Me abandonó sobre
ese tejado, mientras iba tomando un color az,ul . .. pero por
gracia de Dios algrrien me descubrió y llamó al 911 [eI nú-
mero que se marca en casos de emergencia en los EE.IIU.].
üegaron los paramédicos y me reanimaron.
Tenía tan poca estima propia que estaba segura de que
nadie eonsideraba que yo tuviera valor alguno. Eso me IIe-
vó a una relación destructiva tras otra. Alrededor de 1982
había alquilado junto con el que era mi novio en aquel en-
tonces un apartarnento en un segundo piso encima de una
florería contigua aI Brooklyn Tabernacle. Por supuesto que
no teníamos ningún interés en 1o que ocurría allí.
Mi novio era violento; con frecuencia me golpeaba. Un
día me dio una golpiza tal que me rompió eI tímpano. Pero
adavez que ocurría yo le rogaba: "No me dejes". ¡Era una
situación sumamente patética! Pero peor que Ia golpiza,
peor que ser odiada, era la idea aterradora de quedarme
sola. Me resultaba insoportable.
F u ego vivo, vi e nto f resa

Recuerdo que un domingo por la tarde estaba tan an-


gustiada que 1o amenacé:
Me voy a quitar la vida, le dije.
-Tumbado -
en el sofá, mirando un partido de fútbol, ni le-
vantó la vista:
estoy mirando el partido de los Jets. Háblame
-Ahora
en el entretiempo.
¡No tenía ningún interés!
De algún modo seguí trabajando como barman en los
clubes nocturnos. Estaba totalmente metida en la cultura
punk de los años ochenta, caracterízada por el "aspecto de
muerta", para lo cual no me cepillaba el cabello por un mes.
Recuerdo que frecuentaba las "galerías de tiro", donde
unas veinte o treinta personas se drogaban alavez, compar-
tiendo jeringas. Aunque me atemorizaban las consecuencias
de compartir esas agujas, era mayor mi desesperación por
las drogas.
Después de que ceraran los bares de Greenwich Village
en horas de la madrugada, me dirigía aI ambiente de "des-
pués de hora", que incluso a las personas locas les resulta
alocado. Ni quiera saber las cosas atroces y violentas que
ocurren en los clubes, que duran incluso hasta pasado eI
amanecer.
Finalmente me ürigía a casa. Al subir por la escalera
saliendo del subterráneo vestida en mi chaqueta de cuero
negro, me encontraba con una acera cubierta de feligreses,
todos esperando entrar al Tabernacle. Apretaba los dientes
al pasar por allí. ¡Tantos rostros felices me hacían rabiar!
Abriéndome paso entre la multitud, corría escaleras
arriba tan rápido como me fuera posible. El único problema
era que mi ventana comunicaba aI callejón que daba a Ia
iglesia, y no podía escaparme de la música que atravesaba
las paredes . . . canciones como "How Jesus Loves" [Cuán-
to ama Jesús] y "I'm Clean" [Estoy limpio]. Escuchaba
Ias melodías y en ocasiones me quebrantaba. Había algo
en la música que me tocaba, aun cuando no deseaba que
me tocara.
Una canción para eldesesperado 41

[Pero entrar a la iglesiá? De ninguna manera. Estaba


segura de que Jesús nunca podría amar a una persona tan
adicta como lo era yo.
Al poco tiempo, mi novio y yo nos separamos
siempre - como
y me trasladé a otra relación, a otro apartamen-
- oeste superior de Manhattan. Aveces escucha-
to en el lado
ba cantar en la ducha a la mujer que vivía en el piso de
abajo. Un día me encontré con ella en el pasillo y le dije:

- A veces la escucho cantar. ¿Se dedica usted a la


música?
No, en realidad no. Só1o canto en el coro de mi iglesia,
y me- gusta ensayar las canciones en casa.
iCuál es su iglesia? - pregunté.
- EI Brooklyn Tabernacle.
-Me había mudado, pero esa iglesia seguía persiguién-
dome.
Mientras tanto, se intensificó mi abuso de drogas y al-
cohol. En ocasiones no había comida en la casa. Nos corta-
ban la línea telefónica. Empezamos a vender muebles para
costear mi hábito de drogas. No obstante, de alguna mane-
ra siempre lograba mantener mi trabajo. El hecho de que
me pasara Ia noche drogada no me impedía levantarme por
la mañana e ir a trabajar.
Una noche en casa de un amigo, rompí en llanto. Por
primera Yeze'n mi vida dije:
que es posible que tenga un problema de adicción.
-EseCreo
comentario fue el eufemismo de la década, pero
para mí representó un importante primer paso.
Durante los días siguientes concentré mi atención en lo
que me parecía era la causa de mis problemas: mi novio. Su
uso de drogas ejercía una mala influencia sobre mí, ¿ver-
dad? Así que lo eché.
Al cabo de unas pocas semanas, tenía un novio nuevo
que no se drogaba. En lugar de eso, ieratraficantelTraia
kilos de cocaína a la casa. Obviamente seguí drogándome.
Una noche llamé a mi madre que estaba en Florida, que
para ese entonces se había convertido en cristiana. Empecé
a hablar acerca de mi vida, y no me pude detener. No sé
F uego vivo, vie nto fre sco

cómo lo logró, pero respondió con calma ante las revelacio-


nes sobre mi persona inütándome a Florida para pasar un
par de días con ella.
Esos pocos días en Florida se extendieron hasta conver-
tirse en catorce meses. Mi madre me puso en contacto con
Narcóticos Anónimos, y me desintoxiqué. También logré,
después de tantos años, obtener mi üploma general de
equivalencia de la secundaria. Mi vida finalmente parecía
estar mejorando, y estaba segura de que podía conquistar
al mundo. Pero mi confianza recién descubierta pronto se
desmoronó.
Una visita al médico develó una horrible realidad: yo
era VIH [Virus de inmunodeficiencia humana] positiva.
Después de haber compartido tantas agujas a 1o largo de
los años, esta noticia no tendría quohaberme causado sor-
presa. Pero la noticia me enfureci6, al venir justo cuando
me esforzaba por poner mi üda én orden. Estaba enojada
conmigo y con Dios.
Regresé a Nueva York y empecé mi propio negocio.
Mientras tanto, mi hermano Stephen había conocido al Se-
ñor y empezó a hablarme de Cristo, pero yo no le hacía caso
alguno. Finalmente acepté acompañarlo al Brooklyn Ta-
bernacle, pero insistí en sentarme en el balcón, llegar tarde
y salir temprano.

"Finalmente toqué fondo, después de


drcgarme durante cinco o seis días
seguidos con cocaína crack. Fue un
martes por la noche gue se me acabó
eldinero. Por algún motivo conduje el
automóvil hasta la iglesia."
_ ROBERTA UNGELU

Sólo era cuestión de tiempo hasta que el canto de sirena


de las drogas quebrara mi determi:ración. Volví a caer en eI
mundo de la cocaína crack después de üvir dos años libre
de drogas. Adentro de mí volvieron a surgir los antiguos
sentimientos de vergüenza y culpa. Pero no lo podía evitar.
U n a canclón p an el de sesperado

Era mayor mi deseo por el estímulo de las drogas que mi


deseo de seguir lidiando sola con Ia vida.
Finalmente toqué fondo, después de drogarme duran-
te cinco o seis días seguidos con cocaína crack. Fue un
martes por la noche que se me aeabó eI dinero. Por algún
motivo conduje el automóvil hasta la iglesia, no sé por
qué. Esa noche llegué hasta eI altar derramando lágrimas
que no podía detener. "Dios mío, necesito que estés en mi
vida. ¡Ayúdame, por favor!" Era el momento de entrega
definitiva para mí. Desde ese momento en adelante, em-
pecé a creer que Dios me amaba. Y con esta fe recién des-
cubierta llegaron la esperanza y una confianza que
lentamente iba creciendo.
¡Un año después, estaba cantando en el mismo coro que
tanto me había molestado! Mi vida estaba sobre tierra fir-
me después de tanta turbulencia. Sabía que Dios me ama-
ba y me aceptaba, y que podía descansar en su amor, lo
sabía con certeza en lo profundo de mi ser. Había sido libe-
rada de las cadenas que me habían atado durante muchos
años.
a>,
No descubrimos este maravilloso milagro de la gracia de
Dios hasta que Roberta en forma silenciosa enüó a Carol
una carta de siete páginas. Era durante la época de Pascua
y estábamos en medio de la planificación de un concierto.
Una noche Carol se sentó a leer la carta y en pocos minutos
estaba llorando.
Jim, debes detenerte y leer esto insistió mientras
-
me alcanzaba la primera página, Iuego -,
Ia siguiente y la que
seguía después.
Pronto estaba llorando a la par de ella.
Cuando terminamos, ambos nos miramos y dijimos:
Esto es asombroso. Ella debe contar su historia du-
-
rante el concierto de Pascua.
Roberta nunca antes había hablado en público, pero
con ánimo dijo que estaba dispuesta a intentarlo.
Llegó eI día, y eI edificio estaba repleto de gente. Ella
había invitado a toda su familia. Muchos de ellos, incluyen-
Fuego vivo, viento fresco

do su padre sentado en tercera fila, no sabían ni la mitad de


lo que estaban a punto de escuchar.
Después de que el coro cantara cuatro canciones, Ro-
berta salió del coro, Ievantó nerviosamente un micrófono, y
comenzó a hablar.
Hola, mi nombre es Roberta Langella . . . y quiero
-
contarles 1o que significa para mí Jesús, el que resucitó.
Le habíamos aconsejado que excluyera algunos de los
detalles más escabrosos, pero aun así, su historia era pode-
rosa. Al llegar a las partes más dificiles, no podía evitar de-
tenerse y decir:
- Papi . . . Sé esto te será difícil escuchar.
que de Pero
debo decirlo, porque muestra cómo Jesús puede perdonar
lo peor de la vida de una persona.
La emoción era tan increíble que quitaba eI aliento. La
gente estaba al borde d.e sus asientos.
Luego eI coro cantó la canción final, y concluí la reu-
nión. La primera persona en llegar al altar fue el padre de
Roberta, llorando profusamente. Luego vino su tío, su tía y
el resto del clan.
En la actualidad Roberta Langella dirige nuestro pro-
grama llamado "New Beginnings" §uevos comienzos], un
ministerio semanal de extensión dirigido a drogadictos y
desamparados. Ahora cuenta con la participación de cien
obreros que viajan en eI sybterráneo cada domingo por Ia
tardé hasta los refugios y' centros de rehabilitación para
acompañar a las personas hasta nuestra iglesia donde reci-
ben una comida y asisten a la reunión de la noche. Su vida
irradia el amor del Señor.
En estos días Roberta es una verdadera luchadora, aun
cuando no se siente bien. Cuando los domingos por la noche
se sienta en el balcón rodeada de todos los desamparados
que ha traído consigo, ninguno es demasiado sucio ni de-
masiado perdido para que ella se interese por é1. Ella se ve
como uno de ellos. Es un ejemplo üvo del poder de Dios que
puede levantar al oprimido, al que se odia, al adicto, y redi-
mirlos para su gloria.
Una canción parael desesperado

,FÓKIITTIA' SECRETA
El proporcionar espacio para personas como Roberta y la
multitud de desamparados que ella nos trae ha llegado a
ser un problema perenne para nosotros. En 1985 eI creci-
miento general de la iglesia nos obligó a agregar un culto
por la tarde a las 3:30, y a principios de 1996, un cuarto ser-
vicio, cada uno de ellos de dos horas y media de duración.
Siempre hemos sentido que debíamos dar al Espíritu Santo
tiempo para obrar; no se puede apresurar a las personas
haciéndolas pasar por una especie de línea de montaje. Los
horarios de culto ahora son 9:00 a.m., 12:00 del mediodía,
3:30 p.m., y 7130 p.m.
Esto lo convierte en un programa agotador, pero no
nos queda otra alternativa hasta poder mudarnos a un es-
tablecimiento más grande. Sencillamente no puedo sopor-
tar impedir la entrada a la gente, lo cual ha sucedido con
demasiada frecuencia.
Cuando hay gente en la sala de desborde más el vestí-
bulo, y sentada sobre sillas apilables üendo monitores de
circuito cerrado, podemos dar cabida a por lo menos 1.600
personas por reunión. Este incremento se ha dado a pesar
de que alrededor de 1,985 empezamos a enviar grupos de
personas para que empezaran iglesias en otras partes de la
ciudad: la sección Glendale de Queens, el lado sudeste de
Manhattan, el sur del Bronx, Coney Island, Harlem, etc. El
conteo actual asciende a siete iglesias en eI área metropoli-
tana de Nueva York, más otras diez en otros lugares que
van desde Nueva Hampshire hasta San Francisco e incluso
en el extranjero.

Cada culto es de dos horas y media


de duración. Siempre hemos sentido que
debíamos dar al Espíritu Santo tiempo
para obrar; no se puede apresunr a las
personas haciéndolas pasar por
una especie de línea de montaje.
Fuegovivo,vientoftesoo

Ios primeros grupos fueron lanzados con la ayuda del


coro a través de conciertos públicos. En realidad el primer
concierto fue una especie de accidente. Un ministro de
Manhattan me llamó un üa para peür un favor. Había re-
servado el famoso Carnegie Hall, que tiene capacidad para
2.100 personas, un miércoles por la noche para realizar un
concierto cristiano, y el artista había cancelado con sólo
cuarenta y cinco días de anticipación. ¿Había alguna posi-
bilidad de que nuestro coro pudiera cantar en lugar del
cantante y de aleún modo evitar la pérdida financiera que
ocurriría de otro modo, ya que Carnegie Hall no iba a per-
mitirle que rescinüera el contrato?
Nunca habíainos hecho algo así, y no sabíamos cómo
encararlo. ¿Debíamos vender entradas? Optamos por can-
tar sin cobrar entrada, levantando en cambio una ofrenda.
La administración del salón no estaba de acuerdo con este
arreglo pero lo aceptó a regañadientes.
Empezamos a correr Ia voz por toda la ciudad de que el
Coro del Brooklyn Tabernacle estrenaría algunas de sus
canciones nuevas en un concierto gratuito. ¡El día señalado
recibimos el mayor impacto de nuestra vida cuando la gen-
te empezó a formar fi.la afuera del salón de concierto desde
antes del mediodía! La fila iba desde la puerta de la calle 57
Oeste hasta la esquina, donde daba vuelta extendiéndose
una cuadra completa sobre la Séptima Avenida, donde do-
blaba otra vez siguiendo sobre la calle 56 Oeste, 3.500 per-
sonas en total.
De repente, se presentó allí eI Departamento de Policía
de la Ciudad de Nueva York con barricadas de contención y
ofrciales montados. Me sentí tan avergonzado por mi mal
manejo de todo el asunto que entré y me escondí en una ha-
bitación en el sótano. Un sargento de rostro adusto vino a
buscarme para preguntar:
¿Qué sucede aquí? ¿Quién provocó todo esto?
-fimidamente admití que Ia culpa era mía.
El concierto fue un éxito mtundo. Cerca del final hice
una breve presentación del evangelio sobre eI cual eI coro
había cantado, luego concluí con una invitación pública.La
Una canción pan el desespendo

gente pasó de inmeüato al frente para aceptar'a Cristo.


Oramos con ellos allí mismo y apuntamos sus nombres y di-
recciones para hacer un seguimiento.
Unas pocas semanas después recibí una llamada telefó-
nica de alguien en Radio City Music Hall.
¿Por qué no reserva nuestro salón la próxima vez?
-
Ienemos capacidad para 6.000 personas.
Carol y yo nos sentimos honrados ante Ia invitación,
pero estaba de por medio, por supuesto, una pequeña cues-
tión de costo: ¡más de $70.000!Respiramos profundamente
y decidimos arriesgarnos, aunque esta vez, comprensible-
mente, venümos entradas a fin de cubrir los gastos. Pro-
mocionamos el acontecimiento como estreno de un nuevo
álbum.
Las entradas se vendieron en tres días.
La siguiente vez que salía a Ia venta un álbum del coro,
dimos dos noches de concierto. Para el álbum Liue . . . With
Friend,s [En vivo . . . con amigos], nos aventuramos a tres
noches, y se agotaron las entradas para las tres. Cada
miembro del coro tenía el compromiso de tratar de vender
cincuenta entradas a sus compañeros de trabajo que no
asistían a una iglesia. Cuando un miembro decía: "¿Sabes
una cosa? El mes que viene voy a cantar en Radio City Mu-
sic Hall, ¿te gustaría comprar una entrada?", la gente solía
reaccionar con asombro, y con una respuesta afirmativa.
La fundación de iglesias se convirtió en un motivo im-
portante para dichos eventos. Regalábamos entradas gra-
tuitas en la sección de la ciudad donde deseábamos empezar
una iglesia. Luego, durante el concierto anunciábamos:
El domingo que viene, empezaremos a hacer reu-
-
niones en tal lugar; por favor venga y acompáñenos'
El mayor distribuidor de música coral cristiana de
Estados Unidos nos llegó a conocer, le gustó la música, y un
día se sentó con Carol para preguntarle:
Así que ¿cuál es la fórmula que usa? ¿Qué es lo que
hace- que dé resultado?
Ella empezó a hablar de la reunión de oración del coro.
El visitante pensó para sí: Ella no cornprend.ió mi pregun-
F u ego vivo, vie nto fre sco

ta. Yo quie¡o saber qué es lo que hace que la, música, sea. ta,n
inspiradora.
Pasaron meses antes de que comprendiera que la vida
que se percibe en la música proviene de la oración. Esa es la
fórmula.

Sí, la violencia de la vida de las zonas


urbanas deprimidas nos ha presionado
para que oremos , . . Pero, éacaso el
resto del pafs está viviendo en
estado excelente? No lo creo.

Verdaderamente, no se puede enseñar la oración me-


diante principios, seminarios y simposios. Debe nacer de
un ambiente completo de sentida necesidad. Si yo digo,
"Debieraorar", pronto se me acabará la motivación y dejaré
de hacerlo; la carne es demasiado fuerte. Es necesario que
sea impulsad,o a otat.
Sí, Ia üolencia de la vida de las zonas urbanas deprimi-
das nos ha presionado para que oremos. Cuando uno tiene
alcohóIicos que intentan dormir en las escaleras de la parte
de atrás de su edificio, cuando sus jóvenes son asaltados y
acuchillados al dirigirse a las reuniones dejóvenes, cuando
uno se topa con travestis en el vestíbulo al terminar Ia reu-
nión, no puede escaparse de su necesidad de Dios. De
acuerdo con un reciente estudio realizado por la Universi-
dad de Columbia, veintiún centavos de cada dólar que pa-
gan los neoyorquinos en impuestos municipales se gastan
tratando de sobrellevar los efectos causados por eI cigarri-
1lo, la bebida y la droga.
Pero, ¿acaso el resto del país está viviendo en estado
excelente? No Io creo. En la aldea más pequeña de la zona
rural, sigue habiendo necesidades urgentes. Cada congre-
gación tiene hijos rebeldes, miembros de la familia que no
están sirviendo a Dios. ¿Creemos de corazón que Dios pue-
de atraerlos nuevamente a éI?
Hay demasiados cristianos que viven en un estado de
negación:
Una canción para el desesperado

Bueno, espero que


algún día mi hijo recapacite.
-Algunos padres en realidad se han dado por vencidos:
Supongo que nada se puede hacer. Bobby no salió
- pero
bien, 1o intentamos; lo dedicamos al Señor cuando era
bebé. Quizás algún día . . .
Cuanto más oramos, más sentimos nuestra necesidad
de orar. Y cuanto más sentimos la necesidad de orar, más
deseamos otat.
COÑÍROLE LOS SIGNOS UIÍALES
La oración es la fuente de la vida cristiana, Ia tabla de sal-
vación del cristiano. De otro modo, es como tener en sus
brazos un bebé y ponerle linda ropa, ipero resulta que no
está respirando! Olvídese de la ropa con volados; estabilice
los signos uitales d,el bebé. No sirve de nada hablarle a una
persona que está en estado comatoso. Por eso son tan limi-
tados los resultados que produce el gran énfasis que se da a
la enseñanza en las iglesias de hoy. La enseñanza sólo es
válida donde hay vida para canalizar. Si los oyentes están
en un coma espiritual, lo que les decimos puede ser bueno y
ortodoxo, pero desafortunadamente, Ia vida espiritual no
puede ser enseñada.
Pastores e iglesias deben llegar a sentirse molestos aI
punto de decir: "No somos cristianos neotestamentarios si
no tenemos una vida de oración". Esta convicción nos pro-
duce un poco de incomodidad, pero ¿de qué otra manera po-
drá producirse una apertura hacia Dios?
Si verdaderamente prestamos atención a 1o que dice
Hechos 2:42,-'\ perseveraban en la doctrina de los após-
toles; en Ia comunión unos con otros, en el partimiento del
pan y en las oraciones" podemos ver que la oración casi
-,
es una prueba de la normalidad de una iglesia. Invocar eI
nombre del Señor es el cuarto sello distintivo contenido en
la lista. Si mi iglesia o su iglesia no está orando, no debiéra-
mos ufanarnos de nuestra ortodoxia o de las cifras de asis-
tpncia de nuestra reunión del domingo por la mañana.
En efecto, Carol y yo nos hemos ücho repetidas veces
que si alguna vez se afloja el espíritu de quebrantamiento y
de invocación del nombre de Dios en Brooklyn Tabernacle,
50 Fttegovtw,vianúofiew

sabremos que estamos en dificultades, aun cua¡do tenga-


mos una asietencia de 10.000 personas.

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