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La religión en la encrucijada del mundo moderno y

postmoderno

Atrio

En Atrio, que procura animar a una búsqueda personal de una


espiritualidad auténtica, más allá de creencias o increencias
religiosas, ya hemos presentado otras veces el pensamiento de Ken
Wilber (pueden consultarse varios artículos en el periodo 2006-
2009). Ahora lo hacemos de la mano del psicólogo y teólogo Enrique
Martínez Lozano que en su página Vivir lo que somos elabora este
clarísimo esquema, a propósito del libro de Wilber “Espiritualidad
integral”- Son aportaciones que pueden servir, siempre que sean
rumiadas y asimiladas personalmente.

La magnitud del cambio cultural que estamos viviendo afecta a la


religión de tal manera que la coloca en una encrucijada –cruce
decisivo que es necesario resolver para acertar en el camino-
profundamente novedosa. ¿Qué es lo característico de esta
situación? Querría responder a esta cuestión de un modo sintético e
incluso esquemático, de la mano del último libro, recientemente
publicado, de Ken Wilber[1].

Un ejemplo como punto de partida: Un universitario cristiano típico


se avergüenza de hablar de religión con sus profesores –que se
hallan en un nivel racional o pluralista y teme que lo ridiculicen-,
pero todavía se avergüenza más de sus amigos cristianos –que
sostienen unas creencias míticas y etnocéntricas-. En esta situación,
se ve obligado a renunciar a su fe para afirmarse en su
(post)moderna visión del mundo, o a seguir creyendo, pero
estancado en el estadio mítico del desarrollo espiritual; es decir, ha
de optar entre: vivir en ámbar (mito) y abrazar a Cristo, o avanzar
hacia naranja (razón) y renunciar a Cristo. De cualquier modo, su
acercamiento al Espíritu queda truncado. [El autor hace referencia a
la espiral dinámica de Wilber, imagen que se presentaba y explicaba
a la mitad de un artículo de L. Troyano. Nota de ATRIO]

¿Qué ha ocurrido?

De entrada, la explicación parece simple: Culturalmente, se


encuentra en el nivel racional; religiosamente, en el mítico. Pero no
es simplemente eso. La explicación nos viene de nuestra historia. Tal
como se ha desarrollado, lo racional llegó a descartar y despreciar lo
religioso, porque había identificado la religión con el estadio mítico
de la misma. Es cierto que la Modernidad y la Ilustración
supusieron la muerte del dios mítico. Pero su grave error consistió
en que rechazaron cualquier Dios –o, simplemente, a Dios-, toda la
línea de la inteligencia espiritual; esto supuso un auténtico desastre
cultural, que cerró la posibilidad de acceder a las posibilidades
postmíticas de la inteligencia espiritual. Porque la modernidad
confundió el nivel mítico de la inteligencia espiritual con la misma
inteligencia espiritual, identificando a toda la ciencia con el nivel
racional y a toda la espiritualidad con el mito. Ésta es la falacia
nivel/línea: la confusión de un determinado nivel de una línea con
toda la línea. Como consecuencia, se produjo una doble reacción:

– Represión de los propios impulsos espirituales, y rechazo de


todo lo que se presente como espiritual, a lo que se considera como
una estupidez irracional: la ciencia declara la guerra a la religión. De
hecho, los intelectuales de vanguardia de la Modernidad empezaron
a rechazar la religión y la espiritualidad de su conciencia.

– Fijación a un determinado nivel, que se defiende feroz y


obsesivamente de todos los ataques: la religión mítica declara la
guerra abierta a la ciencia (y al mundo liberal en general).

Ambas reacciones lograron, paradójicamente, el mismo objetivo:


una razón mutilada de la línea espiritual.

¿Qué hace, ante ello, la persona religiosa?

Cuatro actitudes:
– Identificación. Proveniente de una tradición marcadamente
religiosa, la gran mayoría de los creyentes se hallan identificados
con lo que han sido las formas tradicionales de expresar la fe. Pero
esta postura no resulta fácil de mantener, porque el “desajuste” va
en aumento. Por ello, suele dar paso a una de las siguientes.

– Atrincheramiento. Con el fin de salvar sus planteamientos


religiosos –la forma mítica en la que se había expresado-,
confundiendo la espiritualidad y la religión con el nivel mítico de la
misma, se identifica con ese nivel, hasta atrincherarse en él, viendo
la modernidad como amenaza. Como es obvio, esta actitud se halla
mucho más próxima a cualquier fanatismo por autodefensa: porque
cree que la modernidad le está impidiendo existir.

– Solución de compromiso. Por un lado, quiere ser fiel a la forma


recibida, pero, por otro, no puede dejar de lado el estadio racional
en que se encuentra. La única salida es llegar a una solución de
compromiso, que resultará precaria e inestable, aparte de incómoda,
ya que no es fácil evitar una fractura en la propia persona entre lo
que es su nivel cultural y su nivel religioso.

– Búsqueda creativa. Es la actitud que se toma más en serio la doble


fidelidad, de un modo que resulte coherente y unificador. Por ello,
es capaz de distinguir “forma” de “contenido”. Por ello también, es
la única que trasciende y supera todo dualismo. Y la que abre a la
esperanza.

¿Cómo salir de la crisis? ¿Qué hacer?

Si lo que ocurrió con la Modernidad fue que todo lo espiritual fue


reprimido, la salida pasa por la desrepresión. La Modernidad lo
reprimió porque el nivel mítico de Dios era terrible y el daño
provocado por la Iglesia en nombre de ese Dios, espantoso; la
Ilustración lo rechazó. “Recordad las crueldades”, era el lema de
Voltaire. El error grave de la Modernidad –como ha quedado dicho-
consistió en que identificó todo lo religioso con aquella divinidad
mítica institucionalizada en la Iglesia medieval. Ello condujo a una
descalificación de lo espiritual y, consiguientemente, a un tremendo
empobrecimiento de lo humano.

Por su parte, cierta postmodernidad –no toda ella: se puede ser


postmoderno y no relativista- agudizó el error, al quedar atrapada
en un relativismo vulgar, vacío, autocontradictorio y moralmente
pernicioso. Pues bien, sólo podremos salir de ese error –y del
empobrecimiento resultante- reconociendo lo espiritual como línea
siempre presente, en todos los estadios del desarrollo, que puede
alcanzar diferentes niveles, y por lo mismo, diferentes formas de
expresión y vivencia.

Ello requiere también, por parte de los creyentes, una lectura


desapasionada de su propio mensaje, desde la nueva apertura que
ofrece el desarrollo cultural. En suma, un ejercicio humilde de
lucidez. Cada vez resulta más evidente para muchos creyentes que
la solución para nuestra situación actual no puede ser un mero
retorno al tradicionalismo.

¿Qué es la espiritualidad?

Según el esquema de Wilber, dentro de las diferentes líneas de que


consta lo que es el desarrollo humano –línea cognitiva, estética,
moral, interpersonal, afectiva…- la espiritual es la línea que
responde a la pregunta: “¿Cuál es la preocupación última?”. Lo que
la espiritualidad busca es precisamente la respuesta a ese
interrogante. A lo largo de los siglos, ha ido dando diferentes
respuestas, de acuerdo con los diversos niveles de desarrollo que el
ser humano iba atravesando. Al dejar de reprimirla, somos capaces
de abrirnos a una de las líneas básicas que nos constituyen. Y
podremos dialogar y buscar entre todos respuestas que vayan
siendo cada vez más coherentes. Conscientes de que, en esa
búsqueda, también el agnosticismo y el ateísmo se consideran
respuestas válidas. De lo único que se trata es de no ahogar la
pregunta.

El hecho de que la espiritualidad sea respuesta a la citada pregunta


no significa, en absoluto, que se reduzca a algo teórico. Según
escribe D. Evans, en una de las mejores definiciones que se han dado
de ella, “la espiritualidad consiste principalmente en un proceso
transformador básico en el que descubrimos y nos desprendemos de
nuestro narcisismo para entregarnos al Misterio a partir del cual
todo se está manifestando constantemente… [Toda transformación
espiritual auténtica] implica despojarse del narcisismo, del
egocentrismo, del estar aislado en uno mismo, del interés por uno
mismo, etc.”[2].

¿Qué son los niveles o estadios?

Son varios los estadios –arcaico, mágico, mítico, racional y


transpersonal- que ha recorrido la conciencia en su proceso
evolutivo. Lo que ocurre en esa evolución es que se modifica
nuestra percepción de la realidad [nuestra experiencia del mundo].
Y, por lo que se refiere a la religión, esto tiene consecuencias
decisivas. Por una parte, cuando se estanca en el nivel mágico-
mítico, en los que hizo su aparición histórica, se bloquea el
desarrollo espiritual, y la religión etnocéntrica entra en conflicto con
la racionalidad mundicéntrica. Por otra, cuando es la modernidad la
que confunde –y reduce- la espiritualidad al nivel mítico de la
misma, la reprime. Así, en ambos casos, se ha terminado
identificando espiritualidad y mito, con el consiguiente
empobrecimiento de la dimensión más profunda de la realidad. La
recuperación limpia de esa dimensión es una de los mayores retos
que tenemos por delante. Y en ello se juega el futuro de la
humanidad y del planeta.

¿Ver a Dios?

Característico de los estadios mágico y mítico era concebir a Dios


como un ser separado, en el exterior, habitando su cielo. Para
nuestra concepción del mundo, sin embargo, aquella imaginería es
inconcebible. No hay tal “ser separado” de la realidad –no puede
haber una realidad última infinita separada-, sino el Dinamismo
que hace ser y en todo se manifiesta [3]. Y se percibe cuando
estamos situados en el espacio o nivel adecuado, adoptando los
medios adecuados. Quien se halle instalado en el nivel moderno-
pragmático-cientificista, es probable que únicamente vea el mundo
chato; quien esté en el nivel mágico-animista, creerá ver a Santa
Claus; quien acceda al nivel transmental, podrá ver a Dios en todo.

Y aquí se hace necesario plantear otra cuestión: ¿Dónde suponemos


que está Dios y donde pensamos que no está ni puede estar? ¿No
nos jugarán aquí una mala pasada nuestros propios prejuicios? ¿Por
qué tendemos a creer que las cosas hermosas o placenteras no son
espirituales?

Permítanme citar, aunque no sea de modo literal, un texto de Wilber


especialmente inspirado y hermoso: Dios es imposible de negar,
como tampoco se puede negar la conciencia de esta página,
sabiendo que el Espíritu y la conciencia de esta página no son dos: la
omnipresente conciencia Divina plenamente iluminada no es difícil
de alcanzar, sino imposible de evitar, como han sabido todos los
místicos. ¿Por qué lo buscaba aquí o allí, cuando Dios es El Que
Busca?… ¿Por qué se empeña en que Dios muestre su Rostro,
cuando el Rostro de Dios es su Rostro original, el Testigo, ahora
mismo, tal cual es?… ¿Acaso debe hacer algún esfuerzo para ser
consciente del momento presente? ¿Dónde pretendía ver a Dios,
cuando Dios es el Vidente omnipresente? ¿Cuánto conocimiento
pensaba embutir en su cabeza para llegar a conocer a Dios, cuando
Dios es el Conocedor omnipresente? Sienta al Lector de estas líneas,
experimente la simple sensación de Ser. Atrévase a dar el último
paso que conduce desde el yo hasta el Yo. Renunciando a buscar,
encontró a Dios. Cuando abandone toda búsqueda y descanse en el
Buscador, dejará de necesitar mapas; se habrá acabado el juego del
escondite al reconocer, finalmente que Usted era Ello [4].

Y, como hemos dicho en su momento, esto no significa negar la


posibilidad relacional con Dios –Wilber habla de “la segunda
persona del Espíritu”-. El Misterio que es/somos -que, en último
término, constituye nuestra más profunda identidad- puede ser
nombrado como “Tú”. De una forma no mítica, pero absolutamente
legítima, mi pequeño yo se rinde, adora y ama al Misterio, lo
nombra como “Tú” y, gracias a ello, va liberándose también del
narcisismo de todo ego que, aun en la meditación, puede
alimentarse y crecer.

¿Qué Cristo?

Del mismo modo que existe un dios mágico, un dios mítico, un


dios racional…, así también el cristiano, dependiendo del nivel en
que se encuentre, percibirá y leerá a Cristo en clave mágica, o
mítica, o racional, o pluralista… o mística-integral. Aferrarse a una
compresión mítica significa quedarse estancados en un nivel
cultural definitivamente superado, a la vez que privar a la
humanidad de la riqueza del mensaje de Cristo, por seguir
presentándolo en una forma inasumible desde nuestra actual
concepción del mundo.

El papel de la religión

Comparto la apreciación de Wilber de que la religión es la única


institución que puede ayudar a sus seguidores a avanzar desde la
versión prerracional, mítico-pertenencia, etnocéntrica y absolutista
hasta la versión racional-perspectivista, mundicéntrica y
postconvencional.

Desde el Dios arcaico hasta el Dios mágico, el Dios mítico, el Dios


racional, el Dios pluralista, el Dios integral y otros Dioses todavía
más elevados, “la religión no es más que la institucionalización de la
espiritualidad comunicando su buena nueva a la próxima
generación”[5]. Pero de su apertura depende que pueda seguir
ofreciendo ese impagable servicio o, por el contrario, quede
arrinconada, por, negándose a crecer, haberse estancado en un
nivel ya superado del desarrollo de la conciencia.
NOTAS AL TEXTO:

——————————————————————————–
[1] K. WILBER, Espiritualidad integral. El nuevo papel de la religión
en el mundo actual, Kairós, Barcelona 2007. Junto a esta obra, quiero
hacer referencia a la de J.N. FERRER, Espiritualidad creativa. Una
visión participativa de lo transpersonal, Kairós, Barcelona 2003. Se
trata de una muy valiosa revisión crítica de la teoría transpersonal,
con claras consecuencias para una renovada comprensión,
formulación y vivencia de la espiritualidad. De un modo explícito,
afronta “los dos retos más importantes a los que se enfrentan hoy los
buscadores espirituales: el peligro del narcisismo espiritual y el
fracaso de integrar las experiencias espirituales en la vida
cotidiana”: p. 45.

[2] Cit. en J.N. FERRER, op.cit., p. 66.

[3] Es un gusto recomendar el librito de W. JÄGER, La vida no


termina nunca. Sobre la irrupción en el Ahora, Desclée de Brouwer,
Bilbao 2007.

[4] K: WILBER, Espiritualidad integral…, pp. 350-352.

[5] Íbid., p. 353.

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