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Unidad 1: Vida de San Agustín Temática 3: Nacimiento de San Agustín, infancia, adolescencia y

primeros estudios Lección 1: : Nacimiento de San Agustín, infancia y primeros estudios

Presentación
Hola mi nombre es Aurelio Agustín de
Hipona. Nací el 13 de noviembre del año 354.
Mis padres son Patricio y Mónica y tengo
dos hermanos, ellos se llaman Navigio y
Perpetua.

Mi padre Patricio es de carácter áspero y


brusco; trabaja como empleado público
en el Concejo Municipal de Tagaste. Él es
pagano (concepto romano para designar
a quienes idolatran y adoran varios dioses
y rechazan o desconocen la creencia en
un Dios único, que según los cristianos
se ha revelado en la Biblia). Antes de
morir, gracias a la oración incesante de mi
madre, mi padre se convirtió al cristianismo,
haciéndose bautizar.

Mi madre Mónica es cristiana, noble y


virtuosa, de carácter suave y paciente.

Pertenezco a la clase media; con mi familia


tengo una pequeña propiedad donde
compartimos y disfrutamos.

Yo hablo latín, púnico y algo de griego.

Conocer el griego me permite consultar la Biblia ya que está escrita en ese idioma.

Infancia
De chico fui muy rebelde, me gustaba el juego, estar en la calle, los fraudes, las mentiras y estudiaba
muy poco, a pesar de que tengo una gran capacidad intelectual. Recuerdo que mi maestro siempre
tenía una varita con la cual me castigaba. En Tagaste solo pude cursar la primaria ya que bachillerato
no había. Tuve que viajar a Madaura, una ciudad ubicada a 24 kilómetros de Tagaste. Allí estuve
desde los 11 hasta los 15 años. Mi padre hizo un gran esfuerzo económico para poderme enviar allá.
Madaura tenía un aspecto de gran ciudad, rica en monumentos y sede importante de estudios y
cultura.

Adolescencia
Allí leí los clásicos latinos: Horacio, Ovidio, Cátulo, Plauto, Terencio y, sobre todo, Virgilio. Estudié
gramática y retórica que eran las materias del pensum académico. Después de terminar mis estudios
en Madaura regresé a Tagaste. Durante este año estuve en la casa de mis padres; fue una época de
mucho ocio, rebeldía, vagancia, fechorías…
Cuando tenía 16 años viví un episodio que marcó muchísimo esta etapa de mi existencia: el robo
de las peras en el solar de un vecino, el cual realizamos con un grupo de amigos en la noche, no
teníamos necesidad de robar las peras, fue más por rebeldía y querer experimentar lo prohibido.
Posteriormente, mi meta era viajar a Cartago, Centro Cultural de África a realizar mis estudios
superiores. Es una gran ciudad, está en todo su apogeo, esplendor de poder y de riqueza pero
también de muchos vicios. Pronto esta ciudad se convertiría en el centro comercial de toda África
gracias a sus relaciones, especialmente con Roma, Grecia y otros países del Sur de Europa. La
situación geográfica de Cartago es privilegiada y por esta razón fue escogida por colonos romanos,
griegos, sirios y judíos como nuevo lugar de residencia.

Mis padres, con ayuda de Romaniano, un gran amigo de la familia que me apoyó en lo económico y
lo moral, decidieron enviarme a Cartago para terminar mis estudios de retórica; poder realizar estos
estudios me permitió asegurar mi futuro profesional en un tribunal como profesor o en la corte
imperial. En Cartago me encontré con diversas culturas, religiones, razas y lenguas.
Mi padre Patricio murió, lo cual me produce mucha tristeza.
Estando en Cartago he conocido a una mujer muy especial, pero no recuerdo su nombre. Creo que
me enamoré, me gustaba pasar el tiempo con ella, y esto me evitaba tener relaciones con otras
mujeres, lo cual es muy fácil aquí. La amé y respeté mucho. En ella encontré el amor que siempre
desee.
Después conviví con ella, pero no nos casamos porque eramos de clases sociales distintas y no
estaba permitido; fruto de nuestra relación nació Adeodato, mi hijo; su nombre significa “dado por
Dios”.
En esta ciudad había un espectáculo que me empezaba a llamar mucho la atención y es el teatro;
me atraía bastante por las imágenes de miseria, la forma en como los personajes ríen y sienten. Esta
era una forma de distraerme.

Adultez
Cuando cumplí 19 años, por cuestiones de estudio, tuve un acercamiento a la obra de Cicerón
llamada “El Hortensio”, la cual me permitió adentrarme en la filosofía, en el discurso sobre la sabiduría
y la manera de alcanzar la anhelada felicidad.

Buscando la verdad me acerqué a la Biblia, pero no fue lo más agradable. Reconozco que debía
tener una preparación espiritual que me permitiera entender todo el mensaje contenido en ella,
aunque su estilo es muy sencillo para mi gusto.

La verdad es un tema que siempre ha estado presente en mí, he estado muy inquieto buscando la
verdad. Fruto de esta inquietud terminé en un secta religiosa llamada el Maniqueísmo. Su fundador
fue Manes o Mani, quien pretendió dar respuesta a los problemas del universo, además de conocer
y enseñar cual era el origen del mal. Según los maniqueos, el mundo y todo lo que él contiene
se halla integrado por dos principios soberanos y coeternos: el bien y el mal. Estuve 9 años en el
Maniqueísmo y obtuve más preguntas que respuestas a mis interrogantes sobre la verdad; quise
que Fausto, el líder maniqueo, me resolviera estas inquietudes pero no fue posible, su discurso no
me convenció.

Me gusta tener amigos; creo que es muy importante para el ser humano contar con amigos. De
hecho pasé por una situación muy dura que me produjo un enorme dolor y fue la muerte de un
gran amigo, con el cual crecí, estudie, jugué y compartí desde la infancia. Me llevó mucho tiempo
reponerme de esta pérdida.
Leer bastante y escribir son dos cosas que me apasionan, me gustan mucho y me han permitido ser
autodidacta, es decir, aprender por mí mismo sin necesidad de un tutor o maestro.

Mis estudios en Cartago fueron excelentes y gané el respeto y la admiración de muchos, pero me
faltaba experiencia para ejercer como maestro, así que decidí regresar a Tagaste por un tiempo.

Siendo profesor en Cartago tenía unos estudiantes que denominaba “eversores” o revoltosos, ya
que no ponían atención y distraían a los demás. Mis amigos me propusieron viajar a Roma debido a
que los estudiantes tenían mejor fama. Mi madre Mónica se dio cuenta que yo estaba preparando
el viaje y me puso dos condiciones: “o me voy contigo o no te dejo ir”. Todo estaba listo para mi viaje,
así que engañé a mi madre dejándola en una capilla orando mientras yo partía a Roma.

La llegada a Roma no fue la mejor pues me enfermé; además, los estudiantes romanos, al momento
de terminar la clase, salían sin pagar el dinero acordado.

Después de abandonar la iglesia cristiana católica y desilusionado por los maniqueos, solo me quedo
un camino: el Escepticismo. Ellos eran un grupo de filósofos incrédulos, quienes afirmaban que la
verdad había que buscarla, pero sin esperanza de encontrarla, porque era imposible.

Una de las personas que influyó en mi vida fue el Obispo de Milán San Ambrosio. Él nació en Tréveris,
Alemania en el año 339. De familia romana, pertenecía a la clase más alta de la sociedad y tenía
profundas convicciones cristianas. Mi atención estaba pendiente de las palabras, pero indiferente
al contenido. Me agradó la forma de expresarse y como se dirigía al público. El encuentro con San
Ambrosio lo realicé en dos etapas: primero el diálogo directo, pero este no tuvo mucho efecto, ya
que andaba muy ocupado para dedicarme tiempo. En el segundo momento opté por asistir a los
sermones en la iglesia.

¿Qué aprendí de San Ambrosio? Aprendí a ver el sentido espiritual de las Sagradas Escrituras, lo
cual que motivó a inscribirme en el catecumenado, que es el curso donde me preparé para poder
realizar el sacramento del bautismo y alejarme del Maniqueísmo y a entender la importancia de la
Biblia.

También tuve un acercamiento a la corriente Neoplatónica. Los autores que más recuerdo son
Plotino y Porfirio, en los cuales encontré ayuda para mi conversión al cristianismo. Ellos me invitaron
a la interioridad, la cual consiste en entrar dentro de uno mismo para encontrar y contemplar la
verdad. Aprendí a distinguir entre lo sensible y lo inteligible, ya que antes me costaba entender la
existencia de realidades que no fueran corpóreas.

Pasaba el año 386 y estaba en una crisis personal en el jardín de mi residencia de Milán. Allí escuche
un canto de un niño o niña en una casa vecina, el cual repetía una y otra vez: “Toma y lee, toma y lee”;
yo interpreté aquellas palabras como si fueran un mandato divino. Abrí la Biblia y leí el primer pasaje
que salió: “Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y
envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus
concupiscencias”. (Rom. 13, 13-14). Este texto bíblico me impacto muchísimo, ya que estaba viviendo
muchas de las cosas que leí; esto me permitió replantearme y orientar mi vida.

Después decidí irme a Casiciaco, una Villa cerca de Milán. Mi amigo Veracundo puso a disposición
su casa para poder dedicarme con otros amigos a estudiar, escribir y prepararnos para el bautismo.
En la Vigilia Pascual del año 387, recibí el bautismo de manos de Ambrosio, juntamente con mi hijo
Adeodato y mi gran amigo Alipio.
Después de la muerte de mi madre Mónica en el año 387, la vida me golpeó nuevamente con la
muerte de mi hijo amado Adeodato en el año 389.

Nunca pensé en ser sacerdote y mucho menos obispo. Mi único deseo era volver a Tagaste para
fundar una comunidad de monjes siguiendo los mismos ejemplos que había conocido en Milán.
Este sueño se me hizo realidad: después de la muerte de mi madre pude volver a Tagaste y me
establecí allí con un grupo de amigos donde fundé mi primer monasterio.

Con mi madre Mónica viví una experiencia muy alucinante la cual llamamos “El éxtasis de Hostia”.

A finales del año 390 o a principios del año 391, decidí emprender un viaje a Hipona, un viaje que
marcó definitivamente mi vida; mi propósito era fundar allí un nuevo monasterio. Un día, estando ya
en Hipona, quise asistir a la celebración de la Eucaristía. En aquella celebración el obispo, el anciano
Valerio de origen griego y de vacilante latín, habló de su situación ante el pueblo, diciéndoles a sus
fieles que él ya era viejo, que hablaba mal el latín y que necesitaba un presbítero que lo ayudara en
la carga pastoral de la diócesis. En aquel momento, los ojos de todos los asistentes a la Eucaristía se
dirigieron hacia mí. Todos sabían de mí pasado maniqueo, así como mi conversión y de la santidad de
mi vida. Por eso, los feligreses en aquel momento vieron que las expectativas del obispo se cumplían
de manera sobrada en mí, por lo que comenzaron a pedir a gritos a Valerio que me ordenara como
sacerdote. En esta época era el procedimiento habitual, pues se elegían a los Ministros de Dios por
aclamación. De pronto me vi rodeado por la multitud y llevado a rastras ante Valerio; yo no podía
negarme y, finalmente, me ordenaron como sacerdote.

Mi sacerdocio se caracterizó por tres aspectos muy relevantes:

1. Fundé un nuevo monasterio e hice una exposición del símbolo de la fe ante los obispos del norte
de África reunidos en el sínodo local del año 393 en la basílica de Hipona.
2. La polémica que tuve contra los herejes: me enfrenté al maniqueo Fortunato; al final de la discusión,
él se reconoció como perdedor y luego, avergonzado, abandonó la ciudad.
3. El poder predicarle a los fieles: en esta época los obispos eran los únicos que podían predicar, pero
debido a que Valerio ya estaba un poco mayor y no se le entendía muy bien, decidió encargarme
esta misión pues yo era un gran orador.

Recuerdo que el día en el que fui arrastrado por el pueblo ante Valerio para pedirle que me ordenara
sacerdote en el año 391, yo lloraba desconsolado, y una persona se acercó para confortarme,
interpretando mis lágrimas como si yo estuviese triste. Se acercó y me dijo: “aunque era digno de
mayor honra, con todo, el grado de presbítero era próximo al episcopado”, y luego empecé a llorar
con mayor desconsuelo. Esas palabras fueron proféticas, ya que recibí la ordenación episcopal en
el año 395 como obispo auxiliar de Valerio. Participé para la conferencia o sínodo de Cartago en el
año 397; luego murió Valerio y lo sucedí en la Sede Episcopal.

Siendo obispo, procuro vivir como un buen pastor es decir, sirviendo con generosidad y alegría a la
Iglesia y siendo el dispensador fiel de la palabra y de los sacramentos de Dios al pueblo. Me dieron
el apelativo de “Martillo de los herejes” ya que combatí con gran intensidad las herejías de mi época
y defendí a la iglesia y a la fe.
Palabras de Posidio

Tomado de http://es.catholic.net/

Resumo cuarenta años del ministerio de mi gran amigo Agustín en estas palabras: hasta su postrera
enfermedad predicó ininterrumpidamente la palabra de Dios en la iglesia con alegría, fortaleza,
mente lúcida y sano consejo.

Trascurría el mes de mayo del año 429 y los vándalos encabezados por Genserico, quienes venían
de Europa hacia el sur arrasando con todo y sembrando de muerte en las regiones por donde
pasaban, atravesaron el estrecho de Gibraltar, y a finales del mismo mes o inicios de junio ya estaban
en los alrededores de Hipona, a la que mantuvieron en asedio. El conde Bonifacio, gran amigo de
Agustín, trató de reunir todo su ejército para contener a los bárbaros, pero sus esfuerzos fueron en
vano, no pudo hacer nada.

Este asedio duró alrededor de catorce meses, causando el bloqueo completo de la ciudad, Agustín
se conmocionó bastante con este hecho; fue para él una experiencia amarguísima y triste, pues veía
cuarenta años de trabajo pastoral en el piso con la ciudad destruida y saqueada.

En el tercer mes del asedio de los barbaros, Agustín se enfermó con una fiebre terrible y se fue
agravando más y más…y finalmente, mi querido amigo murió el 28 de agosto del año 430, rodeado
de sus amigos y de sus libros y entonando salmos de glorificación a Dios, con el que finalmente iba
a poder reposar en el siempre tan anhelado descanso eterno.

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