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Constantemente nos enfrentamos a la concepción errónea respecto al valor que la

Iglesia enseña en torno a las personas con tendencia homosexual. El valor inherente del
hombre, su dignidad y su reconocimiento no están condicionados por su inclinación sexual,
es más, ni siquiera por sus acciones, pues estamos llamados a acoger, sin exclusión alguna,
a todos aquellos que la voluntad de Dios ha puesto en nuestro camino.

Es necesario señalar que todo acto homosexual es en sí mismo injustificable, pues la


razón de toda ética se fundamenta en la construcción, configuración y dignificación de la
persona humana. Por tanto, la deshumanización y la tergiversación de la dimensión sexual,
son razones suficientes para el rechazo ético de las conductas homosexuales.

El acto homosexual no puede ser moralmente admitido bajo ningún pretexto ni


podemos tolerar acciones abanderadas por ideologías que tarde o temprano la sociedad
termina abrazando, normalizando, e incluso, imponiéndolas. Sin embargo, esto no debe ser
motivo para mostrar rechazo a las personas homosexuales, ni para pisotear su dignidad.

Dixie Ballesteros
El hombre de hoy se encuentra ante un orden de pensamiento bajo el cual los
intereses priman sobre las relaciones humanas, las ideologías se imponen sobre la ciencia y
la ética, y a través de una agenda estratégica, se busca persuadir a la sociedad de una
urgente necesidad de normalizar actos que quebrantan las lealtades humanas.

Nos enfrentamos a un nuevo tipo de colonialismo cultural, globalizante y despótico,


constructor de doctrinas contrarias a la ley natural, y adherido a toda ausencia de verdad,
capaz de negar el valor mismo fundado sobre la naturaleza del hombre, e idóneo para
transformar la corrupción de la norma bajo el nombre del “derecho”.

Procurar disfrazar la corruptibilidad de una acción en algo justo, pone de manifiesto


la decadencia moral imperante en un mundo falto de fundamento antropológico, que,
cautivo del progresismo, procura implementar ideas y conductas, las cuales hace un tiempo
parecían ser impensables.

Es importante señalar que, la constante atención y permisividad brindada a este tipo


de ideologías, facilitan que su fuerza sea cada vez mayor, capaz de formar parte de un
orden dominante de ideas y de construir un nuevo sistema de pensamiento impregnado de
significados absolutos. Por último, hago eco de las palabras del gran Ovidio: “Gutta cavat
lapidem, non vi sed saepe cadendo” (La gota taladra la piedra no por su fuerza, sino por su
constancia).

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