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No es difícil creer que fue Dios mismo el que conmovió el corazón de 

Moisés frente a la
injusticia que sufrían los Israelitas a manos de los Egipcios. La sensibilidad a las cosas
espirituales que le habrían impartido sus padres no se había perdido durante los años en la
corte del Faraón. No obstante, Moisés no había aprendido aún una lección crucial: los
planes de Dios no se pueden implementar con métodos humanos, tal como lo expresó,
muchos siglos más tarde, el apóstol Santiago: La ira del hombre no obra la justicia de Dios
(1.20)

Para que Moisés pudiera aprender esta valiosa lección, era necesario que fuera a la escuela
del desierto. Había en él demasiada confianza en suspropias fuerzas para que le fuera
útil a los propósitos del Señor, y Dios debía tratar profundamente con su vida. Allí, pues,
pasó largos años. El fuego y el celo que lo habían llevado a asesinar a un hombre lentamente
se disiparon y quedó en su lugar la vida apaciguada y sencilla de un pastor de ovejas.
Cuando acababa de desaparecier en él todo anhelo y sueño, volvió Dios a visitarlo para
darle la misión de liberar al pueblo de su estado de esclavitud en Egipto. Piense en lo
extraño de los caminos de Dios. CuandoMoisés quería servirlo, él no se lo permitió. Y
cuando el profeta ya no quería servirlo, Dios se lo exigió. La razón es que Dios no pone el
acento sobre nuestras acciones, sino en la clase de persona que somos.El gran
evangelista Dwight Moody alguna vez comentó de Moisés: «Durante los primeros 40
años de su vida, el pensó que era una persona importante. Durante los segundos 40 años de
su vida, aprendió que en realidad no era nadie. Durante los terceros 40 años de su vida, vio
lo que Dios puede hacer con un «nadie». ¡Qué admirable resumen del proceso por el cual
llevó el Señor al gran profeta!

Esta es una lección que todo líder debe aprender. Dios no necesita de nuestros planes, ni de
nuestras habilidades, ni de nuestros esfuerzos. Ni siquiera necesita de nuestra pasión, eso
es lo que tuvo que descubrir el apóstol Pedro. Lo que necesita es simplemente que nos
pongamos en sus manos, para que él dirija nuestra vida, señalando en el camino las
actitudes y el comportamiento que él pretende de nosotros. Esta clase de entrega es la que
más le cuesta al ser humano, porque tenemos nuestros propios conceptos acerca de cual es
la mejor manera de agradar a Dios.

Para los que pastoreamos, ¡qué tentador es planificar y luego pedir que Dios bendiga
nuestros esfuerzos! Es mucho más difícil esperar en él, para moverse solamente cuando él
lo manda. No debemos perder de vista, sin embargo, que el hombre que vive
completamente entregado a Dios, es la herramienta más poderosa que existe para hacer
avanzar los proyectos que están en el corazón mismo del Señor. ¡No se apresure!

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