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A. Hay oligarquía cuando los que tienen la riqueza son dueños y soberanos del régimen; y, por el
contrario, democracia cuando son soberanos los que no poseen gran cantidad de bienes, sino que son
pobres. (…)
Lo que diferencia la democracia y la oligarquía entre sí es la pobreza y la riqueza. Y
necesariamente cuando ejercen el poder en virtud de la riqueza ya sean pocos o muchos, es una
oligarquía, y cuando lo ejercen los pobres, es una democracia. Pero sucede, como dijimos, que
unos son pocos y otros muchos, pues pocos viven en la abundancia, mientras que de la libertad
participan todos. Por estas causas unos y otros se disputan el poder.
Pero la igualdad es de dos clases: la igualdad numérica e igualdad según el mérito. Entiendo por
numérica lo que es idéntico o igual en cantidad o tamaño, y según el mérito lo que es igual en
proporción. (…) Y aunque todos están de acuerdo en que lo absolutamente justo es la igualdad según
el mérito, disienten, (…) los unos, porque si son iguales en un aspecto creen ser completamente
iguales, y los otros porque, si son desiguales en algún aspecto reclaman para sí la desigualdad en
todo.
La democracia surgió de creer que los que son iguales en un aspecto cualesquiera son iguales en
absoluto. Y la oligarquía de suponer que los que son desiguales en un solo punto son desiguales en
todo: por ser desiguales en bienes suponen que son desiguales absolutamente. En consecuencia, unos
considerándose iguales exigen participar en todo en igualdad; y otros, considerándose desiguales,
pretenden tener más, pues el “más” en este aspecto es una desigualdad. Así pues, todos tienen cierta
justicia, pero desde el punto de vista absoluto están en el error. Y por esta razón, cuando unos u otros
no participan del poder según la concepción que cada uno tiene, se sublevan.
4. La Constitución Espartana.
A. Las reformas de Licurgo y las pretensiones de igualdad.
VIII.- La segunda y más osada ordenación de Licurgo fue el repartimiento del terreno; porque siendo
terrible la desigualdad y diferencia, por la cual muchos pobres necesitados sobrecargaban la ciudad,
y la riqueza se acumulaba en muy pocos, se propuso desterrar la insolencia, la envidia, la corrupción,
el regalo, y principalmente los dos mayores y más antiguos males que todos éstos: la riqueza y la
pobreza; para lo que les persuadió que, presentando el país todo como vacío, se repartiese de nuevo,
y todos viviesen entre sí uniformes e igualmente arraigados (…); y diciendo y haciendo, distribuyó a
los del campo el terreno de Laconia en treinta mil suertes, y el que caía hacia la ciudad de Esparta en
nueve mil, porque éstas fueron las suertes de los Espartanos. Algunos dicen que Licurgo no hizo más
que seis mil suertes, y que después Polidoro, rey, añadió otras tres mil; y otros, que éste hizo la mitad
de las nueve mil, y la otra mitad las había hecho Licurgo. La suerte de cada uno era la que se juzgó
podría producir una renta, que era por el hombre setenta fanegas de cebada, y doce por la mujer, y
una cantidad de frutos líquidos proporcionada; porque creyeron que ésta era comida suficiente para
que estuviesen sanos y fuertes, sin que ninguna otra cosa les hiciese falta.
IX.- Intentaba repartir también los muebles para hacer desaparecer toda desigualdad y diversidad;
pero cuando vio que así a las claras era mal recibida esta reforma, tomó otro camino y trajo a orden
el lujo en estas cosas. Y en primer lugar, anulando toda la moneda antigua de oro y plata, ordenó que
no se usase otra que de hierro, y a ésta en mucho peso y volumen le dio poco valor: de manera que
para la suma de diez minas se necesitaba de un cofre grande en casa, y de una yunta para
transportarla. Y con sola esta mudanza se libertó Lacedemonia de muchas especies de crímenes;
porque ¿quién había de hurtar o dar en soborno, o trampear, o quitar de las manos una cosa que ni
podía ocultarse, ni excitaba la codicia, ni había utilidad en deshacerla? Porque apagando, según se
dice, en vinagre el hierro acerado hecho ascua, lo dejó endeble y de mal trabajar. Desterró además
con esto las artes inútiles y de lujo, pues sin echarlas nadie de la ciudad, debieron decaer con la
nueva moneda, no teniendo las obras despacho; por cuanto una moneda de hierro, que era objeto de
burla, no tenía ningún atractivo para los demás griegos, ni estimación alguna; así, ni se podían
comprar con ella efectos extranjeros de ningún precio, ni entraba en los puertos nave de comercio, ni
se acercaba a la Laconia o sofista palabrero, o saludador y embelecador, u hombre de mal tráfico con
mujeres, o artífice de oro y plata, no habiendo dinero: de esta manera, privado el lujo de su incentivo
o pábulo, por sí mismo se desvaneció…
X.- Queriendo perseguir todavía más el lujo y extirpar el ansia por la riqueza, añadió otro tercer
establecimiento, que fue el arreglo de los banquetes, haciendo que todos se reuniesen a comer juntos
los manjares y guisos señalados, y nada comiesen en casa, ni tuviesen paños y mesas de gran precio,
o pendiesen de cortantes y cocineros, engordando en tinieblas, como los animales insaciables, y
echando a perder, con la costumbre, los cuerpos, incitados a inmoderados deseos y a la hartura, con
necesidad de sueños largos, de baños calientes, de mucho reposo, y de estar como en continua
enfermedad. Cosa era ésta admirada; pero más admirable todavía haber hecho indiferente y pobre la
riqueza, como dice Teofrasto, con los banquetes comunes y con la sobriedad en la comida; porque ni
tenía uso, ni empleo, ni vista u ostentación un magnífico menaje, concurriendo al mismo banquete el
pobre que el rico; siendo ciertísimo aquel dicho vulgar, que de cuantas ciudades hay debajo del sol,
sólo en Esparta se conserva Pluto ciego, y como una pintura se está quieto sin alma y sin
movimiento. Ni comiendo en su casa les era dado ir después hartos a la mesa común, porque los
demás observaban con cuidado al que no comía o bebía con ellos, y le tachaban de glotón y delicado,
que desdeñaba el público banquete.
Tirteo, fr. 3, 6 y 7-
C. Agogé.
Yo por mi parte (…) quiero clasificar la educación de unos y otros.
Pues bien, de los demás griegos, los que dicen que educan mejor a sus hijos, tan pronto como sus
niños entienden lo que se les dice, les asignan criados pedagogos (…).
En cambio Licurgo, en lugar de asignar individualmente a cada uno pedagogos esclavos, encomendó
su dirección a un varón, precisamente de los que forman las magistraturas más importantes, el
llamado paidónomo, y le dio autoridad para reunir a los niños y para corregirlos enérgicamente (…).
Le confió, además, un grupo de jóvenes provistos de látigos para castigarlos cuando fuera preciso, de
modo que allí les acompañaba siempre un gran respeto y una rígida disciplina.
A su vez, (…) ordenó fortalecerlos andando descalzos, convencido de que, si se ejercitaban en eso,
realizarían las marchas por terrenos abruptos con mayor facilidad (…). Y en lugar de enervarse con
vestidos, impuso la costumbre de llevar uno solo durante todo el año (…) así se preparaban mejor
contra los rigores del frío y del calor. Ordenó asimismo que el joven tuviese tal cantidad de comida,
que jamás sintiese pesadez por saciarse, pero tampoco careciera de cierta experiencia en pasar
necesidad (…).
Para que los niños no quedasen nunca sin jefe (…) dispuso que el ciudadano que estuviera presente
entonces tomase el mando y diese las órdenes que considerara oportunas (…). (…)
Cuando pasan de la infancia a la adolescencia (…) Licurgo (…) les impuso en dicha edad gran
cantidad de tareas y les procuró una ocupación continua, y, añadiendo, además, que si alguno rehuía
esas cosas, no obtendría en adelante ningún privilegio, consiguió que no tanto las autoridades, como
los últimos de cada uno de ellos, trataran de que no se desacreditasen totalmente en la ciudad por
cobardía. (…)
Por su parte, a los que han pasado ya la edad juvenil (…) Licurgo (…) estableció la caza como la
mejor norma para los de esa edad, a menos que se lo impidiese una función pública, para que
también ellos sean capaces de soportar las fatigas de la vida militar, no menos que los jóvenes.
Jenofonte, La República de los Lacedemonios.
D. La crisis de Esparta: La conspiración de Cinadón (ca. 397).
Aún no hacía un año que reinaba Agesilao cuando, al hacer uno de los sacrificios prescritos en favor
de la ciudad, el adivino le dijo que los dioses le habían revelado una terrible conspiración. (…) A los
cinco días de realizar el sacrificio alguien descubrió una conspiración contra los éforos y a Cinadón
como su instigador. Este era un joven de constitución fuerte y de ánimo muy decidido, pero no de los
Iguales. (…)
Cuando los éforos intentaron indagar cómo aseguraba que se realizaría el plan, el denunciante dijo
que Cinadón lo había llevado al extremo del ágora y un avez allí le mandó a contar cuántos
espartanos había en ella.
“Yo – afirmó – , después de contar al rey, a los éforos, y a los ancianos, en total unos cuarenta
aproximadamente, pregunté: Cinadón ¿por qué me mandaste a contarlos? Y él me respondió: Supón
que esos son tus enemigos, y tus aliados todos los demás del ágora que pasan de cuatro mil.”
Añadió también que le había indicado, al encontrarlos por las calles, aquí uno, allá dos enemigos,
señalando, señalando a todos los demás por aliados, y que ante cuantos espartanos encontraban en
los campos, le señalaba un solo enemigo: el dueño [del kleros]; y una multitud de aliados en todos
los demás. Como los éforos preguntaran si podía decir cuántos eran los confidentes que conocían el
plan, declaró que Cinadón decía que los dirigentes no contaban con muchos que estuvieran
comprometidos, pero que éstos eran de la mayor confianza, y además habían asegurado que estaban
comprometidos todos los ilotas, neodamodes, inferiores y periecos; efectivamente, en cualquier sitio
que se hablara entre ellos de los espartanos, nadie habría ocultado que se los habría comido con
gusto incluso crudos.
1
Si bien los personajes (Ótanes, Megabizo y Darío) son personajes históricos del imperio Persa, lo
importante de éste pasaje reside – como se ha señalado – en su contenido alegórico a las formas de
gobierno que conocían los griegos.
[Sócrates:] - Yo, de los atenienses, como también de los griegos, afirmo que son sabios. Pues veo
que cuando nos reunimos en la asamblea, siempre que la ciudad debe hacer algo en construcciones
públicas se manda a llamar a los constructores como consejeros sobre la construcción, y cuando se
trata de naves, a los constructores de barcos, y así en todas las demás cosas, que se consideran
enseñables. Y si intenta dar su consejo sobre el tema algún otro a quien ellos no reconocen como un
profesional, aunque sea muy apuesto y rico y de familia noble, no por ello le aceptan en nada; sino
que se burlan y lo abuchean, hasta que se aparte aquel que había intentado hablar, al ser abucheado
o los arqueros lo retiran […]. Acerca de las cosas que creen que pertenece a un oficio técnico se
comportan así. Pero cuando se trata de algo que atañe al gobierno de la ciudad y es preciso tomar
una decisión, sobre éstas cosas aconseja, tomando la palabra, lo mismo un carpintero que un
herrero, un curtidor, un mercader, un navegante, un rico o un pobre, el noble o de oscuro origen, y a
éstos nadie les echa en cara, como a los de antes, que sin aprender en parte alguna y sin haber tenido
ningún maestro, intenten luego dar su consejo. Evidentemente, es porque creen que no se trata de
algo que puede aprenderse. No sólo parece que la comunidad ciudadana opina así, sino que, en
particular, los más sabios y mejores de nuestros ciudadanos no son capaces de transmitir a otros la
excelencia que poseen.
Platón, Protágoras.
C. Igualdad democrática y crítica oligárquica.
a. [1] Sobre la república de los atenienses, no alabo el hecho de elegir ese sistema, porque, al
elegirlo, eligieron también el que las personas de baja condición estén en mejor situación que las personas
importantes. (…) [2] En primer lugar diré, pues, que allí constituye un derecho el que los pobres y el
pueblo tengan más poder que los nobles y los ricos por lo siguiente: porque el pueblo es el que hace que
las naves funcionen y el que rodea de fuerza a la ciudad, (…). Ellos son los que rodean a la ciudad de
mucha más fuerza que los hoplitas, los nobles y las personas importantes. Puesto que así es realmente,
parece justo que todos participen de los cargos por sorteo y por votación a mano alzada y que cualquier
ciudadano pueda hablar. [3] Además, el pueblo no exige, en absoluto, participar de todos aquellos cargos
de los que depende la seguridad (…). Más el pueblo busca todos aquellos cargos que aportan un sueldo y
beneficio para su casa. [4] Asimismo, los verás manteniendo la democracia en eso mismo que sorprende
a algunos, que otorga, en toda ocasión, más poder a los de baja condición, a los pobres y a los partidarios
del pueblo que a las personas importantes. Pues, lógicamente, si se favorece a los pobres, a los partidarios
del pueblo y a las personas más débiles, como son muchos los favorecidos de esa forma, engrandecen la
democracia. Más si se favorece a los ricos y a las personas importantes, los partidarios fomentan una
fuerte oposición contra ellos mismos. [5] En todo el mundo la clase privilegiada es contraria a la
democracia. (…). Podría decir alguno que no se les debería permitir a todos hablar en la Asamblea por
turno ni ser miembro del Consejo [6], sino a los más capacitados y a los hombres mejores. Pero incluso
en este punto, toman la mejor decisión permitiendo que hablen también las personas de baja condición
(…) [8] En efecto, el pueblo no quiere ser esclavo, aunque el país sea bien gobernado, sino ser libre y
mandar, y poco le importa el mal gobierno, pues de aquello por lo que tú piensas que no está bien
gobernado, el propio pueblo saca fuerza de ello y es libre. [9] Más si buscas un buen gobierno, verás
primero a los más capacitados establecer las leyes; después, a las personas importantes reprimiendo a los
de baja condición, decidiendo en consejo sobre el país y no permitiendo a hombres exaltados ser
miembros del Consejo ni hablar ni celebrar asambleas. Como consecuencia de estás excelentes medidas,
muy pronto el pueblo se verá abocado a la esclavitud. [10] Por otra parte, la intemperancia de los
esclavos y metecos en Atenas es muy grande, y ni allí está permitido pegarles ni el esclavo se apartará a
tu paso. Yo te voy a explicar la causa de este mal (…): si fuese legal que el esclavo o el meteco o el
liberto fuese golpeado por una persona libre, muchas veces pegarías a un ateniense creyendo que era un
esclavo. (…) [12] En consecuencia, por eso concedemos a los esclavos libertad de palabra con respecto a
los libres, y a los metecos con respecto a los ciudadanos…
Jenofonte. La República de los Atenienses, 1-12.
b. [Sócrates] – Pues bien, a mi juicio, la democracia nace cuando a los pobres, después de haber
obtenido la victoria sobre los ricos, matan a unos, destierran a otros, y comparten con los que quedan el
gobierno y los cargos públicos (…)
- Ante todo, ¿no es el hombre libre en esta clase de ciudad, no se respira en la ciudad
libertad de acción y de expresión, y no hay en ella licencia para que cada cual haga lo
que haga?
[Adimanto?] – Al menos así dicen.
S: - Y donde existe esa licencia, es evidente que cada cual puede elegir el género de
vida que le plazca.
A:- Es evidente.
S:- Por lo tanto, a mi juicio, en este sistema de gobierno habrá más que en ningún otro,
hombres de todas la clases. (…)
- Y en esta ciudad te será fácil, amigo mío, encontrar una organización política
apropiada.
A: - ¿Por qué?
S: - Porque en virtud de la licencia que reina en ella, las contiene de toda índole. (…)
- Y el que en dicha ciudad, no haya ninguna obligación de asumir el gobierno, aunque
sea uno capaz de mandar, ni tampoco de obedecer si no lo desea uno, o de ir a la
guerra, aunque vayan los demás, o si los demás viven en paz dedicarse uno a la guerra,
si la paz no le place; y el que uno pueda, por otra parte, ser gobernante y juez cuando
se le antoje, aunque exista una ley que le prohíba desempeñar ambas funciones ¿no
son todas ésas, a primera vista, condiciones de vida maravillosamente agradables?
A:- Tal vez (…)
S:- ¡Y esa indulgencia, esa extremada amplitud de espíritu, y ese desprecio por los
principios de que hablábamos con tanto respeto cuando estábamos fundando la ciudad,
al decir que nadie podría ser jamás hombre de bien a menos de estar dotado de una
naturaleza extraordinaria, haberse familiarizado desde niño con las cosas hermosas y
haberse aplicado, más adelante, al estudio de todo lo que se relaciona con ellas! Ah,
con que arrogancia se pisotean todos estos principios, no importándosele a nadie el
género de ocupaciones que hayan contribuido a formar un hombre encargado de la
administración de la ciudad y bastando, en cambio, que se diga amigo del pueblo para
que la multitud lo celebre y lo colme de honores.
A:- Es verdad, es un régimen incomparablemente generoso.
S:- Estas y otras semejantes, son las ventajas de la democracia. Como puedes ver, es
una forma de gobierno encantadora, anárquica y pintoresca, que establece una especie
de igualdad tanto entre los iguales como entre los desiguales.