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Resena Una Nacion para El Desierto Argen
Resena Una Nacion para El Desierto Argen
Donghi
Sobre el autor
Tulio Halperin Donghi es, sin duda, uno de los mejores historiadores del siglo XX en la
Argentina. Sus obras son lecturas obligadas para aquellos interesados en los procesos sociales,
políticos y económicos ocurridos en nuestro país desde antes que fuera nuestro país.
Testigo presencial de casi todo el siglo XX, Donghi fue un muchacho porteño educado
en el Colegio Nacional de Buenos Aires, se graduó años más tarde de abogado en la
Universidad de Buenos Aires y concluyó su doctorado en Historia con tan sólo 29 años.
Su carrera como docente fue prolifera. Dio clases en la Universidad de Buenos Aires,
en la Universidad Nacional del Litoral y en la Universidad de La Plata dentro de la Argentina. En
el exterior ejerció en universidades de renombre como la Universidad de la República
(Montevideo, Uruguay), Oxford (Oxford, Reino Unido) y desde 1972 enseña en la Universidad
de California, Berkeley (California, Estados Unidos).
Entre 1960 y 1966 fue profesor en la Universidad de Buenos Aires, pero debió
renunciar a su cátedra de historia por su oposición a la dictadura de Juan Carlos Onganía
(1966-1970), y en 1967 emigró a los Estados Unidos, donde reside desde 1971.
Entre sus obras más importantes encontramos:
- Historia contemporánea de América Latina (1969)
- Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla (1972)
- Una nación para el desierto argentino (1982)
- La larga agonía de la Argentina peronista (1994)
- Proyecto y construcción de una Nación (1996)
- Vida y muerte de la República verdadera; 1910-1930 (2000)
- La Argentina y la tormenta del mundo (2003)
- La República imposible; 1930-1945 (2004)
Aquí, en los ejes, es donde nos damos cuenta de la grandeza historiográfica de Donghi;
porque a diferencia de otros historiadores el autor no se propone escribir una crónica, una
sucesión de acontecimientos apoyados sobre personajes descollantes sino que Donghi asume
la difícil tarea de, a través de la historia, descubrir procesos de creación o resiginificación de
grandes temas ajenos, muchas veces, a la propia historia. Es decir, la construcción y
consolidación del Estado nacional no aparece (como en la historia liberal) centrada en un
punto y personaje inflexibles: presidencia de Julio Argentino Roca desde 1880; sino que, por el
contrario, el autor da cuenta de los procesos de construcción previos en torno a las ideas y
proyectos existentes frente a la realidad política.
Hemos podido identificar seis ejes que recorren y se desarrollan durante todo el libro:
Devenido del eje anterior, la secularización entre Estado y sociedad sólo es concebible
en el caso argentino a partir de la adquisición de grados de autonomizarían del Estado central.
Esta independencia es fruto de la temprana conformación de un aparato estatal dotado de una
elevada autonomía institucional frente a los intereses de diferentes grupos sociales. Estos
grados de autonomía, donde el Estado comienza a aparecer como un actor en sí mismo y no
sólo como una caja de resonancia automática de la elite dirigente podemos apreciarla en la
conformación, lenta pero constante, de una burocracia estatal pero también en un cambio de
época, donde el Estado comienza a ser un actor político no deducible de la estructura social
también en Europa y en Estados Unidos.
Esta autonomía del Estado nacional encuentra su síntesis y su expresión en 1880
donde "más que la victoria del Interior del que era oriundo, el triunfo de Roca era el del Estado
central, que desde tan pronto se había revelado difícilmente controlable, sea por las facciones
políticas que lo habían fortificado para mejor utilizarlo, sea por quienes dominaban la sociedad
civil" (Donghi, 143).
Tulio Halperin Dongui parece intentar una hipótesis sumamente polémica, ambiciosa y
política: la idiosincrasia, los modos de acción y la idea de representación de los partidos
políticos argentinos de ayer y hoy devienen de estas primeras prácticas políticas. Donghi
rastrea algunas características comunes en los primeros partidos políticos haciendo referencia
a la aparición del Partido de la Libertad. Donghi observa que se autodefinen como
movimientos, sin un contenido programático definido, flexibles, adaptables a la realidad social
e intelectual de la época, pero a la vez, se asiste a la creación de una lógica política de
amigo/enemigo, donde el grupo que integra un partido determinado no considera ningún
adversario político, también coloca como ejemplos al yrigoyenismo y al peronismo. Es decir,
existe una tendencia totalizadora de la política. Cada facción, cada partido político aparece en
escena reclamando para sí mismo la total representación de las esperanzas argentinas,
entendiendo que su programa es el único posible y fiable y, por tanto, el único válido. En este
sentido el autor no confronta totalmente facción y partido, sino más bien, parece haber una
evolución hacia formas de organización ampliada, hacia la lucha nacional, definiéndose la idea
de partido político. Como ejemplo que aparece en el texto podemos nombrar el Partido de la
Libertad de Bartolomé Mitre. El proyecto partidario de Mitre antes de reconocerse como
representante de un segmento de la sociedad se presentaba como la pretensión de
representar al conjunto de los intereses legítimos, lo que posibilitaba discriminar cuáles eran
las posiciones validas de las invalidas. Reclamando ser la voz autentica de las preferencias de
toda la sociedad, negaba al mismo tiempo, la legitimidad de otras voces. De esta forma, sin ser
la tesis central del título que nos ocupa, Donghi parece advertirnos de la existencia de un
patrón común en el funcionamiento partidario argentino que llega hasta nuestros días, esto es,
la autodefinición de partido político como una fuerza hegemónica, sin contenido programático
y ligada fuertemente al Estado.
Este último eje puede ser interpretado, también, a partir de una pregunta: ¿Hasta qué
punto son eficaces las ideas? Donghi no da por terminado el debate, sino que la ambivalencia
de los hechos históricos trasmuta a su obra y a pesar de que las ideas y postulados de los
intelectuales del siglo XIX no han tenido la fuerza instituyente que ellos mismos creían tener,
aun así, no han fracasado del todo ya que "si en 1880, como quiere Sarmiento, "nada se siente
estable ni seguro", ello no se debe tan sólo a lo que en el proyecto transformador se ha
frustrado. Porque ese proyecto no ha fracasado por entero (…) esa Argentina de 1880, que no
está segura de haber concluido victoriosamente la navegación que debía dejar como herencia
un país nuevo, comienza a adivinar que pronto ha de emprender otra" (Donghi, 150), con otros
intelectuales, con otros postulados, pero con un objetivo ya presente medio siglo atrás:
resolver los dilemas que se presentar en la relación idea y realidad histórica.
El texto, por momentos, adquiere cierta vertiginosidad lo cual dificulta seguirlo sin
detenerse a pensar en lo que se acaba de leer. El autor nos habla de unitarios y federales, de
conservadores y liberales, pero no explica la matriz filosófica de cada uno. Tal vez, la
excepcionalidad argentina salve a Donghi. Aquí muchos de estos posicionamientos políticos
han sufrido, al entrar al país, una re significación de sus pretensiones originales. Es decir, el
propio Donghi da cuenta de cómo Bartolomé Mitre adaptó el liberalismo a la realidad
argentina, alejándose de sus concepciones originales.
Aun así, el texto está dirigido a un público con cierto conocimiento y manejo de la
historia argentina pero sobre todo de conceptualizaciones políticas.
Tulio Halperin Donghi escribe con oraciones largas, pero no divaga. No pierde el
argumento. Cada oración cumple un propósito en su obra. En ocasiones recurre a textos de los
actores históricos que van apareciendo, lo que refuerza el argumento del autor. En este
sentido utiliza fuentes primarias más que secundarias, textos de la época, e intenta, siempre
hacer hablar a los actores a partir de sus propias obras.
Por último, las notas al pie no abundan. No son ampliatorias del texto, sólo referencian
libros, revistas o documentos.
Consideraciones finales
Leer "Una Nación para el Desierto Argentino" es sumergirse en un mar agitado, donde
el oleaje de la lectura nos lleva hacia adelante y atrás. Sin darnos cuenta, como si el
movimiento fuera parte de nuestro cuerpo, la lectura a veces tiene como protagonistas a las
elites intelectuales, a veces al contexto internacional, a veces al proceso de conformación
estatal y a veces al debate en torno a ideas y proyectos.
El paso de un tema a otro funciona como traccionador de una idea: la caída de Rosas
no inauguró un periodo de paz y de consolidación del Estado, sino todo lo contrario, abrió el
telón para la pugna por sobre cómo darle forma final a ese Estado incipiente que estaba
autonomizándose de las facciones. En este sentido la caída de Rosas no ha brindado ninguna
solución automática sino, más bien, ha desenmascarado los diferentes propósitos y proyectos
de construcción de un orden estatal.
Se suma a ello la suavidad con que el autor cambia el lugar y la voz desde la cual está
hablando por lo que al lector esos actores, cada uno con su proyecto, se le aparecen como
indisociables.
De página en página el texto muta de historia política a historia de los intelectuales, de
historia del Estado argentino a historia social. Aun así, es sumamente difícil notar el cambio.
Tulio Halperin Donghi logra con "Una Nación para el Desierto Argentino" revertir toda
una producción historiográfica que por décadas sólo había rescatado del periodo 1852-1880 al
proceso de conformación de una elite terrateniente (para la historiografía liberal) o de una
oligarquía (para el revisionismo histórico). Son muy pocas las voces que hasta 1980 se habían
detenido en una hipótesis tan sencilla, pero a la vez, tan original como la de Donghi: en esos 30
años el proceso político más relevante fue la creación, construcción y legitimación de las bases
del Estado Central.
Tulio Halperin Donghi coloca al Estado en el centro de discusión, dejando de lado toda
una profusa bibliografía centrada en el análisis de la conformación de la clase terrateniente; de
esta forma crea un nuevo objeto de estudio para la ciencia historiográfica: el Estado argentino
preexistente a 1880.