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DESCARTES.

LECTURA COMPLEMENTARIA 11
Descartes da un paso más. No sólo los sentidos me pueden engañar, sino que mis propios
pensamientos a veces me parecen poco fiables, parece como si estuviera soñando. Y si he
sentido eso alguna vez, ¿cómo puedo estar seguro de que cuando creo estar despierto no
estoy dormido y soñando? El tema de la confusión entre sueño y realidad fue tratado por
diversos autores en la literatura barroca (así, por ejemplo, Calderón de la Barca en La vida
es sueño). Pero Descartes lo propone como hipótesis filosófica: ¿y si todos nuestros
pensamientos fueran ilusiones, y cuando creemos hablar sobre el mundo, en realidad
sólo estuviéramos pensando en un mundo fantástico, creado por nuestra mente? Más
aún, la dificultad para distinguir el sueño de la vigilia no es sólo psicológica, sino también
lógica: cualquier intento de encontrar un criterio para saber que estoy despierto se
podría refutar diciendo que, en realidad, cuando lo establezco, estoy soñando. Este grado
de duda es naturalmente más radical que el anterior. Aquí ya no pone en duda las
cualidades secundarias, sino también las primarias (extensión, movimiento, figura, que la
nueva ciencia supone como objetivas), y, con ellas, la realidad de las cosas del mundo. 3.
La hipótesis del genio maligno. Ahora bien, incluso mientras soñamos se cumple que dos
más dos son cuatro. Es decir, la hipótesis del sueño ha puesto en duda la realidad
externa, pero aún nos permite confiar en pensamientos tan indudables como los de las
matemáticas. pero, propone ahora Descartes, ¿y si hubiera una especie de dios malvado,
una especie de genio maligno que haga que yo me engañe, que todos nos engañemos,
cada vez que sumamos dos más dos? El argumento es, naturalmente, muy exagerado y
provocativo. Pero Descartes sabe lo que dice: “Supondré, pues, no que Dios, que es la
bondad suma y la fuente suprema de verdad, me engaña, sino que cierto genio o espíritu
maligno, no menos astuto y burlador que poderoso, ha puesto su industria toda en
engañarme” (Meditaciones Metafísicas. Meditación primera) A este grado máximo de la
duda se le ha llamado duda hiperbólica, y conduce a Descartes a un terreno que no por
fantasioso es menos inquietante: ¿y si todos nuestros razonamientos, incluidos los
matemáticos, fueran un gran engaño, un gran error? Naturalmente, si Dios existe (cosa
que aún no ha demostrado) es, por definición, todopoderoso. Y un ser que tiene todo el
poder, y también tiene todo el saber, no puede ser malo. Dios ha de ser bondad infinita y,
por tanto, no puede engañarme. Pero, tal vez, sí exista un ser maligno, dispuesto a
engañarme, a aprovechar mi imperfección, mi credulidad. Así, puesto que los humanos
somos seres imperfectos, y en nosotros existe el error y el mal, podríamos pensar que tal
tendencia nos domina cada vez que razonamos. Ése es el sentido de la hipótesis del genio
maligno, y eso es lo que quiere evitar Descartes. Por cierto, esta hipótesis la desarrolla en
su obra Meditaciones Metafísicas, no así en el Discurso del método, donde se conforma
con señalar que hay hombres que yerran al razonar, aún acerca de los más simples
asuntos de geometría. De la misma manera, reconoce él también estar expuesto a
equivocarse en los problemas matemáticos y, por tanto, aplicando la duda radical,
señala: rechacé como falsas todas las razones que anteriormente había tenido por
demostrativas.

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