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La Ilustración aportó
dos conceptos claves, que permitieron legitimar argumentativamente los derechos de
todas las mujeres: la “igualdad” y el “universalismo”. Ambos derechos fueron
instaurados
de la mano de la nueva fundamentación política: el Contrato Social
Ahora bien, las clasificaciones más difundidas coinciden en denominar “primeraola” del
feminismo al amplio movimiento de mujeres que se produce en Estados Unidos
y ciertos países de Europa a partir de los años 60 del siglo XX, de la mano de la
liberación sexual. Esta cronología –que responde a la realidad socio-política, histórica
y económica de un conjunto circunscrito de países hegemónicos- ha sido adoptada
en general. Su punto de partida simbólico es el famoso libro de Betty Friedan The
Femenin
Mystic (1963), a quien se considera fundadora del feminismo liberal (Amorósde
Miguel/2, 2005: 15). La “segunda ola” se ubica a comienzos de los 70 y se extiende
hasta los 80 y su plataforma política fue El segundo sexo de Simone de Beauvoir
(1949). La recepción y difusión de esta obra fue polémica e irregular y necesitó más de
una década para que, aplacados en París los virulentos ataques de sus críticos, las
mujeres
se pudieran hacer cargo de sus novedades: la intersección sexo-clase, la crítica
al psicoanálisis freudiano, el método progresivo-regresivo, el feminismo como
reivindicación
existencialista-humanista, la importancia del cuerpo sexuado, el sexo como experiencia
vivida, la noción de “situación” (López-Pardina, 1998).8 Beauvoir aunó al universalismo
ilustrado, una fuerte posición marxista, –sin dejar de criticar su sexismo- un
sólido dominio crítico de la filosofía existencialista (Sartre y Merleau-Ponty), lo que la
convirtió en madre simbólica de la segunda ola del feminismo. Beauvoir denunció el
papel preponderante
en que los modos de socialización intervienen en la distinción biológica de “mujeres”
y “varones”. A raíz de ello en Estados Unidos se acuñó la palabra “gender” (género)
para designar lo culturalmente construido sobre la diferencia sexual, subrayándose una
clara oposición entre el “sexo” en tanto dato biológico, dimórfico, natural y el “géne-
ro”, entendido como “sexo vivido y socio-culturalmente construido”. Ante la pregunta
“¿Qué es una mujer?” (Beauvoir, 1987: 11), la filósofa francesa responde “La mujer no
nace, deviene”; y devenir “mujer” –según de Beauvoir- acontece socialmente según
una dialéctica, donde lo masculino se define por los privilegios que alcanza como sexo
que mata y lo femenino como el sexo que da vida (Beauvoir, 1987: 17). pone de
manifiesto que el poder atraviesa la psicología de los sexos: uno traba
relaciones de dominio y agresión y el otro, de cuidado y cooperación. A partir de aquí,
se construyó la analogía: “el sexo es al género como la naturaleza a la cultura”, que en
sus comienzos fue extensamente desplegada y sumamente fructífera
Las relaciones de
poder-discurso fabrican cuerpos, cuya persistencia (sus contornos, sus distinciones y
sus movimientos) constituye materialidad. Deconstruir en todos los órdenes a los
sujetos
y a su materialidad implica deconstruir también la singular relación sexo/género/
deseo y promover la ruptura de cadenas de determinaciones discursivas para que se
resuelvan en cuerpos dinámicos e inconstantes, producto de la fantasía entendida como
libertad. Vemos, entonces, que Butler niega el dimorfismo y la distinción sexo/género
proponiendo su subversión.
Esta ideología se vio reforzada por las teorías funcionalistas para las cuales los
procesos de industrialización y modernización de los siglos XIX y XX crearon esos dos
mundos separados: la “familia” y el “trabajo”, y una sociedad dividida en dos esferas
de acción: la pública y la privada. Mientras que la familia dejó de ser una unidad de
producción
para transformarse en una de tipo emocional, la producción material de bienes
pasó a realizarse socialmente fuera del hogar y se enfatizó que entre ambos espacios
no había ningún tipo de interferencias. La separación entre la familia y el trabajo, entre
producción doméstica y formas socializadas de producción, reconfiguró las anteriores
divisiones del trabajo entre hombres y mujeres.