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Latinoamérica-El Otro Desarrollo
Latinoamérica-El Otro Desarrollo
El otro desarrollo
La lógica nacional puede imponerles a las ciudades costos sociales, pero también beneficios
de imagen.
Con herramientas nuevas como los presupuestos participativos, las ciudades de la región
buscan soluciones propias a problemas comunes. Pero no siempre pueden escapar a la
lógica nacional.
15 de Marzo de 2012, 19:30
Al revés de la famosa frase sobre las familias, todas las ciudades infelices se parecen y
todas las ciudades felices también, a su manera. Quizás por ello no hay demasiadas
ciudades “felices” en Latinoamérica: construidas, segmentadas y dirigidas siempre con
imposiciones desde lo alto –sean teorías urbanas, imitaciones de la metrópolis de turno de
otros continentes o intereses inmobiliarios de corto plazo–, los ciudadanos de a pie sólo
votan alcaldías, normalmente asociadas a una disputa política nacional.
El Presupuesto Participativo es una de las cosas que han comenzado a darle a la otrora
“Chicago argentina” un plus sobre muchas de sus hermanas nacionales. El modelo consiste
en subdividir el municipio en distritos, cada uno con su propio director de desarrollo
urbano, que tiene como responsabilidad un plan específico. Así, “la gente vota los
proyectos de su distrito: desde un semáforo a un pavimento”, explica la profesional, que
aclara que la parte del presupuesto sometida a deliberación es mínima, “pero democratizó
un poco estas cuestiones”. Esto ha permitido pasar de la queja a una posición de lanzar
soluciones.
Sin duda este conglomerado de mecanismo de interconsultas explica gran parte del éxito de
Medellín en los últimos años, en los que se sacudió el lastre de su asociación con ser el
centro de la economía de la droga y violencia en Colombia. Destaca la lucidez de haber
desarrollado un método de seguimiento y diagnóstico permanente: el Programa Medellín
Cómo Vamos (PMCV). Se trata de una alianza interinstitucional privada que tiene como
principal objetivo hacer evaluación y seguimiento a la calidad de vida en la ciudad.
“Claramente las circunstancias que vive Medellín en términos de calidad de vida son
mejores que las de Bogotá”, dice Piedad Patricia Restrepo, su coordinadora.
Y destaca que esto es efecto de un hecho simple: “La responsabilidad en muchos aspectos,
como la educación, salud, innovación, ciencia y tecnología y emprendimiento, no está en
manos exclusivas de la administración de la ciudad, sino que tiene un componente de
responsabilidad del sector privado”.
Restrepo ejemplifica con el caso de Pro Antioquia, fundación sin fines de lucro que
colabora con la administración municipal en varios proyectos, “como en el tema de
educación con el voluntariado empresarial, con una serie de programas para afianzar los
procesos en colegios públicos”.
En esa misma línea, las mejoras en las redes de transporte y salud han logrado una
inclusión social más alta.
La sombra del país. Pero Medellín es también un recordatorio de que las ciudades están,
finalmente, dentro de un país y una economía determinada. Es así como el último de los
informes de PMCV revela que el desempleo en la ciudad está en 13,9%, y alrededor del
50% de la economía sigue siendo informal. Lo que resulta consistente con una tasa de
pobreza del 38,4% y de indigencia del 10,2 %. De hecho, el 24% del sextil más pobre no
pueda pagar la factura del agua. No son ajenos a estos números el arribo anual (2010) de
30.000 desplazados por la violencia en otras partes del país.
Sin llegar a los niveles de otras épocas, el crimen también ha vuelto a crecer. La tasa de
homicidios es de 86,3 (2010). Restrepo reconoce que 2009 y 2010 han sido “muy difíciles”
en este aspecto.
El “efecto país” también puede mejorar los índices municipales. Es el caso en Brasil para
ciudades como Vitória, en el estado de Rio. “Si bien no tiene la misma sofisticación de los
grandes centros urbanos, creció bastante en los últimos 10 años”, dice Cristiano M. Costa,
profesor de Economía del Fucape Bussiness School. Allí está ocurriendo algo parecido a
Medellín, con la reciente llegada de Hewlett- Packard. “Ya atrajo a varias empresas
importantes a instalarse, como es el caso de Petrobras, Arcelor-Mittal, Vale y Samarco,
aunque deja un poco que desear en términos de servicios”.
Se trata de un fenómeno que se repite, con más o menos intensidad, en una constelación de
urbes de los estados de Rio, São Paulo y Rio Grande do Sul: Gramado, São José dos
Campos, Ribeirão Preto, Sorocaba y Campinas.
Parques Huertas. Lo que ocurre en estos tres estados de Brasil es un “efecto cascada” más
bien virtuoso: el arranque económico prolongado crea subcentros que, a su vez, se
convierten en polos (especializados o no).
Pero el fenómeno puede también crear tensiones si los municipios no poseen flexibilidad y
capacidad para anticipar problemas. Es lo que sucede en Arequipa, Perú.
“Lamentablemente no existe una visión de avanzar o de orientar el crecimiento de la
ciudad, utilizando la experiencia de la capital”, se lamenta Rafael Chirinos de Rivero,
gerente general de la Cámara de Comercio de la ciudad. “Si bien somos conscientes de que
en Arequipa y en muchas otras provincias se tiene una mejor calidad de vida que en Lima,
no estamos haciendo nada por crecer ordenadamente y evitar un crecimiento caótico”.
Se trata de una realidad que data casi de la era colonial, efecto de un centralismo aún
apremiante. “En las provincias también se crea un centralismo con otras ciudades vecinas o
con las mismas provincias”, dice Chirinos.
Al igual que Arequipa, la argentina Rosario intenta lidiar con el boom del complejo
industrial sojero y de los biocombustibles mediante un plan de largo plazo, el cual incluye
integración de las diferentes clases sociales en los espacios públicos, centros de salud de
atención primaria y centros juveniles en todos los barrios.
En tal contexto su programa de Parques Huertas resulta novedoso en la región. Nació como
una evolución de un clásico programa de huertas urbanas en la crisis económica de 2002-
03. “Hoy tenemos cerca de 50 hectáreas, 20 de ellas produciendo huertas, plantas
medicinales y aromáticas, y otras 30 que son más bien de parques”, dice el agrónomo,
máster en agroecología, Antonio Lattuca. Cerca de unas 250 familias cultivan bordes de
vías férreas, autopistas y riachuelos. “Se trata de espacios verdes de bajo mantenimiento. La
misma gente que trabaja, saca la verdura –que es orgánica– y se comercializa en ferias de la
ciudad y bolsones de verdura ecológica a domicilio”, explica el coordinador del Programa
de Agricultura Urbana. “Si no lo hiciéramos, serían ocupadas por viviendas precarias, con
riesgo de vida para sus ocupantes”.
Algunas huertas funcionan también como centros de formación. Para la arquitecta Monti,
“entre la presión de la urbanización y la de la soja, no hay ahora más espacio para huertas
en los alrededores de la ciudad”. El proyecto, entonces, “no soluciona el problema, ha
generado una alternativa”. Los terrenos siguen siendo municipales y no pueden venderse,
pero los huerteros no son empleados de la alcaldía.
El último upgrade de la iniciativa provino “de una fundación de empresas locales que
invirtieron US$ 100.000 para el último parque huerta de 3 hectáreas”, comenta Lattuca.
Con informes de Jenny del Río en Colombia, María Cristina Pezet en Lima y Sérgio
Siscaro en São Paulo.