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Losada - Oligarquia o Elites
Losada - Oligarquia o Elites
Estructura y
composición de las clases altas de la ciudad
de Buenos Aires entre 1880 y 1930
Leandro Losada
que habría tenido la elite económica en otras esferas, como la política.7 Análisis
relativamente recientes de Halperin, a su vez, ofrecen importantes aportes para
devolver matices al retrato de los sectores dominantes de la Argentina a lo largo
del siglo XIX y en el cambio hacia el XX. En sus reflexiones sobre las complejas
y no necesariamente armónicas relaciones que vincularon a los círculos gravi
tantes en la economía, la política y las ideas, Halperin ha tendido a hablar más
de “elites” que de una única o indivisa “elite”.8
El concepto elite tiene una potencialidad significativa, quizá de manera
paradójica, en la pluralidad de connotaciones con que fue vertido desde la
llamada teoría de las elites. En particular, los distintos sentidos que Vilfredo
Pareto dio a este concepto permiten emplearlo de varias maneras. Por un lado,
se puede aplicar a una minoría selecta que conduce a la sociedad — una elite
social en un sentido amplio, polifuncional o multi-implantada — . Este sentido
supone una concepción de la estratificación social cercana al modelo de las
llamadas sociedades tradicionales, en tanto contrapone esa minoría a una vasta
mayoría indiferenciada.9 Por otro lado, el término puede aplicarse a los círculos
sociales en posiciones de superioridad en las varias dimensiones de la sociedad
(política, económica, cultural, etc.).10 Este último sentido ha sido revalorizado
Aires.
Progreso.
• Profesores universitarios: docentes y autoridades de la Universidad de
Buenos Aires.
Total No % Total No % No % No %
1885
DCS 33 16 48,5 31 — 30 96,8 7 22,6
DCE 30 10 33,3 24 15 62,5 — 1 4,2
Políticos — b 19 13 68,5 18 95,0 5 26,3
Prof. univ. 16 5 31,2 15 5 33,3 8 53,4 —
1905
DCS 53 16 30,2 51 — 39 76,4 8 15,7
DCE 30 6 20,0 20 11 55,0 — 4 20,0
Políticos — 18 14 77,7 14 77,7 7 39,0
Prof. univ. 20 9 45,0 19 12 63,1 10 52,7 —
1925
DCS 50 12 24,0 46 — 37 80,4 7 15,2
DCE 34 6 17.6 24 17 70,9 — 2 8,3
Políticos — 22 11 50,0 11 50,0 6 27,3
Prof. univ. 18 3 16.7 15 7 46,6 2 13,4 —
Total del período
DCS 136 44 32,3 128 — 106 83,0 22 17,2
DCE 94 22 23,4 68 43 63,2 — 7 10,3
Políticos — 59 38 64,4 43 73,0 18 30,5
Prof. univ. 54 17 31,5 49 24 49,0 20 48,0 —
las fuentes utilizadas (listados completos para todo el período de gabinetes nacionales,
poderes legislativos, etc.) permitieron concluir con seguridad si todos los casos tuvieron o
no actuación en el campo político. Las restantes variables, en cambio, se computan sobre
el total de casos para los cuales pudo reconstruirse su trayectoria biográfica (el 87% del
total: 304 de 347).
bLas rayas indican que los casos relacionados con una determinada variable no se
computan en el análisis de esa variable, en tanto está implícito que todos ellos la
reconocen en su trayectoria (políticos en poder político, y así seguido).
52 HAHR / February / Losada
tienen una destacada posición económica, y los políticos demuestran esta misma
característica en una parecida proporción (95 por ciento). Es similar también la
proporción de DCE y de políticos con membresía en clubes sociales distingui
dos (62,5 y 68,5 por ciento, respectivamente).
El único contraste relativamente significativo es que sólo un tercio de los
DCE ocupa cargos políticos, en comparación con los DCS, de quienes casi la
mitad participan en la esfera política. Aún así, son los profesores universitarios
quienes menos próximos estarían, comparativamente, con el resto de la muestra
si nos atenemos a los indicadores económico-sociales. Sólo un tercio de ellos
son miembros de clubes sociales (contra el 65 por ciento promedio de los DCE
y políticos), y sólo la mitad disfruta de un destacado status económico (contra
prácticamente la totalidad de los DCS y los políticos). En este sentido, se obser
van interesantes contrastes entre este período y momentos anteriores del siglo
XIX, como también cambios significativos a lo largo de este mismo arco tempo
ral. Veamos uno y otro punto con mayor detenimiento.
Para el período en su conjunto, es posible identificar una más cercana rela
ción entre prestigio y riqueza, que entre prestigio, participación política y actu
ación académica. Por ejemplo, los directivos de clubes sociales, si se observan sus
indicadores globales de los tres años incluidos en el análisis (“Total del período”
del cuadro 1), se caracterizan con mayor conformidad por la riqueza que por
la participación política o académica: el primer rasgo define al 83 por ciento
de ellos, mientras que los dos últimos, al 32,3 y 17 por ciento respectivamente.
Entre los políticos y los profesores universitarios, la riqueza no es un atributo
tan extendido como entre los DCS: para el total del período, dicha variable car
acteriza al 73 por ciento de los políticos (proporción que disminuye de un 95 por
ciento en 1885 a un 50 por ciento en 1925) y al 40 por ciento de los profesores
universitarios. De manera concomitante, la participación de los DCE en clubes
distinguidos tiene índices más estables que la de los políticos o profesores uni
versitarios. O al menos, sus índices culminan en una tendencia de crecimiento
(pasan de 55 a 70 por ciento entre 1905 y 1925), mientras que entre políticos y
profesores universitarios se reducen en este mismo lapso (de 77 a 50 por ciento,
y de 63 a 46 por ciento, respectivamente). Al mismo tiempo, la proporción de
DCE que ocupa cargos políticos — como sucedía también entre los DCS — no
es muy significativa (23,4 por ciento para todo el período). Este es un indicador
sugestivo si se considera que los casos incluidos en nuestra muestra son indi
viduos de alta posición económica con una importante figuración social al estar
al frente de corporaciones o entidades económicas.
La interrelación entre prestigio, poder, riqueza y saber que se desprende de
estos índices, entonces, sugiere un cambio interesante respecto de la que carac
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 53
17. Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política en los orígenes de la Nación
Argentina: Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829 – 1862 (Buenos Aires: FCE, 2001), 257 – 61.
18. González Bernaldo, Civilidad y política, 261 – 64; Edsall, “Elites”; Korn, “La gente
distinguida”; Jorge Newton y Lily Sosa de Newton, Historia del Jockey Club (Buenos Aires:
La Nación, 1966).
19. Al respecto, ver Leandro Losada, “La elite social de Buenos Aires. Perfiles y
trayectorias sociales en una perspectiva comparada: El Jockey Club y el Club del Progreso
(1880 – 1930)”, en Familias, negocios y poder en América Latina, comp. Luz Marina Morales
(Puebla, México: Dirección General de Fomento Editorial de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla, en prensa).
54 HAHR / February / Losada
de los propietarios de más de 10.000 ha por haber logrado acumular esa cantidad
de tierras a fines de nuestro período, entre 1920 y 1930. El panorama cambia al
ver los casos de 1925. En la muestra de ese año, tenemos 22 casos pertenecientes
a familias terratenientes de más de 10.000 ha. Cinco lo son sólo a comienzos del
período, entre 1890 y 1900 (algo menos de la mitad de los casos de 1885). Otros 5
alcanzan esa categoría en 1920/30 (frente a ninguno que lo hubiera hecho entre
los de 1885). Los restantes 12 se mantienen entre los grupos propietarios de más
10.000 ha. tanto a comienzos como a fines de nuestro arco temporal. Es decir,
aún cuando en uno y otro momento predominan los grupos propietarios que
se mantienen por encima del umbral de las 10.000 ha. a principios y finales del
período, una sugestiva proporción sólo lo habría sido en el contexto cercano a su
año de pertenencia a nuestra muestra. Así, en 1925 cerca de la cuarta parte de los
grandes grupos terratenientes observables en la muestra eran “nuevos” (habían
superado las 10.000 ha. entre 1920 y 1930), mientras que alrededor del 45 por
ciento (11 sobre 24) de los casos de 1885 fueron parte de los grupos terratenien
tes de más de 10.000 sólo por entonces, en el fin de siglo.
Por otro lado, las trayectorias de algunos casos provenientes del final de
nuestro período sugieren que su éxito se basó en una adaptación oportuna a las
nuevas circunstancias de la economía argentina después de la primera guerra
mundial, un escenario caracterizado por mayores dificultades relativas para
el sector agropecuario (especialmente para la ganadería en los primeros años
veinte), por la alteración del frente externo con la “relación triangular” con los
Estados Unidos (convertido en principal acreedor e inversor) y Gran Bretaña
(principal comprador), por el crecimiento de la importancia relativa del sector
industrial en la economía nacional y por el desaceleramiento del ritmo de cre
cimiento.26
El caso de Vicente R. Casares (directivo del Jockey Club en 1925) puede ser
ilustrativo al respecto. Vicente R. era hijo de un emblemático representante de
la vanguardia terrateniente del cambio de siglo, Vicente L. Casares, fundador de
la empresa agroindustrial La Martona y el primer exportador de trigo y manteca
a Inglaterra. Como grupo propietario de tierras, los Casares retienen un lugar
nítidamente destacado a lo largo de todo nuestro arco temporal: poseen más de
26. Lucas Llach y Pablo Gerchunoff, El ciclo de la ilusión y el desencanto (Buenos Aires:
Ariel, 1998), caps. 1 y 2; Osvaldo Barsky y Jorge Gelman, Historia del agro argentino: Desde la
conquista hasta fines del siglo XX (Buenos Aires: Grijalbo Mondadori, 2001), 221 – 59; Jorge G.
Fodor y Arturo O’Connell, “La Argentina y la economía atlántica en la primera mitad del
siglo XX”, Desarrollo Económico 13, no 49 (abr. – jun. 1973); Javier Villanueva, “El origen de la
industrialización argentina”, Desarrollo Económico 12, no 47 (oct. – dic. 1972).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 57
30. Sobre estas discusiones, cfr. Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible
a la República verdadera (Buenos Aires: Ariel, 1997); Paula Alonso, Entre la revolución y las
urnas: Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años noventa (Buenos
Aires: Sudamericana / Universidad de San Andrés, 2000); Ana Virginia Persello, El partido
radical: Gobierno y oposición, 1916 – 1943 (Buenos Aires: Siglo XXI, 2004).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 59
las altas esferas de la sociedad (esto es, entre individuos que conjugan en propor
ciones significativas poder, prestigio y riqueza).
Algunos puntos adicionales pueden marcarse al respecto. Por un lado, en
los políticos de la muestra se trasluce el recambio en los elencos políticos que
también supuso 1880, al aparejar un desplazamiento de las elites políticas porte
ñas a favor de las del interior, nucleadas en el oficialismo establecido por enton
ces, el Roquismo (en alusión a Julio A. Roca, nativo de Tucumán y presidente de
1880 a 1886 y de 1898 a 1904, figura señera del “orden conservador”). Sólo tres
políticos de 1885 podrían vincularse con el Mitrismo (la tendencia identificada
con Bartolomé Mitre, presidente entre 1862 y 1868 y la más emblemáticamente
“porteña” en el contexto del ochenta).31 En segundo lugar, como ha planteado
González Bernaldo (que ha demostrado desde la prosopografía la paulatina
especificidad de lo político desde mediados del siglo XIX), la gravitación de la
formación universitaria se puede considerar un satisfactorio indicador de la pro
fesionalización de la política, en tanto supone la necesidad de ciertos saberes
especializados para desempeñarse en funciones de Estado.32 Teniendo esto en
cuenta, quizá sea revelador apuntar que los políticos de la muestra manifiestan
una actuación académica más alta que los DCS o los DCE (30, 17 y 10 por
ciento, respectivamente) y que, recíprocamente, la actuación política de los pro
fesores universitarios alcanza un nivel próximo a la de los DCS y mayor a la de
los DCE (31, 32 y 23 por ciento respectivamente). Esto último posiblemente
traduzca la gravitación de la formación universitaria en el acceso a cargos públi
cos en un momento en que se diversifica y amplía el entramado institucional del
Estado.33
Hay que anotar, a su vez, que el cambio entre la alta sociedad y la política
vislumbrado en comparación con los momentos anteriores del siglo XIX pudo
estar influido por la relación indirecta que los espacios de la sociabilidad distin
guida buscaron establecer con el campo político a causa de que las rivalidades
políticas habían ocasionado conflictos y fracturas en los clubes sociales durante
la segunda mitad del siglo XIX.34 Por ejemplo, aunque los políticos habían sido
31. Sobre estos desplazamientos, ver Ezequiel Gallo, “La consolidación del estado y
la reforma política”, en Academia Nacional de la Historia, Nueva Historia de la Argentina,
4:511 – 41.
32. González Bernaldo, Civilidad y política, 124 – 31, 266 – 78.
33. Eduardo Zimmermann, Los liberales reformistas: La cuestión social en la Argentina,
1890 – 1916 (Buenos Aires: Sudamericana / Universidad de San Andrés, 1995).
34. Lucía Gálvez, Club del Progreso: La sociedad, los hombres, las ideas. 1852 – 2000
(Buenos Aires, 1999); Jorge Myers, “Una revolución en las costumbres: Las nuevas formas
de sociabilidad de la elite porteña, 1800-1860”, Fernando Devoto y Marta Madero, comps.,
60 HAHR / February / Losada
socios plenos del Jockey Club desde su creación, a comienzos del siglo XX el club
modificó la condición de este tipo de socios, luego de que las disputas políticas
incidieran en la elección de comisión directiva de 1902.35 Si bien los integrantes
del poder ejecutivo nacional, los gobernadores provinciales, el intendente de
Buenos Aires y los representantes y funcionarios diplomáticos eran reconocidos
como miembros; y se otorgó la figura de socios transeúntes a diputados y sena
dores nacionales (quizás esto subyazca a que para 1905 aumente el porcentaje de
políticos que pertenecen a clubes sociales con relación a 1885 de un 68 a un 77
por ciento), el club precisó que todos ellos no tenían “la facultad de deliberar en
las asambleas de socios efectivos”.36
Lo cierto es que el alejamiento de la política de individuos con gravitantes
posiciones en la sociedad o la economía cobra la forma de una evolución paula
tina en nuestra muestra. No es una tendencia que necesariamente inaugure el
punto de inflexión que suponen los años 1912 – 16, que corresponden a la reforma
electoral y el triunfo radical. Aunque la participación política disminuye entre
1905 y 1925 de 31 a 24 por ciento entre los DSC y de 20 a 17 por ciento entre los
DCE, este descenso se suma a la reducción visible entre 1885 y 1905, lapso en
el que la participación política de los DCS baja de un 49 por ciento a un 31 por
ciento y en los DCE de un 33 por ciento a un 20 por ciento.37 Es muy posible,
entonces, que esta tendencia se deba a la conjugación de los aspectos comenta
dos: la profesionalización de los políticos y — en menor medida — los esfuerzos
para atenuar el impacto de la política en la alta sociabilidad.
Con todo, vale igualmente subrayar que los cambios ocurridos a mediados
de los años 1910 también jugaron un papel crucial en este distanciamiento. Si
nos concentramos en los dirigentes del Jockey Club del año 1925, sus efectos se
38. Ezequiel Gallo y Silvia Sigal, “La formación de los partidos políticos
contemporáneos: La Unión Cívica Radical (1880 – 1916)”, Desarrollo Económico 3, no 1 – 2
(abr. – sep. 1963); Peter Smith, “Los radicales y la defensa de los intereses ganaderos,
1916 – 1930”, en El régimen oligárquico, comp. Marcos Giménez Zapiola (Buenos Aires:
Amorrortu, 1976); Edsall, “Elites”, cap. 5.
39. Weber, Economía y sociedad, 43.
40. Tomo este concepto de Germán José Bidart Campos, Las elites políticas (Buenos
Aires: Ediar, 1977), 34. M. Valencia ha planteado algo similar para el siglo XIX con
referencia a la Sociedad Rural; ver Valencia, “La vanguardia de la SR y su actuación
parlamentaria”, en Bonaudo y Pucciarelli, La problemática agraria, 1:121 – 39. La acción
filantrópica del Jockey se sostuvo en la sólida situación patrimonial favorecida por la
administración de las carreras hípicas. No hubo emprendimientos semejantes en el Club del
Progreso; ver Gálvez, Club del Progreso; Edsall, “Elites”.
62 HAHR / February / Losada
control del Estado (acudiendo una vez más a Weber, el fundamento último del
poder en sociedades modernas). Esto, en consecuencia, devela los cambios que
en la escena política provocó el contexto de mediados de los años 1910, que a su
vez aparecen como la manifestación en ese campo de las transformaciones más
amplias que recorrían por entonces a la sociedad.
Esto último se aprecia volviendo la mirada hacia los políticos de la muestra.
La proximidad social que podía plantearse entre los políticos de 1885 y los indi
viduos en posiciones gravitantes de la alta sociedad o de la economía, se atenúa
de manera apreciable en el transcurro del tiempo, y paralelamente su carácter
profesional o especializado se percibe más nítidamente. En 1925, sólo la mitad
de los políticos de la muestra pertenecen a clubes sociales prestigiosos o tienen
una gravitante posición socioeconómica. En cambio, en 1905 las tres cuartas
partes de los políticos muestan ambos índices, y en 1885 casi el 70 por ciento de
los políticos son a la vez miembros de clubes sociales y todos menos uno tienen
una destacada posición económica. Otro indicador de la misma tendencia es el
hecho de que una tercera parte de los políticos en 1925 no ejercen otra profesión
que la carrera política, y casi todos comienzan su actuación a partir de la sanción
de la reforma electoral (sólo 2 de los 25 políticos de este último año ocuparon
cargos antes de 1912). Valga precisar que sus edades no habrían sido obstáculo
para ello: el promedio de edad de los políticos de 1925 es de 47,7 años, lo cual
indica que ya hacia mediados de la primera década del siglo XX habrían estado
en condiciones formales de ocupar cargos legislativos.41
Algo similar ocurre con los profesores universitarios: entre los casos de
1925 también se observa que poco más de la mitad (8 sobre 15) no tienen ocu
paciones alternativas a las estrictamente académicas. En relación con 1905, se
ve una disminución de la proporción que tiene participación destacada en la
economía y en los clubes sociales (de 52 a 13 por ciento, y de 63 a 46 por ciento
respectivamente).
Por lo tanto, se intuye detrás de este conjunto de indicadores una apre
ciable recomposición social: una disminución con el transcurso del tiempo de
la gravitación de individuos asociables a la alta sociedad o con destacada situ
ación económica tanto en el mundo político como en el mundo académico. Esto,
como se verá en el siguiente apartado, se ratifica al detenerse en los orígenes
familiares.
41. Vale apuntar que nuestras ponderaciones encuentran importantes paralelismos con
las trazadas por Peter Smith en su estudio sobre la cámara nacional de diputados. Como
aquí se propone, plantea una significativa incidencia de la profesionalización de la política
con anterioridad a 1916 (de acuerdo a las periodizaciones de Smith, los políticos
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 63
Orígenes familiares
“profesionales” habrían sido un 22,8 por ciento en 1904 – 15, y un 21,9 por ciento en
1916 – 30) y un sensible alejamiento entre políticos y alta sociabilidad (si a ella pertenecen
más del 60 por ciento en 1904 – 15, lo hace sólo un 30 – 35 por ciento en 1916 – 30). Edsall,
por su parte, calcula que sólo un 14,3 por ciento de los diputados nacionales fueron
miembros del Jockey entre 1916 – 30. Agreguemos finalmente que Darío Cantón puntualizó
que ya en 1916 predomina como ocupación entre los legisladores nacionales la categoría de
“solamente profesional”, en el sentido, claro está, de un título universitario o profesional,
no de las características de su desenvolvimiento en la política, aunque aún así implica
que no reconocen vínculos significativos con otros sectores o posiciones económicas.
Smith, Argentina and the Failure, 25 – 26; Edsall, “Elites”, 135; Cantón, “Parlamento
argentino”, 26. Vale precisar que las diferencias de nuestros índices respecto de los de
Edsall y Smith, se desprenden de las muestras y los indicadores considerados. Estos autores
toman esencialmente a los diputados y/o senadores nacionales (en nuestra muestra de
políticos, en cambio, se incluyen miembros del gabinete nacional, y legisladores nacionales
exclusivamente por la ciudad y la provincia de Buenos Aires), y evalúan la pertenencia a la
alta sociedad con diferentes ámbitos: Smith con el Jockey Club y la Sociedad Rural; Edsall
con el Jockey (si bien traza ponderaciones también sobre el Círculo de Armas y la Sociedad
Rural). Aquí se evalúa con Jockey Club, Club del Progreso y Círculo de Armas.
64 HAHR / February / Losada
No
Colonial colonial Porteñoa Provincialb Inmigr.c
Tot. No % No % Tot. No % No % No %
1885
DCS 26 20 77,0 6 23,0 26 10 38,4 7 27,0 9 34,6
DCE 20 9 45,0 11 55,0 20 4 20,0 5 25,0 11 55,0
Políticos 16 12 75,0 4 25,0 15 7 46,7 2 13,3 6 40,0
Prof. univ. 12 8 66,7 4 33,3 12 4 33,3 4 33,3 4 33,3
1905
DCS 38 26 68,4 12 31,6 35 16 45,7 6 17,1 13 37,2
DCE 24 8 33,3 16 66,7 21 6 28,5 1 4,8 14 66,7
Políticos 11 7 63,6 4 36,4 14 4 28,5 6 43,0 4 28,5
Prof. univ. 15 8 53,4 7 46,6 16 3 18,8 7 43,8 6 37,5
1925
DCS 34 22 64,7 12 25,3 37 14 37,9 11 29,7 12 32,4
DCE 27 11 40,7 16 59,3 26 10 38,5 1 3,8 15 57,7
Políticos 17 3 17,7 14 82,3 14 1 7,0 6 43,0 7 50,0
Prof. univ. 12 5 41,6 7 58,4 11 3 27,3 3 27,3 5 45,4
Total del período
DCS 98 68 69,4 30 30,6 98 40 40,8 24 24,5 34 34,7
DCE 71 28 39,4 43 60,6 67 20 29,8 7 10,5 40 59,7
Políticos 44 22 50,0 22 50,0 43 12 28,0 14 32,5 17 39,5
Prof. univ. 39 21 53,8 18 46,2 39 10 25,6 14 35,9 15 38,5
Notas: La disparidad en el total de casos para estas variables respecto del presentado en
el cuadro 1 surge del distinto grado de éxito en la recolección de información. De los
347 casos, se obtuvo información sobre “orígenes temporales” de un 72% (252 casos),
y sobre “origen espacial”, de un 71% (247 casos). La ponderación se basa en las ramas
patrilineales. Existen unos pocos casos para quienes se pudieron determinar el origen
temporal pero no el origen espacial, así como casos con origen espacial determinable
pero sin datos firmas sobre origen temporal, lo cual dificulta filiar la antigüedad de
residencia de la familia.
a “Porteño” agrupa casos con ascendientes familiares españoles cuya residencia, desde un
primer momento, fue la ciudad de Buenos Aires, y cuya antigüedad se remonta al período
colonial.
b “Provincial” indica casos con orígenes patrilineales en las provincias del interior del
país, cualquiera sea la antigüedad de su ascendiente (si bien sería español de procedencia).
c “Inmigrantes” incluye los casos con ascendientes no españoles pero residentes desde el
período colonial (tienen una incidencia ínfima de 7 casos), más los casos con ascendientes
españoles o no españoles arribados con posterioridad a 1810 (como se precisa en el texto,
se subdividieron entre antes y después de 1860).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 65
totalidad del período, casi el 70 por ciento de los DCS tienen orígenes familiares
patrilineales en el período colonial, y cerca del 41 por ciento tienen orígenes
porteños. En cambio, de los políticos, DCE y profesores universitarios (consi
derados conjuntamente, y para la totalidad del período) sólo un 46,1 por ciento
son de ascendencia colonial y 28,2 por ciento de ascendencia porteña.
Se advierte, por lo tanto, un proceso de recomposición social que atenúa
la proximidad entre nuestros casos avanzando el período. Se desprenden, a su
vez, otros puntos de interés. En primer lugar, aparece un panorama de relativa
porosidad en la ciudad de Buenos Aires desde los momentos iniciales de nuestro
período, en distintas esferas sociales, aunque ésta no se revirtiera necesariamente
en una pertenencia más definida al mundo de la alta sociedad.
El ejemplo de Jorge Duclout, profesor universitario de nuestra muestra de
1885, puede ser ilustrativo al respecto. El ingeniero Duclout nació en Alsacia
en 1854 y llegó a la Argentina en 1884, ya graduado. Disfrutó de una exitosa y
prestigiosa carrera profesional, con una rápida inserción académica (al punto de
que ya era profesor de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Bue
nos Aires un año después de su llegada), cuyo corolario probablemente sea haber
alcanzado la presidencia de la Sociedad Científica Argentina. A su vez, su bio
grafía registra un punto ya comentado: la promoción hacia cargos públicos que
un saber especializado podía brindar en la Argentina de fin de siglo. Duclout
fue integrante del Departamento de Ingenieros del Ministerio de Obras Públi
cas, siendo así activo protagonista de la modernización de la infraestructura
del transporte en el país. Sin embargo, no fue socio del Club del Progreso, del
Jockey Club ni del Círculo de Armas.
Este caso sugiere puntualmente cómo la Universidad de Buenos Aires
(desde la sanción de la ley Avellaneda en 1885 que normalizó su funcionamiento
institucional respecto de décadas anteriores, pasando por la reforma estatutaria
de 1906, y a medida que agregó unidades académicas al compás de la mayor
demanda de especialistas generada por la complejización de la sociedad y las
funciones del Estado) se constituyó en un escenario relativamente abierto. Es un
panorama bien diferente, por ejemplo, al de la provincia de Córdoba, que man
tuvo una más nítida asociación entre sectores tradicionales y la universidad. Por
estos motivos, la Reforma Universitaria de 1918 (tradicionalmente entendida
como el momento culminante en la transición de una Universidad tradicional,
delimitada a las elites, a una institución democratizada en su gobierno y social
mente ampliada en su composición) tuvo un impacto relativamente más atenu
ado en Buenos Aires que en el caso cordobés.42
42. Tulio Halperin, Historia de la Universidad de Buenos Aires (Buenos Aires: Eudeba,
1962); Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti, La reforma universitaria (Buenos Aires: CEAL,
66 HAHR / February / Losada
Esta porosidad social, con todo, también debe matizarse en sus alcances, y
el caso de Duclout lo refleja: no sólo porque su llegada relativamente tardía (ya
en los años 1880) quizá incidiera en su ausencia en el mundo de la alta sociedad
porteña, o en el reverso de la moneda, porque su exitosa trayectoria haya tenido
como soporte una facultad menos tradicional que Derecho o Medicina. Los
matices a su exitosa inserción en Buenos Aires se derivan sobre todo del hecho
de que su caso es compatible con los de otros tantos hombres nuevos en articula
ciones sociales aún tradicionales: es decir, una positiva integración a la sociedad
local que no emana necesaria o estrictamente de un proceso de movilidad social
ascendente desenvuelto en esa misma sociedad.
En un plano más general, nuestra muestra sugiere cómo la porosidad se
atenúa o al menos se difiere en un plano generacional. Así, de los 106 casos de
origen inmigrante, 71 nacen en la Argentina. En otras palabras, éstos son argen
tinos de primera o segunda generación, pero ya no, ellos mismos, extranjeros.
Esta es una tendencia que efectivamente se acentúa avanzando el tiempo: los
extranjeros pasan del 50 por ciento de la totalidad de los casos de origen inmi
grante en 1885 al 35 por ciento en 1905 y apenas el 18 por ciento en 1925.
De la apreciación de los orígenes de la muestra, por otra parte, se desprende
un segundo eje relevante, contenido en lo recién dicho. Si se considera que los
orígenes familiares antiguos y capitalinos podían ser a causa de su escasez rela
tiva en una sociedad aluvional, un valioso capital simbólico para la construcción
de prestigio — frente a la sociedad en su conjunto pero quizá más aún frente a
las altas esferas de la ciudad de Buenos Aires — , es interesante que el mismo no
haya recubierto por igual a todos los casos aquí estudiados. Como ya señalamos,
es un atributo más bien específico de los directivos de los clubes sociales que de
los políticos, DCE y profesores universitarios (recordemos: 70 y 41 por ciento
contra 46,1 y 28,2 respectivamente).43 Significativamente, de los políticos, DCE
y profesores universitarios de orígenes coloniales de todo el período (71 casos),
1983); Pablo Buchbinder Historia de la Facultad de Filosofía y Letras (Buenos Aires: Eudeba,
1997); Juan Carlos Agulla, Eclipse de una aristocracia: Una investigación sobre las elites
dirigentes de la ciudad de Córdoba (Buenos Aires: Líbera, 1968). En cuanto a las unidades
académicas de la Universidad de Buenos Aires, a Filosofía y Letras, creada en 1896, se le
agregarán en 1909 la Facultad de Agronomía y Veterinaria y la de Ciencias Económicas
en 1913.
43. Para idea del tiempo y el origen familiar como capital simbólico, ver Pierre Bourdieu
La distinción: Criterio y bases sociales del gusto (Madrid: Taurus, 1988), 61 – 73; Juan Hernández
Franco, “Consideraciones y propuestas sobre linaje y parentesco”, en Familia, parentesco y
linaje, ed. James Casey y Juan Hernández Franco (Murcia: Univ. de Murcia, 1997).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 67
casi tres cuartos (73 por ciento) pertenecen a la alta sociabilidad. De los 83 casos
de políticos, DCE y profesores universitarios de orígenes no-coloniales, en
cambio, sólo un 42 por ciento integró los clubes sociales distinguidos.
Estos índices, entonces, indican a su vez dos últimos elementos interesantes.
Por un lado, si cambiamos el ángulo de lectura de los presentados en el párrafo
anterior, considerándolos indicativos del reclutamiento de socios de los clubes de
alta sociedad, surge que si la antigüedad familiar era posiblemente importante
para acceder a estas entidades, tampoco era necesariamente excluyente.44 Este
punto ha sido subrayado por ponderaciones puntualmente volcadas al análisis de
la composición social de la masa societaria de dichos centros sociales.45 Por otro
lado, no obstante, también emerge que la antigüedad familiar era un relevante
capital simbólico de distinción en el alto mundo porteño, y un eje gravitante en
la construcción identitaria de la alta sociedad en este período. Así lo insinúa que
ese capital predomine precisamente en quienes representaban y conducían los
clubes de high life.
En este sentido, aquí se visualiza nuevamente el reemplazo del Club del
Progreso por el Jockey Club. Si los orígenes tempranos predominan entre los
directivos del Club del Progreso a comienzos del período (todos ellos tienen
orígenes patrilineales coloniales en 1885), lo hacen entre los del Jockey a fines
del mismo (cosa aún más significativa, teniendo en cuenta el cambio estructural
de la sociedad). En 1925 las tres cuartas partes de éstos poseen ascendientes
familiares patrilineales coloniales, contra un 60 por ciento de sus pares de 1885.
En cambio, sólo un 16,6 por ciento de los del Progreso poseen esa caracter
ística por entonces. Lo mismo sucede entre los casos de la muestra que fueron
socios de ambas entidades. Para los políticos, DCE y profesores universitarios,
la antigüedad de ascendencia es un rasgo más destacado entre los que son miem
bros del Progreso o del Jockey que entre los que no son socios. Más aun, esa
preeminencia se plasma a comienzos del período entre los socios del Progreso,
y al final, entre los del Jockey. Así, si se computan conjuntamente los índices
para políticos, DCE y profesores universitarios de 1885, los orígenes coloniales
y porteños arrojan un 60,4 y un 32 por ciento respectivamente (ver cuadro 2).
Los políticos, DCE y universitarios socios del Progreso de ese año muestran
índices de arraigo más altos (de 82,6 y 41,6 por ciento). Los mismos también son
superiores a los correspondientes a los socios del Jockey (58,8 y 23,6 por ciento).
En 1925, en cambio, entre los políticos, DCE y profesores universitarios en su
conjunto, sólo 34 por ciento tienen raíces familiares coloniales y 27,4 por ciento
raíces porteñas. Para entonces, ambos rasgos están más marcados entre quienes
son socios del Jockey (58,4 y 42,4 por ciento, respectivamente), cuyos índices
son también superiores a los de aquellos que son socios del Progreso, (37,5 y
14,4 por ciento).
En relación con esto, entonces, la variable de sociabilidad (y más específica
mente la membresía en el Jockey Club) sería el más pertinente para identificar,
para el período en su conjunto, ese círculo que concentra capitales de posición
más específicamente sociales, frecuentemente denominado como familias tradi
cionales o clase alta porteña.46 Llegados aquí, resulta entonces conveniente tra
zar un balance de lo tratado en estas páginas.
46. Imaz, La clase alta. Recordemos, como se vio en el apartado anterior, que entre los
socios y directivos del Jockey predominaba la pertenencia a la entidad social más exclusiva:
el Círculo de Armas.
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 69
antes de 1860 (pero no todos los del Progreso, aunque también predomina ese
umbral de llegada), lo cual indicaría el cierre paulatino del alto mundo social a
medida que se avanza en el período. De esta manera, si la porosidad refleja al
mismo tiempo un cierre progresivo en las cúspides de la sociedad, esperable
a medida que ésta se complejiza, también muestra cómo la sociedad porteña
no fue estrictamente cerrada ni siquiera en su estadio “tradicional” en ciertos
sectores. Recordemos que en 1885, momento en el cual los procesos de cambio
estructural recién comenzaban a delinearse, un tercio de nuestros casos ya no
tienen orígenes familiares tempranos.
Por otro lado, conviene asimismo precisar que la profesionalización no sólo
corre paralela con la renovación social de los casos. También se superpone con
un cambio en las trayectorias socio-ocupacionales de aquellos que poseen ante
cedentes familiares en las polifuncionales elites criollas del siglo XIX, como
algunos de nuestros casos de 1925. Por ejemplo, el abogado Lucio Moreno
Quintana ocupó la cátedra en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y
en distintos colegios nacionales y además accedió a funciones públicas acordes
con su perfil profesional, posiblemente facilitadas por su capital social: fiscal y
Juez en lo civil y comercial en La Plata, abogado de la Procuración del Tesoro y
subsecretario del ministerio de Relaciones Exteriores. Sirve como ejemplo en el
campo político la trayectoria de Rodolfo Moreno (h), un referente del conserva
durismo bonaerense, quien revela una dedicación exclusiva a esa actividad. Sólo
la alternó con el ejercicio de la docencia universitaria del derecho en La Plata y
en la Universidad de Buenos Aires, previa no obstante a su vuelco a la política.
Esta vinculación académica atestigua, por lo demás, otro punto comentado: la
gravitación de la formación universitaria, y en especial el papel de la Facultad de
Derecho de la UBA, en la formación de la dirigencia política.48
En suma, la prosopografía ilustra cómo las nuevas elites que despuntan en
las primeras décadas del siglo XX no son sólo nuevas por quiénes las conforman,
sino por las novedosas reglas del juego que comienzan a afirmarse ya desde los
cambios institucionales que tienen lugar en el fin de siglo en distintas esferas.
En el campo político, estos cambios corresponden a la consolidación del Estado
nacional, mientras en la Universidad emergen de la normalización institucio
nal aparejada por la ley Avellaneda de 1885. Ambas reformas contribuyen a su
consolidación como campos profesionales autónomos avanzando el período.
De manera concomitante, entonces, tendencias generales como la inmigración
masiva, los cambios estructurales en la sociedad provocados por la movilidad
social y la prosperidad económica, junto con puntos de inflexión más específi
limitado grado de coincidencia entre clase alta y clase dominante hacia el final
de nuestro período encuentra un sugerente testimonio en las últimas y desen
cantadas páginas del citado libro de Imaz. El autor atribuye allí esa circunstancia
a la modernización, con su huella de diversificación y complejización de esferas
sociales, y la pérdida de una única elite dirigente hacia los años 1920 (precisa
mente, la elite criolla de fines del XIX). En esta pérdida filiaba Imaz el inicio de
una crisis de conducción entre una multiplicidad de elites inconexas, que veía
aún manifiesta y como uno de los problemas más acuciantes de su presente.50
En este sentido, es relevante pensar un eje adicional: cómo la moder
nización social, si atenúa progresivamente la centralidad de la upper-class del
cambio de siglo en la conducción de la sociedad, pudo a su vez haber erosionado,
sobre ello, su carácter como grupo social de referencia o de arbitraje gravitante
en la construcción y consagración de reputaciones.51 Es ilustrativo al respecto
contrastar las relaciones establecidas por dos figuras gravitantes de la política
con integrantes de una misma familia de la “aristocracia” porteña (la Alvear)
en distintos momentos de este período: Ramón Cárcano en los 1880 y José P.
Tamborini, a mediados de los años 1910 y 1920.52 Estos personajes ejemplifican
algunos puntos ya señalados aquí, como también (podría sostenerse) precisarían
los alcances de algunas de nuestras afirmaciones. Por un lado, Cárcano y Tam
borini ilustran la renovación de la clase política que supusieron en sus momentos
respectivos 1880 y 1916: Cárcano provenía de la elite política cordobesa, mien
tras que Tamborini ejemplifica bien la promoción en la política de hombres
nuevos en la sociedad que apareja el radicalismo. Asimismo, el caso de Cárcano
da cuenta de la porosidad de la sociedad anterior a la inmigración masiva, y en
particular del campo político anterior a 1916, sin olvidar por ello las diferencias
cualitativas de la inmigración temprana: su padre era un profesor universita
rio italiano llegado a la provincia de Córdoba a mediados del siglo XIX. Con
todo, a su vez, la gravitación en la política posterior a 1916 de un individuo pro
veniente de la “aristocracia” porteña (Marcelo T. de Alvear, presidente por la
Unión Cívica Radical entre 1922 y 1928) marca puntualmente los límites de la
renovación social del radicalismo, y en un plano más general, ilustra la ausencia
de uniformidad política que recubrió a la clase alta. En este sentido, la ausen
cia de políticos entre los directivos del Jockey Club después de 1916 se recorta
como un signo de sus propias orientaciones políticas antes que de las de su cír
culo social in toto.53 Desde aquí, entonces, podría pensarse como un ejemplo que
matiza el progresivo desplazamiento de la clase alta ante la modernización.
No obstante, vale subrayar aquí un punto adyacente: en sus memorias Cár
cano recuerda que su incorporación al nuevo oficialismo nacional de los años
1880 lo había llevado a recalar de manera necesaria en las tertulias de don Diego
de Alvear, el anfitrión de las fiestas sociales del Roquismo en esa década, para
desde allí anudar y profundizar contactos políticos. Esto le permitió también
insertarse en el mundo de la sociedad porteña, a pesar de su declarada “suscepti
bilidad provinciana”.54 Diferentes, en cambio, son el contexto y las modalidades
por las cuales Tamborini, que nació contemporáneamente a la llegada de Cár
cano a Buenos Aires en 1886, se vinculará con el mencionado Marcelo T. de
Alvear, sobrino de don Diego. La trayectoria de Tamborini se debe a su inser
ción temprana en el radicalismo; a sus 19 años participa en la última asonada
revolucionaria de la UCR en 1905 y continua como elector presidencial en 1916
y como diputado nacional desde 1918. Esta participación política lo acercará
a Marcelo T. de Alvear, de quien sería ministro del Interior en 1925 – 28 y de
cuyo gabinete fue uno de los pocos miembros que precisamente debía su puesto
a su trayectoria en el partido antes que a una filiación política conjugada con la
pertenencia al círculo social del presidente.55
Los diferentes vínculos que ambos establecen con el mundo social de la
clase alta porteña podrían entonces aparecer a primera vista como signo de una
exclusión a hombres nuevos a medida que se avanza en el período. Sin embargo,
lo que ambos ejemplos muestran es que la autonomización de un campo político
ofrece instancias propias para la construcción de una carrera política exitosa a
través del partido, y ya no del mundo de la tertulia o del club. En otras palabras,
la paulatina delineación de elites autónomas sobre campos crecientemente espe
cíficos, con sus propios mecanismos de construcción de una trayectoria exitosa,
53. Gallo y Sigal, “La formación de los partidos políticos”; Smith, “Los radicales”.
54. Ramón Cárcano, Mis primeros ochenta años (Buenos Aires: Plus Ultra, 1965), 212;
Pedro Fernández Lalanne, Los Alvear (Buenos Aires: Emecé, 1980), 357.
55. La procedencia mayoritaria del gabinete alvearista del mundo “aristocrático”
porteño llevó a que su gobierno, en contraposición al “plebeyismo yrigoyenista”, fuera
definido como el de los “galeritas” o “radicales azules”. Cfr. Alain Rouquié, Poder militar y
sociedad política en la Argentina, 2 vols. (Buenos Aires: Emecé, 1998), 1:164.
74 HAHR / February / Losada
56. Cfr. Félix Luna, Alvear (Buenos Aires: Sudamericana, 1999), 54 – 62.
57. François Javier Guerra, “El análisis de los grupos sociales: Balance historiográfico
y debate crítico”, Anuario IEHS (2000): 121; Saint-Martin, “Reproducción o recomposición
de las elites”, 61n5.
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