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¿Oligarquía o elites?

Estructura y
composición de las clases altas de la ciudad
de Buenos Aires entre 1880 y 1930

Leandro Losada

De acuerdo a la visión clásica, Latinoamérica atraviesa en el último cuarto del


siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX una transformación estructural
definida como modernización. Los rasgos más emblemáticos de esta moder­
nización incluyen la incorporación definitiva de la región a la economía mundial
capitalista, el ordenamiento de instituciones políticas que clausuran las con­
flictivas décadas post-independientes, una ampliación política hacia regímenes
republicanos y democráticos, urbanización, crecimiento demográfico e inmi­
gración extranjera. Recurriendo a un trabajo pionero en la reflexión de estos
problemas para el caso argentino, este período asiste a la transición de una
sociedad tradicional a una sociedad de masas, cuyas más nítidas manifestacio­
nes tu­vieron como escenario privilegiado a la región litoral y en particular a
la ciudad de Buenos Aires.1 Sin embargo, esta visión enfocada en los cambios
estructurales de la sociedad argentina ha coexistido con otra imagen bastante
extendida sobre los sectores dominantes de este período, que tendió a retratarlos
como un reducido y homogéneo círculo social que durante gran parte de este
arco temporal controló las riendas de la política y la economía y coincidió a su
vez preponderantemente con las familias tradicionales de la sociedad. En esta
caracterización, la idea de la dominación de una oligarquía indiferenciada es
posiblemente la definición más distintiva.2

Agradezco los comentarios y sugerencias de Eduardo Míguez a una versión preliminar de


este artículo. También aprecio las observaciones realizadas por los evaluadores anónimos de
esta revista.
1. Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición: De la sociedad tradicional a
la sociedad de masas (Buenos Aires: Paidos, 1962).
2. Esta caracterización se encuentra generalizada en textos emblemáticos de la
corriente revisionista “crítica” de los años cincuenta y sesenta de la historia argentina, por
ejemplo en Rodolfo Puiggrós, Historia crítica de los partidos políticos argentinos, 2 vols. (Buenos
Aires: Hyspamérica, 1986), 1:133 – 57. También late en versiones de divulgación más amplia

Hispanic American Historical Review 87:1


doi 10.1215/00182168-2006-087
Copyright 2007 by Duke University Press
44 HAHR / February / Losada

El propósito de este trabajo es abordar la estructura y composición de las


elites porteñas, buscando poner en juego el impacto que habrían tenido sobre
ellas las transformaciones sociales, económicas y políticas que atraviesan a la
Argentina (y en particular a la propia ciudad de Buenos Aires) entre 1880 y 1930.
Las caracterizaciones tradicionales de los sectores dominantes señaladas líneas
arriba asumen presupuestos de distinta índole. Por un lado, mantienen que el
poder económico (asociado a su vez con la gran propiedad de la tierra en la
pampa húmeda, a causa de la orientación agroexportadora de la economía argen­
tina en estos años) y el poder político (el control del Estado) son recíprocamente
necesarios y están indisolublemente unidos en manos de un único sector social.
Se plantea entonces un escaso reconocimiento a la autonomía de lo político, y
se deriva y se propone, a su vez, una semblanza irracional o parasitaria de los
mecanismos por los cuales esa clase dominante habría construido su posición
gravitante en la economía, y de su carácter como actor económico. Es el control
del Estado, y no del mercado, el que favorece la construcción de riqueza y poder
económico a través del control de grandes propiedades agropecuarias; el poder
político es un agente al servicio de los intereses de la clase económicamente
dominante.3
En segundo lugar, estas caracterizaciones asocian mecánicamente función
y posición en la sociedad, o en un sentido más amplio, poder, riqueza y prestigio.
La dominación social (a través del ejercicio de la política, de la capacidad de
influencia que otorga la riqueza, etc.) está en manos de la clase alta de la socie­
dad, en referencia a aquellos que, sobre su posición objetiva, gozan de un plus
adicional: cierta distinción social no sólo ante la sociedad en general sino tam­
bién en el universo más definido de las elites porteñas. Por último, precisamente
derivada de esta caracterización e implícitamente subyacente a ella, está la idea
de que no se registrarían en el pináculo de la sociedad los efectos del proceso
de modernización: antes que una pluralidad de elites derivada de la diversifi­
cación y autonomización de las distintas dimensiones sociales que provoca la
moder­nización, además de la recomposición esperable por el impacto de la inmi­
gración masiva y de la movilidad social que definen a la Buenos Aires de estos

y reciente, como el documental fílmico La república perdida, estrenado poco después de


la restauración democrática de 1983. No obstante, con otros énfasis aún, su influencia
también está presente en cierta historiografía académica, como por ejemplo David Rock,
El radicalismo argentino, 1890 – 1930 (Buenos Aires: Amorrortu, 1975), 14 – 17, 36 – 37;
si bien más atenuada, aparece también en David Rock, Argentina 1516 – 1987: Desde la
colonización española hasta Raúl Alfonsín (Buenos Aires: Alianza, 1989), 206 – 49.
3. Obra probablemente emblemática en este sentido es Jacinto Oddone, La burguesía
terrateniente argentina (Buenos Aires: Ediciones Populares Argentinas, 1956).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 45

años, encontraríamos entonces una estática, homogénea y polifuncional clase


dominante.4
La renovación historiográfica que comenzó a operarse en la Argentina
desde los años 1970 revisó y refutó en gran medida esta visión tradicional de
los sectores dominantes y a partir de ello, repensó las categorías desde las cuales
definirlos.5 Por ejemplo, Natalio Botana circunscribió el concepto de oligarquía
para referirse a la clase política hegemónica desde 1880, año que precisamente
representa la consolidación de la unidad política argentina y del Estado nacio­
nal al sofocarse la sublevación de la provincia de Buenos Aires. El corolario de
este triunfo nacional fue la conversión de la hasta entonces capital provincial de
Buenos Aires en capital federal de la República. La hegemonía oligárquica duró
hasta la reforma electoral de 1912, que estableció el sufragio secreto, obligato­
rio y universal para la población masculina. Las primeras elecciones presiden­
ciales desenvueltas con la nueva ley en 1916 llevaron al gobierno a la Unión
Cívica Radical, el partido de oposición más significativo al “orden conserva­
dor” de 1880 – 1916. La oligarquía, según Botana, entonces es una clase política
con resortes propios de poder  — el control del Estado Nacional — , no necesa­
riamente atravesada por el consenso, y que no se confunde estrictamente con la
elite económico-social en un sentido más amplio ni se extiende para definir las
características de un grupo social.6
Asimismo, una extensa y rica corriente historiográfica inscripta en pro­
blemas de historia económica ha logrado demostrar que el perfil de los grupos
económicamente dominantes hacia el último cuarto del siglo XIX se sostiene
sobre ejes nítidamente opuestos a los que afirmaban las señaladas visiones tradi­
cionales, tanto en las modalidades de tenencia de la tierra, como por alentar una
importante innovación técnica y tecnológica. A pesar de que postulan carac­
terizaciones claramente contrapuestas, trabajos como los de Jorge Sábato sobre
la “clase dominante” o los más recientes de Roy Hora sobre la “burguesía ter­
rateniente” coinciden en última instancia en destacar la racionalidad económica
de esos actores, como circunscribir dichas categorías a una dimensión también
estrictamente económica. El trabajo de Hora, en especial, plantea los problemas

4. Sobre la inmigración, ver Fernando Devoto, Historia de la inmigración en la Argentina


(Buenos Aires: Sudamericana, 2003). Sobre los cambios en la sociedad, ver Eduardo
Zimmermann, “La sociedad entre 1870 y 1914”, en Academia Nacional de la Historia,
Nueva historia de la nación Argentina, 6 vols. (Buenos Aires: Planeta, 2000), 4:133 – 59.
5. Estudios pioneros en ese sentido son los contenidos en Torcuato Di Tella and Tulio
Halperin, comps., Los fragmentos del poder: De la oligarquía a la poliarquía argentina (Buenos
Aires: Jorge Álvarez, 1969).
6. Natalio Botana, El orden conservador (Buenos Aires: Sudamericana, 1994), 71 – 79.
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que habría tenido la elite económica en otras esferas, como la política.7 Análisis
relativamente recientes de Halperin, a su vez, ofrecen importantes aportes para
devolver matices al retrato de los sectores dominantes de la Argentina a lo largo
del siglo XIX y en el cambio hacia el XX. En sus reflexiones sobre las complejas
y no necesariamente armónicas relaciones que vincularon a los círculos gravi­
tantes en la economía, la política y las ideas, Halperin ha tendido a hablar más
de “elites” que de una única o indivisa “elite”.8
El concepto elite tiene una potencialidad significativa, quizá de manera
paradójica, en la pluralidad de connotaciones con que fue vertido desde la
llamada teoría de las elites. En particular, los distintos sentidos que Vilfredo
Pareto dio a este concepto permiten emplearlo de varias maneras. Por un lado,
se puede aplicar a una minoría selecta que conduce a la sociedad  — una elite
social en un sentido amplio, polifuncional o multi-implantada — . Este sentido
supone una concepción de la estratificación social cercana al modelo de las
llamadas sociedades tradicionales, en tanto contrapone esa minoría a una vasta
mayoría indiferenciada.9 Por otro lado, el término puede aplicarse a los círculos
sociales en posiciones de superioridad en las varias dimensiones de la sociedad
(política, económica, cultural, etc.).10 Este último sentido ha sido revalorizado

7. Jorge Sábato, La clase dominante en la Argentina moderna: Formación y características


(Buenos Aires: CISEA / Imago Mundi, 1991); Roy Hora, Los terratenientes de la pampa
argentina: Una historia social y política, 1860 – 1945 (Buenos Aires: Siglo XXI, 2002). Un
acercamiento a los debates de la historia económica del período se encuentra en Eduardo
Míguez, “La expansión de la pampa húmeda (1850 – 1914): Tendencia recientes de su análisis
histórico”, Anuario IEHS 1 (1986); Hilda Sabato, “Estructura productiva e ineficiencia del
agro pampeano, 1850 – 1890: Un siglo de historia en debate”, en La problemática agraria, 3
vols., ed. Marta Bonaudo y Alfredo Pucciarelli (Buenos Aires: CEAL, 1993), 3:7 – 49.
8. Para ser precisos, estas semblanzas reconocen también una evolución a lo largo de
la obra de Halperin: esto es, de una diferenciación entre “administradores” y “dueños” del
poder, a una más nítida distinción entre poder político y riqueza o poder económico; Tulio
Halperin, Revolución y guerra: Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla (México:
Siglo XXI, 1972); Tulio Halperin, “La expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires
(1810 – 1852)”, Desarrollo Económico 3, no 1 – 2 (abr. – sep. 1963); Tulio Halperin, “Clase
terrateniente y poder político”, Cuadernos de Historia Regional (Universidad Nacional de
Luján) 15 (1992).
9. Sobre el modelo de estratificación social en una “sociedad tradicional” ver Germani,
Política y sociedad, 116 – 26.
10. Vilfredo Pareto, The Rise and Fall of Elites: An Application of Theoretical Sociology
(Piscataway, NJ: Transaction, 2000), 1 – 22; Vilfredo Pareto, Forma y equilibrio sociales
(Extracto del Tratado de Sociología General) (México: Alianza, 1980), 63 – 72. Si bien Gaetano
Mosca y Pareto son los considerados padres de la teoría de las elites, es Pareto el primero en
utilizar sistemáticamente el concepto elite. Mosca, más definidamente inscripto en el
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por distintas corrientes de investigación, no sólo historiográficas sino también


sociológicas (tanto los enfoques constructivistas como los estructural-funciona­
listas), para captar la pluralidad y complejidad de las altas esferas de la sociedad
y pensar los matices que recubren a las relaciones entre posición social y domi­
nación social.11
A pesar de estos sugestivos y atractivos lineamientos, no abundan los traba­
jos historiográficos para el puente del siglo XIX al siglo XX que recuperen estas
contribuciones con un acercamiento amplio y de conjunto, y más propiamente
orientado a indagar en la composición y estructura de los sectores dominantes
de la ciudad de Buenos Aires en el contexto de la modernización. Para buscar
antecedentes de este tipo de aproximación, deberíamos remontarnos a los tra­
bajos que realizó el sociólogo José L. de Imaz en los años 1950 y 1960 siguiendo
los entonces contemporáneos estudios del sociólogo Gino Germani, aunque no
encontramos una sólida línea de investigaciones que los hayan continuado.12 Sin
dudas, desde entonces han aparecido valiosos trabajos para la ciudad de Bue­
nos Aires que, desde una aproximación metodológica similar a la desarrollada
aquí  — la prosopografía —  ofrecen aportes relevantes. Sin embargo, se concen­
tran sobre sectores o grupos más específicos (por ejemplo, la clase política, la
elite económico-social o clubes sociales como el Jockey Club).13

llamado neomaquiavelismo en teoría política, aún habla en su trabajo clásico de clase


política. Cfr. Gaetano Mosca, La clase política (México: FCE, 1998).
11. Cfr. Tom B. Bottomore, Minorías selectas y sociedad (Madrid: Gredos, 1965); Harold
Perkin, “The Recruitment of Elites in British Society since 1800”, Journal of Social History
12 no 2 (invierno 1979); Monique de Saint Martin, “¿Reproducción o recomposición de
las elites? Las elites administrativas, económicas y políticas en Francia”, Anuario IEHS
16 (2001). Vale también agregar el clásico estudio de C. Wright Mills, quien reutilizó el
concepto de elite desde una sensibilidad distinta a la de la original teoría de las elites; esto es,
para un análisis crítico de los grupos de poder; C. Wright Mills, La elite del poder (México:
Fondo de Cultura Económica, 1957).
12. José Luis de Imaz, La clase alta de Buenos Aires (Buenos Aires: Investigaciones y
Trabajos del Instituto de Sociología, 1959); José Luis de Imaz, Los que mandan (Buenos
Aires: Eudeba, 1964). Una recuperación de las reflexiones de Imaz para una apreciación
concisa y global se encuentra en Manuel Mora y Araujo, “Viejas y nuevas elites”, en Buenos
Aires: Historia de cuatro siglos, 2 vols., ed. José Luis Romero y Luis A. Romero (Buenos Aires:
Abril, 1983), 2:255 – 63.
13. Darío Cantón, “El parlamento argentino en épocas de cambio: 1889 – 1916 – 1946”,
Desarrollo Económico 4, no 13 (abr. – jun. 1964); Thomas More Edsall, “Elites, Oligarchies, and
Aristocrats: The Jockey Club of Buenos Aires and the Argentine Upper Classes, 1920 – 1940”
(tesis de doctorado, Tulane Univ., 1999); Francis Korn, “La gente distinguida” en Romero y
Romero, Buenos Aires 2:45 – 55; Peter H. Smith, Argentina and the Failure of Democracy: Conflict
among Political Elites, 1904 – 1955 (Madison: Univ. of Wisconsin Press, 1974).
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En consecuencia, aparece un significativo interrogante al acercarse a las


altas esferas de la sociedad porteña del período 1880 – 1930: ¿debemos referirnos
a un universo social relativamente homogéneo, y desde allí, a una elite unívoca
e indivisa que conjuga o controla los distintos ejes que hacen a una posición
de prioridad social (poder político, riqueza, prestigio, etc.); o, en cambio, ¿se
delinea un panorama más variado, correspondiente a la existencia de elites espe­
cíficas para cada dimensión social?
Para contestar a esta pregunta, aquí se emprende un trabajo prosopográfico
estructurado sobre un conjunto de variables consideradas significativas para ocu­
par una posición de gravitación: poder político, riqueza, prestigio social, “saber”
(o capital cultural) y orígenes familiares. Así, se han conjugado variables ocupa­
cionales (a falta de un término más apropiado, en tanto es impreciso establecer
hasta qué punto la participación en determinada esfera de la sociedad implica,
recurriendo a Weber, sino un “vivir de”, sí al menos un “vivir para” a comienzos
del período) y otras más propiamente simbólicas (como el prestigio).14 El análi­
sis se realizó sobre una muestra aleatoria sistemática de 347 individuos, distri­
buida en tres cortes temporales (1885, 1905 y 1925). Estos individuos cayeron
en al menos uno de los siguientes grupos: políticos, directivos de corporaciones
económicas (de aquí en más, DCE), directivos de clubes sociales (en adelante,
DCS) y profesores universitarios.
Las variables se definieron sobre los siguientes indicadores:
•   oder político: desempeño de cargos en los tres poderes del estado
P
(ejecutivo, legislativo y judicial) en el nivel jurisdiccional nacional,
provincial (no sólo provincia de Buenos Aires) o municipal (ciudad de
Buenos Aires).
•  Riqueza: membresía a corporaciones económicas (Sociedad Rural, Bolsa

de Comercio, Club Industrial, Unión Industrial), vinculación a grupos


familiares terratenientes de más de 10.000 hectáreas en la provincia de
Buenos Aires, accionista o socio de entidades, compañías y sociedades
agropecuarias, industriales, de transporte y ferrocarriles, financieras y
comerciales.
•  Prestigio: membresía a clubes sociales distinguidos (Club del Progreso,

Jockey Club y Círculo de Armas).


•  Saber: ser docente, académico o autoridad de la Universidad de Buenos

Aires.

14. La distinción de Weber en Economía y sociedad (México: Fondo de Cultura


Económica, 1992), 1066 – 68.
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 49

•   rígenes familiares: procedencia espacial y antigüedad de orígenes


O
familiares patrilineales.

En segundo lugar, los indicadores para la selección de los casos de la muestra


fueron:
•   olíticos: integrantes de los gabinetes nacionales de ministros, y
P
diputados y senadores nacionales por la Capital Federal y la provincia de
Buenos Aires.
•  Directivos de corporaciones económicas: dirigentes de la Sociedad Rural,

Bolsa de Comercio, Unión Industrial Argentina, entidades financieras,


comerciales y de servicios, y terratenientes.
•  Directivos de clubes sociales: dirigentes del Jockey Club y del Club del

Progreso.
•  Profesores universitarios: docentes y autoridades de la Universidad de

Buenos Aires.

La naturaleza de la sociedad argentina de aquella época delimitaba en gran


medida la vida pública a los hombres; por este motivo la muestra emerge de un
universo exclusivamente masculino.
La muestra incluye entonces 136 directivos de clubes sociales, 94 directi­
vos de corporaciones económicas, 63 políticos y 54 profesores universitarios.
Se obtuvo información para el 87 por ciento de ellos. Es importante subrayar
que la diferencia en el número de casos en cada grupo “ocupacional” no implica
sesgos en los resultados obtenidos. Metodológicamente fueron entendidos como
diferentes categorías de análisis para abordar un universo social considerado
formalmente común en principio (las altas capas porteñas), y no como grupos
sociales históricamente existentes. Avanzar en este sentido es un resultado posi­
ble, pero no un punto de partida.15 El objetivo perseguido con la reconstrucción
prosopográfica, por lo tanto, es averiguar hasta qué punto los participantes en
cada esfera social (la política, la vida económica, la sociabilidad distinguida y
la vida universitaria) también participaron (o no) en aquellas otras dimensio­
nes distintas a las de su vía de ingreso a la muestra. También se comparan los
participantes en cada esfera a estudiar en cuanto a sus orígenes familiares. Aún

15. Para mayores precisiones sobre la construcción metodológica de la muestra,


criterios de definición de indicadores y variables, fuentes utilizadas y listado de casos, ver
Leandro Losada, “Distinción y legitimidad: Esplendor y ocaso de la elite social en la Buenos
Aires de la ‘Belle Époque’ ” (tesis de doctorado, Univ. Nacional del Centro de la Provincia
de Buenos Aires, 2005), apéndice.
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con las limitaciones explicativas intrínsecas de la prosopografía como opción


metodológica, se sostiene que un acercamiento a las altas capas sociales porteñas
desde diferentes vías de acceso y un análisis de su entrecruzamiento recíproco
permiten obtener evidencias significativas sobre el grado de homogeneidad o
heterogeneidad relativa en su composición y estructura, y su evolución a lo largo
del período aquí considerado.16 Asimismo, este trabajo no sólo nos permitirá
caracterizar el grado de unidad o diversidad de los sectores más encumbrados en
los distintos campos, sino también obtener un panorama sobre la composición
social de cada uno de dichos sectores.

Poder político, prestigio social, riqueza y saber

Un punto central, entonces, consiste en preguntarse si estamos frente a una


elite, o varias, y cuándo es apreciable uno u otro rasgo. En este sentido, las carac­
terísticas de los casos de nuestra muestra, el grado de uniformidad entre sus per­
files sociales, y su evolución en el tiempo constituyen una valiosa vía de entrada
al problema. Distintas preguntas se recortan para avanzar en esta dirección:
¿qué grado de superposición y de proximidad social existe entre nuestros casos?
¿puede identificarse un conjunto de individuos con actuaciones en múltiples
esferas de la sociedad, o por el contrario, más definidamente volcados a determi­
nadas dimensiones? ¿qué vínculos se delinean entre capitales socialmente gravi­
tantes como el prestigio, el poder, el saber y la riqueza? ¿cómo evolucionan todos
estos aspectos a lo largo del período?
El cuadro 1 presenta el entrecruzamiento entre nuestros casos y desde allí
la importancia relativa de las variables incluidas en el análisis. En un sentido
horizontal se computa la actuación de las diferentes clases de casos en cada año,
en las distintas variables consideradas. En un sentido vertical puede apreciarse
la evolución de cada variable, para cada clase de casos. En “Total del período”
se puede notar el peso relativo de cada variable para el total general de cada
“tipo” de casos (es decir, de los tres años considerados). Es apreciable que en
1885 una importante mayoría de nuestros casos proviene de un universo social
relativamente común. Así, estaríamos frente a una elite relativamente homogé­
nea y polifuncional, cuyos integrantes están socialmente próximos y conjugan
diversos capitales gravitantes. En 1885, el poder político, el prestigio social y la
riqueza se distribuyen en proporciones significativas y relativamente similares
entre políticos, directivos de corporaciones económicas y directivos de clubes
sociales. Casi la mitad de los DCS ocupan cargos políticos y prácticamente todos

16. Lawrence Stone, “Prosopografía”, en El pasado y el presente (México: FCE, 1986).


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Cuadro 1. Perfiles y actuaciones sociales de directivos de clubes sociales,


directivos de corporaciones económicas, políticos y profesores universitarios.
Poder políticoa Prestigio social Riqueza Saber

Total No % Total No % No % No %

1885
DCS   33 16 48,5   31  —    30 96,8   7 22,6
DCE   30 10 33,3   24 15 62,5  —    1 4,2
Políticos  — b   19 13 68,5   18 95,0   5 26,3
Prof. univ.   16   5 31,2   15   5 33,3    8 53,4  — 
1905
DCS   53 16 30,2   51  —    39 76,4   8 15,7
DCE   30   6 20,0   20 11 55,0  —    4 20,0
Políticos  —    18 14 77,7   14 77,7   7 39,0
Prof. univ.   20   9 45,0   19 12 63,1   10 52,7  — 
1925
DCS   50 12 24,0   46  —    37 80,4   7 15,2
DCE   34   6 17.6   24 17 70,9  —    2 8,3
Políticos  —    22 11 50,0   11 50,0   6 27,3
Prof. univ.   18 3 16.7   15   7 46,6    2 13,4  — 
Total del período
DCS 136 44 32,3 128  —  106 83,0 22 17,2
DCE   94 22 23,4   68 43 63,2  —    7 10,3
Políticos  —    59 38 64,4   43 73,0 18 30,5
Prof. univ.   54 17 31,5   49 24 49,0   20 48,0  — 

Fuentes: Cfr. Losada, Distinción y legitimidad, apéndice.


Notas: La disparidad en la cantidad de casos por año y por “sector” surge del distinto
grado de éxito en la recolección de información. Para los DCS se agrega un elemento
puntual: las comisiones directivas del Jockey y del Club del Progreso se renovaban
anualmente por mitades (así, se tomaron comisiones de dos períodos sucesivos: por
ejemplo, para 1905, 1904 – 5 y 1905 – 6, y así seguido). De esta manera, una cantidad
variable de individuos (por año y por club) podía integrar comisiones de dos períodos
sucesivos distintos; a este tipo de casos, por supuesto, se los consideró sólo una vez.
a La variable poder político se computó sobre el total absoluto de cada tipo de casos, ya que

las fuentes utilizadas (listados completos para todo el período de gabinetes nacionales,
poderes legislativos, etc.) permitieron concluir con seguridad si todos los casos tuvieron o
no actuación en el campo político. Las restantes variables, en cambio, se computan sobre
el total de casos para los cuales pudo reconstruirse su trayectoria biográfica (el 87% del
total: 304 de 347).
bLas rayas indican que los casos relacionados con una determinada variable no se

computan en el análisis de esa variable, en tanto está implícito que todos ellos la
reconocen en su trayectoria (políticos en poder político, y así seguido).
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tienen una destacada posición económica, y los políticos demuestran esta misma
característica en una parecida proporción (95 por ciento). Es similar también la
proporción de DCE y de políticos con membresía en clubes sociales distingui­
dos (62,5 y 68,5 por ciento, respectivamente).
El único contraste relativamente significativo es que sólo un tercio de los
DCE ocupa cargos políticos, en comparación con los DCS, de quienes casi la
mitad participan en la esfera política. Aún así, son los profesores universitarios
quienes menos próximos estarían, comparativamente, con el resto de la muestra
si nos atenemos a los indicadores económico-sociales. Sólo un tercio de ellos
son miembros de clubes sociales (contra el 65 por ciento promedio de los DCE
y políticos), y sólo la mitad disfruta de un destacado status económico (contra
prácticamente la totalidad de los DCS y los políticos). En este sentido, se obser­
van interesantes contrastes entre este período y momentos anteriores del siglo
XIX, como también cambios significativos a lo largo de este mismo arco tempo­
ral. Veamos uno y otro punto con mayor detenimiento.
Para el período en su conjunto, es posible identificar una más cercana rela­
ción entre prestigio y riqueza, que entre prestigio, participación política y actu­
ación académica. Por ejemplo, los directivos de clubes sociales, si se observan sus
indicadores globales de los tres años incluidos en el análisis (“Total del período”
del cuadro 1), se caracterizan con mayor conformidad por la riqueza que por
la participación política o académica: el primer rasgo define al 83 por ciento
de ellos, mientras que los dos últimos, al 32,3 y 17 por ciento respectivamente.
Entre los políticos y los profesores universitarios, la riqueza no es un atributo
tan extendido como entre los DCS: para el total del período, dicha variable car­
acteriza al 73 por ciento de los políticos (proporción que disminuye de un 95 por
ciento en 1885 a un 50 por ciento en 1925) y al 40 por ciento de los profesores
universitarios. De manera concomitante, la participación de los DCE en clubes
distinguidos tiene índices más estables que la de los políticos o profesores uni­
versitarios. O al menos, sus índices culminan en una tendencia de crecimiento
(pasan de 55 a 70 por ciento entre 1905 y 1925), mientras que entre políticos y
profesores universitarios se reducen en este mismo lapso (de 77 a 50 por ciento,
y de 63 a 46 por ciento, respectivamente). Al mismo tiempo, la proporción de
DCE que ocupa cargos políticos  — como sucedía también entre los DCS —  no
es muy significativa (23,4 por ciento para todo el período). Este es un indicador
sugestivo si se considera que los casos incluidos en nuestra muestra son indi­
viduos de alta posición económica con una importante figuración social al estar
al frente de corporaciones o entidades económicas.
La interrelación entre prestigio, poder, riqueza y saber que se desprende de
estos índices, entonces, sugiere un cambio interesante respecto de la que carac­
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 53

terizara a la Buenos Aires de mediados de siglo XIX. Por entonces, como ha


demostrado Pilar González Bernaldo, la actuación política, el perfil intelectual
y la gravitación económica eran ejes con un peso relativamente similar en la
alta sociedad porteña, aunque paulatinamente la riqueza y el poder económico
comenzaran a adquirir mayor relevancia.17 Estos cambios tienen una sugestiva
expresión en el propio campo de la alta sociabilidad. Es interesante que junto al
Club del Progreso  — centro social creado en 1852, emblema de la Buenos Aires
“gran aldea” anterior a las grandes transformaciones sociales del fin de siglo, y
en cuyo perfil fundacional la dimensión política había tenido una gravitación
relevante —  encontremos al Jockey Club, fundado en 1882 y símbolo para el
caso porteño de un proceso de “aristocratización” y refinamiento de conductas
y consumos alentado por la belle époque de preguerra (como lo figura su móvil
inicial, el aliento a la cría de caballos de carrera), una tendencia por lo demás
extendida entre las burguesías de occidente de entonces.18 Así, si se desagrega la
membresía a uno y otro club entre nuestros casos, se aprecia que la pertenencia
al Jockey es mayoritaria en todos ellos, lo cual refleja su afirmación institucional
en este período. Pero a su vez, su preeminencia es equilibrada entre políticos y
profesores universitarios y más acentuada entre los directivos de corporaciones
económicas. El 47,5 por ciento de los políticos se afilian al Jockey y un 40,7
por ciento al Progreso; entre los profesores universitarios, las cifras son 32,7 y
un 26,6 respectivamente. En cambio, el 51,5 por ciento de los DCE son socios
del Jockey pero sólo el 23,5 lo son del Progreso. Paralelamente, la actuación
económica es un rasgo más preponderante entre los círculos directivos del
Jockey que entre los del Progreso: alcanza a un 93 por ciento de los primeros y
a un 65 por ciento de los segundos. Mientras que la actuación política, menos
significativa en ambos grupos, es ligeramente mayor entre los del Progreso (38
por ciento) que entre los del Jockey (31 por ciento).19
En suma, los casos de nuestra muestra que pertenecen al club social que
nace y se consolida en este período (el Jockey Club) reflejan la relación entre
prestigio y riqueza que se afirma en estos años. Agreguemos que es sintomático

17. Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política en los orígenes de la Nación
Argentina: Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829 – 1862 (Buenos Aires: FCE, 2001), 257 – 61.
18. González Bernaldo, Civilidad y política, 261 – 64; Edsall, “Elites”; Korn, “La gente
distinguida”; Jorge Newton y Lily Sosa de Newton, Historia del Jockey Club (Buenos Aires:
La Nación, 1966).
19. Al respecto, ver Leandro Losada, “La elite social de Buenos Aires. Perfiles y
trayectorias sociales en una perspectiva comparada: El Jockey Club y el Club del Progreso
(1880 – 1930)”, en Familias, negocios y poder en América Latina, comp. Luz Marina Morales
(Puebla, México: Dirección General de Fomento Editorial de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla, en prensa).
54 HAHR / February / Losada

de los cambios que atraviesan a la construcción de prestigio social en el cambio


de siglo, que la pertenencia al Jockey aparezca como un capital más valioso que
la membresía al Progreso para acceder a la entidad más exclusiva de la ciudad, el
Círculo de Armas. Esta sociedad, creada en 1885, a diferencia del Progreso y del
Jockey, estableció un tope máximo de socios (400).20 Entre nuestros políticos,
académicos y directivos de corporaciones económicas se identifican 44 socios
del Círculo de Armas. Sólo 2 lo son además del Club del Progreso. Un tercio
(15) son conjuntamente socio del Jockey y del Club del Progreso. Y más de la
mitad (25) son socios del Jockey pero no del Progreso (los dos casos restantes
de los 44 habrían sido sólo socios del Círculo de Armas  — no pudo consignarse
que fueran miembros del Progreso o del Jockey — ). De igual manera, más de la
mitad de los directivos del Jockey de nuestra muestra son socios del Círculo de
Armas (45 sobre 80), mientras entre los directivos del Progreso sólo lo son un 18
por ciento (10 de 56).21
Por lo tanto, la cercana relación entre gravitación económica y gravitación
social que se vislumbra en nuestra muestra se recorta como un signo de las hue­
llas que provoca la consolidación de una economía capitalista en la estratifi­
cación social, y sobre ello, en el perfil de las altas capas porteñas en comparación
con las características de este mismo segmento social a mediados del siglo XIX.
Este proceso, delineado ya desde el tercer cuarto del siglo XIX, se afirma en sus
dos últimas décadas gracias a la integración territorial del país favorecida por las
campañas de apropiación de tierras hasta entonces ocupadas por indígenas, la
normalización político-institucional alcanzada en 1880 (unidad política y con­
solidación del Estado Nacional) y la apertura a capitales y obreros extranjeros
que aparejarán una modernización y complejización de la estructura económica
argentina y su definitiva incorporación a la economía mundial como exporta­
dor de materias primas agropecuarias.22 Resulta de interés, entonces, acercarse

20. Círculo de Armas, En el centenario de su fundación (Buenos Aires, 1985).


21. Se ve aquí también la mayor cercanía entre prestigio y riqueza que entre prestigio
y política: si el peso relativo de los socios del Círculo de Armas, para todo el período, es
mayor entre los políticos que entre los DCE (28,6 y 19,1 por ciento, respectivamente), su
evolución es inversa: los 18 políticos socios del círculo se distribuyen en 4 (1885), 10 (1905)
y 4 (1925); los DCE, en tanto, en 3 (1885), 6 (1905) y 9 (1925). Los bajos índices del primer
año son esperables, teniendo en cuenta el reciente origen de la institución por entonces. Por
lo demás, las ponderaciones relativas a las membresías recuerdan los escalonamientos entre
los clubes de alta sociedad (producidos por el grado en que facilitaran o no el acceso a otras
entidades de mayor exclusividad o prestigio), señalados para la costa este norteamericana
de este mismo período. E. Digby Baltzell, Philadelphia Gentlemen: The Making of a National
Upper Class (Chicago: Quadrangle, 1971), 335 – 63.
22. Roberto Cortés Conde, El progreso argentino: 1880 – 1914 (Buenos Aires:
Sudamericana, 1979).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 55

más detenidamente al vínculo entre riqueza y posición social a lo largo de este


período.
Al respecto, una pregunta clave es la relación entre la propiedad de la tierra
y el status económico, teniendo en cuenta que por la orientación agroexporta­
dora de la economía argentina, constituiría un importante eje de riqueza y poder
económico, así como de prestigio social.23 Su incidencia es efectivamente alta:
del total de casos con participación en el campo económico (169, excluidos los
DCE, para evitar sobrerrepresentaciones), un 78 por ciento de ellos (133) son
terratenientes, o en su defecto, pertenecen o provienen de familias terratenien­
tes de la pampa húmeda. Se distribuyen también de una manera bastante regular
a través del tiempo: son 48 casos en 1885, 44 en 1905 y 41 en 1925. Entre ellos
se cuentan apellidos vinculados a la “vanguardia” terrateniente que avanzó en la
complejización de las actividades productivas en el agro pampeano del cambio
de siglo: Anchorena, Bosch, Casares, Casey, Cobo, Leloir, Luro, Martínez de
Hoz, Santamarina (significativamente, todos presentes en las comisiones direc­
tivas de los clubes distinguidos de la ciudad).24 Con todo, detrás de este índice
pueden vislumbrarse también los cambios que atravesaron a la propiedad de la
tierra y a su lugar, sino como signo de prestigio social y de riqueza, sí en exitosas
trayectorias en el mundo de los negocios.
Ante todo, nuestra muestra devela la importante movilidad de la tierra en
el cambio de siglo, reflejo de la consolidación plena de un mercado de tierras (a
pesar del encarecimiento que implicó el agotamiento de la “frontera abierta”
hacia mediados de los años 1910) y de la huella de las sucesiones patrimonia­
les. En 1885, pueden identificarse 24 casos pertenecientes a grupos familiares
propietarios de más de 10.000 ha en la provincia de Buenos Aires.25 De ellos,
11 pertenecen a ese selecto grupo entre 1890 y 1900 pero no lo son a fines del
período, hacia 1920/1930. Los otros 13 lo integran a lo largo de todo este arco
temporal, entre 1880 y 1930. De los 24 casos de 1885, entonces, ninguno es parte

23. Como se ha mencionado líneas arriba, la historiografía tradicional ha identificado


al poder y a la elite con la gran propiedad rural. Aunque estas asociaciones se han matizado,
no hay dudas de que constituyó un eje importante. Al respecto, ver Hora, Los terratenientes.
24. Y con predominio del Jockey Club (sólo los Cobo son directivos del Club del
Progreso). Estas ponderaciones se desprenden del cruzamiento de nuestra muestra con los
integrantes de la vanguardia terrateniente ofrecido por Carmen Sesto en “El refinamiento
del vacuno y la vanguardia terrateniente bonaerense, 1856 – 1900”, Anuario IEHS nº 14
(1999): anexo 1.
25. Seguimos aquí la tabulación realizada por Adela Marta Harispuru, “Familia y gran
propiedad rural en la provincia de Buenos Aires, 1880 – 1930” (tesis de doctorado: Univ.
Nacional de La Plata, 1986).
56 HAHR / February / Losada

de los propietarios de más de 10.000 ha por haber logrado acumular esa cantidad
de tierras a fines de nuestro período, entre 1920 y 1930. El panorama cambia al
ver los casos de 1925. En la muestra de ese año, tenemos 22 casos pertenecientes
a familias terratenientes de más de 10.000 ha. Cinco lo son sólo a comienzos del
período, entre 1890 y 1900 (algo menos de la mitad de los casos de 1885). Otros 5
alcanzan esa categoría en 1920/30 (frente a ninguno que lo hubiera hecho entre
los de 1885). Los restantes 12 se mantienen entre los grupos propietarios de más
10.000 ha. tanto a comienzos como a fines de nuestro arco temporal. Es decir,
aún cuando en uno y otro momento predominan los grupos propietarios que
se mantienen por encima del umbral de las 10.000 ha. a principios y finales del
período, una sugestiva proporción sólo lo habría sido en el contexto cercano a su
año de pertenencia a nuestra muestra. Así, en 1925 cerca de la cuarta parte de los
grandes grupos terratenientes observables en la muestra eran “nuevos” (habían
superado las 10.000 ha. entre 1920 y 1930), mientras que alrededor del 45 por
ciento (11 sobre 24) de los casos de 1885 fueron parte de los grupos terratenien­
tes de más de 10.000 sólo por entonces, en el fin de siglo.
Por otro lado, las trayectorias de algunos casos provenientes del final de
nuestro período sugieren que su éxito se basó en una adaptación oportuna a las
nuevas circunstancias de la economía argentina después de la primera guerra
mundial, un escenario caracterizado por mayores dificultades relativas para
el sector agropecuario (especialmente para la ganadería en los primeros años
veinte), por la alteración del frente externo con la “relación triangular” con los
Estados Unidos (convertido en principal acreedor e inversor) y Gran Bretaña
(principal comprador), por el crecimiento de la importancia relativa del sector
industrial en la economía nacional y por el desaceleramiento del ritmo de cre­
cimiento.26
El caso de Vicente R. Casares (directivo del Jockey Club en 1925) puede ser
ilustrativo al respecto. Vicente R. era hijo de un emblemático representante de
la vanguardia terrateniente del cambio de siglo, Vicente L. Casares, fundador de
la empresa agroindustrial La Martona y el primer exportador de trigo y manteca
a Inglaterra. Como grupo propietario de tierras, los Casares retienen un lugar
nítidamente destacado a lo largo de todo nuestro arco temporal: poseen más de

26. Lucas Llach y Pablo Gerchunoff, El ciclo de la ilusión y el desencanto (Buenos Aires:
Ariel, 1998), caps. 1 y 2; Osvaldo Barsky y Jorge Gelman, Historia del agro argentino: Desde la
conquista hasta fines del siglo XX (Buenos Aires: Grijalbo Mondadori, 2001), 221 – 59; Jorge G.
Fodor y Arturo O’Connell, “La Argentina y la economía atlántica en la primera mitad del
siglo XX”, Desarrollo Económico 13, no 49 (abr. – jun. 1973); Javier Villanueva, “El origen de la
industrialización argentina”, Desarrollo Económico 12, no 47 (oct. – dic. 1972).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 57

75.000 ha en 1890/1900 y más de 100.000 en 1920/30. Sin embargo (a causa


del aumento en el número de integrantes de la familia) el promedio por titular
también se reduce: de 18.769 ha por titular en 1890/1900 a 7.176 ha por titular
en 1920/1930.27 Indudablemente, este promedio más reducido es nítidamente
significativo, teniendo en cuenta además la valorización de la propiedad de la
tierra luego del agotamiento de la frontera abierta. No obstante, lo cierto es
que la inscripción de Vicente R. en el mundo económico trasciende ya al sector
agropecuario y a la empresa familiar de La Martona (de la que era director desde
la muerte de su padre en 1910). Así fue, por ejemplo, también director de la
Buenos Aires Compañía de Seguros, director de la empresa maderera del Chaco
argentino La Forestal y miembro del directorio de YPF, la empresa petrolera
estatal creada en 1922. Esta actuación muestra entonces una inscripción más
decidida en nuevos sectores de la economía.28
En este sentido, la trayectoria de Vicente R. es la cara opuesta del destino
de otros descendientes de la vanguardia terrateniente del cambio de siglo (así lo
mostraría, después de todo, su exitosa inscripción social  — directivo del Jockey
Club —  además de la propiamente económica). Estos otros, por diversas circun­
stancias (una menor cantidad de propiedades que implicaba riesgos más sensibles
de descapitalización frente al desprendimiento de tierras; las crecientes sumas
de capital que exigían sucesivas reinversiones y las dificultades para incorporar
nuevas superficies  — costado negativo de la valorización de la tierra seguida al
agotamiento de la frontera abierta — ; y la fragmentación que aparejarían las
sucesiones patrimoniales) experimentaron un deterioro de su situación socio­
económica en los años veinte y treinta, como lo ha planteado recientemente Roy
Hora para el caso de la familia Senillosa.29
Todo esto sugiere, entonces, las dificultades que presentaba un capital fijo
como la tierra frente a la necesidad de flexibilidad y al reacomodamiento de
inversiones en respuesta a las transformaciones económicas consolidadas desde

27. Harispuru, Familia y gran propiedad, 209 – 18.


28. La metodología aquí aplicada no permite concluir sobre la racionalidad detrás de
estos cambios a lo largo del período: esto es, si suponen el cambio de un perfil económico (el
propio de la burguesía terrateniente shumpeteriana de los 1890, como por ejemplo propone
Carmen Sesto, comprometida con las actividades productivas en el agro pampeano, con una
importante concentración de activos ), o la explicitación de una racionalidad poco novedosa
para el período pos-1914 (de diversificación de activos motorizada, según Jorge F. Sábato,
por una conducta especulativa  — más que por una lógica tendencia a minimizar riesgos — ).
29. Roy Hora, “La elite social argentina del siglo XIX: Algunas reflexiones a partir
de la historia de la familia Senillosa”, Anuario IEHS 17 (2002); ver también Hora, Los
terratenientes, 248 – 67 y 289 – 312.
58 HAHR / February / Losada

mediados de los años 1910. Y asimismo, marca que en la construcción de una


posición social prestigiosa, la posesión de riqueza encuentra un gravitante eje
adicional en su conjugación con aptitudes empresariales. En otras palabras, se
desprende un perfil lejano al de los rentistas parasitarios que proponían inter­
pretaciones como las citadas al comienzo de este artículo.
Un segundo eje relevante desprendido de los índices del cuadro 1 es una
apreciable diversificación y especialización de campos sociales provocadas por
las transformaciones que recorren a la sociedad desde el último cuarto del siglo
XIX.
Las ponderaciones concernientes al lugar de la política y los políticos ofre­
cen interesantes puntos de interés al respecto. Si durante el “orden conservador”
extendido entre 1880 y 1916 la política estaba en manos de “notables” (esto es, de
individuos en posiciones gravitantes en la sociedad y la economía, como lo mues­
tra el hecho de que un 95 por ciento de los políticos en 1885 tenía una destacada
posición económica y casi el 70 por ciento pertenecía a la sociabilidad distin­
guida) ello no debería conducir a afirmar que todos los “notables” eran políti­
cos. Tradicionalmente se considera que la reforma electoral de 1912 y el cambio
de régimen aparejado por el triunfo de la Unión Cívica Radical con Hipólito
Yrigoyen en 1916 (partido que fue el nuevo oficialismo hasta el golpe de estado
de 1930) marcan un hito en la vida política.30 No obstante, si acudimos a los índi­
ces de nuestra muestra, vemos que en los años anteriores a este punto, el peso
relativo de los directivos de clubes sociales y de corporaciones económicas en la
política se reduce de manera apreciable. Entre 1885 y 1905, los índices pasan de
un 48 a un 30 por ciento, y de un 33 a un 20 por ciento, respectivamente. Con­
viene reiterar que esto es especialmente sugestivo teniendo en cuenta que nues­
tra muestra incluye casos con una importante figuración o gravitación pública,
al ser personas que conducían los clubes distinguidos de la ciudad o importantes
corporaciones o empresas. De esta manera, podría pensarse que estos indicado­
res reflejan lo propuesto por Botana o Halperín: cómo una elite política en cierta
medida específica, profesional o dotada de una importante autonomía sectorial
se delinea tempranamente, de forma paralela a la organización institucional del
estado (proceso que se consolida, según se dijo, en 1880), pero aún dentro de un
universo relativamente homogéneo en su composición social que coincide con

30. Sobre estas discusiones, cfr. Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible
a la República verdadera (Buenos Aires: Ariel, 1997); Paula Alonso, Entre la revolución y las
urnas: Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años noventa (Buenos
Aires: Sudamericana / Universidad de San Andrés, 2000); Ana Virginia Persello, El partido
radical: Gobierno y oposición, 1916 – 1943 (Buenos Aires: Siglo XXI, 2004).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 59

las altas esferas de la sociedad (esto es, entre individuos que conjugan en propor­
ciones significativas poder, prestigio y riqueza).
Algunos puntos adicionales pueden marcarse al respecto. Por un lado, en
los políticos de la muestra se trasluce el recambio en los elencos políticos que
también supuso 1880, al aparejar un desplazamiento de las elites políticas porte­
ñas a favor de las del interior, nucleadas en el oficialismo establecido por enton­
ces, el Roquismo (en alusión a Julio A. Roca, nativo de Tucumán y presidente de
1880 a 1886 y de 1898 a 1904, figura señera del “orden conservador”). Sólo tres
políticos de 1885 podrían vincularse con el Mitrismo (la tendencia identificada
con Bartolomé Mitre, presidente entre 1862 y 1868 y la más emblemáticamente
“porteña” en el contexto del ochenta).31 En segundo lugar, como ha planteado
González Bernaldo (que ha demostrado desde la prosopografía la paulatina
especificidad de lo político desde mediados del siglo XIX), la gravitación de la
formación universitaria se puede considerar un satisfactorio indicador de la pro­
fesionalización de la política, en tanto supone la necesidad de ciertos saberes
especializados para desempeñarse en funciones de Estado.32 Teniendo esto en
cuenta, quizá sea revelador apuntar que los políticos de la muestra manifiestan
una actuación académica más alta que los DCS o los DCE (30, 17 y 10 por
ciento, respectivamente) y que, recíprocamente, la actuación política de los pro­
fesores universitarios alcanza un nivel próximo a la de los DCS y mayor a la de
los DCE (31, 32 y 23 por ciento respectivamente). Esto último posiblemente
traduzca la gravitación de la formación universitaria en el acceso a cargos públi­
cos en un momento en que se diversifica y amplía el entramado institucional del
Estado.33
Hay que anotar, a su vez, que el cambio entre la alta sociedad y la política
vislumbrado en comparación con los momentos anteriores del siglo XIX pudo
estar influido por la relación indirecta que los espacios de la sociabilidad distin­
guida buscaron establecer con el campo político a causa de que las rivalidades
políticas habían ocasionado conflictos y fracturas en los clubes sociales durante
la segunda mitad del siglo XIX.34 Por ejemplo, aunque los políticos habían sido

31. Sobre estos desplazamientos, ver Ezequiel Gallo, “La consolidación del estado y
la reforma política”, en Academia Nacional de la Historia, Nueva Historia de la Argentina,
4:511 – 41.
32. González Bernaldo, Civilidad y política, 124 – 31, 266 – 78.
33. Eduardo Zimmermann, Los liberales reformistas: La cuestión social en la Argentina,
1890 – 1916 (Buenos Aires: Sudamericana / Universidad de San Andrés, 1995).
34. Lucía Gálvez, Club del Progreso: La sociedad, los hombres, las ideas. 1852 – 2000
(Buenos Aires, 1999); Jorge Myers, “Una revolución en las costumbres: Las nuevas formas
de sociabilidad de la elite porteña, 1800-1860”, Fernando Devoto y Marta Madero, comps.,
60 HAHR / February / Losada

socios plenos del Jockey Club desde su creación, a comienzos del siglo XX el club
modificó la condición de este tipo de socios, luego de que las disputas políticas
incidieran en la elección de comisión directiva de 1902.35 Si bien los integrantes
del poder ejecutivo nacional, los gobernadores provinciales, el intendente de
Buenos Aires y los representantes y funcionarios diplomáticos eran reconocidos
como miembros; y se otorgó la figura de socios transeúntes a diputados y sena­
dores nacionales (quizás esto subyazca a que para 1905 aumente el porcentaje de
políticos que pertenecen a clubes sociales con relación a 1885 de un 68 a un 77
por ciento), el club precisó que todos ellos no tenían “la facultad de deliberar en
las asambleas de socios efectivos”.36
Lo cierto es que el alejamiento de la política de individuos con gravitantes
posiciones en la sociedad o la economía cobra la forma de una evolución paula­
tina en nuestra muestra. No es una tendencia que necesariamente inaugure el
punto de inflexión que suponen los años 1912 – 16, que corresponden a la reforma
electoral y el triunfo radical. Aunque la participación política disminuye entre
1905 y 1925 de 31 a 24 por ciento entre los DSC y de 20 a 17 por ciento entre los
DCE, este descenso se suma a la reducción visible entre 1885 y 1905, lapso en
el que la participación política de los DCS baja de un 49 por ciento a un 31 por
ciento y en los DCE de un 33 por ciento a un 20 por ciento.37 Es muy posible,
entonces, que esta tendencia se deba a la conjugación de los aspectos comenta­
dos: la profesionalización de los políticos y  — en menor medida —  los esfuerzos
para atenuar el impacto de la política en la alta sociabilidad.
Con todo, vale igualmente subrayar que los cambios ocurridos a mediados
de los años 1910 también jugaron un papel crucial en este distanciamiento. Si
nos concentramos en los dirigentes del Jockey Club del año 1925, sus efectos se

Historia de la vida privada en la Argentina, tomo 1, País antiguo: De la colonia a 1870


(Buenos Aires: Taurus, 1999), 111 – 45.
35. Leandro Losada, “La elite porteña y la política durante el ‘orden conservador’: Una
mirada desde sus ámbitos de sociabilidad. El Jockey Club en el cambio de siglo del XIX al
XX” (ponencia presentado en las III Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e Identidad,
Univ. Nacional de Rosario, 2004).
36. La Nación, “Notas sociales. Jockey Club”, 9 de sep. 1902.
37. De manera significativa, en distintos observadores contemporáneos puede
encontrarse la identificación de una línea de continuidad entre 1880 y 1916 para dar cuenta
de un divorcio entre “gente distinguida” y política. Ver Osvaldo Saavedra, “Nuestros
políticos”, en Revista Argentina de Ciencias Políticas, tomo 10 (1915); José Nicolás Matienzo,
El gobierno representativo federal en la República Argentina (Madrid: América, 1917), 176 – 77,
320; Lucas Ayarragaray, “La actualidad política y sus perspectivas”, en Cuestiones y problemas
argentinos contemporáneos (Buenos Aires: J. Lajouane & Cía, 1930).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 61

observan patentemente, desde dos ángulos. En este grupo, quienes ocu­paron


cargos políticos los ejercen antes de 1916 (y algunos lo volverían a hacer después
del golpe de 1930). La única excepción fue el caso de Benito Villanueva, que
concluye su segundo mandato como senador en 1922. Por lo tanto, aún cuando
se ha matizado la renovación social que supone el cambio de régimen aparejado
por el ciclo de las presidencias radicales de 1916 – 30, y, aún más, se ha sub­
rayado una importante pertenencia al Jockey Club de sus elencos ministeriales
(al menos hasta la segunda presidencia de Yrigoyen de 1928 – 30), la ausencia de
Radicales entre sus círculos directivos señala los desplazamientos que implicó
este recambio político, o al menos que la identificación radical no fue un rasgo
especialmente resaltado en la alta sociabilidad al momento de elegir a sus núcleos
más representativos o gravitantes.38 También sugiere lo mismo el hecho de que
nuestros directivos volvieran a tener gravitación política después de la caída de
los Radicales en 1930.
Por otro lado, la importante actuación económica que tenían nuestros
directivos del Jockey Club los convertirían en hombres influyentes, con herra­
mientas para ejercer poder en el sentido weberiano (esto es, capacidad de influen­
cia para imponer la propia voluntad), aun si no ocupaban cargos políticos.39 La
misma conducción de un centro social como el Jockey  — que a diferencia del
Club del Progreso tuvo una activa intervención en la esfera pública, fundamen­
talmente a través de una extendida acción filantrópica y de asistencia financiera
a la política social del Estado — , ofrecía un lugar institucional también gravi­
tante para otorgarles un “poder social con fuerza política” y quizá volver inne­
cesaria una actuación personal en esa esfera.40 No obstante, todo esto no oculta
la discontinuidad que en sí misma supone la ausencia de ocupación de cargos
políticos, y desde allí, el contacto más indirecto con el poder político y con el

38. Ezequiel Gallo y Silvia Sigal, “La formación de los partidos políticos
contemporáneos: La Unión Cívica Radical (1880 – 1916)”, Desarrollo Económico 3, no 1 – 2
(abr. – sep. 1963); Peter Smith, “Los radicales y la defensa de los intereses ganaderos,
1916 – 1930”, en El régimen oligárquico, comp. Marcos Giménez Zapiola (Buenos Aires:
Amorrortu, 1976); Edsall, “Elites”, cap. 5.
39. Weber, Economía y sociedad, 43.
40. Tomo este concepto de Germán José Bidart Campos, Las elites políticas (Buenos
Aires: Ediar, 1977), 34. M. Valencia ha planteado algo similar para el siglo XIX con
referencia a la Sociedad Rural; ver Valencia, “La vanguardia de la SR y su actuación
parlamentaria”, en Bonaudo y Pucciarelli, La problemática agraria, 1:121 – 39. La acción
filantrópica del Jockey se sostuvo en la sólida situación patrimonial favorecida por la
administración de las carreras hípicas. No hubo emprendimientos semejantes en el Club del
Progreso; ver Gálvez, Club del Progreso; Edsall, “Elites”.
62 HAHR / February / Losada

control del Estado (acudiendo una vez más a Weber, el fundamento último del
poder en sociedades modernas). Esto, en consecuencia, devela los cambios que
en la escena política provocó el contexto de mediados de los años 1910, que a su
vez aparecen como la manifestación en ese campo de las transformaciones más
amplias que recorrían por entonces a la sociedad.
Esto último se aprecia volviendo la mirada hacia los políticos de la muestra.
La proximidad social que podía plantearse entre los políticos de 1885 y los indi­
viduos en posiciones gravitantes de la alta sociedad o de la economía, se atenúa
de manera apreciable en el transcurro del tiempo, y paralelamente su carácter
profesional o especializado se percibe más nítidamente. En 1925, sólo la mitad
de los políticos de la muestra pertenecen a clubes sociales prestigiosos o tienen
una gravitante posición socioeconómica. En cambio, en 1905 las tres cuartas
partes de los políticos muestan ambos índices, y en 1885 casi el 70 por ciento de
los políticos son a la vez miembros de clubes sociales y todos menos uno tienen
una destacada posición económica. Otro indicador de la misma tendencia es el
hecho de que una tercera parte de los políticos en 1925 no ejercen otra profesión
que la carrera política, y casi todos comienzan su actuación a partir de la sanción
de la reforma electoral (sólo 2 de los 25 políticos de este último año ocuparon
cargos antes de 1912). Valga precisar que sus edades no habrían sido obstáculo
para ello: el promedio de edad de los políticos de 1925 es de 47,7 años, lo cual
indica que ya hacia mediados de la primera década del siglo XX habrían estado
en condiciones formales de ocupar cargos legislativos.41
Algo similar ocurre con los profesores universitarios: entre los casos de
1925 también se observa que poco más de la mitad (8 sobre 15) no tienen ocu­
paciones alternativas a las estrictamente académicas. En relación con 1905, se
ve una disminución de la proporción que tiene participación destacada en la
economía y en los clubes sociales (de 52 a 13 por ciento, y de 63 a 46 por ciento
respectivamente).
Por lo tanto, se intuye detrás de este conjunto de indicadores una apre­
ciable recomposición social: una disminución con el transcurso del tiempo de
la gravitación de individuos asociables a la alta sociedad o con destacada situ­
ación económica tanto en el mundo político como en el mundo académico. Esto,
como se verá en el siguiente apartado, se ratifica al detenerse en los orígenes
familiares.

41. Vale apuntar que nuestras ponderaciones encuentran importantes paralelismos con
las trazadas por Peter Smith en su estudio sobre la cámara nacional de diputados. Como
aquí se propone, plantea una significativa incidencia de la profesionalización de la política
con anterioridad a 1916 (de acuerdo a las periodizaciones de Smith, los políticos
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 63

Orígenes familiares

La consideración de los orígenes familiares permite avanzar sobre lo tratado en


el apartado anterior, el grado de proximidad social entre los casos de la muestra.
También es útil para analizar la recomposición que habría provocado la inmi­
gración masiva y la movilidad social que experimentó la ciudad de Buenos Aires
en este período. A tal efecto, en el cuadro 2 se presentan los índices relativos a
los orígenes temporales y espaciales patrilineales de las familias de los miembros
de cada categoría en los tres cortes de la muestra.
En 1885, esta variable confirmaría lo que señalamos arriba: una apreciable
cercanía o proximidad social entre la gran mayoría de los casos, no sólo ya por
sus trayectorias personales, sino también entonces por sus procedencias famili­
ares. Así lo prueba la preponderancia (66 por ciento) de los casos que provienen
de un universo social que, por antigüedad de orígenes patrilineales, podemos
llamar “las familias tradicionales”. Se puede argumentar que el declive en la
proporción de casos con orígenes de temprana raigambre en la ciudad de Bue­
nos Aires o en el territorio argentino en los años siguientes de la muestra (1905
y 1925) se debe al simple avance del tiempo. Aún así, resulta significativo que
ese tipo de orígenes familiares tempranos mantenga su preeminencia entre los
directivos de clubes sociales durante todo el período considerado, a pesar del
cambio estructural en la sociedad provocado por la inmigración masiva. En
cambio, su importancia disminuye progresivamente entre los políticos, los DCE
y los profesores universitarios. De esta manera, si se suman los índices para la

“profesionales” habrían sido un 22,8 por ciento en 1904 – 15, y un 21,9 por ciento en
1916 – 30) y un sensible alejamiento entre políticos y alta sociabilidad (si a ella pertenecen
más del 60 por ciento en 1904 – 15, lo hace sólo un 30 – 35 por ciento en 1916 – 30). Edsall,
por su parte, calcula que sólo un 14,3 por ciento de los diputados nacionales fueron
miembros del Jockey entre 1916 – 30. Agreguemos finalmente que Darío Cantón puntualizó
que ya en 1916 predomina como ocupación entre los legisladores nacionales la categoría de
“solamente profesional”, en el sentido, claro está, de un título universitario o profesional,
no de las características de su desenvolvimiento en la política, aunque aún así implica
que no reconocen vínculos significativos con otros sectores o posiciones económicas.
Smith, Argentina and the Failure, 25 – 26; Edsall, “Elites”, 135; Cantón, “Parlamento
argentino”, 26. Vale precisar que las diferencias de nuestros índices respecto de los de
Edsall y Smith, se desprenden de las muestras y los indicadores considerados. Estos autores
toman esencialmente a los diputados y/o senadores nacionales (en nuestra muestra de
políticos, en cambio, se incluyen miembros del gabinete nacional, y legisladores nacionales
exclusivamente por la ciudad y la provincia de Buenos Aires), y evalúan la pertenencia a la
alta sociedad con diferentes ámbitos: Smith con el Jockey Club y la Sociedad Rural; Edsall
con el Jockey (si bien traza ponderaciones también sobre el Círculo de Armas y la Sociedad
Rural). Aquí se evalúa con Jockey Club, Club del Progreso y Círculo de Armas.
64 HAHR / February / Losada

Cuadro 2. Orígenes familiares de directivos de clubes sociales, directivos de


corporaciones económicas, políticos y profesores universitarios, 1885,
1905 y 1925.
Origen temporal Origen espacial

No
Colonial colonial Porteñoa Provincialb Inmigr.c

Tot. No % No % Tot. No % No % No %

1885
DCS 26 20 77,0   6 23,0 26 10 38,4   7 27,0   9 34,6
DCE 20   9 45,0 11 55,0 20   4 20,0   5 25,0 11 55,0
Políticos 16 12 75,0   4 25,0 15   7 46,7   2 13,3   6 40,0
Prof. univ. 12   8 66,7   4 33,3 12   4 33,3   4 33,3   4 33,3
1905
DCS 38 26 68,4 12 31,6 35 16 45,7   6 17,1 13 37,2
DCE 24   8 33,3 16 66,7 21   6 28,5   1 4,8 14 66,7
Políticos 11   7 63,6   4 36,4 14   4 28,5   6 43,0   4 28,5
Prof. univ. 15   8 53,4   7 46,6 16 3 18,8   7 43,8 6 37,5
1925
DCS 34 22 64,7 12 25,3 37 14 37,9 11 29,7 12 32,4
DCE 27 11 40,7 16 59,3 26 10 38,5   1 3,8 15 57,7
Políticos 17   3 17,7 14 82,3 14   1 7,0   6 43,0   7 50,0
Prof. univ. 12   5 41,6   7 58,4 11 3 27,3 3 27,3   5 45,4
Total del período
DCS 98 68 69,4 30 30,6 98 40 40,8 24 24,5 34 34,7
DCE 71 28 39,4 43 60,6 67 20 29,8   7 10,5 40 59,7
Políticos 44 22 50,0 22 50,0 43 12 28,0 14 32,5 17 39,5
Prof. univ. 39 21 53,8 18 46,2 39 10 25,6 14 35,9 15 38,5

Notas: La disparidad en el total de casos para estas variables respecto del presentado en
el cuadro 1 surge del distinto grado de éxito en la recolección de información. De los
347 casos, se obtuvo información sobre “orígenes temporales” de un 72% (252 casos),
y sobre “origen espacial”, de un 71% (247 casos). La ponderación se basa en las ramas
patrilineales. Existen unos pocos casos para quienes se pudieron determinar el origen
temporal pero no el origen espacial, así como casos con origen espacial determinable
pero sin datos firmas sobre origen temporal, lo cual dificulta filiar la antigüedad de
residencia de la familia.
a “Porteño” agrupa casos con ascendientes familiares españoles cuya residencia, desde un

primer momento, fue la ciudad de Buenos Aires, y cuya antigüedad se remonta al período
colonial.
b “Provincial” indica casos con orígenes patrilineales en las provincias del interior del

país, cualquiera sea la antigüedad de su ascendiente (si bien sería español de procedencia).
c “Inmigrantes” incluye los casos con ascendientes no españoles pero residentes desde el

período colonial (tienen una incidencia ínfima de 7 casos), más los casos con ascendientes
españoles o no españoles arribados con posterioridad a 1810 (como se precisa en el texto,
se subdividieron entre antes y después de 1860).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 65

totalidad del período, casi el 70 por ciento de los DCS tienen orígenes familiares
patrilineales en el período colonial, y cerca del 41 por ciento tienen orígenes
porteños. En cambio, de los políticos, DCE y profesores universitarios (consi­
derados conjuntamente, y para la totalidad del período) sólo un 46,1 por ciento
son de ascendencia colonial y 28,2 por ciento de ascendencia porteña.
Se advierte, por lo tanto, un proceso de recomposición social que atenúa
la proximidad entre nuestros casos avanzando el período. Se desprenden, a su
vez, otros puntos de interés. En primer lugar, aparece un panorama de relativa
porosidad en la ciudad de Buenos Aires desde los momentos iniciales de nuestro
período, en distintas esferas sociales, aunque ésta no se revirtiera necesariamente
en una pertenencia más definida al mundo de la alta sociedad.
El ejemplo de Jorge Duclout, profesor universitario de nuestra muestra de
1885, puede ser ilustrativo al respecto. El ingeniero Duclout nació en Alsacia
en 1854 y llegó a la Argentina en 1884, ya graduado. Disfrutó de una exitosa y
prestigiosa carrera profesional, con una rápida inserción académica (al punto de
que ya era profesor de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Bue­
nos Aires un año después de su llegada), cuyo corolario probablemente sea haber
alcanzado la presidencia de la Sociedad Científica Argentina. A su vez, su bio­
grafía registra un punto ya comentado: la promoción hacia cargos públicos que
un saber especializado podía brindar en la Argentina de fin de siglo. Duclout
fue integrante del Departamento de Ingenieros del Ministerio de Obras Públi­
cas, siendo así activo protagonista de la modernización de la infraestructura
del transporte en el país. Sin embargo, no fue socio del Club del Progreso, del
Jockey Club ni del Círculo de Armas.
Este caso sugiere puntualmente cómo la Universidad de Buenos Aires
(desde la sanción de la ley Avellaneda en 1885 que normalizó su funcionamiento
institucional respecto de décadas anteriores, pasando por la reforma estatutaria
de 1906, y a medida que agregó unidades académicas al compás de la mayor
demanda de especialistas generada por la complejización de la sociedad y las
funciones del Estado) se constituyó en un escenario relativamente abierto. Es un
panorama bien diferente, por ejemplo, al de la provincia de Córdoba, que man­
tuvo una más nítida asociación entre sectores tradicionales y la universidad. Por
estos motivos, la Reforma Universitaria de 1918 (tradicionalmente entendida
como el momento culminante en la transición de una Universidad tradicional,
delimitada a las elites, a una institución democratizada en su gobierno y social­
mente ampliada en su composición) tuvo un impacto relativamente más atenu­
ado en Buenos Aires que en el caso cordobés.42

42. Tulio Halperin, Historia de la Universidad de Buenos Aires (Buenos Aires: Eudeba,
1962); Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti, La reforma universitaria (Buenos Aires: CEAL,
66 HAHR / February / Losada

Esta porosidad social, con todo, también debe matizarse en sus alcances, y
el caso de Duclout lo refleja: no sólo porque su llegada relativamente tardía (ya
en los años 1880) quizá incidiera en su ausencia en el mundo de la alta sociedad
porteña, o en el reverso de la moneda, porque su exitosa trayectoria haya tenido
como soporte una facultad menos tradicional que Derecho o Medicina. Los
matices a su exitosa inserción en Buenos Aires se derivan sobre todo del hecho
de que su caso es compatible con los de otros tantos hombres nuevos en articula­
ciones sociales aún tradicionales: es decir, una positiva integración a la sociedad
local que no emana necesaria o estrictamente de un proceso de movilidad social
ascendente desenvuelto en esa misma sociedad.
En un plano más general, nuestra muestra sugiere cómo la porosidad se
atenúa o al menos se difiere en un plano generacional. Así, de los 106 casos de
origen inmigrante, 71 nacen en la Argentina. En otras palabras, éstos son argen­
tinos de primera o segunda generación, pero ya no, ellos mismos, extranjeros.
Esta es una tendencia que efectivamente se acentúa avanzando el tiempo: los
extranjeros pasan del 50 por ciento de la totalidad de los casos de origen inmi­
grante en 1885 al 35 por ciento en 1905 y apenas el 18 por ciento en 1925.
De la apreciación de los orígenes de la muestra, por otra parte, se desprende
un segundo eje relevante, contenido en lo recién dicho. Si se considera que los
orígenes familiares antiguos y capitalinos podían ser a causa de su escasez rela­
tiva en una sociedad aluvional, un valioso capital simbólico para la construcción
de prestigio  — frente a la sociedad en su conjunto pero quizá más aún frente a
las altas esferas de la ciudad de Buenos Aires — , es interesante que el mismo no
haya recubierto por igual a todos los casos aquí estudiados. Como ya señalamos,
es un atributo más bien específico de los directivos de los clubes sociales que de
los políticos, DCE y profesores universitarios (recordemos: 70 y 41 por ciento
contra 46,1 y 28,2 respectivamente).43 Significativamente, de los políticos, DCE
y profesores universitarios de orígenes coloniales de todo el período (71 casos),

1983); Pablo Buchbinder Historia de la Facultad de Filosofía y Letras (Buenos Aires: Eudeba,
1997); Juan Carlos Agulla, Eclipse de una aristocracia: Una investigación sobre las elites
dirigentes de la ciudad de Córdoba (Buenos Aires: Líbera, 1968). En cuanto a las unidades
académicas de la Universidad de Buenos Aires, a Filosofía y Letras, creada en 1896, se le
agregarán en 1909 la Facultad de Agronomía y Veterinaria y la de Ciencias Económicas
en 1913.
43. Para idea del tiempo y el origen familiar como capital simbólico, ver Pierre Bourdieu
La distinción: Criterio y bases sociales del gusto (Madrid: Taurus, 1988), 61 – 73; Juan Hernández
Franco, “Consideraciones y propuestas sobre linaje y parentesco”, en Familia, parentesco y
linaje, ed. James Casey y Juan Hernández Franco (Murcia: Univ. de Murcia, 1997).
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 67

casi tres cuartos (73 por ciento) pertenecen a la alta sociabilidad. De los 83 casos
de políticos, DCE y profesores universitarios de orígenes no-coloniales, en
cambio, sólo un 42 por ciento integró los clubes sociales distinguidos.
Estos índices, entonces, indican a su vez dos últimos elementos interesantes.
Por un lado, si cambiamos el ángulo de lectura de los presentados en el párrafo
anterior, considerándolos indicativos del reclutamiento de socios de los clubes de
alta sociedad, surge que si la antigüedad familiar era posiblemente importante
para acceder a estas entidades, tampoco era necesariamente excluyente.44 Este
punto ha sido subrayado por ponderaciones puntualmente volcadas al análisis de
la composición social de la masa societaria de dichos centros sociales.45 Por otro
lado, no obstante, también emerge que la antigüedad familiar era un relevante
capital simbólico de distinción en el alto mundo porteño, y un eje gravitante en
la construcción identitaria de la alta sociedad en este período. Así lo insinúa que
ese capital predomine precisamente en quienes representaban y conducían los
clubes de high life.
En este sentido, aquí se visualiza nuevamente el reemplazo del Club del
Progreso por el Jockey Club. Si los orígenes tempranos predominan entre los
directivos del Club del Progreso a comienzos del período (todos ellos tienen
orígenes patrilineales coloniales en 1885), lo hacen entre los del Jockey a fines
del mismo (cosa aún más significativa, teniendo en cuenta el cambio estructural
de la sociedad). En 1925 las tres cuartas partes de éstos poseen ascendientes
familiares patrilineales coloniales, contra un 60 por ciento de sus pares de 1885.
En cambio, sólo un 16,6 por ciento de los del Progreso poseen esa caracter­
ística por entonces. Lo mismo sucede entre los casos de la muestra que fueron
socios de ambas entidades. Para los políticos, DCE y profesores universitarios,
la antigüedad de ascendencia es un rasgo más destacado entre los que son miem­
bros del Progreso o del Jockey que entre los que no son socios. Más aun, esa
preeminencia se plasma a comienzos del período entre los socios del Progreso,
y al final, entre los del Jockey. Así, si se computan conjuntamente los índices
para políticos, DCE y profesores universitarios de 1885, los orígenes coloniales
y porteños arrojan un 60,4 y un 32 por ciento respectivamente (ver cuadro 2).
Los políticos, DCE y universitarios socios del Progreso de ese año muestran
índices de arraigo más altos (de 82,6 y 41,6 por ciento). Los mismos también son

44. Nuestros indicadores sobre el reclutamiento de estas instituciones sólo pueden


considerarse indicativos, y no representativos en un sentido estricto, en tanto nuestra vía de
entrada no es su masa societaria, sino individuos seleccionados por otras dimensiones que
fueron socios de estas entidades.
45. Edsall, “Elites”, cap. 3.
68 HAHR / February / Losada

superiores a los correspondientes a los socios del Jockey (58,8 y 23,6 por ciento).
En 1925, en cambio, entre los políticos, DCE y profesores universitarios en su
conjunto, sólo 34 por ciento tienen raíces familiares coloniales y 27,4 por ciento
raíces porteñas. Para entonces, ambos rasgos están más marcados entre quienes
son socios del Jockey (58,4 y 42,4 por ciento, respectivamente), cuyos índices
son también superiores a los de aquellos que son socios del Progreso, (37,5 y
14,4 por ciento).
En relación con esto, entonces, la variable de sociabilidad (y más específica­
mente la membresía en el Jockey Club) sería el más pertinente para identificar,
para el período en su conjunto, ese círculo que concentra capitales de posición
más específicamente sociales, frecuentemente denominado como familias tradi­
cionales o clase alta porteña.46 Llegados aquí, resulta entonces conveniente tra­
zar un balance de lo tratado en estas páginas.

Las altas esferas de la sociedad porteña ante la modernización

La estructura y composición de las altas capas sociales porteñas que revela


nuestro trabajo prosopográfico permite entrever interesantes aspectos. Al
comienzo del período es posible señalar que quienes ocupan posiciones destaca­
das en diferentes esferas de la sociedad provienen de un universo social relativa­
mente próximo: sus perfiles tienen fuertes puntos de contacto. La prosopografía,
con todo, no permite elucidar si esta relativa homogeneidad social implica una
indivisa “clase dominante”. Semejante conclusión exigiría conocer la naturaleza
y las características de la relación recíproca entre estos individuos socialmente
similares inscriptos en distintas esferas sociales. También es arriesgado proponer
específicos perfiles socio-ocupacionales para personas que actuaban en varios
escenarios. En todo caso, lo que sí se aprecia a partir de la prosopografía, es la
creciente relevancia de la riqueza o del poder económico en la construcción de
gravitación social, signo de la consolidación de una economía capitalista. Den­
tro de esto se destaca la gran propiedad terrateniente, aún cuando la inscripción
en campos novedosos o adyacentes al sector primario aumenta su significación
avanzando el período. Por otra parte, detrás de la inicial proximidad social y de
actuaciones múltiples, se percibe que ciertas esferas de la sociedad  — la política
y el profesorado universitario —  ya en el fin de siglo van cobrando mayor espe­
cificidad.

46. Imaz, La clase alta. Recordemos, como se vio en el apartado anterior, que entre los
socios y directivos del Jockey predominaba la pertenencia a la entidad social más exclusiva:
el Círculo de Armas.
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 69

La participación en política no fue mayoritaria entre nuestros directivos


de clubes sociales y de corporaciones económicas aun en el primer corte del
estudio (poco menos que la mitad de los primeros y un tercio de los segun­
dos). Sin olvidar un complejo haz de factores adicionales (formas alternativas a
la política para ejercer cierta capacidad de influencia, acceso al poder a través de
vínculos familiares en vez de ocupación de cargos políticos y la recomposición
social de la clase política), esta participación no universal posiblemente ilustre
la profesionalización por la negativa: esto es, que las exigencias y reglas especí­
ficas que conlleva per se la definición de campos autónomos y profesionales (acu­
diendo al concepto bourdiano), intrínseca manifestación de la complejización de
la sociedad que acarrea la modernización, volviera indeseable o crecientemente
imposible abocarse a una actuación intensa en la política, al menos a través de
la ocupación de cargos.47 En un sentido positivo, es sugestivo ver la afirmación
de esa tendencia a través de trayectorias sociales que, avanzando el período, no
reconocen otras inserciones que aquellas correspondientes a su vía de entrada en
la muestra. Nuevamente, por la mayor formalidad institucional de estas esferas,
esto puede observarse sobre todo entre políticos y profesores universitarios: un
tercio de los políticos y algo más de la mitad de los profesores universitarios en
1925 no constatan ocupaciones adicionales. A su vez, esta tendencia se ve para­
lelamente a una recomposición social de los casos: en este mismo año, alrededor
del 80 por ciento de los políticos y el 60 por ciento de los profesores universita­
rios no reconocen orígenes familiares tempranos.
Es relevante, sin embargo, no olvidar ciertos matices que la prosopografía
permite vislumbrar sobre los distintos procesos señalados como característicos
de la modernización  — la diversificación y autonomización de dimensiones soci­
ales, la transformación social generada por la inmigración y la movilidad social,
y su relación recíproca — . Ante todo, la porosidad es relativamente significativa
en la Universidad, la política e incluso la economía, a lo largo de todo el período,
si nos atenemos a los indicadores sobre los orígenes familiares. De acuerdo a
nuestros datos, esa porosidad tuvo como beneficiarios mayoritarios a extranje­
ros llegados antes de 1860 – 70 y (a medida que se avanza en el período) a hijos y
nietos de inmigrantes llegados también probablemente alrededor de ese umbral
temporal. Con todo, la certificación del momento de llegada se dificulta para los
casos del último año (1925), lo cual posiblemente sugeriría que sus ascendientes
son más tardíos. En todo caso, vale subrayar que sí se puede constatar que los
directivos del Jockey Club provienen de familias que habían arribado al país

47. Pierre Bourdieu, “Campo intelectual y proyecto creador”, en Problemas del


estructuralismo, ed. Jean Pouillon y otros (México: Siglo XXI, 1967).
70 HAHR / February / Losada

antes de 1860 (pero no todos los del Progreso, aunque también predomina ese
umbral de llegada), lo cual indicaría el cierre paulatino del alto mundo social a
medida que se avanza en el período. De esta manera, si la porosidad refleja al
mismo tiempo un cierre progresivo en las cúspides de la sociedad, esperable
a medida que ésta se complejiza, también muestra cómo la sociedad porteña
no fue estrictamente cerrada ni siquiera en su estadio “tradicional” en ciertos
sectores. Recordemos que en 1885, momento en el cual los procesos de cambio
estructural recién comenzaban a delinearse, un tercio de nuestros casos ya no
tienen orígenes familiares tempranos.
Por otro lado, conviene asimismo precisar que la profesionalización no sólo
corre paralela con la renovación social de los casos. También se superpone con
un cambio en las trayectorias socio-ocupacionales de aquellos que poseen ante­
cedentes familiares en las polifuncionales elites criollas del siglo XIX, como
algunos de nuestros casos de 1925. Por ejemplo, el abogado Lucio Moreno
Quintana ocupó la cátedra en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y
en distintos colegios nacionales y además accedió a funciones públicas acordes
con su perfil profesional, posiblemente facilitadas por su capital social: fiscal y
Juez en lo civil y comercial en La Plata, abogado de la Procuración del Tesoro y
subsecretario del ministerio de Relaciones Exteriores. Sirve como ejemplo en el
campo político la trayectoria de Rodolfo Moreno (h), un referente del conserva­
durismo bonaerense, quien revela una dedicación exclusiva a esa actividad. Sólo
la alternó con el ejercicio de la docencia universitaria del derecho en La Plata y
en la Universidad de Buenos Aires, previa no obstante a su vuelco a la política.
Esta vinculación académica atestigua, por lo demás, otro punto comentado: la
gravitación de la formación universitaria, y en especial el papel de la Facultad de
Derecho de la UBA, en la formación de la dirigencia política.48
En suma, la prosopografía ilustra cómo las nuevas elites que despuntan en
las primeras décadas del siglo XX no son sólo nuevas por quiénes las conforman,
sino por las novedosas reglas del juego que comienzan a afirmarse ya desde los
cambios institucionales que tienen lugar en el fin de siglo en distintas esferas.
En el campo político, estos cambios corresponden a la consolidación del Estado
nacional, mientras en la Universidad emergen de la normalización institucio­
nal aparejada por la ley Avellaneda de 1885. Ambas reformas contribuyen a su
consolidación como campos profesionales autónomos avanzando el período.
De manera concomitante, entonces, tendencias generales como la inmigración
masiva, los cambios estructurales en la sociedad provocados por la movilidad
social y la prosperidad económica, junto con puntos de inflexión más específi­

48. Sobre este último punto, ver Cantón, “Parlamento Argentino”.


Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 71

cos como la reforma electoral de 1912, el triunfo radical en 1916 o la Reforma


Universitaria de 1918, se sostendrían sobre procesos de cambio ya paulatina­
mente delineados, explicitándolos y resignificando sustancialmente sus sentidos
y alcances, antes que inaugurándolos en sí mismos.49

Los círculos tradicionales: ¿clase alta o clase dominante?

Nuestro trabajo prosopográfico muestra que la proximidad social existente en


un primer momento entre los casos de la muestra se atenúa significativamente
avanzando el tiempo. En este contexto, cabe preguntarse: ¿coincide la “clase alta”
y la “clase dominante”? Recuperando lo señalado líneas arriba, pero sin olvidar
asimismo los límites de la prosopografía en este sentido, en un primer momento
la respuesta podría ser afirmativa. Al comienzo del período es posible señalar
que quienes ocupan posiciones destacadas en diferentes esferas de la sociedad
(la política, la economía y, en menor medida, el mundo académico) provienen de
un mismo universo social. En su gran mayoría pertenecen a la sociabilidad dis­
tinguida, y la procedencia social preeminente son las familias tradicionales, por
antigüedad familiar o arraigo en la ciudad. Avanzando en el tiempo, en cambio,
esa relación se matiza: entre los que ocupan lugares de relevancia en esas dis­
tintas dimensiones sociales, el porcentaje que podría definirse como integrantes
de la clase alta (por sus orígenes familiares o por su pertenencia a la alta sociabil­
idad porteña) tiende a atenuarse. Por lo tanto, de una superposición pronunciada
en un comienzo, se gira, a lo largo del período, a un desdibujamiento creciente
de la misma; se difumina entonces la centralidad de la upper-class del cambio de
siglo, o su exclusividad en la conducción de la sociedad.
De esta manera, y recuperando las distintas acepciones posibles del con­
cepto de elite desarrolladas por Pareto y apuntadas al comienzo de este trabajo,
se desprende que la “aristocracia” o la clase alta porteña pasaría de ser una elite
en un sentido amplio (una minoría conductora de la sociedad) a una elite social
en un sentido específico o restringido, en tanto la esfera en la que mantiene
una vigencia y una gravitación significativa a lo largo de todo el período es la
más específicamente social (la alta sociabilidad, en la cual a su vez se visualiza
una progresiva preeminencia del Jockey Club sobre el Club del Progreso). El

49. La discusión entre renovación social y autonomización profesional en el marco de


los procesos de modernización social en América Latina ha sido desarrollada por una amplia
bibliografía de inspiración sociológica inscripta en el estructural funcionalismo, sobre todo
de los años sesenta. Cfr., al respecto, Seymour Martin Lipset y Aldo Solari, comps., Elites in
Latin America (New York: Oxford Univ. Press, 1967), esp. Robert E. Scott, “Political Elites
and Political Modernization: The Crisis of Transition”, 117 – 45.
72 HAHR / February / Losada

limitado grado de coincidencia entre clase alta y clase dominante hacia el final
de nuestro período encuentra un sugerente testimonio en las últimas y desen­
cantadas páginas del citado libro de Imaz. El autor atribuye allí esa circunstancia
a la modernización, con su huella de diversificación y complejización de esferas
sociales, y la pérdida de una única elite dirigente hacia los años 1920 (precisa­
mente, la elite criolla de fines del XIX). En esta pérdida filiaba Imaz el inicio de
una crisis de conducción entre una multiplicidad de elites inconexas, que veía
aún manifiesta y como uno de los problemas más acuciantes de su presente.50
En este sentido, es relevante pensar un eje adicional: cómo la moder­
nización social, si atenúa progresivamente la centralidad de la upper-class del
cambio de siglo en la conducción de la sociedad, pudo a su vez haber erosionado,
sobre ello, su carácter como grupo social de referencia o de arbitraje gravitante
en la construcción y consagración de reputaciones.51 Es ilustrativo al respecto
contrastar las relaciones establecidas por dos figuras gravitantes de la política
con integrantes de una misma familia de la “aristocracia” porteña (la Alvear)
en distintos momentos de este período: Ramón Cárcano en los 1880 y José P.
Tamborini, a mediados de los años 1910 y 1920.52 Estos personajes ejemplifican
algunos puntos ya señalados aquí, como también (podría sostenerse) precisarían
los alcances de algunas de nuestras afirmaciones. Por un lado, Cárcano y Tam­
borini ilustran la renovación de la clase política que supusieron en sus momentos
respectivos 1880 y 1916: Cárcano provenía de la elite política cordobesa, mien­
tras que Tamborini ejemplifica bien la promoción en la política de hombres
nuevos en la sociedad que apareja el radicalismo. Asimismo, el caso de Cárcano
da cuenta de la porosidad de la sociedad anterior a la inmigración masiva, y en
particular del campo político anterior a 1916, sin olvidar por ello las diferencias
cualitativas de la inmigración temprana: su padre era un profesor universita­
rio italiano llegado a la provincia de Córdoba a mediados del siglo XIX. Con
todo, a su vez, la gravitación en la política posterior a 1916 de un individuo pro­
ve­niente de la “aristocracia” porteña (Marcelo T. de Alvear, presidente por la

50. Imaz, Los que mandan, 236 – 50.


51. Ver Robert K. Merton, Teoría y estructura sociales (México: FCE, 1964), 230 – 83.
52. Ramón Cárcano, nacido en Córdoba en 1860, abogado, fue diputado nacional por
esa provincia en varios períodos, ministro de Justicia, y gobernador de la misma en dos
oportunidades; presidente del Consejo Nacional de Educación; embajador en el Brasil, y
organizador de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires,
entre otros cargos. J. P. Tamborini, nacido en 1886 en Buenos Aires, médico, tuvo una
dilatada actuación dentro del radicalismo, llegando a ser cabeza de la fórmula de la Unión
Democrática en las elecciones de 1946 que consagraron presidente a Juan D. Perón. Ver
Quién es quién en la Argentina (Buenos Aires: Kraft, 1939), 91 y 416.
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 73

Unión Cívica Radical entre 1922 y 1928) marca puntualmente los límites de la
renovación social del radicalismo, y en un plano más general, ilustra la ausencia
de uniformidad política que recubrió a la clase alta. En este sentido, la ausen­
cia de políticos entre los directivos del Jockey Club después de 1916 se recorta
como un signo de sus propias orientaciones políticas antes que de las de su cír­
culo social in toto.53 Desde aquí, entonces, podría pensarse como un ejemplo que
matiza el progresivo desplazamiento de la clase alta ante la modernización.
No obstante, vale subrayar aquí un punto adyacente: en sus memorias Cár­
cano recuerda que su incorporación al nuevo oficialismo nacional de los años
1880 lo había llevado a recalar de manera necesaria en las tertulias de don Diego
de Alvear, el anfitrión de las fiestas sociales del Roquismo en esa década, para
desde allí anudar y profundizar contactos políticos. Esto le permitió también
insertarse en el mundo de la sociedad porteña, a pesar de su declarada “suscepti­
bilidad provinciana”.54 Diferentes, en cambio, son el contexto y las modalidades
por las cuales Tamborini, que nació contemporáneamente a la llegada de Cár­
cano a Buenos Aires en 1886, se vinculará con el mencionado Marcelo T. de
Alvear, sobrino de don Diego. La trayectoria de Tamborini se debe a su inser­
ción temprana en el radicalismo; a sus 19 años participa en la última asonada
revolucionaria de la UCR en 1905 y continua como elector presidencial en 1916
y como diputado nacional desde 1918. Esta participación política lo acercará
a Marcelo T. de Alvear, de quien sería ministro del Interior en 1925 – 28 y de
cuyo gabinete fue uno de los pocos miembros que precisamente debía su puesto
a su trayectoria en el partido antes que a una filiación política conjugada con la
pertenencia al círculo social del presidente.55
Los diferentes vínculos que ambos establecen con el mundo social de la
clase alta porteña podrían entonces aparecer a primera vista como signo de una
exclusión a hombres nuevos a medida que se avanza en el período. Sin embargo,
lo que ambos ejemplos muestran es que la autonomización de un campo político
ofrece instancias propias para la construcción de una carrera política exitosa a
través del partido, y ya no del mundo de la tertulia o del club. En otras palabras,
la paulatina delineación de elites autónomas sobre campos crecientemente espe­
cíficos, con sus propios mecanismos de construcción de una trayectoria exitosa,

53. Gallo y Sigal, “La formación de los partidos políticos”; Smith, “Los radicales”.
54. Ramón Cárcano, Mis primeros ochenta años (Buenos Aires: Plus Ultra, 1965), 212;
Pedro Fernández Lalanne, Los Alvear (Buenos Aires: Emecé, 1980), 357.
55. La procedencia mayoritaria del gabinete alvearista del mundo “aristocrático”
porteño llevó a que su gobierno, en contraposición al “plebeyismo yrigoyenista”, fuera
definido como el de los “galeritas” o “radicales azules”. Cfr. Alain Rouquié, Poder militar y
sociedad política en la Argentina, 2 vols. (Buenos Aires: Emecé, 1998), 1:164.
74 HAHR / February / Losada

de legitimación e incluso de consagración de prestigio, pudieron volver también


progresivamente innecesaria la pertenencia a las entidades de la alta sociabilidad
en sus connotaciones funcionales: el capital social desprendido del contacto con
figuras de la clase alta no exigía en todo caso, de manera ineludible, acceder a su
mundo social para obtenerlo. Derivado de esto, la vinculación con personajes de
la clase alta aparece cada vez más, y ante todo, como una relación con personajes
relevantes por su peso específico en una determinada dimensión social, peso
específico en el que si su origen social podía tener importancia, debía también
estar necesariamente reforzado por los capitales específicos que otorgaran un
lugar gravitante en la dimensión social de marras. Esto último lo expresa el
propio Alvear, en tanto fue su capital político (su designación por Yrigoyen)
antes que su procedencia social el eje que favoreció su candidatura presidencial
en 1922 y su éxito electoral.56 Por lo demás, el citado Jorge Duclout podría ser
un ejemplo desde el campo académico: su éxito profesional, que lo llevó incluso
a presidir la Sociedad Científica, posiblemente haya reportado una fuente de
prestigio altamente significativa, que quizá restó interés a buscar un lugar en los
clubes de la clase alta.
Así, si la reducción del índice de la pertenencia a clubes sociales entre
nuestros políticos y académicos puede reflejar restricciones crecientes, también
cabe entenderla como expresión de una ausencia de interés en o relevancia de
la marca de distinción conferida por esos ámbitos para aquellos supuestamente
excluidos. Por lo tanto, tomando estos aspectos en conjunto, y sin olvidar la útil
recomendación de François Xavier Guerra sobre el siempre latente riesgo de
tomar nuestras categorías de análisis como grupos sociales históricamente exis­
tentes, resulta difícil visualizar para este período en su conjunto y sobre nuestra
base empírica, “una elite unificada, coherente y consciente que domine el con­
junto del sistema social”.57
Antes bien, la reconstrucción prosopográfica aquí presentada permite apre­
hender un conjunto de cambios sensibles en la estructura y composición de las
altas esferas de la sociedad porteña a lo largo de estos años: una recomposición
social de sus integrantes, una decreciente superposición entre la clase alta y las
distintas elites que atenúa su protagonismo en la conducción de la sociedad pero
también su carácter como grupo social de referencia, y una compleja relación
entre la recomposición social y la autonomización de campos sociales. En sínte­

56. Cfr. Félix Luna, Alvear (Buenos Aires: Sudamericana, 1999), 54 – 62.
57. François Javier Guerra, “El análisis de los grupos sociales: Balance historiográfico
y debate crítico”, Anuario IEHS (2000): 121; Saint-Martin, “Reproducción o recomposición
de las elites”, 61n5.
Estructura y composición de las clases altas de Buenos Aires 75

sis, se advierte la afirmación de un panorama signado por varias elites distintas,


diferenciadas por quiénes las componen y por la autonomización profesional que
se dibuja detrás de las trayectorias de sus integrantes, antes que por una única
elite multiimplantada e indivisa, conformada a su vez por las familias tradicio­
nales. Estos son elementos sugestivos para avanzar sobre una caracterización
de conjunto que devuelva complejidad a los sectores dominantes de la ciudad de
Buenos Aires, una tarea que, para la primera mitad del siglo XX, aún se recorta
como un significativo punto pendiente en la historiografía argentina.

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