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ENSAYO SOBRE LO QUE SIGNIFICA MI PODER EN LA CONSTITUCIÓN

Mi poder en la Constitución, esta es la frase que tradicionalmente consta en la banda


que en la inauguración de cada periodo presidencial es ceñida sobre el mandatario
elegido. La frase es fácil de entender. Quien asume la presidencia de la república
mediante los cauces constitucionales, debe ejercer el poder dentro de esos cauces. En
una república el poder presidencial no deriva ni de los votos de los simpatizantes ni de
su partido ni de su carisma. El poder del presidente deriva de la Constitución. Y la
Constitución deriva del pueblo, de todo el pueblo, del que votó por el presidente, de los
que no votaron por él, y de los que no fueron a votar. En efecto, para la Constitución no
hay ganadores ni perdedores, hay solo personas sujetas a su jurisdicción.

La mencionada frase, por su obviedad, recuerda a aquellas “verdades evidentes” a las


que Descartes hacía referencia en la construcción de su método filosófico, de ese
método que nos evitaría tomar “lo falso por verdadero”. Y, sin embargo, a pesar que es
tan fácil entender que el poder presidencial nace, se mueve y termina dentro de la
Constitución, y que esta es una de esas verdades evidentes propias de toda democracia,
lo cierto es que el concepto parecería que ha perdido todo significado en el Ecuador.

Y es que el proceso político ocurrido en nuestro país durante los últimos años parecería
ser tal que la citada frase de “Mi poder en la Constitución” habría sido sustituida por
otra que, al contrario, diría “La Constitución en mi Poder”. En eso habría consistido
realmente el cambio de época que con mucho alborozo se anunció en su momento.

Por mucho tiempo la izquierda latinoamericana vio en el sometimiento del poder


político al cauce constitucional una simple expresión ideológica, carente de valor real, y
que enmascaraba simplemente las relaciones de dominación económica. Conceptos
como los de constitucionalismo, independencia judicial, derechos fundamentales,
seguridad jurídica, entre otros, eran ignorados cuando no atacados abiertamente como
obstáculos al cambio social. Mucho dolor tuvo y ha tenido que pasar para que caigan en
cuenta de ese error histórico. Y si no allí está el Chile de Allende.

Con no menos arrogancia y miopía, así como con iguales efectos destructivos para las
sociedades, ha actuado la derecha. En su imaginario el estado de derecho y los cauces
institucionales constituyen simples instrumentos para la realización de sus intereses.
Mientras el estado de sus negocios prospere, poco parece importarles el estado de
derecho. Cuando las reglas del juego dejan de hacerle el juego, la derecha simplemente
abandona el juego de la democracia. Y si no allí está el Perú de Fujimori.

A la izquierda ecuatoriana le ha tomado algunos años despertar de su sueño de perros.


Ahora parece comenzar el turno de la derecha de tener su propio sueño de perros. Y
mientras los unos sueñan y los otros se despiertan, la Constitución seguiría bajo el poder
de una persona, y no al revés.

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