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FILOSOFÍA COMO ANALOGÍA

Según hemos defendido en "Filosofía como dialéctica", todo Pensamiento consta de elementos
contrarios: Unidad y Pluralidad, Identidad y Diferencia, Forma y Materia, Razón y Fenómeno, Ley y
Hecho…

Al hecho de que no podamos pensar sin esas categorías, lo podemos llamar la Finitud del
Pensamiento “Humano”.

Cuando intentamos comprender la realidad de una manera absoluta, sin dar nada por supuesto o
impensado, es decir, cuando hacemos Filosofía, nos vemos llevados a pensar en la “naturaleza” y
la relación de esos elementos últimos (o primeros), lo Uno y lo Otro.

El “juego” de estos dos aspectos, su combinación, es la Dialéctica, que puede adoptar cuatro
formas, divididas de dos en dos, según se fije en un elemento o el otro, y lo haga de forma
absoluta o de forma relativa.

Esto mantiene al Pensamiento en un “círculo” o “laberinto” en el que ninguno de los caminos


parece prevalecer. Todos ellos tienen sus razones y son verdaderos de algún modo, y, a la vez,
todos ellos son aporéticos. La Filosofía se muestra, así, como una lucha eterna sin cuartel, que
nadie puede ganar ni abandonar, porque es al mismo tiempo una misión imposible y necesaria.

Siempre se discutirá sobre la esencia última de las cosas, y siempre el partidario de la Idea, de lo
Uno, de lo Idéntico... dirá que el devenir, el fenómeno, es en sí inconsistente e ingconoscible, y por
tanto, para nosotros, irreal; y siempre el inmanentista dirá que no podemos representarnos nada
trascendente, idéntico, uno...; y siempre algunos intentarán encontrar una solución que salve
ambas cosas. Mientras la Filosofía sigue atrapada en esa dialéctica, otras formas de pensamiento,
más parciales, darán resultados y aparecerán como más útiles, aunque siga siendo un misterio,
visto desde ellas, qué cosas son útiles y por qué: cuál es el sentido de las cosas.
Pero queremos defender que ese círculo o laberinto de la dialéctica no es la última palabra del
Pensamiento. No todo camino dialéctico vale lo mismo, ni todo es igual de verdadero (y falso). La
lucha es, más bien, la de los Titanes contra los Olímpicos.

Para “resolver” la dialéctica hay que comprender la verdadera relación última que guardan entre sí
los dos aspectos o elementos de la realidad pensable, lo Uno y lo Otro. Sostenemos que la relación
entre ellos es la Analogía, en el sentido más hondo de esta palabra.

Hay que deshacerse de la representación de que los elementos de toda realidad son igual de
esenciales, necesarios, y, por tanto, igual de aporéticos. Entre ellos hay una asimetría esencial, hay
Analogía.

La Analogía es la “esencia” del Pensamiento, al menos del Pensamiento que pretende conocer las
cosas de un modo completo y absoluto, es decir, de la Filosofía.

Pero para comprender la Analogía, en su sentido profundo, se requiere un pensamiento


“anormal”, no natural, “ilógico” …, si por lógico, normal y natural entendemos la perspectiva
abstracta, parcial y relativa, del pensamiento cotidiano o incluso del pensamiento sistemático de la
ciencia. Estos modos de pensamiento, rehuyendo la contradicción, asumen inconscientemente la
existencia de los dos aspectos del Pensamiento y la Realidad, y la consideran no problemática, o,
más bien, no se paran a considerar si es o no problemática. En ese sentido la Analogía es no-
natural (sobre-natural, en realidad).

Para estar en condiciones de entender qué es y por qué es necesaria la Analogía, es imprescindible
tener presente el problema filosófico, la dialéctica del Pensamiento. Repitámoslo:

-que lo Uno en sí mismo, lo indivisible, es incompatible con cualquier composición o pluralidad, y


eso la hace impensable para cualquier pensamiento articulado, es decir, para cualquier
pensamiento no “místico”; aunque, al mismo tiempo, nada es pensable sin suponer la unidad. Y
algo equivalente puede decirse de lo múltiple.

-que, en otros términos, la Identidad pura excluye cualquier diferencia, y la Diferencia debe excluir
cualquier identidad, que no puede comprenderse la identidad pura, ni la pura diferencia. Y, sin
embargo, no puede haber entidad sin identidad ni entidad sin diferencia.

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