Está en la página 1de 39

Pbro.

José Alberto Rodríguez

Colección Novelas Católicas


La siguiente es una Novela especial, porque traduce los
hechos reales del Dr. José Gregorio Hernández, desde su
graduación de médico en 1888 hasta su muerte en 1919.

Que su lectura nos ayude a conocerlo mejor.

*******

Nació en Isnotú, Trujillo, el 26 de octubre de 1864. A


los trece años es trasladado a Caracas para cursar estudios
secundarios y superiores...

CARACAS, AGOSTO DE 1888

C
uando José Gregorio Hernández recién se había
graduado de médico, su gran amigo, el Dr.
Dominici, le ofreció buenas posibilidades para
ejercer la profesión en Caracas.

–Te puedo ayudar a activar un consultorio aquí en


Caracas –le dijo con gesto entusiasta.

–¡Cómo le agradezco su gesto, doctor Dominici! Pero,


debo decirle que mi puesto no está aquí. Debo marcharme a mi
pueblo. En Isnotú no hay médicos y mi puesto está allí, allí
donde un día mi propia madre me pidió que volviera para que
aliviara los dolores de la gente humilde de nuestra tierra.

A José Gregorio en ese momento lo devoraba un enorme


celo por sus raíces, un sentido gusto por cumplir la palabra
dada, y, sobre todo, un espíritu sencillo que sólo se complace en
servir y ayudar los demás. Su intuición, que sobrepasaba lo
meramente material, le daba motivos suficientes para tomar esa

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 3


decisión; pues, la compasión y caridad que llevaba dentro
hacían que su mirada se dirigiera a donde más lo necesitaban.

CAPÍTULO 1
EN CAMINO A SU TIERRA

–¡Vamos como sardinas en lata! –dijo un pasajero en un


barco que había salido de La Guaira día y medio antes. Su
destino era Puerto Cabello.

Allí también iba el recién graduado Dr. José Gregorio


Hernández Cisneros, quien se dirigía, por transbordo, a su
pueblo natal de Isnotú Estado Trujillo de Venezuela. Contaba
con 24 años de edad. Iba con sus sentimientos cristianos bien
firmes: tenía un incontenible deseo de Dios y una sed inmensa
de caridad. Imaginaba las muchas penurias que pasaban los
pobres de Isnotú y se decía en su interior: "fui a Caracas con el
propósito de estudiar. Ahora que soy médico, debo retribuir a
mi pueblo lo que allí recibí. ¡Cómo no recordar a mi santa
madre! Lo primero que haré, al llegar, será visitar su tumba".

Al Dr. Hernández le gustaba, durante los viajes, leer


literatura del doctor Matheus, porque de él absorbía los más
puros conocimientos científicos en materia de Medicina. Pero,
en este viaje no leía nada, porque su amigo Domicini le había
recomendado no hacerlo para evitar el mareo que en los largos
viajes le afectaban.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 4


No leía libros, pero estaba frente al gran libro de la
naturaleza. Aquellas aguas del mar, con su horizontalidad, le
hacían repasar los salmos donde se alaba a Dios por la maravilla
de la Creación. Allí saboreaba el versículo cinco del salmo
92 que dice: "qué magníficas son tus obras, Señor, qué
profundos tus designios". En el trayecto de este viaje, también
pensaba en los amigos que había dejado en Caracas: los quería
mucho y, como es lógico, le dolía la separación.

Casi llevaban dos días de recorrido en aquel monótono


viaje. El joven médico llevaba en su interior el secreto de la
suprema sabiduría: tender de continuo al Reino de los cielos por
el menosprecio de las cosas de este mundo. De pronto
alguien dijo:

–Ya casi llegamos a puerto.

Efectivamente, en un par de horas habían atracado en


Puerto Cabello. Era el año 1888.

DOS DÍAS EN PUERTO CABELLO

Al llegar a Puerto Cabello, una de sus primeras acciones


fue asistir a misa para cumplir el precepto dominical. Era el
domingo 19 de agosto del año 1888. Cuando estaba en la
pequeña Iglesia le llamaron la atención los adornos que ésta
tenía.

–¡Una gran fiesta se prepara aquí! –exclamó José


Gregorio, con asombro.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 5


–Sí –respondió una feligrés, algo anciana, que allí
estaba–: Cada domingo es día del Señor y por eso nos
esforzamos para también darlo a entender externamente.

José Gregorio era amigo de lo sencillo. No se recreaba


en forzadas pomposidades. Ya iniciada la celebración, nuestro
santo puso en práctica lo que había escrito en su adolescencia
sobre cómo lograr una buena participación en la santa Misa.
Durante la ceremonia, su oración interior era por muchas cosas,
pero también para que el cielo conservase, a pesar de la
ausencia, su amistad con su gran y permanente amigo, el Dr.
Domicini: "Señor, mantén vivo el cariño que hace de nuestras
dos almas una sola".

El sermón de esa misa le pareció muy insípido en cuanto


a espiritualidad y doctrina, a él, cuya alma estaba habituada a
las más altas reflexiones y exquisiteces espirituales del libro La
Imitación de Cristo; sin embargo, allí estaba el hombre
cabal: como un feligrés más entre la asamblea, con su traje
negro bien presentado y un corazón liberado de críticas
destructivas.

La noche de ese domingo la pasó con melancolía y


sentimiento, debido al recuerdo de sus amigos, especialmente su
colega y amigo Dominici. Se desahogó con su amiga Clara
Couturier y le soltó un pensamiento sincero y muy humano:

–Yo nunca pensé que iba a ser tan duro el venirme.

El lunes por la mañana quiso hacer un paseo por la


ciudad para conocerla y detallarla. Iba con Clara Couturier.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 6


–Puerto Cabello me da muy mala impresión con sus
calles estrechas y sumamente sucias –dijo nuestro joven médico
a su acompañante–: lo que sí me sorprende es ver muchas casas
rodeadas de rosas: ¡el olor a rosas es exquisito!

MIENTRAS TANTO EN ISNOTÚ

El padre y la madrastra de José Gregorio, Benigno


Hernández y María Hersilia, su nueva esposa (la madre de José
Gregorio había muerto en 1872), preparaban los espacios con
mucha alegría para recibir a José Gregorio en la casa que lo vio
nacer, lo mismo su hermana María Isolina.

–Podríamos ir a la posada de don Aníbal a esperar a José


Gregorio –decía el emocionado Benigno.

–Recuerda que estos viajes son largos y difíciles, por lo


que no sabemos con exactitud el día de su llegada –respondióle
Isolina.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 7


CUATRO DÍAS EN CURAZAO

José Gregorio, presa de un sano deseo de


conocer, aprovechaba el viaje a su tierra para detallar distintos
ambientes de su patria, pues en realidad no era fácil viajar en
aquella época tan carente de medios de transporte y había que
aprovechar la oportunidad.

Así que, sale de Puerto Cabello en barco y llega a la Isla


de Curazao el 21 de agosto de 1888. Hizo un paseo por los
hospitales y le llamó la atención el aseo impecable de aquellos
recintos. Allí conoce un insigne personaje.

–Soy el doctor Langskberg.

–Un gusto conocerle, ilustrísimo. Soy José Gregorio


Hernández, médico egresado de la Universidad Central de
Venezuela.

–Es un prestigio estudiar en esa Universidad.

Después de un largo rato de conversación, José Gregorio


toca el tema religioso con el holandés Dr. Langskberg y le dice
referente a las religiosas que atienden el hospital.

–Este lugar está servido por hermanas de la caridad y


me he convencido más de la utilidad de esta institución, ya que
las monjas hacen todo con una heroicidad que sólo da el
catolicismo.

Mientras caminaban por las habitaciones del hospital,


observaron un hombre que había tenido una fractura de fémur y
llevaba cuarenta días inmóvil en un aparato de madera. José

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 8


Gregorio se compadeció interiormente y, mientras conversaba
con el afamado médico, su espíritu reflexivo le hizo pensar algo
muy positivo sobre la monja que curaba las escaras al enfermo:
"en la cara de esta hermana veo tanta santidad que tengo
deseos de venerarla como si estuviese ya canonizada".

Al tercer día de haber estado en Curazao, José Gregorio


visitó, junto al Dr. Langskberg, un colegio de monjas que se
ubicaba fuera de la ciudad. Allí conoció a Sor. Josefa, una
monja muy instruida y piadosa. Dominaba seis idiomas, además
de saber Química, tocar piano y pintar.

–Le presento al Dr. Hernández, hermana –dijo el Dr.


Langskberg. José Gregorio y la monja se conocieron y
saludaron con el protocolo acostumbrado.

–Yo le tengo cierta aversión a las ciencias médicas –


díjole Sor. Josefa a José Gregorio –: después de haberla
estudiado un poco, fue para mí motivo de pecado por haberme
sentido orgullosa de conocer algo de esa ciencia.

En esto, interrumpió el Dr. Langskberg y dijo:

–Fue ella quien me enseñó a diagnosticar y tratar la


fiebre amarilla.

José Gregorio era consciente de lo que seguramente


había meditado muchas veces en el libro La Imitación de
Cristo: que la ciencia sin virtud, de nada sirve. Su exquisita
pasión por servir le impedía enorgullecerse y creerse más que
los demás. El ocultamiento, el servicio silencioso y sumiso eran
notas características de este venezolano que voluntariamente

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 9


dejaba la gran Caracas para establecerse, hasta que la
providencia lo quisiera, en un pueblo lejano y olvidado.

Aprovechó aquellos días en Curazao para comprar


camisas, calzones, interiores y dos vestidos de género.

Transcurridos aquellos cuatro días en Curazao, se


embarcó nuevamente para dirigirse a Maracaibo donde,
hospedado en un hotel, permaneció siete días más. Allí conoció
hospitales y médicos de gran prestigio, entre los cuales trató al
Dr. Dagnino. Una de sus muchas cartas que escribió a su amigo
Domicini habla de la buena impresión que tuvo de Maracaibo:
"las iglesias muy bonitas y limpias, y la gente oye misa con
mucho recogimiento".

CAPÍTULO 2
EXPERIENCIA RURAL

Hacía diecisiete días que José Gregorio había salido de


Caracas e iba por escalas a su natal Isnotú. Se encontraba en ese
momento en Maracaibo y, ahora le tocaba dirigirse al Estado
Trujillo, pero tenía que hacerlo en mula, porque para entonces,
era la mejor forma posible. Este viaje de Maracaibo a Trujillo
fue sumamente agotador, debido a los escabrosos caminos.

La llegada a su pueblo natal de Isnotú fue muy emotiva.


Allí le recibió su padre, su hermana Isolina, la nueva esposa de
su padre y los hermanos nacidos de esa nueva unión.
Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 10
Con el corazón lleno de recuerdos, al ver las calles por
donde se había criado, se dirigió, tal cómo lo había
programado, al cementerio a visitar la tumba de su querida
madre. Allí estaba la piedra gigante sobre la cual solía sentarse
a pensar cuando era niño y recién había muerto su madre.

Estando arrodillado frente a la tumba de su madre, dijo


en voz alta, como dialogando:

–Ayúdame a cumplir la misión que me encargaste un día


y, que Dios, en sus santos designios, ha puesto en mis manos de
humilde pecador. ¡Guíame ahora, que no te tengo a ti!

Sus servicios médicos en Isnotú eran de alto humanismo


y gran rigor científico. Se había suscrito para recibir un
periódico de Francia, con el que se actualizaba constantemente.
El encuentro con los pacientes le hacía ver la necesidad de
actualizar su ciencia académica.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 11


Suponemos que esta foto de José Gregorio, que ha corrido por las redes, se
refiere al camino desde Maracaibo hasta Isnotú en agosto de 1888, después
de haber salido de Caracas diecisiete días atrás. Tenía que hacerlo en mula
y fue, debido a los escabrosos caminos, un viaje muy agotador.

Había una ciencia superior que lo guiaba: la Gracia de


Dios. Su sencillez de corazón hacía que su alma se elevara
ininterrumpidamente hacia Dios, quien era la única razón de sus
acciones. Su rica interioridad hacía de él, una persona serena,
libre y, al mismo tiempo, correcta. No faltaba a su oración
diaria y a su meditación con el libro La Imitación de Cristo, de
donde se alimentaba su recta intención y sus actitudes. En
realidad, cada enfermo era para él como un libro abierto donde
aprendía, desde la fe y el amor, el significado profundo de la
miseria y el dolor.

Parecía que mientras más tocaba la miseria


humana, más aumentaba su proyecto de ir a estudiar a París,
Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 12
para poder profundizar en las ciencias médicas y así servir
mejor. De hecho, en una carta que escribió a su amigo Dominici
el 12 de septiembre de ese año 1888, le comentó: "el poco
tiempo que estoy aquí me ha dado esperanza de poder reunir
dinero suficiente para que hagamos nuestro proyectado viaje a
Europa; papá dice, que él cree, que haré más de tres mil pesos,
que calculo como cifra indispensable para poder estar algún
tiempo en París".

El espíritu despierto de José Gregorio, le hacía darse


cuenta de los desvíos de actitudes que tenían los habitantes de
aquellos poblados llenos de campesinos. Un día, al llegar de la
jornada donde asistió varios enfermos, dijo a su hermana
Isolina:

–Es difícil curar a la gente de aquí.

–¿Por qué lo dices?

–Porque hay que luchar contra las cosas que cree la


gente. Hoy fui a una casa a curar un caso de disentería, ¡y
adivina qué!: me encontré con que creen en el daño, en las
gallinas y vacas negras, en los remedios que se hacen diciendo
palabras misteriosas. –Y remarcó con enfática expresión–: yo
nunca me imaginaba que estuviéramos tan atrasados en estos
países.

Antes de acostarse ese día, leyó detenidamente unos


artículos de un libro de un autor llamado Pepper sobre las
enfermedades que más abundaban en aquel entonces, como
la disentería, el asma, la tuberculosis y el reumatismo.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 13


UNA JORNADA NORMAL DEL DR.
HERNÁNDEZ

Era un día de septiembre del año 1888. El joven doctor


se levantó a las siete de la mañana e hizo, luego, un buen
tiempo de silencio y oración personal, con la cual sacaba
motivaciones espirituales y humanas para comenzar el día.
Desayunó y luego, a eso de las 8.30 am, fue a visitar, allí en
Isnotú, a domicilio, cuatro enfermos. Era muy preciso en las
visitas: no caía en palabrerías ni conversaciones inútiles.

A eso de las 11 am se dirigió en caballo a Betijoque, que


quedaba a 7 kilómetros de distancia, para atender otras tres
personas: una mujer que tenía cistitis, un señor que estaba
enfermo de irido coroiditis y una anciana con fiebre. Era notorio
cómo José Gregorio atendía a cada persona, como si fuera la
única que existía, es decir, lo hacía con delicadeza extrema:
sabiendo que cada ser humano estaba hecho a imagen y
semejanza de Dios. En una carta que envió a su amigo
Dominici, José Gregorio le cuenta algo de esta anciana de
Betijoque, con fiebre: “todavía no he hecho mi diagnóstico:
sospecho que sea una tifoidea".

Después de ello, José Gregorio vuelve a Isnotú a


almorzar y, después de almorzar y hacer un pequeño tiempo de
descanso, se puso a leer hasta las tres de la tarde y, luego tuvo
una conversación con su padre.

–Debo salir de nuevo a ver a mis pacientes.

–¡Pero, si estuviste esta mañana!

–Mis enfermos me necesitan cuanto más tiempo, mejor.


Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 14
Y salió de nuevo, a repasar los siete enfermos: los cuatro
de Isnotú y los tres de Betijoque. Al llegar a su casa, como a las
seis de la tarde, cenó, hizo unas oraciones y hasta las 10 de la
noche leyó artículos científicos de la revista francesa que le
llegaba y algún capítulo de su autor favorito Pepper.

Mientras tanto, en Caracas había gran entusiasmo por la


construcción del Gran Hospital Vargas, decretada por el
Presidente de la República, Dr. Rojas Paúl, en Gaceta Oficial
dos meses atrás. El Hospital sería una imitación del hospital
Lariboissiere de París. Con esta ocasión el Estado estaba
organizando abrir cátedras nuevas para asegurar un buen
abastecimiento del nuevo hospital. ¡A hospital nuevo, nuevas
especialidades! No era un secreto que, al mirar los adelantos
científicos de Francia y Alemania, la medicina venezolana se
veía retrasada.

José Gregorio seguía su labor médica entre Valera,


Boconó e Isnotú con gran esmero y vocación. Estaba
adelgazando debido al mucho ejercicio a caballo que el servicio
le exigía. Interiormente sufría al palpar tantos enfermos que no
tenían bastante fe para asumir el dolor ni suficientes recursos
para curar sus dolencias del cuerpo. En una carta que escribió a
Domicini, le dijo: "todo, a mi alrededor lo veo muy negro".

4 DE OCTUBRE DE 1888

Ese día José Gregorio había meditado sobre la obra de


San Francisco de Asís, pues era su memoria litúrgica. Meditó
esa mañana sobre la gracia que recibió este santo de percibir a

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 15


Dios como la Realidad más real, reflejada también en la
naturaleza creada.

En la tarde, al llegar de sus tareas cotidianas, a eso de las


seis, de pronto llegó un señor a caballo.

–Doctor, por favor, necesito que vaya a mi casa que mi


madre está muy grave.

–¿Más o menos, qué tiene? Para llevar algunas


medicinas.

–Una tembladera de fiebre y una puntá atrás. –dijo el


buen hombre con tono campesino.

–¿A cuánto, de aquí?

–A seis leguas, después de aquellos cerros que se ven


allá –y señala con su dedo índice unas lejanas montañas.

Ensilló de inmediato su caballo y, los dos se fueron en


un camino casi oscuro. Había ambiente de lluvia. Cuando
llevaban dos leguas de recorrido, la noche se les vino encima.

–Mi caballo tiende a encabritarse –dijo José Gregorio a


su compañero jinete.

–Apresuremos el paso, doctorcito, porque lo que viene


es tormenta: parece que es el cordonazo de San Francisco.

Transcurrida media hora, sonó una primera centella muy


intensa, tanto que el instante de resplandor hizo ver una larga
serpiente que pasaba de un extremo a otro del camino.
Pudieron ver también en ese instante los cerros y el cielo lleno

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 16


de agua. José Gregorio se quedó como ciego por cinco
segundos. A pocos segundos de intervalo vino el trueno e
inmediatamente grandes gotas que muy pronto se hicieron
chorros de agua. Ellos se empaparon completamente, y el
camino, inundado de agua, se puso resbaladizo. Llegaron a la
casa de la enferma a las dos de la madrugada.

Las experiencias rurales que el joven médico iba


teniendo, y las continuas profundizaciones que hacía de la
medicina francesa por medio de las revistas que recibía, le
daban motivos para pensar en cuánto la medicina venezolana
necesitaba pasar de la teoría a lo experimental. Era necesario
profundizar en las enfermedades y escudriñar sobre sus
constituciones en laboratorios, descubriendo, de esta forma,
causas, consecuencias y soluciones. Su proyección de futuro en
aquellos ambientes rurales, le hacía comprender cuán necesario
le era comprometerse más en su profesión.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 17


CAPITULO 3
UNA GRAN SORPRESA//ESTANCIA
EN PARÍS
Después de varios meses de movimiento profesional en
círculos rurales, a José Gregorio le llega una carta de uno de sus
profesores que le dio clases en Caracas.
–José Gregorio: te ha llegado una carta de Caracas –le
dice su padre. Y la toma.
–Es del insigne y reconocido profesor, orgullo
Nacional, Dr. Calixto González–dijo José Gregorio, al ver el
sobre identificado.
La abre y va leyendo. Levanta las cejas con
extrañeza, mientras va leyendo internamente: "el Presidente de
la República proyecta el envío a Europa de un joven de
aptitudes para que estudie ciertas materias experimentales, y
me he atrevido a recomendarlo, pues creo que usted reúne las
condiciones requeridas para tan importante misión. Salvo tener
inconveniente, debe trasladarse a Caracas dispuesto a seguir
viaje a Europa para cursar los estudios exigidos".

Fue una sorpresa demasiado grande: al fin vería su sueño


cumplido. Lo analizó cuidadosamente y, al final respondió
positivamente a la carta de su anterior profesor. El ejecutivo
Nacional publicó la Resolución, oficialmente en Julio de 1889,
donde se expresaba la decisión de enviar a José Gregorio a
estudiar a París.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 18


Se embarcó para irse a Caracas y, al estar allá, fue a
compartir la novedad con su gran amigo, Dominici.

–Allá vas a conocer al gran Émile Roux, bacteriólogo e


inmunólogo, discípulo de Louis Pasteur. Infórmate bien de los
trabajos de estos grandes hombres, que tanto han hecho para
dominar el cólera y el garrotillo.

–La Providencia ha querido que yo vaya a


Francia, cuando eras tú el que debías ir. Pero estoy seguro que
pronto me seguirás.

AGOSTO DE 1889
Transcurrido el tiempo necesario, para prepararse,
emprende viaje en un barco de vapor francés. Tardó más de un
mes. Al llegar a tierra, conoció el ferrocarril y, se admiró de la
campiña francesa, de su verdor húmedo, que le recuerda los
andes. Se hospeda en una pensión del barrio latino, cerca de la
Plaza Maubert y el Boulevard Saint Germain. El idioma francés
lo hablaba perfectamente, al igual que otros idiomas, como el
alemán y el inglés; también tenía grandes conocimientos de
latín y hebreo.

Al día siguiente, comenzó su tarea científica, para la cual


fue becado por su país. Se dirige a la Facultad de Medicina de
París y se presenta, nada más y, nada menos que al profesor
Mathias Duval.
–Ilustrísimo: un gusto conocerle personalmente. Lo
conozco por la lectura de sus libros. Aquí presento las cartas de
recomendación de las autoridades venezolanas.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 19


–Muy bien, mi joven amigo, espero que nos entendamos
bien, porque nuestro objetivo es el mismo: arrebatar a la
naturaleza sus secretos, para el progreso de la Medicina.

Los meses siguientes fueron de mucha actividad


científica. Su profesor Duval le enseñó a usar el microscopio y,
a analizar lo que por allí ve, y le prepara para el estudio de los
tejidos orgánicos.
Esos meses estaban siendo muy provechosos: no sólo a
nivel científico, sino también a nivel de fe. Parecía que,
mientras más se sumergía en los misterios de la naturaleza, más
su mente se dirigía a Dios y sus menesteres. Le causaba mucho
asombro, el hecho de la constitución de las células. Mientras sus
ojos y, su intelecto, observaban lo más mínimo del cuerpo
humano, su corazón se elevaba místicamente hacia lo más
íntimo de Dios. Pasaba por su memoria la idea del libro La
Imitación de Cristo: “no trates de arrojarte bien alguno, ni
atribuyas a ningún hombre la virtud, antes refiérelo todo a
Dios, sin el cual carece el hombre de todas las cosas”.
En París, frecuentaba la Iglesia del Sagrado Corazón de
Jesús, donde asistía a misa cada domingo y, donde, con
asiduidad, iba a saborear el silencio de aquel elegante templo.
Sacaba tiempo para leer libros de teología, con los cuales
consolidaba sus convicciones religiosas.

Su vida en París transcurrió entre el estudio y los


laboratorios. Daba ejemplo de disciplina y buen administrador
de su tiempo y dinero. Los seiscientos bolívares mensuales que
el Estado venezolano le proporcionaba, procuraba darle un

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 20


buen uso, hasta el punto que le alcanzaba incluso para enviar, de
sus ahorros, algunas monedas a su tía María Isolina.

Cada día que pasaba, causaba admiración en sus


profesores y, mientras algunos compañeros gastaban su tiempo
en diversiones mal sanas, él disfrutaba con los libros y
laboratorios.

MALA JUGADA DE SUS COMPAÑEROS


Un día, sus compañeros, molestos y por envidia,
planearon ponerle una trampa: dejarle a solas con una afamada
prostituta llamada Chatton. Ese día por la mañana José
Gregorio había meditado el capitulo 20 del tercer libro de La
Imitación de Cristo. Su alma estaba fortalecida y plenificada
con una oración que pone dicho libro: "concédeme, dulcísimo y
amantísimo Jesús, descansar en Ti por encima de toda criatura,
es decir, sobre toda salud y belleza, sobre toda gloria y honor,
sobre todo poder y dignidad, sobre toda ciencia y sutileza”.

Con estos altos pensamientos asumidos y aplicados, los


compañeros dejan a José Gregorio, engañado, con la mujer de
mala vida más famosa de París. Él, con naturalidad, y haciendo
internamente una sabia comparación entre la belleza y eternidad
de Dios y la caducidad de las criaturas, comienza a aconsejar a
la Chatton, proponiéndole normas de vida y acotándole sobre la
dignidad humana, hasta el punto que ésta, después de una
hora, sale a decirle a los que organizaron la trampa:
–¿Qué?, ¿Cómo te fue? –le preguntan a ella.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 21


–La verdad, les digo, que si pudiese y desease contraer
matrimonio, lo escogería a él y a ninguno de ustedes. Se portó
como un caballero, con una dama tan complicada como yo

Por esta y muchas otras razones, el doctor Razetti llegó


a decir: "creo que hay virtudes que se pueden imitar, pero la
castidad de Hernández, no".

UNA MUY MALA NOTICIA


En marzo de 1890, a siete meses de haber llegado José
Gregorio a París, recibe la lamentable noticia de la muerte de
su padre, don Benigno Hernández, cosa que le causó gran
dolor. Transido de dolor por no haber estado junto a su padre en
el último momento, se dispuso enviar cartas a su madrastra y
hermanos alentándoles en tan dolorosa prueba para la familia.
El luto lo vivió con dolor, pero con muchísima esperanza.

José Gregorio nombró como apoderado para las


cuestiones legales de las que debía ocuparse como hermano
mayor a su cuñado Temístocles Carvallo. Con un nuevo gesto
de generosidad, José Gregorio entregó toda su herencia a sus
sobrinos, los hijos de su hermana Sofía con el señor Carvallo.

Ayudado por la fe, pudo ir superando el luto. Los meses


siguientes fueron de intenso trabajo intelectual. Se iba
empapando de novedades científicas e iba planificando la
manera de aplicar en Venezuela algo de aquellos avances.

El día 8 de diciembre escribe una carta al Ministro de


Instrucción Pública de Caracas, participándole de algunos de
sus próximos planes. Esto escribió: "me es grato participarle

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 22


que pronto se va a realizar el objeto primordial de la misión
que se me encomendó: la introducción en nuestro País de los
estudios que constituyen el principal orgullo de la ciencia
moderna. Me apresuro a enviar la lista de los aparatos e
instrumentos necesarios para la fundación del Laboratorio de
Fisiología Experimental de la Ilustre Universidad Central de
Venezuela…, con lo que nuestro presidente de la República, el
Sr. Dr. Raimundo Andueza, se presentará a la admiración de
sus conciudadanos".

CULMINANDO SU TAREA EN PARÍS

Su estadía en París estaba siendo una experiencia de


rendimiento máximo en sus labores profesionales, hasta tal
punto que el Dr. Straus, su profesor de Anatomía le otorgó en
público una medalla por ser considerado mejor médico alumno
de la especialidad.

El regreso a Venezuela estaba pautado para diciembre


de 1890, pero algunas circunstancias retrasan el viaje. El 5 de
noviembre de 1890 escribe una carta a su tía María Luisa,
donde le dice: "tendré que esperar dos o tres meses más para
regresar, porque tengo que recibir y llevar el laboratorio que
el gobierno necesita… además estos meses son tiempos malos
para viajar, pues el mar suele embravecer". Después de esta
carta pasaron nueve meses más en París.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 23


CAPITULO 4
DE VUELTA A VENEZUELA:
MÉDICO Y PROFESOR

SEPTIEMBRE DE 1891
Después de dos años y un mes en Francia, José
Gregorio regresa a su País, lleno de inmensas novedades
científicas: lleno, no sólo de intelectualidad, sino también de
instrumentos especializadísimos para la época. Contaba con 27
años de edad.

En Caracas, se establece nuevamente en casa de doña


Matilde en la Pastora. La casa estaba igual que antes: allí
estaban el patio, el jardín, su viejo piano, las trinitarias y, en el
rincón, el crucifijo.

–¡Mi querido José Gregorio ha vuelto! ¡Gracias a Dios!


–exclamó doña Matilde, abrazándolo.

–¡La buena doña Matilde: aquí me tiene otra vez! –


repuso él.
Muy pronto comenzó las consultas en la propia casa.
Asistía a misa todos los días y, comulgaba con mucho fervor.
Le gustaba orar de rodillas y con la cabeza inclinada hacia
abajo, como quien desea besar el suelo. Su caminar era
apresurado, sus cabellos y bigotes siempre bien teñidos y
presentados, su vestir casi siempre era de negro, de piel era muy
blanco.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 24


Aunque sus visitas eran cortas y precisas, los enfermos,
al tenerlo frente a ellos, se sentían protegidos y esperanzados.
José Gregorio ardía por dentro en ansias de hacer el bien. Tenía
el don de escuchar con el corazón. Los pacientes contaban sus
historias y él oía con mucha paciencia y empatía todos los
síntomas, uno tras otro. Tenía también el don de saber expresar
lo esencial y, lo que el paciente necesitaba saber, sin cortar lo
necesario y, sin agregar lo innecesario.

Uno de aquellos días de trabajo a domicilio, se hallaba


con un enfermo que era muy pobre, y así lo trató:
–Saque la lengua–le dijo José Gregorio. Chequeó
cuidadosamente, le puso el termómetro, le hizo varias preguntas
sobre los síntomas, le ordenó la dieta detalladamente explicada,
le puso un sobre con dinero debajo de la almohada y le dio el
récipe.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 25


–Con eso se pone bueno. ¡Adiós! –dijo eso y salió de
inmediato de la casa. Era muy común en él estas actitudes con
las personas que no podían pagar, e incluso a veces les regalaba
algunas medicinas. Al salir, se encontró con varias personas
pobres y sacaba del chaleco dinero sencillo (monedas) y las iba
repartiendo, lo cual le producía mucho gozo.

Mientras tanto, la Universidad de Venezuela se


preparaba para iniciar las nuevas cátedras. El 4 de Noviembre
de 1891 el presidente de la República decretó la creación de las
cátedras de Histología Normal y Patología, Fisiología
Experimental y Bacteriología y mandó a instalar el laboratorio
comprado en Europa.

El Dr. Elías Rodríguez era, entonces, el rector de la


Universidad Central y, dice a José Gregorio:

–Ha llegado el momento de encender el motor que va a


mover la Medicina en nuestra patria.

El 6 de noviembre José Gregorio tomó posesión de estas


cátedras y, es nombrado director del laboratorio. En su tarea de
educador, iba dando muestras de pulcritud en su estilo de dar
las clases y, llevar a los jóvenes universitarios al más alto
conocimiento científico. Era ejemplar en la puntualidad y en la
capacidad de dar todo su talento en la construcción de la
Medicina venezolana. Los alumnos notaban fácilmente que
llevaba las clases bien preparadas. Es, en esta época, donde se
ponen las bases para crear el Colegio de Médicos de
Venezuela: José Gregorio es llamado a formar parte de este
organismo.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 26


ENERO DE 1892
Sus clases de Fisiología Experimental le iban exigiendo
nuevas estrategias para que los alumnos comprendieran, no sólo
desde la teoría, sino también desde la práctica. En diálogo con
un alumno, dice:

–Estoy sorprendido de un fenómeno excepcional en


estos linderos.
–¿Cuál? –acotó el joven.

–Que la gente de acá tiene menos glóbulos rojos en la


sangre que la gente de los países septentrionales. Pero, para
estar más seguros hace falta repetir varias veces el experimento.
La creatividad del Dr. Hernández era grandiosa. Para
lograr la tarea antes dicha, tuvo la idea de escribir una carta al
Ministro de Instrucciones Públicas, en la que le hace una
solicitud: "recurro a UD, ciudadano ministro, suplicándole me
permita hacer unas pruebas de sangre con los soldados… para
que vengan diariamente al Laboratorio de la Universidad, tres
o cuatro de los más jóvenes… bastando una pequeñísima gota
de sangre, extraído del dedo indicador".

En 1893 asiste, representando a Venezuela, a


Washington, al Primer Congreso Panamericano, llevando una
presentación elaborada por él sobre el número de glóbulos rojos
en la sangre humana. No le movía la vana presunción, sino la
firme determinación de que valía la pena poner activa toda la
creatividad, con tal de hacer algo en favor de la vida humana.
Era un hombre flechado por el bien. En una de las sesiones del

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 27


Congreso se reconoció que la Cátedra de Bacteriología, traída
por José Gregorio, era la primera fundada en América.

Su bondad y rectitud iban llamando la atención de


grandes personalidades de la época, sobre todo, por la
simplicidad de sus acciones, es decir, porque actuaba como sin
darse cuenta de sus méritos. Cada obra en favor del prójimo
tenía una carga inmensa de esencialidad, es decir: sus obras no
estaban masificadas por palabrerías estériles, sino informadas
por lo esencial. "El Dr. Hernández habla bien de otros
médicos", se decía, con cierta extrañeza, para sí, el escritor
Francisco de Sales Pérez. Este célebre escritor colocó en un
artículo de la revista El Cojo Ilustrado que José Gregorio sabía
"una ciencia que no se aprende en las academias: sabe hacerse
amar".
Su vida la desarrollaba entre la universidad y el ejercicio
de la medicina en su casa y a domicilio. En 1906 publica su
primera obra literaria titulada Elementos de Bacteriología, fruto
de su trabajo de investigador.

LE DEVORA LA SED DE DIOS


Una actitud muy valiosa de nuestro médico, era que, de
lo que él dependía, trataba de vivir al máximo el momento
presente, con tal estuviera seguro de ser la voluntad de Dios.
Las ocupaciones en aulas de clases y laboratorios, la atención a
los enfermos en una habitación acondicionada en su casa y, las
consultas a domicilio, no le sacaban de la presencia de Dios;
pero en lo mas profundo de su ser venia sintiendo un especial
deseo de Dios y un anhelo inmenso de soledad, para estar
sumergido en Dios de modo especial.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 28


Un día del año 1908, José Gregorio se encontraba
hablando con su amigo, el señor Blas Pappaterra.

–Busquemos en este mapa dónde queda Farneta. Sé que


es en Italia, pero en qué parte –dijo y preguntó José Gregorio.

–Farneta, Farneta –decía el señor Blas, mientras


visualizada el mapa en ademán de búsqueda–: aquí está –dijo,
señalando con su dedo. Y prosiguió: –¿Y por qué preguntas por
esa pequeña parroquia de Lucca?

–Deseo ingresar en la Cartuja de Farneta –dijo José


Gregorio.

El señor Blass se quedó mudo, pues la noticia le cayó


como un balde de agua fría. Significaba que el ya afamado
médico de Caracas iba a encerrarse en las paredes de un
monasterio para dedicarse especialmente a la contemplación.

–Lo he hablado con mi confesor, Monseñor Juan


Bautista Castro: salgo para Italia el 4 de Junio. –Y dijo –: aun
recuerdo lo que hablamos el Arzobispo y yo.

Y, en ese momento, José Gregorio se quedó en silencio


y trajo a la mente los dos compromisos acordados con el
Arzobispo: "que vaya a la Cartuja a darme las órdenes al
llegar el día; pues mi mayor deseo es recibirlas de mi
amadísimo Prelado; y también que no dejaría de disculparme
con mi familia por la necesidad en que me veo de dejarla".

José Gregorio había saboreado muchísimo este


pensamiento del libro La Imitación de Cristo: "los más grandes
santos evitaban en lo posible el consorcio de los hombres y

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 29


preferían prestar servicio a Dios en el secreto de la soledad".
Esos momentos de soledad los hacía José Gregorio todos los
días en la mañana, pero día a día iba creciendo el deseo de
consagrar la vida a un servicio más directo a Dios en la
vocación meramente contemplativa.

JUNIO DE 1908
José Gregorio finiquitó todos los asuntos legales y
familiares y, el 04 de junio salió secretamente para Europa, en
Ferrocarril. Desde puerto Cabello escribió una carta a Cesar,
donde, entre otras cosas, escribe: "tu comprendes lo doloroso
que es para mí esta separación de mi familia, a quien quiero
entrañablemente, y que por esta causa no he tenido el valor
para decirles adiós de palabra, solamente por obedecer al
llamamiento divino he podido dar este paso, que es para mí tan
duro".

Los comentarios, en la sociedad, no se hicieron esperar.


"La Sociedad de Caracas está de duelo ", exponía el diario El
Universal de Caracas. "La Universidad de Caracas lamenta la
separación de un profesor ilustrado", dijo el doctor Luis
Razetti. "¿Habrá sufrido alguna decepción?", se preguntaban
otros.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 30


CAPÍTULO 5
UN DESCUBRIMIENTO
Una vez dado el ingreso a la Cartuja, al mes, José
Gregorio, como novicio, recibió un nuevo nombre, según la
norma de la Orden: fray Marcelo. Pero, antes de tomar el
nombre, respondió a la pregunta de cómo conoció la Cartuja y,
qué le movió a ingresar allí; dijo: "He leído tantas veces en la
Imitación de Cristo aquellas palabras que se refieren a los
Cartujos que, no es poca cosa morar en Monasterios y vivir en
ellos sin palabras de queja y, perseverar fiel hasta la muerte…
así conocí yo a la Cartuja y me decidí a abrazar su género de
vida".
Gozaba de la vida monástica, pero el ritmo de los días
iba resultando poco a poco muy pesado. En una visita de
Monseñor Castro a la Cartuja, éste hizo el siguiente
comentario: “Nunca he estado tan impresionado por la
ausencia más completa de todo ruido, como si hubiese bajado
al fondo de una tumba”.

SU AMOR A LA FAMILIA
Un día, el padre M. Arteaga fue a visitar a José Gregorio
y, después de haber hecho un recorrido por el monasterio,
surgió una conversación.
–Mis oraciones son todas por mi familia, cada día aplico
mi corazón por cada uno de ellos: las misas, el oficio divino, el
de la Santísima Virgen, el ayuno, las vigilias y demás obras…
empezando por mi hermana, después por cada uno de mis siete
hermanos, luego por mis dos cuñados y por mis doce sobrinos

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 31


y, así que termino, vuelvo a empezar. Hoy es el día de Blanca;
de esta manera, así los tengo a todos en mi corazón.

Transcurrían los meses y, entre el clima frío y las fuertes


disciplinas, hacían que nuestro santo fuera desistiendo de esa
vocación. Las noches heladas, aquellas paredes
húmedas, aquellas celdas desprovistas de casi todo, entumecían
sus huesos y lo ponían al borde de la inmovilidad. Allí se
cumplía perfectamente lo que dice el libro La Imitación de
Cristo, que “los más grandes santos a los ojos de Dios son los
más pequeños a sus propios ojos y, cuanto más aureolados de
gloria, tanto más humildes se creen”.

Así fue el diálogo con el Superior del monasterio.

–Por lo que vamos observando, la vida contemplativa


no es su vocación, sino la vida activa –y continuó–: puede
entrar a la orden de los Jesuitas o hacerse sacerdote secular.
Vuélvase a su país y, trate de adquirir lo que le falta.

Descubrió en estas palabras la expresión de la voluntad


de Dios. Así que, logra, por medio de su hermano César,
formalizar la entrada al Seminario Metropolitano de Caracas
para ser sacerdote.

Después de diez meses en la Cartuja, José Gregorio


llegó a Caracas el 21 de abril de 1909 e inmediatamente ingresa
al Seminario. Allí era visitado por numerosas personas que se
regocijaban con su regreso. Los componentes universitarios
hicieron presión para que José Gregorio volviera a las aulas, y
lo lograron. Se retiró del Seminario y volvió a las aulas.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 32


Los cuatro años siguientes fueron tiempos de normal
vida profesional y de servicio con los alumnos y los enfermos.

NUEVO INTENTO
En julio de 1913 decide partir a Roma, para internarse en
el Colegio Pío Latino con el propósito, nuevamente, de
prepararse a ser sacerdote. Tenía casi 49 años de edad.

A comienzos de 1914 sufre un ataque de pleuresía, que


provoca su salida del Colegio Pío Latinoamericano. En Milán le
diagnostican tuberculosis y se ve forzado a regresar a
Venezuela. El 21 de mayo escribió una carta a su hermano
César, en la le habló de su recuperación: “nadie comprende lo
que sería para mí regresar a Caracas después de haberme
desprendido de todo y verme obligado a seguir la vida de antes;
pero que en todo se cumpla la voluntad del Señor. Yo sé que el
clima de Caracas me es muy favorable y que allá en pocos días
me acabaré de mejorar”.

Hubo una conversación con el doctor Gilbert, uno de los


médicos que lo atendían.

–¿Cómo se siente hoy?–le pregunta el doctor Gilbert.

–No tan bien. Mi enfermedad es una cosa más bien


crónica, prolongada. –Y continuó con aire melancólico –: estoy
contento, aunque esta enfermedad trastorna mis proyectos. –Y
siguió, mirando un crucifijo que colgaba en la pared –: siempre
he deseado la muerte que nos libra de tantos males y peligros y
nos pone seguros en el cielo.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 33


–Recuerde que tiene que regresar a Caracas antes de
invierno. –Luego el doctor le hace otra pregunta –: ¿por qué a
algunas personas les va mal en los proyectos? (José Gregorio se
dio cuenta que se refería a él- a José Gregorio-)

–No hay ninguna persona en el mundo a quien todas las


cosas le resulten bien; siempre hay algunas que se echen a
perder y, yo no podía ser la excepción, lo cual lo digo para
consolarme al ver tuertas todas mis cosas.

José Gregorio era un hombre de sufrimiento, pues esa


incesante búsqueda de la voluntad divina y esas señales de Dios,
que le volteaba los planes, le hacían partir el corazón de
incertidumbre y dolor. Pero, su alma se estaba alimentando de
una idea de La Imitación de Cristo que “la perfección no está
en gozar de muchas delicias y consuelos, sino en saber sufrir
grandes penalidades y aflicciones”.

Regresa a Caracas, ya repuesto y, continúa su carrera de


profesor y médico. En 1917 viaja a Nueva York para hacer
estudios de especialización, con lo que demostraba su
incansable apetito intelectual. Su cercanía a Dios no lo podía
dejar indiferente ante el curso del tiempo y, con este, a la
aparición de nuevas enfermedades con sus síntomas.

JOSÉ GREGORIO ANTE LA PANDEMIA DE 1918


En octubre de 1918 llegó a Caracas la llamada Gripe
Española, que, en dos años dejó más de cuarenta millones de
muertos en todo el mundo. Sólo en Venezuela hubo algunos
ochenta mil muertos, de los cuales mil quinientos se produjeron
en Caracas.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 34


José Gregorio recién había llegado de Europa y, tanto él,
como los doctores Razetti y Rangel, dieron todo su tiempo y
talento para proteger la vida de los venezolanos. José Gregorio
era el más experto en bacteriología, por lo que le correspondió
una misión capital en la lucha contra la pandemia en Venezuela.
Su trabajo fue clave para diagnosticar, aislar y tratar a los
pacientes. Es en esta ocasión cuando José Gregorio utilizó
durante días un automóvil con chofer para dar mayor alcance a
su trabajo; pues, normalmente visitaba a los enfermos a pie, ya
que gustaba de ese ejercicio.

Pandemia de 1918, en la que José Gregorio, como experto en Bacteriología,


tuvo una misión capital.

Los ojos del Dr. Hernández veían una cantidad grandes


de muertos por la pandemia y, su corazón creyente repasaba el
pensamiento del pequeño libro La Imitación de Cristo que tanto
guiaba su vida interior: “mientras vivimos en este mundo frágil,
no podemos vivir sin tedio y dolor”. Su profesión, en ese

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 35


momento especial de miseria, era como una especie de
sacerdocio que se elevaba al cielo, como incienso precioso. Para
él, contemplar el sufrimiento de su pueblo, era lo mismo que
dirigir a Dios una secreta plegaria de adoración y alabanza.
Mucho suspiró con ésta exclamación de La Imitación de Cristo;
“¡Ah, qué profunda es la flaqueza humana, siempre propensa al
mal!”.

Hay una conversación entre el Dr. Luis Razetti y José


Gregorio.

–Hagamos una declaración pública, donde expongamos


algunas verdades respecto a la epidemia –dijo Razetti.

–Tiene razón: debemos decir que lo que está matando a


tanta gente no es la gripe propiamente dicha, sino el estado de
absoluta pobreza y miseria en que vive la mayoría de los
venezolanos –acotó José Gregorio.

–Sí. Además, la malnutrición y las condiciones


antihigiénicas, muchos con padecimientos crónicos de
paludismo y tuberculosis, hacen más fácil la muerte de tantos.

Después de dos meses de lucha, por fin, la pandemia


logra salir de Venezuela en Diciembre de 1918.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 36


CAPÍTULO 6
LA DULCE MUERTE TAN
DESEADA

AÑO 1919
El Dr. Dominici, amigo íntimo de José Gregorio, se
encontraba en casa, cuando al revisar unas carpetas, detalló una
de las cartas que José Gregorio le había mandado, dos años
atrás, desde Nueva York. Decía así: "Te mando mi retrato, ya
que no puedo ir a estar contigo en estos días; en este retrato
estoy de pie y no sentado, porque, como sabes, siempre ando
caminando en bien de mis enfermos. Ya verás cómo la vejez
camina a pasos rápidos hacia mí, pero me consuelo pensando
que, más allá, se encuentra la dulce muerte, tan deseada".

Esta carta, en ninguna manera, era un aviso, sino un


resumen de toda una existencia que palpaba, por un lado, la
concepción de la condición terrena como realidad frágil y
caduca y, por otro, la intuición sobrenatural de la vida eterna.
¿Qué se pudiese esperar de un ser metido hasta el fondo en el
conocimiento de las enfermedades y, al mismo tiempo,
embebido en Dios?

Tenía 54 años y su labor no paraba, aunque ya no poseía


la misma fuerza física que antes. Le costaba subir las veredas de
Caracas para asistir a sus enfermos. Su buen estado de ánimo
era motivo de admiración; pues, se trataba de un hombre cabal
que adornaba su vida con virtudes humanas y cristianas en
grados heroicos. Un colega suyo, de reconocido prestigio, el Dr.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 37


Francisco Rísquez, tenía este pensamiento, a propósito del
doctor Hernández: "no he podido penetrar en esta psicología, ni
he podido alcanzar a descubrir los secretos de esta
ecuanimidad imperturbable".
Su naturalidad, bondad y rectitud, lo hacían notar
como si ya estuviera en el otro mundo, con todas sus tareas ya
cumplidas.

29 DE JUNIO DE 1919
Era domingo y, como tal, asistió a la Santa Misa en la
Iglesia de la Pastora, en la cual participó de rodillas. Estaba
cumpliendo ese día treinta y un año de graduado en Ciencias
Médicas. Aquella sería su última misa y su última comunión en
este mundo. Allí rezo, de modo especial, por la paz del mundo.

Al salir de misa fue a visitar algunos enfermos y, luego


visitó a los huérfanos del Asilo. Antes de mediodía pasó un
momento a adorar el Santísimo que estaba expuesto en la
Iglesia de San Mauricio. Al toque de la campana de la Iglesia,
al mediodía, rezó el Ángelus.

El vehículo era un Hudson Essex.

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 38


Llegó a su casa: almorzó. A eso de las 2 pm llaman a su
número telefónico (que era el 1720), para solicitar un servicio a
una anciana que vivía entre Armadores y Cardones y, estaba
grave. Hernández fue a la farmacia de Armadores para comprar
algunas medicinas necesarias para la enferma anciana.

Fernando Bustamante había cerrado su lugar de trabajo.


Era mecánico dental. Conducía uno de los setecientos vehículos
que había en toda Caracas para entonces. El vehículo era un
Hudson Essex. José Gregorio salió de la farmacia de Amadores
apresurado y, se dispuso a cruzar la calle por delante de un
tranvía que estaba estacionado. Fernando Bustamante iba
subiendo en el Hudson paralelo al tranvía a 30 kilómetros por
hora. José Gregorio no se dio cuenta del vehículo, el cual le
golpeo de lado con el guardafangos, lo hizo perder el equilibrio
y, al caer, se golpeo el cráneo, con el borde de la acera.
Mientras caía, José Gregorio exclamó: "Virgen Santísima". El
chófer salió consternado del vehículo, para luego llevarlo al
hospital Vargas, junto a algunas personas que, se aglomeraron
de inmediato. Allí murió. El sacerdote Tomás García, capellán
del hospital, lo asistió espiritualmente.
Al día siguiente, toda la ciudad de Caracas se volcó a
las calles, para rendirle tributo en una serie de actos que se
iniciaron a las 7 de la mañana, con la misa de cuerpo presente y,
concluyeron a las 9 de la noche, con su entierro en el
Cementerio General del Sur.
Así, en pleno servicio, terminó la vida terrenal de este
excelente cristiano.
FIN

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 39


DIÓCESIS DE ACARIGUA ARAURE-VENEZUELA

LIBROS CONSULTADOS:
-Carlos Ortiz
José Gregorio Hernández CARTAS SELECTAS

-Miguel F. Yáber
José Gregorio Hernández

-Manuel Díaz Álvarez


José Gregorio El médico de los pobres

-Francisco J. Dupla
Se Llamaba José Gregorio Hernández

Tomás de Kempis
La Imitación de Cristo

Conociendo a JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ Página 40

También podría gustarte