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BORDIEU – LA DOMINACION MASCULINA

En su libro La dominación masculina, Pierre Bourdieu plantea que la división sexual


representa formas de diferenciación entre mujeres y hombres que van más allá de las
condiciones físicas o fisiológicas entre ellos. La división sexual nos remite a establecer
diferencias entre mujeres y hombres en su forma de ser y en su forma de construir el
mundo, desde sus modos de vestir, de hablar, y de actuar, así como desde las
maneras de sentir y de pensar los significados o los valores que circulan y se
comparten en la sociedad. Según Bourdieu, la división sexual es un principio básico de
la violencia simbólica en la estructura social y de lo que considera es la dominación
masculina. La dominación masculina presupone que las actividades y actitudes tanto
de mujeres como de hombres, están marcadamente diferenciadas por su género. Tal
principio de diferenciación sexual es adoptado y reproducido desde la base de lo
familiar, mediante disposiciones que se hacen pasar como naturales, al ser
incorporadas y programadas en el juego simbólico del lenguaje, del sentido común, o
de lo dado por descontado. Con este respecto, el Estado, la iglesia o la escuela, son
instituciones que se configuran simbólicamente, según Bourdieu, para perpetuar y
reafirmar ese principio de diferenciación sexual que se reproduce desde el nicho
familiar.

La interpretación que Bourdieu hace de la división sexual presupone la asignación de


roles preestablecidos a mujeres y hombres, asignación que predetermina y concreta
las formas de vida y las concepciones de mundo en la sociedad. El enfoque
bourdieuano es relevante porque señala a la dominación masculina como una forma
de violencia simbólica que se caracteriza por hacer legítima la desigualdad entre ellos.
Desde dicho enfoque, el principio de diferenciación sexual representa un principio de
construcción de orden histórico/social, es decir, un princpio de violencia simbólica, en
el cual la mujer no tiene una participación directa en las maneras de organización y
transformación de la sociedad, ya que la dominación masculina confabula un mundo
social construido por y para el hombre: construcción que procura formas de
autorreclusión y autocensura tanto del pensamiento de la mujer, como del sentimiento
de lo femenino.

Partiendo de este enfoque, la violencia simbólica de la dominación masculina


representa también la forma de mantener y consolidar el orden social, en el que
coexiste el sometimiento y la subordinación femenina de manera simultánea. Por ello
es común pensar, como lo señala Bourdieu, que las actividades del hombre deben
estar relacionadas con el trabajo y con el sustento de la familia, esto es, con las tomas
de decisión y con las virtudes de ser honrado, respetado o admirado, según el status
social adquirido. Por su parte, la dominación masculina impone que las actividades de
la mujer presuponen relacionarse con la crianza de los hijos y con la organización de
la vida doméstica, es decir, con la sumisión ante las decisiones tomadas por el hombre
y con las virtudes de ser sincera, fiel, emotiva o sentimental. Bourdieu no duda en
indicar que la dominación masculina es una construcción social que implica la
permanencia de las formas de opresión difundidas por la división sexual, mismas que
son reproducidas a partir de esquemas de percepción incorporados tanto en mujeres
como en hombres. Esto implica que, al construir los significados de su realidad
inmediata –significados vinculados implícitamente con el principio de diferenciación
entre los sexos-, mujeres y hombres juegan las reglas del juego de la violencia
simbólica, lo que es decir que son susceptibles de reproducir los principios de
dominación masculina de manera inadvertida y cotidiana.

El enfoque sociológico que Bourdieu expone es primordial para comprender las formas
de resistencia social ante la opresión y marginalidad que infunde la dominación
masculina. Desde esta perspectiva, las tendencias feministas emprenden una lucha
política que se enfrenta a una realidad social que las involucra históricamente: su
lucha contra la violencia simbólica es una lucha que se realiza a partir de la
construcción de los significados que ordenan a la sociedad. Pero ello no significa que
no exista posibilidad de resistencia social y de creación simbólica, ya que los
feminismos son susceptibles a emprender un trabajo invisible de transformación del
mundo, un trabajo que puede estar caracterizado por no reproducir los esquemas de
dominación incorporados. Este trabajo implica una doble faceta capaz de establecer
una ruptura creativa con los significados que fijan las identidades, que definen los
géneros sexuales y que organizan la historia de la sociedad. Desde la perspectiva
sociológica que Bourdieu plantea, este trabajo silencioso es capaz de promover una
deshistorización de los principios de diferenciación social relacionados con la división
sexual y con la dominación masculina.

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