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Instituto: I.S.F.D N°29 “Graciela Gil”.

Año: 1° A, de Profesorado de Lengua y Literatura.


Alumna:Florencia Silvana Bonaventura.
DNI: 35582741
Profesor: Alfredo Berzi.
Materia: Taller de lectura y escritura.

● Cuento policial sobre la muerte del empresario de jugo de tomate en


lata.

Cantidad de palabras: 1.263

La noche de la pregunta.

Desde que había comenzado a trabajar en ese caserón grande, la actitud de


Gastón había cambiado por completo. Fue ella. Fueron sus piernas largas y su
manipuleo, tanto de caderas como de psiquis, fue también ese encanto al hablar
que la caracterizaba, los motivos que llevaron a mi querido amigo Gastón a ser
víctima -sentimental- de ella. De la viuda de Cattanzaro.
Recuerdo cómo una noche en que estábamos sentados tomando un vino
melancólico él me confesó que “estaba condenado” y que “llegaría hasta las últimas
consecuencias”. Yo adivinaba de qué hablaba, porque siempre que bebía de más
comenzaban sus desvaríos y sus declaraciones de amor hacia ella. Pero esa noche
hubo algo diferente. Se notaba en su tono de voz que quería pedirme algo
importante, luego de 20 años de amistad esas cosas se adivinan fácilmente en los
gestos y sobre todo en la mirada. No llegó a expresarme su pedido porque esa
noche, hace ya 25 años atrás tocaron la puerta y al abrir aparecieron dos policías
que se lo llevaron a declarar. Esa fue la anteúltima vez que lo vi antes del juicio. Por
supuesto que había tantas pistas en su contra, y él estaba tan obstinado en
entorpecer la investigación con sus declaraciones culpabilizando a los socios de su
amo, que su espera hasta el juicio transcurrió en la cárcel. Mientras tanto, yo me
hice cargo de su perro Tristán y de su departamento hasta que dictaron su
liberación posterior al primer juicio. Después de eso Gastón entró en una profunda
depresión tras el rechazo contundente - y previsible- de la señora Raquel y se fue
a vivir a Uruguay. Luego le perdí el rastro. Ahora, veinticinco años después de
aquella noche y de aquellos sucesos, entiendo el pedido que esbozaban los latidos
fuertes de Gastón y su forma de tomar, casi desahuciada.
El caso tuvo mucha repercusión en los diarios porque el señor Régulo Cattanzaro
era un accionista muy importante y un empresario exitoso de la firma “Tómate-lo”.
En el preciso momento en que el juez Tiziano Justo dictó la sentencia proclamando
“culpable” a la señora Raquel, el pasado jueves, comprendí qué era lo que mi amigo
deseaba pedirme. Resulta que el crimen del empresario era casi perfecto
porque en la investigación no había ni un solo dato que pueda incriminar a la viuda
como asesina. Su coartada era que esa noche se encontraba tomando algo en un
bar cercano al pueblo donde se sitúa el caserón.
El empresario fue encontrado con un abrelatas clavado en su garganta, y todo
habría encajado perfectamente en el relato suicida que describe la carta que fue
hallada sobre la mesa, junto al vaso de whisky, donde decía reiteradas veces lo
mucho que amaba a sus esposa y lo mucho que lo asediaban sus socios
financieros en “Tómate-lo”. Esa nota estaba redactada con una caligrafía casi
perfecta que coincidía con la del difunto Régulo. Una sola cosa no encajaba en el
relato. Había un llamado que las operadoras habían registrado desde el teléfono del
caserón al departamento del señor Gastón esa misma noche. La noche del crimen.
Por supuesto, ella sostuvo que el llamado fue efectuado cuando llegó y encontró a
su esposo ensangrentado en la alfombra de su despacho. Decidió llamar a Gastón
en medio de una conmoción porque era el primer número que se encontraba en la
libreta de teléfonos junto al teléfono. Por supuesto, eso mismo acerca del llamado
fue lo que Gastón le contó a la policía, pero olvidaron un pequeño detalle: el horario
de la llamada que describió mi buen y enamorado amigo no coincidió con el que
arrojó el informe de las operadoras de la compañía telefónica. Esto despertó
sospechas sobre este punto y ante esto los investigadores comenzaron a indagar
sobre la noche del hecho. Ante esto Gastón declaró que estaba “almorzando con un
viejo amigo”.
La realidad es que esa noche del 30 de enero, Gastón y yo estábamos tomando un
vino. Él, como de costumbre, estaba hablando de Raquel y los destratos de su
marido, cuando repentinamente sonó el teléfono. Sentí una voz femenina que
escuché salir del tubo y por mi afinada audición pude distinguir que ese no era el
tono de su mamá, ni de su hermana.Únicas mujeres en la vida de Gastón. Era una
voz venenosa y dulce, pegajosa. Era la voz de ella, de Raquel. Vi en la mirada de mi
amigo la desesperación pero en ese momento él colgó el teléfono y salió apurado
diciendo que su mamá había tenido un inconveniente. Ahora entiendo que mi amigo
siempre fue inocente, su único crimen fue no poder decirle ¡no! a esa mujer vil de
caderas pronunciadas y moral inexistente.
Los detectives indagaron sobre la noche en que Gastón cenaba con su viejo amigo,
ahora entiendo que ese viejo amigo era yo, que el pedido de este hombre
desahuciado apuntaba a pedirme que declarara sobre la noche en que estuve con
él. Que no revelara el lugar al que realmente había ido: el caserón de la reciente
viuda de Cattanzaro. Por supuesto mi declaración en todo este asunto fue
innecesaria, porque las pesquisas minuciosas arrojaron las pisadas de Gastón en el
camino que conducía a la entrada del caserón. Hacía frío esa noche de invierno y el
barro del caminito de tierra de la entrada estaba blando por el rocío.Meses más
tarde las prendas de Raquel Sforza fueron encontradas con la sangre de su marido
y con manchas mucho más grandes que revelaban que la sangre habría saltado a
sus ropas luego de que ella le infrigiera el corte en la garganta. ¡Hasta ese detalle
había contemplado la muy calculadora!. Se había cambiado las ropas luego de
cometer el crimen y había abrazado el cadáver que yacía en la alfombra con una
segunda muda de ropa. La misma con la cual había sido vista en el bar horas
antes del suceso. Por supuesto que las manchas coincidirían con las de alguien que
levanta un cadáver -ya casi desangrado por completo- horas después, en medio de
una conmoción. Una sola cosa no encajaba en todo esto: el equívoco que cometió
mi nervioso amigo respecto del horario de esa llamada que arrojó el informe de las
operadoras. Unos meses más tarde, con posterioridad al primer juicio, las ropas de
la Raquel homicida fueron encontradas enterradas y Gastón no tuvo más remedio
que aceptar que la causa sea encajonada y que Raquel ya no quiera hablarle. Un
alma tan pura como la de mi amigo jamás imaginaría que para amar a esta mujer
se requería ser cómplice de un homicidio.
La pregunta de mi amigo era obvia, ahora veo que él quería que yo declare sobre la
noche en que él fue a ver a Raquel, la noche en que llevaba la misma mirada que
esa oportunidad en la que los policías se lo llevaron a declarar con su pregunta
atravesada en la garganta. Una garganta que, a diferencia de la del difunto Régulo
Cattaznaro, aún respiraba.
Se preguntan si yo habría declarado a favor de mi amigo. Mi respuesta se adivina
en el texto del diario donde se encuentra la transcripción textual del fallo del juez
Tiziano Justo, en el informe policial que leí en el diario de esta mañana : “No sería
una decisión acertada responsabilizar al mayordomo” decía el fallo y yo, su fiel
amigo agregaría “su único crimen fue estar enamorado y caer en los manipuleos de
una vil mujer”. No tengo más nada que declarar a los periodistas reunidos aquí en
la sala.

Profesor Berzi: Tengo una sola duda en cuanto a mi relato. Al ser todo el relato una
declaración del mejor amigo de Gastón a una ronda de periodistas: ¿sería certero
colocar todo el relato de principio a fin entre comillas?. De ser así,¿Las
declaraciones de otros dentro del cuento se colocan en itálica?. Mi duda viene del
uso de las comillas para referir diálogos o citar la palabra de otro. Desconozco si
sería correcto utilizarlas para citar este relato en todo el cuento. Desde ya, muchas
gracias. Disfruté mucho del trabajo de escritura.

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