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ENTERRADOS EN DEBERES

Imagina llegas a casa después de ocho horas de trabajo duro sabiendo que mañana te espera lo mismo;
imagina que no tienes remuneración alguna por ello; imagina que no tienes un jefe que encarna la
autoridad, sino media docena de ellos; imagina que hay 30 minutos para el bocadillo y que en el
tiempo de trabajo no se puede hablar ni ir al baño sin permiso; imagina que tu empresa te evalúa cada
pocos meses; imagina que al llegar a casa no tienes tiempo para el ocio, que nada más entrar por la
puerta de casa también te dicen que te pongas a trabajar; imagina que observas cómo hay familiares
tuyos que entran por la puerta y ​no pegan ni palo​, que todos descansan de su trabajo en la oficina
menos tú; imagina todo lo anterior y que -al cerrar la puerta del hogar- tienes que enfrentarte a tres o
cuatro horas más de trabajo. No porque tengas tareas atrasadas. Sino para perfeccionar. Cada día.
Cada año. A solas en la habitación. Bajo un flexo. Que cae la noche y allí sigues. Imagina.
Bienvenidos a la cabeza de un adolescente en combustión hormonal: así es como se siente un
chaval hasta arriba de deberes.
Un estudio de la Universidad de Oviedo concluye que los alumnos que son ayudados por sus
padres obtienen peores resultados que los que no. Bien, estamos de acuerdo: a ver cuándo leemos un
estudio que mida la felicidad de los que directamente no tienen deberes y pueden hacer una batalla
naval en el salón.
Sólo hay una cosa peor para un niño que no tener nunca deberes de ningún tipo. Y es tenerlos
a diario en casa, después de haber cumplido con creces en la escuela, hasta la hora de la cena y más
allá.
Porque hay niños que tienen sólo los que necesitan, pueden ponerse a leer sin que se les
cierren los ojos a los cinco minutos. Porque hay niños con menos deberes, hay infancias con más
sonrisas.
Al alumno Javier Tamayo, por ejemplo, le pidieron que repitiera con siete años. Con 12
suspendía hasta media docena. Por supuesto, huía de los deberes como de las cadenas. Un día un
profesor le dijo delante de todos que tenía el peor cociente intelectual de clase. Pero resistió.
«¿Los niños necesitan tener deberes en casa?», le preguntaron a José Antonio Marina.
Contestó: «Sí, pero poquitos. Por razones de eficacia y por razones de justicia»
El alumno Javier Tamayo siguió a lο suyo. Y así fue sacando su tiempo para curiosear. Por
qué vibra una cuerda. La danza de las partículas. Hoy es premio nacional de Física.

Pedro Simón. ​El Mundo​.

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