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El éter luminífero.

El término éter proviene del griego “aighr” (aither) y significa cielo (o firmamento). Según los
filósofos presocráticos era uno de los cinco elementos de la naturaleza y era una sustancia
ligera que respiraban los dioses. Para Aristóteles el aire, el agua, el fuego y la tierra provenían
de la operación las relaciones caliente/frío y seco/húmedo, sobre una materia primitiva de
naturaleza “desconocida” conocida como Éter.. o Quinto Elemento o Quintaesencia.

El concepto del éter se siguió utilizando hasta finales del Siglo XIX, ligado a dos preceptos:

• el Horror al Vacío que suponían que tenía la naturaleza y que fue echado abajo con los
trabajos de Torricelli sobre la presión atmosférica.
• La publicación de la Fuerza de gravedad de Newton en 1687
• La transmisión de la luz.

En 1666, Sir Isaac Newton propuso la Teoría Corpuscular sobre la naturaleza de la luz, que
establece que la luz está formada por pequeñas partículas que son emitidas por fuentes
luminosas y se propagan en línea recta, atravesando medios transparentes y reflejándose en
medios opacos. La Teoría Corpuscular de Newton explica la transmisión de la luz en el vacío;
describe la refracción a partir de la existencia de unas fuerzas atractivas que provocan cambios
en la dirección de la propagación y la velocidad de las partículas; la reflexión, a partir del rebote
de los corpúsculos sobre la superficie reflector y el color y la dispersión de la luz blanca, sin
embargo, no es capaz de explicar los fenómenos de interferencia luminosa, de difracción, y el
hecho de que los cuerpos no perdían masa al emitir corpúsculos de luz.

En 1678, Christian Huygens postula la Teoría Ondulatoria, que describe que la luz es una onda
longitudinal como la del sonido, explica la transmisión de la luz en línea recta, asumiendo que
la velocidad de la luz en el medio es menor que en el aire. Huygens elaboró la teoría ondulatoria
de la luz, partiendo del concepto de que cada punto luminoso de un frente de ondas puede
considerarse una nueva fuente de ondas (Principio de Huygens) y a partir de ella explicó la
reflexión y refracción, fenómenos propios de las ondas, aunque no pudo explicar la propagación
de la luz en el vacío porque en ese tiempo se pensaba que las ondas requerían un medio
material para propagarse, el éter luminífero.
La mayoría de los Físicos de ese tiempo se inclinaron por la Teoría de Newton, debido en parte
a que Huygens tuvo dificultades para desarrollar su teoría matemáticamente y debido, en gran
medida, al prestigio y la influencia de Newton, sumado al hecho de que la formulación de su
Teoría era sencilla y a que no se detectaran fenómenos de interferencia, entre otras cuestiones.

No fue sino hasta el inicio del Siglo XIX que, a través de algunos experimentos, se demostró la
naturaleza ondulatoria de la luz, uno de los más importantes es el de la doble rendija de Young.

El experimento es muy simple, pero permitió a Thomas Young demostrar de forma convincente
la naturaleza ondulatoria de la luz: cuando las ondas provenientes de dos rendijas estrechas se
superponen sobre una pantalla colocada a cierta distancia paralela a la línea que conecta estas
rendijas, aparece en la pantalla un patrón de franjas claras y oscuras espaciadas regularmente
conocido como patrón de interferencia; fue la primera evidencia de que “luz más luz puede dar
lugar a oscuridad”. En la interferencia tiene lugar una redistribución espacial de la intensidad
luminosa sin que se viole la conservación de la energía, este fenómeno se conoce como
interferencia y con este experimento se probó la Teoría de Huygens sobre al carácter
ondulatorio de la luz. Young creía firmemente en la teoría ondulatoria de la luz y para él éste
había sido el más importante de sus muchos logros científicos. El 24 de noviembre 1803
presentó ante la Royal Society la Bakerian Lecture titulada “Experiments and Calculations
relative to Physical Optics” (Experimentos y cálculos relativos a la óptica física), en la que
exponía la “demostración experimental de la ley general de la interferencia de la luz” y una
“inferencia argumentativa sobre la
naturaleza de la luz”, concluyendo
que la luz era una onda que, como
todas las ondas conocidas hasta
ese momento, necesitaba un
medio material para su
propagación, así que Young
consideró que la luz se propagaba
en el éter luminífero, afirmando que
“un éter luminífero impregna todo el
Universo, raro y elástico en alto
grado” y expresando de manera categórica que “la luz radiante consiste en ondulaciones del
éter luminífero”.

Con el experimento de Young se validaba también la existencia del éter luminífero.

En 1865, 62 años después de la publicación de Young, James Clerk Maxwell publicó en la Roya
Society “A Dynamical Theory of the Electromagnetic Fiel”. En este artículo afirmaba que “la luz
y el electromagnetismo son resultado de la misma sustancia” y que “la luz es una perturbación
electromagnética que se propaga de acuerdo a las leyes del electromagnetismo”.

La naturaleza de la luz era uno de los problemas más difíciles de la Física y Maxwell lo resolvió,
fue capaz de calcular la velocidad de la luz a través del vacío, sin embargo, la teoría de Maxwell
presentaba algunas inconsistencias, no ofrecía -por ejemplo- ningún modelo mecánico del éter
luminífero, que supuestamente era el medio en el que se propagaban las ondas transversales
de luz sin vibración longitudinal. Maxwell también pensó que el éter podría considerarse un
medio para la transmisión de las fuerzas eléctricas y magnéticas, aunque después advertiría
que podía olvidarse completamente de este modelo concreto del éter si se centraba en la forma
matemática de la teoría. En 1878, sin embargo, escribió para la Enciclopedia Británica un
artículo sobre el éter, defendiendo el concepto: “Sean las que fueren las dificultades que
tengamos a la hora de formar una idea consistente de la constitución del éter, no puede haber
duda de que los espacios interplanetarios e interestelares no están vacíos, sino que están
ocupados por una sustancia o cuerpo material, que es ciertamente el más grande, y
probablemente el más uniforme del que tengamos alguna noticia.”

La teoría electromagnética de Maxwell estaba formulada de forma matemática y no estaba


relacionada con ningún modelo concreto de éter, no obstante, él continuaba creyendo que no
podían existir vibraciones sin que hubiera algo que vibre, era impensable que existieran ondas
sin un medio. Además, para los físicos de la época, la idea de “acción a distancia” planteada
por Newton resultaba absurda; si se dice que un cuerpo actúa sobre otro, la palabra “sobre”
implicaba la idea de contacto directo, lo que requería un medio como el éter.

Eventualmente, el hecho de que las ecuaciones de la teoría electromagnética de Maxwell no


necesitaran del éter para explicar los cambios y relaciones entre los campos magnéticos y
eléctricos en el espacio, debilitó la concepción de la existencia del éter. Entonces llegaron
Michelson y Morley.

Los físicos suponían que la luz eran ondas que, si bien no se transmitían a través del aire
(porque entre el sol y la atmósfera terrestre no existe el aire), debían hacerlo a través del éter
luminífero, de manera que la luz se transmitía mediante vibraciones del éter; sin embargo, la
naturaleza del éter luminífero era difícil de comprender: por un lado debía ser rígido para que
las ondas pudieran propagarse a gran velocidad y por el otro debía ser elástico (no viscoso) o
de lo contrario los planetas -debido al rozamiento constante con el éter- irían perdiendo
velocidad. Para el éter, los cuerpos eran permeables de manera que se pensó que era la
referencia inmóvil de todos los movimientos.

Asumiendo que el éter era estacionario y en él se movían todos los sistemas de nuestro
universo, supusieron que la velocidad c era la velocidad de la luz relativa al éter estacionario;
debido al movimiento de la Tierra con una velocidad de 10-4 c , se creyó que debía existir un
“viento del éter” referido a un observador en la Tierra, que cambiaba de dirección según la
rotación terrestre.

Una vez aceptado el éter como referencia, era importante calcular la velocidad de la Tierra
respecto de éste y ese era el objetivo de Albert Abraham Michelson, quien en 1879 midió la
velocidad de la luz obteniendo el valor de 299.940 kilómetros por segundo; su idea era medir el
movimiento de la Tierra en referencia al éter o la velocidad del viento del éter. Michelson
pensaba que si medía la velocidad de la luz (con la Tierra como referencia), cuando ésta se
mueve en la misma dirección y sentido que el planeta, el resultado sería una velocidad inferior
que la medición en sentido contrario.

Michelson y Edward Williams Morley (físico estadounidense colaborador de Michelson)


medirían entonces la velocidad de la luz cuando viaja en la misma dirección y sentido que la
traslación terrestre y en sentido contrario, la diferencia entre estas dos velocidades sería el
doble de la velocidad del viento del éter. Aunque la formulación parecía correcta, el experimento
presentaba dificultades de realización: hacer las mediciones requería usar la luz que, tras
recorrer una longitud, se hacía rebotar en un espejo y eso cancelaba, en la práctica, los cambios
de velocidad. Para resolver este inconveniente, a Michelson y Morles se les ocurrió dirigir dos
rayos de luz, uno en la dirección de la órbita de la Tierra y el otro de manera perpendicular;
midiendo la velocidad de la luz en las dos trayectorias se podía deducir la velocidad del viento
del éter.

Realizaron el experimento utilizando el interferómetro creado por Michelson: la luz procedente


de una fuente incide sobre un espejo semitransparente A, que en parte se refleja y en parte se
transmite. El haz reflejado llega hasta el espejo M2 y vuelve hasta el punto de observación O
donde miramos con nuestro ojo. El haz
transmitido viaja hacia el espejo M1 pasando
a través de una placa de vidrio B y vuelve de
nuevo hacia el espejo semitransparente y
más tarde al ojo situado en O. La placa B que
tiene el mismo espesor que espejo
semitransparente es para garantizar que los
dos haces 1 y 2 atraviesen el mismo espesor
de vidrio. Cuando los dos haces se junten en
O formarán un diagrama de interferencias.

Michelson y Morley estaban utilizando la Ley clásica de composición de velocidades (basada


en la Ley de composición de velocidades establecida por Galileo 1), su experimento consistía
entonces en forzar la bifurcación del rayo luminoso en dos caminos perpendiculares, uno de los
cuales era paralelo al movimiento traslacional de la Tierra. Al reunir de nuevo los subhaces
formados, se deberían detectar interferencias entre ambos debido a que eran ondas de la
misma frecuencia. Michelson y Morley concluyeron que, según las leyes de la óptica geométrica
y la dinámica clásica, para que se produjeran interferencias la longitud necesaria debería ser ½
(L1+L2) ≈ 12m, donde L1 y L2 son los caminos recorridos por los dos haces.

Sin embargo, nunca detectaron interferencias; a pesar de que hicieron muchas medidas
cambiando la orientación del interferómetro para distintas altitudes, a distintas horas del día, en
distintos días y meses, no observaron desplazamiento en las franjas de las interferencias.

El resultado nulo del experimento de Michelson y Morley sólo podía interpretarse al concluir que
la velocidad del viento del éter era nula. Para cualquier orientación de los rayos de luz respecto
a la dirección del movimiento orbital de la Tierra no existía el viento del éter. Dado que la Tierra
se mueve, era imposible que el éter estuviera en reposo. La conclusión lógica es que el éter no
debía existir.

1
La transformación de velocidades de Galileo nos explica la relación entre las velocidades de un cuerpo medida por dos
observadores en movimiento relativo: VA -VB = VR.

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