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El éter luminífero.

El término éter proviene del griego “aighr” (aither) y significa cielo (o firmamento). Según los
filósofos presocráticos era uno de los cinco elementos de la naturaleza y era una sustancia
ligera que respiraban los dioses. Para Aristóteles el aire, el agua, el fuego y la tierra provenían
de la operación las relaciones caliente/frío y seco/húmedo, sobre una materia primitiva de
naturaleza “desconocida” conocida como Éter.. o Quinto Elemento o Quintaesencia.

El concepto del éter se siguió utilizando hasta finales del Siglo XIX, ligado a dos preceptos:

• el Horror al Vacío que suponían que tenía la naturaleza y que fue echado abajo con los
trabajos de Torricelli sobre la presión atmosférica.
• La publicación de la Fuerza de gravedad de Newton en 1687
• La transmisión de la luz.

En 1666, Sir Isaac Newton propuso la Teoría Corpuscular sobre la naturaleza de la luz, que
establece que la luz está formada por pequeñas partículas que son emitidas por fuentes
luminosas y se propagan en línea recta, atravesando medios transparentes y reflejándose en
medios opacos. La Teoría Corpuscular de Newton explica la transmisión de la luz en el vacío;
describe la refracción a partir de la existencia de unas fuerzas atractivas que provocan cambios
en la dirección de la propagación y la velocidad de las partículas; la reflexión, a partir del rebote
de los corpúsculos sobre la superficie reflector y el color y la dispersión de la luz blanca, sin
embargo, no es capaz de explicar los fenómenos de interferencia luminosa, de difracción, y el
hecho de que los cuerpos no perdían masa al emitir corpúsculos de luz.

En 1678, Christian Huygens postula la Teoría Ondulatoria, que describe que la luz es una onda
longitudinal como la del sonido, explica la transmisión de la luz en línea recta, asumiendo que
la velocidad de la luz en el medio es menor que en el aire. Huygens elaboró la teoría ondulatoria
de la luz, partiendo del concepto de que cada punto luminoso de un frente de ondas puede
considerarse una nueva fuente de ondas (Principio de Huygens) y a partir de ella explicó la
reflexión y refracción, fenómenos propios de las ondas, aunque no pudo explicar la propagación
de la luz en el vacío porque en ese tiempo se pensaba que las ondas requerían un medio
material para propagarse, el éter luminífero.
La mayoría de los Físicos de ese tiempo se inclinaron por la Teoría de Newton, debido en parte
a que Huygens tuvo dificultades para desarrollar su teoría matemáticamente y debido, en gran
medida, al prestigio y la influencia de Newton, sumado al hecho de que la formulación de su
Teoría era sencilla y a que no se detectaran fenómenos de interferencia, entre otras cuestiones.

No fue sino hasta el inicio del Siglo XIX que, a través de algunos experimentos, se demostró la
naturaleza ondulatoria de la luz, uno de los más importantes es el de la doble rendija de Young.

El experimento es muy simple, pero permitió a Thomas Young demostrar de forma convincente
la naturaleza ondulatoria de la luz: cuando las ondas provenientes de dos rendijas estrechas se
superponen sobre una pantalla colocada a cierta distancia paralela a la línea que conecta estas
rendijas, aparece en la pantalla un patrón de franjas claras y oscuras espaciadas regularmente
conocido como patrón de interferencia; fue la primera evidencia de que “luz más luz puede dar
lugar a oscuridad”. En la interferencia tiene lugar una redistribución espacial de la intensidad
luminosa sin que se viole la conservación de la energía, este fenómeno se conoce como
interferencia y con este experimento se probó la Teoría de Huygens sobre al carácter
ondulatorio de la luz. Young creía firmemente en la teoría ondulatoria de la luz y para él éste
había sido el más importante de sus muchos logros científicos. El 24 de noviembre 1803
presentó ante la Royal Society la Bakerian Lecture titulada “Experiments and Calculations
relative to Physical Optics” (Experimentos y cálculos relativos a la óptica física), en la que
exponía la “demostración experimental de la ley general de la interferencia de la luz” y una
“inferencia argumentativa sobre la
naturaleza de la luz”, concluyendo
que la luz era una onda que, como
todas las ondas conocidas hasta
ese momento, necesitaba un
medio material para su
propagación, así que Young
consideró que la luz se propagaba
en el éter luminífero, afirmando que
“un éter luminífero impregna todo el
Universo, raro y elástico en alto
grado” y expresando de manera categórica que “la luz radiante consiste en ondulaciones del
éter luminífero”.

Con el experimento de Young se validaba también la existencia del éter luminífero.

En 1865, 62 años después de la publicación de Young, James Clerk Maxwell publicó en la Roya
Society “A Dynamical Theory of the Electromagnetic Fiel”. En este artículo afirmaba que “la luz
y el electromagnetismo son resultado de la misma sustancia” y que “la luz es una perturbación
electromagnética que se propaga de acuerdo a las leyes del electromagnetismo”.

La naturaleza de la luz era uno de los problemas más difíciles de la Física y Maxwell lo resolvió,
fue capaz de calcular la velocidad de la luz a través del vacío, sin embargo, la teoría de Maxwell
presentaba algunas inconsistencias, no ofrecía -por ejemplo- ningún modelo mecánico del éter
luminífero, que supuestamente era el medio en el que se propagaban las ondas transversales
de luz sin vibración longitudinal. Maxwell también pensó que el éter podría considerarse un
medio para la transmisión de las fuerzas eléctricas y magnéticas, aunque después advertiría
que podía olvidarse completamente de este modelo concreto del éter si se centraba en la forma
matemática de la teoría. En 1878, sin embargo, escribió para la Enciclopedia Británica un
artículo sobre el éter, defendiendo el concepto: “Sean las que fueren las dificultades que
tengamos a la hora de formar una idea consistente de la constitución del éter, no puede haber
duda de que los espacios interplanetarios e interestelares no están vacíos, sino que están
ocupados por una sustancia o cuerpo material, que es ciertamente el más grande, y
probablemente el más uniforme del que tengamos alguna noticia.”

La teoría electromagnética de Maxwell estaba formulada de forma matemática y no estaba


relacionada con ningún modelo concreto de éter, no obstante, él continuaba creyendo que no
podían existir vibraciones sin que hubiera algo que vibre, era impensable que existieran ondas
sin un medio. Además, para los físicos de la época, la idea de “acción a distancia” planteada
por Newton resultaba absurda; si se dice que un cuerpo actúa sobre otro, la palabra “sobre”
implicaba la idea de contacto directo, lo que requería un medio como el éter.

Eventualmente, el hecho de que las ecuaciones de la teoría electromagnética de Maxwell no


necesitaran del éter para explicar los cambios y relaciones entre los campos magnéticos y
eléctricos en el espacio, debilitó la concepción de la existencia del éter. Entonces llegaron
Michelson y Morley.

Los físicos suponían que la luz eran ondas que, si bien no se transmitían a través del aire
(porque entre el sol y la atmósfera terrestre no existe el aire), debían hacerlo a través del éter
luminífero, de manera que la luz se transmitía mediante vibraciones del éter; sin embargo, la
naturaleza del éter luminífero era difícil de comprender: por un lado debía ser rígido para que
las ondas pudieran propagarse a gran velocidad y por el otro debía ser elástico (no viscoso) o
de lo contrario los planetas -debido al rozamiento constante con el éter- irían perdiendo
velocidad. Para el éter, los cuerpos eran permeables de manera que se pensó que era la
referencia inmóvil de todos los movimientos.

Asumiendo que el éter era estacionario y en él se movían todos los sistemas de nuestro
universo, supusieron que la velocidad c era la velocidad de la luz relativa al éter estacionario;
debido al movimiento de la Tierra con una velocidad de 10-4 c , se creyó que debía existir un
“viento del éter” referido a un observador en la Tierra, que cambiaba de dirección según la
rotación terrestre.

Una vez aceptado el éter como referencia, era importante calcular la velocidad de la Tierra
respecto de éste y ese era el objetivo de Albert Abraham Michelson, quien en 1879 midió la
velocidad de la luz obteniendo el valor de 299.940 kilómetros por segundo; su idea era medir el
movimiento de la Tierra en referencia al éter o la velocidad del viento del éter. Michelson
pensaba que si medía la velocidad de la luz (con la Tierra como referencia), cuando ésta se
mueve en la misma dirección y sentido que el planeta, el resultado sería una velocidad inferior
que la medición en sentido contrario.

Michelson y Edward Williams Morley (físico estadounidense colaborador de Michelson)


medirían entonces la velocidad de la luz cuando viaja en la misma dirección y sentido que la
traslación terrestre y en sentido contrario, la diferencia entre estas dos velocidades sería el
doble de la velocidad del viento del éter. Aunque la formulación parecía correcta, el experimento
presentaba dificultades de realización: hacer las mediciones requería usar la luz que, tras
recorrer una longitud, se hacía rebotar en un espejo y eso cancelaba, en la práctica, los cambios
de velocidad. Para resolver este inconveniente, a Michelson y Morles se les ocurrió dirigir dos
rayos de luz, uno en la dirección de la órbita de la Tierra y el otro de manera perpendicular;
midiendo la velocidad de la luz en las dos trayectorias se podía deducir la velocidad del viento
del éter.

Realizaron el experimento utilizando el interferómetro creado por Michelson: la luz procedente


de una fuente incide sobre un espejo semitransparente A, que en parte se refleja y en parte se
transmite. El haz reflejado llega hasta el espejo M2 y vuelve hasta el punto de observación O
donde miramos con nuestro ojo. El haz
transmitido viaja hacia el espejo M1 pasando
a través de una placa de vidrio B y vuelve de
nuevo hacia el espejo semitransparente y
más tarde al ojo situado en O. La placa B que
tiene el mismo espesor que espejo
semitransparente es para garantizar que los
dos haces 1 y 2 atraviesen el mismo espesor
de vidrio. Cuando los dos haces se junten en
O formarán un diagrama de interferencias.

Michelson y Morley estaban utilizando la Ley clásica de composición de velocidades (basada


en la Ley de composición de velocidades establecida por Galileo 1), su experimento consistía
entonces en forzar la bifurcación del rayo luminoso en dos caminos perpendiculares, uno de los
cuales era paralelo al movimiento traslacional de la Tierra. Al reunir de nuevo los subhaces
formados, se deberían detectar interferencias entre ambos debido a que eran ondas de la
misma frecuencia. Michelson y Morley concluyeron que, según las leyes de la óptica geométrica
y la dinámica clásica, para que se produjeran interferencias la longitud necesaria debería ser ½
(L1+L2) ≈ 12m, donde L1 y L2 son los caminos recorridos por los dos haces.

Sin embargo, nunca detectaron interferencias; a pesar de que hicieron muchas medidas
cambiando la orientación del interferómetro para distintas altitudes, a distintas horas del día, en
distintos días y meses, no observaron desplazamiento en las franjas de las interferencias.

El resultado nulo del experimento de Michelson y Morley sólo podía interpretarse al concluir que
la velocidad del viento del éter era nula. Para cualquier orientación de los rayos de luz respecto
a la dirección del movimiento orbital de la Tierra no existía el viento del éter. Dado que la Tierra
se mueve, era imposible que el éter estuviera en reposo. La conclusión lógica es que el éter no
debía existir.

Cuerpo negro.
Se denomina cuerpo negro a un objeto que es capaz de absorber toda la luz y toda la energía
que incide sobre él; el cuerpo negro emite radiación debida a su estado térmico y es un modelo
físico ideal para estudiar la emisión de radiación electromagnética. La luz emitida por un cuerpo
negro se llama “radiación de cuerpo negro”.

Desde mediados del siglo XIX se entendía que si un cuerpo recibía radiación de frecuencia v,
ésta podía ser reflejada o absorbida y que una cantidad X de radiación dada, sólo una fracción
es absorbida. Si A(v) es el llamado coeficiente de absorción del cuerpo con respecto a una
radiación de frecuencia v; esta cantidad es adimensional u varía de cero a uno, 0 ≤ A(v) ≤ 1,
dependiendo del cuerpo. Un cuerpo que absorbe radiación de frecuencia V también emite
radiación de la misma frecuencia. Gustav Robert Kirchhoff demostró que si un cuerpo se
encuentra en equilibrio termodinámico con radiación electromagnética de frecuencia V,
entonces la cantidad de energía J(v) que emite por unidad de tiempo y por unidad de área del
cuerpo en el intervalo de frecuencias v y v + dv es: J(v, T) = cA(v)I(v, T), donde c es la velocidad
de la luz. Debido a que I(ν, T) es una propiedad exclusiva de la radiación, entonces, la razón
J(ν, T)/A(ν) es universal. Si consideramos un cuerpo hipotético que absorba radiación con
A(ν)=1 para toda frecuencia ν, entonces su espectro de emisión es precisamente la distribución
de energía de la radiación I(ν, T). Un cuerpo que absorba toda la radiación que reciba no se
“vería”, o alternativamente, se vería “negro”. Por lo tanto, a ese material ideal se le llamó cuerpo
negro.

Kirchhoff postuló entonces que, cuando un conjunto de cuerpos se encuentra en equilibrio


térmico, los cuerpos que absorben intensamente ciertos rayos también los emitirán
intensamente, y viceversa. La ley de Kirchhoff conduce a una consecuencia interesante: los
cuerpos que intercambian calor por medio de la radiación reciben (para una longitud de onda y
temperatura dados) ondas de la misma intensidad de los cuerpos vecinos, independiente del
material que los constituya y de las propiedades que tengan. Según esto se puede determinar
una función de la intensidad de la radiación absorbida por un cuerpo en función de la longitud
de onda λ de la radiación y de la temperatura T, que caracteriza el proceso del intercambio
calorífico por radiación que es válido para todos los cuerpos en la naturaleza.

Pero, si bien el concepto del cuerpo negro es muy apropiado en cuanto a su poder de absorción,
no lo es tanto cuando convierte la energía calorífica en radiación electromagnética. En el cuerpo
negro imaginario de Kirchhoff la radiación sufre diversas reflexiones en las paredes hasta que
se absorbe por completo, el agujero actúa como un emisor perfecto, puesto que las radiaciones
que salen a través de él muestran todas las longitudes de onda presentes, a esa temperatura,
en el interior del cuerpo. Utilizando las matemáticas Kirchjoff demostró, como ya mencionamos
antes, que el rango y la intensidad de la radiación en el interior dependen únicamente de la
temperatura; sin embargo, ante la imposibilidad de experimentar con un cuerpo negro real, su
formulación no pasaba del nivel teórico. Entonces, Josef Stefan (físico y matemático austriaco)
propuso una relación que establecía que la densidad de energía de la radiación del cuerpo
negro era proporcional a la cuarta potencia de la temperatura absoluta: j* = T4, esa expresión
resultaba adecuada para un intervalo amplio de temperaturas. Después, Ludwig Edward
Boltzmann confirió cuerpo teórico a la Ley de Stefan a partir del segundo principio de la
termodinámica2 y de la teoría electromagnética de Maxwel:  = Te4, donde  es una propiedad
radiativa de la superficie denominada emisividad. Con valores en el rango 0 ≤  ≤ 1, esta
propiedad es la relación entre la radiación emitida por una superficie real y la emitida por el
cuerpo negro a la misma temperatura. Esto depende del material de la superficie y de su
acabado, de la longitud de onda y de la temperatura de la superficie.

Wilhelm Wien (físico alemán), descubrió una sencilla relación matemática que describía el
efecto del cambio de temperatura en el espectro de la radiación emitida por el cuerpo negro;
encontró que conforme el cuerpo negro se va calentando, el máximo del espectro de la
distribución se desplaza hacia longitudes de onda más cortas, ésto significaba que la longitud
de onda del máximo de radiación multiplicada por la temperatura de un cuerpo negro es siempre
una constante. Es decir, que una vez calculada la constante numérica, midiendo la longitud de
onda del pico de emisión a una determinada temperatura, podía calcularse la longitud de onda
máxima para cualquier otra temperatura. El resultado de Wien se denomina ley del
desplazamiento porque muestra cómo la curva de densidad de energía se desplaza a medida
que cambia la temperatura de la cavidad.
Tiempo después, Ferndinand Kurlbaum y Ernst Pringsheim, construyeron un cuerpo negro
mejorado y obtuvieron el espectro necesario para estudiar la validez de la ley de desplazamiento
así como la ley de distribución de Wien, aunque existían ciertas discrepancias en la región
infrarroja del espectro. Estas podían deberse a errores experimentales, la única forma de
saberlo era ampliar aún más el intervalo de longitudes de onda y temperaturas. Unos meses
después, Friedrich Paschen anunció que sus datos, a temperaturas inferiores a las de Lummer
y Prignsheim, coincidían con las predicciones de la ley de distribución de Wien.

En 1900, Lord Rayleigh y James Jeans (físicos británicos), llegaron a otra expresión por medio
de un procedimiento distinto: conjuntaron la física de Newton, Maxwell y Boltzman para dividir
la energía de la radiación del cuerpo negro entre las diferentes longitudes de onda presentes
dentro de la cavidad. El uso del teorema de equipartición3 no satisfacía a Rayleigh (que
consideraba que sólo era válido para ciertas condiciones), sin embargo reconocía que “aunque
la doctrina falla, en general, por alguna razón aún sin explicar, parece posible que pueda
aplicarse a los modos más graves” refiriéndose a las vibraciones de longitud de onda largas,
las únicas a las que en su opinión podía aplicarse la ecuación.

La ley de Rayleigh-Jeans, dio un ajuste excelente entre teoría y observación en la zona de baja
frecuencia; sin embargo, para las altas frecuencias la predicción no resultaba, ya que se preveía
un aumento infinito de la energía en la región del ultravioleta; Rayleigh y Jeans advirtieron que
aquello no tenía ningún sentido, entre otras cosas porque la vida humana no era posible en un
universo sumido en un océano de radiación ultravioleta, a éste “error” Paul Ehrenfest (físico
austriaco), lo denominó “catástrofe ultravioleta”.

Max Planck (físico y matemático alemán), alumno de Kirchhoff se dedicó a analizar problemas
termodinámicos. Utilizó el mismo modelo que lord Rayleigh y eligió un sencillo oscilador
armónico cargado (una carga que oscila sujeta a un resorte) para simular la emisión de luz; a
partir de ello dedujo que la intensidad emitida a una cierta frecuencia se determina por dos
factores: el primero, proporcional al cuadrado de la frecuencia, y el segundo, a la energía
promedio contenida en el oscilador. El primer factor es equivalente a la Ley de Rayleigh; el
segundo, la energía promedio, es proporcional a la temperatura absoluta de la cavidad y la
constante de proporcionalidad es (de acuerdo con un teorema general que Boltzmann probó en
la mecánica estadística clásica), una constante universal k, que hoy llamamos la Constante de
Boltzmann. Planck obtiene un resultado acorde con la ley de Wien y con la catástrofe
ultravioleta, estas conclusiones de la mecánica y el electromagnetismo clásicos resultan
inevitables. Para eliminar esa catástrofe, Planck se vio forzado a calcular la energía promedio
en cada oscilador, dejó las recetas de Boltzmann y postuló que las energías del oscilador sólo
vienen en paquetes, que él denominó cuantos. La energía sólo puede ser múltiplo de una

energía fundamental, ϵ0, que es la de un paquete. Con esta suposición, revolucionaria, Planck
pudo explicar los resultados de la intensidad de la radiación electromagnética emitida por un
cuerpo negro, eliminando así la catástrofe ultravioleta. Al mismo tiempo, cerró el capítulo clásico
de la física y abrió el que dominaría a esta ciencia durante el siglo XX: el capítulo de la física
cuántica.

Efecto fotoeléctrico
Es la emisión de electrones de un metal cuando se hace incidir sobre él una radiación
electromagnética (luz visible o ultravioleta, en general).

Las primeras observaciones del efecto fotoeléctrico sucedieron en los experimentos sobre la
producción y recepción de ondas electromagnéticas, realizados en 1887 por Heinrich Hertz
(físico alemán). Su receptor consistía en una bobina en la que se podía producir una chispa
como producto de la recepción de ondas electromagnéticas, para observar mejor la chispa Hertz
encerró su receptor en una caja negra. Sin embargo, la longitud máxima de la chispa se reducía
en este caso comparada con las observaciones de chispas anteriores. La absorción de luz
ultravioleta facilitaba el salto de los electrones y la intensidad de la chispa eléctrica producida
en el receptor; Hertz se limitó a publicar un artículo con sus resultados, sin intentar explicar sus
observaciones.

En 1897 Joseph John Thomson (físico británico), investigaba los rayos catódicos, influenciado
por los trabajos de James Clerk Maxwell, Thomson dedujo que los rayos catódicos consistían
de un flujo de partículas cargadas negativamente a los que llamó corpúsculos y que ahora se
conocen como electrones. Thomson utilizaba una placa metálica encerrada en un tubo de vacío
como cátodo exponiendo este a luz de diferente longitud de onda; consideraba que el campo
electromagnético de frecuencia variable producía resonancias con el campo eléctrico atómico
y que si estas alcanzaban una amplitud suficiente podía producirse la emisión de un
"corpúsculo" subatómico de carga eléctrica y por lo tanto el paso de la corriente eléctrica. La
intensidad de esta corriente eléctrica variaba con la intensidad de la luz: incrementos mayores
de la intensidad de la luz producían incrementos mayores de la corriente, la radiación de mayor
frecuencia producía la emisión de partículas con mayor energía cinética.

En 1902 Philipp Eduard Anton von Lenard (físico húngaro nacionalizado alemán), realizó
observaciones del efecto fotoeléctrico en las que se ponía de manifiesto la variación de energía
de los electrones con la frecuencia de la luz incidente. La energía cinética de los electrones
podía medirse a partir de la diferencia de potencial necesaria para frenarlos en un tubo de rayos
catódicos. La radiación ultravioleta requería por ejemplo potenciales de frenado mayores que la
radiación de mayor longitud de onda. Los experimentos de Lenard arrojaban datos únicamente
cualitativos dadas las dificultades del equipo instrumental con el cual trabajaba.

En 1905 Albert Einstein (físico alemán nacionalizado suizo, austriaco y estadounidense)


propuso una descripción matemática de este fenómeno que parecía funcionar correctamente y
en la que la emisión de electrones era producida por la absorción de cuantos de luz que más
tarde serían llamados fotones. En un artículo titulado "Un punto de vista heurístico sobre la
producción y transformación de la luz" mostró cómo la idea de partículas discretas de luz podía
explicar el efecto fotoeléctrico y la presencia de una frecuencia característica para cada material
por debajo de la cual no se producía ningún efecto. Por esta explicación del efecto fotoeléctrico
Einstein recibiría el Premio Nobel de Física en 1921.

El trabajo de Einstein predecía que la energía con la que los electrones escapaban del material
aumentaba linealmente con la frecuencia de la luz incidente. Sorprendentemente este aspecto
no había sido observado en experiencias anteriores sobre el efecto fotoeléctrico. La
demostración experimental de este aspecto fue llevada a cabo en 1915 por el físico
estadounidense Robert Andrews Millikan.

Los fotones del rayo de luz tienen una energía característica determinada por la frecuencia de
la luz. En el proceso de fotoemisión, si un electrón absorbe la energía de un fotón y éste último
tiene más energía que la función trabajo, el electrón es arrancado del material; si la energía del
fotón es demasiado baja, el electrón no puede escapar de la superficie del material. Aumentar
la intensidad del haz no cambia la energía de los fotones constituyentes, solo cambia el número
de fotones. En consecuencia, la energía de los electrones emitidos no depende de la intensidad
de la luz, sino de la energía de los fotones individuales.

Los electrones pueden absorber energía de los fotones cuando son irradiados, pero siguiendo
un principio de "todo o nada". Toda la energía de un fotón debe ser absorbida y utilizada para
liberar un electrón de un enlace atómico, o si no la energía es re-emitida. Si la energía del fotón
es absorbida, una parte libera al electrón del átomo y el resto contribuye a la energía cinética
del electrón como una partícula libre.

Einstein no se proponía estudiar las causas del efecto en el que los electrones de ciertos
metales, debido a una radiación luminosa, podían abandonar el metal con energía cinética; más
bien intentaba explicar el comportamiento de la radiación, que obedecía a la intensidad de la
radiación incidente, al conocerse la cantidad de electrones que abandonaba el metal y a la
frecuencia de la misma, que era proporcional a la energía que impulsaba a dichas partículas.

La formulación matemática del efecto fotoeléctrico es hf =  +k, donde h es la constante de


Planck, f es la frecuencia de corte o frecuencia mínima de los fotones para que tenga lugar el
efecto fotoeléctrico,  es la función de trabajo o mínima energía necesaria para llevar un electrón
del nivel de Fermi al exterior del material y k es la máxima energía cinética de los electrones
que se observa experimentalmente. Si la energía del fotón (hf) no es mayor que la función de
trabajo (), ningún electrón será emitido. Si los fotones de la radiación que inciden sobre el metal
tienen una menor energía que la de función de trabajo, los electrones del material no obtienen
suficiente energía como para emitirse de la superficie metálica. En algunos materiales esta
ecuación describe el comportamiento del efecto fotoeléctrico de manera tan sólo aproximada.
Esto es así porque el estado de las superficies no es perfecto (contaminación no uniforme de la
superficie externa).

Planck había llegado a la conclusión de que el traspaso de energía entre la materia y la radiación
en el cuerpo negro ocurría a través de paquetes de energía, sin embargo, no quiso admitir que
la energía radiante una vez desprendida de la materia también viajaba en forma corpuscular;
continuó considerando a la radiación que se propaga como una onda clásica.

En 1905, Albert Einstein fue un paso más allá al explicar completamente las características del
efecto fotoeléctrico. Para ello retomó la idea del quanto de energía de Planck, postulando que:
La radiación electromagnética está compuesta por paquetes de energía o fotones. Cada fotón
transporta una energía (E=vh), donde (v) es la frecuencia de la radiación y (h) es la constante
de Planck.

Cuando un fotón incide sobre el metal, transfiere toda su energía a alguno de los electrones. Si
esta energía es suficiente para romper la ligadura del electrón con el metal, entonces el electrón
se desprende. Si el fotón transporta más energía de la necesaria, este exceso se transforma en
energía cinética del electrón.

Esta teoría explica perfectamente los siguientes hechos observados:

• Si la frecuencia de la radiación es baja (como en la luz visible), los fotones no acarrean


la suficiente energía como para arrancar electrones, aunque se aumente la intensidad
de la luz o el tiempo durante el cual incide. Para cada tipo de material existe una
frecuencia mínima por debajo de la cual no se produce el efecto fotoeléctrico.
• Si la frecuencia de la radiación es suficiente para que se produzca el efecto fotoeléctrico,
un crecimiento de la intensidad hace que sea mayor el número de electrones arrancados
(consecuentemente, será mayor la corriente), pero no afecta la velocidad de los
electrones. Aumentar la intensidad de la luz equivale a incrementar el número de fotones,
pero sin aumentar la energía que transporta cada uno.
• Según la teoría clásica, habría un tiempo de retardo entre la llegada de la radiación y la
emisión del primer electrón. Ya que la energía se distribuye uniformemente sobre el
frente de la onda incidente, ésta tardaría al menos algunos cientos de segundos en
transferir la energía necesaria. La teoría de Einstein, en cambio, predice que: Una
radiación de frecuencia adecuada, aunque de intensidad sumamente baja, produce
emisión de electrones en forma instantánea.

Pasaron diez años de experimentación hasta que la nueva teoría fue corroborada y aceptada.
Se determinó el valor de h (h = 6,626x10-34 Js) a partir de experiencias de efecto fotoeléctrico y
se encontró que concordaba perfectamente con el valor hallado por Planck a partir del espectro
de radiación de cuerpo negro. Desde ese momento los físicos aceptaron que, si bien la luz se
propaga como si fuera una onda, al interactuar con la materia (en los procesos de
absorción y emisión) se comporta como un haz de partículas. Esta sorprendente conducta
es lo que se ha llamado la naturaleza dual de la luz. Esto muestra que las ideas surgidas del
mundo macroscópico no son aplicables al inimaginable mundo micro-nanoscópico.

En la actualidad, el efecto fotoeléctrico es la base de la producción de energía eléctrica por


radiación solar y del aprovechamiento energético de la energía solar. Se utiliza también para la
fabricación de células utilizadas en los detectores de llama de las calderas de las grandes
centrales termoeléctricas; también es el principio de funcionamiento de los sensores utilizados
en las cámaras digitales. Igualmente, se utiliza en diodos fotosensibles tales como los que se
utilizan en las células fotovoltaicas y en electroscopios o electrómetros. El material fotosensible
más utilizado es, aparte de los derivados del cobre (ahora en menor uso), el silicio, que produce
corrientes eléctricas mayores. El efecto fotoeléctrico también se manifiesta en cuerpos
expuestos a la luz solar de forma prolongada. Por ejemplo, las partículas de polvo de la
superficie lunar adquieren carga positiva debido al impacto de fotones; las partículas cargadas
se repelen mutuamente elevándose de la superficie y formando una tenue atmósfera. Los
satélites espaciales también adquieren carga eléctrica positiva en sus superficies iluminadas y
negativa en las regiones oscurecidas, por lo que es necesario tener en cuenta estos efectos de
acumulación de carga en su diseño.

1
La transformación de velocidades de Galileo nos explica la relación entre las velocidades de un cuerpo medida por dos
observadores en movimiento relativo: VA -VB = VR.
2
“La cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse en el tiempo.”
3
Fórmula general que relaciona la temperatura de un sistema con su energía media. El teorema de equipartición también
se conoce como la ley de equipartición, equipartición de la energía, o simplemente equipartición. La idea central de la
equipartición es que, en equilibrio térmico, la energía se reparte en partes iguales entre sus varias formas; por ejemplo, la
energía cinética promedio en un movimiento de traslación de una molécula debe ser igual a la energía cinética promedio en
su movimiento de rotación.

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