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Lukacs Georg - Realistas Alemanes Del Siglo XIX
Lukacs Georg - Realistas Alemanes Del Siglo XIX
OBRAS COMPLETAS
vol. 11
GEORG LUKÁCS
REALISTAS
ALEMANES
DEL SIGLO XIX
Traducción castellana de
JACOBO M UÑOZ
EDICIONES GRIJALBO, S. A.
BARCELONA-MÉXICO, D. F.
Título original
DEUTSCHE RE ALISTEN DES 19. JAHRHUNDERTS
Traducido por
1ACOBO MUÑOZ
© 1964, H e r m a n n L u c h t e r h a n d V e r l a g G m b H
© 1970, E d i c i o n e s G r ija l b o S. A.
Aragón, 386, Barcelona, 9 (España)
IMPRESO EN ESPAÑA
PRINTRD IN SPA1N
P r ó l o g o ................................................................................................ 1
La tragedia de H einrich von K l e i s t .......................................... 15
E ic h e n d o r f f ........................................................................................ 49
G eorg B ü c h n e r ................................................................................ 69
H ein rich H ein e com o p oeta n a c i o n a l .................................. 95
G ottfried K e lle r ................................................................................159
W ilhelm R a a b e ................................................................................255
El viejo F o n t a n e ........................................................................ 291
E stu d io s sobre el « F a u s to » .......................................................... 343
Don Q u ij o t e ........................................................................................449
Sobre un asp ecto d e la actualidad de Shakespeare . . 459
VII
PROLOGO
I
La incurable soledad de todos los seres humanos, la desespe
ra n z a d o s opacidad del mundo y de todo acontecer mundano: ésa
es la atm ósfera trágica de K leist, tanto en la vida com o en la
literatura. Sylvester von Schroffenstein, una de las figuras del
primer drama de Kleist, acaso exprese este sentim iento de la
manera m ás plástica:
II
ñas, según las cuales sólo com o verdadero vencido puede llegar
a convertirse él en el feliz esposo de Penthesilea. En este duelo
cae Aquiles. Penthesilea, ahita de sangre, se suicida.
A raíz de su lucha contra la Francia napoleónica se despertó
nuevamente en Kleist el sentim iento patriótico. Sentim iento gra
cias al que sus dramas fueron informados de un nuevo carácter,
mucho más objetivo, viniendo a configurar así temas significativos
en el orden nacional. En este período cabe percibir en K leist una
decidida evolución hacia arriba. En lo esencial «Hermannschlacht»
todavía es, realmente, un drama del viejo tipo kleistiano, en el
que, sin embargo, la pasión del protagonista ha adquirido ya un
contenido nacional objetivo: la liberación de Germania del yugo
de los romanos. El caos de errores y malentendidos que también
en este caso constituye la materia última de la acción, adquiere
así un carácter nuevo: Hermann conduce falsamente a los ro
manos, de manera tan astuta com o consciente, siguiéndose de este
modo toda una cadena de engaños, fruto de una conspiración, y
que conducen a su autor al éxito deseado. De ahí, por otra par
te, que sólo ocasionalmente se deduzca de estos engaños el trágico
talante de decepción kleistiano. Sólo en el episodio de Thusnelda
y Ventidius lo encontramos de manera realmente central y ope
rante. Respecto de la obra de K leist resulta, además, extraordi
nariamente significativo que en este punto nos encontrem os ante
una especie de precedente de la tragedia de la relación hombre-
mujer ofrecida por Hebbel o Ibsen, es decir, la insatisfacción de
la mujer ante el trato de «cosa» (Hebbel) que le da el hombre
enamorado, siendo por otra parte, típicamente kleistiana la forma
exterior que adopta la trágica decepción de Thusnelda, que arroja
a Ventidius a un oso hambriento, para que éste lo devore. En
este punto se concentran, precisam ente a consecuencia del odio
nacional que informa este episodio amoroso, las contradicciones
todas de la obra kleistiana: un refinamiento extremadamente mo
derno en el sentimiento y su dialéctica, unido a una barbarie no
menos extremada, tan cruel com o punzante.
«Prinz Friedrich von Homburg» es el primer y único drama
de K leist basado en un conflicto entre el individuo y la sociedad.
En el desarrollo dramático de esta obra encontramos el reflejo de
una participación en el esfuerzo por la liberación nacional, a pesar
de que K leist toma parte de estas luchas militando en la fracción
más reaccionaria. Porque, en todo caso, el nudo dramático del
«Prinz von Homburg», es decir, el conflicto al que venim os refi
riéndonos, no deja de estar en relación muy estrecha con los es
fuerzos de los reformadores prusianos, con el intento, en suma,
34 Georg Lukács
III
Hay escritores que con su obra toda, o al m enos con una parte
sustantiva de ella, entran de lleno en la corriente más viva de la
literatura, y otros, por el contrario, de quienes sólo algunos as
pectos resisten el paso del tiempo. Eichendorff pertenece a estos
últim os. Sus poemas, su «Taugenichts», sobre todo, llegaron a
cobrar una popularidad incomparable en la literatura alemana
del siglo xix. Sus otros escritos: novelas, narraciones, dramas,
ensayos histórico-literarios, etc. han caído en un olvido superior
al que acompaña a casi toda la restante producción del m ovimiento
romántico alemán. Ni siquiera tiene devotos entre los especialis
tas, com o puede ocurrirles a A m im o a Brentano; está, pues, casi
muerto realmente, es decir, reducido a lectura obligada para los
historiadores de la literatura.
Sem ejantes diferencias en el destino literario de sus obras no
pueden ser explicadas sino a partir de la infraestructura social y
de la personalidad de Eichendorff.
Eichendorff desciende de una vieja estirpe de la nobleza. Es
educado en el castillo silesiano de su familia. Sus estudios uni
versitarios coinciden con los años de floración del Romanticismo,
y sigue cursos en los centros espiritualmente activos del momento:
en Halle (1805) y en Heidelberg (1807). Conoce así a la mayor
parte de los poetas y pensadores románticos m ás importantes, y
entabla con ellos relación am istosa (nos referim os a Steffens,
Schleiermacher, Arnim, Brentano, Gorres, etc.). Durante sus viajes
a París y Viena conoce tam bién a Friedrich Schlegel, Adam Müller
y Gentz. Toma parte activa, com o oficial, en la guerra de indepen
dencia, entrando acto seguido al servicio del estado prusiano,
(hasta 1844). Muere en 1857, una vez afianzados en él los puntos
de vista conservadores a raíz del movimiento de los años 40 y de
la Revolución de 1848.
50 Georg Lukács
que la atm ósfera del cuento conduce al centro m ism o del pre
sente. Sería no poco interesante investigar cómo y en qué momen
tos introduce Eichendorff en su narración, cambiándolos por com
pleto, elem entos sacados de los cuentos populares. E l motivo
central de «Taugenichts», por ejemplo, ofrece un cierto y vago
parentesco con el de «Hans im Glück».
En el centro mism o de esta magia formal tan idílica late, sin
embargo, un moderno sentim iento polémico auténtico y fuerte.
Considerado como un todo, este hermoso e inocente idilio expresa
una protesta contra la de un punto de vista humano infructífera
y estéril actividad de la vida moderna, contra la «habilidad» y «di
ligencia» de los viejos y nuevos filisteos.
La lucha a favor de una vida llena de sentido y digna del hom
bre en el capitalismo no es, en un sentido muy amplio, sino una
lucha a favor del ocio. Según Marx: «El tiempo es el espacio de
la evolución humana. Un hombre privado de tiem po libre y cuya
vida entera esté ocupada, aparte de las pausas debidas a motivos
estrictam ente físicos, com o el sueño y la comida, por su trabajo
para los capitalistas, no llega a ser ni siquiera un animal de carga.
Es una simple máquina dedicada a la producción de riqueza ajena,
físicam ente quebrantado y espiritualmente animalizado». Por otra
parte, en sus famosas reflexiones sobre la libertad y la necesidad
el propio Marx ofrece un tam bién exacto esbozo de la posible so
lución del problema del socialism o. Determina la importancia de
los controles sociales de la producción para las relaciones de los
hombres entre sí y entre ellos y la naturaleza: «Pero se trata toda
vía de un reino de la necesidad. Más allá de él com ienza la ver
dadera evolución humana, válida com o un fin en sí misma, el verda
dero reino de la libertad que sólo puede florecer, sin embargo,
sobre la base de aquel reino de la necesidad. El primer requisito
es la reducción de la jornada del trabajo».
El mundo capitalista de la libre concurrencia y de la libertad
burguesa implica una creciente destrucción de este espacio abierto
(en sentido marxista) necesario para una evolución armónica y
real de los seres humanos. Marx y Engels han hecho ver repetida
m ente que este proceso de sometimiento y esclavización de las
personas desencadenado por la división del trabajo de tipo capita
lista no sólo actúa con todas sus consecuencias sobre los explo
tados, sino asimismo sobre los explotadores.
Este problema juega un papel muy importante en todos los
movimientos románticos de oposición al capitalismo ascendente,
surgidos impetuosamente al hilo del triunfo de la sociedad bur
guesa a raíz de la Revolución Francesa y de la revolución indus
62 Georg Lukács
* Karl Vietor: «Die Tragódie des heldischen Pessimismus» Dt. Vj., S., 12,
1934; Arthur Pfeiffer: «Georg Büchner. Vom Wesen der Geschichte des Da-
m onischen und Dramatischcn». 1934.
Realistas alemanes del siglo XIX 71
II
III
i
Realistas alemanes del siglo XIX 79
IV
* Carta de Georg Büchner a su prom etida (¿1833?), en: Büchner, G.: VIerke
und B riefe (Obras y Cartas), edic. preparada por F. Bergemann, Wiesbaden
(Insel), 1958, pág. 374. — (N . del T.)
Realistas alemanes del siglo XIX 85
* Heine, Heinrich: G esam m elte W erke (Obras Completas), vol. V, pág. 41.
(N . del T.)
86 Georg Lukács
VI
¡Jardín maldito! En él
no había, ay, lugar
en el que mi corazón no hubiera sido herido
ni lugar en el que m is ojos no hubieran llorado.
II
ocasión llega a decir que los Rothschild son los más fuertes impul
sores de la Revolución. «Veo en Rothschild uno de los máximos
representantes de ese espíritu revolucionario al que debemos la
moderna democracia. Richelieu, Robespierre y Rothschild son para
m í tres nombres terroríficos que significan la gradual eliminación
de la vieja aristocracia. Richelieu, Robespierre y Rothschild son
los tres niveladores más terribles de Europa.»
La crítica de Heine a la sociedad capitalista y a su cultura está
cada vez más penetrada en la seguridad de que sus días están
contados. «La sociedad neoburguesa quiere agotar febrilm ente la
últim a copa en el vértigo de los placeres, al igual que la vieja no
bleza de los años inm ediatamente anteriores a 1789, también ella
escucha ya en el corredor los pasos marmóreos de los nuevos
dioses, que entrarán en la gran sala de fiestas sin llamar a la puerta,
y volcarán las mesas.» El odio y el desprecio de Heine a la bur
guesía son tan grandes, que infravalora su capacidad de resistencia
en el caso de una revolución proletaria. «La burguesía todavía ofre
cerá m enos resistencia que la antigua aristocracia; porque incluso
en sus más terribles flaquezas, en la depravación de su total ausen
cia de moral, en la degeneración de su entrega a la vaciedad cor
tesana, la vieja nobleza estaba espiritualmente poseída de un cierto
point d ’honneur, que a nuestra burguesía le falta por completo, una
burguesía florecida al calor de la industria, pero tocada ya también
por la decadencia.» A la burguesía, opina Heine, le falta la fe en
sus derechos, le falta la consideración hacia sí misma: su soledad
se desmoronará fácilmente.
Heine llegó a sem ejante infravaloración de las dificultades inhe
rentes a un posible derrocamiento de la burguesía llevado no sólo
de su justificado desprecio hacia aquellos representantes de esta
clase que tan de cerca podía observar, sino también com o conse
cuencia del entusiasmo que despertaban en él los únicos héroes
reales de aquel período, es decir, los revolucionarios demócrata-
plebeyos y proletarios. La defensa de la Asamblea de Saint-Méry
es, a los ojos de Heine, el único acto verdaderamente heroico ocu
rrido en su tiempo; algo después se entusiasmó de igual manera
con el heroico levantamiento de los tejedores silesianos, y en los
años de su gran decepción ante la revolución de febrero subrayó
una y otra vez el heroísmo de los obreros. Consideraba a estos
héroes como los únicos dignos sucesores de las grandes figuras
del período heroico.
Su sano instinto histórico, sin embargo, así com o su fina re
ceptividad de escritor le hicieron reflexionar negativamente sobre
los intentos de algunos revolucionarios democrático-burgueses de
Realistas alemanes del siglo XIX 111
III
IV
Heine ve, en segundo lugar, mucho más claram ente que sus res
tantes contemporáneos alemanes, la relación interna existente entre
el Romanticismo y el movim iento literario moderno (también a
este respecto es muy notable la influencia de la concepción hege
liana de la historia sobre Heine). Pertenece, por ejem plo, al escaso
número de los que han comprendido la importancia doctrinal y
metodológica de la filosofía natural alemana. Es consciente, asimis
m o, de que el retorno impulsado por el Romanticism o a lo popular,
a pesar de todas las tendencias reaccionarias im plícitas en este
proceso, no ha dejado de significar un m ovim iento de ineludible
importancia para la moderna evolución literaria y cultural de la
Alemania. En el Romanticism o se evidencian en un principio de
terminadas tendencias confusas, incomprendidas por los propios
románticos, que sólo a lo largo de su evolución ulterior llegan a
convertirse en ideologías abierta y decididamente reaccionarias.
«De hecho, nuestros primeros románticos actuaban guiados por un
instinto panteísta que ellos m ismos eran incapaces de comprender.
E se sentimiento suyo que ellos interpretaban com o nostalgia de la
Madre Iglesia Católica, procedía de una fuente más profunda de
lo que les era dado suponer... todo era en ellos una inclinación
invencible, súbita, pero apenas comprendida, hacia el panteísmo
de los antiguos germ anos...»
H eine recurre por últim o al concepto filosófico-literario básico
de los primeros románticos alemanes, a la ironía romántica. Puri
fica el concepto de ironía, y con él, asimismo, a su posible utiliza
ción, de los elem entos lúdicos meramente artísticos que la ironía
había ido cobrando entre los propios románticos, Tieck, sobre todo,
situando este concepto en el centro mismo del dominio crítico y
artístico de la realidad moderna. La ironía se convierte en manos
de H eine en un instrum ento destinado a destruir las ilusiones bur
guesas de una pretendida armonía de la realidad. En el prólogo a
la segunda edición de sus «Reisebilder», escrito ya en París, desta
ca con toda claridad el contraste existente entre él m ism o y el
romanticismo tardío representado por Uhland: «Evidentemente,
todos los tonos santurrones y caballerescos, esos ecos de la Edad
Media que hace poco aún resonaban en todas partes durante el
periodo de la miopía patriótica, se dispersan ahora en el barullo
de las más recientes guerras de liberación, en el ruido de una her
mandad general de los pueblos europeos y en el agudo júbilo dolo
roso de esas canciones modernas que no quieren fingir armonía
Realistas alemanes del siglo XIX 137
apologética. Crea, por lo tanto, una nueva forma, en la que las con
tradicciones quedan petrificadas com o tales contradicciones, del
m ism o modo que en la forma antigua quedaban petrificadas com o
armonía.
Heine está situado en el centro mismo de esta evolución, en su
punto crítico. Combate cualquier armonía ilusoria. Destruye a tra
vés de su poesía cualquier posible unidad engañosa de este tipo.
Busca la belleza en el movim iento de las contradicciones, busca la
belleza de la era burguesa de transición anterior a la Revolución,
busca la belleza del dolor, de la tristeza, de la esperanza, de las ilu
siones que necesariam ente han de surgir y ser destruidas. De ahí
que Friedrich Hebbel, el importante dramaturgo alemán contem
poráneo de Heine, caracterice de la manera siguiente la producción
artística de éste, con tanta belleza como exactitud: «Heine supo
dar en el dominio de la lírica con una forma de la que, coincidiendo
agudamente en ella los tonos más desesperados y la expresión de
un mundo conmovido, acababa por desprenderse una música en
cantadora; su conjunto de canciones hace pensar en aquel fabuloso
toro de bronce de Falaris que, según reza la leyenda estaba dis
puesto de tal manera que ios gritos de desesperación del esclavo
condenado a m orir en sus entrañas de fuego, se convertían en una
aduladora armonía capaz de hacer gozar al rey; gozo doblemente
posible en este caso, en el que la víctima y el verdugo coinciden en
la mism a persona». Este movim iento vivo de las contradicciones es
lo que distingue la lírica de Heine de la lírica burguesa tardía, a
cuyo umbral se acerca, sobre todo en su últim o periodo. Dicho
m ovimiento surge de la perspectiva que H eine tiene de la revo
lución como posible liberación de la humanidad de los sufrimientos
del presente. Y aunque esta perspectiva concreta quedó disuelta
casi en la nada en el últim o periodo de Heine, com o ya hemos
visto, aún queda viva com o elemento negativo, com o factor de
ruptura de la tranquilidad e incitación de una indignación social
concreta, sin permitir la rigidificación de las contradicciones en un
pesim ism o apologético ni en una vacía declaración contra el «eter
no e inmutable destino humano». Pero no existe duda alguna de
que el último H eine se encuentra a las puertas de esta evolución.
Esta coincidencia es lo que convierte a Nietzsche, por ejemplo, en
un admirador tan decidido de Heine, al que celebra com o el último
poeta alemán de talla europea. Desde el punto de vista de Nietzsche
no es del todo casual, a pesar de lo equívoco, que el enjuiciar el
últim o Heine lo equipare necesariamente a Baudelaire.
Nuestra anterior equiparación de Heine con Balzac se refiere
únicam ente al lugar que ambos ocupan en la evolución de la lite
Realistas alemanes del siglo XIX 141
sentim entales y ridiculas del burgués. Pero sus poemas más pro
fundos se nutren de la dialéctica existente entre el nacimiento,
históricamente necesario, y la destrucción, no menos necesaria h is
tóricamente, de todos esos espejism os. Los poemas de Heine reci
ben su legitim idad lírica y su inim itable encanto precisamente de
esa fuente, y precisamente, también, porque Heine mism o está
imbuido de esas ilusiones que con tanta crueldad acaba siempre
por destruir. Al ir avanzando su evolución, al ir ganando en pro
fundidad y amplitud su visión de las relaciones sociales, sus ilu
siones van apagándose más decididamente, perdiendo su propia
fe en ellas el poeta con fuerza creciente, pero sin ser jamás arran
cadas por com pleto de su corazón. La peculiaridad del últim o pe
riodo del poeta radica precisamente en el aumento de intensidad
sufrido por ambas tendencias contradictorias, a consecuencia de
su desesperación política e ideológica. Las ilusiones se apagan cada
vez más, son vividas cada vez más sim plem ente como lo que son,
ilusiones, y, sin embargo, el desesperado poeta se aferra al m ism o
tiempo a ellas con fuerza creciente, a pesar de haber perdido su
fe, a pesar de saberlas conscientem ente destruidas desde la raíz
por su poesía. De ahí el creciente proceso de interiorización de su
irónica destrucción de todos los espejism os. Porque esta destruc
ción ya no se realiza súbitamente, por la vía de un efecto repentino,
como ocurre en el joven Heine, sino que viene contenida de ma
nera inmediata en el amargo tono incrédulo que emplea al configu
rarlas. E sto es lo que confiere a los últim os poemas de Heine ese
tono tan especial e inimitable, cuya cifra más alta acaso podam os
encontrar en el poema «Bimini»:
Me estremezco, asustado
y sacudo m is enfermos miembros
con tal fuerza, que las costuras
de mi traje de bufón revientan.
11 - REALISTAS
154 Georg Lukács
I. La época
II. Democracia
raria se hace suiza con una decisión cada vez más firme. Esta
contradicción informa todos los dom inios de su actividad. La de
mocracia de Keller, por ejemplo — al igual que el materialismo
feuerbachiano de su visión del mundo —, no es agresiva, ni propa
gandística, ni universalista, como lo fueron, por el contrario, las
convicciones vitales e ideológicas de Rousseau en el terreno social
y político.
Poco y débilm ente explicaríamos esta contradicción viendo en
Keller sólo al artista y subrayando unilateralmente en Rousseau,
por el contrario, su condición de teórico y publicista de temas
políticos. Porque la vertiente artística y la teórica de la obra toda
de Rousseau forman una unidad indisoluble, cuyo influencia en la
historia del mundo ha resultado efectiva precisamente com o tal
unidad. Es im posible separar sus novelas o su autobiografía, por
ejemplo, de su «Contrato Social». Y aún aceptando que la unidad
de esta obra, fruto de su vida entera, ostente un carácter contra
dictorio, su influencia ha obrado, precisamente en vitud de esta
contradición interior, de manera unitaria, es decir, como un todo
en definitiva. Porque esta contradicción no era en él sino la contra
dicción de la vida misma, una contradicción de operatividad deter
minante en la democracia radical y en la Gran Revolución Fran
cesa.
Por otra parte, sólo con muchos reparos podría ser juzgado
Keller exclusivamente como artista. Su actividad como funcionario
elevado y responsable de la democracia de Zürich durante quince
años (1816-1876) no es en modo alguno un simple episodio biográ
fico. El tema fundamental de la gran novela juvenil y autobiográfica
de Keller, «Der grüne Heinrich», no es otro que el de la educa
ción de un hombre polifacético e interesado por múltiples pro
blemas con vistas a su intervención en la vida pública y política. Al
igual que en la mayor parte de sus escritos, Keller configura aquí
las cualidades humanas positivas y negativas por las que se resulta
apto o inhábil para la actividad pública. Educar para influir en la
vida pública: he ahí el pensamiento clave, el hilo mental rector
de la entera actividad literaria de Keller.
Keller incide de manera tan amplia como profunda en la re
lación recíproca existente entre la vida pública y la privada. Pole
miza contra los reaccionarios puntos de vista políticos de Jeremías
Gotthelf, escritor popular suizo al que admira grandemente, defen
diendo, sin embargo, con energía su apasionada toma de posición
política. Dice, así: «Porque hoy todo es política y todo está rela
cionado con ella, desde el cuero de la suela de los zapatos hasta
Ja última teja de la casa, y el humo que sube por la chimenea no
172 Georg Lukács
IV. Resignación
V. La novela corta
VI. La novela
* Id em .
Realistas alemanes del siglo XIX 241
VII. H um anism o
( 1939)
W ilhelm Raabe
II
* William Hogarth (1697-1764), pintor y dibujante inglés, fam oso por sus
grabados en cobre y la fuerza satírica de algunos de sus dibujos.
H onoré Daumier (1808-1879), litógrafo, escultor y pintor francés y una de
las mayores personalidades artísticas del siglo xix. Sus caricaturas políticas
de num erosas figuras reaccionarias le dieron gran celebridad. — (N . del T.)
Realistas alemanes del siglo XIX 267
III
to ... Hay suficiente materia inflamada como para que arda nueva
mente el mundo sin necesidad de añadir más petróleo». Y veinte
años después todavía con más nitidez: «Ya se discuta abiertamente
el hundimiento del gran edificio contruido entre 1864 y 1870... na
die... está en absoluto convencido de la seguridad de nuestra situa
ción. Lo conquistado puede ser nuevamente perdido. Baviera pue
de erguirse otra vez sobre sus propios pies. La provincia del Rhin
se deteriora, Prusia oriental y occidental también, y una nueva Po
lonia (cuya cristalización considero muy probable a la corta o a
la larga) comienza a dibujarse». Iguales dudas asaltan a Fontane
sobre la solidez del dom inio inglés sobre la India, etc. Un año
antes de morir exponía así a un amigo inglés sus puntos de vista:
«Son los gobiernos quienes llevan todavía la voz cantante y no los
apasionados sentim ientos populares. El día en que éstos comiencen
a expresarse, asistirem os a luchas terribles, tras de las cuales el
mundo y el mapa tendrán un aspecto muy diferente».
Esta última cita evidencia lo justificadamente que Fontane podía
hablar de una democratización creciente de sus puntos de vista. De
todos modos, ya en las jornadas de marzo de 1848 reconoció que los
únicos luchadores verdaderamente serios y valientes eran los obre
ros. Su comprensión respecto de la clase obrera fue creciendo para
lelam ente a su mayor experiencia de la vida. En una carta escrita a
su mujer en 1878, a raíz de la legislación antisocialista he aquí
cóm o se expresa a propósito del proletariado: «Son de nuestra
misma madera, de ahí que no quepa razonarles que “con ellos no
va nada”, ni mucho m enos acercarse a ellos con las armas en la
mano. No defienden únicam ente la revuelta y el desorden, también
defienden ideas, unas ideas que tienen su parte de razón y que no
es posible extirpar con encarcelamientos y ejecuciones». Y todavía
más decididamente le escribe a su amigo inglés (1896): «Todo el
interés está en el cuarto estado. El burgués es detestable; la nobleza
y el clero dicen siempre lo mismo. Sólo en el cuarto estado co
mienza el mundo nuevo, el mundo mejor. Y se podría decir esto
mism o aunque no se tratara más que de esfuerzos y aspiraciones.
Pero no se trata sólo de eso. Lo que los obreros piensan, dicen y
escriben es realmente muy superior a lo que las viejas clases rec
toras piensan, dicen y escriben. Todo es más auténtico, veraz y vital.
Los obreros están renovándolo todo; no solam ente tienen nuevas
metas, sino también nuevos cam inos».
Sin embargo — y con ello va completándose la imagen del pro
ceso vivido por el viejo Fontane —, todo esto no da lugar a ningún
viraje decisivo en su visión del mundo, globalm ente considerada;
es más, no produce consecuencias importantes en sus fundamentos
Realistas alemanes del siglo XIX 305
II
Muy bien. De acuerdo con esto yo soy uno de esos poetas que
cantan a los piojos, en cierto modo incluso por pasión; pero tam
bién por falta de leones».
Esta última observación indica claramente la intensidad con
que Fontane sentía sus puntos de vista como tomas de posición
contra la Alemania prusianizada de su tiempo. Ahora bien, no pasa
ba de «sentirlos», y tampoco siempre. De ahí el noble carácter de
la postura de Fontane; como el análisis de sus obras nos revelará,
únicamente es progresista y literariamente fructífero en la medida
en que la tendencia antiprusiana se perfila en él con nitidez mayor.
Semejantes polém icas contra el concepto prusiano de héroe no son
raras. En su semiautobiográfica novela «Der Stechlin» leem os lo
siguiente: «si un batallón tiene que entrar en combate, y resulta
que yo voy dentro, ¿qué puedo hacer? Pues dejarme llevar. Y sin
comerlo ni beberlo a lo mejor va y resulta que caigo. Entonces soy
un héroe. Pero la verdad es que de eso, nada. Todo es pura “obli-
21 - RF. A L I S T A S
314 Georg Lukács
III
tabú para este público. Sin que ello quiera decir que esté m enos
dispuesto a no hacer concesiones estilísticas o temáticas al gusto
de algunas corrientes juveniles, com o el movimiento naturalista,
por ejemplo.
Ya hem os visto com o Fontane rechaza la «exactitud» fotográfica
en los detalles tan aireada por los naturalistas. En su praxis litera
ria no hace ningún tipo de concesiones a la brutalidad formal y
temática cultivada por el naturalismo y especialm ente subrayada
en las cuestiones del sexo. Fontane no se retrae, por supuesto, de
sacar a la luz las bases fisiológicas del amor o del desamor cuando
es necesario. Pero lo hace con tanta ponderación y delicadeza ar
tística y se lim ita siempre con tanto cuidado a lo esencial, que
ni el decadente aficionado al sexualismo ni el devoto de la brutali
dad naturalista pueden encontrar en él su alimento. (Piénsese, por
ejemplo, en su descripción de la vida matrimonial en «Effi Briest».)
No puede sin embargo, decirse nunca que a consecuencia de
esta reserva el viejo Fontane resulte insípido y monótono. Esta
reserva es, por el contrario, consecuencia necesaria de la com posi
ción a un tiem po rigurosa y libre, suelta y armoniosa en el sentido
de la épica auténtica, que percibimos en sus obras más logradas.
También en este sentido podemos considerar hasta cierto punto a
Fontane com o el paralelo alemán de Thackeray, en la medida al
menos en que en ambos procuran igualm ente armonizar la moder
nidad de forma y contenido con la salvaguardia de las tradiciones
de la novela realista clásica. La am plitud y agilidad de la visión
general de las relaciones de reciprocidad existentes entre las figu
ras tiene a este respecto una especial importancia. La verdad es que
en lo tocante a este problema, la novela antigua se preocupaba muy
poco de la verosim ilitud naturalista; su principal empeño no era
otro que proyectar una imagen tal de la vida, que en ella resultara
expresada, en su exacta proporción social, y, por lo tanto, verda
deramente humana, la auténtica vida de las personas y su sentido
social específico. Fontane emplea de la manera más consciente este
método típicam ente «antiguo»; en esta configuración, por ejemplo,
del descubrimiento del adulterio de Effi escoge intencionadamente
una variante banal, esto es, el casual encuentro de una carta de
amor, con el solo fin de no introducir un motivo que pudiera
parecer excesivam ente artificioso o rebuscado.
De acuerdo con las reflexiones de Thackeray arriba citadas, su
técnica de com posición venía siempre determinada por el conte
nido material de su obra, por su temática, es decir, por el empobre
cimiento de la vida burguesa a consecuencia de la división capita
lista del trabajo, de la privatización de la vida anímica del burgués,
320 Georg Lukács
IV
una locura. El lím ite, el límite. ¿Dónde está? ¿Existía ya? ¿Lo ha
bíamos traspasado ya? Cuando revivo su últim a mirada, resignado,
esbozando una sonrisa en aquel trance tan malo, leo en sus ojos:
“Instetten, esa caballerosidad de principios... Podría haberme aho
rrado esto y habérselo ahorrado a usted tam bién’’».
Es decir, que Instetten sabe perfectamente que no ha matado
por venganza, ni a im pulsos de una indignación moral, ni cum
pliendo un deber sinceram ente sentido «Todo ha ocurrido, pues,
en virtud de un artificio, de una idea, simplemente; ha sido una
historia fabricada, casi un comedia. Y no tengo más remedio que
seguir con esta comedia, y enviar lejos a Effi y arruinarla y arruinar
m e yo m ism o...» De este modo subraya Fontane todavía más agu
damente la vaciedad de ese convencionalismo del honor que acaba
destruyendo varias existencias. Porque el pensam iento de la pres
cripción, insinuado por Wüllersdorf, cobra vida antes del duelo;
enseguida impresiona fuertemente a Instetten, pero ya no puede
hacerle variar de opinión. Por culpa, una vez más, del automatismo
de esa «moral» que domina sin ser poder alguno. Instetten dice en
este diálogo: «Hace seis horas, ya ve que se lo reconozco de ante
mano, aún tenía todo el juego en la mano, aún podía hacer una
cosa u otra, aún había varias alternativas. Pero ahora ya no; ahora
estoy ante un callejón sin salida. La culpa es mía, de acuerdo; hu
biera tenido que controlarme mejor y dominar m is reacciones,
guardándolo todo dentro de mí y luchando interiormente hasta el
fin. Pero la cosa fue muy súbita, m e cogió demasiado por sorpre
sa... Fui a visitarle a usted y le escribí una nota, y al hacer eso
ya no tenía todo el juego en mi mano; a partir de ese momento al
guien estaba ya medio enterado de mi desgracia, y desde las pri
meras palabras que hem os cruzado aquí, ese alguien, es decir, usted,
lo sabe ya todo. Y com o hay quien lo sabe todo, no m e es posible
retroceder».
Y así va consumándose con lógica implacable sem ejante destruc
ción — y autodestrucción — de unas vidas humanas. La carrera de
Instetten se salva, pero su vida enferma pierde toda su luz y
toda su resistencia interior. Las cosas prosiguen, desde luego, a su
manera inhumanamente automatizada. A pesar de las reflexiones
que el duelo le provoca y que acabamos de citar, Instetten lle
va consecuentemente a término todo lo que em pezó con el duelo.
Separa de su madre al hijo único de ambos, y cuando ésta — por
intercesión de la esposa de un m in istro— consigue un reencuentro
con su hijo, el automatismo profundamente arraigado en él a lo
largo de toda una educación en este sentido se revela de una ma
nera tan extremada que el ardientemente deseado reencuentro pro
Realistas alemanes del siglo XIX 339
( 1950)
E studios sobre el «Fausto»
I. Génesis de la obra
* Se conoce con este nombre al m ovim iento literario alemán que, a fines
del siglo x v n i, cierra el proceso abierto por la Ilustración (la Aufklarung, en su
específica vertiente alem ana), acentuando el im pulso irracionalista. Quebranta
todas las reglas adm itidas de mesura racional y armonía moral y estética y
exalta lo popular y nacional de manera prem onitoriam ente romántica. Georg
Lukács, sin embargo (com o el lector puede verificar en el tom o VI de la pre
sente edición de sus Obras Completas, Goethe y su época, págs. 69 y ss.), se
opone a la usual insistencia de la historia burguesa de la literatura y de la so
ciología vulgar en una presunta e irreconciliable oposición entre la Ilustración
y el S tu r m u nd Drang. La interpretación lukacsiana debe ser integrada en su
empeño central de dibujar la gran corriente progresista de la literatura clásica
alemana libre de las posteriores tendencias reaccionarias que, arrancando de
cierto sector del Rom anticism o, conducen al irracionalism o de nuestro siglo.
(Se trata, en fin, de un empeño similar el que en el plano del pensam iento filo
sófico acomete en «El asalto a la razón».) — (N, del T.)
Realistas alemanes del siglo XIX 347
* Se conoce con este nom bre a los escritores, poetas y pensadores alemanes
que participaron en la A ufklarung, es decir, en un m ovim iento racionalista del
siglo x v m que fue un reflejo — con determinadas notas específicas — del enci
clopedism o francés. Su principal interés era de orden pedagógico: hacer acce
sible a un vasto público burgués las conquistas del pensam iento europeo. Entre
sus más ilustres representantes cabe citar a Leibniz y Lessing. — (N. del T.)
Realistas alemanes del siglo XIX 351
a ser más que el puro elem ento trágico del «Urfaust». Lo cual,
com o veremos luego, no presupone negación superficial alguna
de la tragedia. El conjunto de la obra de Goethe contiene tragedias,
y por lo menos tantas y tan profundas com o las de otros grandes
escritores. («Egmont» y «Tasso» reciben precisam ente en esta época
su forma definitiva.) Pero lo trágico ya no es para Goethe un prin
cipio último determinante; percibe una evolución del mundo que
continúa victoriosam ente a través de las tragedias individuales.
Este viraje se revela de la manera más clara en la nueva escena
«Bosque y caverna». (Muy característico del estado de transición
en el que se encontraba Goethe en aquella época es el hecho de que
esta escena, decisiva en la tragedia de Margarita, ocupa en el frag
mento de 1790 un lugar puramente accidental, perturbador del
curso psicológico de la tragedia; hasta 1808 no aparece, sin mo
dificaciones, pero en el lugar que le corresponde, como un punto
crítico ideológico y dramáticamente humano.) Aquí no podemos
ocupam os sino de aquellos de sus aspectos importantes a efectos
de la visión del mundo goethiano. Fausto busca refugio en la natu
raleza y obtiene una respuesta muy diferente a su pregunta hecha
anteriormente al espíritu de la tierra. Las palabras de Fausto re
flejan el nuevo concepto de la naturaleza de Goethe, concepto ad
quirido en Weimar y desarrollado y profundizado en Italia. Se trata
de unas palabras referidas de manera inmediata al espíritu de la
tierra, y son una inmediata continuación y superación poética y fi
losófica del primer encuentro en el «Urfaust»:
Si únicamente existieran
sabiduría y juventud unidas
y repúblicas sin virtud,
el mundo habría llegado casi
a su finalidad más alta.
* Desde una sim ilar concepción hegeliana del marxismo se ha ocupado Ernst
Bloch en su libro «Suhjekt-Objekt, Erlauterungen zu Hegel» (Sujeto-Objeto.
Acotaciones a Hegel) Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1962. págs. 75 y ss.,
de este singular paralelism o perceptible entre el «Fausto» y la «Fenomenología
del espíritu». — (N. del T.)
Realistas alemanes del siglo XIX 369
¿Piensas acaso que las Helenas son tan fáciles de traer a la vida
com o ese fantasma de papel de los florines?
¡Al fin aquí puedo tocar tierra! ¡Aquí sí que hay realidades!
¡A partir de aquí bien puede el espíritu luchar con otros espíritus,
y preparar el grande y doble reino!
¡Tan lejana com o estaba y cuán cerca ahora de mí!
La salvo y es doblemente m ía...
Quien ha llegado a conocerla, no puede ya vivir sin ella.
¿Qué ha sido
de tu amor?
¿Quién m e lo ha arrebatado...?
Es com o si me sintiera forzada a entregarme a ti
y tú m e rechazaras;
y, sin embargo, eres tú, y me miras lleno de bondad y de dul-
[zura.
Lo fugitivo
no es sino un símbolo;
lo incom pleto
aquí deviene perfecto;
lo inefable
resulta tangible...
Lo Eterno Femenino
nos incita hacia delante.
igual que toda gran obra épica, esta «Ilíada de la vida moderna»
contiene, a su vez, toda una serie de dramas. (Cosa que, por
cierto, ya habían percibido y señalado Aristóteles en Homero y
Schiller en el «Wilhelm Meister».) En el «Fausto», sin embargo,
la situación presenta una peculiaridad, y es que estos dramas
no están contenidos en el conjunto de la obra a la manera de
embriones o posibilidades, sino que se desarrollan en el poema
mismo hasta alcanzar su plenitud dramática.
Este doble aspecto de la concepción del conjunto resulta subra
yado por la existencia — a la que ya nos hemos referido — de imas
interm itencias de carácter dramático en las diversas escenas, e
incluso en determinadas agrupaciones de escenas, todo lo cual
da lugar a una mayor complejidad de la situación, en la medida,
precisamente, en que estas «intermitencias» del elem ento dramá
tico tienen, a su vez, una forma interna de naturaleza dramática.
Y no es sólo esta presencia constante, plástica, de la acción lo que
constituye el principio dramático del conjunto, sino también la
com posición de las figuras, su concentración auténticam ente dra
mática en torno a un héroe que actúa. Fausto es, en el poema,
la figura más importante, la que concentra en sí y por sí, en virtud
de sus actos, todas las características esenciales de la acción; no
es, pues, en modo alguno, un papel de tornasol que, com o la figura
de Wilhelm Meister — proyectada de manera puramente novelesca
y, por eso mismo, siempre ensombrecida por figuras de superior
tamaño hum ano— vaya reflejando las diversas reacciones a los
diversos acontecimientos.
Este enlace y penetración recíprocos de los principios épico
y dramático constituyen una tendencia general de la literatura mo
derna que en el «Fausto» no ha hecho, en realidad, sino recibir su
forma más pregnante y paradójica. El drama moderno — como he
expuesto repetidamente en otros estudios — va aproximándose cada
vez más a la novela y Balzac observa, con razón, en el elemento
dramático un signo distintivo importante de la novela moderna
que la opone a la del siglo xviii . Balzac piensa, sobre todo, en
Walter Scott. De manera inmediata, no cabe duda de que tiene
razón. Sería sin embargo un error infravalorar el papel — tanto
teórico como práctico — de Goethe en toda esta evolución. Casi
medio siglo antes del prefacio, que tanta fama alcanzó enseguida,
de Balzac a «La com édie humaine», habían aludido ya Goethe y
Schiller a la necesaria interpretación de lo épico y lo dramático
como uno de los rasgos esenciales de la nueva literatura en aque
llos momentos naciente. Y a la obra de Goethe le corresponde un
importante papel en la génesis de esta literatura, hasta el punto
430 Georg Lukács
( 1940)
Don Quijote
* Karl Marx: «Der 18. Brumaire des Louis Bonapartc», texto incluido en la
edición de los «Escritos políticos» de Marx, I.8r tom o, de Cotta-Verlag, Stutt-
gart, 1960, pág. 268. (Hay traducción castellana: «El 18 Brumario de Luis Bona-
parte», Barcelona, 1968.) — (N. del T.)
Realistas alemanes del siglo XIX 455
30 - REALISTAS
Sobre un aspecto de la actualidad de Shakespeare
(1 9 6 4 )
Esta obra, publicada por
EDICIONES GRIJALBO, S. A.
term inóse de imprimir en los talleres de
Imprenta Socitra, de Barcelona,
el día 20 de noviembre
de 1970