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Hemos visto cómo Ranciére piensa la igualdad, y lo que él denomina, por una

lado, policía y, por otro, política. Hemos visto como Laclau y Mouffe entienden las
nociones de apertura de lo social, de espacio social y político, y de antagonismo. Hemos
visto como esta tríada de nociones en cada caso pueden ser pensadas como la
incompletitud estructural de un orden social, el orden social, y la interrupción del
mismo. Pues bien, si de lo que se trata es de pensar las condiciones y posibilidades de
un cambio verdadero dada una policía, o dado un espacio social y político, esto es, un
cambio que no solamente distorsione la policía, o subvierta el espacio, sino que
transforme el orden social dado en otro orden social más igualitario, si es de esto de lo
que se trata, solamente con la interrupción no alcanza. La interrupción es necesaria mas
no suficiente. Se requiere algo más.
Este algo más que se necesita, además de la irrupción de la lógica igualitaria,
además de la producción de un antagonismo, es pensado en Hegemonía y estrategia
socialista con un mayor desarrollo que en El desacuerdo. En cierto sentido, esto no es
sino lo que cada libro anuncia en su título: mientras que por un lado, Laclau y Mouffe
van construyendo los conceptos teóricos necesarios como para poder llegar a pensar una
estrategia socialista de transformación de la sociedad a partir de interrupciones de su
sentido primario (un proyecto de una democracia radical y plural), siendo el principal
de esos conceptos el de hegemonía; por otro lado, Ranciére se concentra especialmente
en el momento de la interrupción del orden social (policial), en esa opacidad que se
produce cuando se encuentran las dos lógicas inconmensurables de la igualdad y de la
jerarquía, opacidad que no es sino un desacuerdo.
En este sentido, este último capítulo estará ocupado principalmente por nociones
de Laclau y Mouffe, quedando para el final algunos comentarios sobre cómo podemos
leer en el texto de Ranciére algún pensamiento sobre este asunto de la concreción
efectiva de un cambio real en un orden social dado.
Dicho esto, comencemos entonces por Hegemonía y estrategia socialista.
Veamos entonces qué entienden por hegemonía Lacclau y Mouffe:
‹‹Hegemonía es, simplemente, un tipo de relación1 política; una forma, si se
quiere, de la política.›› (Laclau y Mouffe, 1987, p. 237)

Aquí leemos que una hegemonía es un ‹‹ un tipo de relación política›› ¿cómo


podemos entender esto? Primero, dentro del sistema conceptual construido por Laclau y
Mouffe siempre que se trate de una relación de lo que se está tratando es de una
1
El subrayado es de Laclau y Mouffe.
articulación (en los términos en los que hemos visto esta noción). Y segundo, en dicho
sistema de pensamiento política es otro nombre de antagonismo2. Con lo cual lo que se
está diciendo en primer parte de la cita cuando se dice que la hegemonía es un tipo de
relación política es que la hegemonía es una articulación antagonista. Ahora bien, la
cita en su segunda parte dice que la hegemonía es ‹‹una forma […] de la política››. Aquí
el término “política” aparece como sustantivo, a diferencia de la primer parte de la cita
en la que aparece como adjetivo. Entonces, si política es otro nombre de antagonismo,
lo que se está diciendo en esta segunda parte de la cita es que la hegemonía es un tipo de
antagonismo ¿cómo será ese tipo?, pues bien, para que la cita no pierda su coherencia
ese tipo no puede ser que un tipo articulado. Luego, lo que se está diciendo en la
segunda parte de la cita es que la hegemonía es un antagonismo articulado.
Entonces, articulación antagonista, antagonismo articulado, más allá de estos
juegos de lenguaje, lo que queda claro es que una hegemonía no es sin una articulación
y sin un antagonismo:
… para hablar de hegemonía, no es suficiente el momento articulatorio; es
preciso, además, que la articulación se verifique a través de un enfrentamiento con
prácticas articulatorias antagónicas. Es decir, […] la hegemonía se constituye en un
campo surcado por antagonismos y supone, por tanto, fenómenos de equivalencia y
efectos de frontera. […] Sólo la presencia de una vasta región de elementos flotantes y
su posible articulación a campos opuestos —lo que implica la constante redefinición de
estos últimos— es lo que constituye el terreno que nos permite definir a una práctica
como hegemónica. Sin equivalencia y sin fronteras no puede estrictamente hablarse de
hegemonía.›› (Laclau y Mouffe, 1987, pp. 231 y 232)

La hegemonía es entonces articulación y antagonismo. ¿Cómo modifica la


condición de “antagónica” a la articulación? El antagonismo impide que la articulación
sea pura diferencias introduciendo cadenas de equivalencia que interrumpen esa
articulación puramente diferencial provocando opacidad en medio de la transparencia.
¿Cómo modifica la condición de “articulado” al antagonismo? Que el antagonismo sea
articulado quiere decir que está constituido a la manera de un discurso, y esto, a su vez,
quiere decir que, dado que lo simbólico está incompleto por estructura, todo
antagonismo es incompleto. Esto es, si un antagonismo muestra la incompletitud de la
2
‹‹En rigor, la oposición pueblo/Antiguo Régimen fue el último momento en el que los límites
antagónicos entre dos formas de sociedad se presentaron —con la salvedad señalada— bajo la forma de
líneas de demarcación claras y empíricamente dadas. A partir de entonces la línea demarcatoria entre lo
interno y lo externo, la divisoria a partir de la cual el antagonismo se constituye bajo la forma de dos
sistemas opuestos de equivalencias, se tornó crecientemente frágil y ambigua, y la construcción de la
misma pasó a ser el primero de los problemas políticos. Es decir, que de ahí en más ya no hubo política
sin hegemonía [el subrayado es propio, es para señalar que, puesto que en este párrafo se venía hablando
de antagonismo, cuando se dice que “ya no hubo política sin hegemonía” lo que se está diciendo es que
ya no hubo antagonismo sin política, y por ende, que política es otro nombre de antagonismo].›› (Laclau y
Mouffe, 1987, pp. 250 y 251)
sociedad, esa incompletitud nunca es mostrada completamente. El orden social, aun
siendo interrumpido por la irrupción de su incompletitud no deja de tener un sentido y
una consistencia. Ningún antagonismo puede hacer colapsar la sociedad y reducirla a un
puro caos:
Si la sociedad no es totalmente posible, tampoco es totalmente imposible. Esto
nos permite formular la siguiente conclusión: si la sociedad no es nunca transparente
respecto a sí misma porque no logra constituirse como campo objetivo, tampoco es
enteramente transparente a sí mismo el antagonismo, ya que no logra disolver
totalmente la objetividad de lo social.›› (Laclau y Mouffe, 1987, p. 221)

Volviendo al asunto de la hegemonía, hemos establecido que ésta no es sin


articulación y sin antagonismo. Detengámonos en un aspecto del antagonismo no
mencionado con anterioridad que nos servirá para pensar la hegemonía:
‹‹…cualquiera sea la orientación política a través de la cual el antagonismo
cristalice —ésta dependerá de las cadenas de equivalencia que lo construyan— la forma
del antagonismo en cuanto tal3 es idéntica en todos los casos. Es decir, que se trata
siempre de la construcción de una identidad social4 […] sobre la base de la equivalencia
entre un conjunto de elementos o valores que expulsan y exteriorizan aquellos otros a
los que se oponen.›› (Laclau y Mouffe, 1987, pp. 273 y 274)

Además de lo que ya había visto sobre el antagonismo, en esta cita encontramos


que la forma en la que se da la construcción de un antagonismo (a través cadenas de
equivalencias) es ‹‹siempre […] la construcción de una identidad social››. Y una
identidad no es sino siempre un sentido, un discurso, una formación discursiva. Y dado
que la hegemonía es un antagonismo (articulado), podemos decir que una hegemonía es
una formación discursiva antagónica (que es otra forma de decir lo ya dicho, que una
hegemonía es una articulación antagónica). Podríamos decir que una hegemonía es una
formación discursiva vista desde el punto de vista de su antagonismo:
‹‹Un espacio social y político relativamente unificado a través de la institución
de puntos nodales y de la constitución de identidades tendencialmente5 relacionales, es
lo que Gramsci denominará bloque histórico. El tipo de lazo que une a los distintos
elementos del bloque histórico —no la unidad en alguna forma de a priori histórico sino
la regularidad en la dispersión— coincide con el correspondiente a nuestro concepto de
formación discursiva. En la medida en que consideremos al bloque histórico desde el
punto de vista del campo antagónico en el que se constituye, lo denominaremos
formación hegemónica.›› (Laclau y Mouffe, 1987, p. 232)

Aquí se complejiza todo lo que hemos venido diciendo sobre antagonismo y


luego, en base a eso, sobre hegemonía. ¿Qué leemos en esta última cita? Pues que una
formación hegemónica (una hegemonía) es un espacio social y político considerado

3
Resaltado de Laclau y Mouffe.
4
Resaltado propio.
5
Las cursivas son de Laclau y Mouffe.
‹‹desde el punto de vista del campo antagónico en el que se constituye››. Esto es, una
hegemonía se correspondería con aquello que hemos denominado orden social (una
policía en términos rancierianos). Pero ¿acaso no habíamos dicho que el antagonismo
es, en tanto límite de lo social, la interrupción del orden social, con lo que la hegemonía
se correspondería con una interrupción articulada? ¿cómo es que hemos pasado de
hablar de la hegemonía en términos de una interrupción articulada a hablar de la
hegemonía como orden social? En otras palabras, ¿la hegemonía se corresponde con el
orden social o con su interrupción, con el espacio social y político o con el límite de lo
social? O bien, ¿la hegemonía tiene que ver más con la policía o con la política
rancierianas?
La respuesta es que la hegemonía tiene que ver con ambas. Un orden social, un
espacio social y político, es una hegemonía. En este sentido, una hegemonía sería lo que
en términos rancierianos se dice policía. Por ejemplo, el patriarcado, en tanto espacio
social y político, es una hegemonía. Pero también el movimiento Ni Una Menos es una
hegemonía. Es otra hegemonía que le disputa la hegemonía a la hegemonía patriarcal
(valgan las cacofonías). Si miráramos al patriarcado desde el punto de vista del
antagonismo en el que se constituye veríamos toda la historia de la construcción de la
dominación del andros sobre la mujer aun cuando toda esa construcción no sea visible
en el cotidiano del día a día. Y es porque esa construcción no es visible que hay que
hacer todo un trabajo de deconstrucción para visibilizar esos antagonismos
institucionalizados bajo la forma de diversas formas de subordinación y de negación 6.
La diferencia entre un antagonismo no visible y uno visible es la misma diferencia entre
una relación de subordinación y una relación de opresión 7. Pero para Laclau y Mouffe,
aun cuando en un espacio social y político no se vea el antagonismo que lo constituye
eso no implica que ese antagonismo no esté allí, constituyéndolo. Será cuestión de
tiempo, de un poco de suerte (fortuna, azar, contingencia) y de otro tanto de militancia
(¿por qué no?), para que un espacio social y político que se presente como prescindente
de antagonismos se vea interpelado por la irrupción de aquello que lo constituye.
6
‹‹Una formación hegemónica abarca también lo que se le opone, en la medida en que la fuerza opositora
acepta el sistema de articulaciones básicas de dicha formación como aquello que ella niega, pero el lugar
de la negación [el resaltado es de Laclau y Mouffe] es definido por los parámetros internos de la propia
formación›› 236
7
‹‹ …debemos diferenciar “subordinación” de “opresión”, y explicar las condiciones precisas en las
cuales la subordinación pasa a ser opresiva. Entenderemos por relaciones de subordinación aquélla en la
que un agente está sometido a las decisiones de otro —un empleado respecto a un empleador, por
ejemplo, en ciertas formas de organización familiar, la mujer respecto al hombre, etc.—. Llamaremos, en
cambio, relaciones de opresión a aquellas relaciones de subordinación que se han transformado en sedes
de antagonismos.›› 254
Una hegemonía además de tener que ver con el orden social también trata sobre
aquellas cadenas discursivas equivalenciales que lo ponen en cuestión. Esto es, una
hegemonía tiene que ver también con lo que en términos de Ranciére se nombra como
política. ¿Cómo es esto? Veámoslo en el ejemplo del patriarcado y el Ni Una Menos.
Ya vimos que el patriarcado en tanto espacio social y político es una formación
hegemónica. Ahora bien, el movimiento Ni Una Menos también es una hegemonía, otra
hegemonía, para ver esto debemos mostrar que consiste en una articulación antagónica,
en un antagonismo articulado. En efecto, el Ni Una Menos consiste en un antagonismo,
aquel que es el resultado de subvertir la relación de subordinación de la mujer al hombre
(entiéndase “hombre” y “mujer” como los nombres de posiciones subjetivas entendidas
como tales desde un pensamiento no esencialista) en una relación de opresión del
hombre sobre la mujer, y haciendo visible retrospectivamente toda la historia de la
construcción de ese antagonismo. Porque esto es lo interesante que tiene la
temporalidad de un antagonismo: mientras no irrumpe, mientras no se constituye en un
espacio social dado es como si nunca hubiera habido relaciones de opresión, pero una
vez entrado en escena trae consigo un pasado también, una vez que irrumpe un
antagonismo en un espacio social y político se muestra como habiendo estado allí desde
siempre. Pero no hay que perder de vista que ese pasado, ese haber estado allí desde
siempre es una construcción hegemónica también, el pasado de un antagonismo no está
detrás sino delante de él.
Entonces, el Ni Una Menos se constituye en un antagonismo, la relación de
opresión del hombre sobre la mujer. Pero justamente por constituirse a partir de un
antagonismo es que se constituye también como articulaciones entre diversos actores,
entre diversos colectivos, diversas posiciones subjetivas. En efecto, un antagonismo
implica relaciones de equivalencia, y una relación de equivalencia es una articulación.
De este modo, podemos decir que el Ni Una Menos se constituye sobre un antagonismo
y sobre relaciones de articulación, esto es, el Ni Una Menos es una hegemonía.

Llegados a este punto de nuestro recorrido me parece interesante pensar una


relación concreta entre la idea rancieriana de desacuerdo y el concepto de hegemonía de
Laclau y Mouffe. Dado que una hegemonía implica un antagonismo, y que todo
antagonismo implica una oposición irreductible entre dos cadenas equivalenciales,
podríamos pensar que sería allí en donde habría que ubicar el desacuerdo rancieriano.
Esto es, con esto estaríamos diciendo que el desacuerdo es esa irreductibilidad entre las
dos cadenas equivalenciales del antagonismo sobre el cual se constituye una hegemonía
determinada. Siguiendo este razonamiento, en el caso del Ni Una Menos diríamos que
el desacuerdo es esa relación que es una no relación entre la cadena equivalencial que
constituye a la posición subjetiva mujer-aquellas-que-no-es-un-macho-violento y la
cadena que constituye la posición hombre-macho-violento. Esta oposición antagónica,
al ser irreductible bien puede ser pensada en términos de desacuerdo, pero hay un matiz
en la definición de antagonismo que echa a perder la relación entre la idea rancieriana
de desacuerdo y el interior de un antagonismo. Este matiz consiste en que para Laclau y
Mouffe un antagonismo es una identidad social, esto es, un antagonismo produce una
identidad: constituyendo un ellos se constituye un nosotros. Y aun cuando en el
pensamiento de Laclau y Mouffe toda identidad es siempre relacional, siempre
inestable, nunca fija, una identidad es siempre algo del orden del sentido, y un
desacuerdo rancieriano es todo lo contrario a un sentido, es la ausencia de sentido, es la
mostración de la arbitrariedad de todo sentido, un desacuerdo es una opacidad que
irrumpe en la transparencia de los sentidos aparentes. Al interior de un antagonismo no
hay verdadera opacidad, entre mujeres-que-no-somos-machos-violentos y hombre-
machos-violentos no hay opacidad, hay sentido, identidad, hay un ellos y un nosotros.
Lo mismo ocurre al interior del antagonismo patriarcal, entre hombres-racionales-con-
valores y mujeres-problemáticas-inestables-locas no hay ninguna opacidad, lo que hay
es el sentido que constituye la identidad que es ese antagonismo, un sentido no fijo, no
completo (como todo sentido), pero sentido al fin.
¿Entonces? Hay otro lugar en el sistema de pensamiento de Hegemonía y
estrategia socialista en donde podemos ubicar el desacuerdo rancieriano y que permite
una mejor articulación entre éste y el concepto de hegemonía. Este otro lugar está
localizado en el espacio que separa dos formaciones hegemónicas en disputa. Pensemos
esto valiéndonos del ejemplo con el que nos venimos acompañando. Tenemos dos
hegemonías en disputa, el patriarcado y la introducida por el Ni Una Menos. En
particular, la disputa es entre los antagonismos sobre los que se constituye cada
formación –también podríamos decir que la disputa es por el nombre del antagonismo
que las constituye a ambas–. En efecto, el patriarcado propone como antagonismo a la
oposición entre hombres-racionales-con-valores y mujeres-problemáticas-inestables-
locas, y el Ni Una Menos, ya lo vimos, a la oposición entre mujeres-aquellas-que-no-
somos-machos-violentos y hombres-machos-violentos. La disputa, el litigio, no está en
el interior de ninguno de estos antagonismos, sino que está entre ellos. El litigio es por
establecer si lo que se va a poner en cuestión es la locura-de-esas-mujeres-que-gritan
(cadena equivalencial establecida por el antagonismo sobre el que se constituye el
patriarcado) o la violencia-del-macho (equivalencia propia del antagonismo sobre el que
se constituye el Ni Una Menos). Es allí en donde está la opacidad, la
inconmensurabilidad, es allí donde ubicamos al descuerdo.

Retomemos la cuestión del cambio en un orden social. La transformación de una


relación de subordinación en una relación de opresión, esto es, la irrupción de un
antagonismo es un cambio. En efecto, una vez irrumpido el antagonismo, es posible ver
que antes de esta irrupción en el espacio social dado no había campos de disputa, no
había litigios, no había desacuerdos, y que ahora sí los hay, ahora hay una comunidad
política en términos de Ranciére. Esto es efectivamente un cambio. Podríamos decir
que, mientras que la propuesta desarrollada en El desacuerdo llega hasta este punto,
hasta el punto en el que en una determinada policía irrumpe la parte de lo sin partes y se
establece una comunidad del litigio, lo propuesto en Hegemonía y estrategia socialista
avanza un poco más. Eso más que se avanza junto a Laclau y Mouffe se dice en
términos de estos autores democracia radical y plural.

Para terminar nuestro recorrido en este trabajo diremos algo acerca sobre cómo
Laclau y Mouffe entienden su propuesta de una democracia radical y plural. Veamos
algunas citas:
«El proyecto de una democracia radical y plural, […] en un primer sentido, no
es otra cosa que la lucha por una máxima autonomización de esferas, sobre la base de la
generalización de la lógica equivalencial–igualitaria.» (Laclau y Mouffe, 1987, p. 275)

Encontramos aquí que una democracia radical y plural consiste en dos


cuestiones: «lucha por una máxima autonomización de esferas» y «la generalización de
la lógica equivalencial–igualitaria». ¿Qué significa esto? Digamos primero algo sobre el
segundo asunto: ya hemos visto que la lógica equivalencial es el tipo de articulación, de
construcción discursiva, que caracteriza a un antagonismo, que esta lógica equivalencial
se nombre como igualitaria refiere a que de lo que se trata es de antagonismos
constituidos sobre la transformación de una relación de subordinación en una de
opresión al modo del antagonismo sobre el que se construyó la llamada revolución
democrática, aquel que transformó la relación de subordinación del pueblo al rey en una
relación de opresión de éste sobre aquel.
Esta lógica igualitaria-equivalencial es muy similar a lo que en El desacuerdo se
nombra como lógica igualitaria: ‹‹el conjunto abierto de las prácticas guiadas por la
suposición de la igualdad de cualquier ser parlante con cualquier otro ser parlante y por
la preocupación de verificar esa igualdad.›› (Ranciere J., 1996, p. 46). Y en efecto,
podemos que pensar que si, en términos de Laclau y Mouffe, un antagonismo
transforma una relación de subordinación en un relación de opresión es porque las
cadenas equivalenciales que introduce en el espacio social en el que irrumpe lo que
hacen es, en términos de Ranciére, verificar la igualdad entre el subordinado y el
subordinante, transformando así por medio de esta verificación, al subordinado en
oprimido y al subordinante en opresor.
Para entender bien en qué consiste esta generalización de la lógica equivalencial
igualitaria es necesario recordar que para Laclau y Mouffe lo social se constituye de
múltiples espacios sociales y políticos: el espacio patriarcal, el espacio capitalista, el
espacio consumista, el espacio gordo fóbico, el espacio especista, el espacio xenófobo,
el espacio racista, el espacio aporofóbico, etc. En este sentido, la generalización de la
lógica equivalencial-igualitaria consistiría en la expansión de la misma a cada espacios
como cada uno de los ejemplos dados, esto es, a la construcción discursiva de
antagonismo basados en la verificación de la igualdad entre subordinados y
subordinantes, esto es, en la transformación dentro de cada uno de esos espacios de los
subordinados en oprimides y de los subordinantes en opresores.
Vista ya la cuestión de la generalización de la lógica equivalencial, veamos
ahora algo sobre la autonomización máxima de las esferas. Para esto veamos otra cita
más:
«…la precariedad de toda equivalencia exige que ella sea complementada–
limitada por la lógica de la autonomía. Es por eso que la demanda de igualdad no es
suficiente; sino que debe ser balanceada por la demanda de libertad, lo que nos conduce
a hablar de democracia radicalizada y plural. Una democracia radicalizada y no plural
sería la que constituiría un solo espacio de igualdad sobre la base de la vigencia
ilimitada de la lógica de la equivalencia, y no reconocería el momento irreductible de la
pluralidad de espacios.» (Laclau y Mouffe, 1987, p. 306)

Aquí encontramos que las dos lógicas que constituyen a una democracia radical
y plural estás relacionadas entre sí. La lógica equivalencial-igualitaria, dada «la
precariedad de toda equivalencia», «exige que […] sea complementada–limitada por la
lógica de la autonomía». Pero entonces, ¿en qué consiste la lógica de la autonomía? Si
la lógica de la equivalencia tiene que ver con la igualdad, la lógica de la autonomía tiene
que ver con la libertad. ¿Libertad en qué sentido? Libertad de cada antagonismo surgido
en cada uno de los múltiples espacios que componen lo social de no tener que
subordinarse a ningún antagonismo principal. Eso mismo es la maximización de la
autonomía de las esferas de la que leíamos en la cita anterior. Las esferas son cada una
de las luchas introducidas por cada nuevo antagonismo (feminismo, ecologismo,
indigenismo, movimiento LBGTQIA+, movimientos por los derechos de los animales,
socialismo, movimientos del campo popular, etc.), y su máxima autonomización
consiste en el no posicionamiento de ninguna de ellas como esfera central, en el no
planteamiento de ninguno de los antagonismo como una antagonismo de primer orden y
del resto como de segundo orden. Es porque no hay jerarquía de antagonismos, esto es,
hay igualdad, que hay autonomía de esferas, esto es, hay libertad.
Ya habiendo recorrido las lógicas de equivalencia-igualitaria y de
autonomización de las esferas, ahora podemos volver a la noción de democracia radical
y plural para ver en qué consiste. Una democracia será tanto más radical cuanto más se
expanda la lógica equivalencial-igualitaria, esto es, cuantos más antagonismos irrumpan
en más espacios sociales, cuantas más relaciones de subordinación se transformen en
relaciones de opresión. Y una democracia será tanto más plural cuanto más ninguno de
esos antagonismos se autopostule como centro antagónico de lo social.
Pero hay algo más. Para Laclau y Mouffe no se trata únicamente de que
“florezcan” antagonismos igualitarios todos los que se puedan. De lo que se trata
fundamentalmente es de la articulación, no ya dentro de los antagonismos, sino entre
ellos:
«Las prácticas articulatorias no tienen sólo lugar en el interior de espacios
sociales y políticos dados, sino entre los mismos.›› (Laclau y Mouffe, 1987, p. 239)

Es más, la articulación entre los distintos antagonismos (feminismo, ecologismo,


movimientos del campo popular, etc.) no solamente es algo posible, sino que resulta
algo necesario para la consolidación de cada una de esas formaciones hegemónicas,
siendo esta articulación entre espacios, a su vez, un producto de luchas hegemónicas
también:
«…es porque no hay más fundamentos asegurados a partir de un orden
trascendente, porque no hay más centro que aglutine al poder, a la ley y al saber, por lo
que resultará posible y necesario unificar ciertos espacios políticos a través de
articulaciones hegemónicas. Pero estas articulaciones serán siempre parciales y
sometidas a la contestación, puesto que ya no hay garante supremo.›› (Laclau y Mouffe,
1987, p. 311)

En efecto, es porque no hay sutura plena de lo social que no hay centro


antagónico, y es porque no hay centro antagónico que no hay una predeterminación en
la orientación en la que puedan ser articulados los distintos antagonismos que irrumpan
en el orden social. Nada asegura que las articulaciones se construyan con un carácter
progresista, una articulación bien puede ser conservadora o reaccionaria:
«No hay vínculos esenciales y paradigmáticos que unan a los distintos
componentes del programa clásico del socialismo. No hay, por ejemplo, vínculos
necesarios entre antisexismo y anticapitalismo, y la unidad entre ambos sólo puede ser
el resultado de una articulación hegemónica. Por consiguiente, sólo es posible construir
esta articulación a partir de luchas separadas, que sólo ejercen sus efectos
equivalenciales y sobredeterminantes en ciertas esferas de lo social.›› (Laclau y Mouffe,
1987, p. 296)

Pero con la articulación hegemónica entre distintos antagonismos tampoco es


suficiente para producir un cambio verdadero en un orden social dado. Los
antagonismos son por definición una negación, esto es, son construcciones discursivas
constituidas según una lógica de la negatividad, y lo mismo ocurre con la articulación
entre diversos antagonismos, la articulación de negatividades sigue siendo teniendo por
lógica de constitución a la negación. Y además del momento de la negatividad se
requiere un momento propositivo si de lo que se trata es de la preocupación por
construir un cambio en el orden social. No solamente hay que destruir el orden
hegemónico, hay que (re)construir una nueva hegemonía, y toda reconstrucción implica
una lógica, no ya de la negatividad, sino de la positividad:
‹‹La lógica democrática no es una lógica de la positividad de lo social, y es
incapaz por tanto de fundar ningún punto nodal en torno al cual el tejido social pueda
ser reconstituido.
[…]
… ningún proyecto hegemónico puede basarse exclusivamente en una lógica
democrática, sino que también debe consistir en un conjunto de propuestas para la
organización positiva de lo social.›› (Laclau y Mouffe, 1987, p. 313)

Vemos así que de lo que se trata en cuanto a la producción de un cambio


verdadero en un orden social, proyecto de una democracia radical y plural en términos
de Laclau y Mouffe, no es únicamente de destruir los diversos espacios sociales que
constituyen lo social sino también de, tan importante como la destrucción, la
reconstrucción de nuevos espacios y nuevas articulaciones entre espacios. En términos
rancierianos podríamos decir que para Laclau y Mouffe no se trata únicamente del
momento de la política entendida ésta como lo hace Ranciére, esto es, como el momento
de la opacidad en la trama social, del desacuerdo, del litigio, de la negatividad, sino
también de la policía entendida también ésta en términos rancierianos, esto es, de la
construcción de una nuevas partición de lo social y distribución de las partes, momento
de la positividad por excelencia. En ambos momentos, el negativo y el positivo,
siempre se trata de luchas y articulaciones hegemónicas, y aún más, el vínculo entre la
destrucción de un orden y la reconstrucción de otro orden también es una articulación
hegemónica, nada asegura que tras la destrucción de un orden opresivo se reconstruya
un orden más progresivo. Como decíamos al comienzo de nuestro recorrido en este
trabajo, no hay utopía en el horizonte que nos sirva de garante para nuestro andar.
Cada paso que es dado no cuenta con más garantías que el propio paso, vez por
vez, lucha por lucha, día a día. Y eso es justamente lo que Laclau y Mouffe nombran
como hegemonía.

Pero si el momento subversivo de la lógica democrática y el momento positivo


de la institución de lo social ya no son unificados por ningún fundamento antropológico
que los transforme en el anverso y el reverso de un proceso único, resulta
claro que toda posible forma de unidad entre ambos es contingente, y es ella misma por
consiguiente el resultado de un proceso de articulación del imaginario igualitario a
relaciones sociales cada vez más amplias y, en tal sentido, es tan sólo una lógica de la
eliminación de las relaciones de subordinación y de las desigualdades. 313

Una situación de hegemonía sería aquélla en la que la gestión de la positividad


de lo social y la articulación de las diversas demandas democráticas han llegado a un
máximo de integración 314 !!!!!!!!!!!!!!!!!!

Toda posición hegemónica se funda, por tanto, en un equilibrio inestable: se


construye a partir de la negatividad, pero sólo se consolida en la medida en que logra
constituir la positividad de lo social. Estos dos momentos no se articulan teóricamente:
dibujan el espacio de una tensión contradictoria que constituye la especificidad de las
diversas coyunturas políticas. (Según vimos antes, el carácter contradictorio de estos
dos momentos no implica una contradicción en nuestro argumento, ya que, desde un
punto de vista lógico, es perfectamente posible la coexistencia de dos lógicas sociales
distintas y contradictorias, que existen bajo la forma de limitación mutua de sus
efectos).314 315

… si, en el caso de una hegemonía exitosa, las prácticas articulatorias han


logrado construir un sistema estructural de diferencias, de identidades relaciónales [una
hegemonía exitosa es aquella que logra construir un sistema estructural de diferencias
(de identidades relacionales)], ¿no desaparece también el carácter externo de la fuerza
hegemónica, no pasa a ser una diferencia más en el seno del bloque histórico? La
respuesta debe ser indudablemente positiva. Una situación en la que un sistema de
diferencias se hubiera soldado hasta tal punto, implicaría el fin de la forma hegemónica
de la política [es decir, la forma de la política que supone la articulación equivalencial
(efectos de frontera, identidades relacionales, no fijación)]. En ese caso habría
relaciones de subordinación, de poder, pero no relaciones hegemónicas en sentido
estricto […] La dimensión hegemónica de la política sólo se expande en la medida en
que se incrementa el carácter abierto, no suturado, de lo social. 235 [si el antagonismo
se transforma en una diferencia más, esto quiere decir que pasa a ser “la resistencia que
le conviene al poder”]

El concepto de «sutura» que usaremos frecuentemente, está tomado del


psicoanálisis […] Es usado para designar la producción del sujeto sobre la base de la
cadena de su discurso; es decir, de la no–correspondencia entre el sujeto y el Otro —lo
simbólico— que impide el cierre de este último como presencia plena […] la sutura
nombra no sólo una estructura de falta, sino también […] un cierto cierre [...]. Las
prácticas hegemónicas son suturantes en la medida en que su campo de acción está
determinado por la apertura de lo social, por el carácter finalmente no–fijo de todo
significante. Esta «falta» originaria es precisamente lo que las prácticas hegemónicas
intentan llenar. Una sociedad totalmente suturada sería aquélla en la que [54] este llenar
habría llegado a sus últimas consecuencias y habría logrado, por consiguiente,
identificarse con la transparencia de un sistema simbólico cerrado. Este cierre de lo
social es […] imposible. 81 82

La comunidad política es una comunidad de interrupciones, de fracturas,


puntuales y locales, por las cuales la lógica igualitaria separa a la comunidad policial de
sí misma. Es una comunidad de mundos de comunidad que son intervalos de
subjetivación: intervalos construidos entre identidades, entre lugares y posiciones. El
ser-juntos político es un ser-entre: entre identidades, entre mundos. 170 171 [mundo =
formación hegemónica / intervalos = articulación entre formaciones hegemónicas /
interrupciones = antagonismos]

… esta distorsión que no es zanjable no es sin embargo intratable. No se


identifica ni con la guerra inexpiable ni con la deuda irrescatable. La distorsión política
no se zanja -por objetivación del litigio y compromiso entre las partes-. Pero se trata –
mediante dispositivos de subjetivación que la hacen consistir como relación modificable
entre partes, como modificación incluso del terreno sobre el cual se libra el juego-. […]
Pasa por la constitución de sujetos específicos que toman a su cargo la distorsión, le dan
una figura, inventan sus nuevas formas y sus nuevos nombres y llevan adelante su
tratamiento en un montaje específico de demostraciones: de argumentos "lógicos" que
son al mismo tiempo reordenamientos-de la relación entre la palabra y su cuenta, de la
configuración sensible que recorta […] los lugares de lo visible y lo invisible, y los
articula en el reparto de las partes y sus partes. Una subjetivación política vuelve a
recortar el campo de la experiencia que daba a cada uno su identidad con su parte.
Deshace y recompone las relaciones entre los modos del hacer, los modos del ser y los
modos del decir que definen la organización sensible de la comunidad las relaciones
entre los espacios donde se hace tal cosa y aquellos donde se hace tal otra, las
capacidades vinculadas a ese hacer y las que son exigidas por otro. 57 58 [cambio]
[subjetivación política = deshacer (una policía) y recomponer (otra, nueva, policía)]
[Ranciére no piensa más allá de esta recomposición policial en la que, producto de una
interrupción e inscripción subjetiva, se produce una nueva subjetividad, un nuevo orden
de las partes. Laclau y Mouffé sí piensan esto: articulación entre espacios políticos,
hegemonía exitosa, democracia radical y plural, momento de institución positiva de lo
social, etc.]
Para hablar de formación hegemónica, tenemos que introducir otra condición
provista por nuestro análisis anterior: es decir, la continua redefinición de los espacios
sociales y políticos, y aquellos constantes procesos de desplazamiento de los límites que
construyen la división social que son propios de las sociedades contemporáneas. 244
245

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