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PABLO Y LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO EN EUROPA

Pese a todo lo anterior, casi durante un par de décadas desde su


nacimiento, el cristianismo quedó muy circunscrito geográficamente a uno
de los extremos del imperio. Es cierto que la expansión por Samaria o por
Siria —y eso entre samaritanos y sirios, no solo entre judíos— implicaba
un salto cuya trascendencia se nos escapa en buena medida en la
actualidad. Sin embargo, basta observar un mapa para percatarse de que
aquella fe no arrancaba de los límites, no precisamente amplios, del mundo
bíblico.
La salida de esa zona del Mediterráneo y —lo que resulta
históricamente más importante— el paso de la nueva fe a Europa iban a
estar relacionados con un personaje llamado Pablo de Tarso. Nació en
Tarso con el nombre de Saulo o Saúl en una fecha cercana al 10 d. C.
Aunque se ha insistido hasta la saciedad en que Saulo era un judío
helenizado, en que se hallaba del todo —o en buena medida— separado de
sus raíces hebreas y en que a él debe atribuirse la fundación del
cristianismo, lo cierto es que ninguna de estas tres afirmaciones soporta el
escrutinio de las fuentes
5
.
En verdad, Saulo era ciudadano romano al parecer en virtud de una
concesión recibida por su familia, pero, por lo demás, su judaísmo hay que
identificarlo con el estricto de Palestina y no con el más helenizado de la
Diáspora. Miembro de la tribu de Benjamín —a fin de cuentas llevaba el
nombre del único rey, Saúl, que había pertenecido también a la misma—,
no estudió en el extranjero, sino en Jerusalén, y además con el rabino
Gamaliel. No debe sorprender por ello que se adhiriera al grupo estricto de
los fariseos (Filipenses 3). Son distintas —y unánimes— las fuentes que
mencionan su animadversión inicial hacia el cristianismo. En torno al año
33 d. C. participó incluso en el linchamiento del judeocristiano Esteban
(Hechos 7), un episodio que se produjo aprovechando un vacío de poder
romano en Jerusalén
6
. Tras su intervención en este hecho, Pablo fue
comisionado por el Sanhedrín judío a fin de que viajara a Damasco y
prendiera a los cristianos de esta ciudad (Hechos 9, 1 y sigs.). En este viaje
4
La bibliografía acerca de Pablo es extensísima. De especial interés, por la discusión de
la problemática sobre esta figura, son: C. Vidal, «Pablo», en Diccionario de Jesús...;
ídem, «Pablo de Tarso», en Diccionario histórico del cristianismo, Estella, 1999; F. F.
Bruce, Paul and Jesus, Grand Rapids, 1982; J. A. Fitzmyer, Teología de san Pablo,
Madrid, 1975; M. Hengel, The Pre-Christian Paul, Filadelfia, 1991; E. Cothenet, San
Pablo y su tiempo, Estella, 1995.
5
En este sentido, de especial interés es la obra de M. Hengel, The Pre-Christian Paul,
Filadelfia, 1991.
6
Sobre la muerte de Esteban con bibliografía, véase: C. Vidal, El judeocristianismo...,
págs. 129 y sigs.
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PABLO Y LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO EN EUROPA

Pese a todo lo anterior, casi durante un par de décadas desde su


nacimiento, el cristianismo quedó muy circunscrito geográficamente a uno
de los extremos del imperio. Es cierto que la expansión por Samaria o por
Siria —y eso entre samaritanos y sirios, no solo entre judíos— implicaba
un salto cuya trascendencia se nos escapa en buena medida en la
actualidad. Sin embargo, basta observar un mapa para percatarse de que
aquella fe no arrancaba de los límites, no precisamente amplios, del mundo
bíblico.
La salida de esa zona del Mediterráneo y —lo que resulta
históricamente más importante— el paso de la nueva fe a Europa iban a
estar relacionados con un personaje llamado Pablo de Tarso. Nació en
Tarso con el nombre de Saulo o Saúl en una fecha cercana al 10 d. C.
Aunque se ha insistido hasta la saciedad en que Saulo era un judío
helenizado, en que se hallaba del todo —o en buena medida— separado de
sus raíces hebreas y en que a él debe atribuirse la fundación del
cristianismo, lo cierto es que ninguna de estas tres afirmaciones soporta el
escrutinio de las fuentes
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.
En verdad, Saulo era ciudadano romano al parecer en virtud de una
concesión recibida por su familia, pero, por lo demás, su judaísmo hay que
identificarlo con el estricto de Palestina y no con el más helenizado de la
Diáspora. Miembro de la tribu de Benjamín —a fin de cuentas llevaba el
nombre del único rey, Saúl, que había pertenecido también a la misma—,
no estudió en el extranjero, sino en Jerusalén, y además con el rabino
Gamaliel. No debe sorprender por ello que se adhiriera al grupo estricto de
los fariseos (Filipenses 3). Son distintas —y unánimes— las fuentes que
mencionan su animadversión inicial hacia el cristianismo. En torno al año
33 d. C. participó incluso en el linchamiento del judeocristiano Esteban
(Hechos 7), un episodio que se produjo aprovechando un vacío de poder
romano en Jerusalén
6
. Tras su intervención en este hecho, Pablo fue
comisionado por el Sanhedrín judío a fin de que viajara a Damasco y
prendiera a los cristianos de esta ciudad (Hechos 9, 1 y sigs.). En este viaje
4
La bibliografía acerca de Pablo es extensísima. De especial interés, por la discusión de
la problemática sobre esta figura, son: C. Vidal, «Pablo», en Diccionario de Jesús...;
ídem, «Pablo de Tarso», en Diccionario histórico del cristianismo, Estella, 1999; F. F.
Bruce, Paul and Jesus, Grand Rapids, 1982; J. A. Fitzmyer, Teología de san Pablo,
Madrid, 1975; M. Hengel, The Pre-Christian Paul, Filadelfia, 1991; E. Cothenet, San
Pablo y su tiempo, Estella, 1995.
5
En este sentido, de especial interés es la obra de M. Hengel, The Pre-Christian Paul,
Filadelfia, 1991.
6
Sobre la muerte de Esteban con bibliografía, véase: C. Vidal, El judeocristianismo...,
págs. 129 y sigs.
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