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La invención del tercer mundo

La pobreza, explica Procacci, se asociaba, correcta o incorrectamente, con rasgos como movilidad,
vagancia, independencia, frugalidad (ser moderado al comer o beber), promiscuidad (cambia con
frecuencia de pareja), ignorancia, y la negativa a aceptar los deberes sociales, a trabajar y a
someterse a la lógica de la expansión de las “necesidades”. Por consiguiente, la administración de
la pobreza exigía la intervención en educación, salud, higiene, moralidad, empleo, la enseñanza de
buenos hábitos de asociación, ahorro, crianza de los hijos, y así sucesivamente.

Si en las economías de mercado los pobres eran definidos como carentes de aquello que los ricos
tenían en términos de dinero y posesiones materiales, los países pobres llegaron a ser definidos en
forma análoga en relación con los patrones de riqueza de las naciones económicamente más
adelantadas.

En 1948, cuando el Banco Mundial definió como pobres aquellos países con ingreso per cápita
inferior a 100 dólares, casi por decreto, dos tercios de la población mundial fueron transformados
en sujetos pobres.

La invención del desarrollo

Solo mediante un ataque generalizado a través de toda la economía sobre la educación, la salud, la
vivienda, la alimentación y la productividad puede romperse decisivamente el círculo vicioso de la
pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la baja productividad. Pero una vez que se haga el
rompimiento, el proceso del desarrollo económico puede volverse auto sostenido (International
Bank, 1950: XV).

Con o sin el consentimiento de Colombia –escribió en aquella ocasión– construiremos el canal, no


por razones egoístas, ni por codicia o afán de lucro, sino por el comercio mundial, beneficiando a
Colombia más que a todos… Uniremos las costas del Atlántico y el Pacífico, prestando un servicio
inestimable a la humanidad, y creceremos en grandeza y honor y en la fortaleza que proviene de
las tareas difíciles y del ejercicio del poder que crece en la naturaleza de un pueblo grande y
constructivo (Root, 1916: 190).

Las actitudes de superioridad “convencieron a Estados Unidos de que tenía el derecho y la


habilidad para intervenir políticamente en los países más débiles, oscuros y pobres” (Drake, 1991:
7).

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