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Muriendo para vivir: el camino del emigrante

Había una vez dos salvadoreños viajando fuera de su tierra. Ambos debían cruzar varios países para llegar a
su meta; iban acompañados, con su equipaje y sus respectivas responsabilidades, pero las circunstancias eran
distintas. El 24 de junio del 2005, el presidente Antonio Saca junto a miembros de su gabinete se reunía en
Francia con empresarios y directores de organismos internacionales; mientras, Elí Rivera –joven emigrante
originario de Ahuachapán– atravesaba México con la esperanza de llegar a Estados Unidos de América
(EUA).

A Saca lo recibían con abrazos y apretones de mano, lo rodeaban con platos de buena comida, bebidas
exóticas, sonrisas y ofrecimientos como el de “Lacoste”, la prestigiosa fábrica de camisas y otros artículos de
moda que –según el mandatario– le interesaba establecer en El Salvador una planta de producción. En cambio
Elí, en su viaje tenía que esconderse de algunas autoridades mejicanas o acostumbrarse a sus golpes, insultos
y demandas de dinero para que lo dejaran continuar avanzando hasta su destino. Apenas comía y el agua era
escasa. En México había conseguido que su hermano le prestara cincuenta dólares para continuar su trayecto
y lideraba una “delegación” formada por algunos primos y amigos; en total, eran cuatro hombres camino al
“norte”.

Ese día, Saca seguramente durmió en un hotel francés de cinco estrellas mientras Elí y sus acompañantes lo
hicieron bajo todas las estrellas, a cielo abierto. Al día siguiente, la noticia de los “logros” de Saca apareció
pomposa en los medios nacionales. A diferencia de esa “alegría”, la familia Rivera recibió un trágico aviso:
un tren le había destrozado el cráneo a Elí. Sus acompañantes pidieron ayuda a la Cruz Roja de aquel país y lo
trasladaron al Hospital Central “Dr. Ignacio Morones Prieto”, en San Luis Potosí, donde lo atendieron.

Este joven ahuachapaneco no es la única persona emigrante accidentada en tierras extrañas. En la prensa
escrita, radial, televisiva y electrónica del país se reporta una larga lista de lisiadas y mutiladas por los trenes
en los que pretendían acercarse a la realización de su sueño en tierra estadounidense; sueño que, a final de
cuentas, terminó siendo una verdadera pesadilla. Pese a esto, un promedio diario de quinientas personas hacen
maletas y emprenden este peligroso viaje. El desempleo y el subempleo, la pobreza, el abandono del sector
agrícola, los bajos salarios, la inseguridad y la falta de oportunidades son poderosas razones que les obligan a
dejar su familia. No tienen otra opción que arriesgar su vida, con tal de que los suyos tengan lo necesario para
sobrevivir.

Esas dificultades también las enfrentó Elí, el emigrante. Su vida inició en Tacuba, uno de los municipios
ubicados en el rango de la extrema pobreza y “beneficiario” del programa “Red Solidaria”. Estudió hasta
sexto grado y ayudó a su padre en las labores agrícolas. Era un muchacho sano, con las inquietudes propias de
su edad. Pero llegaron las responsabilidades, se acompañó y fue padre. Entonces comenzó a buscar el pan
diario para su nuevo hogar; esa necesidad básica que no pudo resolver en su país “seguro” y “unido”, según la
propaganda oficial, lo obligó a abandonarlo y a alejarse de sus familiares. Cuando éstos se enteraron del
accidente, comenzaron a gestionar su retorno. Enviaron cartas a diferentes entidades y funcionarios: al
presidente Saca, a la primera dama y presidenta de la Secretaría Nacional de la Familia, y a Carlos Velasco,
cónsul de El Salvador en México. Ninguno tuvo siquiera la decencia de responder; simplemente, los
ignoraron. Para esta gente, como para mucha otra, no alcanzó el “sentido humano” del actual gobierno.

Semejante comportamiento contrastó con la repuesta del Estado mejicano, Elí fue muy bien atendido allá,
tanto que le salvaron la vida pese a que las probabilidades eran mínimas. Por escrito, funcionarios de aquel
país comunicaron que –en un acto de corresponsabilidad– asumirían los gastos de atención médica que
ascendían a veinticinco mil dólares. También contrastó la actitud de la administración Saca con sus discursos
antes de ganar las elecciones. Él llegó a la silla presidencial presentándose como “defensor” de los
indocumentados. En este uso publicitario de las y los emigrantes anunció la creación del Vice Ministerio para
los Salvadoreños en el Exterior, que tampoco fue capaz de dar respuesta a la familia Rivera. La prórroga del
Estado de Protección Temporal (TPS) fue otra de sus maniobras propagandísticas, utilizada para el evento
electoral de marzo del presente año. Estas medidas para el supuesto beneficio de las y los compatriotas en
EUA, que en la mayoría de los casos abandonaron su tierra por la precaria situación económica, resultan
huecas y ofensivas cuando alguien pide y no recibe del Estado lo que está obligado a brindar: atención a sus
necesidades.

Por fortuna, gracias al grupo Beta Sur –que trasladó a Elí desde el sanatorio potosino hasta la frontera de
Talismán, Chiapas, con Guatemala– y a Comandos de Salvamento de El Salvador que facilitaron una
ambulancia con personal paramédico para el resto del trayecto, Elí pudo llegar al Hospital Nacional de Santa
Ana. Pero su calvario aún no terminaba; tampoco la camándula de ineptitudes estatales. Después de
“evaluarlo” y revisar el historial clínico, las autoridades del servicio de emergencias de dicho nosocomio lo
remitieron al Hospital Nacional de Ahuachapán y de éste lo mandaron a su casa porque consideraron que su
estadono ameritaba ingreso. Quién sabe cuál fue la base para tal decisión, porque Elí tenía un orificio y un
tubo en la garganta para poder respirar; además, se alimentaba a través de una sonda introducida en el
estómago. No podía hablar y carecía de movilidad en la parte izquierda de su cuerpo. No se necesita ser gran
médico para darse cuenta de su delicada situación. En todo caso, debieron orientar a la familia sobre su
atención; pero ni siquiera eso hicieron.

Una semana después, lo llevaron de regreso al centro médico porque vomitaba constantemente y tenía
temperatura alta. La irresponsabilidad llegó a su máximo entonces: no los quisieron recibir, hasta que
acudieron a la delegación departamental de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. Pero la
atención fue muy mala y tuvieron que remitirlo, de nuevo, al Hospital santaneco donde mejoró un poco; pero
la negligencia continuó. Toda la sonda se le introdujo en el estómago porque el personal médico quitó el clip
que la sostenía. Por eso, se hicieron las gestiones necesarias para que fuera atendido en el Hospital Divina
Providencia, donde fue aceptado pese a atender sólo pacientes con cáncer; pero antes se le llevó lo al Hospital
Rosales para que le retiraran la sonda. Un equipo multidisciplinario del “Hospitalito”, como la gente conoce
el lugar del martirio de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, le reestableció la salud.

A partir de este caso, revelador de una tragedia humana enorme, queda clara la urgente necesidad de diseñar e
impulsar una política estatal o –al menos– un manual de procedimientos para atender a cualquier salvadoreña
o salvadoreño que se accidente en otro país. Nada de lo sucedido debe repetirse, porque es una obligación
constitucional asegurar la salud de cualquier compatriota. Brindarles atención médica u hospitalaria a esta
gente, no es un favor o una obra de caridad. Asimismo deben proveerse recursos para contar con transporte
aéreo y terrestre con las condiciones mínimas para trasladar a quienes sufran algún percance en el exterior.
También debe destinarse una partida presupuestaria para cubrir estos gastos. Si de verdad hay interés en toda
la población salvadoreña emigrante, esto es lo menos que pueden hacer las autoridades gubernamentales.
Además, estos recursos servirían para aquellos seres humanos nacidos en otras tierras que sufran similares
desgracias acá en El Salvador.

Sin embargo y sin quererlo, Elí el emigrante y su familia volvieron a descubrir y denunciar con su calvario el
sentido inhumano del proyecto económico imperante en el país y de quienes se benefician del mismo. Por eso
no han hecho nada ante este problema, que va más allá del presente caso. Cada situación que Elí enfrentó,
mostró su indiferencia ante el dolor de los más necesitados y la inconsistencia de las frases publicitarias
gastadas, así como la incompetencia que rodea a esta administración en todos los ámbitos. No solucionan
nada y empeoran todo. Eso sí, para publicitarse no hay quien le gane.

Pobreza y Trabajo. Testimonios de familias migrantes salvadoreñas

A fines de la década de los 70 y principios de los 80, comienza una ola migratoria del pueblo salvadoreño que
eventualmente se convierte en un verdadero fenómeno migratorio quizás sin precedentes. Originalmente
empujados por un conflicto civil que cobró la vida de al menos 75,000 salvadoreños a lo largo de 12 años, el
pueblo salvadoreño no ha dejado de migrar pese a la firma de los acuerdos de paz.

Se estima que hoy en día hay 2 millones de salvadoreños que viven en el exterior. La vasta mayoría de ellos
viven en los Estados Unidos, concentrados en California, Texas, Nueva York, Virginia y Maryland. Pero aún
en estados como Massachusetts, la presencia del pueblo salvadoreño se ha sentido. De acuerdo al último
censo estadounidense hecho en el año 2000, la comunidad inmigrante salvadoreña creció un 137.40% en el
estado de Massachusetts, denotando la continua inmigración y más aún el aumento de ella.

La colección de entrevistas en este libro nace del deseo de entender mejor las implicaciones y consecuencias
de este fenómeno migratorio y permitir que sean las voces mismas de aquellos que han vivido esta
experiencia las que nos hablen directamente. Las entrevistas fueron hechas con 10 familias que viven
mayormente en áreas rurales de El Salvador en departamentos como Chalatenango, Cuscatlán, La Unión y
Santa Ana. Cada una de estas familias tiene al menos uno o, en la mayoría de los casos, más de un familiar
que vive en el área metropolitana de Boston, en el estado de Massachusetts. Algunos de estos familiares
emigraron hace mas de 10 años; otros, en los últimos cinco. Las entrevistas con el emigrante y un familiar
cercano que todavía vive en El Salvador se realizaron durante el año 2002.

Son 10 familias quienes con mucha valentía y sencillez comparten con nuestros lectores las razones del
porqué emigraron, el viaje hacia el norte, la realidad del “sueño americano”, la separación de las familias, la
interdependencia económica que surge de las remesas familiares, sus apreciaciones en cuanto a la situación
económica, social y política de El Salvador, la influencia de la cultura estadounidense y sus sueños para el
futuro. Con estas diez familias aprendemos que la migración salvadoreña hoy en día es una historia en forma
de círculo la cual comienza en un cantón, pueblo, o una ciudad en El Salvador y no termina en una ciudad
estadounidense (en el caso de estas entrevistas Boston, Massachusetts) sino que regresa al mismo lugar en
donde comenzó.

Esta colección de entrevistas no pretende ser un estudio científico social. Por ende, no podemos llegar a
conclusiones definitivas que nos ayuden a entender a ciencia cierta las consecuencias e implicaciones del
fenómeno migratorio salvadoreño. El mérito de estas entrevistas es el de permitir que las personas que han
vivido en carne propia esta historia nos hablen directamente al corazón. Mucho podemos aprender de estas
diez familias, y podemos escuchar los ecos que reflejan a través de sus historias y los temas que se entrelazan
diciéndonos lo mucho que tienen en común. También nos revela lo importante que es reconocer y documentar
la historia del pueblo salvadoreño.

Razones para inmigrar

El motivo de fondo que impulsó a uno o más miembros de estas diez familias a emprender un viaje incierto y
peligroso fue la pobreza, agravada por la guerra civil en la década de los 80 y una carencia casi total de
oportunidades laborales que les permitieran devengar un salario digno. Algunos de los entrevistados que
emigraron en la década de los 80 y principio de los 90 se vieron más afectados por la violencia y el peligro del
conflicto armado. Una de las personas entrevistadas cuenta detalladamente el asesinato de su hermano y de su
propio secuestro. Otro cuenta su reclutamiento por los cuerpos militares y cómo esta experiencia lo impulsó
aún más a salir del país.

Pero más allá del peligro, la violencia y la amenaza a sus propias vidas y la de sus familiares que significó el
conflicto civil salvadoreño, la razón de fondo por la cual todos los salvadoreños entrevistados emigraron fue
la pobreza. En las palabras de una de las personas entrevistadas: “Mis razones por qué salí de El Salvador son,
como toda la gente que tiene el sueño de llegar acá, la situación económica, social y política.....Porque no hay
muchas opciones allá. Porque la guerra afecta a lo económico. De por sí el país ya estaba en mala situación y
esto vino a agravar la situación económica".

Son varias las historias de penuria que se escuchan en estas páginas relatando el trabajo arduo que no rinde lo
suficiente para sobrevivir, mucho menos para superarse. La vasta mayoría de las familias entrevistadas viven
en zonas rurales del país donde la manera de sobrevivir ha sido tradicionalmente de la tierra. Sus historias
relatan los desafíos de esta vida: de las sequías y de las hambres cuando no se cosecha y del trabajo arduo
bajo un sol y un calor desesperante que rinde muy poco. Como nos relata un salvadoreño en estas entrevistas:
“....nosotros hacíamos agricultura – sembrar maíz, vender. En una parte de sol, trabajando para poder
sobrevivir ya ve que el sustento de nosotros es más diferente. Usted puede trabajar todo un día y no gana".
Otro salvadoreño hace eco a esta historia cuando nos relata que “cuando vivía en El Salvador, pasé momentos
de hambre. Y no solamente yo, mis hermanos también. Porque hacíamos mucho, trabajábamos mucho. Por
eso decidí venirme para acá, para este país, porque allá no se supera. Tal vez no buscar la manera de
superarse, pero por lo menos ver lo que uno hace”.

El Viaje

Varias de las historias narran viajes hacia al Norte que implican un alto costo económico y que son
sumamente peligrosos y difíciles. En la mayoría de los casos, los emigrantes tienen a un familiar o amigo
viviendo en los Estados Unidos que le ayuda a conectarse con un “coyote” y a reunir gran parte del dinero
para pagar el trayecto; por eso, muchos de estos emigrantes esperan ponerse a trabajar al llegar y así pagar
pronto esta deuda.

El trayecto es largo y en algunos casos transcurren varias semanas antes de llegar a su destino. En ese camino
encuentran todo tipo de peligros y amenazas: “coyotes” que los abandonan en México; encuentros con los
cuerpos policiales mexicanos que los sobornan; largas caminatas por lugares desiertos sin comer ni beber;
vehículos que los transportan a oscuras y tan apretados al punto de que sus músculos pierden su sensibilidad;
y varios intentos de cruzar la frontera estadounidense. Son semanas de hambre, sed, incertidumbre, ansiedad,
soledad y cansancio. Estos relatos son un verdadero testimonio de la fortaleza interna, valentía, determinación
y perseverancia de los migrantes. Lo que los impulsa son unos deseos poderosos de escapar de la pobreza, la
violencia y la inestabilidad económica y social que ven en sus vidas, superarse y ayudar a sus familias. Lo que
los fortalece es su fe en Dios. En sus relatos escuchamos cómo varios de estos migrantes se vuelven a Dios en
los momentos más duros y peligrosos.

No sólo son los migrantes quienes sufren. También sufren sus familiares que quedan atrás, quienes muchas
veces se ven forzados a soportar una agonizante espera de semanas antes de escuchar si su ser querido llegó
con bien a su destino. En las palabras de una madre: “El último en irse fue un varoncito, un cipote de unos 14.
El último en irse estuvo como dos meses para entrar allá. No podía entrar. Para una madre es duro que sus
hijos se le vayan. Mire que ya lo hacíamos perdido, porque no sabíamos nada de él. Hasta los que estaban
ayudándole allá, lloraban por él, porque se había perdido. Pensábamos que se había ahogado en el Río
Bravo...”

Como los mismos migrantes de estas entrevistas reconocen, el viaje hacia el “Norte” se ha tornado aún más
peligroso y más caro desde que se detonó el fenómeno migratorio salvadoreño. A pesar de los peligros y del
costo económico, salvadoreños continúan emprendiendo este viaje, dándonos un testimonio poderoso de la
falta de alternativas en El Salvador para sus vidas.

Separación Familiar

Madres que comparten sus historias en estas entrevistas, nos dan un testimonio del sufrimiento que llevan en
sus corazones de ver la partida de hijos que luego no vuelven a ver en años. “A mí me hacen mucha falta mis
hijos, porque están lejos. Como les digo a ellos, cuando yo me recuerdo de ellos, me pongo a pensar mucho.
Hay veces hasta lloro, porque deseo hablar, verlos, conversar con ellos personalmente y no puedo......Hay
momentos, fíjese, cuando yo me quedo sola, digo yo: ‘mis hijos, ¿dónde estarán?' Yo no los puedo ver, y no
puedo ir a verlos a ellos”.

Por otro lado, el salvadoreño que logra llegar a los Estados Unidos sufre un período igualmente conmovedor
al verse aislado y sólo en un país extraño. “La llegada, no fue nada como yo me la esperaba. Es tan difícil. No
podía ni hablar el inglés. Lo primero que fue difícil para mi fue llegar a una casa y encerrarme ahí. Es como
vive la gente acá. Es totalmente diferente. No podía entender absolutamente nada de lo que la gente decía. Me
sentía desesperado”. También sufren la separación de seres queridos a quienes extrañan aún después de largos
años. Un salvadoreño comparte lo que más extraña después de más de diez años de vivir en los Estados
Unidos: “Pero más que todo extraño a mi Mamá. A mi Mamá y a mi hermanita, que la dejé de 5 años. La
extraño mucho porque era muy pegada a mí, muchísimo. Ella quería ir donde yo iba. La extraño mucho.”
Varios de los que migran se ven obligados a dejar a sus hijos, agravando su angustia. Y aún años después de
haberse establecido en los Estados Unidos hay muchos que todavía extrañan a sus seres queridos.

Las entrevistas nos pintan un panorama complejo de relaciones familiares. No son solo las remesas que unen
a los familiares, sino también los vínculos tradicionales en una relación dinámica. Una madre en El Salvador
nos dice: “Yo apoyo a mi hijo moralmente porque económicamente yo jamás podría darle pero
espiritualmente, siempre lo aconsejo, a pesar de que él está más preparado que yo pero una nunca debe dejar
de martillarlos que se porten bien. Porque están grandes pero no están seguros.”

La separación familiar que conlleva la migración se dificulta y se extiende debido a barreras estructurales
relacionadas con la dificultad en obtener visas para los que viven en El Salvador y la falta de un estatus legal
migratorio permanente para el salvadoreño que viven en los Estados. La combinación de estas barreras no les
permite a estas familias mantener un acercamiento físico más regular y continuo. Por ende, la separación
familiar es de largos años.

A pesar de la tristeza que sufren estas familias por la separación, regresar a El Salvador para el que emigró no
es una alternativa. Prevalecen más las oportunidades laborales que tienen los emigrantes en los Estados
Unidos y la dependencia económica que surge por medio de las remesas familiares. Por ende, estas familias
sobrellevan la tristeza de la separación familiar como precio que necesariamente tienen que pagar para
asegurar la sobrevivencia de la familia entera. “¡Dios guarde! Es cierto que están lejos, los extraño mucho.
Me hacen falta mis hijos, pero si no estuvieran ellos allá, a saber qué sería de la vida de nosotros, porque el
cambio que ha habido en la vida de nosotros ha sido grande. Todos los hijos que están en Estados Unidos me
envían mensualmente". Otra madre dice: “No me gustaría que Marcela se viniera. Es que si ella se viene, no
hay ayuda. Si se viene, aquí no hay trabajo.”

Remesas Familiares

Las remesas familiares son el vínculo mas concreto que existe entre estas familias.Ellas se han convertido en
el sostén primordial que les permite a los parientes en El Salvador sobrellevar la vida cotidianamente. Una
madre dice: “Si no hubieran remesas nos moriríamos de hambre”. Esta ayuda económica mayormente la
ocupan para pagar necesidades básicas como comida, medicina y educación, aunque en algunos casos,
familiares en El Salvador han logrado ocupar parte de este dinero para construir casas, comparar terreno y
establecer pequeños negocios.

Además del aporte económico, los emigrantes envían bienes como muebles, aparatos electrónicos,
refrigeradoras y otros artículos de casa que mejoraran cualitativamente la calidad de vida de estas familias. La
ayuda total de estos emigrantes para con sus familias se resume en las palabras de una madre que tiene tres
hijos que viven en Boston, Massachusetts: “Ellos nos ayudaron a construir esta casa. La casita estaba ya, pero
ellos me han ayudado para hacer el baño, para cualquier cosita. Para la medicina, para comida, para comprar
mueblecitos ellos me han ayudado. Me han mando roperos, jueguito de mesa, inodoro, cocina, este televisor,
estéreo, teléfono, todo es por ellos. Mis hijitos me han ayudado. Mi vida ha mejorado desde que se fueron mis
tres hijos.”

En casi todos los casos, hay un reconocimiento que sin estas remesas, la pobreza sería insoportable, tan
insoportable que la separación familiar aunque dolorosa, es preferible. Una y otra vez escuchamos las voces
de padres que aseguran que sus vidas han mejorado con la migración de sus hijos y la ayuda que reciben
luego que ellos encuentran trabajos. De igual forma, reconocen que sus vidas volverían a la miseria de antes si
regresan sus hijos a vivir a El Salvador o si dejan ellos de enviar las remesas familiares.

En las entrevistas se logra escuchar maneras concretas en que las vidas de estas familias que viven en El
Salvador han mejorado, sobre todo en cuanto a su dieta y alimentación. Pasan de comer “tortillas con una
tajadita de limón” y “agua de café” a una dieta más variada y nutritiva que incluye carne de res, pollo, cerdo,
verduras y por supuesto, “frijolitos con queso y crema”.
Más allá del significado económico de estas remesas, en algunos casos, vemos como las remesas familiares
también son una medida que algunos ocupan para concretizar la existencia o no del amor y la lealtad hacia la
familia. La obligación que sienten los migrantes de mantener a sus familias, en la medida posible, es palpable.
Como nos relata una joven salvadoreña migrante: “Es bastante dinero que enviamos a El Salvador. En
realidad es es un gasto bastante grande viéndolo económicamente. Pero para nosotros es como un
compromiso. Es una meta que nos hemos puesto: que el momento y el tiempo que nosotros estemos en este
país no les falte nada a ellos. El hecho de estar tan lejos y que sufran nuestra ausencia queremos
recompensarselos con un poco, aunque no se llegará a compensar todo”. Esta obligación refleja en gran
medida las expectativas y la presión que sienten de parte de sus familiares en El Salvador de asumir dicha
obligación. En respuesta a una pregunta de que pasaría si sus hijos dejaran de enviar ayuda económica, una
madre responde: “Si mis hijos dejaran de enviar yo me sentiría mal y averiguaría que por qué es que ya no me
ayudan, averiguaría por qué han cambiado. Averiguaría si no mandan por andar ahí talvez paseando, gastando
o sería porque no tienen trabajo o por qué sería.Yo investigara eso.”

Para el migrante salvadoreño, en estas entrevistas, la obligación económica que asumen para con sus familias
en El Salvador implica un trabajo adicional y en algunos casos privarse de alcanzar un nivel económico más
cómodo en los Estados Unidos. En al menos un caso vemos la frustración de un migrante quien elige estudiar
en lugar de realizar un segundo trabajo para enviar dinero a El Salvador y al tomar esa acción se encuentra
marginado por sus amigos y por ende obligado a desvincularse de su familia en El Salvador y de sus amigos
en Boston. En sus propias palabras, “...después de vivir un año, año y medio con mi amigo, decidí irme por mi
propio camino. Porque teníamos problemas en la manera de pensar. Yo quería estudiar. Él decía que eso no lo
podía hacer, que tenía que solo trabajar. Y yo siempre sentí la necesidad de estudiar. Entonces, fue muy
difícil. Y pasé aproximadamente cuatro años que no me comuniqué con mi familia para nada”. Este migrante
logró superarse, reconectarse con su familia y continúa estudios mas avanzados, lo cual, después de todo, le
ha permitido ayudar aún más a su familia .

No es solo las remesas familiares que dan testimonio de la gran dependencia económica que ha surgido entre
estas familias. También cuentan el impacto positivo que han tenido las remesas colectivas en los pueblos
donde viven. Estas remesas colectivas se ocupan en proyectos de desarrollo local para mejorar la vida
comunal de un pueblo o cantón. En las palabras de una persona entrevistada, “Allá en Loma Larga sí se ha
construido una calle que va recto para arriba. Esa calle está construida de puro dinero de allá. Allá hacían
colecta con la gente que vivía en Boston. Casi toda es de aquí, de Loma Larga. Bien bonito están dejando.
Pusieron agua potable también. Todo eso es una gran ayuda.”

Las remesas colectivas muestran el alto grado de organización que tienen los salvadoreños que viven en el
exterior. Y se organizan a nivel de las comunidades en ambos sitios, sin dependencia en gobiernos o agencias
internacionales. Una salvadoreña que vive en Boston cuenta que “Acá existen grupos que tienen relación con
El Salvador. Hay un pequeño comité que para cualquier cosa que sea, está mas al tanto de lo que esta
pasando, lo que se necesita. También hay otro comité que se llama el Comité San Vicente. Y el Comité Plan
de la Mesa. Hay pequeños comités que se unen. Talvez en ese pueblo no hay una calle que pueda entrar un
carro; hacen la calle. El dinero se envía de acá para allá.”

Desafíos y Oportunidades en los Estados Unidos

Para los salvadoreños que viven en Boston y que compartieron sus historias, sus experiencias en los Estados
Unidos han sido una combinación de desafíos y oportunidades. El período original de ajuste es obviamente
difícil ya que todo es nuevo y diferente. Dominar el idioma ingles, la falta de documentación legal migratoria
y la discriminación que enfrentan por no hablar el idioma y ser inmigrantes son algunos desafíos que
enfrentan.

El Idioma. De acuerdo al censo estadounidense del año 2000, el 46% de salvadoreños que viven en
Massachusetts no hablan inglés. Esta es una barrera enorme para el salvadoreño en términos de alcanzar
mejores oportunidades laborales y académicas. También constituye un factor importante en la calidad de vida
de estos inmigrantes, ya que el no dominar el idioma significa mayores dificultades en su proceso de
integración plena, en lo social, económico y político del país que en gran medida han elegido como su nuevo
hogar. Este proceso se trunca por no poder comunicar sus necesidades, opiniones, ideas, etc, ni entender
plenamente lo que ocurre alrededor de ellos, lógicamente eso los lleva a una mayor marginalización de la
sociedad en general. Tristemente, varios de los salvadoreños entrevistados cuentan de sus deseos y esfuerzos
de mejorar el idioma pero de lo difícil que es lograr esta meta por sus horarios de trabajo. En las palabras de
una salvadoreña, “Me gustaría tomar cursos de inglés pero ya ve que si lo tomo, se ocupa el tiempo y no
puedo trabajar. Entonces no puedo.”

El Estatus Legal Migratorio. En cuanto a su estatus legal migratorio, la comunidad inmigrante salvadoreña,
comparada a otros grupos inmigrante latinoamericanos, al menos goza de algunos programas especiales que
les ha ofrecido cierto grado de protección. Estos programas son el resultado de luchas y trabajo de incidencia
política que la misma comunidad salvadoreña organizada en los Estados Unidos ha emprendido a lo largo de
los últimos 20 años. Programas como la ley NACARA por medio del cual salvadoreños que llegaron a los
Estados Unidos antes del año 1990 y mayormente durante el conflicto armado del país pueden ahora obtener
su residencia permanente. En el año 2001, el programa conocido como Estatus de Protección Temporal (TPS
por sus siglas en inglés) le dió protección al salvadoreño que llegó a los Estados Unidos en o antes del 13 de
febrero del 2001 a raíz de los terremotos que sufrió el país ese año. Sin embargo, porque el fenómeno
migratorio no ha menguado, hay miles de salvadoreños que no se pueden abrigar bajo la ley NACARA y para
quienes el TPS simple y sencillamente significa un permiso de trabajo sin la libertad de viajar fuera de los
Estados Unidos ni gozar de otros beneficios y privilegios de la residencia permanente. El TPS, por naturaleza,
es un programa migratorio temporal, lo cual significa que aquellos que están inscritos en él, no
necesariamente gozan de la tranquilidad de saber que pueden vivir en los Estados Unidos en una manera
permanente. Finalmente, salvadoreños que llegaron a los Estados Unidos después de la fecha límite del TPS
no se pueden abrigar bajo ningún programa.

Cuando el inmigrante es indocumentado es presa fácil para la explotación y la discriminación en el trabajo. Es


una de las consecuencias más trágicas del sistema económico estadounidense que siendo ilegal el darle trabajo
a personas indocumentadas, estas buscan no uno, sino dos y a veces hasta tres trabajos. La razón es que
simple y sencillamente los inmigrantes aceptan trabajos que ciudadanos nunca aceptarían por el pago que
reciben. Sin embargo, para muchos de los salvadoreños entrevistados, estos trabajos significaban ingresos
que, comparado a lo ganado en El Salvador por trabajo igual o peor, son mucho mejores. Por ende, raramente
reconocen ellos mismos la injusticia que viven.

Las entrevistas contenidas en este libro fueron hechas en el año 2002, unos meses después de los atentados
terroristas del 11 de septiembre del año 2001. Una de las respuestas del gobierno estadounidense a la luz de su
vulnerabilidad en cuanto a su seguridad nacional fue el endurecer la política migratoria. A la misma vez, un
sentimiento fuertemente anti-inmigrante se desató por el país entero. La situación vulnerable del inmigrante
indocumentado y aún el que al menos tenía un permiso de trabajo se volvió aún más precaria.

Discriminación. La combinación de no hablar el inglés con su condición de inmigrante indocumentado o con


un estatus migratorio temporal ocasiona discriminación. Aunque a veces alguno de ellos no reconoce dicha
discriminación, sus relatos en cuanto a experiencias laborales dicen mucho de cómo son maltratados aún por
otros inmigrantes latinoamericanos e incluso salvadoreños. Este maltrato incluye despidos, amenazas, insultos
y hasta no pagarles por trabajo hecho. La experiencia la resume una salvadoreña en estas entrevistas cuando
relata lo siguiente: “Con respecto a los trabajos, el solo hecho de no tener un papel, un documento para
trabajar, ha servido un poco para ser discriminado. Porque a veces los supervisores con los que uno trabaja
son personas que se portan muy duro y lo hacen sentir como que ser inmigrante es una desgracia para uno. Y
el sueldo que a nosotros nos pagaban era muy bajo, especialmente comparado al sueldo que una persona debe
ganar trabajando en un freezer, donde las temperaturas no cambian de 30 a 20 grados para abajo. Uno tiene
que estar, por ejemplo, con tres suéteres, un gorro y tres pares de calcetines y dos pantalones porque no
aguanta el frío. Entonces cinco dólares o seis dólares para un trabajo así, me parece, es muy poco. La
discriminación también existe en el momento en que a uno lo despiden sin ninguna explicación”.

A pesar de los desafíos tan grandes que enfrentan los emigrantes de nuestras entrevistas relacionados con el
idioma, su estatus legal migratorio y como estos resultan en su discriminación, con el tiempo logran ajustarse
y hasta llegan a relacionarse con los Estados Unidos con una mezcla de agradecimiento y amor, sobre todo
aquellos que han logrado conseguir un estatus legal migratorio permanente. La mayoría de ellos ven a los
Estados Unidos como el país que les dio la mano y la oportunidad de salir adelante y ayudarle a sus familias.
Como lo asegura una salvadoreña que vive en Boston: “Le debemos mucho a los Estados Unidos. Ellos han
hecho mucho por nosotros, porque nos han dado muchas oportunidades”. Varios de las y los entrevistados que
viven en El Salvador comparten esta opinión. De acuerdo a una de estas personas: “Los Estados Unidos nos
ayuda dándoles trabajo a los que están allá. Sí, dándoles el trabajito que les dan a ellos.”

Los diferentes niveles de protección migratoria, desde indocumentado hasta residente permanente, están
relacionados con los niveles de tranquilidad, seguridad, oportunidades laborales y de educación y hasta el
amor que sienten por los Estados Unidos. Todos hablan sobre la falta de seguridad en sus lugares de trabajo,
los bajos ingresos y el constante temor de ser delatados frente a inmigración cuando no tienen “papeles” y
como esta situación mejora apreciablemente cuando logran su permiso de trabajo. Los que ya son residentes
permanentes gozan de la libertad de viajar a El Salvador y ya se sienten mas parte de los Estados Unidos que
de El Salvador.

Relación entre El Salvador y Estados Unidos

En las voces de los salvadoreños y las salvadoreñas que todavía viven en El Salvador y que nos hablan en
estas entrevistas, escuchamos claramente vocabulario y expresiones idiomáticas como “cipote” y “pisto”
netamente salvadoreñas. Podemos discernir mucho de la idiosincrasia y prácticas culturales que distinguen al
salvadoreño. Sin embargo, casi todos ellos ven en el coloso del Norte, los Estados Unidos, a un país que
admiran y al cual agradecen por las oportunidades de trabajo que les han dado a sus familiares. Algunos
hablan de cómo El Salvador le pertenece a los Estados Unidos por la deuda externa y cómo con la
dolarización El Salvador se convierte cada día mas como los Estados Unidos. “Perdió Colón, perdió España…
El Salvador ya es colonia de los Estados. Sí, aquí, aunque no nos guste, hay que aceptarlo, dependemos de
Estados Unidos”.

Casi todos valoran mucho que el Gobierno Salvadoreño tenga buenas relaciones con el Gobierno
Estadounidense. Perciben en los Estados Unidos a un país que el salvadoreño necesita tanto para el que vive
en El Salvador como para el que vive en los Estados Unidos. La admiración que sienten la mayoría de los
entrevistados por los Estados Unidos la resume esta madre cuando dice: “Lo que más me gusta de los Estados
Unidos es el buen corazón que tienen las personas que viven allá. Cuando uno tiene necesidad, por ejemplo en
los tiempos del terremoto, del huracán, ellos están prestos para ayudarlos. Yo admiro el corazón de los
gringos. No hay nada que no admire de los Estados Unidos. Casí todo lo admiro”. Aunque no necesariamente
quisieran vivir en los Estados Unidos, todos expresan el deseo de al menos visitarlo. Y aquellos que sí han
tenido la oportunidad de visitar, cuentan de las maravillas en los Estados Unidos y de lo “buena y linda” que
es la gente. Muchos de ellos incluso se sienten parte de los Estados Unidos por tener familia que viven en ese
país.

El salvadoreño que ha emigrado conserva su identidad. “Yo realmente me siento salvadoreña cien por ciento
y la verdad para mi es un orgullo. No me olvido yo de mi patria; no la cambio por nada”. Al mismo tiempo
los que ya tienen más años viviendo en los Estados Unidos y han logrado su residencia permanente adoptan
una conciencia más amplia de ser latino o hispano y admiten el haber incorporado o integrado en su manera
de ser y pensar aspectos estadounidenses. A diferencia de sus familiares en El Salvador, los salvadoreños que
viven en los Estados Unidos hablan el español sazonado con palabras en inglés como “taxes” “biles” “social
security” y otras. Van siendo ellos parte del fenómeno lingüístico estadounidense entre la comunidad de
origen latinoamericano conocido como “Spanglish”. También se puede escuchar que el español se transforma
un poco a medida adoptan expresiones idiomáticas de otros países latinoamericanos y caribeños.

Aquellos que han tenido hijos en los Estados Unidos, consideran a éstos como norteamericanos, aunque
muchos de ellos se esfuerzan por inculcarles aspectos de sus raíces salvadoreñas como el idioma y algunas
costumbres. “Mis niños se sienten más de acá que de allá. A mi me gustaría que mi hija supiera más de El
Salvador. Hay muchas cosas que ya no recuerda”.
Algo que tienen en común es que ninguno quiere regresar a vivir en El Salvador. Aunque muchos añoran y
extrañan a sus familias y algunos aspectos culturales como la comida, ninguno ve a su país como una
alternativa para vivir, únicamente lo ven como un país para visitar y pasear, pero no como el lugar donde ellos
volverían a hacer una vida. En las palabras de un salvadoreño que todavía no es residente, “Si me dieran la
oportunidad de poder vivir acá o regresar a El Salvador yo me quedaba porque, como le estaba diciendo, por
lo menos es un país donde uno puede trabajar. Si yo me fuera para mi país no podría vivir a como aquí, mi
sueño es tener mi residencia, o qué se yo, mis papeles. Para ir a visitar mi país, lo único.”

Salvadoreños en El Salvador

No hay duda que el Gobierno de El Salvador enfrenta un desafío enorme en cuanto a resolver problemas
viejos y estructurales que llevan a la pobreza a la mayoría de salvadoreños. Con un aproximado de 2 millones
viviendo fuera de El Salvador y cientos más emigrando semanalmente, debemos preguntarnos ¿cuál será el
futuro del país si este fenómeno migratorio continúa?. De acuerdo a las y los compatriotas entrevistados, las
condiciones actuales del país no pintan un cambio radical y lo suficientemente estructural como para que
alivie la pobreza y la falta de oportunidades de ganarse la vida en una manera digna y sostenible: “Yo dudo
que la situación económica pueda mejorar. Yo dudo que mi país algún día pueda mejorar. Lo dudo porque no
encuentro yo que mi país esté bien organizado, que sepa controlar las situaciones. Por eso lo dudo.”

A parte de la pobreza, los salvadoreños de nuestras entrevistas, tanto los que viven en El Salvador como los
que han emigrado, señalaron la delincuencia como otro factor que hace de El Salvador un país inseguro e
inestable. “Andar en San Salvador está terrible ahora. Las maras, las pandillas, todo está terrible. Antes no era
así. Arruinado está El Salvador. Ya de noche no puede salir uno.Ya quedarse en hospedaje o si tiene casa o
donde un amigo, porque sino me asaltan.”

Muchos también ven la delincuencia como un resultado de la pobreza: “Hay mucha delincuencia y personas
que matan a otras personas por dinero. Eso es por el hambre. Esa delincuencia y gente que mata a otra
persona para robarle algo, es por eso mismo. Por el hambre que hay en mi país. Porque yo sé que hay gente
que no tiene dónde vivir, no tiene cómo hacer dinero. Imagínate tú la desesperación lo obliga a hacer algo que
no es correcto. Eso es así. El hambre.”

Los salvadoreños de estas entrevistas que todavía viven en El Salvador no aprueban en gran medida lo que
ellos consideran la falta de leyes “duras” para controlar el problema de la delincuencia: “Esas son cosas que
talvez ni el gobierno las puede arreglar porque aunque ellos quieran, no pueden. Si ponen una ley dura y eso
es lo que se necesita verdad, yo sé que el que es malo tiene que tener algo de miedo, verdad. El que merece la
pena perpetua, pues está bien porque hacen unas cosas injustamente. El que la merece pues está bien.”

La delincuencia también hace menos deseable regresar, incluso visitar.Contemplando la posibilidad de


regresar a El Salvador, una salvadoreña que ya es residente de los Estados Unidos comenta, “Con el
ladronismo que hay y toda la delincuencia ya no se va a poder ni visitar allá ni nada.Porque si saben que uno
llega de aquí piensan que tiene dinero, o que va con mucho dinero a visitar a la familia.Aunque usted no lleve
nada. Entonces da un temor ir allá por eso. Porque a uno le da miedo por su vida.”

Todos los salvadoreños entrevistados residentes en nuestro país reconocen lo mucho que sus vidas han
mejorado gracias a la ayuda económica que reciben de la familia que ahora viven en el exterior: “Nosotros
diéramos lástima si esa gente no estuviera allá, porque la verdad es que aquí no hay fuentes de trabajo, aquí
está tremendo esto”. Otra madre dice: “Ahora El Salvador ha mejorado un poquito más como le decimos
porque hay muchos salvadoreños trabajando allá”. De igual forma, el salvadoreño que ha emigrado sabe muy
bien que el poco progreso que se ve el país se debe a su ardua labor: “Yo pienso que si todos los salvadoreños
que estamos acá no les ayudáramos en nada mucha gente hasta se escaparía a morir. Pues allá está difícil la
situación. No lo quisiera decir pero quizás hubiesen casos de gente quese podría morir de hambre”.

La pobreza que tristemente ha caracterizado al país a través de su historia, ha menguado un poco para las
familias que tienen hijos, hermanos, cónyuges viviendo en el exterior. Las remesas familiares rebasaron los 2
mil millones de dólares en el año 2003, constituyendo casi el 16% del Producto Interno Bruto del país. Éstas
obviamente se han convertido en el pilar central de la economía salvadoreña. La vida de cientos de miles de
familias ha mejorado, no como resultado de políticas económicas nacionales o internacionales, sino que,
paradójicamente, como resultado del fracaso de estas políticas ya que, como hemos visto, la falta de
oportunidades laborales y la pobreza son los motivos más poderosos que tienen los salvadoreños para
emigrar.

Finalmente, aunque las remesas familiares han aliviado la pobreza extrema de estas familias y les ha
permitido mejorar su calidad de vida, queda por verse si éstas serán suficientes y si lograrán pagar por un El
Salvador que cada día se convierte al consumismo y servicios privatizados. Finalmente, estas entrevistas nos
fuerza a hacer esta pregunta: ¿son las remesas -como respuesta a la pobreza estructural del país- sostenibles a
largo plazo?

Salvadoreños en Estados Unidos

Los salvadoreños entrevistados que viven en el área metropolitana de la ciudad de Boston en Massachusetts
son personas que, en sus propias palabras, trabajan arduamente para salir adelante con sus vidas y con las de
sus familias tanto en los Estados Unidos como en El Salvador. Trabajan como lo hacían en El Salvador, pero
en Estados Unidos dicen ver el fruto de su labor. Como explica un salvadoreño inmigrante: “Lo que también
me gusta de la cultura americana es que se trabaja y conforme se trabaja así se divierte uno. Allá es muy
diferente porque yo sentía que trabajaba duro y nada, nunca hice nada, nunca.”

A pesar de que lo mucho que trabajan, y a pesar de que relativamente ganan mejor que lo poco o nada que
ganaban en El Salvador, la realidad es que el salvadoreño, por su falta de educación, desconocimiento del
lenguaje y su estatus migratorio, gana mucho menos en promedio que el ciudadano americano.De acuerdo al
Censo estadounidense del año 2000, la media de ingresos al año de lo salvadoreños era más bajo ($17,234)
que la de otros grupos latinoamericanos y que la de la población en total ($28,420).Las tazas de pobreza
también son más altas para los salvadoreños, aún cuando trabajan. De acuerdo al Censo estadounidense del
año 2000, el porcentaje de familias salvadoreñas que viven en la pobreza fue casi el 20%, una taza mucho más
alta que la de otros grupos latinoamericanos y casi el doble (10.48%) de la población en total.

La vida del salvadoreño que vive en Boston tiene sus desafíos, sobre todo en cuanto a su futuro. Los niveles
de educación son bajísimos, lo cual limita sus opciones. Todos los entrevistados, tanto en El Salvador como
en Boston, tienen bajos niveles de educación e incluso algunos ni siquiera fueron a la escuela. Estos niveles
también se reflejan en las estadísticas del censo, las cuales ubican al salvadoreño como el menos educado
formalmente de todos los grupos latinoamericanos y de la población en general. Un 45% de los que viven en
Massachusetts tienen noveno grado o menos, comparado con el 20% de todos los grupos latinoamericanos y
el 5% de la población en total.

En una sociedad donde cada día más y más se valora la educación formal como la estrategia más eficaz para
avanzar social y económicamente, los bajos niveles de educación formal son sumamente preocupantes. Aún si
el estatus migratorio del pueblo salvadoreño se solventara, ellos seguirían realizando los trabajos más duros y
sucios y los peor pagados por su falta de educación formal. Esta situación, consecuencia de los mismos
problemas estructurales de El Salvador, es agravada por la constante presión de tener que trabajar para
mantener a dos familias lo que no les permite tener el tiempo adecuado para asistir a una escuela o centro
educativo. El compromiso de enviar ayuda económica a sus familiares también significa recursos que no
pueden ocupar para estudiar y superarse. Paradójicamente, como relata el joven en una de las entrevistas que
eligió dedicarse a sus estudios en vez de buscar un trabajo adicional para enviar ayuda, el camino que tomó le
permitió eventualmente ayudar a su familia aún más.

No hay duda que la migración salvadoreña es un fenómeno cuyas consecuencias e implicaciones son
inmensas y las cuales pocos logramos verdaderamente concebir. Esta colección de entrevistas no nos da
respuestas contundentes mas bien nos dejan más inquietudes e interrogantes.
Algo, que sí podemos decir con certeza es que los salvadoreños de estas entrevistas asombran e impresionan
con su valentía, fortaleza y perseverancia. Es una verdadera hazaña el que la economía de un país vaya sobre
los hombros de personas tan humildes y sin mucha educación formal y quienes tienen tan, pero tan poco
apoyo de parte de estructuras gubernamentales tanto en El Salvador como en los Estados Unidos.

De igual modo podemos decir con certeza que, sumados a inmigrantes de otros países latinos, los
salvadoreños están ayudando a transformar la cultura y las características sociales de los Estados Unidos. El
Censo de 2000 pone la población latina en los Estados Unidos en un 13% de la población nacional: “Yo creo
que en los Estados Unidos prácticamente ya solo somos latinos. Ahora todo está lleno de hispanos. Los
restaurantes, las casas todo es de hispanos. Ellos tienen que aceptar. Ya nosotros estamos aquí, estamos
invadiendo y estamos sacándolo adelante”.

Otra cosa que podemos aseverar es que la vida del salvadoreño que ha emigrado está íntimamente ligada a la
vida del salvadoreño que dejó atrás y vice-versa. Aunque nuestras políticas sociales tanto en los Estados
Unidos como en El Salvador no reconozcan lo entrelazado que está el pueblo salvadoreño a pesar de la
distancia, la separación física de largos años y las fronteras entre países que cada día se tornan más y más
permeables y artificiales, la verdad es que el pueblo salvadoreño es uno, no importa a donde esté. Creemos
que este sentimiento, al igual que el espíritu inquebrantable del salvadoreño se resume en las palabras de un
joven salvadoreño quien, a pesar de llevar más de 10 años viviendo en los Estados Unidos, no pierde ni la
esperanza ni su compromiso con su familia.

“Lo que me alienta para enfrentarle a mis problemas es que tengo fe en el futuro. Eso es lo que me mantiene,
me da fuerza y tranquilidad. Pienso que tengo esperanza de que el futuro vaya a ser mejor. Por supuesto, con
sacrificio y luchando para mejorar las cosas. Y también pienso en mi familia. Una de las cosas que da fuerza y
me motiva más a seguir adelante, aunque las cosas sean difíciles acá, es la situación de mi familia. Yo pienso
en ellos y la situación que viven. Entonces digo: tengo que hacer algo por mí y tengo que ayudarles a ellos
también. Su situación depende de lo que yo haga acá”.

En última instancia, políticas públicas y sociales a nivel nacional e internacional se concretizan en la vida
cotidiana de personas comunes y corrientes como las que tuvieron el coraje de compartir con nosotros.

Declaración de la Red Regional de Organizaciones Civiles para las Migraciones ante


la IX Conferencia Regional sobre Migración
Panamá, 17-21 de mayo 2004

La Red Regional de Organizaciones Civiles para las Migraciones celebra la realización de la IX Conferencia
Regional sobre Migración, en un momento en que el incremento del fenómeno migratorio en la Región
requiere de una especial atención y de respuestas decididas y concretas por parte de los gobiernos y los
distintos sectores de la sociedad. Se trata de un tema que está cada día más presente en la vida de nuestras
sociedades y que impacta prácticamente todos los ámbitos de su dinámica presente y futura. La gravedad que
presenta el incremento de los flujos de población migrante regional y extraregional, demanda políticas
públicas integrales que aborden el fenómeno en su conjunto. Políticas que por un lado busquen proteger a los
migrantes; ordenar y regular los procesos migratorios; y por el otro, que atiendan las razones y efectos de
dicha migración.

La Red reitera su agradecimiento a la Presidencia Pro Témpore y a la Secretaría Técnica de la Conferencia


Regional sobre Migración por la facilitación de la participación de las organizaciones de la sociedad civil, la
cual consideramos se hace cada vez más necesaria para enriquecer y complementar sus esfuerzos. Todo
pareciera indicar que la dinámica migratoria rebasa la capacidad actual de cualquier gobierno y sus
instituciones.

Como lo manifestamos el año anterior, valoramos en su justa medida la apertura del espacio de diálogo con
los miembros de la Red de Funcionarios de Enlace para la Protección Consular, el cual ha venido a sumarse a
los espacios existentes con el Grupo Regional de Consulta y la Conferencia Regional propiamente dicha.
Desearíamos que estos espacios ya establecidos puedan ser permanentes para que a lo largo de cada año,
demos seguimiento a las grandes tareas en cada uno de nuestros países y regionalmente. Asimismo, que los
mismos se extiendan en el futuro a la Red de Funcionarios de Enlace para el Combate a la Trata de Personas y
Tráfico Ilícito de Migrantes. Las organizaciones de la sociedad civil somos una importante fuente de
información para los gobiernos; nuestro contacto directo y extendido con el fenómeno y sus protagonistas son
un valioso recurso para su mayor conocimiento; y finalmente, nuestras capacidades instaladas son factores
que debieran ser tomados en consideración en los diferentes planes, programas y proyectos de los gobiernos
de la región.

MIGRACIÓN Y DERECHOS HUMANOS

En anteriores Conferencias Regionales sobre Migración se ha planteado correctamente que la migración


irregular de personas no constituye una amenaza y que por lo tanto, todas las personas que migran deben
contar con la garantía de que sus derechos serán respetados en todo momento del tránsito, el destino y el
retorno a sus países de origen. Partiendo de dicho principio y de que es responsabilidad del Estado proteger a
sus ciudadanos sin importar el lugar donde se encuentren, la Red Regional de Organizaciones Civiles para las
Migraciones (RROCM) quiere insistir en varios aspectos.

Antes que nada, es importante recordar la imperiosa necesidad de disminuir la brecha entre el discurso de
voluntad política de los Estados en el tema de los Derechos Humanos de los migrantes y la realidad,
diametralmente diferente, vivida por éstos. Por lo que es urgente trabajar para la definición y puesta en
práctica de medidas concretas para la aplicabilidad y justiciabilidad de sus derechos, aprovechando la
oportunidad presentada

Convención de 1990 y protección consular

Es necesario que los países de la región que forman parte de la Convención Internacional para la Protección
de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y sus Familiares, hagan una revisión y adecuen su
legislación nacional y garanticen su aplicación a la luz de lo establecido en dicha Convención, otros
instrumentos y jurisprudencia internacional como las Opiniones Consultivas de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos. Al mismo tiempo, instamos a los países de la región que no la han ratificado, a que lo
hagan para el bien de los derechos humanos de sus conciudadanos.

Reconocemos los esfuerzos concretos de varios gobiernos de la región por responder a las justas demandas de
sus connacionales en los Estados Unidos. Sin embargo, queremos llamar la atención en dos sentidos:

Primero, la dinámica migratoria en la región no es únicamente aquella que se produce hacia los países del
norte y que utiliza Centroamérica y México como territorio de tránsito. Como hemos planteado en otras
ocasiones, hay una importante dinámica migratoria sur-sur, que si bien tiene algunas características comunes
con la migración hacia el norte, también demanda una atención especial en países como Haití, República
Dominicana, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

Segundo, los migrantes en tránsito son especialmente vulnerables y por lo tanto requieren de una protección y
asistencia especiales y adecuadas a las particularidades de su situación y necesidades. Por ello, reiteramos
nuestra petición por el fortalecimiento de los servicios consulares, principalmente en países de tránsito. En ese
sentido, reiteramos la necesidad de agilizar la puesta en operación plena del consulado centroamericano en la
ciudad de Veracruz. Asimismo, hacemos un llamado a los gobiernos a revisar la ubicación actual de sus
consulados con el fin de garantizar que los mismos se encuentren en los lugares más necesarios. Destacamos
como buena práctica la implementación de servicios a través de consulados móviles y por lo mismo, debe ser
replicada por más países y en nuevos lugares. El acceso a la identificación personal es un derecho básico de
toda persona y un deber del Estado proveérsela.

Es imperativo dar mayor institucionalidad a la protección consular con la formación y capacitación de un


cuerpo de cónsules de protección de carrera y la correspondiente asignación de recursos técnicos y
financieros.

Retorno digno y seguro de migrantes regionales

Nos permitimos hacer de la consideración de los gobiernos la revisión del Acuerdo bilateral entre México y
Guatemala para el retorno seguro y digno de los migrantes centroamericanos. Además de revisar el contenido
del mismo a la luz de la experiencia de su aplicación y del monitoreo realizado por varias organizaciones
civiles de la región, consideramos indispensable la celebración de acuerdos bilaterales entre Guatemala, El
Salvador y Honduras, y de éstos con Nicaragua para asegurar la llegada de los migrantes a sus fronteras en
condiciones dignas, seguras y ordenadas.

En la misma línea, habría que abordar de manera profunda y regular en estricto apego al respeto de los
Derechos Humanos el tema de las deportaciones de migrantes haitianos desde República Dominicana, las
deportaciones de nicaragüenses desde Costa Rica, entre otras.

Protección de grupos vulnerables

Instamos a los gobiernos a procurar una atención más adecuada y especializada a favor de grupos
especialmente vulnerables como pueden ser niños, niñas, adolescentes y mujeres migrantes, muchos de ellos
indígenas; que por su condición se enfrentan a mayores riesgos de diverso tipo incluyendo la trata de
personas. Dentro de los sectores vulnerables, reiteramos también nuestra preocupación porque los solicitantes
de asilo y refugio inmersos en los flujos migratorios reciban la orientación, protección y regularización
necesarias en los países receptores.

Incluimos también en este apartado a los migrantes extraregionales, para quienes no es fácil brindar respuesta
rápida, pero a quienes igualmente deben respetárseles sus derechos y particularmente, debe procurárseles el
apoyo de sus gobiernos a través de la facilitación de servicios consulares.

Recursos para una mejor gestión migratoria

No ignoramos las limitaciones financieras que enfrenta la mayoría de los gobiernos de la región para poder
atender adecuadamente las múltiples necesidades y nuevas demandas que el fenómeno migratorio plantea. Sin
embargo, consideramos que la voluntad política de atenderlo debe materializarse en la asignación de fondos,
su adecuada y correcta aplicación en congruencia con las prioridades que las necesidades plantean.

Una optimización de recursos es posible si se cuenta con más socios: la iniciativa privada, las Iglesias, la
sociedad civil y desde luego la cooperación internacional y los organismos intergubernamentales. Es
necesario buscar las maneras concretas de aunar esfuerzos en tareas comunes a través de acciones
colaborativas como pueden ser: el intercambio de información, el seguimiento de casos, la búsqueda de
personas desaparecidas, la repatriación a sus lugares de origen de las personas fallecidas, la colaboración en
temas específicos como la salud y el VIH/SIDA, entre otras. Prácticas conjuntas de esta naturaleza
seguramente permitirían ir avanzando en el respeto de los derechos humanos de los migrantes, la garantía del
debido proceso y las prácticas correctas en los procesos de verificación, detención y deportación de migrantes.
Los gobiernos asimismo podrían comprometer a la iniciativa privada en la creación de fondos para la atención
de migrantes, la prestación de algunos servicios de manera gratuita o a bajos costos, etc.

Una condición indispensable para el impulso y buen desarrollo de acciones colaborativas como las sugeridas,
lo constituye el establecimiento de la transparencia desde el diseño, la ejecución y la evaluación de los
programas.

Finalmente retomamos el tema planteado el año pasado con relación a las visitas realizadas a varios países de
los Relatores Especiales de Naciones Unidas para los Derechos de los Migrantes y de la Organización de los
Estados Americanos para los Trabajadores Migratorios y sus Familias. Nuevamente la RROCM solicita a los
gobiernos de las naciones visitadas compartir los avances logrados en atención a las recomendaciones
emitidas por las Relatorías.

TRATA Y TRÁFICO

El tema del tráfico ilícito de personas no puede ser abordado al margen del de la delincuencia organizada
transnacional, ni desde un enfoque migratorio cuando su dimensión es mayor: trata para fines de explotación
sexual, adopción ilícita, tráfico de órganos, explotación laboral de manera interna o internacional. De lo
contrario, podría resultar un enfoque de combate al tráfico y la trata centrado en el control migratorio, la
criminalización y penalización de la migración irregular. Lo que en realidad se necesita es emprender
acciones preventivas como la creación de mecanismos que permitan regular y ordenar la migración, evitando
que los migrantes se vean forzados a recurrir a los traficantes o caigan en manos de los tratantes.

Consideramos necesaria la continuidad en el interés de los países por introducir el tema de la trata de personas
como una prioridad. Sin embargo, ésta no solamente tiene que ver con la trata con fines de explotación sexual,
sino debe abordarse como muchas otras formas de esclavitud que hoy en día enfrentan principalmente niños,
niñas, adolescentes y mujeres migrantes ya que son los sectores más vulnerables. Aunque no podemos dejar
de lado la situación de muchos hombres víctimas de trata, especialmente para fines de explotación laboral.

Es importante hacer del conocimiento de los gobiernos la existencia en la región de una importante red de
organizaciones civiles trabajando en torno a la problemática de la trata de personas. Sobre este tema se abren
también importantes posibilidades de colaboración e impulso de acciones conjuntas en el sentido de abordar
las causas que generan la vulnerabilidad de las personas que emigran, el seguimiento a los procesos en
materia de la legislación de cada uno de los países de la región, el seguimiento de casos, el monitoreo, entre
otros.

MIGRACIÓN Y SEGURIDAD

En su oportunidad, la Red manifestó su satisfacción por el enfoque asumido por los gobiernos durante la
pasada Conferencia Especial sobre Seguridad Hemisférica realizada en México, los días 27 y 28 de octubre
del año recién pasado. Especialmente compartimos la reafirmación de la protección de la persona humana
como fundamento y razón de ser de la seguridad, la cual se fortalece mediante la promoción del desarrollo
económico y social, la inclusión social y educación, y la lucha contra la pobreza. Asimismo nos
congratulamos del enfoque asumido por los gobiernos, el cual adecuadamente no incluye las migraciones
entre las amenazas a la seguridad. Dicha claridad conceptual nos pareció un paso importante para modificar
una agenda, políticas y acciones de seguridad que tiende a criminalizar la movilidad de las personas,
empleando mecanismos represivos para el control migratorio y provocando la exacerbación de posiciones
discriminatorias, racistas y xenófobas.
A tono con lo anterior, la Red Regional de Organizaciones Civiles para las Migraciones reafirma que el tema
migratorio debe abordarse desde una óptica de defensa, promoción y protección de los Derechos Humanos,
así como desde una óptica de desarrollo sostenible nacional y regional. Es necesario avanzar en la creación de
mecanismos que faciliten los movimientos regulares y que eviten que los migrantes recurran a la
irregularidad, la cual solamente los coloca en una situación de mayor riesgo y vulnerabilidad. La falta de
mecanismos que faciliten los movimientos regulares favorece el crecimiento de las redes de delincuencia
organizada dedicadas al tráfico o la trata de personas y genera un espacio que dificulta el combate a la
corrupción y la impunidad.

Finalmente, exhortamos a los gobiernos para que los planteamientos antes mencionados se materialicen en
planes de acción, recursos y mecanismos de seguimiento que permitan el avance que nuestras sociedades
requieren en cuanto a la consecución de la estabilidad, la paz y el desarrollo. Para ello, la Red Regional de
Organizaciones Civiles para las Migraciones (RROCM) reitera su disposición y compromiso de participar
activamente en las distintas fases de dicho proceso de implementación.

El costo humanos de las remesas

Una de las consecuencias más visibles e inmediatas del proyecto que impulsa el gran poder económico del
país y que padece la gran mayoría de nuestra población, es la ausencia de oportunidades de desarrollo
humano. De ahí que la huida de compatriotas hacia otras tierras —esa gente que acá no encuentra posibilidad
alguna de subsistencia— sea algo de lo más lamentable, peligroso y sobre todo cotidiano. Si fijamos la mirada
en la historia reciente de El Salvador, veremos que las políticas excluyentes impulsadas desde antes del fin de
la guerra y consolidadas en la etapa posterior, han provocado la huida masiva de centenas de miles de
personas. Muchas de éstas son las que, hace ya algunas décadas, creyeron en y trabajaron por la
transformación real y profunda de esta sociedad; a estas alturas y después de su odisea —la mayoría viviendo
en condiciones precarias dentro del territorio estadounidense— es muy probable que estén frustradas,
cansadas y distanciadas de aquella lucha.

Y es que esa gente creyó lo que le dijeron unos y otros, hace más de doce años. “¡Ganamos la paz!”,
cantaban; “¡Viva el nuevo El Salvador!”, gritaban. Sin embargo, permaneció la guerra del hambre y la
violencia para los más que menos tienen, frente a la concentración de riqueza y la impunidad para los menos
que más tienen; así se siguió castigando al pueblo salvadoreño, sobre todo a su niñez y juventud. En ese
entorno y ante la ausencia de ideas e iniciativas para superar tal situación, una enorme cantidad de
salvadoreñas y salvadoreños prefirió seguir arriesgándose en una marcha sin fin hacia el norte de América, en
lugar de continuar esperando el famoso “rebalse” por mínimo que este pudiera ser. Pero acá, lo único que
rebalsa es el agua de los ríos durante la temporada lluviosa para arrastrar las “champas” de la pobrería que
vive en sus orillas y para poner al borde del colapso los embalses de las grandes hidroeléctricas.

Por eso, el principal producto de exportación nacional está constituido por las personas que diariamente
emigran a otro país en busca de la mínima oportunidad de empleo y alguna posibilidad de desarrollo. Antes la
gente se organizaba para luchar por cambiar la realidad; ahora también lo hace, pero para viajar a Estados
Unidos de América. Antes hubo un vasto y combativo movimiento social; ahora lo que hay es un enorme y
creativo movimiento migratorio. ¿Por qué? Por el tipo de políticas públicas que sólo privilegian a unos pocos
y que ha sido constante en la historia salvadoreña.

De ahí que la confirmación electoral por cuarta vez consecutiva del proyecto impuesto por el Partido Alianza
Republicana Nacionalista (ARENA), no tenga nada de nuevo desde nuestra perspectiva. Por mucha
propaganda que nos obliguen a soportar, aun finalizadas las elecciones, no podemos creer que está a punto de
llegar el paraíso que el Presidente electo promete. “Hombres de poca fe” nos dirán, como antes Joaquín
Villalobos nos dijo “antisistema” por pedir justicia para sus víctimas cuando fue guerrillero y para las del
aparato estatal. Sería una verdadera gran sorpresa que al tomar posesión del cargo, Antonio Elías Saca adopte
decisiones de política económica distintas a las actuales.

Porque después del mal gobierno de Francisco Flores —quien ha intentado presentar como héroes a la gente
que expulsa ese sistema asfixiante del cual es parte– el país está sumido en una grave crisis que no ha
explotado, aún, por el dinero de las remesas. En los “medios de manipulación masiva” se habló mucho de
éstas durante la campaña electoral recién pasada, con el evidente propósito de favorecer a ARENA y
perjudicar al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN); sin embargo, muy poco se ha
dicho sobre la situación personal y las condiciones de vida de aquellos y aquellas que un día se lanzaron a
buscar el llamado “sueño americano”. Un estudio publicado hace poco comenzó a borrar la imagen oficial de
nuestros “hermanos lejanos” exitosos, descubriendo y describiendo la pesadilla que padece la mayoría.

El documento revela, con argumentos y cifras, una buena parte de esos rostros humanos sufriendo; de esos
rostros dolidos que siempre han tratado de esconder quienes se lucran, en serio y en abundancia, con ese
sacrificio. Así, la investigación constata y revela que —a pesar de las precarias condiciones en las que
subsisten nuestros y nuestras compatriotas— buena parte de esa gente ya comenzó a echar raíces en su actual
lugar de residencia. Una nueva generación de salvadoreñas y salvadoreños que sólo conocen el país de sus
padres por fotografías o Internet, es un hecho objetivo fundamentado por las estadísticas.

Eso sí, se habla bastante de su participación aunque no hagan nada —las entidades estatales— para que sea
una realidad. ¿O se ha discutido siquiera formalmente, para citar algo, lo relativo al voto de esta gente? No,
pero la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES) ya plantea su
participación directa en los asuntos económicos. En esa línea, el “tanque de pensamiento” de la gran empresa
privada nacional habla de “reorientar” las remesas. En realidad, lo que busca es mantener el envío de éstas y
para ello propone otorgar facilidades crediticias o que “los hermanos lejanos” puedan recibir y gastar acá el
dinero de la jubilación obtenida allá.

¿Cuál es el camino a elegir?: ¿El del envío de remesas controlado por el gobierno o el de la participación
plena, tanto en las decisiones económicas como en las políticas, para quienes constituyen el salvavidas de la
economía “nacional”? Esa discusión debió darse antes de las elecciones recientes; pero como se retorció
premeditadamente el abordaje del tema “remesas”, ahora tiene que impulsarse como es debido. Sorprende
este ejercicio de cinismo democrático que pretende aparecer como participativo, cuando nunca antes se le dio
—al colectivo de compatriotas en el exterior— la mínima oportunidad para influir en el rumbo del país.

En ese marco, el embajador salvadoreño en Washington —quien, sin asomo de vergüenza, hasta el último
minuto hizo abierto proselitismo a favor del ahora Presidente electo— declaró públicamente que es seguro el
voto de las y los salvadoreños residentes en el exterior para las elecciones del 2009. Semejante anuncio
muestra el nivel de manipulación gubernamental. ARENA sabe perfectamente que debe congraciarse con
quienes constituyen el “otro El Salvador”; de lo contrario, su proyecto económico se hunde. Por tanto,
semejante noticia lanzada con bombo y platillo apunta hacia esa dirección.

Pese a lo que representan las remesas para las familias que las reciben y para quienes se lucran con éstas, poca
gente desea o puede escuchar cuál es su costo humano. Esos dólares enviados vienen manchados por
humillaciones y maltratos de todo tipo, salarios bajos para el medio y formas aberrantes de discriminación.
¿Por qué es posible que suceda? Por una vulnerabilidad que se funda en la falta de documentos, el temor o
simplemente por ignorar el sistema legal en el cual viven. Además, cada remesa también significa —para
nuestra gente fuera del país— vivir en el hacinamiento y la promiscuidad para ahorrarse la renta, suprimir
algún tiempo de comida y jugar “escondelero” todo el tiempo para evitar la deportación.

Ante esta situación, mucha de la población salvadoreña en el exterior reconoce que cuando emigró lo hizo
para superar una crisis económica de corto plazo. Sin embargo, estando allá esa gente se dio cuenta que no
hay esperanza ni futuro si regresa a su tierra natal. No pueden retornar. ¿A qué? ¿Para qué? En el mejor de los
casos, vienen de visita, por el afecto familiar y la nostalgia. Pero, ¿quedarse? No.

Por si fuera poco, en este río revuelto siempre hay pescadores que hacen de la miseria y la desesperación un
negocio lucrativo. Tal es el abatimiento popular, que ahora es considerado un auténtico líder de su comunidad
quien comercia con la necesidad de la gente. La reciente absolución de Narcisco José Narciso Ramírez –
conocido como “Chicho” y procesado por tráfico de personas indocumentadas– es un ejemplo de ello. Igual
pasó hace años con el famoso narcotraficante mexicano, Rafael Caro Quintero. ¿Y por qué nos extraña que se
den esas cosas si grandes delincuentes —de cuello blanco o de traje de fatiga— son “líderes” o “analistas” en
el “nuevo El Salvador”? Esas son las ironías de un país donde los desterrados por su economía, que son
mayoría, sostienen las riquezas y privilegios de una minoría.

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