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Mi abuela María, la mamá de mi mamá, era la mejor persona del mundo, ya que por su

generosidad y don de buena gente era reconocida y querida por todos. Lo mismo sucedía con mi
abuelo Ramón, pero de él hablaré en otro momento.
En su casa, la puerta de ingreso siempre estaba abierta y la mesa era rectangular y de un gran
tamaño lo que permitía tener muchos comensales al mismo tiempo. Siempre se podían encontrar
personas que, aunque no fueran de la familia, estaban invitadas a comer; esto podía suceder
cualquier día, hasta los fines de semana.
Cuando nos reunimos con los primos, recordamos nuestra infancia y especialmente los
almuerzos de los domingos en familia, la cual era muy numerosa ya que los abuelos tuvieron
siete hijos y veintidós nietos.
La abuela cocinaba el domingo pastas para todos, generalmente ravioles o fideos, también
como entrada preparaba empanadas criollas con masa casera. Los postres los traían las tías.
Si tengo que pensar en una receta que me provoque recuerdos, rápidamente y sin dudar
pienso en sus ravioles que eran únicos, aunque mi madre y mis tías los preparan con su receta,
ninguna logra igualar el sabor a pesar de que los hacen muy ricos.
Ella comenzaba a prepararlos con anticipación. El día jueves hervía la acelga, el viernes
preparaba el relleno porque según decía “así tomaba más gusto” y el sábado los armaba.
Su casa estaba a una cuadra de la de mis padres, como era mucho trabajo para ella por su
edad y por la cantidad de ravioles que tenía que preparar yo iba para ayudarla, también para
aprender cómo los hacía y para escuchar sus relatos sobre los cuentos tradicionales que eran
muy originales y divertidos.
El sábado a las tres de la tarde comenzábamos. Primero debíamos lavarnos las manos. Ella
estiraba la masa en su amada y cuidada Pastalinda, yo colocaba las láminas sobre una mesa
enharinada, luego de tener preparados varios listones, se los alcanzaba y la abuela armaba los
montoncitos de relleno con las manos, calculaba la porción perfectamente luego de haberlo
hecho por tantos años. Después cortaba cada raviol y yo debía presionar los bordes con los
dedos, me sentía muy importante por mi labor porque me decía que era esencial mi tarea porque
si el relleno se escapaba no eran ravioles sino masa insulsa.
Luego debía colocar los ravioles sobre otra mesa donde iban a quedar reposando hasta el
domingo al mediodía que era cuando los cocinaría.
Por lo general, terminábamos entre las ocho o nueve de la noche.
Al otro día ella comenzaba temprano a preparar la salsa que hacía con pollo y chorizos,
tomate, pimiento, cebolla y hasta un poco de vino.
Lo que también recuerdo y nos causa gracia a todos los primos es que había una mesa de
grandes y una de niños, todos queríamos crecer para estar en la mesa de adultos y cuando lo
hicimos no fue lo que esperábamos ya que no era tan divertido porque hablaban de actualidad o
de política y muchas veces discutían por poseer opiniones diferentes.
Hoy daría lo que fuera por revivir uno de esos sábados y domingos, ya hace veinticinco años
que mi abuelo falleció y veintidós de la muerte de mi abuela, desde ese momento nunca más
volvimos a compartir un almuerzo todos los tíos y primos juntos.
Quizás sea una buena idea reunirnos cuando pase la pandemia y así homenajearlos y honrar
su memoria. Ojalá esto suceda pronto.

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