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El posmodernismo al desnudo222
Esta es una cita que pertenece al psicoanalista Félix Guattari, uno de los
numerosos «intelectuales» de moda franceses desenmascarados por Alan Sokal y
Jean Bricmont en su espléndido libro Imposturas intelectuales. El libro causó
sensación entre el público francés el año pasado y ahora se publica en una versión en
inglés totalmente reescrita y corregida. Guattari continúa con este estilo
indefinidamente y ofrece, en opinión de Sokal y Bricmont, «la mezcla más brillante
de jerga científica, pseudocientífica y filosófica con la cual nos hayamos encontrado
jamás». El colaborador cercano de Guattari, el ya fallecido Gilíes Deleuze poseía
similar talento para escribir:
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todas las emisiones, todos los lanzamientos de dados, en un único lanzamiento.
Esto me trae a la mente las primeras descripciones utilizadas por Peter Medawar
para caracterizar cierta clase de estilo intelectual francés (nótese, de paso, el contraste
que ofrece la prosa elegante y clara del propio Medawar):
Volviendo al ataque contra los mismos objetivos, pero ahora desde un ángulo
diferente, Medawar dice:
Pero se trata de una ardua tarea para el lector. No hay duda de que existen
pensamientos tan profundos que la mayoría de nosotros no comprenderíamos el
lenguaje en el cual están expresados. Y tampoco hay dudas acerca de que hay cierto
lenguaje especialmente diseñado para resultar ininteligible, a fin de poder ocultar la
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ausencia de pensamiento honesto. Pero, ¿cómo hacer para distinguir entre ellos?
¿Qué ocurriría si realmente fuese necesario un ojo experto para reconocer si el
emperador lleva puesto su manto o no? En particular, ¿cómo sabremos si la
«filosofía» francesa en boga, cuyos discípulos y exponentes han invadido vastos
sectores de la vida académica estadounidense, es genuinamente profunda o sólo se
trata de la vacía retórica propia de embaucadores y charlatanes?
Sokal y Bricmont son profesores de física en la Universidad de Nueva York y en
la Universidad de Lovaina respectivamente. Han limitado su crítica a aquellas obras
que se han aventurado a invocar conceptos de la física y la matemática. En esos
ámbitos, ambos profesores saben de qué se trata y su veredicto es inequívoco. Sobre
Lacan, por ejemplo, cuyo nombre es reverenciado por muchos académicos en los
departamentos de humanidades de numerosas universidades estadounidenses y
británicas, en parte, sin duda, porque simula una profunda comprensión de la
matemática, afirman:
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trate temas no científicos? Pero, en lo que a mí respecta y cuando se trata de cosas de
las que nada sé, un filósofo que ha sido atrapado comparando el órgano eréctil con la
raíz cuadrada de menos uno ha quemado sus credenciales.
La «filósofa» feminista Luce Irigaray es otra autora a la que Sokal y Bricmont
han dedicado un capítulo completo. En un pasaje que evoca una notoria descripción
feminista de los Principia de Newton (un «manual para la violación»), Irigaray
sostiene que E = mc²es una «ecuación sexuada». ¿Por qué? Porque «privilegia la
velocidad de la luz por sobre otras velocidades que son necesarias de modo vital para
nosotros» (mi énfasis en lo que, rápidamente me vengo a enterar, es una palabra
típica). Tan típica de la escuela de pensamiento que analizamos como lo anterior es la
tesis de Irigaray acerca de la mecánica de los fluidos. Los fluidos, vea usted, han sido
apartados injustamente. La «física masculina» privilegia las cosas rígidas y sólidas.
La comentadora estadounidense de Irigaray, Katherine Hayles, cometió el error de
reexpresar los pensamientos de la autora en un lenguaje (relativamente) más claro.
Por una vez, podemos echar un vistazo razonablemente libre de obstáculos al
emperador y, en efecto, está desnudo:
No hace falta ser físico para olfatear cuán estúpidamente absurdos son los
argumentos de este tipo (su tono se ha convertido en algo demasiado conocido), pero
es de ayuda tener a Sokal y a Bricmont a la mano, para decirnos la verdadera razón
por la cual los flujos turbulentos constituyen un problema difícil (las ecuaciones de
Navier-Stokes son difíciles de resolver).
De manera similar, Sokal y Bricmont exponen la confusión de Bruno Latour
acerca de la relatividad y el relativismo, la «ciencia posmoderna» de Lyotard y los
difundidos y previsibles abusos que soportan el Teorema de Gödel, la teoría cuántica
y la teoría del caos. El renombrado Jean Baudrillard es sólo uno entre los muchos que
hallan en la teoría del caos un útil instrumento para embaucar a los lectores. Una vez
más, Sokal y Bricmont nos echan una mano al analizar los trucos que se han puesto
en funcionamiento. La oración siguiente «si bien está construida a partir de
terminología científica, no tiene sentido alguno desde el punto de vista científico»:
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Tal vez la propia historia deba de ser considerada como una formación
caótica, en la cual la aceleración pone fin a la linealidad y la turbulencia creada
por la aceleración desvía definitivamente a la historia de su finalidad, del mismo
modo en que esa turbulencia introduce distancia entre los efectos y sus causas.
No citaré más, ya que, tal como dicen Sokal y Bricmont, el texto de Baudrillard
«continúa en un aumento gradual de sinsentidos». Una vez más Sokal y Bricmont
llaman la atención acerca de «la elevada densidad de terminología científica y
pseudocientífica, insertada en oraciones que se encuentran, hasta donde hemos
podido analizar, vacías de todo sentido». Sus conclusiones acerca de Baudrillard son
válidas para cualquiera de los otros autores criticados aquí y celebrados en Estados
Unidos:
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estadounidense Social Text. un artículo llamado «Transgredir las fronteras: hacia una
hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica». El artículo era absurdo de
cabo a rabo. Se trataba de una parodia del contoneo posmoderno cuidadosamente
preparada. Sokal obtuvo la inspiración para llevar adelante el fraude de
Supersticiones de alta escuela: la izquierda académica y sus rencillas con la ciencia,
de Paul Gross y Norman Levitt, una importante obra que merece hacerse tan bien
conocida fuera de Estados Unidos como ya lo es allí. Casi sin poder creer lo que leía
en ese libro, Sokal fue siguiendo las referencias de la literatura posmoderna y
encontró que Gross y Levitt no exageraban. Resolvió hacer algo acerca de ello. En
palabras de Gary Kamiya:
A esos directores, el artículo de Sokal debe haberles parecido caído del cielo. Se
trataba de un físico que decía todas las alentadoras cosas que ellos deseaban oír, al
atacar la «hegemonía de la post-Ilustración» y otras nociones igualmente poco cool,
tales como la existencia del mundo real. No sabían que Sokal también había atestado
su artículo con atroces errores científicos, del tipo de los que cualquier árbitro con
una licenciatura en física hubiese detectado instantáneamente. Pero no se envió el
artículo a ningún árbitro con conocimientos de física. Los directores, Andrew Ross y
otros, se sintieron satisfechos porque la ideología del artículo se ajustaba a la suya
propia y tal vez hasta se sintieron halagados por las referencias a sus propios trabajos.
Esta ignominiosa pieza de montaje ganó, con gran justicia, el Premio Ig Nobel de
Literatura de 1996. No obstante la vergüenza, y a pesar de sus pretensiones
feministas, estos directores son machos dominantes ejecutando sus respectivos
lekking20 en la arena académica. El mismísimo Andrew Ross tiene tal tosca
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confianza (apoyada en su cargo) como para decir: «Me alegra haberme deshecho de
los Departamentos de Inglés. Para empezar, detesto la literatura y los departamentos
de inglés tienen tendencia a estar repletos de gente que ama la literatura». Tiene
también la bestial complacencia de comenzar un libro sobre «estudios sociales» con
estas palabras: «Esta obra está dedicada a todos los profesores de ciencias que nunca
tuve. Sólo sin ellos ha podido ser escrito». Ross y sus colegas, los magnates de los
«estudios culturales» y los «estudios sociales», no son excéntricos inofensivos
ubicados en universidades de mala calidad. Muchos de ellos poseen cargos estables
como profesores en algunas de las mejores universidades de Estados Unidos. Esta
clase de hombre se sienta en los comités de nombramiento, esgrimiendo su poder
sobre jóvenes académicos que tal vez aspiren secretamente a una carrera académica
honesta en estudios literarios o, por ejemplo, en antropología. Sé -porque muchos de
ellos me lo han dicho- que hay académicos sinceros, que hablarían si se atrevieran,
pero que guardan un temeroso silencio. Para ellos, Alan Sokal aparecerá como un
héroe y nadie que posea sentido del humor o sentido de la justicia estará en
desacuerdo. Dicho sea de paso, también contribuye, aunque en términos estrictos es
algo irrelevante, el que sus propias credenciales de izquierda sean impecables.
En un detallado postmortem de su famoso fraude, enviado a Social Text pero
previsiblemente rechazado por ellos y publicado en otro sitio, Sokal señala que,
además de las numerosas medias verdades, falsedades y conclusiones erróneas, su
artículo original contenía algunas oraciones que, si bien eran «correctas en su
sintaxis, no tenían sentido alguno». Se lamenta de que no hubiera más de estas:
«Intenté esforzadamente producir más de ellas, pero me encontré con que, salvo por
ciertos escasos estallidos de inspiración, sencillamente no tenía el don». Si Sokal
estuviese escribiendo su parodia en estos días, probablemente recibiría ayuda de un
virtuoso producto de la programación de ordenadores, diseñado por Andrew Bulhak,
de Melbourne: el Generador de Posmodernismo. Cada vez que uno lo visita en el sitio
http://www.elsewhere.org/cgi-bin/postmodern/ el programa produce para el visitante,
en forma espontánea y utilizando principios gramaticales sin tacha, un flamante
discurso posmoderno nunca antes visto. He estado allí y el artefacto produjo para mí
un artículo de 6000 palabras llamado «La teoría capitalista y el paradigma subtextual
del contexto», por «David I. L. Werther y Rudolf du Garbandier, del Departamento de
Inglés de la Universidad de Cambridge» (un caso de justicia poética, ya que fue
Cambridge la que consideró apropiado otorgar a Jacques Derrida un título honorario).
He aquí una oración típica de esta obra impresionantemente erudita:
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contenido. Podría decirse que el sujeto es contextualizado en un nacionalismo
textual que incluye la verdad como realidad. En cierto sentido, la premisa del
paradigma subtextual del contexto afirma que la realidad proviene del
inconsciente colectivo.
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